VIII. Pies fríos.
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El violonchelo se sumó, seguido del resto de la banda. Una épica melodía acompañó el descenso del Rey Sauro, quien sin elegancia alguna, gritando la bienvenida, saludaba a sus súbditos, que lo observaban como si del mismo Egot se tratara. Su traje era del mismo color que el de Victoriano. Una capa verde brillosa descansaba sobre sus hombros y se arrastraba por los escalones. Una corona completamente hecha con sal luminosa, Cuerno del Sol, descansaba en su cabeza. A simple vista tenía el clásico diseño que los reyes solían usar en sus coronas, pero mirándola de cerca, pinos y zorros podían observarse.
En cuanto comenzó a bajar las escaleras, cada uno de los invitados se arrodilló ante él, agachando sus cabezas exageradamente casi tocando el suelo con estas. Al llegar al final de la escalera la canción finalizó y Sauro les indicó que podían terminar ya la reverencia, y sin más preámbulo comenzó su discurso. El verdugo Sigmund y los Santos Boticarios, los médicos forenses de Serendipia, se colocaron detrás de él.
Al hablar, parecía un exagerado presentador de circo, siempre interpretando un papel.
—Sería un placer para mí, presentarle a las exquisitas jóvenes de las comarcas, junto con sus fuertes acompañantes... Desafortunadamente, primero me gustaría pedirles encarecidamente que todos nos tomáramos un minuto de nuestro tiempo para honrar a los perdidos en el hundimiento de la flota proveniente de Mare Turtur. Quienes ahora descansan con los Dioses.
»Las viles almas del Bloque Negro, nos han privado una vez más de la felicidad plena, asesinando a nuestros hijos, hundiendo nuestras flotas, utilizando a nuestras mujeres y dejando a todos estos hundirse en la oscuridad del mar.
El salón se sumió en silencio, todos bajaron las miradas. El minuto de silencio a Wilhelm se le hizo una eternidad. Se sentía realmente fuera de lugar e incómodo. Lo único que podía oírse eran algunos llantos perdidos entre la multitud.
—¡Bien! —gritó el Rey, dejando su supuesta tristeza en el pasado en cuestión de segundos y despidiendo al verdugo y a los Santos Boticarios—. Tengo la creencia de que la mejor manera de honrar a nuestros muertos es no dejando sucumbir al alma en las trampas de los delincuentes. ¡Que bajen los debutantes!
La banda comenzó a tocar una marcha de salón, una a una las parejas provenientes de Apis y Suscitavi comenzaron a bajar por la escalera. Acompañados por los aplausos de la multitud.
Cada uno de los jóvenes debutantes le dirigió una mirada a la Princesa. Una mirada que la hizo sentir como si de un trozo de carne de venado fresca se tratara. Pero ella se mantuvo seria, con la mirada fría. Mientras sus padres se desvivían por lucir sus más amplias sonrisas.
Las parejas se dirigieron a la pista para su primer baile en Vulpes, luego de eso podrían dispersarse para buscar nuevas parejas. Los hombres irían directos por la Princesa; las mujeres (si tenían suerte) se irían a un nuevo hogar con un esposo que las tomaría como suyas, para siempre, esa misma noche. Las muchachas que no lo conseguían debían quedarse hasta el final de la velada, ahí es donde Lilith debía seguirles la pista.
Con paso seguro y pausado, Grimn, el Guardia Real, observaba a cada uno de los jóvenes recién llegados en busca de peligros. A cada minuto se permitía admirar a Sauro, deseoso de crecer y mejorar en su entrenamiento y así lograr alguna vez ser el caballero del Rey, el más grande de los honores, más grande que casarse con él. Pero mientras tanto, no era más que un peón en la Guardia Real, un adorno. Pronto les demostraría a todos su potencial, pensó, ya verán.
Desde allí arriba, simplemente observando, Lilith se sentía tan impotente que el corazón amenazaba con salirse del pecho, sin saber que debajo Wilhelm se sentía igual. El discurso contra el Bloque Negro le había hervido la sangre y no entendía como todos parecían ignorar la infelicidad de la Princesa. Sabía que solo debía limitarse a observar, sin intervenir, pero él la veía simplemente como una niña que estaban enviando al matadero.
—¿Disfrutando la velada, caballero Wilhelm? —dijo a su derecha Victoriano, con su característica sonrisa.
—Maravilloso evento, Lord Tábido-Vetusto —respondió Wilhelm, sin ni siquiera mirarlo.
—¡Por favor!, ahorrémonos esa clase de formalidades. —La risa del Lord resonó por el salón, divertido miraba a Will, memorizando sus rasgos observaba cada uno de los detalles de su rostro.— Me parece que ya hemos pasado por la etapa de llamarnos por los apellidos luego de que me pegara un puñetazo en el rostro la primera noche que nos deleitó con su presencia en Vulpes.
—Me disculpo por eso, Lord... Victoriano. Quizás si usted no hubiese hecho trampa en las apuestas del torneo de cartas no me hubiese visto obligado a reaccionar de dicha manera. —Wilhelm irritado, lo miraba de reojo.
—¿A eso le llamas disculpa? —Escondió sus labios en una sonrisa, divertido.
—Estoy seguro que si usted hubiese revelado su rango desde el principio, la pelea jamás había iniciado.
—¿Y perderme la diversión? —respondió en un susurro Victoriano. Fastidiado Wilhelm se giró a mirarlo, la mirada de Víctor brillo con picardía—. Ya que es el primero de nuestros bailes en asistir, le sugiero que se quede, créeme que tendrá más de una oportunidad, esta noche, de perder en las cartas.
—De seguro sabe si he estado en otros bailes, ya que le han dejado las trivialidades y responsabilidades absurdas a usted, mi Lord. No puede gobernar una isla desierta, ¿verdad? —Wilhelm soltó las palabras sin pensar, ya que intentaba concentrarse en las debutantes y en Kaira, pero el hombre charlatán a su lado hacía esa tarea algo imposible. Lo ponía de los nervios. Sin un atisbo de arrepentimiento dijo—: Lo siento... me he sobrepasado, una vez más.
—Ahora sí está siendo sincero —respondió Victoriano para su sorpresa, con una ancha sonrisa, luego en un susurro dijo—: Debes ser el único en el reino... me gusta.
El primer baile de los debutantes llegó a su fin.
—Nos veremos después, espero —dijo Victoriano con una sonrisa, antes de marcharse.
Con un suspiro nervioso, Wilhelm se ajustó el corbatín y disimuladamente miró hacia la cúpula, afortunadamente no podía distinguirse más que los cristales de colores. Lilith desde arriba lo observaba, ansiosa por volver a reunirse con él, para que le contara la conversación con el Lord.
Por fuera serena, por dentro en plena desesperación, Kaira se mantenía al lado de su madre. Observando los pretendientes que se acercaban a su padre, quien estaba desparramado en su trono, convenciéndolo de que eran dignos de la mano de su hija, mencionando sus habilidades y proezas. Los jóvenes se desesperaban porque sabían que estaban en desventaja, competían con hombres de cuarenta años, con una vida llena de logros y actos heroicos. Su padre aprobó unos pocos, los cuales la llevaron a la pista de baile, donde Wilhelm vio su oportunidad... Si tan solo pudiera hablar con ella.
Con ojos muertos, la Princesa pasaba entre los brazos de cada pretendiente, quienes no se molestaban en cortejarla, ya que solo debían ganarse a su padre.
Wilhelm se había infiltrado en la pista de baile, pero no lograba acceder a la Princesa, no era uno de los pretendientes aprobados. Centrado bailaba, observando a Kaira mover sus pies con destreza, rodear con sus brazos a los bailarines, revolear su cabello y girar una y otra vez sobre sus silenciosos pies, para cambiar de bailarín. A menudo aplaudía dos o tres veces, con gran ritmo y sincronización con el resto de los bailarines. Wilhelm lentamente fue entendiendo como funcionaban los cambios de pareja, y poco a poco fue acercándose.
Grimn no tardó en notar lo que sucedía, y deseoso de intervenir observó a sus superiores los caballeros, esperando órdenes, pero estos parecían estar dormidos de pie, absortos a todo lo que sucedía. No podía tomar medidas sin permiso, ya había tenido más de un problema por eso.
Debido a la intensidad con la que la banda tocaba, Will pudo detectar que la canción estaba por llegar a su fin. Sin más preámbulo se infiltró en uno de los cambios de pareja de la Princesa, al mismo tiempo que la música acababa, quedando frente a frente a Kaira, de pie, tomados de las manos, inmóviles.
Desde arriba, Lilith confundida lo observaba. Acababa de romper la única regla que tenían: no interferir.
El nerviosismo se apoderó de Wilhelm, ya que no había pensado que hacer si lograba llegar a la Princesa, pero ya no había vuelta atrás. Sin embargo, Kaira seguía con la mirada perdida.
—Mis disculpas, Alteza —dijo con gran respeto y dulzura, Will, al tiempo que se alejaba de la Princesa, quien se encontró confundida y conmovida de que él le hablara—. Estoy seguro que no debería haber acabado bailando conmigo, sin embargo, estos bailes no son mi especialidad y en un momento de confusión he acabado en sus brazos.
—No se preocupe, caballero —dijo Kaira con una amable sonrisa, la primera sincera de la noche—. Es el primero en tratarme como un ser humano, le aseguro que me ha hecho la noche.
En ese momento su madre la tomó del brazo y la acercó a los posibles pretendientes. Dejando a Wilhelm en la pista de baile, con la imagen de la verdadera sonrisa de Kaira, incluso siendo genuina seguía teniendo un toque de pena.
—Déjenla, es solo una niña —susurró para sí mismo, mientras abandonaba la pista de baile. Sorprendido con la sinceridad de la Princesa. Tampoco le había pasado desapercibido el aliento de ella, el mismo aliento que él tenía luego de compartir una botella entera de ron con Sao.
Grimn observó la escena desilusionado de sí mismo; la Reina Lorenza, una simple mujer, un ser claramente inferior había tomado acción antes que él. Sin embargo, se concentró en memorizar el rostro del hombre.
Las horas pasaron, las mujeres comenzaron a irse, mientras los hombres se preparaban para el festín de manjares. Los pocos hombres que se retiraban iban acompañados de las debutantes, ansiosos por consumar la unión. Otros se retiraron con excusas baratas, del brazo de sus esposas, deseosos de irse ante los eventos próximos, que los hacían sentir realmente incómodos.
Solo quedaron cuatro muchachas, las cuales se las llevaron a través de la escalera caracol, mientras los hombres se sentaban a disfrutar el banquete. Algunos solteros, otros con una dulce mujer que los esperaba en casa, sin saber cuándo volverían. Wilhelm se contuvo para no mirar hacia la cúpula, sin saber que Lilith ya seguía a las muchachas a través de los cristales, deslizándose con destreza, con el vestido arremangado, manchado de nieve.
Se mantuvo unos largos minutos observando el pasillo por donde habían desaparecido las jóvenes, pensando en lo normalizado que estaba en el reino que ancianos se casaran con prácticamente niñas, comenzaba a abrumarse cuando la voz de Victoriano sonó a su espalda.
—Estoy bastante seguro que tienes la capacidad mental para decidir si quedarte al banquete o volver a tu hogar... No me digas que te he subestimado.
—No perdería por nada la oportunidad de demostrar su falta de honor en las apuestas —respondió Wilhelm, al tiempo que seguía al Lord hacia las mesas.
Desde la escalera caracol, la Princesa lo observaba. Aquel hombre la había tratado con respeto, despertando un terrible temor en ella, al entender que le deparaba en el futuro con los pretendientes elegidos por su padre.
Ella no quería casarse con ninguno de aquellos hombres que la veían como un trofeo. Quería viajar y ser libre, pero sabía que no tenía opción... pero si debía casarse con alguien quería que fuera con aquel hombre que se había dignado a mirarla a los ojos en vez de su escote, tomarle las manos en vez de las caderas, y sobre todas las cosas: dirigirle la palabra. Escucharla.
Su madre la empujó disimuladamente, para que continuara subiendo, una vez arriba comenzó a tirar de su brazo hacia su habitación. Kaira ya sabía lo que sucedería, el corazón se le aceleró y las lágrimas se le acumularon en los ojos. Su instinto le decía que gritara, que le pidiera ayuda a Zervus, pero esta no podía hacer nada más que consolarla cuando todo hubiese acabado, como siempre hacía, limpiando sus heridas. Le faltaba el aire, y se aguantó las ganas de suplicarle piedad a su madre, por experiencia sabía que eso solo la enfurecería más. Una vez en la alcoba de la Princesa, la arrojó al suelo con furia.
—¿Qué haces perdiendo el tiempo? —Comenzó a gritarle mientras su hija la miraba aterrorizada desde el suelo.— ¡Maldita niña mimada! ¡Te he dicho que esta temporada te encontraremos un marido, aunque sea sobre tu asqueroso cadáver!
Aterrada, Kaira se arrastraba por el suelo, intentando alejarse de su madre, pero ésta la seguía.
—Esta mañana fui muy clara. —El primer golpe fue una patada en el estómago, el cual la dejó sin aire.— No quiero volver a verte perder el tiempo con un hombre que tu padre no ha aprobado.
Mientras la insultaba, seguía pateando su cuerpo con insistencia. Los llantos suplicantes de su hija solo la alentaban a golpearla con más fuerza, pero con cuidado de no tocar su rostro.
En la habitación de al lado, las muchachas debutantes restantes escuchaban horrorizadas, sin entender que sucedía. En la ventana, oculta, Lilith las observaba confundida.
Las doncellas las habían conducido a una habitación para quitarles la ropa de fiesta, las habían higienizado y les habían puesto camisones de dormir de una tela translúcida, sin ningún tipo de ropa interior. En ese momento las habían sentado en las banquetas y les quitaban el maquillaje, junto con los peinados para luego cepillar su cabello. Les rociaban en el cabello agua de rosas y detrás de sus orejas le colocaban pequeñas gotas de vainilla y canela.
Lilith escuchó de pronto un sonido proveniente de otra habitación. Lentamente se deslizó por la cornisa, asegurándose de no pisar su vestido, hasta el hueco de la ventana de la Princesa. Lo que vio allí la descolocó aún más. Pudo ver a Lorenza arrodillada frente a Kaira, tomándola del cabello con furia mientras le susurraba algo que Lilith no podía entender, pero ella había escuchado con claridad.
—Tu sonríes, bailas, y te entregas al hombre que tu padre elija... o me encargaré yo misma de acabar con tu miserable vida.
Con violencia la soltó y se puso de pie, la insultó una vez más y la dejó sola en la habitación, llorando en el suelo. Lilith la observó, reprimiendo un llanto, por un segundo pudo ver a su madre desparramada en el suelo, en vez de Kaira; y a su padre, de espaldas, marchándose furioso. La visión desapareció con un fuerte parpadeo.
En ese momento, Lilith también rompió la única regla. Con la destreza de los ladrones abrió el cristal en pocos segundos y apresuradamente se arrodilló frente a la Princesa, la tomó de los hombros e intentando no asustarla, le susurró:
—¡Kaira!, ¿te encuentras... bien?
Sobresaltada, Kaira la miró y confundida la observó con atención al tiempo que balbuceaba:
—Lilith... ¿realmente estás aquí? Eres real.
—Claro que lo soy. —Rió apenada.— Ven, busquemos ayuda. —Lilith ya estaba intentando poner a la Princesa de pie, mientras miraba la habitación en la que se encontraba.
—¡No!... Tranquila, estaré bien, solo ayúdame a llegar a la cama.
Con cuidado, la rodeó con su brazo y lentamente la ayudó a llegar a su imponente cama, cada movimiento provocaba un gemido de dolor proveniente de la Princesa. Ambas se encontraban completamente confundidas ante la extraña situación.
—¿Por qué te ha hecho esto? —susurró apenada Lilith, formando unas pequeñas arrugas entre sus cejas, observando el vestido destrozado de Kaira. ¿Cómo una madre podría hacerle daño a su propia hija?
—Es una pregunta que intento no hacerme... deberías irte. No sé quién eres, y siempre apareces cuando no puedo conocerte —dijo Kaira, acomodándose bajo las frazadas—. Debes irte, no entiendo nada de ti, pero si algo sé es que nada bueno saldría de que te descubran.
—¿Vas a estar bien? —Comenzó a decir Lilith, mientras se acercaba a la ventana, abriendo y cerrando los puños.
Kaira respondió con un asentimiento de cabeza y con una sonrisa casi imperceptible le dijo a aquella extraña qué tan segura la hacía sentir:
—Por favor, vuelve, en un momento más oportuno.
Lilith respondió con el mismo asentimiento de cabeza enérgico, segura de cumplir su promesa, cerró la ventanilla y volvió hacia la ventana de la habitación de las debutantes. Allí siguió observando, mordiendo el interior de sus mejillas, pero su mente estaba realmente en que sentía que las cosas eran aún más oscuras de lo que creían. Inconscientemente tanteo entre su ropa, buscando el reconfortante filo de Aela, su daga.
En la habitación continua, las manos de Camila temblaban, mientras intentaba peinar el cabello de una de las debutantes, de apenas doce años. Zervus, con sus manos arrugadas se acercó y tomó las manos de Camila entre las suyas, alentándola silenciosamente. La anciana se mantenía serena por fuera, pero por dentro quería dejar todo de lado y correr hacia la alcoba de Kaira para asegurarse de que estuviera bien. Además, las doncellas odiaban preparar a las atemorizadas niñas que comenzaban a comprender que deberían haberse quedado en sus hogares.
—Me ha dicho que quiere irse a casa... —susurró la joven con un nudo en la garganta, Zervus no respondió, solo la observó apenada.
En el gran salón, los hombres habían terminado su banquete. La sala se había llenado del humo de sus grandes pipas, todos tenían sus fuertes licores y disfrutaban de un buen torneo de cartas. Sauro se encontraba desparramado en su trono, tragando todo lo que las doncellas le extendían, mientras reía a gran volumen. El efecto del vino ya podía verse en sus párpados caídos.
En una de las mesas se encontraba Wilhelm, Victoriano, uno de los jóvenes debutantes y un amigo del Rey. Todos, excepto Will, parecían afectados por los licores. Lo cual generaba mayor tensión en esa última partida.
Era el turno de Will, antes de tirar su carta levantó la mirada y observó a Victoriano a través del humo del tabaco. Víctor, burlón, le sonrió. Con el semblante serio, Wilhelm tiró su última carta, ganando el torneo.
—Vaya... —Comenzó a pasar la mano por su barbilla.— Tranquilo, no tomaré la derrota como la has hecho tú —dijo Victoriano divertido—. Parece que una tercera partida tendrá lugar la próxima vez que nos veamos, ya sabes, para desempatar.
Una sonrisa complaciente se le escapó a Wilhelm, rápidamente intentó ocultarla, pero no había nada más rápido que Victoriano.
—¡Pero si después de todo, si tienes dientes! —Rió.— Es la primera vez que me regalas una sonrisa, amargado.
Wilhelm respondió tomando un gran trago de aguardiente, el cual le quemó la garganta. Sin apartar la vista de los ojos de Víctor, quien lo miraba provocativo.
En ese momento, los pasos de las debutantes se volvieron a oír en los pasillos, Lilith volvía a su posición inicial. Sauro se puso de pie y comenzó a aplaudir ante su parte favorita de la velada. Pero antes de que las jóvenes llegaran, la Guardia Real comenzó a acompañar a la salida a todos los hombres que no eran amigos íntimos del Rey, incluido a Will.
Confundido, Wilhelm se dio la vuelta para mirar a Victoriano, quien por primera vez parecía tenso e incómodo, su mandíbula se marcaba debido a su expresión feroz. Antes de que le cerraran las grandes puertas en el rostro, Will logró ver como Victoriano abandonaba el salón furioso.
Él era uno de los pocos invitados que podía asistir al momento más exclusivo de la noche, pero era el único que no quería quedarse.
En el momento que las muchachas volvieron a entrar al salón, Wilhelm maldecía mientras se sentaba en las escaleras, con su abrigo a su lado en el suelo. Sin tener idea alguna de lo que sucedía dentro. Solo quedaban los ojos de Lilith a lo alto, no podía ver con claridad, ni oír, pero se daba una vaga idea de lo que sucedía.
Las cuatro jóvenes, con los rostros limpios, el cabello suelto y cepillado se mantenían de pie frente a los hombres, quienes parecían gritarle cosas, extremadamente alegres. La única vestimenta de las jóvenes eran unos camisones de noche traslucidos, no llevaban ni zapatos ni ropa interior alguna. Por lo cual, podía verse cada detalle de su cuerpo sin problema alguno. Eran la imagen misma de la indefensión, y todas parecían ratones asustados, completamente paralizadas.
El Rey comenzó a presentar a las muchachas una a una, paseándolas entre los invitados. Lilith no entendía nada de lo que sucedía, pero los hombres parecían muy interesados por lo que se encontraba debajo de los vestidos de las jóvenes.
En ese momento, Lilith detestó más que nunca no poder oír absolutamente nada.
Transcurrió una eterna hora, algunos hombres luego de hablar con el Rey y entregarle pesadas bolsas de monedas de oro, tomaron la mano de alguna joven y desaparecieron por un oscuro pasillo, donde Lilith no tenía visión ni manera de seguirlos.
Los hombres sin pareja se fueron a sus casas, decepcionados. El Rey Sauro subía la escalera, tambaleante, Lilith comenzó a seguirlo por los cristales.
Afuera, solo, Wilhelm temblaba y maldecía. La impotencia se apoderaba de su cuerpo, quería marcharse ya, pero aún Lilith no había bajado.
Lilith siguió a Sauro hacia la habitación de Kaira.
Kaira una vez más pudo sentir como alguien la tomaba de los hombros.
—Mi Princesa... —decía su padre, preocupado.— ¿Cómo te encuentras?
Lilith no podía oír lo que hablaban, pero en ese momento el silencio de la noche fue interrumpido por el silbido de un pájaro, era su señal, debían marcharse. Pronto amanecería.
En silencio remaron hacia Verum, no tenían fuerzas para hablar. Se detuvieron a medio camino cuando las lágrimas cargadas de impotencia cayeron silenciosas por el rostro de Lilith, Will la abrazó hasta que se sintió mejor.
No sabían cómo sentirse, Lilith no entendía qué había sucedido. Sentían que habían logrado tan poco, y ahora debían esperar un año más para que aquel evento se repitiera. Definitivamente debían ingresar en el castillo y buscar a las jóvenes, sería una tarea difícil convencer a las integrantes del Bloque Negro de correr tan grande riesgo, pero aquellas jóvenes debían estar viviendo un infierno allí encerradas, y no podían permitirlo.
Sentían que muchos secretos habían sido destapados esa noche, pero una sensación amarga en la boca les decía que aún había cosas peores por descubrir.
No se equivocaban. La punta del iceberg era un cuento de hadas comparado con lo que se encontraba en las profundidades.
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