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II. Cenizas de un hogar.


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   Lilith tropezaba atemorizada detrás de cinco jóvenes mucho más grandes que ella, quienes la miraban entre confundidas, apenadas y ofendidas. Tres muchachos sonrientes caminaban detrás de ellas.
   Se encontraban en el puerto de Apis, donde también estaba el mercado, con sus frutas frescas y flores de colores chillones. El grupo avanzaba entre el gentío que los saludaba con emoción. El pueblo entero se había amontonado para despedirlos.

   Todos eran demasiado altos para ella, no lograba ver nada más que una masa de cuerpos y el cielo despejado. Debía casi trotar para poder seguir el paso de los jóvenes a los que acompañaba. No llevaba ninguna de sus pertenencias, todo había sido reducido a cenizas, perdiéndose para siempre. La pequeña pasó dos días al cuidado de la pareja de ancianos que la habían salvado. Con mucho pesar, esa mañana la vistieron con un overol marrón que el anciano había guardado de su infancia, y la despidieron con una bolsa de tela que solo contenía una manzana verde y un camisón blanco a su medida, la anciana lo había confeccionado rápidamente para ella.

   No tenían mucho dinero, pero tenían amor de sobra para darle. Sin embargo, Afrodísio Tábido Vetusto enviaba a la niña en busca de una familia en Vulpes.

   El pueblo gritaba, la música estaba demasiado alta y a nadie parecía importarle su presencia o bienestar. A empujones empezaron a subir por la pasarela que los conducía hasta el galeón. Su tamaño lo volvía inconfundible: uno de los barcos de la realeza.
   La niña observaba el barco con admiración y temor. Las historias sobre alta mar siempre le habían perturbado el sueño, pero encontrarse frente a un barco de dimensiones tan grandes le hacía sentir que podía cruzar el mundo entero a salvo, sin saber que era la única que se sentía así.

   Las gaviotas de gran tamaño, con plumas blancas o marrones, revoloteaban sobre las cabezas del pueblo esperando ansiosos a que se marcharan para volver a acechar los barcos pesqueros en busca de su almuerzo.

   Mientras avanzaba observó la madera oscura del barco donde zorros en diferentes posiciones habían sido tallados. En la punta de este un zorro del doble de grande que el resto, de pie con los ojos cerrados disfrutaba de una brisa inexistente. Las velas blancas, ligeramente verdosas, se encontraban enrolladas en lo alto de los mástiles.

   Una vez embarcaron el gentío comenzó a saludar con más emoción, los pastores aullaban y meneaban sus rabos, mientras los marineros corrían de un lado a otro, preparándose para zarpar. Comenzaban a alejarse lentamente y el pueblo entero los despedía, gritando palabras de aliento y buena suerte. Lilith no podía entender lo que decían del miedo que tenía, sentada en el suelo en una esquina escondida observaba.

   "Mamá, ayúdame" susurraba una y otra vez, por lo bajo.

   Los marineros y las doncellas del barco correteaban apresurados, preparando todo para el viaje.
   Las muchachas con sus vestidos nuevos, con sus corsés a juego, y sus peinados impecables, saludaban a sus familias. Su vestimenta era parecida a la que su madre solía usar, pero con diferentes capas y múltiples tonos de verde. Mientras más capas, más elegante se consideraba el vestido. Sus cabellos eran un sinfín de peinados hechos con intrincados diseños con trenzas y cadenas doradas. En sus rostros se dibujaba la más grande de las sonrisas, pero para la niña, jamás había visto un semblante tan triste.
   Se movían con sutileza y en silencio, cada paso y movimiento parecía ensayado con antelación, como asustados ratones. Mantenían la compostura en todo momento, pero Lilith podía ver como intentaban esconder el temblor de sus manos.

   Los jóvenes, en cambio, saltaban y cantaban. Entre tanto movimiento su ropa se había desaliñado por completo y sus trenzas comenzaban a soltar mechones, parecían comportarse como animales en celo. No podía verse ningún rastro de miedo en sus ojos, sabían que un futuro grandioso los esperaba en Vulpes.
   Se movían con naturalidad, como si fueran dueños del lugar.

   Todos estaban cargados de pendientes de Cuerno del Sol, la sal luminosa roja, y probablemente todos los cinturones, cordones o cadenas que encontraron en su hogar. Los engranajes habían sido cosidos en los corsés de las muchachas y en los puños de las camisas de los jóvenes. Doncellas y marineros, apenas podían permitirse un par de aretes cada uno.

   En un intento de calmarse, Lilith miró hacia el cielo y observó el aleteo de las gaviotas hasta que acurrucada en el suelo en una esquina del barco, se durmió.

• ────── ☼ ────── •

   Transcurrieron los días, a cada segundo las olas golpeaban con fuerza el galeón de todos los flancos. Los muchachos disfrutaban cada momento: bebían, comían y bailaban a su antojo. Se pasaban el día entero apostando en juegos de cartas que la niña no entendía. Hablaban con ilusión de las aventuras que les esperaban en la ciudad del progreso y la paz. Las jóvenes, en cambio, se encontraban cada una en su camarote durante todo el viaje. En silencio practicaban sus pasos de baile, peinaban su cabello, arreglaban sus ropas y compartían secretos de belleza durante las comidas. Lejos de los voraces ojos de los hombres; debían permanecer puras, de no lograrlo nadie querría casarse con ellas.

   Lilith se pasaba los días caminando en silencio, observando, intentando entender tan extraño comportamiento de parte de todos. Sin embargo, estaba familiarizada con los rituales de las muchachas, que su propia madre le había inculcado desde el día que nació.
   Nadie reparaba en su presencia, y la niña se encontraba orgullosa de eso. Ya que era una de las pocas cosas que su madre le enseñaba que ella lograba llevar a cabo con éxito. Si realmente se concentraba, entraba, paseaba y salía de una habitación sin ser detectada. A veces tropezaba por la torpeza que cualquier infante de cinco años naturalmente tiene, pero incluso al caer lo hacía en completo silencio. Nadie cuidaba de ella, simplemente fue subida al barco y la habían dejado a su suerte. En las cocinas, robaba trozos de pan y queso duro.

   Los silenciosos felinos domésticos que vivían en el barco eran su única compañía. Ella, los gatos y la inmensidad del océano. 

   Un día oyó a las doncellas del barco mencionando que ya estaban a mitad de camino, y que en solo dos amaneceres llegarían al fin a Vulpes. Luego habían agradecido a Egot y Knglo por un viaje libre de peligros.
   Se encontraban en un punto donde no importaba a donde miraran, lo único que veían era el océano y el horizonte, completamente vacío.

   Lilith se vio sorprendida por sus propios sentimientos: no quería llegar a Vulpes. Dejar Apis había sido una completa pesadilla, pero sorprendentemente se encontraba en paz en aquel galeón. Nadie parecía molestarla, decirle que no llorara, que hiciera silencio o que mantuviera la espalda recta. Había oído centenares de historias sobre la inmensa y bella ciudad de Vulpes, sobre sus festivales, sus calles adoquinadas, sus bufones, sus bailarinas, su blanca nieve y sus leales caballeros... pero ella solo quería volver a sus queridas praderas o quedarse para siempre en aquel limbo en el que se encontraba ahora.

   Esa noche las lágrimas caían silenciosas por sus mejillas, tal como su madre le había enseñado. No entendía que sucedía, sentía que todo era una gran pesadilla. Todas las mañanas se despertaba apenada, porque siempre creía estar de vuelta en su hogar con la calidez de su madre. Su pequeño e inocente corazón no entendía que aquello se había ido para jamás regresar.

   Había dejado de extrañar las cenas en familia con lo que su padre pescaba. Cada día olvidaba un detalle de su rostro y el sonido de su voz. Su madre era en la única que pensaba y a ella no la olvidaba.

   El barco no avanzaba y toda la tripulación se encontraba dormida. No se permitía que nadie saliera a la cubierta durante la noche, soltaban anclas haciendo el viaje más largo aún. Nadie quería arriesgarse a estar a la merced de lo desconocido en plena noche, aterrorizados se mantenían en sus camarotes.

   Lilith, en un sucio almacén transformado en camarote, se secaba las lágrimas aburrida ante la quietud del barco. Cuando de repente escuchó una dulce voz cantar una melodía tenebrosa pero reconfortante; era casi como un susurro, pero podía sentirlo muy cerca de ella como si la llamara y se le colara en los huesos. Obediente se acercó hasta la puerta de su camarote y la abrió sin pensarlo dos veces, no tenía miedo. Y esa noche, por primera vez desde que habían emprendido el viaje, el mar estaba tan sereno que apenas parecía moverse. Los blancos delfines que los seguían durante todo el viaje, emitiendo alegres sonidos, esta vez permanecían en silencio, expectantes. Lilith podía sentir cada una de estas cosas como si fuera el mar quien la llamara, ansioso de cubrirla con la espuma de las olas.

   La cubierta tenía un aspecto espeluznante, completamente vacía lucía abandonada y fuera del barco no podías ver absolutamente nada. La oscuridad de la noche era inquietante, como un negro y pesado telón. Cuando la pequeña se encontraba en el centro de la cubierta, junto a uno de los mástiles principales, la voz paró de cantar. Apenada, Lilith comenzó a girar sobre su propio eje tratando de encontrar la dueña de tan única voz. Su camisón blanco se agitaba con el viento, sus pies descalzos se movían silenciosamente, sintiendo el frío y la humedad de los tablones del suelo.
   La Luna creciente observaba la escena detrás de una nube.

   Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad pudo ver que no estaba sola. En lo alto, entre las velas y los mástiles, múltiples ojos las observaban curiosos. Todos se encontraban vestidos de negro, con vestidos, camisas y faldas o pantalones. Sus rostros estaban cubiertos por pañuelos negros y capuchas.
   Se movían en silencio, deslizándose con gran destreza hacia el suelo, sin perderla de vista. La niña pronto se vio rodeada de unas veinte personas de pie que la observaban.

   El galeón se tambaleaba ligeramente apenas iluminado por tres débiles faroles. La niña alisó su camisón blanco y observó en silencio a los desconocidos frente a ella, de pies a cabeza de negro.

   El miedo crecía en el pecho de Lilith, sabía que se encontraba en presencia del Bloque Negro, pero para su sorpresa casi al unísono todos los integrantes del grupo criminal bajaron sus pañuelos exponiendo sus rostros. En ese momento la confusión se apoderó de su semblante, observó una a una a aquellas personas.
   Ni uno de los integrantes del Bloque Negro era un hombre. Las había con cabello largo, corto, más masculinas, más femeninas, con pantalones, con vestidos, con el rostro suave o con bello en este. Y todas, la observaban apenadas.
   De pronto, Lilith se sentía segura.

   En ese momento un último integrante descendió en silencio desde el mástil donde se encontraba la niña. Con su vestido escotado y corsé negro, su pañuelo cubriendo su rostro, estaba igual que el resto. Solo que llevaba un sombrero de navegante sobre su cabello, tan enorme que le daba un aspecto de Diosa a la bella mujer. Su largo cabello ondulado color chocolate descansaba sobre sus hombros y sus cejas eran cubiertas por un descontrolado flequillo. Su piel era de un tono amarillento, sus ojos rasgados y finos eran de color negro, y una gran cicatriz cruzaba el arco de su nariz.

   Se arrodilló frente a la niña, se bajó el pañuelo exponiendo su bello rostro, donde podían verse unos gruesos labios, una nariz respingada, una fuerte mandíbula y la sonrisa más sincera que Lilith había visto jamás.

   En el corazón de Lilith se encendió el recuerdo de su madre. Cada noche le besaba la frente y le decía que incluso cuando no pudiera verla ella estaría siempre presente para cuidarla. La pequeña no tenía dudas: su madre había enviado a aquella preciosa mujer para cuidarla y amarla.
   Lilith no pudo hacer otra cosa que reír, ante esto, la misteriosa mujer volvió a cantar aquella melodía que tanto le había gustado a la niña. Con su voz de mar exclamó:

   —Dale un beso de despedida a tu día perfecto, porque el mundo está en llamas...

   El Bloque Negro volvió a cubrirse los rostros y a trepar por los mástiles, solo se oía el canto sombrío de la mujer y la risa de la niña, quien en los brazos de su nueva protectora subía por el mástil principal.
   Una vez arriba, la mujer depositó a Lilith en el mirador junto a un farol, le guiñó un ojo y colocando su dedo índice sobre sus labios le indicó que se mantendrían en silencio. Con cuidado tomó sus pequeñas manos y las colocó sobre sus curiosos ojos. Lilith obedeció, cerró sus ojos y en silencio esperó.

   Pasados unos minutos la tripulación comenzó a aparecer en cubierta, armados hasta los dientes, con el miedo en sus rostros y sus pijamas arrugados. Automáticamente y con la agilidad de los felinos salvajes, la mayoría de las mujeres de negro se abalanzaron sobre ellos, incluida la mujer que acompaña a la niña. Con dagas, sables y armas de pólvora comenzaron a asesinarlos sin piedad uno tras otro.

   Lilith escuchó todo, sin saber qué sentir, pero sin duda alguna sabía que estaba a salvo.

   Pronto los muchachos que viajaban a Vulpes se sumaron a la lucha, con la valentía de los ingenuos murieron al instante por los disparos y flechazos de las pocas mujeres que se mantenían en los mástiles.

   Cuando se hizo el silencio, Lilith descubrió sus ojos justo a tiempo: entre la oscuridad se hizo visible un galeón el doble de grande que en el que se encontraban, una pesada bruma parecía seguirlo, ocultándolo en la oscuridad de la noche. Uno a uno se fueron prendiendo los faroles de este, revelando su madera, mástiles y velas negras. En vez de zorros tallados en la madera se podían ver diferentes mujeres, pero Lilith no lograba distinguirlas debido a la oscuridad. La única que podía ver con claridad gracias a su tamaño, era la figurilla de madera principal al frente del barco: una bella mujer con serpientes como cabello, con mirada de venganza extendía sus brazos hacia los costados, en una de sus mejillas había una lágrima.
   Más tarde Lilith oiría el nombre del barco por primera vez: "Olympe de Gouges". Le costaría horrores lograr la pronunciación perfecta: "Olamp da gush", repetía apenas abriendo la boca una vez aprendida la fonética.

   El Bloque Negro se dividió en diferentes grupos. Uno saqueaba el barco, desde armamentos, ropa de cama, equipaje y alimentos, mientras los lanzaba al suyo propio donde otras mujeres atajaban en el aire el motín. Los gatos cruzaban por iniciativa propia hacia la otra embarcación con total tranquilidad como si hubiesen estado esperando su llegada, mientras otro grupo de mujeres comenzaba a extender cantidades inmensas de pólvora sobre el suelo de la cubierta. Por último, el tercer grupo, encabezado por la mujer de sombrero, sacaban a las doncellas y a las muchachas que viajaban a Vulpes de sus camarotes. Las jóvenes atemorizadas gritaban sin oír lo que la líder del Bloque Negro intentaba decirles para tranquilizarlas.
   Su voz, bella e hipnotizante como una sirena, ligeramente ronca, exclamaba:

   —No lo entienden ahora, pero las estamos salvando. No venimos a hacerles daño. —Señalando la Luna, apeló al nombre de las Diosas Olvidadas—: Ahora están bajo la protección de Makra y Durga.

   En un momento dado una de las debutantes logró zafarse y corrió hacia el borde, trepó la barandilla y sin pensarlo saltó. Su cuerpo desapareció automáticamente en el agua y no se la volvió a ver.

   El viento sopló, las nubes cubrieron la Luna, oscureciendo aún más la noche.
   Suspirando apenada, la mujer del sombrero hizo una seña. Sus compañeras automáticamente obligaron a las muchachas a beber un líquido amarillo el cual las desvaneció al momento, en un dulce sueño. Sangre de Abeja Reina le decían a aquel brebaje.
   Con cuidado las trasladaron al galeón completamente negro. Ya solo quedaba Lilith en lo alto del mirador y la mujer del sombrero, quien se presentó como Zheng Yi Sao.

   —Pero puedes decirme Sao. —Le dijo a la niña, al tiempo que le extendía una daga completamente negra.

   Sao tomó de la cintura a Lilith, manchando su blanco vestido con la sangre de la tripulación, al tiempo que se agarraba de una cadena que venía desde su barco. Con las instrucciones de la mujer la niña cortó la soga que sostenía el farol a su lado. En ese mismo instante, Zheng Yi Sao saltó, balanceándose con la niña en brazos.

   Mientras estaban en el aire, Lilith observó el farol caer al suelo sobre la pólvora, prendiendo un fuerte fuego al instante. Sao aterrizó con destreza, soltó la cadena, se dio la vuelta y con la niña en brazos observaron el galeón de la realeza explotar por los aires y hundirse en la oscuridad de la noche. Los delfines saltaban alegremente del agua, siguiendo al Olympe de Gouges.

   A partir de ese momento, cada noche sin falta Lilith pensaría en su madre antes de dormirse y recitaría cada noche las mismas palabras:

   "Gracias mamá, ahora estoy a salvo. Te quiero..." 


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Créditos.

Canción:
Guns for Hire - Woodkid.

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