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VI. Perfectas desconocidas.

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   Lilith saltó de la balsa, y en el momento que sus botas tocaron la fina arena naranja de Verum comenzó a reír extrañada. La última vez que había estado en tierra firme fue la mañana que se vio obligada a dejar Apis. Diez años atrás.

   La acompañaban Sao, Jacoba, y cuatro amistades de la primera. Era la primera vez que Lilith visitaba aquel lugar, ya que se encontraba peligrosamente cerca de Vulpes. El Olympe de Gouges se acercaba cada tres amaneceres, las tripulantes tomaban turnos para bajar a tierra y se marchaban minutos antes del amanecer. Los seres queridos de las piratas sabían que días debían acercarse por la noche, sin ser detectados por nadie en el pueblo. Lo cual era de lo más simple, los ciudadanos aterrorizados no solían acercarse a las costas por las noches, la oscuridad del mar representaba la más grande sus pesadillas. El puerto permanecía desierto, siempre y cuando no fuera iluminado por la luz del sol.
   Debido a la distancia solo podían acercarse los que vivían en Vulpes, el resto permanecía meses, incluso años, sin ver a sus seres queridos. Era demasiado peligroso.

   Era lunes en la madrugada, aún quedaban unas largas horas para que el sol comenzara a aparecer. Sao no solía bajar a tierra tanto como en su juventud, se sentía más cómoda rodeada de agua y en compañía de Lilith.

   La isla era pequeña, del tamaño de cuatro galeones juntos. Era realmente trabajoso caminar sobre su superficie, debido a las dunas que volvían el terreno irregular. Estos montículos de arena cambiaban constantemente de forma y lugar por los fuertes vientos que transportaban partículas de arena a las otras islas, cargadas de minerales y propiedades, representando un eslabón esencial en el ecosistema de Serendipia; borrando también así, las huellas de sus visitantes. Lo único que había en esas tierras era un diminuto oasis con una pequeña cascada en el centro de la isla, tan diminuto que aun así se le consideraba desierta. Confundida, Lilith miró a Sao, creyendo que se trataba de una broma.

   En silencio y en la oscuridad, el grupo entero comenzó a caminar hacia el centro de la isla, Lilith caminaba detrás de ellas intentando acostumbrar sus ojos a la oscuridad, pero no lograba ver la famosa taberna la cual llamaban "El Corazón".
   Todas llevaban abrigos, ya que durante las noches la temperatura descendía bruscamente, pasando de un calor sofocante, a un frío intenso. Al igual que en alta mar.

   Cuando llegaron al oasis, que se componía de un estanque, un delgado árbol de acacia enroscado y una gran roca naranja donde caía agua constantemente; la muchacha se detuvo un segundo para mirar hacia Vulpes, era la primera vez que la veía, sus farolas creaban sombras confusas. Se sorprendió ante su tamaño, jamás había pensado en el reducido lugar donde ella vivía. Lo que si había pensado incontables veces era de cual hubiese sido su destino en Vulpes si el Bloque Negro no la hubiese rescatado.

   Pensativa observó, tan bella ciudad con unos secretos tan oscuros.

   Se sentía intimidada por la cercanía de Vulpes, era imposible que la vieran o incluso la oyeran, aunque gritara, pero aun así sentía temor.

   En ese momento, Sao comenzó a tocar la piedra de una forma extraña con las yemas de sus dedos, dibujando unos extraños símbolos. Para la sorpresa de la joven que observaba expectante, la piedra se iluminaba por unos segundos allí donde Sao la tocara. Se oyó un sonido hueco, de repente parecía haber un túnel oscuro detrás de la cascada. Sao cruzó la pared de agua, el resto la siguió. Lilith dudó unos segundos, hasta que decidió que no había llegado hasta allí para acobardarse.
   Al cruzar comenzó a bajar por unas empinadas escaleras de piedra luchando por no resbalarse, debido al agua que caía por esta. El olor a humedad se infiltró con fuerza en sus pulmones, provocándole repugnancia. Cuando su campo de visión se volvió de un negro absoluto, notó que una roca se movía a sus espaldas cerrando el hueco por donde habían ingresado hace unos segundos. Completamente a oscuras, tanteo con sus manos sintiéndose apresada en una pequeña cueva de piedra, sin salida.

   Solo se oían el retumbar del agua y la respiración de las ansiosas mujeres.

   Luego de unos segundos Sao comenzó a golpear una pesada madera con insistencia, unos ruidos extraños, la madera que resultó ser una puerta se abrió. Una luz dorada las iluminó.
   Un hombre atractivo que de unos cuarenta años, pero que aparentaba mucho menos, abrió la puerta con una sonrisa adorable. Su cabello era negro, su piel siempre parecía bronceada y media casi un metro ochenta. Su contextura era elegantemente delgada pero musculosa. Una ligera barba cubría su rostro, tenía una mirada amable y una sonrisa infantil. Al abrir la puerta, el olor a guiso casero y frutos tapó por completo el olor a humedad.

   —¡Zheng Yi Sao! —gritó el hombre, extendiendo sus brazos, invitando a Sao a abrazarlo. A sus espaldas, diferentes personas se unieron al grito de bienvenida, pero Lilith no podía distinguir sus rostros debido a la luz que la cegaba.

   —Mi viejo amigo Wilhelm —susurró la mujer, con una sonrisa, al tiempo que se acercaba para abrazarlo con fuerza.

   El hombre la rodeó con los brazos, la besó en la frente y le susurró que la había extrañado horrores. Una a una, las marineras comenzaron a entrar en el Corazón. Algunas corrían hacia sus parejas, quienes ilusionados las recibían. Otras eran señaladas con el grito de "¡allí está mamá!". Amistades, amantes y familiares saludaban a la tripulación, algunos estiraban el cuello pero al no encontrar a quien buscaban, con una ligera desilusión le entregaban una carta a una de las tripulantes, para dárselo a aquellas que no habían podido asistir.
   La taberna era en realidad un jardín dentro de una cueva inmensa. Prácticamente del tamaño de la isla. Allí, la vegetación abundaba sorprendentemente, un mágico oasis desierto, lleno de vida. Millones de velas diferentes iluminaban el lugar.

   Junto a la puerta unas treinta mesas de madera, todas diferentes entre sí, se encontraban amontonadas con sillas y banquetas, plantas y frutas. En la esquina más cercana una cocina con múltiples hornos, desprendía olor a hogar. Las paredes del comedor estaban plagadas de pequeños retratos y mapas, cubiertos con enredaderas que escondían el techo. Pequeñas lagartijas de todos los colores cruzaban por las paredes y se escondían entre la maleza. Unos metros más lejos, el suelo de tierra comenzaba a transformarse en césped. Pequeñas flores crecían aleatoriamente junto con arbustos de bayas ácidas. Un arroyo cristalino generaba un sonido tranquilizador, después de este, un enorme sauce eléctrico se extendía hasta tocar el techo de la cueva. Farolas de diferentes colores y tamaños se sumaban a la luz de las velas, y junto con la banda que tocaba una dulce melodía, Lilith se sentía en un cuento de hadas.
   Detrás del jardín podía verse una humilde y pequeña cabaña, donde Wilhelm vivía. El Corazón, como le llamaban los integrantes del Bloque Negro, era el hogar de miles de insectos luminosos, parecidos a las abejas pero con la diferencia de que sus alas y el polen que recolectaban, brillaba. Lilith las conocía muy bien. Ellas habían levantado un ecosistema entero en una cueva donde jamás llegaba la luz del sol.

   Allí la temperatura era agradable, por lo cual las marineras se despojaron de las pieles que usaban para abrigarse. Sao colocó su sombrero en uno de los cuatro percheros, repletos de abrigos; saludó a cada una de las personas allí, le indicó a Wilhelm que le gustaría beber (a pesar de que él ya sabía) y se acercó hacia Lilith, quien continuaba de pie en la puerta, sola, observando. Casi como toda su vida.

   —¿Estás bien? —Le dijo con dulzura.

   —¿Por qué tardaste tanto en traerme aquí? Es maravilloso. —La muchacha continuaba observando los reencuentros, la vegetación y los insectos, los mismos que iluminaban las praderas de Apis por las noches. Nerviosa, abría y cerraba sus manos.

   —Maravilloso, sí. Peligroso también. Estamos muy cerca de Vulpes... si algún día nos descubren...

   —Entonces, ¿Por qué...?

   Sao se paró a su lado, apoyando su brazo en el hombro de la joven. Las manos de Lilith se calmaron al instante y ambas observaban el panorama.

   —Porque, por más peligroso que sea, es necesario. Las integrantes del Bloque Negro renunciaron a su vida, dejando todo atrás, para que algún día sus hijas, sus nietas, sean libres. Ya hemos sufrido bastante, no veo razón para hacerlas sufrir más, privándolas del amor.

   —Entonces toda esta gente, son parte del Bloque Negro —afirmó Lilith ilusionada, sonriendo mientras mordisqueaba sus uñas.

   —Son aliados, pero no luchan con nosotras. —Sao respondió mientras con la mano le apartaba la mano de su boca suavemente, intentando que no se lastimara ella sola.— Hemos perdido a muchos valientes que han intentado ayudar desde tierra, ahora solo se limitan a ser nuestros ojos y oídos. Pero ya no son nuestra voz, ni nuestras manos.

   En ese momento, una madre del Bloque Negro jugaba con su niña de tres años bajo el sauce, rodeada de abejas luminosas. Lilith no pudo ver otra cosa que sus propios recuerdos.

   —Ven, quiero que conozcas a Will.

   Sao la tomó de la mano y se infiltró en el gentío, que inconscientemente se apartaba ante el paso de la capitana.

• ────── ☼ ────── •

   Pasaron la noche entera cantando, bebiendo y bailando. Sao tocaba el piano, acompañada del coro de la taberna entera.
   Los instrumentos eran de diferentes maderas, las cuerdas estaban fabricadas con unas fuertes lianas brillantes y cada instrumento tenían diferentes diseños pintados con un tinte luminoso que en el continente llamaban Lágrimas de Vírgenes.
Jacoba se mantuvo durante toda la velada pegada a su pareja, un muchacho alto, de cabello negro y mejillas regordetas y coloradas. Era sordo, hablaban entre ellos con señas veloces.
   En ese momento, el muchacho cantaba una canción sobre la habilidad de ciertas mujeres, de controlar las bestias y la naturaleza, con el sonido de su voz:

"... me pregunto, si quizás, algún día volverán.
Cuando las mujeres vuelvan a volar."

   De todas las leyendas, aquella era la favorita del Bloque Negro, ya que para ellas no eran simples leyendas: era historia. Corría la Primera Era, el común de las mujeres se dedicaba a la cacería y agricultura, algunas poseían grandiosas habilidades prácticamente inimaginables: con su canto lograban domar a cualquier bestia y los elementos de la naturaleza. Ellas eran libres y sus habilidades eran un regalo de Makra y Durga. Los hombres eran en su mayoría mercaderes y artesanos, se dedicaban a viajar en busca de aliados y pronto descubrieron la religión de Egot. Eran protegidos por las voces de sus amadas que domaban la furia del mar. Un equilibrio perfecto. Pero aquella fantasía llegó a su fin con la llegada de la Segunda Era y el comienzo del dominio de Knglo. Un grupo de hombres quiso arrebatar aquel poder, torturando y asesinando a cada una de estas únicas mujeres, llamándolas brujas, deshabilitando así la posibilidad de viajar largas distancias en el mar.
   Con cada generación, tener dichas habilidades se volvió tabú, hasta que la propia falta de creencia en su propia fortaleza provocó la extinción de su magia y de su libertad. Hasta convertirlo en una supuesta mentira del pasado. Enterraron los registros de Makra y Durga, destruyeron sus templos y dejaron de creer en su grandeza, apagando así su poder y privando a las mujeres de las habilidades. El Arte Oscuro se extinguió.

"Como el fuego danzarán, el mar se calmará
y las bestias responderán..."

   Lilith no caía en sí de asombro, jamás había pensado que alguien que no era capaz de oír podía generar melodías tan bellas. Un canto lírico, tan bello como la primera carcajada de un recién nacido, pero tan peligroso que debía limitarse a pronunciar esas palabras, esa historia, en el refugio de Verum.

   En la barra bebía aguamiel mirando la escena desde afuera, sintiéndose una espectadora como siempre, pero más feliz que nunca. Sentada en un banquete balanceaba los pies. Sobre su cabeza colgaba de una cuerda una botella del Viñedo del Rey, vacía, donde una vela iluminaba.

   —¿Por qué el mundo entero no puede ser así? —dijo Wilhelm a sus espaldas. Su voz era hermosa, generaba paz a cualquiera que la oyera.

   —Puede serlo.

   Se hizo el silencio, Wilhelm asentía lentamente con una sonrisa enternecida.

   —Sao me ha contado que tienes una perspectiva muy diferente de la lucha.

   —Solo quiero que las cosas cambien, hemos caído en una rutina infernal que no nos llevará a nada.

   A cada minuto las risas resonaban en alguna esquina de la taberna. Las abejas parecían perseguir los sonidos de las carcajadas.

   —Sé que te enfadas con ella, pero solo quiere protegerte. Eres todo lo que tiene. —Mientras hablaba, el hombre jugueteaba con un brazalete de un material que parecía cuero, tenía hermosos detalles en dorado y unas siglas. Con cariño pasaba la yema del pulgar por las letras doradas.

  —Ella me enseñó todo lo que sé, me dio todo lo que tengo. Solo quiero devolvérselo, quiero darle el mundo que siempre soñó —las palabras de Lilith salieron como un juramento que ya había recitado centenares de veces.

   Se mantuvieron unos minutos en silencio, hasta que Lilith dejó de mirar el piano para darse la vuelta. Observó a Wilhelm extrañada, arqueando sus cejas como una niña.

   —¿Qué? —Rió, el hombre.— ¿Tengo algo en el rostro?

   —Honestamente sí, pero no sé qué es... —Lilith observaba sus rasgos, tan diferentes a los que conocía. Torcía su cabeza como un cachorro curioso.

   —¡Gracias!

   —¡Ya sabes a qué me refiero!

   Ambos comenzaron a reír. Zheng Yi Sao los observó a la distancia, sabía que la historia de Wilhelm sólo alentaría los planes de Lilith, pero también sabía que si no la dejaba volar, iba a perderla. Además no estaba tan segura de que los argumentos de Lilith fueran más correctos que los de ella misma, pero temía que algo le pasara, por lo cual intentaba sacarle esa idea de la cabeza, una y otra vez.

   —¿De dónde eres? A simple vista te pareces a todos nosotros, pero, mirándote en detalle tienes una mirada diferente. ¿De las aldeas en las montañas de Suscitavi, quizás?

   —Nací en Lutecia —respondió Wilhelm, divertido con la sorpresa de la muchacha—. En la ciudad de las luces...

   —¿Eso donde es?

   —Muy lejos de aquí.

   —... ¿No eres de Serendipia? —Los ojos de Lilith, brillaban. Sin darse cuenta se había incorporado ligeramente.

   Con una sonrisa, el hombre negaba con la cabeza, al tiempo que le extendía unas ciruelas recién lavadas, las cuales ella comenzó a devorar al instante.

   —Soy de muchos lados. Nací en Lutecia pero nunca lo sentí mucho un hogar, mis padres jamás me prestaron atención así que me la pasaba delinquiendo en la calle con mi hermano. Luego... —Suspiró pesadamente.— podría decirse que unos luchadores como ustedes, nos invitaron a intentar cambiar el mundo, pero fallamos. En la lucha, perdí a mi hermano...

   »Viajé muchísimo, huyendo de los fantasmas del pasado. Hasta que encontré un hombre que me quería como mis padres jamás me quisieron, con el tiempo incluso me enamoré de su hijo. Ambos curaron las heridas de mi corazón —Rió, con los ojos llenos de lágrimas, mirando a la distancia.

   —¿Qué les sucedió? —Lilith conocía esa mirada. Y mientras esperaba una respuesta, observó una solitaria lágrima que caía por la mejilla del hombre, reflejando las luces del Corazón.

   —El mundo cambió al fin, pero solo para empeorar... No pude salvarlos. Así que una vez más, huí, pero a un lugar del que jamás pudiera regresar y mis fantasmas no pudieran seguirme.

   »Esta pequeña isla fue el primer lugar donde puse un pie. Exploré todo Serendipia y sus tierras, y entendí que había parado en un mundo roto, pero aun así me enamoré del lugar. Decidí vivir aquí, en mi pequeño rincón... —Se mantuvo en silencio, volvió a mirar a Lilith y secándose la lágrima con el revés de la mano, le dijo en un susurro—: De toda la región, Apis es la comarca más bonita.

   Ambos sonrieron y voltearon a ver la multitud alrededor del piano. Sao se aproximaba a ellos. Wilhelm preparó un vaso de ron para la mujer, y se alejó para darles privacidad.
   Sao se sentó en la banqueta junto a Lilith, quien en silencio la miraba jugando con las semillas de las ciruelas, haciéndolas girar entre sus dedos.

   La mujer le extendió una pequeña caja de metal llena de tabaco y unos finos papeles hechos de hojas. Lilith tomó el papel, lo dobló, con destreza le colocó tabaco en el interior, lo enroscó y con la humedad de sus labios lo selló. La capitana la observó en silencio, sabía que no le había dado la mejor educación. Pero por el temor de que el peso de su pasado terminara aplastando a Lilith, no le quedó otra que volverla la guerrera más fuerte. Aun así, parecía la flor más delicada. Había terminado aprendiendo a fumar cuando en largas noches sus pensamientos y miedos se volvían avasallantes y se ahogaba con sus propios gritos.
   Lilith poco retenía de sus días, parecía olvidar su propia vida. Esto cambió cuando sus pensamientos comenzaron a tranquilizarse, creando recuerdos y olvidando muchas de sus penas.

   Lilith se giró a mirarla con una sonrisa infantil y extendió el cigarrillo a Sao, quien lo colocó en sus labios, sacó una cerilla y lo encendió, reprimiendo los recuerdos de las angustias de su niña.

   —Debes prometerme que tendrás cuidado... Wilhelm se ha ofrecido a ayudarte, para que puedas ingresar en el continente —comenzó a decir, apenada pero enternecida por la emoción de la joven al oír la noticia, se había puesto de pie, volcando la banqueta en el proceso.— Es hora de hacer un verdadero cambio. Pero, Lilith, por el amor de todas las Diosas, no puedo perderte, mi niña... si algo te pasara...

   —Voy a estar bien. —Le prometió Lilith, tomándola de la mano, esforzándose por no apretarlas de la emoción. Su euforia era tal que quería chillar y aplaudir, pero con todas sus fuerzas se aguantó.— Ellas me protegen...Pero si algún día no vuelvo, prométeme que harás justicia, por mí y por todas.

   —Si algún día no vuelves, prenderé fuego cada rincón... aunque eso no te traiga de vuelta, me asegurare que jamás ninguna vuelva a sufrir.

   Esa clase de promesa a oídos de inexpertos parecería exagerada, sin embargo, nada más parecido a la realidad del Bloque Negro. Ellas eran el enemigo número uno de todos. Llevaban una vida llena de riesgos, muchas sabían que su vida no sería larga pero aun así continuaban, decididas a hacer un cambio y allanar el camino para las jóvenes que marchaban siguiendo sus pasos.
   Continuaron hablando sobre el objetivo. El primer paso era simple: seguirle la pista a las muchachas que llegaban desde Suscitavi y Apis, tenían que saber que sucedía con ellas. El siguiente paso sería encontrar la manera de abrirle los ojos al pueblo, mostrándoles cuál sería el destino de sus hijas si no hacían algo al respecto.

   En solo dos días, llegarían las jóvenes debutantes a Vulpes.

   Sao y Lilith pronto se sumaron a la fiesta, la mujer se sentó en el piano una vez más para cantar una animada canción sobre navegantes y mineros que sufrían la fiebre del oro. Lilith, sobre una mesa descalza, bailaba moviendo sus caderas, alentando y siendo alentada por el resto de las personas en la taberna. Se moría de vergüenza pero se estaba divirtiendo como nunca.
   Sobre uno de los barriles comenzó un torneo de cartas, dibujadas con Lágrimas de Vírgenes. Apostaban monedas de cobre, pendientes, tabaco o navajas. Sao estaba a una jugada de ganar la partida, Lilith de pie a sus espaldas con sus brazos sobre sus hombros, le susurraba posibles jugadas.

   Riendo, Sao tiró una carta al centro del barril, provocando las risas y lamentos de los perdedores.

   —¡Suerte para la próxima! —gritaba Sao, mientras tomaba su premio y le extendía una daga a Lilith como regalo.

   La hoja de esta, dorada, era de las más finas y filosas que Lilith había visto en su vida. En el centro del mango un pequeño reloj resonaba constantemente. La daga parecía exageradamente antigua, mientras que el reloj parecía un agregado reciente, un intento de algún vendedor de subir el precio de sus productos.
   Toda la daga era de un color blanco sucio, con grietas doradas que brillaban casi como si de magia se tratara. En el filo podía leerse grabada la palabra "Aela".

   Luego de un rato, Lilith se alejó del grupo para acercarse a Jacoba.

   —¡Ey! —dijo con una sonrisa mientras le mostraba su nueva arma—. Mira lo que hemos ganado con Sao.

   —¿Hemos ganado? —Rió burlona, Jacoba.— Yo solo he visto a Zheng Yi Sao jugando.

   —Bueno, sí, supongo. De todas maneras, yo la ayudé y en la partida final...

   —¿Está rota? vaya premio. —La interrumpió, mirando las grietas.— Oí por ahí que después de todo irás a tu misión suicida.

   —Si. —Rió Lilith tímidamente, provocando que se formaran unos pequeños hoyuelos en sus mejillas.— Estaba pensando que tú también podrías venir, quizás sí...

   —Es una idea estúpida... alguien debería decírtelo.

   Las cejas de Lilith se arquearon, dolida, miró a su amiga. Las abejas parecieron apagarse ligeramente.

   —Ya... y tú siempre eres voluntaria. —Lilith frunció el ceño, apenada ante la falta de apoyo, sintiéndose diminuta y frágil. Sintiéndose estúpida.

   —¿Qué quiere decir eso? —Jacoba la miraba ofendida de brazos cruzados.— Solo intento ayudarte, y mentirte no lo hará. Eso es lo que las verdaderas amistades hacen... aunque sé que cuando se trata de amistades no sabes mucho. ¿Verdad?

   Jacoba la observó esperando una respuesta, pero Lilith solo miraba su nueva daga, girándola en sus manos.

   —...Está haciendo calor aquí debajo, voy a subir un rato. ¿Quieres venir? —Lilith intentaba esconder la angustia que su única amiga le había provocado. Necesitaba tomar aire y estar sola, realmente esperaba que Jacoba rechazara su invitación.

  La respuesta de Jacoba fue golpear el aire con la mano, y con una mueca de disgusto se alejó hacia su pareja.
   Lentamente comenzó a caminar hacia la salida, pero antes de subir, observó una vez más la escena. La gente continuaba disfrutando de su compañía, todos parecían de excelente humor. En la barra, Sao y Wilhelm charlaban como dos adolescentes. Tomó su abrigo y se marchó, deseosa de encontrar aquella paz que la soledad y la oscuridad solían ofrecerle.

   Una vez fuera, Lilith caminaba lentamente observando el cielo nocturno. Repleto de estrellas que formaban constelaciones de los Dioses y las Diosas y todos sus Santos, múltiples colores, predominando el morado y rojo. Múltiples lunas podían apreciarse, pero ninguna tan hermosa y enorme como la de las Diosas, en cuarto creciente; estrellas fugaces cruzaban constantemente en diferentes direcciones. La mayoría del cielo estaba cubierto por un planeta verde rodeado de anillos, considerablemente más grande que en el que se encontraban, le llamaban Pandora. Podía verse incluso a la luz del día.

   Dejó de mirar el cielo para mirar hacia Vulpes, la envidia ante la belleza de la que eran privadas le oprimía el pecho. Sin embargo, en pocos días todo cambiaría, tendría la oportunidad de revelar todos sus oscuros y sucios secretos.
   En el silencio de la noche solo podía oírse el tic-tac de Aela, la daga, y el suave rumor de las olas. No había rastro alguno de la luz o la música de la taberna, gracias a la gruesa capa de suelo que los protegía.

   Lilith se vio sobresaltada por un ruido a su izquierda, las olas golpeaban contra un objeto, generando un sonido hueco. Dejó de mirar el brillo de Vulpes para mirar en la oscuridad, donde pudo ver una humilde balsa, luchando por llegar a la orilla. Su navegante intentaba descifrar los remos, al tiempo que intentaba no volcar, a pesar de que no había casi movimiento del agua. El navegante no parecía reparar en su presencia, a pesar de que la muchacha de pie y el oasis del centro era lo único que podía verse en la superficie de la isla.

   Cuando el bote al fin estuvo lo suficientemente cerca, el navegante saltó al agua, que le llegaba hasta los muslos. En ese momento la capucha que cubría su cabeza cayó hacia atrás, revelando que era una mujer.
   Lilith, sorprendida, comenzó a acercarse en completo silencio, sin esfuerzo alguno por pasar desapercibida. La extraña joven tiraba del barco, su extremadamente largo cabello verde flotaba a su alrededor y su camisón húmedo se pegaba sobre sus delgados muslos. El frío no parecía molestarle.

   Al llegar a la orilla la arena comenzó a complicar la tarea para Kaira, quien tambaleante intentaba sin resultado sacar el bote del agua.
   En silencio, Lilith tomó con su mano izquierda la punta delantera de la canoa y con fuerza tiró lejos del agua, ayudando a la joven a completar su tarea. Lilith observaba el rostro de la Princesa, extrañada. Quien continuaba sin percatarse de la compañía, a pesar de estar una al lado de la otra. Tampoco parecía haber visto las balsas al otro extremo de la isla, ocultas bajo unas frazadas negras, camuflándolas en la noche.

   No había fauna a la vista.

   Ante lo logrado, Kaira sonrió vagamente en un festejo, al tiempo que giraba. Cuando vio a Lilith gritó de horror e intentó golpearla en el rostro, pero solo consiguió caerse en la arena.

   —¿Te encuentras bien? —Rió Lilith, cubriendo su boca con una de sus manos.

   —... ¿Qué haces aquí?, ¿Quién eres? —respondió Kaira asustada, aún en el suelo.

   Ninguna pareció percatarse de que era imposible que Kaira lograra cruzar semejante distancia en una barca tan humilde, con cero experiencias y en total estado de ebriedad.

   —La que viene con su ropa de dormir y borracha eres tú, algo me dice que yo debería hacer las preguntas.

   —¡No estoy borracha! —gritó Kaira, ofendida, al tiempo que se ponía de pie con dificultad, quedando cara a cara con Lilith. Esta, se sorprendió ante la altura de la joven.

   —No, claro —Lilith continuó burlándose, hasta que un golpe de realidad la obligó a centrarse. Claramente la desconocida no sabía de la existencia del Corazón, Lilith sintió terror.— ¿Qué haces aquí, sola? ¿estás huyendo?

   La voz de Lilith soltaba preocupación, pero Kaira no entendía su pregunta absurda. Lentamente comenzó a caminar tambaleante hacia el centro de la isla, al ver que allí no había mucho volvió a acercarse al bote, se sentó frente a él mirando hacia Vulpes, jamás la había visto de afuera. Jamás había tenido la valentía de... escapar de verdad.

   —¿En qué estaba pensando?... aquí no hay nada. —Se dijo a sí misma desilusionada.

   —¿Qué estabas buscando? —susurró, Lilith a sus espaldas, todavía nerviosa por lo cerca que había estado la muchacha de la entrada de la taberna. Si no venía a visitar el Corazón, ¿Qué buscaba?, ¿Quién era?

   —No lo sé, algo nuevo.

   La actitud de aquella desconocida desconcertaba a Lilith. Parecía comportarse como si caminara en sueños, creía que tenía algo que ver con la botella de aguamiel vacía que descansaba en la balsa. Sin embargo, se sentía extrañamente cómoda con ella, como si se conocieran hace años. Se sentó a su lado en la fina arena, aún cálida por el sofocante sol del día. Mientras acomodaba la venda en su mano.

   —Me presento: soy Lilith... alguien nuevo.

   —Hola, alguien nuevo. Mi nombre es Kaira... alguien anticuado.

   —¿A qué has venido a una isla claramente desierta?

   —Era la única tierra lo suficientemente cerca para venir sola y volver antes de que alguien se diera cuenta... Debería volver, antes de que amanezca.

   A Lilith le dio la sensación que Kaira huía de algo, pero no era fácil hablar con ella, su mirada perdida delataba su ebriedad. La princesa se puso de pie para volver a caer segundos después. Maldiciendo se volvió a poner de pie, llegó con dificultad hacia la balsa y comenzó a empujarla hacia el agua, automáticamente Lilith se acercó para ayudarla.
   Luego de unos minutos Kaira ya se encontraba sobre la balsa, intentando remar.

   —Adiós Kaira, ya nos veremos otra vez. Confiaré en que no le dirás a nadie que me has visto por aquí...

   Kaira se sobresaltó ante el comentario, ya que había olvidado la presencia de la muchacha, pero cuando se dio la vuelta la playa se encontraba completamente desierta, exactamente como esperaba encontrarla. Extrañada, pero culpando su alocada imaginación y las bebidas de su padre, se inclinó para lavarse el rostro con el agua del mar. Retomó su camino a Vulpes cantando por lo bajo sobre tierras marchitas.


   Una vez más dentro del Corazón, Lilith observó como con pesar los integrantes comenzaban a despedirse. Algunos niños se aferraban desesperados a sus madres, algunas parejas intentaban ignorar el hecho de que debían separarse, otros se mantenían en silencio mirándose tristemente.
   Lentamente Lilith comenzó a acercarse a la barra, donde Sao y Wilhelm continuaban hablando.

   —Le diré a papá que te encuentras bien... —decía un hombre a su izquierda, tomado de las manos de su gemela.

   —Por favor, dale esta carta a Marina, dile que la aprecio y ansió verla pronto —susurraba un anciano a su derecha, a una joven con una comprensiva sonrisa.

   Wilhelm gesticulaba con sus manos, contando una historia que ya había contado demasiadas veces, pero siempre hacía reír a Sao. En silencio, Lilith rozó el hombro de Sao. La mujer se dio la vuelta, la miró y con una sonrisa triste y en silencio observó a su viejo amigo.

   —Si lo sé... deben irse, pronto amanecerá. —La melancolía se había apoderado de la voz y el semblante de Wilhelm.— Sabes que siempre eres bienvenida...

   La mujer respondió con un abrazo, pasando la mitad de su cuerpo sobre la barra. Wilhelm besó su mejilla y deseo verla pronto. Ya solo quedaban ellos tres en la taberna.

   Se separaron. Sao se dio la vuelta y le dijo a Lilith:

   —Te veo afuera. —Con una triste sonrisa se alejó.

   Cuando estuvieron solos Lilith le extendió la mano a Wilhelm, quien la estrechó con una gentil firmeza, al tiempo que le guiñaba un ojo.

   —Nos vemos pronto.

   Con una sonrisa, Lilith se alejó, sin antes dar un último vistazo a tan maravilloso lugar. Ya en el exterior se subió a la balsa, donde el Bloque Negro remó hasta su galeón, se alejaron hacia alta mar. Lo suficiente para no poder ser vistas durante el día.

• ────── ☼ ────── •

   Kaira correteaba silenciosa por los pasillos del castillo, pronto despertarían las doncellas y no quería que nadie notara su ausencia. Dobló hacia la izquierda y chocó contra una joven doncella que soltó un pequeño grito de sorpresa, estaba descalza, con su ropa de dormir y un vaso de leche de cabra en la mano. Kaira esperó sin saber que hacer, mientras la sorprendida doncella observaba su atuendo empapado y lleno de arena. La Princesa río, la rodeó y se disculpó con una sonrisa al tiempo que continuaba con su carrera.

   Camila la observó desaparecer por los pasillos oscuros. Con una sonrisa tomó un sorbo de leche y continuó su camino.

   Al llegar a su alcoba, Kaira, rápidamente ordenó el desastre que ella había provocado, se quitó las botas y se acostó en su cama. Automáticamente se durmió, sin saber que en la mañana siguiente confundiría su primera de muchas aventuras con un simple sueño de borrachera.

   Así fue como acabó la noche más rara y extraordinaria de dos jóvenes que desde el momento de su nacimiento sus historias estaban destinadas a fundirse.
   El primer capítulo de su historia y la primera de muchas noches.


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