Capítulo 3
Capítulo 3: ¡Sorpresa, Ken-chan!
El peor año de su vida comenzó siendo el mejor, literalmente.
Esa noche de año nuevo, que marcaba un fin de un período en sus vidas, fue tan importante como especial. Brindaron en honor al amor y la felicidad, con besos dulces como firma al testimonio del firmamento y fuegos artificiales, rememorando los dolores y alegrías que ese año había dado. Tres días atrás habían dado el sí definitivo a la nueva vida de marido y mujer y se casaron en un hermoso prado junto a todos sus amigos y parientes. Estaba seguro que recordaría siempre ese brillo glamuroso en los ojos de Emma, especialmente porque eran mostrados solo hacia él. Había sido el día más felices de sus existencias sin lugar a dudas.
La vida juntos tampoco era un problema, más allá de las diminutas discusiones matutinas que el mal humor provocaba tras desvelarse la madrugada entre caricias y roces de labios.
Pero Draken amaba ese presente tanto como a su chica. Tenía un trabajo estable, amigos increíbles y una esposa que lo quería con todo su corazón y encantaba confesarselo.
Sin embargo, todo se fue a la basura cuando ese virus mortal fue derivado de una epidemia a una pandemia mundial que los recluyó en su propio hogar. Inupi y él tuvieron que cerrar la tienda y dedicarse a subastar algunos productos por sus redes sociales; sus amigos pasaron a un segundo plano donde ya no veía sus horribles y apestosos caras tan extrañables para un adulto aprisionado; y su linda esposa estaba tan preocupada como asustada por la enfermedad que sumaba a su límite de estrés.
Aunque había cosas buenas del encierro, como pulir sus capacidades culinarias cuando Emma debía organizar algo del estudio de modistas que administraba; o los mayores momentos de intimidad que ahora compartían y preciosos momentos juntos. No negaba que extrañaba su vida anterior, madrugar y trabajar entre risas con sus amistades, pero el papel de esposo no debía ser dejado atrás y ese periodo se lo había demostrado.
Cuando lograron adaptarse al confinamiento, todo cambió completamente.
—Ken-chan, ¿puedes venir un segundo? —oyó la voz de su mujer pidiendo por él desde el baño, así que con una afirmación marchó a su llamado.
—¿Qué pasó? No me digas que olvidé comprar suficientes toallas femeninas, iré de inmedia—
—No, no es eso, no te preocupes —cortó delicadamente. Su labio estaba apretado de manera ligera, dándole un aspecto algo preocupante para la vista de Draken. Parecía estar a punto de llorar y eso no le gustaba nada.
—Emma, ¿qué pasó? ¿Estás bien? —Sé acercó despacio a ella y rodeó su cintura con sus brazos, acariciando sus cabellos gentilmente como diario hacía, así olvidase las preocupantes noticias que hacían su estómago revolver—. ¿Estás enferma, mi amor?
Emma soltó una risa nasal entre el llanto que se disparó. Ken rara vez utilizaba ese tipo de lenguaje, incluyendo el corporal, aun cuando estaban en completa soledad. Ella sabía que era porque nunca supo como debía expresar sus sentimientos, el primer día que la invitó a salir sencillamente desvió la vista y dijo "¿salimos de una vez o no?", mas siempre conoció esa faceta de él y la declaraba perfecta, porque era como un algoritmo que hacía a su Draken funcionar como era.
Negó despacio con la cabeza antes de separarse un poco para que pueda escucharla hablar.
—No, no es precisamente una enfermedad lo que tengo —murmuró y Ken soltó una pequeña interjencción que delataba su confusión.
Ella suspiró y lo guío con su mano hacia el lavamanos. Allí residía un pequeño aparato que variaba del blanco al rosa, parecía un termómetro, pero algo a Draken le decía que era más grande que para ser eso.
—¿Y esto? —preguntó extrañado, alzando el objeto para observarlo más de cerca.
Tenía un monitor o algo parecido a la mitad que indicaba un período cumplido que hizo tardar en accionar su circuito cerebral.
—Tres semanas... Esto es una prueba de embarazo, ¿verdad?
La chica inhaló con fuerza para obligarse a calmarse y sacudió su cabeza en afirmación.
—Sí, es eso. Lo lamento, entiendo que no es el momento indicado para decirl—
Se forzó a cortar su monólogo cuando vio las lágrimas deslizarse por los ojos de su esposo. Parecía conmocionado, pero su sonrisa se extendía por todo su rostro y aquello la dejó perpleja.
¿Draken llorando? Era la primera vez que pasaba. O, bueno, la segunda. La primera fue cuando su querida moto fue atropellada por un camión por accidente de Mikey. Claro que esa tristeza pasó rápidamente a furia desatada de manera absoluta a su hermano.
Estaba tan absorta que no se vio venir su enorme, pero gentil, abrazo. Lo escuchó sollozar y murmurar en su hombro y allí lo dejó ser, acariciando sus cabellos que con el tiempo adaptaron un tono oscuro como la noche, o como las tostadas que Mikey preparaba en el desayuno para ella en sus cumpleaños.
—Estoy muy feliz, de verdad —escuchó sobre su oreja. Sonrió enternecida y se dedicó a devolver con igual potencia aquel abrazo.
Tal vez Emma tenía razón, la situación no era la indicada. Sin embargo, la noticia les hacía olvidar cualquier problema que hubo en esas semanas y así reemplazarlo por una felicidad abrumadora.
Draken se encargó de videollamar a todos sus amigos para presumir el enorme comunicado. Todos se encargaron de enviarles sus felicitaciones a la pareja y Emma tan solo pudo sonreír con dicha. Porque siempre soñó con tener una familia y brindar a su futuro hijo o hija una vida e infancia mejor que la que ellos tuvieron; una madre presente y que no le abandone como si se tratase de un trapo viejo; un padre que le cuide, conozca y con quien se divierta; y una verdadera familia que le de cariño y mucho amor.
Ambos deseaban brindarle una vida plena y feliz a ese retoño que vendría en camino.
Lo demás deseaba Draken decir que fue pan comido, pero en realidad solo mentiría.
Emma tenía apetito constante, por lo que casi todo el tiempo se la pasaba o cocinando o comprando alimentos para ella y el bebé. Por suerte la chica tenía misericordia y le compartía de su comida, aunque sea un poco. Luego, los mareos y las náuseas constantes que le impedían salir de la cama. Y, finalmente, los ataques de nervios. Iban de quejas porque la ropa ya no le entraban hasta lloriqueos y acotaciones a él, diciendo que ella no iba a ser buena madre, pues, como no tuvo a su progenitora la mayor parte de su vida, le aterraba cometer algún error.
Draken sentía que se le quebraría la cabeza por el estrés. Amaba a su esposa y siempre trataba de hacerle sentir mejor con caricias y palabras tranquilizadoras que, por suerte, daban resultado a fin de cuentas.
El pánico constante acabó en la mitad del último mes. Pues el quince llegó finalmente su pequeña. Así es, en las ecografías semanales que Emma tenía acabaron descubriendo que tendrían una niña. Eso mereció otro buen par de lágrimas.
Draken la sujeto una vez que los médicos la dejaron en la incubadora. Era tan pequeña que le daba miedo romperla, como si fuera de cerámica, y que con el mismo roce esta se quebraría. Sintió nuevas lágrimas deslizarse. Demonios, estaba hecho un llorón últimamente. Su yo pasado le hubiera dado un buen golpe. Pero estaba bien, Emma le había ayudado a expresar un poco mejor sus sentimientos. Y ahora sabía que nada malo sucedería mientras la tenga a ella y, también ahora, a su hija.
El traje protector comenzaba a asfixiarlo, después de todo no podía ingresar al hospital o a la incubadora sin uno. Pero de todas formas quería quedarse un rato más allí, admirando a su pequeña. Pudo distinguir una pequeña pelusa rubia sobre su cabecita. Quizá se parezca un poco más a Emma en el futuro. Esperaba que sí.
Lamentablemente, ser padre no significaba solamente ver a su hija dormir. No, claro que no.
Escuchó el llanto desesperado de Sofia. Eran como las cuatro de la mañana y sus vecinos tal vez tomen la decisión de hecharlos finalmente del departamento. Suspiró y marchó hacia la habitación de su pequeña.
—Ya, ya. Nena, tranquila, ya pasó —dijo un tanto adormilado. Tomó a la niña en brazos y la arropó suavemente, escuchando su llanto disminuir con su voz.
Sonrió débil. Tal vez ser padre signifique hacer sacrificios, como despertarse a la madrugada, o darle la comida adecuada, o quizá cantar una canción tonta y algo cursi para que por fin cierre sus ojitos. Pero nada de eso a Draken le molestaba. Ni a Emma. Tal vez fue el peor año de sus vidas, pero todo tenía un lado bueno. Y eso fue la llegada su hija.
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