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v. comida para dos


El aula estaba sumida en una ligera penumbra, las luces parpadeaban ocasionalmente debido a la tormenta que rugía afuera, de un momento para otro, la lluvia había decidido saludar y besar sus cristales. Jeanne, nuevamente sentada a un lado de Vanitas, lo observaba con la atención de alguien que intentaba reunir el valor para decir algo importante. 

Mientras, el profesor se perdía en una lección sobre literatura clásica, ella inclinó ligeramente la cabeza hacia él y susurró:

—Oye, Vanitas... ¿Has pensado en lo que te escribí el otro día?

Él, distraído mientras garabateaba dibujos abstractos en su cuaderno, respondió sin mirar:
—¿Qué cosa?

No se daba cuenta, pero sus garabatos eran extrañas formas y bosquejos que trataban de asemejarse Noé, a esa sensación de nihilismo que le profesaba. Ni siquiera sabía si era creyente de algo, pero..., sospechaba que carecía de todo valor moral. Más allá de la creencia de religiosos, el chico le producía algo extraño en su estómago.

Jeanne se sonrojó, aunque intentó mantener su tono tranquilo.
—Sobre... salir a comer. Quiero decir, juntos. Podríamos probar ese lugar nuevo cerca de la plaza. Escuché que hacen unas tartas increíbles.

Vanitas levantó la mirada al fin, arqueando una ceja.
—¿Tartas? No soy mucho de dulces. Pensé... que ya lo sabías.

Ella dejó una risa nerviosa, jugueteando con un mechón de cabello.
—No tiene que ser tarta. Lo que quieras, de verdad. Solo pensé que podríamos pasar un rato agradable... juntos, ya sabes... como siempre —le tira, bajo una mirada algo indecorosa de esos ojos dorados.

La insinuación era evidente, pero Vanitas, fiel a su naturaleza, optó por ignorarla. Se inclinó hacia ella con una sonrisa despreocupada.
—Suena bien, Jeanne, pero hoy no puedo. Ya he quedado con alguien —respondió con felicidad—, sabes que no suelo compartirme entre dos, si hay posibilidad de algo serio.

Vanitas no lo escuchó, pero el corazón de la muchacha se había roto. Eso quería decirle con todas las letras, que nunca había habido alguna posibilidad con ella, pues sino, desde sus acercamientos, habrían tenido algo hacía mucho tiempo.

El rostro de Jeanne se contrajo, aunque intentó disimularlo.

—¿Con quién? —inquirió apretando sus regordetes y rosados labios.

—Con Noé —respondió Vanitas con naturalidad. Cerró su cuaderno y se estiró en su silla—. Vamos a comer después de clases. Es el chico de esta mañana que te he presentado.

Jeanne se quedó en silencio unos segundos, procesando la respuesta, antes de forzar una sonrisa.

—¿Tienes intención de formalizar una relación con él? —preguntó ella, algo molesta.

—Hmm —Vanitas desvío sus azules ojos, viendo al profesor con calva, señalar una diapositiva—. No lo sé, puede que sí, puede que no. Aún lo estoy conociendo..., pero sí que me atrae mucho.

—Entiendo..., Vanitas, sí cambias de idea, tan solo dame un toque.

Vanitas no notó el ligero temblor en su voz mientras comenzaba a recoger sus cosas, justo cuando el timbre anunciaba el fin de la clase.

A la salida, después de largas dos horas en las que la inquietud de Vanitas y la ansiedad por saber como iría esa pequeña quedada, no lo había dejado atender bien a la clase, se alistó.

Despidiéndose de Jeanne, salió corriendo por las escaleras; por supuesto, antes entrando al baño, arreglándose, y echándose colonia por todas partes, bálsamo de labios y comiendo un caramelo de menta. También avisó a Dante de que saldría con el muchacho y, de que iría a la fiesta el viernes. Todo le estaba yendo perfectamente bien..., y eso lo hacía sentir mejor de no pensar en su real situación en casa.

Noé, bajo las escaleras de la entrada, estaba apoyado en una pared cercana al portón de la facultad, con su apariencia impecable y ese aire tranquilo que siempre lo acompañaba. Cuando vio a Vanitas, alzó la mano con un gesto casual.

Ahora no dejaba a la vista sus manos, vestía esos mismos guantes sobre su pulcra piel. El cabello blanco relucía bajo el nublado cielo, y el paraguas que cargaba, cubrió a ambos de esa, para nada, suave lluvia.

—¿Preparado? —le preguntó al llegar a su lado, con ese delicado tono de voz; no llevaba el maletín de esta mañana y, vestía su mismo y espectacular cuello largo burdeos, y gabardina negra.

Vanitas asintió, ajustándose la bufanda alrededor del cuello.
—Más que listo. Aunque el tiempo nos lo haya fastidiado un poco... —soltó, sonriéndole con suavidad—. Por favor dime que no vamos a un lugar ridículamente caro, porque pareces sólo acudir a esos.

Noé sonrió, pero no aclaró nada mientras empezaban a caminar por las calles mojadas.

Caminaron un poco, Noé le preguntó sobre su otra clase, y Vanitas se inventó todo lo que había pasado, porque no atendió una mierda.

Noé no hizo más que reírse, y con una sonrisa, que hacía derretirse al joven de cabellos oscuros. Sentía que ver esa cara esculpida por los dioses, ese destacable color blanco en sus pestañas, cejas y cabello, era casi como cometer un pecado.

Se preguntó dónde también tendría cabellos blancos.

 Vanitas también le preguntó por lo que había hecho, y Noé se limitó a responder que había ido a una librería. Nada más.

Finalmente, y aunque Vanitas no quería despagarse del musculoso brazo que sostenía la sombrilla, y que, además se había tomado la molestia de cargarle el bolso, entraron a un pequeño restaurante al final de un callejón angosto. La fachada estaba oscurecida por el musgo y la humedad, y las ventanas apenas dejaban escapar un débil resplandor amarillento. 

Vanitas lo miró con desconfianza.

—Sé que dije que no quería uno de aspecto carísimo... pero tampoco uno de mala muerte —respondió Vanitas.

El albino sonrió, recogiendo el paraguas, y dejándolo en la entrada. Se acomodó sus cabellos blancos hacia atrás, para solo dejar algunos mechones recaer de nuevo en su frente.

Vanitas no hizo más que tragar grueso viéndolo. Siempre había considerado que había que huir del entumecimiento emocional para despertar en un mar de sensaciones. Y creía..., por fin haber encontrado ese océano vasto y azul.

—Confía en mí —le dijo Noé, empujando la puerta. El más blanco lo miró con cierto reproche, pero absteniéndose y dejando una mirada cuidadosa antes de entrar, la tentación que bailaba sobre ese hombre, lo hizo dar dos pasos antes de seguir pensando.

El interior era cálido, aunque la decoración tenía un aire inquietante. Las lámparas colgaban bajas, proyectando sombras alargadas sobre las mesas de madera. Apenas había unas pocas personas comiendo, todas inmersas en sus propios mundos.

Una camarera de aspecto pálido los recibió, llevándolos a una mesa cerca de una esquina. Mientras se sentaban, Vanitas sintió un ligero escalofrío, pero lo ignoró.

—¿Por qué este sitio? —preguntó, hojeando el menú, viendo como Noé dejaba colgado en su propia suya, su bolso de pines. Eso le hizo rascarse la mano izquierda, y pensar que ante ese elegante sujeto, él no era más que un friki ser, hundido en la desgracia.

—Es tranquilo —respondió Noé sin levantar la vista del plástico que señalaba los distintos platos.

Noé atrajo a la camarera, y pidió dos café lattes, bien cargados. Otro de los favoritos de Vanitas, y que aseguraba, que Noé lo estaba todo adivinando.

Entonces, se quitó la gabardina, y Vanitas pudo vislumbrar sus brazos anchos, marcados y musculosos bajo esa blusa de franela y cuello largo. Vestía un colgante de un joya rubí en su pecho..., pero con esos tremendos pectorales a la vista, Vanitas no pudo centrarse en nada.

«¿De dónde demonios había salido semejante bombón?».

Cuando la camarera regresó con sus bebidas, Vanitas comenzó a notar algo extraño. Como si... fuera de lo caliente que se había puesto viendo a Noé, hubiera una pesada sensación en todo el local. Y pese a ser más bonito y agradable de lo que se aparentaba en el exterior, había algo.

Las personas en las mesas cercanas, que al principio parecían completamente normales, empezaron a mostrar pequeños detalles que lo hacían dudar. 

Un hombre al fondo del restaurante tamborileaba los dedos sobre la mesa, pero sus uñas eran demasiado largas, casi garras. Una mujer en la mesa más cercana a la suya parpadeaba con demasiada rapidez, sus pupilas se contraían como las de un gato.

—¿Notaste eso? —susurró Vanitas, inclinándose hacia Noé.

—¿Notar qué? —preguntó Noé, tranquilo, mientras tomaba un sorbo de su bebida.

Vanitas miró a su alrededor de nuevo. Ahora podía ver más claramente. Las sombras de las personas no coincidían con sus movimientos. 

Una pareja sentada frente a él se reía, pero sus reflejos en la ventana estaban inmóviles. 

Un leve zumbido llenó sus oídos, como si algo invisible lo estuviera observando desde cada rincón del lugar.

—Creo que no haber dormido bien, me tiene algo alterado —murmuró, empuñando la servilleta entre sus manos, y tomando un sorbete de ese café.

Noé finalmente alzó la mirada, sus ojos brillando con un destello de algo que Vanitas no pudo descifrar.

—Estáis cansado, puedo notarlo —señaló con su grave voz—. Tomar dos bebidas de cafeína en el día, quizá no ha sido tan buena idea de mi parte. Lo lamento, Vanitas.

Mostró una expresión preocupada, e inmediatamente Vanitas, sabiendo que la estaba cagando y pareciendo un lunático con el hombre más guapo y sexy que había visto nunca, negó.

—No... no es nada. Ahora que coma algo más decente, se me pasará —respondió, recuperando su sonrisa.

Pero Vanitas no podía relajarse. Los detalles se acumulaban: las voces susurrantes, que discutían sobre lo que sus parejas les dejaban o no, el leve aroma a tierra mojada y flores marchitas, la sensación de que el suelo estaba a punto de ceder bajo sus pies. 

Se inclinó hacia Noé, con la voz baja pero tensa. Trataba de dejar atender a los demás y sus estúpidas discusiones, para centrarse en el albino.

—Contadme Noé..., de vos, de lo que os gusta, de dónde venís... —le pidió, casi con súplica en sus ojos azules, mientras removía el piercing en su labios.

Noé sonrió, pero no era una sonrisa tranquilizadora.

—¿Tan interesado estáis en mí? —le preguntó—. Primero quiero saber de vos.

Vanitas se mordió su labio. «Buena jugada, evades para sacarme a mí primero la información..., pero aún así tendrás que hablarme después», pensó.

—Soy un libro abierto, y si lees bien, no hay mucho que contar. Sólo tengo a Dante, su novio y algunos conocidos de fuera. Mi padre murió antes de conocerlo, no tengo una buena relación con mi familia... —empezó, no sabiendo porque estaba iniciando a contar algo que ni a su mejor amigo, Dante, le había contado. La voz le temblaba de repente—, mi madre me odia. No sé si es por mi cara, que parece ser jodidamente igual que a mi padre, o por ser un hijo que nunca quiso..., ¿pero sabes? Eso me duele todos los días... porque lo único que he querido, es una madre de verdad, o alguien que me ame por quien soy, esa es la razón por la que no tengo relaciones serias.

Balbuceaba Vanitas, incapaz de creerse lo que estaba diciendo. Era como si una fuerza superior le estuviera obligando a hablar, a decir todo lo que sentía y pensaba de verdad, sin él ser capaz de controlarlo. Noé mantenía una expresión seria, y notó como el rubí en su pecho brillaba de repente. Su luz roja pulsando como un corazón latente.

No sabía desde cuándo lo había estado haciendo..., pero mientras hablaba también escuchaba como las parejas de otras mesas, discutían más alto y se gritaban cosas que en su sano juicio no habrían dicho vivos.

»También me ligo a cualquier persona atractiva que me guste, porque eso me hace sentir algo de control en mi vida. Aunque realmente estoy tan perdido y solo, que espero para el día en que acabe este sufrimiento para mí. Y lo único que me ha hecho seguir con vida, son esos estúpidos sueños que tengo desde mi infancia. En ellos parezco tan feliz, pero nunca soy capaz de ver al ser que me sana mi corazón. Pero... no son sueños normales —hizo una pausa corta, lamiendo sus labios—, siempre hay una sombra, siempre está ahí.

Noé ladeó su cabeza ligeramente, con una expresión imperturbable. —¿Y qué pasa en esos sueños?

Vanitas continuó, incapaz de detenerse. —Me habla, me cuida. En esos mundos, ese ser me ama. Pero no importa cuánto lo intente, no puedo alcanzarlo y no puedo entender porqué me sucede desde que nací, y cuando despierto, siento como si una parte de mí estuviera en otro lugar.

—¿Cómo si no fueras capaz de encontrarlo en esta realidad? ¿Sí, no, quizá? —interrumpió Noé, con una reluciente sonrisa. De oreja a oreja, mientras sus amatistas brillaban.

Vanitas asintió, apretando sus puños sin entender por qué había dicho todo aquello.

La mirada amatista brilló, y una risa suave reverberó de sus labios.

—Por eso quería venir aquí —musitó, relamiendo sus labios—. Ahora sé lo que necesitaba, porque este, es un lugar donde las personas muestran quiénes son realmente, Vanitas. A algunos les cuesta aceptarlo, pero yo estaré encantado de recibirte tal como eres.

Antes de que pudiera responder, la camarera regresó con sus platos, y por un momento, el ambiente pareció volver a la normalidad. Sin embargo, cuando Vanitas miró su reflejo en el cristal de la ventana, vio algo que no estaba preparado para enfrentar: no era su propio rostro, sino un fragmento oscuro, algo que no reconocía como suyo.

Pidieron un plato de risotto. Uno mismo para cada uno.

El tiempo se detuvo por instantes, que Vanitas no reconoció ni siquiera como vividos. Al momento, de lo que creían segundos, la camarera trajo los platos, y Noé, quién no había dicho nada más ante lo recién escuchado, nada sobre sus sueños que jamás en la vida le había dicho a nadie o, sobre su relación familiar; tomó los platos y los sirvió con cuidado. Agradeciendo a la camarera.

Soltó un jadeo, pero Noé, inmutable, comenzó a comer como si nada sucediera.

Vanitas, mordió su lengua, no quería ponerse a hablar sobre la excitación que le producían algunos o, incluso lo que sentía al ver al moreno frente a él. Estaba fuera de sus cabales, asi que, nervioso con el borde de su servilleta, lo apretaba entre sus dedos, mientras Noé lo observaba con una ligera sonrisa, ladeando la cabeza con un aire despreocupado. 

El ambiente del restaurante seguía envolviéndolo con una sensación pesada, como si las sombras se aferraran a los rincones, vivas y expectantes.

—¿Siempre estáis tan tenso? —preguntó Noé, apoyando el codo en la mesa y entrelazando los dedos bajo la barbilla.

Vanitas lo miró con una mezcla de sorpresa. No queriendo hablar de nuevo.

—¿Qué? —inquirió confuso—, No estoy tenso.

—Claro que lo estáis —replicó Noé, tranquilo—. Lleváis toda este rato mirando a vuestro alrededor como si algo fuera a saltaros encima. Es curioso —musitó con una baja risa—, porque la mayoría del tiempo parecéis despreocupado. Y toda esta confesión de vida, me ha deslumbrado. Ahora os conozco mejor.

—¿Y qué sabrás tú de cómo soy? —Vanitas se puso a la defensiva, frunciendo el ceño, e intentando recuperar algo de su compostura.

Noé rio bajo, un sonido suave que contrastaba con la atmósfera inquietante del lugar.

—Por eso os pregunté, y vos mismo, sin insistencia alguna, lo habéis contado. 

El comentario tomó a Vanitas por sorpresa. Nadie le había dicho algo así tan directamente, y mucho menos alguien como Noé, tan altivo y sereno. Tragó saliva y desvió la mirada.

—No hay mucho más que saber —respondió finalmente, su tono más apagado de lo habitual—. Solo soy alguien intentando vivir un día más sin volverse loco.

Noé levantó una ceja.

—Eso no puede ser todo. Seguro hay algo que os apasiona, algo que os importa, ¿quizá de esos sueños? ¿De ese ser que anheláis conocer? ¿O quizá de otras cosas?

Vanitas dudó. Había muchos sueños o relaciones de amistad, quizá su primer lío, pero no quería hablar más. Ya había contando lo más inquietante de su vida, y aunque este se lo había tomado la mar de bien, no quería. 

Pero antes de que pudiera contestar, Noé cambió el tema con elegancia.

—Por ejemplo, ¿siempre habéis vivido aquí en este pequeño y húmedo pueblo? —inquirió.

La gente gritaba a sus espaldas, quizá incluso algunos fueron a los puños, pero, Noé no se inmutaba, y no permitía de alguna forma, que Vanitas lo hiciese también.

La conversación siguió fluyendo con una extraña naturalidad, y poco a poco Vanitas comenzó a relajarse. Aunque seguía sintiendo esa inquietud en el aire, la voz de Noé lo mantenía anclado. 

Y cuándo todo parecía callare alrededor, un ruido abrupto vino desde la cocina. La lluvia golpeaba más fuerte en las afueras.

Un golpe metálico, seguido de un jadeo ahogado y un gemido que no dejaba lugar a dudas. Vanitas se congeló, sus ojos clavados en la puerta entreabierta que llevaba a la cocina. Por un momento, pensó que estaba imaginando cosas, pero entonces el sonido volvió, más intenso.

—¿Qué demonios...? —murmuró.

La camarera, aparentemente imperturbable, apuntaba cosas en su libreta, ignorando por completo lo que ocurría. Vanitas no pudo evitar levantarse de su asiento, avanzando hacia la cocina con pasos cautelosos, e ignorando como Noé sólo lo veía intensamente.

Al abrir la puerta, lo que vio lo dejó boquiabierto: dos hombres, los cocineros, estaban enredados en un acto descarado sobre las parrillas. 

La escena era caótica, la carne a medio cocinar chisporroteando bajo ellos mientras sus cuerpos chocaban sin reparo. Estaban teniendo sexo casi encima de las parrillas, con sus cuerpos robustos y peludos a la completa intemperie. Se preguntó rápidamente si habría algo de sus fluidos en su comida, lo que lo asqueaba mucho. Las arcadas subieron a su garganta.

Vanitas dio un paso atrás, completamente escandalizado.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —gritó.

Pero su voz apenas se escuchó por encima de los jadeos. Cuando se giró hacia el salón, esperando encontrar apoyo en alguien, se quedó sin palabras. Las mesas cercanas a la suya habían sucumbido a la misma locura. 

Parejas que antes comían tranquilas, o discutían alteradas, ahora estaban besándose con una intensidad casi violenta, algunas ya habían perdido la ropa. Los sonidos de risas, susurros y golpes llenaron el aire, creando un ambiente sofocante.

Vanitas sintió el calor subirle al rostro, sus mejillas completamente rojas mientras intentaba no mirar.

—Esto es... esto es una locura —balbuceó, sin saber qué hacer con sus manos ni hacia dónde dirigir su vista.

Por lo que, volvió la mirada hacia Noé, esperando encontrar en él algo de sensatez. Sin embargo, la imagen que encontró lo dejó aún más perplejo. 

El albino estaba sentado tranquilamente, tomando sus setas con la precisión de alguien completamente ajeno a lo que sucedía.

—¡Noé! —exclamó, acercándose de nuevo a la mesa—. ¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué no te afecta todo esto?

Noé levantó la mirada lentamente, sus ojos brillando con una calma inquietante.

—¿A qué os referís? Todo parece normal —le respondió con suavidad.

Vanitas sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Normal? —preguntó con sus ojitos azules escandalizados, y el sonrojo notable en su cara—.¿No escuchas los jadeos, los golpes? Esto... esto es como Sodoma y Gomorra. ¡Mira a tu alrededor!

Noé ladeó la cabeza con curiosidad, pero no mostró ninguna reacción particular. En cambio, fijó sus ojos en Vanitas con una intensidad que lo dejó clavado en el lugar. Sus iris violetas parecían brillar con una luz propia, y durante un instante, Vanitas sintió que el tiempo se detenía.

—¿Qué pasa, Vanitas? —preguntó Noé, su voz baja, casi hipnótica.

Vanitas intentó responder, pero las palabras murieron en su garganta. Todo su cuerpo se tensó mientras miraba los ojos de Noé, y de repente, la sensación de irrealidad alcanzó un clímax insoportable.

Parpadeó.

Cuando abrió los ojos de nuevo, el restaurante había cambiado. Las parejas estaban sentadas tranquilamente en sus mesas, conversando o comiendo como si nada hubiera pasado. La cocina no emitía ningún ruido extraño, y la camarera pasaba a su lado con una sonrisa amable.

Vanitas se tambaleó, agarrándose del respaldo de una silla para no caer.

—¿Qué... qué fue eso? —preguntó con la voz temblorosa.

Noé lo miró con una expresión confusa, aunque sus ojos aún tenían ese brillo enigmático.

—¿Estáis bien, Vanitas? —le preguntó consternado Noé, levantando de su silla y mirándolo preocupado—. Acabo de pedirnos dos cafés machiatto.

Vanitas lo miró fijamente, intentando descifrar qué era real y qué no. ¿Había sido otra de sus alucinaciones? ¿Los sueños estaban tomando realidad mientras estaba despierto? ¿O había algo mucho más siniestro en Noé y en este lugar? 

Mientras se sentaba de nuevo, sintió que las sombras del restaurante aún lo observaban, silenciosas y expectantes.

La conversación empezó de nuevo, pero esta vez con normalidad. Noé se retiró su gabardina, y su colgante no brillaba. Como si nunca lo hubiera hecho. ¿Acaso se estaba volviendo loco?

¿Qué demonios había sido todo esto?







Vanitas empujó con el tenedor los restos de su comida, su apetito reducido a nada por los eventos anteriores, pero tenía que admitir, que este curry, ya no risotto, estaba delicioso. Aunque el restaurante parecía haber vuelto a la normalidad, la sensación de irrealidad persistía en el aire. Noé, mientras tanto, seguía comiendo con la misma calma que desde el principio, como si no hubiera pasado nada.

Entonces el de piercing en su labio, supo que no había pasado nada y, que sus alucinaciones iban en aumento.

Incluso, durante un instante se acercó a la parrilla para agradecer al cocinero, y eran una mujer y un hombre que cocinaban con tranquilidad.

Cuando regresó, observó los movimientos por un momento de Noé, intentando entender cómo alguien podía ser tan...

Fue entonces cuando Noé, con una tranquilidad desconcertante, dejó su cubierto y posó una de sus manos enguantadas sobre la de Vanitas.

El toque lo hizo estremecerse.

—¿Qué haces? —preguntó, tironeando su mano como si quisiera liberarse, pero sin la suficiente fuerza para lograrlo.

—Relajaos —dijo Noé con voz suave, sosteniendo su mirada. Algo en sus ojos parecía calmar la tormenta interna de Vanitas, aunque al mismo tiempo la encendía más.

Bajo la luz tenue del restaurante, Vanitas volvió a mirar el colgante rubí, nuevamente apagado. Al darse cuenta de su mirada y de su expresión tranquila otra vez, Noé sonrió y tiró de su colgante.

Era una joya de rubí, suspendida en una delicada cadena plateada. Mientras la sostenía, la luz parecía reflejar algo más profundo, como si el rubí contuviera un universo en su interior.

—Es precioso —dijo Vanitas, incapaz de apartar la vista.

—Lo es —Noé jugueteó con el colgante, moviéndolo de un lado a otro bajo la luz—. Hace realidad los sueños.

La declaración hizo que Vanitas alzara la mirada, sus ojos llenos de escepticismo.
—¿Estás bromeando?

—No, en absoluto. Es mi secreto —Noé sonrió de nuevo, pero esta vez su expresión parecía más... intensa. Como si estuviera jugando un juego del que solo él conocía las reglas.

Vanitas apartó su mano de la de Noé y se cruzó de brazos.

—Eso suena como algo sacado de un cuento barato —dijo, pareciendo regresar a su realidad normal y para nada alterada por cosas paranormales.

—Os aseguro que no lo es —respondió Noé, su tono firme pero sin perder el toque juguetón. Luego inclinó la cabeza ligeramente, sus ojos brillando de forma casi hipnótica—. ¿Vos? ¿Con qué soñáis? ¿Un nuevo trabajo? ¿Una nueva vida?

Vanitas se quedó en silencio, sorprendido por la pregunta. Sentía que se repetía como un disco rallado, pues ya creía haber contado toda su vida..., pero no, no lo había hecho. Eso había sido una alucinación, y esta era su realidad. Se pellizcó barias veces, por debajo de la mesa para confirmarlo.

Pero antes de que pudiera responder, Noé volvió a sostener sus manos, esta vez con más firmeza.

—Yo ya lo sé —dijo Noé, sus ojos violetas brillando con un destello casi sobrenatural—. El mío. Sueño con un nuevo mundo. Uno más sincero.

El aire parecía haberse vuelto más denso alrededor de ellos, como si las palabras de Noé hubieran tocado algo profundo y oculto en el corazón de Vanitas. La intensidad del momento lo dejó sin aliento, y antes de darse cuenta, Noé soltó sus manos y se levantó de la mesa.

—Vamos, Vanitas, a pagar. Es hora de salir de aquí.

El aire de la tarde era fresco, la tormenta había cesado, dejando tras de sí un aroma a tierra húmeda. Caminaron juntos por las calles desiertas, mientras Noé cargaba la cartera de Vanitas y la sombrilla; las farolas proyectando sombras alargadas en el pavimento. Ya estaba oscureciendo, lo que... le pareció extraño a Vanitas, ya que, supuestamente en su mundo real no deberían ser más de las cinco.

Miró la hora y, estaban cerca de las siete y media. ¿Tanto había tardado en comer? ¿O acaso su abrupto golpe de otra realidad lo había hecho estar de pie, delante de Noé, más rato de lo normalizado?

Sí lo pensaba... seguro que le parecía anormal al albino. Aunque si así fuera, no habría continuado con él en esta especie de... cita.

Noé caminaba a su lado con las manos en los bolsillos, la gabardina ondeando ligeramente con cada paso.

—Eres extraño —dijo Vanitas de repente, rompiendo el silencio.

Noé rio por lo bajo.

—¿Por qué lo decís? —le inquirió, mirándolo bajo un cielo que se teñía de azul oscuro.

—Porque sí. Todo este asunto del colgante, tus palabras... —Vanitas se detuvo un momento, apretando los puños; según esta realidad, Noé no sabía nada de sus sueños y por ende, sus alucinaciones, ahora dormido o despierto—. Y sin embargo, hay algo en ti que...

—¿Qué, qué? —preguntó Noé, mirándolo con curiosidad.

Vanitas desvió la mirada, sintiendo cómo su rostro se calentaba. Todo lo que había pasado, y su estado de probable esquizofrenia lo avergonzaban, ante quizá... su próximo ligue. Si supiera todo lo que pasaba por su cabeza, hacía rato que hubiera salido por patas y cagado de miedo.

Era mejor así, que no supiera nada.

—Nada. Olvídalo.

Siguieron caminando hasta llegar a un pequeño parque iluminado por la luna. Había un banco bajo un árbol enorme, cuyas ramas creaban un dosel natural sobre ellos. Noé se sentó primero, mirando hacia el cielo, y Vanitas lo imitó, aunque mantuvo cierta distancia.

El silencio entre ellos era cómodo, pero pronto Noé habló, su voz más baja de lo habitual.

—¿Sabes lo que más me gusta de este mundo?

Vanitas lo miró de reojo. ¿Por qué parecía que hablaba como si no perteneciera a él?

—¿Qué cosa?

—La forma en que la luz y la oscuridad conviven. Siempre están juntas, aunque nunca se mezclen por completo.

Vanitas no supo qué responder. Había algo en las palabras de Noé que lo hacía sentirse pequeño, como si estuvieran hablando de cosas que escapaban a su comprensión.

Fue entonces cuando Noé giró hacia él, su rostro más cerca de lo que Vanitas esperaba.

—Y vos, Vanitas, sois igual. Luz y oscuridad al mismo tiempo.

El corazón de Vanitas dio un vuelco. La sinceridad en la voz de Noé, la intensidad de su mirada... todo lo hizo sentir expuesto de una manera que no estaba acostumbrado. Bajó la cabeza, intentando ocultar el sonrojo que ardía en sus mejillas. Ni siquiera entendía que clase de piropo había sido eso..., pero, ¿era el ambiente? ¿O el hecho de que Noé viese cosas en Vanitas que nadie más podía, ni él mismo?

—Eres muy raro, ¿lo sabías? —murmuró, más para sí mismo que para Noé.

—Soy consciente —Noé sonrió, acomodándose en el banco mientras volvía a mirar el cielo—. Pero quizá eso es lo que ha hecho que habéis aceptado mi cita.

Ya estaba formalizado como palabras..., apenas se conocían pero ya habían tenido una cita. ¿Qué demonios era esa sensación de comodidad y de que parecían conocerse desde siempre?

Vanitas no respondió, pero una pequeña sonrisa apareció en sus labios, aunque él no se dio cuenta. Había algo en Noé, en su misterio, en su calma, que lo atraía de una forma inexplicable.

Y mientras se sentaban juntos bajo la luz de la luna, Vanitas no pudo evitar preguntarse si este extraño, con sus ojos brillantes y sus palabras enigmáticas, podría ser más de lo que parecía.

Esta vez, hablaron como dos personas normales. Vanitas le contó un poco de su vida, cosas superficiales como hacía con todo el mundo, y Noé, él también le contó de las suyas.








La noche estaba cargada de sensaciones y, pequeñas polillas que se acercaba a las farolas, para quemarse en la búsqueda innata de sentirse atrapadas. Vanitas y Noé caminaban por una calle lateral, más estrecha y oscura que las principales, mientras una ligera brisa agitaba los bordes de sus ropas. Vanitas no podía quitarse la sensación de inquietud que lo había seguido desde el restaurante, como si algo o alguien los estuviera acechando desde las sombras.

Pero esa charla con Noé, en la que rieron como jóvenes que eran y conoció de su vida, ahora sabiendo el porque de su motivo en el cambio de facultad, y su traslado a esta ciudad, estaba más calmado.

Pero, la vida no queriendo dejarlos tranquilos, d repente, un ruido de pasos apresurados rompió el silencio. Antes de que Vanitas pudiera reaccionar, un hombre salió de la penumbra. Tenía un cuchillo en la mano, el brillo de la hoja parpadeando bajo la tenue luz de una farola.

—¡La cartera! —exigió el hombre, con voz ronca y mirada desesperada. Llevaba una máscara algo rápida, y sus ropas andrajosas.

Vanitas retrocedió instintivamente, pero antes de que pudiera hacer algo más, sintió una fuerza que lo empujó hacia un muro cercano. Su espalda chocó contra la pared de ladrillos, la superficie áspera raspando ligeramente su chaqueta.

Noé estaba frente a él, interponiéndose entre Vanitas y el atacante. Su brazo izquierdo se estiró hacia atrás, apoyándose justo al lado de la cabeza de Vanitas, mientras el derecho quedaba entre ellos, creando una barrera protectora. La gabardina de Noé se abrió ligeramente con el movimiento, revelando el contorno de su torso bajo la camisa ajustada.

—Quedaos quieto —murmuró Noé, su voz más grave de lo habitual, como un ronroneo bajo que vibraba en los oídos de Vanitas.

Vanitas tragó saliva. Su respiración se había vuelto errática, no solo por la cercanía del peligro, sino por la proximidad de Noé. Podía sentir el calor de su cuerpo, el olor sutil de su colonia, una mezcla ambareada y especiada que parecía envolverlo como un hechizo.

—¿Qué haces? —logró murmurar, aunque su voz sonó más débil de lo que hubiera querido.

—Protegiéndoos. —Noé giró la cabeza ligeramente hacia él, sus ojos brillando con una intensidad casi sobrenatural—. Quedaos quieto.

El atacante avanzó un paso, extrañado ante la situación, pero Noé no se movió, como si el arma no representara ninguna amenaza. La tensión entre ellos creció, el aire cargado con una energía palpable. Vanitas, sin saber si era por la adrenalina o por otra cosa, sintió que su pecho se apretaba, sus sentidos completamente enfocados en Noé.

En su cabello blanco, en su rostro perfilado y pulido.

El cuchillo se alzó, y en un movimiento tan rápido que Vanitas apenas pudo seguirlo, Noé solamente separó su mano derecha de la protección de Vanitas, y desarmó al hombre con un giro de su muñeca. El arma cayó al suelo con un sonido metálico, y el atacante, sorprendido y asustado, salió corriendo sin mirar atrás.

La amenaza había desaparecido, pero Noé no se apartó de inmediato. Seguía tan cerca que Vanitas podía sentir el ritmo agitado de su respiración, su pecho subiendo y bajando con fuerza.

—¿Estáis bien? —preguntó Noé, su voz apenas un susurro.

Vanitas asintió lentamente, su mirada fija en el rostro de Noé. Había algo en la forma en que la luz jugaba con sus rasgos, en la sombra que la gabardina proyectaba sobre su mandíbula, que lo dejaba sin palabras. Su mente, siempre tan rápida con respuestas ingeniosas, ahora estaba en blanco.

De repente, sus manos se movieron antes de que pudiera detenerse. Las posó sobre el pecho de Noé, sintiendo los latidos acelerados de su corazón bajo la tela de la camisa. Sus dedos recorrieron la superficie, rozando casi con sus dedos el colgante rubí; explorando sin permiso, mientras un calor extraño se encendía en su interior.

—Vanitas... —murmuró Noé, su voz quebrándose ligeramente, mientras regresaba su mirada al más bajo. Era apenas un jadeo, un sonido tan suave y contenido que hizo que el corazón de Vanitas se acelerara aún más.

Y aún pese a esa situación, Noé mantenía esa expresión suave, para nada alterada que tenía desde que lo conoció el primer día.

—Siempre tan imperturbable —susurró Vanitas, con un atrevimiento que no sabía de dónde había salido. Su mano subió lentamente, siguiendo el contorno del cuello de Noé hasta llegar a su barbilla. El contacto era ligero, casi una caricia, pero todo por encima de la ropa.

Fue entonces cuando algo cambió. Apenas sus dedos rozaron la piel de Noé, una chispa, como un destello imperceptible, se manifestó. Un calor intenso pero breve recorrió el lugar donde se tocaron, haciendo que Noé inhalara bruscamente.

—¿Qué...? —Vanitas retiró su mano instintivamente, pero no pudo evitar notar cómo la piel de Noé parecía haberse enrojecido, como si se hubiera quemado levemente.

Los ojos de Noé se oscurecieron, su expresión en un torbellino de emociones. Antes de que Vanitas pudiera decir algo más, Noé se apartó de golpe, girando sobre sus talones mientras se llevaba una mano al rostro, respirando profundamente para calmarse.

—Noé... ¿Qué acaba de pasar? —preguntó Vanitas, confundido y, aunque no quería admitirlo, un poco asustado.

—Nada —La voz de Noé sonaba tensa, un contraste absoluto con su habitual serenidad—. Sólo... no volváis a hacer eso.

Vanitas dio un paso hacia él, pero Noé levantó una mano, deteniéndolo. Sus ojos, cuando finalmente se encontraron con los de Vanitas, brillaban con una mezcla de deseo y advertencia.

—Es mejor que volvamos, os acompañaré hasta vuestra casa.

Vanitas asintió, aunque no podía apartar la sensación de que algo mucho más profundo había ocurrido en esos segundos. 

Por suerte ese restaurante, estaba en la misma zona de la facultad y por ende, de su casa.

Noé ahora conocería dónde vivía, pero eso ahora le importaba poco.

Mientras seguían caminando, la piel de sus dedos aún hormigueaba con el recuerdo del contacto, y en su mente, una sola pregunta resonaba: ¿Quién eres realmente, Noé?




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bueno, bueno, pero que maravilla de capítulo. 

omg, me encantaaaa, tantas cosas y a la vez nada. la personalidad de Noé.... aaaaa.

¡nos leemos en el siguiente y dejen sus opiniones de todo lo que se ha vivido!

all the love, 

ella.

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