vii. dos para comida
Vanitas caminaba temprano la dicha mañana del jueves, sus pensamientos iban de aquí para allá, rondando en Noé, y en la fiesta del día siguiente.
Había despertado de su sueño, uno de esos en los que prefería no levantarse pero que al final eran arrebatados de sus frágiles dedos; andaba por la cera, arrastrando más sus pies con el peso de su podrida alma. Pasó un automóvil y tenía una de las luces delanteras rotas. Un delgado hilo de luz deambulaba por el filtro polarizado de las ventanillas, y percibió el tono damasco de su color.
Tardó menos de dos minutos en desaparecer por completo. Las paredes de la facultad fueron los ojos magnánimos que lo observaban pasar hacia el interior de la facultad. Podía decir que reconocía este lugar más como su hogar que su propia casa.
Acomodó su bufanda roja, que le hacía brillar con una luz propia y realzaba sus rasgos oscuros de cabellos. Jeanne apareció por un lado, vestía otra de sus cortas gabardinas, esta vez, de peluche, y tono rosado. Tenía un lacito en un lado de su cabeza, y llevaba unas botas con calentadores blancos.
—Jeanne —la saludó.
Ella le correspondió sin mostrar del todo sus dientes. Tenía la nariz y las mejillas sonrosadas, probablemente debido al frío.
—¿Cómo te fue? —musitó ella—. Creo recordar que me mandaste un mensaje sobre una cita con el chico nuevo, ¿salió todo cómo esperabas? —le preguntó ella, mientras acunaba sus manos entre sus dedos. No tardaron en entrar al hall que los recibía y abrazaba con el calor de la calefacción.
Vanitas rememoró todo, la comida dos días antes, el restaurante dónde tuvo sus extrañas alucinaciones. El día siguiente en el que ambos fueron a su casa. Desde la buena compañía que tuvo con Noé, hasta el beso que formó una cicatriz en el labio superior del albino.
No sabía que tenía el chico, pero quizá era esa sobriedad y elegante apariencia la que lo había cautivado desde el principio; y Vanitas no solía perder tanto tiempo en demostrar afecto corporal a sus intereses. Pero, por alguna razón, en su pecho bailaba la sensación de querer escribirle un poema, esbozarle un dibujo, y ver cómo sus morados ojos deambulaban por sus palabras o trazos, y le hacían llegar emociones que no eran posibles de sentir, no al menos, con el poco conocimiento que tenían el uno del otro.
Todo iba genial, pero eso le acercaba a la sensación de qué algo malo acabaría pasando, puesto para él, y según su percepción de vida; las cosas nunca le salían como quería. Recordó que la chica había estado algo enferma, y por eso no había ido ayer y por ende, no le había podido contar nada.
Movió sus manos dentro de los bolsillos, y la miró. —Fue mejor de lo que esperaba. Noé es muy atento, fuimos a comer, estuvimos en un parque hablando y..., siento que eso nos unió más. Tanto..., que incluso ayer lo invité a mi casa a pasar el rato.
Jeanne abrió sus ojos. Ciertamente, Vanitas no le veía ningún signo de resfriado, y sabía que su piel colorada apenas era por el frío. La veía muy bien a decir verdad.
—¿Lo invitaste a tu casa? —preguntó, mientras subían las escaleras.
—Es lo que he dicho.
Vanitas bostezó ignorando la consternación en la chica. Viéndola de cerca, notaba que tenía la piel algo oscura en sus párpados, como si no estuviera durmiendo bien; y mientras lo pensaba, se dio cuenta de que muchos alrededor que iban por el mismo lado, parecían tener similares rasgos. Ojos somnolientos, cansados, bostezos alargados.
—Deberíais tener cuidado, no es oro todo lo que reluce —le dijo.
Vanitas alzó sus cejas. Con Dante, esta era la segunda vez que le decían algo así.
Al llegar al aula, ambos se sentaron cerca de la ventana, pues al de cabello de ébano le encantaba ver la ciudad, bajo ese cielo nublado dónde el sol parecía anunciarle como siempre que era su enemigo.
No dijeron nada más, pero tampoco tenía ganas de hablar con ella.
Noé era especial, a su forma y le encandilaba que su relación estuviera teniendo más avances. Sinceramente, le gustaba mucho. La forma en qué movía sus manos al escribir; su cabello blanco; esa aura misericordiosa y fantasmagórica; los labios que encajaban a la perfección con los suyos; su hablar de niño rico y la historia de su origen.
Miró por la ventana. Hoy solamente tenía la segunda hora con Noé, así que, todavía quedaba rato para verle.
Pero, sinceramente se cuestionaba el porque Jeanne pensaba eso de Noé.
—¿A qué venía lo de antes? —le preguntó, mientras el maestro hablaba con unas diapositivas del año 2020.
Ella, quién apuntaba en una libreta color rosa y páginas blancas, tensó sus manos blancas. Sus amarillos orbes lo miraron, pero Vanitas desde su corta distancia, comprendió que aquí había mucho más de lo que se decía; lo veía en sus ojos aterrorizados, subyugados.
—Simplemente... me da la sensación —ella respondió.
—Jeanne... —habló de nuevo el de azules ojos, posando sus delgados dedos sobre el escritorio—, ¿no conocerás a Noé desde antes, verdad? Cuándo os presenté, recuerdo no ver mucha sorpresa en tus ojos.
La chica sonsacó alguna excusa barata sobre qué lo habría visto en las redes de alguna amiga, y esa conversación murió en dicho instante. Por lo que sabía Noé no tenía celular, pero imaginaba que algún conocido suyo si habría de tenerlo.
El tiempo pasó, con una agonía lenta, y los pies de Vanitas ya se habían dormido. Distraído con la ventana, se fijo en una chica de cabellos rubios que caminaba junto a un chico, reían y se empujaban jocosos, pero de un momento a otro, el color de la chica y su larga melena se convirtió en una negra. Ya no iba con un chico, sino con otra amiga, mientras leían libros que hasta hacía un momento, habían sido inexistentes.
Se rascó los ojos, extrañado. ¿Serían otra vez sus alucinaciones? ¿La esquizofrenia estaba tomando más forma y fuerza, hasta el punto de molestarlo en su día a día?
Se sintió algo incómodo, y pidiendo permiso salió al baño, veinte minutos antes de terminar la clase. Caminando por el largo pasillo, encontró la puerta de madera, algo pesada sino aplicaba fuerza para abrir. Sosteniéndose del lavamanos, estaba algo asustado. Revisando sus bolsillos, se encontró unas pastillas.
Las había tomado del botiquín de su madre. Nadie en su familia había sufrido de esta enfermedad, pero, Luna, siempre tan hipocondríaca, había comprado pastilleros para todo. Incluso para esquizofrenia. Nunca las había tomado, le daba miedo perder sus sueños; cuyos lo habían ayudado a seguir en aquel mundo sin amor. Pero, esto estaba tomando un camino por el que le daba miedo seguir, y justamente, era cuándo Noé había aparecido en su vida.
No quería asustarlo, no quería perderlo, ¿pero eso le costaría sacrificar a los sueños en los que era feliz y amado? Por no sólo ignorar el hecho, de tomar medicación sin receta.
Por un momento, las emociones embriagaron su corazón, lo golpearon y abrumaron.
¿Por qué no había podido nacer como un chico normal, no uno que tuviese sueños imposibles de pasar?
Su respiración se aceleró, y mirando el bote naranja de pastillas, se sintió disociado. El miedo atacaba sus dedos, ahora temblorosos y el sudor recorría su sien. Golpeó, de improvisto el cristal, haciendo pedazos su reflejo.
Los cristales cayeron al suelo, y de su mano brotó sangre. Mientras las pastillas seguían aferradas a su mano izquierda. Su rostro se contrajo en tristeza.
Deseaba tanto ser normal.
Regresó media hora después al aula, la clase ya había terminado, pero el profesor no había llegado aún. Si tardaba cinco minutos más, se iba para casa. Esquivó a chicos que salían riendo, y viendo su mano derecha, vendada gracias a la sala de urgencias en el piso inferior, caminó sin ganas de nada. Las pastillas aún seguían en el bolsillo de sus pantalones.
Mientras subía a su mesa, compartida con Jeanne y cuatro asientos más, incluyendo el suyo, vio a Noé. Estaba hablando con la chica, ambos de pie. Noé tenía el ceño fruncido y Jeanne parecía... obediente ante el hombre.
Notaron de inmediato su presencia, y como si sus máscaras de yeso hubieran aparecido, se sonrieron y bromearon por lo alto. Vanitas no le tomó importancia, estaba algo cansado hoy. No era un buen día.
—Vanitas —le saludó el albino al verlo acercarse a la mesa.
Noé vestía una gabardina burdeos oscura, suéter negro y pantalones de traje. Siempre atractivo, haciendo alusión a su inútil reflejo. Se sentía vastamente inferior y no merecedor del chico de cabellos níveos. No se merecía involucrar con alguien que estaba loco.
Tenía el bolso aún puesto, y no parecía querer sentarse. Optó por sonreírle.
—Parece que te vas, ¿a dónde hermoso ángel? —preguntó Vanitas, también a modo de saludo.
Noé esbozó una sonrisa y sus ojos se movieron rápidos de arriba a abajo, quizá también por las esquinas de las mesas.
—Venía a saludaros, pero no podré asistir a la clase de hoy —le dijo con la suavidad en su voz.
Vanitas deambuló sus ojos por los guantes de cuero que llevaba, y por la cicatriz sobre su labio superior. Una línea recta y pequeña en su lado derecho. Todo le quedaba bien a aquel hombre.
—¿Has venido hasta la facultad... sólo para saludarme? —cuestionó Vanitas con su pecho algo alentado, mientras las marcas oscuras bajo sus ojos se marcaban.
Noé lo miró unos instantes, cómo si fuera capaz de leer la tristeza en él.
—Sí —le sonrió sutilmente, remarcando esa cicatriz en su labio perfecto. Miró el reloj en su muñeca y se encaminó hacia las escaleras dónde se encontraba Vanitas. —He de irme ya..., ¿nos veremos mañana entonces?
Vanitas tuvo que inclinar su cabeza sutilmente para verlo con delicadeza a los ojos. Apretó sus manos dentro de los bolsillos, y acercándose al pupitre, tomó su bolso y sus cosas con rapidez.
—Vámonos juntos..., necesito algo de aire y no estoy animado para otra clase —añadió Vanitas con sus azules ojos algo decaídos.
Noé asintió y Jeanne, al contrario, no objetó nada al quedarse sola en los pupitres. Vanitas bajaba las escaleras con Noé, ignorando la mirada de los amatistas ojos, llenos de advertencia en la muchacha; y el de cabello azabache, se despidió de ella con sólo un alzar de manos.
Cruzando el umbral de la clase, y viendo que el maestro estaba entrando, dejándoles una mirada de curiosidad, se fueron a la escaleras.
—¿Os encontráis bien? —le preguntó el albino.
Vanitas iba algo cabizbajo y apretaba las vendas de su mano en el bolsillo. Ciertamente no lo estaba, y eso le jodía bastante al quizá tener una apariencia de mierda con el chico que le estaba gustando, pero era humano al fin y al cabo..., y así era él. Con un corazón lleno de alquitrán.
—La verdad no... pero con un café se me pasará —musitó Vanitas viendo los amatistas ojos.
La profundidad de su mirada llegaba a transmitir una cercanía, y un cariño del que Vanitas era incapaz de comprender. ¿Por qué parecía que lo conocía, que sabía leer su corazón herido?
—Aunque me encantaría acompañaros, me es imposible. Un asunto de verdadera importancia me requiere —respondió Noé mientras bajaba con él las escaleras.
Vanitas mostró una mueca suave, mientras acariciaba la barandilla, que producía cierta electricidad al rozarla con sus dedos.
—Ya es demasiado para mí que vengas sólo a saludar y avisar sobre porque faltáis, y eso es más que suficiente, Noé. Nunca nadie se había tomado tanta importancia conmigo..., ¿sabes?
El albino, con su perfecto cabello lleno de ondas, lo esperó al bajar el último escalón. Miró su piercing, y la bufanda que realzaba sus rasgos.
—Si pudiera hacer más, lo haría... me encanta compartir tiempo a vuestro lado —le dijo con esos ojitos morados brillando.
Vanitas llegó hasta su lado, teniendo que inclinar su cabeza para verlo debido a la diferencia de alturas. —¿Tanto he llegado a vuestro corazón en menos de una semana? —bromeó.
La mirada de Noé se llenó de un sentimiento que aunque no pudo expresar con palabras, sentía como si una pequeña luz iluminase en la vasta negrura que lo ahogaba progresivamente. El más alto lo miraba como si de una estrella misma se tratase. Su pelo cubierto de un velo nítido de oscuridad que se tragaba la luz caucásica del cielo.
¿Cómo Noé podría acorralar con suavidad, y ternura, a un ser humano de huesos intocables?
Alzó su mano, queriendo rozar su piel, pero dudando con sus dedos, se limitó a acariciar su cabello oscuro. —Lleváis en mi corazón más tiempo del que creéis —le respondió, quizá, con sus ojitos llenos de una acuosa brillante.
Vanitas se extrañó, y como un reflejo de su memoria, el aroma cálido de Noé se adentró en su sangre, y nuevamente se sintió como en su infancia... en aquella casa del campo dónde fue feliz. Era un aroma familiar, y extrañamente, Noé se le hacía conocido. No de estos días, sino de hacía mucho tiempo ya.
Por otro lado, y teniendo en cuenta la situación actual, se sonrojó súbitamente y apartó la mano de Noé de su cabello. Dándose la vuelta, se encaminó un poco a la salida del hall, y respiró el aire frío de la calle. No tardó en sentir la presencia de Noé detrás suyo.
Bajaron juntos la entrada. Vanitas veía de reojo a Noé, y ahí fue cuándo se dio cuenta de algo. Probablemente estarían a menos de un grado, y hacía mucho frío; de sus propios labios salía un vaho nubloso, pero de los de Noé no salía nada. Era como si no tuviera temperatura corporal o, como si estuviera tan frío como el día de hoy, cosa que negaba, pues cuándo se tocaban, era cuándo sentía cómo su piel quemaba.
¿A qué se debía esa anomalía?
—Ten —le dijo Noé, sacando un sobre de envoltura negra con un sello de cera. Sí, de esos que se ven en las películas. Con el símbolo de una calavera.
Vanitas, extrañado, lo tomó. —¿Qué es.... —comenzó a decir en el aire, pero fue callándose al ver su interior.
Tenía un fajo de billetes. De esos que te hacen abrir la boca, y de números grandes.
—Noé —regresó a hablar—, ¿Qué es esto?
Le cuestionó con la mirada desorbitada, y viendo el número de billetes totalmente fuera de lugar.
—Para que toméis algo por ahí, comáis en condiciones y os compréis algo bonito para la fiesta de mañana —le respondió el chico sin lunares en el rostro, y de mandíbula marcada.
Vanitas entreabrió sus labios, confundido, y añadió: —¿Qué os esperáis que lleve la gente, vestidos de galas? —bromeó.
Noé lo miró confuso. —¿Etiqueta?
Vanitas tapó sus labios, quiso reírse pero fue tan lindo que se murió de ternura. No quería dañarle la ilusión al chico, pues este pensaba que eran cosas de gala, de esos de ricos que van bien vestidos, y tuvo una grandiosa idea. Movió el piercing bajo su labio y con un vistazo de arriba a abajo, no esperó a cumplir con sus pensamientos.
Le regresó a tender el sobre con el dinero, tomó su celular y aún al frente de él, llamó a Dante. Noé escuchó cómo lo llamaba calvo y le decía que la fiesta tenía que ser con vestidos de galas, aunque fueran de esos disfraces baratos. Escuchó cómo su amigo le gritaba y le decía qué cómo se le ocurría pedir eso un día antes de la fiesta, y tras insistencia y una larga discusión, al final se vio aceptando.
Colgando su celular, Vanitas miró sonriente a Noé habiendo consiguiendo obtener un resultado en el que no tenía que decirle al chico de su erróneo saber sobre la vestimenta en las actuales fiestas. Pero, recordó el fajo de billetes que este le había dado, y carraspeando, le dijo:
—La fiesta será de gala, no te equivocabas Noé, pero no puedo aceptar todo ese dinero. Me sentiría culpable...
Noé se negó y regresó a tenderlo. —No os preocupéis Vanitas, es sólo un regalo. Tomadlo como queráis, y si os sobra, entonces me lo devolvéis si así os sentís mejor —le dijo con una sonrisa—. Pero quiero que lo uséis, por favor.
Vanitas deambuló sus ojos inconforme, y regresando a tomar el sobre, ni siquiera pudo sentirse humillado ante el rico ligue que se estaba echando. No se lo decía con autoridad, ni creyéndose más..., se notaba que lo hacía sin mala intención, aunque le estuviera dando tanto dinero como si se tratase de papel higiénico.
—Nunca nadie había tenido un detalle como este conmigo —le respondió algo avergonzado—, prometo no gastarlo todo.
Noé acarició la coronilla de su cabello oscuro con una sonrisa. —Incluso si lo hacéis, es mi regalo para vos.
Guardando el sobre, lo miró con las pestañas espesas realzando sus azules ojos, ahora mucho más animados. —¿Tienes uno para ti?
Noé asintió, y regresó a mirar su reloj de agujas, que cubrían los tatuajes de su muñeca. —No os preocupéis, Vanitas. Ya tengo el mío. He de irme ya, puede que mañana tampoco asista a las clases, pero en todo caso iré a recogeros a vuestra casa una hora antes, para que vayamos juntos a la reunión. ¿De acuerdo?
Vanitas asintió. Se sentía algo mimado por Noé, y lo vio entonces acercarse y darle un beso en la frente, sobre su cabello, por ende no tocando su piel blanca. Vanitas no hizo más que ver la cicatriz sobre su labio superior, recordando que se debió a su beso.
—Nos veremos mañana, Noé... y gracias, de verdad —le dijo con las mejillas algo pintadas de rosa.
El más alto no hizo más que sonreír, y se marchó por la calle contraria a la que iba Vanitas. Iba con mucha prisa porque desapareció completamente de su vista en cuestión de segundos. Suspirando en alto, sintió su corazón aleteado. ¿De dónde había salido ese ricachón y porqué de entre todos los jóvenes, se había fijado en él?
—Veré que encuentro por ahí —contestó al aire, colgándose el bolso sobre su hombro. Le dolían las piernas, quizá era por mantenerlas cruzadas durante tanto.
La calle dormía debajo de un glacial hecho de nubes engrosadas por un sinfín de lágrimas tormentosas. Era pacífico, aunque no le gustase el frío o salir a caminar bajo la amenaza de terminar empapándose.
El centro de la ciudad bullía con vida. La multitud se movía como un río caótico por las calles principales, mientras los escaparates brillaban con luces cálidas y ofertas llamativas. Vanitas avanzaba con calma, una bolsa colgando de su brazo, fruto de su última compra en una tienda de ropa que había captado su atención.
Tras varias horas de incesantes tiendas, y milagrosamente agradeciendo que no había mucha gente a esas horas de la mañana, encontró el traje perfecto. Uno que realzaba la gala, pero era a su vez algo coqueto y delicado; si le había costado tal cantidad dinero, debía valer la pena sacarle los ojos a Noé con lo guapo que se iba a ver.
Al principio, ha de decir que las dependientas fueron maleducadas al principio. Imaginó que dio esa impresión que, Julia Roberts causó al querer entrar en una tienda carísima con su aspecto, no las culpaba. Un chico de piercings, y ropa estilo callejero daba mucho que pensar; pero cuando se probó varios trajes y pagó con uno de esos billetes, todo quedó en sonrisas amables y palabras aduladoras.
Shibuya. Shibuya. Una ciudad amontonada de gente, no importando la hora. Pero no le molestaba el ruido, era de esa clase de personas. Le gustaba y deseaba incluso, poder perderse entre sus calles preñadas de luces, que asemejaba con las cenizas de un viejo incendio. Esperaba que alguien viniese a rescatarlo, aún sabiendo que sería difícil sacarlo de ese pozo. La imagen de Noé apareció en su cabeza, y con el interrumpir de su estómago al tener hambre, sonrió.
Su mal día, se había alegrado con las acciones del albino.
Los semáforos y las calles eran ruidosas y agitadas, pero había algo en su mente que lo mantenía en calma: la idea de llegar a la pequeña cafetería/restaurante que frecuentaba desde hacía meses. Ese lugar era como un refugio para él, un rincón donde el bullicio del mundo se desvanecía y el aroma a café recién hecho lo envolvía como un abrazo. Lo había conocido en una tarde con Dante, y desde ahí se enamoró de la tranquilidad y lo estético que habitaba por sus cuatro paredes.
Cerca de este local, hay un edificio que pronto será una escuela. Los barrotes que están pintando de gris, pareciera que sangran herrumbre irregular, y hay tantos huecos por el edificio que de noche, seguramente, adquiría el aspecto de rellenarse de cuencas vacías que observan a la gente.
Al entrar al local, el ambiente lo recibió como siempre: luces cálidas, muebles de madera que crujían al sentarse, y una decoración sencilla pero acogedora. A pesar de estar en el centro, la cafetería tenía una intimidad casi mágica, como si cada visitante fuera un viejo amigo. Esperaba que con esa nueva escuela, no fuese a perder su introversión a ojos ajenos.
—Vanitas, buenos días —lo saludó la camarera de siempre, una mujer amable que siempre sabía exactamente cómo le gustaba su café. De una edad algo entrada, con su cabello vino recogido en un alto moño—. Lo de siempre, ¿verdad?
Era gracioso pensar que lo conocía más una mujer de una cafetería que su propia madre.
—Por supuesto. Pero añade ese bizcocho que trajeron la última vez..., ese sin azúcar —respondió Vanitas con una sonrisa ligera, dejando sus bolsas junto a una de las mesas que estaban cerca de la ventana. También dejó el bolso de la universidad.
Con exhausto suspiro, la sonrisa no se borraba de sus labios. Noé era como un dulce ángel que había descendido del cielo, para sanar su triste y monótona vida. Al caer en la silla, miró alrededor, notando que había un par de caras nuevas entre el personal. Un par de meseros jóvenes, que probablemente eran temporales, se movían de un lado a otro con bandejas llenas. Aunque no quería que este local se hiciese conocido, sabía que nueva clientela era lo mejor para que no la fuesen a cerrar. Y le gustaba ver que había trabajo.
Pero no prestó demasiada atención a los nuevos trabajadores, hasta que su café llegó.
—Aquí tienes: un café con un toque de vainilla y el bizcocho que te gusta. Que lo disfrutes —le dijo el mesero.
La voz era grave, con cierto timbre delicado, y cuando levantó la vista, su corazón se detuvo.
—¿Noé?
El aire se atascó entre sus dientes al detallarlo. Era la razón de sus sonrisas y corazón aleteado, pero desconocía el porqué de ocultárselo.
El chico que estaba frente a él se parecía a Noé, pero, cabía recalcar que era distinto a su forma. Vestía el uniforme de la cafetería: camisa blanca de manga corta, chaleco marrón y un delantal oscuro que llevaba con sorprendente naturalidad. Su cabello blanco estaba hacia atrás, con estilo que te dejaba con la boca abierta. Se veía muy atractivo. Pero el aura y ciertas cosas, le hicieron dudar de si era su Noé. Pues, esa imposición de hombre, esa determinación y aura llena de intimidación y que te hacían dos veces pensar antes de hablar, estaba muy lejos en este chico.
Por otro lado, Noé no llevaba sus guantes ni sus habituales anillos, y sus tatuajes no se veían. No tenía directamente. Sus manos estaban descubiertas, perfectas, como si nunca hubieran conocido el peso de algo más peligroso que una taza de café.
Y lo más desconcertante era la falta de la cicatriz en su labio, aquella que había visto horas antes y, sus gafas. Unas lentes de montura fina enmarcaban sus ojos, suavizando su habitual mirada intensa. Vanitas nunca había imaginado que Noé pudiera necesitar gafas, pero ahí estaban, dándole un aire completamente distinto. Por lo que había visto, en las clases veía muy bien desde lejos la pizarra; aunque desconocía si llevaba lentillas.
Este tenía toda la pinta de nerd, y de chico bueno. ¿Acaso el chico que conocía en la universidad, era su Doppelgänger? ¿O es que adoptaba diferentes personalidad fuera en la calle?
—¿Disculpa? —respondió el jodido muchacho, igual a su Noé, mirándolo con una mezcla de curiosidad y confusión.
Vanitas parpadeó, intentando procesar lo que veía. ¿No sería su cabeza jugándole una mala pasada, y haciendo que cualquier otro chico haya adoptado la carita de Noé?
Tuvo que pellizcarse y limpiar sus ojos. En la mañana recuerda ver cómo dos personas por la ventana, cambiaron totalmente de género y aspecto, así que no estaba muy descabellado pensar que era su propia mente. Nada cambió tras sus extraños rituales.
—¿Qué haces aquí? ¿Es una especie de broma? —le cuestionó el de cabello azabache, al notar que la imagen no cambiaba.
Tenía la misma musculatura, quizá un poco más delgado.
—¿Perdón? —El chico inclinó ligeramente la cabeza, su expresión desconcertada.
El aire ligero y coquetón de Vanitas se encendió automáticamente, intentando lidiar con la incomodidad de la situación, y pensando que Noé sólo le estaba jodiendo un poco.
—Vaya, nunca pensé verte sirviendo café, y mucho menos... así. —Hizo un gesto vago hacia las gafas y el uniforme—. ¿Es así cómo consigues el dinero y me has dado todo eso, para comprar mi traje?
El chico frente a él rio suavemente, pero no era la risa profunda y controlada de Noé. Era tímida, casi nerviosa. Parecía muy primerizo en cuánto a hablar con él, como si nunca lo hubieran hecho. Como si ayer, literalmente se hubieran comido la boca.
—Creo que me confundes con alguien más. Sí, mi nombre es Noé —le dijo, cruzando sus manitas nervioso— Soy nuevo aquí.
Vanitas lo miró, incrédulo.
—No. No te confundo, es decir, eres Noé —repitió lentamente, como si el nombre fuera un mal chiste.
—Sí... Noé. ¿Y tú eres...? —le cuestionó. Vanitas vio su rostro serio, fijo, y se dio cuenta que esto estaba lejos de ser una broma.
Se quedó en blanco por un momento, buscando rastros del Noé que conocía en la mirada del chico. Pero algo estaba definitivamente mal. Para evitar ese momento incómodo, la posible broma o la mierda que fuera eso, decidió seguirle el juego, aunque solo fuera para ver hasta dónde llegaba esta farsa.
—Vanitas —respondió, con una mueca suave.
—Encantadísimo de conocerte, Vanitas —dijo Noé con una sonrisa amplia, extendiéndole una mano.
Vanitas la tomó, notando que la calidez de su piel era diferente. Más humana. Más normal, y que más allá de ello, no se quemaba al tocarlo. ¿Qué demonios era todo eso?
Vanitas le devolvió la sonrisa, removiendo como su vicio y veneno el piercing; lo vio tropezar un poco al no quitarle la vista de encima, con esos ojos embelesados al verlo, y continuó con su trabajo. Era torpe, pero así no era su Noé.
Entrañado, revisó su celular, queriendo quitarse ese mal trago, que le atascaba el aire. Comió, callando su estúpido estómago, y cerca de acabar, la camarera que conocía desde hacía algunos meses, le trajo otro café amargo, con unos caramelos de vainilla. Le dijo que el chico le había invitado a eso, y que a petición suya, si podía esperarlo hasta su descanso.
Vanitas aceptó. Estaba seguro de que Noé sólo le estaba gastando una broma, y que, cuándo tuviera su descanso, le diría toda la verdad. En el transcurso de su larga espera, pensó millones de explicaciones para esta situación. Era una chanza, de eso estaba seguro; los tatuajes se los habría tapado con maquillaje, la cicatriz también. El que su piel no se quemase al tocarlo..., eso no supo hallar algo que lo pudiese explicar, más que quizá el clima, o que llevaba guantes de látex muy finos y transparentes...
Dante le envió un mensaje diciendo que todo estaba arreglado, y que incluso Johann había comprado trajes de más para lo que no se hubieran enterado o, no tuvieran tiempo de encontrar algo.
No quería pensar. De por si, los humanos eran seres muy frágiles y sencillos, pero que intentan estar preparados para aparentar, y deshacerse entre los días de sus pesares, llorando en la almohada. Él no era diferente.
El café invitado estaba mucho más rico que el primero, y eso le sacó una sonrisa. No notó cómo el nuevo chico, curioso, lo veía desde la cocina sonrojado y con el corazón agitado.
Llegó entonces el momento del descanso, y cuándo la gente dejó de llegar o los demás trabajadores se turnaban para comer, el chico se acercó a su mesa. Quería descansar un poco. Se acomodó en la silla frente a Vanitas con una taza de chocolate que parecía demasiado grande para sus manos, y el aura oscura y magnética que Vanitas asociaba con Noé estaba completamente ausente. Era más bien dulce, tierna.
Seguro que le iba a decir que era una broma, y que le avergonzaba que supiera de su trabajo.
—Entonces, ¿Qué te trae por aquí? —preguntó Noé, acomodándose las gafas con un gesto que Vanitas nunca habría imaginado.
Parece que continuaba con su chanza. Y Vanitas no sabía cómo sentirse al respecto.
—Compras. Y... ¿tú siempre trabajas aquí? —preguntó el de piel más blanca, intentando que su tono sonara casual, aunque por dentro estaba al borde de la confusión total. Miraba las manos nerviosas del moreno, o su afán por echar su cabello hacia atrás.
—Desde hace unas semanas. —Noé sonrió, tímido—. Es un trabajo tranquilo. Me gusta observar a la gente, ver cómo disfrutan cosas cómo tomar café. Es divertido, y pagan bien.
Vanitas arqueó una ceja. Ese definitivamente no era el Noé que conocía. Y, bien era cierta que desde hacía meses no se acercaba a este local, pero, estaba seguro que sus sentidos no se equivocaban. Este no era el mismo chico que llevaba un rubí colgando, o un anillo de calaveras.
—¿En serio? —se burló suavemente, apoyando la barbilla en una mano—. Pensé que preferías cosas más... intensas. Después de todo..., ¿vienes de una familia adinerado, no?
Noé lo miró con curiosidad genuina, y la mueca amable no se borraba de sus labios. Se inclinaba vagamente para ver al chico de lunar y piercing.
—Tengo muy mala memoria a decir verdad, una vez incluso me perdí durante cuatro días en el parque, y no podían encontrarme —echó una risa agradable—. ¿Nos hemos visto antes?
Vanitas acompasó la risa con menos diversión; había una nota de incomodidad en su voz.
—Eso parece, ¿no? —le dijo, viéndolo con sus azules ojos.
El chico realmente se parecía un huevo, quizá era de esos gemelos que dicen que tienes perdidos por el mundo... o quizá era un hermano que su Noé desconocía. Lo que notaba, era que el chico parecía encandilado con él.
Pero la conversación dio un giro aún más surrealista cuando Noé sacó un pequeño papel del bolsillo de su delantal y escribió algo en él. Lo deslizó hacia Vanitas, que lo tomó con desconfianza.
—Mi número, agrégame si gustas —le dijo—. Tengo el móvil cargando dentro. —dijo el albino, con una sonrisa que parecía sincera.
Vanitas lo miró, sorprendido.
—¿Tú usas redes sociales? ¿Teléfono móvil?
Noé se encogió de hombros.
—Claro. ¿Por qué no habría de hacerlo?
Vanitas sintió que el mundo daba un vuelco. El Noé que él conocía no tenía móvil, a no ser de que le hubiera mentido; cosa que no creería pues nadie se tomaría de ir hasta la facultad para avisarle de que no podía ir, teniendo la facilidad de la tecnología. Pero aquí estaba este chico, que parecía Noé, hablándole como si fueran completos desconocidos y actuando de una manera completamente ajena a lo que él sabía. Tenía móvil, podía tocarlo, y no tenía tatuajes.
Hablaron un poco más, conoció que el chico creció en la ciudad. Que tenía dos hermanos, y su padre lo había adoptado; eran humildes y entre todos ayudaban en casa con trabajitos como este. Cosa que para nada era lo que Noé, el suyo, le había contado.
Tuvo una idea, después de mandarle un mensaje y agregarlo; también le solicitó amistad e las redes, y el chico le dijo que más tarde lo aceptaría. Cuándo se levantó para volver al trabajo, Vanitas le comentó sobre su idea, y este aceptó ilusionado de quizá ver que sí había interés en él.
Tras eso, Vanitas se quedó solo en la mesa, mirando el número en su celular y sintiendo que algo en el universo había cambiado de manera abruptamente inquietante.
||
Je. Je. Je. No digo nada más que, ¡feliz año!
Muchas dudas, más preguntas y nos leemos en el siguiente aaaa.
all the love,
ella.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro