Capítulo 8. Donar
8: Donar
Mi abuela se veía igual que antes, que cuando la había dejado para ir a buscar a mi padre. Apenas si se notaba que respiraba y su semblante era pálido, pese a toda la sangre que le habían dado.
Mi tío Sam y Aleksi entraron a la habitación detrás de mí y por un momento los dos contuvieron el aire. Mi abuelo también seguía en la misma posición, en el sillón, con los ojos clavados en su esposa. Esa era una imagen que ninguno de los dos esperaba.
—Papá —saludó Sam, pero Benjamín White no le contestó—. Clarisse está aquí.
Mi abuelo apenas si asintió con la cabeza y yo le dirigí una mirada preocupada a Aleksi antes de rodear la cama y sentarme junto a las piernas de mi abuela. ¿Eso era lo que pasaba realmente cuando perdías a tu marca? ¿Te volvías un muerto en vida? ¿Eso estaba sintiendo mi padre con la muerte de mi madre? Tal vez ellos no eran marcas, pero su amor iba más allá de eso.
Sacudí la cabeza. No quería distraerme otra vez con pensamientos de ese tipo. Preguntarme de nuevo cómo estaba llevando mi padre esa perdida al abandonarnos a Elliot y a mí no me serviría de nada. Al fina y al cabo, ambos éramos adultos. Yo había clamado ser una adulta muchas veces ya.
Tomé la muñeca de mi abuela y traté de concentrarme en ella. A diferencia de las personas presentes en el cuarto, mi abuela era dueña de un silencio mudo. No pude captar sueños, siquiera, ni forzándome dentro de los límites de tu mente.
Me estremecí cuando pasé por los muros, el vacío era tan helado como oscuro y me aterró no encontrar nada ahí. Me deslicé por su consciencia, buscando cualquier rastro de ella, pero solo me topé una y otra vez con un universo quieto que no tenía fin.
«Parece muerta», pensé, con el llanto a punto de apoderarse de mí. Apreté los labios y, negándome esa verdad, indagué más, profundicé. Me hundí en los pozos desiertos, arañé la superficie hasta encontrar pliegues en esa mente. Mi abuela tenía que estar en algún lado y buscaría hasta encontrarla.
Perdí enseguida la noción del tiempo mientras daba vueltas, mientras recorría pasadizos, mientras buscaba cualquier señal, cualquier luz en esa eterna noche. Apenas si me percaté de Aleksi sentándose a mi lado, dándome su apoyo al masajearme la espalda, susurrándome palabras alentadoras. Llegó un punto donde me sentí tan perdida ahí dentro que pensé que no sabría cómo volver a salir, como regresar a mi propio cuerpo. Y si Aleksi no hubiese estado tocándome, probablemente lo habría hecho.
—Conejita —escuché su voz, lejana, empañada por mi largo trayecto en la cabeza de mi abuela—. Ha pasado más de una hora.
Noté la preocupación en su tono. Su preocupación se volvió la mía cuando me dije que llevaba tanto tiempo ahí y no había encontrado nada que pudiera ayudar. Tuve deseos de gritar de la frustración y, en vez de regresar, de seguir el sonido de su voz, me aferré. Si me había tomado más de una hora en llegar hasta ahí, ¿cuánto me tomaría seguir recorriendo la vasta mente de mi abuela? No podía detenerme, no podía volver al principio.
«Solo un poco más», me dije. Luché contra la negrura, cada vez más espesa, contra los laberintos interminables. Perdí de nuevo la noción del tiempo y gruñí cuando alguien me sacudió, intentando regresarme. Gruñí con todas mis fuerzas, siseé y mostré los colmillos, esperando que fuese suficiente para que Aleksi y mi tío entendieran que seguía ahí por mi propia voluntad.
Entonces, algo dentro de mi abuela se agitó. En respuesta a mi gruñido, hubo una reacción. Me quedé inmóvil, percibiendo aquella vibración resonar en los pasillos de su mente hasta que llegó a mi piel. Contuve el aire cuando comenzó a desvanecerse, lentamente. Un instante después, supe que si la dejaba ir, no la encontraría de nuevo.
Me deslicé con rapidez, perseguí la vibración hacia lo más profundo, desesperada por alcanzar con la punta de los dedos los restos de esa reacción. Se desvaneció por completo antes de que me diera de bruces con un muro igual de negro y denso que el resto de los que ya había estado esquivando y rodeando. Pero este tenía algo diferente a los demás: emitía dolor.
Por primera vez desde que estaba ahí, encontraba algo de vida dentro de mi abuela. La esperanza refulgió con fuerza en mi pecho y me estiré hacia el muro, pensando que, si lograba atravesarlo, podría encontrarla al fin, liberarla.
Apenas puse mis manos fantasmales en contacto, noté que el dolor estaba acompañado de algo más: desespero, pérdida, desorientación. Empujé, tratando de avanzar, pero en cuanto lo hice, la vibración que antes percibí a lo largo de su mente regresó y el sonido que hizo no me gustó para nada.
Me estremecí cuando noté que parecía el sonido de lago rompiéndose, quebrandose. Dejé de empujar y deslicé los dedos por el muro, porque la vibración partió de él, al igual que ese terrible sonido. Enseguida, me topé con unas grietas filosas, que se desmoronaban ante mi contacto y escocían con el dolor intenso de una mordedura, de la perdida de sangre, del pánico...
Me retiré y me llevé una mano a la garganta. La piel me quemaba, como si unos colmillos me la estuvieran atravesando en ese mismo instante. Me mareé, sentí que las piernas se me vencían y que todo mi cuerpo se desplomaba. Pensé en mi familia, en que no podía hacer nada por ellos, en mi marido, en mi bebé que ni siquiera había nacido...
Abrí la boca, tratando de respirar. No era capaz de inflar mis pulmones. Manoteé en el aire, tratando de apartar a Arnold Edevane de mi cuello, pero no pude. La negrura me trepaba por las piernas, me absorbía y me sometía. Mis ojos pesaban y mis fuerzas me abandonaban...
—¡KAYLA!
Algo me golpeó en la cabeza. Abrí los ojos y jadeé, como si de verdad me hubiese estado ahogando, muriendo, desangrándome poco a poco y fallándome todos los órganos. Me estiré hacia arriba, desesperada por apartarme de esa sensación agobiante, filosa y ardiente, pero apenas lo hice, me dí cuenta de que el dolor no era real, que nada me quemaba la garganta y que no me faltaba el aire.
El rostro de Aleksi estaba sobre mí. Sus manos estaban agarrándome los hombros y cuando notó que yo le devolvía la mirada, me apoyó suavemente en el suelo. Mi nuca golpeó con cuidado el piso de madera.
—Gracias al cielo —musitó él. Me pasó las manos por la cara, por el cuello y por el pecho. Sus dedos cálidos se presionaron sobre mi corazón, como si así pudiese controlar su ritmo. Un suspiro aliviado se escapó por entre sus labios—. Estás de vuelta.
Parpadeé. Tardé un momento en darme cuenta de que estaba en el pasillo, fuera del cuarto de mi abuela. Pude ver a su amiga y a su hijo, bien pegados a la pared, observándonos. Al amigo de mi tío Sam, que se tapaba la boca, preocupado, y a Jane, que corría hacia nosotros.
—Kayla —dijo mi tío Sam, tratando de empujar a Aleksi para verme mejor, pero mi pareja no me soltó—. ¿Me escuchas? —Me mojé los labios y asentí. Todavía tenía sensación apremiante de estar sin aire, pero sabía que eso no era real, no me pertenecía a mí, así que cerré la boca y dejé de jadear—. ¿Cuántos dedos tengo? —preguntó. Puso tres dedos delante de mi cara y mientras yo enfocaba, pasó una linterna por encima de mis pupilas.
Parpadeé de nuevo.
—Tres —dije. Aleksi suspiró otra vez y me ayudó a sentarme cuando notó que yo intentaba erguirme.
—¿Qué pasó? —inquirió Jane, agachándose a nuestro lado. Yo solo atiné a tocarme el cuello. Ya no me dolía, pero lo tenía perlado de sudor.
—Estoy bien —dije, para calmarlos a todos, pero aunque sabía que me creían, ni mi tío ni mi pareja estaban contentos. Los dos estaban muy nerviosos.
—Tuve que sacarte de la habitación —me espetó Aleksi, con un poco de rudeza. Sus manos seguían en mis hombros—, porque estabas dejando de respirar, después de gritar como una condenada. Tu estás bien, ciertamente, pero yo no. Te dejé seguir porque me gruñiste, pero esto fue muy lejos.
Asentí. No hacía falta que imaginara su angustia, podía sentirla. Me ví a través de sus recientes recuerdos y sentí escalofríos. Actué como una poseída, como si un vampiro invisible me estuviese drenando por completo. Su terror fue lógico. No fue capaz de despertarme de ese trance hasta que me alejó de mi abuela.
—Me zamarreaste —le recriminé, sin bronca, en realidad. Me toqué la nuca, a pesar de que no sentía dolor y vi como el rostro de Aleksi se descomponía.
—Lo siento, yo... no me di cuenta —se apresuró a decir—. ¿Te lastimé? Estaba tan desesperado que no sabía qué hacer...
Negué y le aflojé las arrugas de la frente con la mano.
—No es tu culpa —susurré—. No sabías lo que pasaba e hiciste lo correcto.
—Podrías haber muerto —murmuró mi tío, todavía agachado a mi lado—. Si dejabas de respirar...
No podía contradecir a eso. Lo cierto es que no sabía que algo así pudiera suceder, no tuve forma de preverlo ni advertirlo.
—¿Qué fue lo que pasó? —volvió a preguntar Jane. De la nada, ella me estaba tendiendo un pañuelo—. Estás cubierta en sudor.
Lo tomé y comencé a secarme la cara. Luego, fui consciente de que no era solo el rostro y el cuello lo que tenía transpirado. Casi todo el cuerpo tenía mojado. Me sentí asquerosa.
—Hurgué en la mente de mi abuela —le expliqué, metiéndome el pañuelo por el escote de la camisa.
—Debiste haber parado —me recriminó Aleksi.
—Si paraba ahí, habría perdido mucho tiempo —repliqué—. La mente de una persona inconsciente, al menos la de la abuela, es como un enorme laberinto. Había llegado tan lejos... ¡No podía volver atrás! Si me hubiese detenido ahí, tendría que haber comenzado de nuevo. Lamento haberte gruñido, pero no podía dejarlo ir.
—Casi te mueres —insistió él, sus manos me sacudieron levemente una vez más. La desesperación seguía tiñendo su rostro y supe que me tomaría más que simples explicaciones calmarlo—. Y no podía salvarte.
—Lo siento —gemí, al ver sus ojos llorosos. Le rodeé el cuello con los brazos y él me apretó enseguida. Pareció olvidar que estábamos rodeado de gente con la que no teníamos confianza alguna y me estrechó contra su pecho como nunca antes lo había hecho. Sentí todo su temor aflojándose, derritiéndose muy despacio con mi presencia contra la suya—. Perdóname, no sabía que esto iba a suceder.
—No vuelvas a hacerlo —me suplicó Alek, enterrando la cara en mi cuello. Sentí algo mojado contra mi piel y supe que no era sudor. Eran sus lágrimas.
—Sin dudas, no volveré a arriesgarme a esto —musité, corriendo la cabeza para darle un beso tranquilizador en la mejilla—. Fue horrible. Sentir lo que sintió la abuela... Por un momento creí que era ella. No pude controlarlo.
Despacio, después de varios minutos, Aleksi aflojó el abrazo. Me dejó ir con lentitud y me soltó del todo para que mi tío pudiera revisarme bien. Él controló mi pulso, revisó mis pupilas, mi respiración y mis latidos. Solo cuando estuvo seguro de que realmente ninguno de los síntomas que experimenté eran míos, se puso de pie.
—¿Eso fue lo que sintió mi madre? —inquirió, con un hilo de voz.
Me llevé una mano a la garganta otra vez, al recordar la sensación. No sabía por qué, pero la mordedura de Arnold había dolido muchísimo comparada con cualquier mordida que yo había sentido en carne propia jamás.
—Encontré una grieta en su mente. Hay algo roto ahí, como decías. Pero... —Dejé caer la mano y miré a mi tío a la cara—. No creo que esté todo perdido. Si pude recuperar las sensaciones que tuvo la abuela, lo que pensó, lo que la preocupó y asustó en sus últimos momentos de consciencia, entonces... ¡Entonces quiere decir que aún está ahí!
Todos me miraron en silencio, incluso los invitados. No parecían entenderme demasiado, pero a mi no me preocupaba. Me puse de pie con la ayuda de Aleksi y de Jane y amagué para volver al interior de la habitación.
—Kayla —me frenó Alek—. Ha sido suficiente por hoy.
—No voy a volver a entrar —le dije, para tranquilizarlo—. Pero es que creo que tenemos que reparar esa grieta, esa herida en su mente. No tiene muerte cerebral. Podemos traerla de nuevo —dije, con una seguridad que no sabía de dónde sacaba. Quizás era porque había estado ahí dentro, percibido la magnitud del daño. Quizás era porque necesitaba esa esperanza para continuar con mi día a día.
—¿Cómo? —dijo Aleksi, confiando en mi palabra y haciéndose a un lado, a pesar de todo. Volvimos al interior de la habitación, donde mi abuelo estaba ahora de pie junto a mi abuela. Me di cuenta de que, en mi exabrupto, había creado un desastre en el cuarto. Incluso la había empujado a ella.
—No deberías acercarte de nuevo —dijo mi abuelo, poniéndose entre nosotras—. Kayla, no sabes si podrás volver a salir... Es peligroso. Si Skalle no lograba sacarte de ahí, quizás estarías muerta...Tu abuela está...
—Me escuchaste afuera —le dije, deteniéndome—. No está muerta, solo está herida. Es como dijo el tío Sam. Hay que curarla. Necesitamos darle aún más sangre.
—Le hemos dado toda la que pudimos —dijo mi abuelo—. Sangre humana y...
—No es suficiente —lo corté—. Para recuperarme de mis heridas como semi humana, para soportar grandes golpes y pérdidas, tuve que alimentarme de muchísimos vampiros. No va a alcanzar la sangre humana que le dieron, ni tampoco las pequeñas donaciones de sangre vampírica. Necesita vampiros completos.
Todos se quedaron de piedra. No supieron que contestar a mi descabellada e inmoral sugerencia, pero me apresuré a rodear a mi abuelo y volver junto a mi abuela antes de explicarles. Vi a Jane en el umbral. Detrás de ella, Antuan se asomaba curioso.
—El equivalente a vampiros completos —aclaré—. Tío Sam, ¿cuántos litros de sangre tiene un vampiro promedio?
Mi tío no dudó ni un segundo.
—En mis estudios, difíciles de comprobar aún así por la dureza de nuestras pieles, estimo que entre ocho y diez litros de sangre. Tenemos más que los seres humanos y calculo que se debe a que intercambiamos sangre constantemente, ya sea para alimentar crías como para curar heridas —explicó.
Aleksi apretó los labios y puso los brazos en jarra. Miró el rostro pálido de mi abuela.
—Bien —dijo—. ¿Cuántos litros de sangre vampírica entonces necesitaríamos para curar esta herida en su cerebro?
Mi tío Sam no sabía, claro, porque nunca había tratado algo así. Por eso se sentía tan derrotado. Yo tampoco, la verdad. Esa herida era algo complejo y yo solo podía conjeturar en base a lo que había percibido dentro de la cabeza de mi abuela.
Como semi humana, me hizo falta beberme a un vampiro completo para sanar una herida de bala, algo que era carnal, no mental. Para mi abuela, sentía que eso no sería nada suficiente.
—¿Arranquemos con diez litros? —propuse—. ¿Quince...? ¿Veinte?
Sentía que mi abuela tendría que beberse mínimo lo equivalente a tres vampiros, pero era demasiado para sugerir, tal vez.
—Necesitaremos muchísimos donadores, conejita —suspiró Aleksi, todavía mirando a mi abuela—. Y ninguno en esta familia está en condiciones de proporcionar esa cantidad.
—Yo puedo donar varios litros —dijo Antuan, avanzando. Jane se hizo a un lado para dejarlo pasar—. El clan Pusset dijo estar aquí por lo mismo —añadió—. No llegaremos a diez litros, ni en broma, pero algo es algo.
Mi tío se quedó callado, Aleksi también. Mi abuelo empezó a arremangarse las mangas de la camisa.
—Si los Dubois no responden a nuestro llamado —dijo, totalmente decidido. Pensé que mi tío le diría que estaba loco, porque apenas él se había recuperado de los huesos que le rompieron los Edevane. Incluso había necesitado sangre de su propia madre para volver a caminar. Pero en realidad, fue Aleksi el que le puso una mano en el pecho—. Yo lo haré.
—No, no puedes —dijo Alek—. Ninguno en esta familia puede donar —repitió, con una autoridad que podría haber acallado a cualquiera. Mi abuelo puso mala cara y trató de esquivarlo, pero Alek lo sentó con un movimiento de sus dedos—. No puedes, Benjamín.
—¡Es mi mujer! —exclamó entonces mi abuelo, sobresaltándome. Había estado tan callado, tan ido, que había olvidado cómo sonaban sus gritos. Luchó en el sillón para levantarse, con el rostro contraído, rojo por el esfuerzo, pero la magia de Hodeskalle no le permitió moverse—. ¡Es mi esposa! ¡MI MARCA! ¡Haré lo que sea para salvarla! ¡Está embarazada! ¡MALDITA SEA!
El sillón se rompió debajo de él. Trató de arrastrarse por el piso, desquiciado, y cuando no pudo hacerlo, desplegó los colmillos y trató de morderse para dejar fluir la sangre. Aleksi no se movió de dónde estaba, su invisible poder lo sometió boca abajo. Dobló sus brazos detrás de su espalda y Benjamín White, el gran líder, se volvió un león viejo e inútil sobre la alfombra.
—¡SUELTAME!
—Si lo hago, podrías morir —le dijo Aleksi.
—¡Lo haré por ella! ¡Tú me entiendes! ¡Sabes que enloquecerías si la perdieras! —rugió él, claramente refiriéndose a mí.
Alek cruzó una mirada conmigo, pensando en la desesperación que sintió cuando casi muero, minutos atrás, atrapada en la mente de mi abuela.
—Lo sé, pero cuando ella despierte y no te tenga, querrá seguirte al otro mundo. ¿Eso es lo que quieres, Ben? —susurró Hodeskalle—. Encontraremos donantes, pero tú no puedes hacerlo.
Yo tragué saliva. Los gritos de mi abuelo atrajeron a otros miembros de la familia. Elliot también apareció en el umbral, junto con mi tía. Sin embargo, ninguno se atrevió a preguntar qué estaba pasando. Intercalaron miradas entre mi abuelo, Hodeskalle, mi abuela y yo.
—¿Y los Dubois? —susurré, entonces—. Son muchos. Si cada uno de los hermanos y primos de la abuela donan...
Hubo un momento de silencio. Pareció que nadie sabía cómo hablar.
—Los hemos llamado —dijo mi tío, finalmente, cuando mi abuelo dejó de bufar en el suelo. Cuando miré hacia la puerta, me di cuenta de que Ticia había aparecido en el pasillo, detrás de Elliot y Alice—, pero no han respondido.
Fruncí el ceño.
—¿Ninguno?
Los Dubois eran un clan enorme, casi tan grande como el clan Edevane. Eran tantos que jamás terminaría por conocer a todos. Phill era una prueba de ello. Eramos primos con muchas generaciones en el medio y nunca nos hubiésemos conocido de no ser por Aleksi y Vivi. Por eso, no tenía sentido que nadie hubiese respondido ante nuestro llamado.
—Allen y yo hemos enviado mensajes y hecho llamadas, pero de los diez que llamamos nadie contestó.
—Eso no es normal, ¿o sí? —mascullé yo. Vi como Aleksi se endereza.
—No...
Mi pareja me miró, pero no necesitaba verlo para saber que él también creía que algo no estaba para nada bien. Lo que yo no entendía era como mis tíos estaban tan tranquilos al respecto.
—¡Si no podemos contar con ellos —jadeó mi abuelo—... entonces... yo le daré mi sangre!
Ticia se metió entonces por entre Elliot y Alice. Ingresó a la habitación y se arrodilló delante de su hijo. Esa era la primera vez que los veía frente a frente, mirándose a los ojos.
—Yo le daré sangre a tu esposa —le dijo, estirando las manos hacia su espalda, en un intento por calmarlo—. Toda la que pueda. Pero Hodeskalle tiene razón, tu no puedes darle la tuya ahora. Todavía estás débil.
—No puedes decirme lo que puedo o no puedo hacer —terció mi abuelo, sin respeto alguno hacia la mujer que lo había parido. Se sacudió, para apartarse de su tacto. Pude ver en sus ojos que él no tenía ningún apego hacia ella—. Ni tú, ni Hodeskalle. Nadie.
Ticia apretó los labios. Dejó caer las manos sobre su regazo.
—Debes pensar en tu familia. Ellos te necesitan.
—Todos son adultos. Todos pueden cuidarse por sí mismos —replicó Benjamín—. Pero Olive y mi bebé no. Tú deberías entenderlo más que nadie, ya que por eso te fuiste y me dejaste.
Ticia no tuvo palabras que responder. En la habitación y en el pasillo corrió un silencio abrumador e incómodo. Nadie juzgó a Ticia en nuestra familia, porque todos pensamos que hizo lo que tenía que hacer para sobrevivir, para salvar a Delphine. Pero al parecer, mi abuelo sí lo hacía. Quizás no por el abandono, pero sí por los más de dos mil años de ausencia. Y tal vez, como hijo, sí tenía derecho a sentirse cómo se sentía.
Automáticamente pensé en mi padre, en Elliot y en mí.
—Esta discusión no es prioridad ahora —dijo Aleksi, cuando nadie dio un paso adelante, cuando nadie se puso en acción, incluyéndome—. Ahora debemos darle a Olive la cantidad de sangre que podamos. Hasta ahora ha bebido lo poco que han podido darle estando inconsciente y eso solo está retrasando su curación. Así que...
Asentí antes de que terminara, apartando mis propias crisis existenciales de nuevo. Me senté en la cama junto a mi abuela otra vez y estiré mi magia hacia ella. No podía encontrar su consciencia, pero no era eso lo que estaba buscando. Me metí dentro y me aferré a las paredes de su mente, buscando la conexión con sus músculos, tal y como lo hacía cuando controlaba a otros vampiros sin tocarles su ser.
Aun en coma, mi abuela se sentó en la cama. Bajó me control, desplegó los colmillos. La escena puso a temblar a todos, porque era grotesca, porque parecía que estaba reanimando a un zombie, perturbando su cuerpo. Hasta a mí me incomodó, pero no tenía tiempo para plantearme más dudas sobre lo ético y moral del asunto.
—La haré morder —expliqué—. Solo deben avisarme cuándo debe dejar de beber.
Ticia se levantó del suelo. Caminó hasta nosotras y expuso su menudo brazo desnudo.
—Me he estado alimentando con gran frecuencia para recuperarme —avisó—. Así que estoy segura de que puedes tomar al menos uno o dos litros.
Asentí y moví a mi abuela para que clavara los colmillos en el brazo de Ticia. El silencio persistió en la habitación mientras la hacía beber. Cuando me pareció que mi bisabuela temblaba ligeramente, creí que era suficiente, así que aparté los dientes y le pedí que dejara pasar al siguiente.
Uno por uno, Antuan, Clarisse y su hijo Jake, se turnaron para hacer donaciones. Mi abuela pudo beber más de ellos que de Ticia y cuando terminamos, me pareció que el interior de su mente era un poco menos oscuro. Me hizo mantener la esperanza.
—Todos vayan a alimentarse en grande —ordenó Aleksi, mientras yo acomodaba cuidadosamente a mi abuela en la cama otra vez—. Hasta que podamos contactarnos con los Dubois, tendremos que ser nosotros quienes alimentemos a Olive —Entonces, miró a mi abuelo y lentamente la magia que lo apresaba desapareció. Fue como una advertencia—. Salvaremos a Liv, Benjamín. Y tú debes estar sano y salvo para cuidar de tu esposa y de tu bebé cuando nazca. Así que no cometas ninguna locura.
Mi abuelo no se movió del suelo. No contestó ni miró a nadie a la cara mientras la habitación comenzó a vaciarse. Mi tío Sam, mi tía Alice y Elliot fueron los últimos en irse, antes de que Hodeskalle sostuviera la puerta abierta para mí.
Rodeé la cama y me agaché junto a mi abuelo para ayudarlo a levantarse. Sabía que no lo necesitaba, pero, de nuevo, quería estar ahí para él. Comprendía la desesperación que sentía por su marca más que nadie.
—No tiene caso que te muerdas para darle de beber —le recordé—. Lo sabes, que no es lo mismo que yo la haga beber como si estuviera consciente.
Mi abuelo exhaló. Todavía estaba enojado por cómo todos se habían opuesto a él, por cómo lo habían alejado de su pareja. Pero en cuanto Aleksi cerró la puerta para darnos un momento, volvió a aflojarse y a ser, de repente, el hombre perdido que había estado congelado en el sillón por horas.
—Lo sé —respondió.
Le froté la espalda, como quiso hacerlo su madre.
—Me ocuparé de localizar a los Dubois y la abuela volverá, ya verás.
No supe por qué tomé la iniciativa, por qué asumí la responsabilidad e hice esa promesa, pero salí de la habitación solo para encontrarme con un pasillo lleno de gente perdida y sin dirección. Aleksi estaba apoyado en la pared, junto a Jane, y me observaba con una incógnita en la mirada. Cuando me acerqué, la pregunta en su mente fue clarísima: ¿quién iba a tomar las decisiones del clan ahora?
Miré a mi tío Sam, que hablaba con Antuan y que no paraba de dar vueltas en su lugar. Observé a mi tía Alice, que se alejaba por el pasillo casi a las corridas. Mi tío Allen no estaba por ningún lado y mi padre... Mis ojos se clavaron en Elliot, que se mordía el labio inferior, sin saber qué decir o qué hacer.
Volví a ver a Aleksi. Él arqueó las cejas y yo articulé un suave "no lo sé". Jane, atenta a nuestros intercambios, carraspeó.
—Yo puedo dar sangre también —nos recordó—. Si sirve de algo.
Aleksi la miró con un gesto de agradecimiento, pero contestó antes que yo:
—Si eres más parecida a nosotros que a ellos, tu sangre puede no hacer la diferencia, Jane —le explicó—. Yo preferiría que estés entera, fuerte, ya que aquí ya no queda nadie que esté completamente en condiciones para defendernos en caso de que lo necesitemos.
Ella apretó los labios y asintió. No estaba ofendida, pero si se la notó contrariada.
—Ni siquiera Bethia puede —comentó, despegando la espalda de la pared, y ahí me acordé que ella seguía con vida. Al igual que su marido.
—No sabía que seguían aquí —musité, cuando comenzábamos a caminar por el pasillo. Elliot nos siguió en silencio.
—Ella va donde mi hermano vaya —contestó Jane—. Y ahora tengo que agradecerlo porque de esa manera pudo darle su sangre y salvarle la vida. Oliver tenía el cráneo roto y estaba inconsciente, pero se ha recuperado bien. Creo...
—¿Y tus padres? —inquirí, ya en las escaleras—. Lamento no haber preguntado por tu familia antes. Soy terrible.
Jane negó y agitó la mano en mi dirección.
—Mis padres y mi hermano están bien. Tú tenías demasiado que procesar.
Era cierto, pero me sentí avergonzada, porque habían pasado ya dos días desde que recuperé la consciencia. Tuve tiempo de hacer un entierro simbólico para mi madre, ir a buscar a mi padre e incluso estar a solas con Aleksi, pero no para preguntar por mi mejor amiga y sus allegados.
—¡Yo sí le pregunté, eh! —soltó Elliot detrás de nosotros, en la cima de la escalera.
Jane se echó a reír y yo reprimí mis deseos infantiles de ponerme a discutir con mi hermano por meterse en la conversación y encima intentar dejarme mal parada.
—Elliot, sé un buen chico y ve a llamar a tu prima Georgiana, ¿quieres? Ya que tanto la aprecias —le dijo Aleksi y mi hermano, notando el reto implícito y cómo lo estaba exponiendo, se apresuró para pasar entre mi amiga y yo. Agarró la mano de Jane y tiró de ella hacia abajo.
—¿Me acompañas? —le dijo y Jane siguió riendo.
—¿Quién es Georgiana? —inquirió, siguiéndolo.
Yo arrugué la frente y miré a Aleksi para hacerle notar que si intento había sido totalmente fallido. La cara de mi pareja evidenciaba que ya lo había notado.
Caminos por el primer piso detrás de ellos, que iban bromeando. Jane lo estaba pinchando sobre la tal Georgiana y mi hermano fingía demencia. Escuché como Aleksi pensaba qué haría Allen si los veía tan animados juntos y estuve a punto de contestarle cuando escuché un grito en uno de los salones, a nuestra derecha.
Los cuatro nos detuvimos.
—¡No es seguro! —gritó mi tía Alice.
Algo se rompió después de eso y los cuatros nos giramos inmediatamente hacia el siguiente pasillo. Pudimos escuchar las respuestas de Hunter antes de alcanzar la puerta de la habitación donde discutían.
—¡No es asunto tuyo! —le espetó él y Aleksi y yo cruzamos una mirada—. Lo que yo y mi hija hagamos no es de tu incumbencia.
—Arnold aún está vivo y puede ir por ti, ¿qué no lo entiendes? No se acercará a nosotros porque cree que hizo un trato con Kayla. Pero a ti puede ir a buscar a dónde sea y vengarse. ¡Puede hacerles daño!
—El clan Novikov es completamente capaz de proteger a mi hija —terció Hunter, justo cuando Elliot y Jane se apiñaron detrás de nosotros para escuchar furtivamente—. Ahora que los Edevane no existen más, Bryony y yo somos libres.
Se oyó cómo se movían por el salón. Parecía que daban vueltas.
—¡Es que no lo entiendes! —chilló mi tía otra vez. Yo apreté los labios. A pesar de que sus palabras parecían las de una loca sin motivos, pude notar el dolor y la angustia en su tono de voz.
—¿Qué no entiendo? —replicó Hunter, manteniendo también la voz alta—. ¿No entiendo por qué no me dejas ir? ¡Sí, la verdad es que no lo entiendo! ¿Sabes lo que hará mi madre cuando sepa que fuiste tú la que mató a mi hermano? —Por el ruido que se escuchó en el salón, pareció que ambos se habían quedado quietos. Mi tía no respondió—. Tu mataste a Howard y jamás reclamé mi derecho de sangre por el bien de Bryony. Pero eso cambia nada. Así que sí, ¡no entiendo por qué no me dejas marchar!
Me alejé de la puerta. Mi tía no tenía respuesta para ellos y yo sabía, aunque no le estuviera leyendo la mente, que no respondería.
Aleksi me siguió y ambos pasamos por entremedio de Jane y Elliot. Después de todo, lo que ocurriera entre Hunter y Alice no era asunto nuestro y, al final de cuentas, no había nada que nosotros pudiésemos resolver por ellos.
¡Hola a todos!
Gracias por tremenda a espera y por mantener el hype al máximo con esta historia. Al fin llegó mayo, al fin llegaron nuevos capítulos <3
Para los que no estuvieron al tanto, publiqué mi quinto libro en físico a finales de abril y he estado trabando sin descanso desde enero para ello. De ahí mi ausencia. No fue por gusto (bueno, en realidad sí porque publicar sí es por gusto y es mi sueño jajaja) que los dejé abandonados. Por suerte, ahora puedo regresar a Wattpad y continuar con nuestra pareja favorita.
Eso sí, les recomiendo seguirme aquí en Wattpad, estar pendiente de mis avisos en la app, y también seguirme en insta, ya que por ahí el canal de comunicación es más fluido. Así se enteran de todo y también de mi nuevo bebé de papel!
Ahora, notas con referencia a esta historia:
->El próximo capítulo de Hodeskalle llegará en aproximadamente dos a tres semanas. En ese tiempo voy a tratar de subir capítulos de La daga y la rosa y Sueños enterrados (robados).
->Hice algunos ajustes en los primeros 7 capítulos de este libro (el 3), así que pueden releerlos cuando quieran.
Hoy lamentablemente no les tengo memes, así que debo cerrar el capítulo con una pregunta:
¿Creen que Alice y Hunter van a romper el castillo antes... o durante la marcación? JAJAJAJA
Los dejo con eso <3 Hasta la próxima. ¡Los amo!
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