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Capítulo 7. Probar

7: Probar

Aleksi se mojó los labios, sin quitarme los ojos de encima, como si estuviera saboreando unas cuántas locas ideas. Me mantuve alejada de su mente, no quise saberlo antes de que pudiera decírmelo, expresármelo con todas las palabras.

—¿Vas a cumplir mis deseos? —musitó.

Sonreí, coqueta, peligrosa. Le tomé el mentón con la mano, clavándole ligeramente las uñas en la piel. Lo atraje, lo obligué a inclinarse todavía más hacia mí, para ponerse a mi altura. Él gimió, ansioso. Le encantaba cuando lo obligaba a algo, así como a mi me encantaba cuando jugaba a ser mortal, una bestia, conmigo.

—Por supuesto que sí.

—La otra vez, no me dejaste pedir nada —susurró. Estábamos muy cerca, nuestros labios rozándose, al igual que nuestros cuerpos calientes y húmedos—. Ni suplicar.

—Bueno, hoy sí quiero que supliques. Quiero que me pidas lo que quieras y que digas "por favor" —Estuvo a punto de besarme, de agarrarme la boca con los dientes y de reclamarme, pero yo me alejé un paso, como de puro instinto. Le costaba resistirse a mis encantos, así como a mi me costó resistirme a él la primera vez que estuvimos juntos. Adoraba saber que era mutuo, que estábamos hechos el uno para el otro, que éramos la perdición del otro—. Dímelo.

Hubo un momento de silencio en donde solo se oyeron nuestras respiraciones. Se podía palpar nuestra ansiedad en el aire, vibrando entre nosotros mientras esperaba su respuesta.

Aleksi se mojó los labios. Sus ojos parecían oscuros como un océano profundo.

—Quiero que me cabalgues —murmuró, saboreando las palabras con la punta de la lengua—. Que te sientes sobre mí —Sonreí. Eso era algo que me gustaba muchísimo. En esa posición, podía frotarme contra él y el placer aumentaba—. Pero...

Ladeé la cabeza, curiosa. Le sostenía la cara aún, así que bajé su mentón hacia mi boca.

—¿Pero? —susurré.

—Pero quiero que me des la espalda.

Alcé las cejas. Entendía lo que me decía. Nunca lo había hecho, pero la imagen mental que se estaba formando en su cabeza, la de mi culo golpeando a gran velocidad contra su abdomen, me entusiasmo. Sus pensamientos degenerados eran tan intensos que, aunque quise ignorarlos, no pude.

—Suplica —le dije, dando otro paso hacia atrás, trayendo su rostro conmigo. Lo obligué a seguirme y él, tan ensimismado conmigo, con sus ojos clavados en mí, su boca hambrienta de besos, trastabilló. Me costó muchísimo no reírme.

—Te lo ruego —dijo, con tono de quien llevaba necesitado no años, sino décadas—. Por favor...

Fue casi imposible, pero su voz bajó más el tono. Se volvió más sedosa, profunda. Dejé de retroceder y dejé que su pecho se pegara al mío. Su erección se apretó contra mi abdomen, caliente. Sus manos rozaron mis caderas, mi cintura, pero no me tocaron en realidad.

—¿"Por favor", qué? —dije. Mi voz también bajó hasta ser un murmullo seductor en el bosque. Mis pechos se apretaron contra el suyo. Mis pezones se pusieron de nuevo duros, como si él no los hubiese chupado lo suficiente.

Cabálgame, por favor —suplicó—. Como si no fuese más que tu juguete, ama.

La urgencia en su tono me animó a regalarle un beso. Uno que fue conciliador, casi como una recompensa por pedirme lo que de verdad quería. Las palabras que utilizó, la forma en la que encaró esta fantasía, no hizo más que desbordar mi mente de muchas alegrías.

Me emocioné, no había manera de negarlo.

Puse las manos en su pecho, entonces, y lo empujé hacia atrás, con fuerza. Su espalda chocó contra el árbol, ese en el que me había apretujado, y, sin dudarlo, tomé su duro pene entre mis manos. Mis uñas acariciaron con delicadeza su miembro, arañándolo con la gracia y elegancia de un gato.

Alek me miró con la boca abierta. Sus labios temblaban y su mirada estaba brillante y aguada. La tensión, la anticipación, lo tenía tan entregado...

Sin soltarlo, sin dejar de provocarlo, sin darle permiso para hacer nada, me volteé. Pegué mi cadera a la suya, se forma repentina. Mi trasero se frotó generoso contra su pelvis y solo ahí, cuando noté que necesitaba libertad de movimiento, dejé ir su pene.

Aleksi jadeó, su erección se sacudió contra mis nalgas mientras yo las meneaba de un lado a otro. Eso era lo que él quería ver, ¿no? Mi culo golpeando contra él. Así que se lo dí. Me sacudí como nunca lo había hecho antes, apoyando las manos en mis muslos para mantener un poco el equilibrio. Subí y bajé, deslizando su pene arriba y debajo de mi culo, acariciando mi vulva con cada movimiento desquiciado, degenerado.

Se oyó un crack en el bosque. Otra vez, él había arrancado un pedazo de corteza al intentar contenerse y no agarrarme por sí mismo para penetrarme de una.

Mientras más jugábamos, más caliente se ponía la cosa. La cabeza de su pene se hinchaba contra la entrada de mi vagina, pero no iba más lejos. Mis retorcidos movimientos iban y venían y no terminaban de concretar. No lo haría hasta que él volviera a rogar.

—Conejita —susurró él, la tercera vez que estuvo a punto de entrar. Podía sentir su desesperación en esa hinchada cabeza. Si seguía provocándolo así, tal vez acabara antes de que pudiéramos concretar esa fantasía—. Por favor, te lo suplico... Yo...

Moví mi culo hacia adelante, despegándome dolorosamente de él. Ya había hecho lo que yo quería y no teníamos porqué dilatarlo más. Su pene se acomodó casi que solo de nuevo en mi entrada y nada más tuve que dejarme caer hacia atrás.

Me lo hundí hasta el fondo, duro, fuerte. Se me escapó un gemido y a él un gritito. Casi que pierdo las fuerzas para volver a moverme. Por loco que sonara, Aleksi se sentía más grande que nunca. Podía saborear toda su extensión, pujando bien hasta el fondo, llenando cada espacio de mí.

Me retiré lentamente y, de pura masoquista, volvía a caer sobre su pelvis con violencia. Fue más que satisfactorio. Fue dolorosamente satisfactorio. Me mordí el labio y volví a hacerlo, una, dos, tres veces. Lento y luego potente.

Hasta que decidí que solo lo quería potente.

Comencé a sacudir mi culo tan rápido como pude, afianzada en mi velocidad supra humana, aprovechando las virtudes de lo que era y la agudeza de la sangre que había ingerido. Aleksi siguió arrancando pedazos de tronco hasta que no pudo más, o hasta que se dio cuenta de que si seguíamos no quedaría nada donde apoyarnos...

Puso sus manos en mis caderas, pero no atinó a guiar, solo se sujetó de mí y siguió el exquisito vaivén al que lo estaba sometiendo. Y yo me hundí más y más, hice que hundiera más y más. La fuerza con la que lo estaba atacando lo obligó a flexionar las rodillas, a sostener mi peso y mi furia.

Aproveché esa posición; flexioné más mis piernas, también. Lo usé como una peligrosa y filosa silla. Nuestros gemidos volvieron a inundar el bosque. Dios quisiera que nadie nos escuchara, porque recién estábamos empezando.

Tomé impulso y bajé con todo. La presión que ejerció su pene dentro de mí me arrancó un gritito. Aleksi gruñó y sus piernas se vencieron por completo, como si fuesen de gelatina. Terminó sentado en el suelo y la manera en que se clavó. Cerré los ojos, podría haberlos puesto en blanco del delirante goce que me atacó.

Mis rodillas quedaron plantadas en la tierra; mis gemidos, atorados en mi garganta. Tuve que sujetarme de sus muslos para no desfallecer también, porque no pensaba detenerme. Le calvé las uñas en la pierna y él se sacudió, como si estuviese a punto de acabar, cuando volví a sacudir el trasero.

De nuevo, arriba y abajo, sinuosa y mortal, se lo moví. Dentro y fuera, como si mi vida dependiera de ello. Aleksi temblaba y trataba de contenerse, pero no le funcionaba. Estaba a punto y sus pensamientos me rodearon por completo, mostrándome lo que él veía de mí, la forma deliciosa y exquisita en que mi vagina engullía su pene; haciéndome sentir lo que él sentía, el placer que lo desquiciaba con cada cabalgada.

—Conejita, por favor —volvió a suplicar. Su voz ya no era sedosa. Estaba ronca, empañada de deleite. De nuevo sonó como el monstruo que me había devorado en el piso y contra el árbol, hambriento y necesitado. Yo sabía lo que él necesitaba.

—Acaba todo —le ordené, sin miramientos. Presioné los músculos de mi vagina a su alrededor. Se cerraron en torno a enorme miembro. Succionaron cada parte de él y Aleksi, obedeciéndome, obedeciendo a mi cuerpo, explotó con una fuerza extraordinaria. Golpeó el fondo, me calentó bien profundo. Los temblores involuntarios de su pene se intensificaron y cuando creí que había terminado, así de rápido como empezó, lo sentí acabar otra vez.

La sensación me encantaba. Que poderosa me sentía al saber que yo había logrado eso, que le había dado a mi marca tanto disfrute, que le había dado lo que él quería. Con eso, ya me sentía satisfecha. Con eso, incluso creí que no me haría falta acabar a mí también...

Entonces, aunque aún estaba acabando dentro de mí, Aleksi me tomó de la cintura. Fue firme, algo que no había ostentado en el último rato porque así no era el juego. Sin embargo, lo dejé ser.

—¿Tienes más? —canturreé, sacudiéndome de nuevo, sensual y divertida, provocadora. Pero él no me contestó. Esas manos se aferraron a mis pechos y tiró de mí hacia atrás. Mi espalda se pegó a sus pectorales y la sorpresa me invadió—. ¿Qué...?

La pregunta murió en mis labios cuando él subió sus caderas, empujándome hacia arriba. La posición cambió, la penetración también. De una manera que no lograba comprender, así su pene estimulaba mejor la parte interna de mi clítoris. Se me escapó otro gemido, más largo.

Quiero más —susurró Aleksí en mi oído, comenzándose a moverme como un animal. Me inmovilizó y me penetró con soltura, con una agilidad asombrosa de esas caderas maravillosas. Sus testículos sonaron con fuerza al golpear contra mi culo y no pude decir nada—. Quiero más, quiero más. Quiero que me lo des todo, ama. Por favor.

Su voz me sonó desconocida. Parecía que algo se había apropiado de él, algún espíritu lascivo del bosque, quizá, pero no me importó. No podía luchar contra él, contra sus manos moviéndose contra mi piel, reclamando mis pechos, apretándolos; contra sus dedos encontrando mi clítoris y pellizcándolo.

Ahogué un grito. Aunque ya había acabado, aunque todo se podría haber terminado ahí, Aleksi se estaba rebelando contra su ama y me estaba llevando a un orgasmo delirante aún mejor que el anterior. Me volví la señora atrapada, la que su juguete atacaba, simplemente porque el placer era tan bueno, era tan intenso, que solo me importa que llegara, que siguiera golpeando mi culo y tocándome hasta que no quedara más nada de mí.

Mi mente se puso en blanco. Mis sentidos se extinguieron. Mi cuerpo y mi alma se evaporaron. Mi respiración se detuvo...

Las manos de Aleksi sobre mi abdomen, sobre mis brazos, me sacaron de ese trance. Me di cuenta, cuando besó mi hombro y mi mejilla, que había salido de mi interior. No me dijo nada y me acunó, como si se sintiera culpable. Nos miramos a los ojos un largo rato, hasta que acarició mi mejilla y yo estiré los dedos para acariciar sus labios.

—¿Ahora sí no tienes más? —pregunté.

—Siempre tengo —contestó, sonriendo de pronto—. Pero... ¿me perdonas por rebelarme?

Me reí.

—Eres un juguete malo —contesté, pegándole con el dedo índice en la mejilla—. Sabes que por cada vez que me desafíes habrá un castigo, ¿no?

Ladeó la cabeza.

—Castigo... ¿o premio? A mi me suena a que en realidad siempre recibo premios.

Bufé y le pellizqué la mejilla.

—Esta noche voy a atarte en la cama —le advertí, pero tenía razón, sí sonaba a premio. Él alzó la ceja, divertido, pero también esperanzado—. Y te voy a azotar —Su sonrisa se ensanchó—. Te voy a azotar las nalgas —Se rio de mis intentos por asustarlo. Ambos sabíamos que le encantaba la idea y que, fuera de la broma, se pondría boca abajo por gusto—. Pero el problema es que, si cada vez que te castigo te rebelas...

—Lo siento. Es que la idea de que mi ama me diera todo lo que yo quería, que le siga suplicando... —Se inclinó y me dio un besito en la nariz, coqueto. Me alegró saber que lo que hizo lo hizo pensando en la misma fantasía que yo. Era interesante que pudiésemos ser flexibles con los roles—. Aunque ya sabes que solo quería hacerte acabar a ti también, de nuevo.

Me estiré hacia arriba y le di un besito, como él, pero en los labios.

—Fue una postura increíble —admití—. La forma en la que la penetración estimulaba mi clítoris fue...

No necesitaba palabras para expresarlo, así que no las dije. Alek me abrazó y nos quedamos un ratito así, juntitos, escuchando nuestros corazones, poniéndonos en sintonía. Después, me senté a su lado y acaricié sus brazos, con sus tatuajes tan rebuscados, y deliré un rato sobre si podría hacerme alguno también.

No me pareció descabellado que incluso tuviéramos tatuajes de pareja. Después de todo, éramos marcas, nunca íbamos a arrepentirnos de eso. No era como los seres humanos, que nunca sabían cuándo se acabaría el amor. No era como mis padres, que no estuvieron destinados finalmente el uno al otro...

—No quiero volver aún —dije, entonces, apoyando la cabeza en su hombro desnudo.

Él me acarició el brazo.

—¿Quieres quedarte aquí? ¿O quieres ir a cualquier otro lado?

Dudé. El bosque tenía su encanto, pero ahora que no teníamos nada que hacer, comenzaba a parecerme aburrido. Si al menos tuviéramos algo que comer, podría quedarme un rato más y no regresar al castillo, como no quería hacerlo

—Ven —me dijo Aleksi y se puso de pie de un tirón. Me dio la mano y me ayudó a levantarme, mientras nuestras ropas comenzaban a flotar en el aire.

—¿Qué haces? —balbuceé, al ver que tiraba de mi mano hacia el interior del bosque, todavía desnudos.

—Vamos a la laguna.

—¿Qué laguna?

Alek se detuvo y se giró a verme con una expresión incrédula.

—La laguna... ¿de tus tierras? —dijo, ahora el que dudaba era él. Yo lo miré pasmada. Hubiese repetido mi pregunta de no ser porque podía ver en su mente las imágenes del lugar, muy rústico, entre todo el bosque—. ¿Cómo es que nunca la viste?

Me encogí de hombros en cuanto él retomó sus pasos. Dejé que me guiara por entre los árboles, ahora bastante curiosa. Era interesante tener algo que hacer y así no pensar más.

—Nunca me dejaron recorrer mucho los terrenos, menos sola. A veces, Elliot y yo jugábamos fuera pero no nos alejábamos porque mis abuelos no querían.

Jamás me lo cuestioné, pero ahora me parecía que tenía mucho sentido. En medio de esos bosques, por más cuerpo de seguridad que tuviéramos, era muy fácil que un vampiro se colara. Si los Edevane me habían reclamado desde que yo era niña, no hubiese sido seguro para mi vagar en los bosques. Mi hermano no me hubiese podido proteger, tampoco.

Pensándolo bien, también me parecía que tenía sentido de quién había venido la orden. De mis abuelos, no de mis padres. Suspiré mientras Aleksi hacía eco de mis pensamientos, exponiendo que había creído que tal vez un adulto responsable me podría haber llevado de niña.

—Hace mucho que no vengo —siguió—. Pero aún así conozco bien el camino.

No me preocupé porque alguien nos viera sin ropa. Mientras más avanzábamos, más cerrado se hacía el bosque. Aleksi halló un sendero olvidado en un instante más, lleno de helechos, musgo y hongos muy tiernos, y entonces, después de la oscuridad que se había hecho bajo el dosel de los árboles, me pegó la luz del sol en la cara.

La laguna era pequeña. Seguro, alimentada por alguna vertiente que yo desconocía. Pero lo más significativo para mí era que no se parecía tanto a lo que Aleksi recordaba. Los pastos que la rodeaban estaban altos, los helechos crecían descontrolados. No veía ningún lugar por el cuál se pudiese entrar al agua.

—Bueno, se ve que nadie viene desde hace mucho —se rió él. Soltó mi mano y avanzo solo hasta la orilla. Su magia ondeó en el aire como una guadaña y cortó de cuajó muchísimos de los arbustos que nos impedían acercarnos. Lo seguí, en puntita de pie, asqueada como la princesa que era y me detuve horrorizada cuando vi que más que una laguna era agua estancada.

—Mmm, lindo —solté, poco convencida. Sin embargo, mi histeria se desató cuando vi que él se metía como si nada—. ¿Qué estás haciendo? —Casi que chillé.

Alek me miró sin entender de qué le hablaba.

—Me voy a lavar. ¿Qué pasa? —En dos grandes zancadas ya tenía el agua en los muslos. Y, o sea, se veía divino, sexy, salvaje, como un dios nórdico, pero esa agua era un asco.

—Vas a salir más sucio de lo que entraste —le espeté—. Alek, esa agua no decanta.

Él sacudió la mano en mi dirección y siguió adentrándose en la laguna. Se dejó caer hasta el cuello y reprimí el espanto al ver como se aguitaban algas a su alrededor.

—Me he lavado en lugares peores —me dijo, divertido. Sus ojos se veían más claros, más celestes, bajo la luz del sol—. En otras épocas la gente no tenía agua corriente, conejita. La mayor parte de mi vida me bañé en la naturaleza, bien desnudo y al aire libre.

Me guiñó un ojo y yo apreté los labios. Sí, se veía divino. Sensual. Pero igual no. De veras que no.

—Menos mal que cogimos antes de que te metieras ahí dentro porque si no, no me tocabas ni con un palo —declaré. Aleksi volvió a reírse y aunque me invitó al agua con él varias veces, yo me alejé de la orilla.

Me senté en la raíz de un árbol, donde había quedado apoyada nuestra ropa, perfectamente doblada por arte de magia, y lo observé nadar. Supuse que en algún momento mi familia si había hecho uso de esa laguna. El sendero de acceso estaba. Cada vez más borrado, pero estaba. Se hizo más evidente que nunca, en ese ratito de soledad e intimidad, lo diferente que habíamos crecido Aleksi y yo.

¿Cómo pudimos nacer tan lejos el uno del otro? No era que lamentaba haber nacido en mi época porque la verdad sabía que yo no estaba hecha para las pasadas, pero pensaba a menudo en todo lo que él tuvo que esperarme y en cómo creyó nunca encontrarme. Durante demasiado tiempo él estuvo solo y esa idea me angustiaba.

—¿En qué piensas? —dijo Alek, nadando hasta la orilla. Ahí, la laguna debía tener unos cincuenta o sesenta centímetros de profundidad nada más.

—En cualquier cosa —dije—. ¿Te sientes más limpió ahora?

Se puso de pie, estirando los músculos de los pectorales y los hombros en cuando estiró los brazos hacia arriba y el agua chorreando por su cuerpo se me hizo tan pero tan apetecible... Tendría que pedirle que hiciera eso de nuevo, pero en la ducha, donde pudiera quitarle los restos de algas y helechos de los músculos.

—Yo estaba pensando... —dijo, saliendo. Camino hasta mí, con una mirada cómplice.

Sonreí.

—¿Qué? Te dejo contarme —respondí, evitando leer sus pensamientos.

—Estaba pensando en nuestro futuro.

Se dejó caer a mi lado, con el culo directamente sobre el césped.

—¿Qué estás maquinando?

—Nada en realidad. Solo pensaba en lo que nos deparará la vida ahora. En qué planes podemos hacer, qué planes no —contestó. Apoyó los brazos en las rodillas—. Quizás podríamos hacer una lista. Yo tenía ideas... De lo que quería hacer con una pareja —confesó, entonces, mirándome de reojo. Su sonrisa era animada—. Pero la mitad de los lugares que quería visitar ya no existen. Así que... podemos hacer una lista nueva.

Me reí. Él me imitó. La verdad es que estaba haciendo un buen trabajo distrayéndome de mis tragedias. Pensé que podíamos poner el tatuaje compartido en nuestra lista, pero en vez de decírselo, decidí bromear con él:

—Quiero ir a Egipto —dije—. Para que me cuentes como hicieron tus amigos para construir esas pirámides, eh. Seguro los ayudaste levantando un par de piedras.

La broma lo hizo tomar una expresión de fingida indignación. En venganza, se sacudió el cuerpo entero como si fuese un perro y miles de gotitas de esa agua inmunda me pegaron en la cara, el pecho y las piernas.

Pegué un gritito y, sin pensarlo casi, me las quité con un movimiento de las manos. Las gotas flotaron lejos de mi piel y no me di cuenta de lo que había hecho hasta que noté como mi pareja se me quedaba viendo, ya sin bromas.

—Bien, conejita —dijo, con orgullo.

Me ruboricé, por más que fue una tontería para él y para muchos. Para mí, la telequinesis hasta ahora no había funcionado bien. Que pudiera hacer algo tan bobo como eso, y sin pensarlo, era un montón.

—Beber sangre humana sí funciona —dije, nada más, con una sonrisita tímida.

Alek asintió y me tomó la mano. Noté que su pie ya estaba seca, porque se había escurrido el agua conmigo cuando fingió sacudirse.

—Lo estás haciendo muy bien —me halagó—. Pronto, no vas a necesitar más sangre de vampiro para potenciar tus poderes. Serás tan buena como yo. Mejor, seguro.

Me acurruqué contra su costado. Ahora, su cuerpo estaba frío. La laguna le había quitado el calor del cuerpo. Nos quedamos en silencio viendo a los pájaros acercarse y pescar bichitos en la superficie del agua. En silencio a nuestro alrededor fue reemplazado por el de la más bella naturaleza.

—Esta parte del bosque se parece al que vi en el recuerdo de Vivi —dije, de pronto, acordándome.

—Eso fue en Noruega.

—Lo sé, pero... se me hizo parecido.

Los dos guardamos silencio de nuevo. En ese recuerdo, aparecía Bricia. Y si algo nos impedía a mí y a Alek salir a buscar sueños nuevos para ambos, además del estado de mi abuela, era esa mujer.

—¿Te interesa conocerla? —me preguntó él de pronto.

Yo me erguí.

—La verdad, no. ¿Será cierto que está en peligro de la manera en la que Ticia dice? Si es una vampira antigua, una de las primeras, seguro se puede cuidar por sí misma. O... ¿tú también crees que Everald en realidad es más peligroso de lo que era antes? ¿Qué se cenó algo diferente, como lo es Bricia?

Alek se mojó los labios.

—Ticia parece dar a entender que él es más peligroso que antes. Pero la verdad es que, aunque su relato estaba lleno de urgencia, a mi no me hacia gracia tener que ir a buscarla —Lo miré, atenta a sus palabras—. Ella dio una profecía que nos condicionó a ambos, durante todas nuestras vidas. Tú quizás no la conocías, pero aún así te condicionaba. Y a mí... ¿sabes cuántas veces tuve que escucharla susurrada? Los más valientes me decían que algún día la niña del alba me asesinaría y mi "yugo del terror" —Hizo unas comillas con los dedos— se acabaría. Que ya no podría hacer lo que quisiera ni pasar por encima de las leyes de sangre que estaban escritas.

Arqueé las cejas.

—¿No los matabas?

Alek ladeó la cabeza.

—Eh... —No sabía como contestarme, pero la verdad es que no necesitaba la respuesta. A algunos sí, a otros no.

—Supongo que debe ser agotador que una banda de desgraciados que somete a sus mujeres y niñas se llene la boca diciendo que te van a matar y los van a liberar de tu dictadura —respondí, con un suspiro.

Él exhaló.

—Bueno, siempre fui un maldito hereje. Y nunca me gustaron sus reglas de mierda. Porque eran una mierda. Son una mierda —puntualizó—. Esa profecía les dio alas para burlarse de mí, aunque luego murieran, y para creer en un futuro esperanzador en donde podrían seguir maltratando y abusando a inocentes. Y ojo, conejita, sabes que yo soy violento cuando quiero. Que me gusta ver a otros sufrir, pero no con gente inocente.

Anudé los brazos alrededor del suyo y apoyé el mentón en su bíceps.

—Tu solo eres el villano de una historia mal contada —canturreé. No hacia falta que se excusara conmigo—. Un anti héroe.

Él arqueó las cejas, pero no estaba disgustado con mis palabras.

—Todo depende de quién esté del otro lado.

—Del otro lado hay monstruos misóginos que esperaban que yo te matara para dejar su reino del terror correr como la sangre —respondí—. Merecían morir de forma horrorosa y me enorgullece que los decapitaras.

Le sonreí, porque quería que supiera que no me disgustaba su pasado, ni sus historias y leyendas de terror como cuando era niña, como cuando no conocía quién era realmente él. Quería que supiera que lo aceptaba y lo amaba más que a nada en el mundo tal cuál era, con el pasado que tuvo y con las decisiones que tomó. Así como las que tomaría de ahora en más, fueran cuales fueran.

—Eres sádica —rió—. Por eso me gustas.

—No soy sádica —repliqué, sacudiendo las manos.

—En el fondo, sí. Te pareces a mí. Somos tal para cual y por eso me alegra saber que tampoco quieres conocer a Bricia. Me alegra saber que estamos en sintonía, en la misma página.

Yo asentí, apretando los labios.

—La salud de mi abuela es mi prioridad. Ya perdí a demasiadas personas y no pienso desperdiciar mi tiempo buscando a una desconocida. Quien sabe si algún día despierta...

Todo ese día, no tuve ganas de volver. Pero después de decir eso, repentinamente supe porqué debía hacerlo, porqué quería hacerlo. Tenía que estar con mi abuela, acompañarla, hablarle, hacerle sentir, como pudiera, que la amaba y que la necesitaba.

Me puse de pie y empecé a vestirme. Alek me observó en silencio, confundido por mi repentina urgencia, hasta que de algún modo me entendió y comenzó a vestirse también. Me dio la mano para guiarme de nuevo por el sendero y por el bosque de regreso a los jardines impecables de pasto cortado y fino de nuestro castillo.

Fuimos a paso ligero, pero nos detuvimos de pronto cuando vi un auto de alta gama estacionado en la entrada circular, frente a las escaleras de piedra lustrada.

Aleksi olfateó el aire, alerta. Yo podía ver los colores de los aromas, pero no estaba familiarizada con ellos.

—Son los Pusset —dijo él, relajando los hombros que había tensado—. La amiga de tu abuela.

Yo no me acordaba de ella, pero al entrar supe de quién se trataba. De camino a la habitación de mis abuelos, me crucé con el joven vampiro que en la fiesta de cumpleaños de mi abuela intentó entablar algo conmigo. Él estaba parado muy derecho junto a su madre, que hablaba en voz baja con mi tío Sam y con otro vampiro, uno que sí no conocía.

Mi tío nos vio.

—No hallaron a Henry, ¿no?

Evité su mirada triste y negué. Me limité a saludar bajito a los invitados. La verdad, no recordaba el nombre de ninguno.

—No hay rastros de violencia en la casa —dijo Aleksi, por mí. Me alivió no tener que explicar nada de lo que había pasado en la mansión—. Se fue por su propia voluntad.

—¿No hay ningún rastro extra? Quizás de... ¿Everald? —dijo Sam.

Miré de reojo a los invitados. Era evidente que ya sabían todo lo que había pasado y que si se los habían dicho era porque confiaban en ellos.

—Nada —dijo Alek.

Se hizo un pequeño momento de silencio, hasta que el vampiro desconocido rodeó a mi tío y con simpatía y elegancia estiró la mano hacia nosotros. Me sorprendió lo amistoso, lo resuelto que era. Se veía joven, como Alek, como yo. Sus ojos miel casi que brillaban.

—No nos han presentado. Mi nombre es Antuan. Tu debes ser la sobrina de Sam, ¿no? —Estreché su mano y asentí, un poco más tranquila de no tener que hablar de mi padre—. ¿Y tú eres...? No creo que seas su hermano.

Estiró la mano hacia Aleksi y recién ahí me di cuenta de que él no llevaba la máscara y que NADIE fuera de nuestra familia tenía idea de cómo era su cara. Incluso los Pusset lo miraban raro.

—Soy Aleksi White, un placer —dijo mi pareja, aceptando su mano con la misma simpatía, que puso a mi tío a reír.

—¡Ah, claro! —dijo Antuan, todavía agitando la mano de Alek —. Eres su marca, por supuesto.

Sam puso los ojos en blanco.

—Se le olvidó decir que también es Mørk Hodeskalle —apuntó. Antuan dejó de sonreír y dejó de agitar su mano. Pero, pese al shock, no se la soltó.

—Ah —dijo, con tono chiquito, como si se le hubiesen cortado las cuerdas vocales. Sus ojos se abrieron bien grandes, la expresión de su rostro se volvió realmente graciosa—. Mørk Hodeskalle.

Aleksi tuvo que hacer un esfuerzo enorme por no soltar una carcajada.

—Como dije, un placer —le contestó, dándole unas palmadas en el hombro. Antuan se estremeció y me hizo reír a mí—. Un placer verte a ti también, muchacho, eh —añadió, señalando con el mentón al hijo de la amiga de mi abuela, que se puso más rígido que Antuan y que todas las estatuas y decoraciones del pasillo.

—V-vinimos a ver a Olive —dijo la vampira, como si tuviese que explicarse a sí misma—. Nos enteramos de su estado y vinimos a dar nuestra ayuda... A ofrecer nuestra sangre.

—Yo acabo de llegar de América, si no, sabes que habría venido antes, Sam —dijo Antuan, recuperándose en cuanto Aleksi avanzó por el pasillo hasta la puerta de mis abuelos. Lo seguí, lista para abandonar a ese grupete—. Le daré toda la sangre que haga falta.

—No sé si vaya a funcionar —dijo mi tío Sam. Puse la mano en el picaporte, para entrar. No sabía si mi abuelo estaba dentro o no, pero seguro ya nos había oído y estaba listo para recibirnos—. Aunque le hemos alimentado y pudimos sanar así sus heridas físicas, no despierta. Su daño no es físico. Es mental —Me quedé inmóvil al escucharlo—. Algo pasó en su cerebro cuando Arnold estaba desangrándola. Algo dejó de funcionar. Y no sé... no sé cómo repararlo.

Observé la puerta de madera labrada. No me detuve en el sufrimiento en la voz de mi tío, en lo incompetente y en lo incapaz que se sentía. Procesé todas sus palabras, una por una. Más de una vez. Tanto, que Aleksi terminó abriendo la puerta por mí.

—¿Conejita? —me preguntó, al ver que yo no me movía.

Me mojé los labios. Tenía una idea, pero no sabía si iba a funcionar. Si no funcionaba, tendría que lidiar con la sensación de incompetencia e incapacidad yo misma. Y esa era una de las cosas que más me aterraban en la vida...después de perder a mis seres queridos.

—Tengo que probar algo. 

¡Bienvenido 2024! Un poco tarde, ya sé, pero finalmente aquí estamos. Para compensar tanta demora, les traje un capi un poco más largo de lo normal. ¡Espero que lo disfruten mucho! 

Hoy no tengo mucho que decir, ya que no tengo buena conexión, pero espero que sigan gozando esta historia y que no olviden que sus comentarios, votos y recomendaciones a amigos lectores me ayudan muchísimo!

También, si quieren ver esta historia en físico, chíflenle a Penguin Random House ;) a ver si les gustamos, si le gusta nuestro Hodeskalle <3

Gracias por todo y les mando un abrazo enorme! Los amo 

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