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Capítulo 5. La vida después de la pesadilla

5: La vida después de la pesadilla

Kayla

Cuando todo ha pasado, no sabes realmente qué hacer. No sabes cómo continua la vida cuando tienes una gran pérdida y cuando todos a tu alrededor también están afectados por ella. Se siente como una gran pesadilla. Como si hubieras abierto los ojos luego de un sueño horrible y ni siquiera quedaran en tus manos las cenizas del desastre.

Al acostarme esa noche, después de que Aleksi insistiera en que bebiera sangre humana para seguir recuperándome, pensé mucho en cómo ni siquiera tenía las cenizas de mi madre. Todo se había perdido en la mansión, en medio de la sangre de esos imbéciles que me la habían arrebatado.

Me acurruqué contra Alek, agradeciendo su presencia más que nunca. Su olor, su calor, sus brazos alrededor de mí, fueron lo único que evitaron que el dolor me dominara por completo. En el silencio del castillo, era más fácil dejarse dominar por la incertidumbre y las miles de preguntas que uno se hacía cuando perdías a alguien.

Supuse que eso debían pasar todos los humanos, eso de preguntarse qué había detrás de la muerte de un ser querido, sí existiría algo para sus almas. Creciendo en un hogar con puros vampiros, en una mansión inmaculada, llena de privilegios y segura en una caja de oro, nunca tuve que preocuparme por la posibilidad de que uno de mis mayores muriera. Ahora era una realidad, algo con lo que no sabía lidiar.

Estuve toda la noche despierta. Sé que Aleksi también lo estuvo, pero no dijo ni una sola palabra mientras yo guardaba silencio e intentaba conciliar el sueño que jamás llegaría entre la sangre humana recién bebida y las dudas existenciales. Él simplemente se quedó a mi lado, abrazándome y acompañándome de la única manera en la que podía hacerlo, ya que él tampoco había experimentado jamás la muerte de un padre.

Así que, salir de la cama al principio se volvió otro acto sin sentido. Era temprano cuando arrastré los pies por el suelo hasta el baño para darme una ducha mientras me planteaba qué iba a hacer a continuación con mi existencia, cuando parecía que ya no tenía nada por lo que luchar.

Bajo el agua caliente, pensé que debería sentirme agradecida. Los Edevane ya no existían. Ni Bryony, ni mi tía ni yo, ni ninguna otra mujer debería preocuparse por ellos. El mundo a nuestro alrededor estaba en repentina tranquilidad y aunque Ticia insistía con Bricia y Everald, por alguna razón, después de nuestra conversación, yo no me sentía asustada por él. No sentía la urgencia que Ticia quería imponernos. Quizás estaba cansada. Quizás, era porque en mi cabeza no había espacio para más.

Por eso, debería sentirme agradecida. Porque había cumplido con mi pacto con Hunter, habíamos ganado esa guerra, al final. Pero lo único que sentía en ese instante era una carencia enorme de una razón de ser. En esos últimos dos meses, toda mi existencia había estado marcada por la urgencia de ser perseguida y la urgencia de ser liberada.

Entonces, si era libre ahora, ¿por qué no se sentía mejor?

La imagen de mi madre interponiéndose para proteger a mi hermano me asaltaba a cada rato. Deambulaba por mi mente de forma feroz y oscura. Supuse que debía ser eso. No había forma de sentirme liberada cuando esos recuerdos más bien me atrapaban.

Cuando regresé a la habitación, envuelta en toallas, encontré a Aleksi durmiendo. Me apresuré a cerrar bien las cortinas, para que no le molestara el sol, y me senté despacio a su lado, a revisar su semblante.

Recién en ese momento noté las ojeras bajo sus largas pestañas. Recién ahí fui consciente de que probablemente él no habría dormido casi nada durante los últimos tres días y que, por acompañarme en mi pena, tampoco había dormido anoche.

Se me escapó una sonrisa triste, frágil, llena de amor. Refulgió en mi pecho una sensación abrumadora de adoración por su sacrificio. Y fue esa sensación la que mitigó un poco el dolor y me hizo recordar lo que más había deseado yo, en esos meses desde que lo conocía, era tener tiempo libre con él.

¿Cuántas veces hablamos sobre lo que podríamos hacer cuando fuésemos libres de la carga de los Edevane? Aleksi me prometió citas, yo soñé con viajar por el mundo... Pero, ¿cómo podía irme ahora? No sabía si mi abuela iba a despertar.

Acaricié el cabello de Alek y le acomodé la almohada para que descansara. Me levanté despacio, para no despertarlo. No pudo dormir por mi culpa en más de tres días y no quería perturbarlo.

Después de vestirme, salí de la habitación en puntillas y deambulé por el castillo sin saber exactamente qué hacer. Ni con mi día ni con mi vida. No podía dormir, ya no tenía hambre y no quería molestar a nadie. Pensé en buscar a Jane, para charlar más sobre su nueva condición, profundizar sobre cómo se sentía ella con todo el cambio en su existencia, pero cuando llegué al piso inferior, me llegó un mensaje de WhatsApp de mi tío Sam:

"Lamento molestarte, pero cuando puedas, ¿podrías acercarte a mi habitación?"

Cambié de rumbo de forma automática. Toqué la puerta de la antigua habitación de mi tío en el ala este. Él tenía más de un cuarto y no recordaba la última vez que había entrado en ellos, así que me sorprendí cuando encontré una versión pequeña de un laboratorio en su salita de estar, muy parecido al que tenía en la mansión.

—Pensé que estarías dormida —me dijo, al dejarme pasar.

—Pensé que también estarías dormido —le contesté. Él también parecía cansado, pero por el desorden que había en el cuarto, me dio la sensación de que tenía demasiado en la cabeza como para hacerlo.

—Estuve ocupado —respondió, confirmando mis sospechas. Entonces, agarró un vaso de la enorme mesa que tenía llena de cosas—. Muerde esto —me indicó. El vaso tenía una tela tensada alrededor de la boca. Lo observé con recelo, aunque ya sabía para qué era. No solo porque era obvio, sino porque los pensamientos de mi tío eran claros al respecto—. Es para recoger veneno —me aclaró, aun así, y yo lo mordí sin quejarme. Los dos nos quedamos esperando que algo sucediera, que algo brotara del único colmillo que me quedaba—. Mmm.

—¿Qué? —dije, cuando retiré el diente. El sabor de la tela se me quedó pegado. Chasqueé la lengua, con asco.

—Como lo supuse, se ha agotado —comentó, recuperando el vaso de mis manos—. De la misma manera en que te ha abandonado la fuerza superior y las habilidades extras —Tomó una pequeña aguja de su maletín, abierto sobre su cama, y se acercó a mi con un aviso en la mirada. Asentí, permitiéndoselo. Me pinchó, ejerciendo un poco más de presión de lo que haría con un humano. Una gotita se mi sangre se deslizó por mi piel—. Al igual que la dureza de tu piel. Ha vuelto a ser la de antes. No tan blanda como la de un humano, ni tan dura como la de un vampiro común. Ni tan firme como la de Aleksi, aún.

Me limpié la gota de sangre con la yema de los dedos.

—Anoche bebí sangre humana —le comenté—. Me siento un poco mejor.

Él dudó.

—¿Y tu magia? —tanteó.

La forcé. Me acerqué a los hilos de sus pensamientos, evidencia de que mi magia había regresado al estado anterior al de alimentarme en exceso de vampiros. Los pensamientos de los demás no se arrojaban sobre mí, no me picaban la piel, ofrecidos. Tenía que ir a buscarlos y eso fue lo que hice con él.

Tuve acceso a sus conjeturas, a cómo él estaba seguro, al igual que yo, de que la sangre vampírica me había dado la mejoría extrema en mis habilidades. Pero también tenía muchas dudas. No sabía cómo era posible que alimentarme de vampiros con los que estaba emparentada podría haberme dado veneno.

—Yo tampoco lo sé —le dije, soltando sus pensamientos. No quise ir más allá, ni acceder a los lugares más recónditos de su mente. No era necesario invadirlo de esa manera, él no me había pedido que fuese tan lejos—. No hay una relación directa, ¿verdad? Tiene sentido que beber sangre humana me fortalezca, para ser una semi humana. Y que beber sangre vampírica me haga parecida a ustedes, así como a Arnold lo volvió superior a un vampiro común y, por ende, de vuelta, superior a mí. Pero... el veneno no tiene mucho sentido.

Mi tío asintió.

—No tenemos muchas formas de comprobarlo —dijo, regresando a la mesa. Me acerqué a él, aún en contacto con sus razonamientos internos. Él le daba vueltas al hecho de que el intercambio de sangre entre vampiros se daba hacia milenios, más aún entre familiares. Pero, claro, todos ellos ya tenían veneno, porque ninguno era como yo. Siempre fueron vampiros completos—. Tu llevas días bebiendo sangre, así que no tengo ni un solo registro de cómo respondes a la misma. Siendo una adulta, claro. Los últimos que tengo son de cuando eras un bebé y vomitaste. Mis anotaciones sobre cómo fue tu desarrollo semi humano tampoco lo tengo aquí —Agarró una libreta y me mostró las anotaciones de todas sus conjeturas recientes. Un cuaderno nuevo—. Por eso quería corroborar contigo qué sentiste al alimentarte de sangre común, luego de vampiros que no conoces y de los Edevane.

Acerqué una silla a la mesa y me senté a su lado.

—Bueno, al beber sangre humana, me volví más rápida, más ligera. Mi magia se volvió bastante más fácil de usar en cuanto al control de mentes. Pude incluso alterar la mente de los padres de Jane —Expliqué, tomando un lápiz y permitiéndome hacer anotaciones en su libreta—. Pero luego, Arnold, o alguno de sus secuaces, me hirió en la calle. Me hizo una herida de bala y estaba sangrando mucho, así que me alimenté de uno de los Edevane hasta matarlo y me sané de inmediato... Y me di cuenta de que mi cuerpo de había vuelto más fuerte también, porque pude resistir cosas que antes me hubiera dolido, como cuando la tía me agarró del brazo. Entonces, pensé que... —Me callé. Mientras mi tío me escuchaba con atención, me dí cuenta, por el sentido de sus pensamientos, que yo nunca le dije lo que había hecho en Corazón. Pero en la tarde anterior, no se sorprendió cuando dije que era mi culpa que Arnold se hubiese alimentado también—. ¿Skalle te contó lo que hice luego?

Mi tío me miró y obtuve la respuesta antes de que hablara: sí. En una de las tantas veces que mi tío vino a revisarme mientras yo me recuperaba.

—No mataste a nadie y eso te salvó la vida —replicó—. Porque conjeturo que alimentarte de un solo vampiro no alcanzó para volver tu piel tan dura como la nuestra. ¿De cuántos bebiste?

Ya no me acordaba bien. ¿Diez? ¿Quince?

—Fueron más de una decena —afirmé—. ¡Pero no los maté! ... Creo.

Mi tío tenía las mismas dudas que yo. Mi papá y yo nos fuimos de Corazón sin comprobar nada. De alguna manera, Arnold se había enterado del ataque que realicé, porque debió ser impactante para la comunidad de la ciudad.

—Esta claro que beber hasta dejar inconsciente a más de diez vampiros podría equivaler a matar por lo menos a seis o siete de ellos. Para mí, eso fue lo que te dio la inmunidad, lo que volvió dura tu piel.

Aunque él había aceptado mis acciones y no las estaba juzgando ese momento, sus palabras no me hicieron sentir bien. Que las dijera solo me hizo ver un poco más la realidad de mis actos, los que había guardado en un cajón en medio de la vorágine por el enfrentamiento con los Edevane. Me sentí mal, porque realmente era como si hubiese asesinado a seis o siete personas. Personas que jamás me habían lastimado.

«Aunque bueno», pensé, muy en el fondo. «Tampoco eran inocentes, ¿no? Había humanos ahí a los que seguro también mataron». Y pesé a ese razonamiento, no estaba segura de que fuera válido justificarlo.

—Puede ser —contesté, mojándome los labios—. Pero de los Edevane me alimenté en la pelea. Maté a Arthur, entre otros.

—Y cabe aclarar que estabas muy acelerada. Muy alterada —musitó, anotando en la libreta también. Su letra era mucho más elegante que la mía, incluso escribiendo por encima de mi brazo, parado—. No estabas tan alterada cuando solo te habías alimentado de los vampiros de Corazón. Pero cuando nos subimos al helicóptero...

Yo reprimí un escalofrío. Cuando subí al helicóptero, estaba asustada y se me había otorgado una gran responsabilidad. Volver a aquellos momentos me resultaba más incómodo que saber qué podría haber matado a seis vampiros desconocidos.

No contesté y, como seguía conectada con sus pensamientos, obtuve su mejor conclusión: los Edevane que sí maté acumularon una cantidad de sangre en mí peligrosa. Mi histeria, mi descontrol, mi furia en el campo de batalla y después... eran rasgos incipientes de la Locura de la sangre, la misma que había afectado a Arnold cuando hizo ese trato conmigo.

—Y me dio control de mis poderes —susurré—. Pude controlar el sonido, algo que solo Aleksi hacía y yo no.

Lo anoté todo, asumiendo lo que había pasado. Lo hice gráfico, lo dejé establecido. Me tembló la mano mientras describía mis sensaciones y pensaba que no podía dejar que eso volviera a pasarme. No solo porque matar a mi propia especie no estaba bien, sino porque no sabía qué podía pasarme. No quería terminar como Arnold. Quién sabía cuántos de sus primos habían matado, él y sus hombres más cercanos, para que les afectara más que a mí.

Además, ya no valía la pena el riesgo, ¿verdad? Los Edevane no existían. Everald era un pobre loco solo que seguía teniéndole miedo a Hodeskalle. Si él se acercaba de nuevo, lo mataríamos y ya. Mientras no se alimentara de nosotros...

Pensé en Ticia, en los miedos y en los traumas que cargaba. En cómo nunca quiso acercarse a nosotros hasta que Hodeskalle apareció en el clan White de nuevo.

—Bricia dice que, si Everald se alimenta de ella, estaríamos todos en peligro. ¿Lo crees? ¿Crees que sea de verdad algo serio por lo que deberíamos estar en pánico?

No había dicho exactamente porqué, solo que Bricia era especial por ser una de las primeras. Ya sabíamos que tenía habilidades especiales, que no era una vampira común, pero estaba claro que no tenía los dones que Aleksi y yo teníamos, sino, Everald también le tendría miedo y ella no estaría escondiéndose de él.

Mi tío miró la libreta con nuestras anotaciones en silencio. Luego, con un suspiro, se enderezó. Sus pensamientos no eran claros. No había una respuesta definida, solo un montón de dudas y de opciones posibles para una pregunta que parecía muy sencilla.

—Cuando te alimentas de Aleksi, nunca notas ningún cambio en tus habilidades, ¿verdad?

Negué.

—Porque fue muy poco. Los intercambios de sangre que hacemos entre parejas y familia son tan leves que no alcanzan para modificar la fuerza o la magia de un vampiro o semi humano —dijo. Eso no era una conjetura, era algo cierto para nosotros y para todo el mundo—. Así que no tenemos ninguna manera de comprobar que la sangre de ustedes dos trasmita o no sus poderes a los vampiros que se alimenten de ustedes hasta matarlos. Menos podemos saberlo con Bricia, de la cual no sabemos nada. De la misma manera en que no tenemos manera de comprobar si tu veneno regresa debido a la sangre de tus familiares, porque eso implicaría que los mates.

Ya no había más Edevane para matar, excepto Arnold y Everal. Ellos podrían ser los únicos con los que tendría oportunidad de comprobar esa situación, porque yo jamás lastimaría de nuevo a un White y tampoco a un Dubois, el clan de origen de mi abuela y, después de los Edevane, el más cercano a nosotros.

—No sé qué pensar de esta mujer. ¿Qué sería lo más grave que pudiese ocurrir? —musité—. ¿Qué Everald también obtenga, por un tiempo limitado, la capacidad de ver el futuro? Sigue siendo un hombre solo. Sigue teniéndole miedo a Hodeskalle. Y nosotros seguimos sin saber demasiado de ella.

La mente de mi tío era un remolino de ideas. Iban y venían con muchísima rapidez. Pero lo que me quedó claro fue que él creía que Bricia había callado cosas a propósito. Que por algo ella nos quería a mí y a Aleksi.

—No sé si deberíamos ir por ella —confesé, ante la dirección de sus pensamientos—. En este momento, creo que no... no puedo...

No sabía cómo explicarlo. Sentía que no podía alejarme de lo que conocía, sentía que necesitaba descansar, que necesitaba dejar de pensar, dejar de moverme... Ya no quería seguir peleando con nadie. En ese momento, a pesar de todo el enojo que manejé con Arnold la tarde anterior, tampoco tenía ganas de ir a buscarlo tan pronto. Tal vez se debía a que sabía que lo encontraríamos dónde sea que se escondiera, a que lo mataríamos sin problemas cuando lo halláramos.

—Necesitas tiempo —me contestó él, frotándome la espalda—. Acabas de perder a tu madre.

Me tembló el labio cuando pensé que quizás él podría perder a la suya. Me costó encontrar la voz para preguntarle por ella.

—¿Qué crees que...? —titubeé—. Con la abuela.

La mano de mi tío cayó. El silencio entre nosotros se volvió helado.

—No lo sé —Las palabras brotaron tan bajito que me costó escucharlas. Observé su rostro y me sorprendió cómo lograba esconder sus sentimientos con una máscara de tranquilidad. Su expresión era apacible, pero en su cabeza había una maraña de inseguridades, de terror, de incertidumbre. Aunque él era médico, un científico, no sabía cómo hacer que mi abuela despertara. Aunque había estudiado a su propia especie, nunca sabría tanto de ella como de los humanos.

Me estiré para tomar la mano que había dejado caer. Deseé poder acallar sus miedos y preocupaciones, pero yo tenía los mismos. Como con mi abuelo ayer, me sentí igual de desolada. Tuve la certeza de que, si mi abuela partía, no solo Benjamín White no se recuperaría jamás. Ninguno de nosotros lo haría.

Ante mi gesto, finalmente el rostro de mi tío Sam se descompuso. Toda su cara se arrugó y las lágrimas brotaron de sus ojos claros con vergüenza. Intentó tapárselas con la mano libre, pero no se lo permití. Me puse de pie y lo abracé, como cuando era pequeña y le rogaba que no me dejara sola con Elliot en mi cuarto después de sus cuentos de terror. Me aferré a él con fuerza y con el mismo dolor.

Mi tío estalló y me abrazó también. Antes de que pudiera darme cuenta, yo estaba llorando también.

Con mi hermano aguantamos hasta último momento, pero cuando mi tío Allen regresó de la mansión sin mi papá, los dos nos miramos y decidimos que no podíamos esperarlo para hacer lo que teníamos que hacer.

Lo ayudé a enterrar la piedra bonita y lustrada que habíamos encargado debajo de un árbol que en primavera se llenaba de flores, cerca de la linde del bosque de los terrenos del palacio. Cavamos con nuestras propias manos, sin hacerle asco a la tierra mientras la mayoría de nuestra familia, exceptuando a mi abuelo, nos acompañaba en pie en silencio. Era lo único que podíamos hacer por mamá, porque no teníamos nada físico que enterrar.

Pensamos que a ella le gustaría ese lugar. Tratamos de invocarla con el pensamiento, de creer que, si teníamos que buscarla en algún sitio, podríamos ir a sentarnos bajo la sombra del árbol y encontrarla. De rodillas frente a la lápida, los dos nos sentimos, pese a nuestros intentos, irrevocablemente solos. Podíamos estar rodeados de nuestros tíos, de mi pareja y su familia, de amigos, pero al final, mamá no estaba ahí. Y papá tampoco.

Elliot derramó lágrimas en silencio. Sabía que de nuevo se estaba sintiendo culpable. Sus pensamientos replicaban mi propia culpa. Había un eco suyo en mi mente. Los dos nos creíamos tan inútiles como responsables, pero no íbamos a admitírselo a nadie más, porque pensábamos que no nos entenderían de verdad.

No hubo palabras de despedida dichas en voz alta de nadie ahí presente. Nosotros, los hijos, nos quedamos arrodillados frente a la lapida por un largo tiempo, hasta que alguno de nuestros familiares acercó a dejar las flores que trajeron de uno de los jardines cercanos al castillo.

Ahí, dejé mis propias flores y me levanté. Alek me esperaba a pocos pasos, con Vivi, que se apresuró a darme un cálido abrazo. De nuevo, no hubo necesidad de palabras. Yo ya sabía que ella lo sentía mucho y que quería ser una madre para mí. Y ella sabía que yo podía leer sus pensamientos.

—Ten, conejita —me dijo Aleksi, tendiéndome un pañuelo. Pensé que era para limpiarme las manos llenas de tierra, pero cuando amague para tomarlo, él deshizo el amague y me secó las lágrimas que iban a medio camino por mi mejilla—. Puedes seguir llorando si quieres, yo las secaré todas por ti.

—Estamos aquí para ti, linda —dijo Vivi. Detrás de ella, Phill asintió. Tenía a Theo dormido en sus brazos.

—Estoy bien, gracias por todo —dije, mientras Alek seguía atrapando mis lágrimas con cariño. Que me acompañaran en ese momento era muy importante para mí. El aprecio que sentían por mí era algo que me emocionaba y le daba un alivio enorme a mi pena.

—Para lo que quieras —insistió Phill—. Si quieres alejarte por un tiempo, si quieres venir a pasar unos días a Mallorca, estaremos encantados de recibirte con Aleksi.

Miré a Alek y la idea se me hizo tentadora, pero todavía no podía pensar en eso.

—Cuando mi abuela despierte —prometí.

Vivi volvió a abrazarme y Phil hizo lo que pudo, sosteniendo a su hijito. Los dos se alejaron un poco cuando mi tío Allen se acercó. El resto de mi familia comenzó a disgregarse por los amplios terrenos del castillo, lejos de la lapida de mi madre.

—No encontré a tu padre en la mansión —me dijo. También nos alejamos un poco y cuando me dijo eso, yo solo pude mirar a Elliot, que era el único que se había quedado de pie frente a la lápida—. Simplemente no está ahí. Lo llamé, pero como todos estos días, no me contestó.

—¿No encontraste tu rastro? —preguntó Aleksi.

Mi tío negó. Suspiró y se puso las manos en la cintura, miró el césped, agachando un poco la cabeza. Detrás de él, noté como Jane se acercaba a Elliot.

—Imposible —respondió Allen—. Desaparece de la casa y ya. Su teléfono está apagado. Lo siento de verdad, Kayla. Quise que estuviera aquí con ustedes, pero...

No tenía palabras. Yo tampoco. Desvié los ojos del abrazo que Jane le estaba dando a Elliot, pensando en cómo se debería sentir mi padre en ese momento. Pero, también, pensando cómo me sentía yo con su ausencia. Había... un hueco en mi pecho. La soledad que me embargaba que no estuviera ahí estaba rodeada de una sensación de incomodidad, de inseguridad...

¿Y si mi padre no quería verme? ¿Vernos? ¿Y si pensaba que Elliot y yo teníamos la culpa de la muerte de mamá?

—Está bien —dije, con un hilo de voz—. Gracias por ir por él.

Mi tío Allen me dio un apretón en el hombro y se giró para marcharse. Entonces, vio a Jane abrazando a Elliot y se puso rígido. No tuve que esforzarme para leer sus pensamientos, llenos de una angustia precipitada, bien relacionada al rechazo de Jane y a lo amigable que estaba siendo con mi hermano.

«¿Son amigos también?», pensó. «¿Hablaran seguido? ¿Tanto como para abrazarse?». Bloqueé sus pensamientos cuando empezó a sentirse terriblemente ofuscado con su propio sobrino. Los celos que lo envolvieron lo sorprendieron a él y me sorprendieron a mí. Yo nunca había visto a mi tío Allen interesado en una mujer y, sinceramente, seguía sin tener ganas de verlo, más cuando se trataba de Jane.

—Conejita —Aleksi me tomó la mano, mientras mi tío se alejaba rápidamente, de vuelta hacia el castillo—. ¿Quieres ir tu misma a buscarlo?

Dudé. Si mi padre había apagado su teléfono, era porque deseaba no ser contactado, por lo que no sabía qué era lo que debía hacer yo. ¿Debía ir y exigirle que nos acompañara en el dolor? ¿Qué nos permita acompañarlo en el suyo?

—No quiere hablar o vernos —contesté.

Aleksi apretó los labios.

—Creo que deberíamos asegurarnos de que se haya ido por su cuenta, en cualquier caso —me dijo, y eso hizo que me enderezara.

—¿Por qué? —dije, antes de buscar una respuesta en su cabeza.

Alek clavó los ojos también en mi hermano y en mi amiga.

—Hay mucha incertidumbre fuera de estas tierras —replicó—. Creo que es conveniente que nos aseguremos de que las cosas están bien —Luego, me señaló con el mentón a mi tío Allen que estaba dando tumbos por el césped, como si fuera un humano mediocre—. No todos están en condiciones de hacer un buen trabajo.

Arrugué la frente. No sabía si estaba lista para volver a la mansión. Aunque no bajara al sótano, sentía que la muerte aún flotaba entre los jardines y galerías. Sin embargo, así como Aleksi lo planteaba...

—Crees que Everald podría estar merodeando la casa —musité.

Sus pensamientos eran claros para mí. También creía que, aunque él no era una amenaza en ese mismo instante para nosotros dos, sí podía serlo para el resto de nuestro clan, si los encontraba solos. Él sabía ahora, con certeza, que Ticia estaba con nosotros. Podría tomar a mi padre como rehén para exigirla a cambio. Seguro, pensaría que mi abuelo no dudaría en intercambiar a una mujer que apenas conoció por su propio hijo.

—No tomara mucho —dijo Alek—. No necesitas venir conmigo, si aún no te sientes cómoda.

Negué de inmediato y me puse en marcha, tirando de su mano. Por supuesto que no me sentía cómoda, pero no veía ninguna falla en la lógica de Alek y la única razón por la que Everald podría preocuparme en aquel instante era por mi padre.

—Solo tenemos que asegurarnos de que esté a salvo, ¿no? —dije. Aleksi asintió, poniéndose a mi altura—. Luego, lo dejaremos en paz.

No me dijo nada, pero pensaba que no teníamos que dejarlo en paz, que mi padre no era el único que había perdido a Anne y sus hijos lo necesitaban. Él tenía deseos de obligarlo a participar en nuestro dolor y aunque muy en el fondo yo sentía lo mismo, sabía que no ganaría nada con eso. Papá no comenzaría a actuar como un padre real solo por eso.

Hice como si no me hubiera percatado de su enojo hacia él durante el camino hacia la mansión. En el helicóptero, solo comentamos las pertenencias que queríamos recoger sí o sí y llevar al castillo, porque estaba claro que la mayoría del clan no pensaba regresar en un buen tiempo.

Apenas aterrizamos, me sobrevino una agonía inexplicable. Desde el helipuerto podía ver todo nuestro patio principal y las galerías y aunque estas estaban intactas, parecía flotar en el aire, junto con los colores de los aromas de nuestra familia, un aura de muerte y decadencia. Nunca había visto la casa tan vacía, tan silenciosa.

—En efecto, no está aquí —dijo Aleksi, en cuanto bajamos al jardín.

Caminamos por las galerías, analizando los rastros. Ya casi no quedaban olores de Arnold y los Edevane que irrumpieron en el exterior de la mansión, por lo que tuvimos que ingresar. Ver los pasillos vacíos me hizo estremecer. Pensé en la última vez que estuve ahí, yendo hacia el sótano, sin esperar encontrarme con un desastre...

—Quizás haya dejado una nota en su cuarto —repliqué, desviando la mirada del pasillo que iba hacia allí.

El aroma de mi padre era más fuerte. Daba vueltas por toda la casa. Estuvo rondando esos últimos días por ahí y, aunque seguro mi tío Allen ya había revisado, quise asegurarme del todo—. ¿Hueles a Everald? Es que no conozco su aroma y los demás son muy débiles.

Todos los colores que podía ver dentro los conocía, excepto los de los Edevane. Estaban en el pasillo del sótano. En el resto de la casa, manaba el de nuestra familia y empleados, más concentrados. Flotaban en el aire suavemente, apenas perturbándose cuando los atravesábamos.

—No —dijo Aleksi, caminando detrás de mí—. Yo lo olí en el patio esa madrugada. Nunca entró en la casa y ahora puedo confirmártelo, al menos en este sector.

Asentí.

—Debemos revisar todo.

No había nada en el cuarto de mi padre. Nada más, que este estaba hecho un desastre. Había roto muchísimas cosas. Había quitado los marcos de las fotos de mi madre y muchas estaban en la cama, en un montón mojado y arrugado con lágrimas. Tomé una fotografía con la punta de los dedos y ahogué las ganas de llorar que me embargaron.

Él estaba sufriendo, mucho más que yo... ¿No?

—La verdad, es que pensé que se quedaría más tiempo aquí, encerrado, antes de irse —confesó Aleksi. Estaba de pie frente al armario de mis padres. Faltaba ropa de mi mamá. No sabía si quería saber dónde estaba.

—Antes de venir hacia aquí —dije—, pensaste que él no debería estar encerrado, sino con nosotros.

—Por supuesto. Debería estar con sus hijos.

—Si tu me perdieras... —musité, también pensando en cómo estaba mi abuelo en aquel momento. Apenas si era un fantasma de sí mismo, postrado frente a la cama donde estaba su esposa, inconsciente—, ¿no crees que actuarías como mi padre?

Aleksi se dio vuelta con una expresión sombría. Hablarle de mi muerte no le gustaba.

—Tú eres mi marca —contestó—. Es muy diferente.

—Mi mamá era su esposa —dije, con suavidad.

—Pero ella no era su marca.

Siempre creí que la marca no era la única forma de amar y dedicarle tu vida a alguien. Mis padres eran mi mayor ejemplo de ello. Así que, ¿estaba justificado olvidar a tus hijos por tu pareja sólo si eran marcas? ¿Necesitaba tanto yo justificar a mi padre por su ausencia porque no quería estar enojada?

—Mi abuelo tampoco se está ocupando de sus hijos —susurré, dejando la foto de mamá donde la había encontrado. No sé por qué, pero no sentí ninguna necesidad de quedarme con alguna de ellas. Todo lo que estaba en ese cuarto le pertenecía a mi padre. Sentí que nada de ahí era mío, incluso aunque mamá lo hubiese querido.

—Tu abuelo tiene hijos de más de setenta años —contestó Aleksi, cerrando el armario—. Tú y Elliot tienen apenas más de veinte. Pero bueno —suspiró—, mira dónde está su hijo de setenta...

Estaba enojado con mi padre. Casi que parecía que se enojaba por mí, porque yo estaba negada a enfadarme con el único progenitor que me quedaba.

—No sabemos dónde está —resolví.

Recorrimos toda la casa. Mi padre ni siquiera había abandonado su habitación para ir al deposito de sangre a alimentarse. Me preocupaba que intentara terminar con su vida, pero era cierto que fuera de la mansión seguir su rastro era complicado. Se extendía varias hacia el oscuro mar y no podíamos asegurar que no hubiese saltado hacia él a propósito para borrar su esencia. No quería ser encontrado. Si no, no hubiese apagado su teléfono.

Me senté en uno de los bancos del jardín principal, debajo de las decoraciones que todavía quedaban de la fiesta de mi abuela, más perdida que nunca.

¿Tenía que seguir buscándolo? ¿Tenía que evitar que tomara sus propias decisiones, incluso si eso implicaba que lo dejara morir? ¿Y si él solo necesitaba tiempo?

Aleksi se sentí frente a mí, mientras yo miraba al suelo. No me di cuenta de que pasé más de veinte minutos calladas hasta que él se traslado suavemente a mi lado. Su mano acarició mi pierna, despertándome de mi trance, de mis preguntas sin respuesta.

—No sé qué hacer —solté.

—No creo que nadie sepa —me respondió—. Pese a lo que te dije antes, a lo que pienso y tú ya sabes, Henry es un adulto y toma sus propias decisiones.

—Elliot y yo también somos adultos —murmuré.

Alek suspiró, tal y como en la habitación. Sonoro.

—Sí.

—Y mi tío Sam también es un adulto... y aún así lloró como un bebé pensando en que su mamá quizás nunca se despierte —agregué.

—Y yo soy un adulto. Y también lloré cuando creí que mi madre estaba en peligro —me recordó. Ese fue su momento más vulnerable en sus últimos siglos, milenios en realidad. Estaba herido, descubierto como un semi humano, sin máscara, e incapaz de proteger a otros. Menos a su mamá, a quien había luchado tanto por salvar—. No hay edad para sufrir. Ni para temer ni para extrañar a tu madre.

Se me escapó una sonrisa triste.

—Y aún así, estás enojado con mi padre.

—Es un adulto y tomó su decisión —Aleksi se inclinó hacia mí. Su mano libre me acomodó el cabello detrás de la oreja—. Y yo soy otro adulto y soy libre de juzgarlo. Sus hijos vieron morir a su madre, asesinada —susurró—. Vieron como se sacrificaba por protegerlos. Ustedes son adultos, sí, pero son jóvenes para perder así a una madre, hasta en términos humanos. Y tú... —Lo miré, con el agujero que tenía en el pecho desde la mañana, desde el entierro simbólico de mamá, haciéndose cada vez más hondo con sus palabras. Todo eso que yo intentaba negar, Aleksi me lo estaba haciendo notar—... Tú estabas inconsciente, herida de gravedad, golpeada hasta el hartazgo —Su voz se volvió tan fina, tan quebradiza. Me vi reflejada en sus ojos. Sus iris se habían apagado al recordar mi estado—. Tu padre nunca preguntó por ti.

La herida se hizo enorme de golpe. Era inútil que intentara contener la imagen de mi padre. Traté hasta el último instante, pero yo ya sabía desde antes que era en vano.

Ahogué un sonido de congoja y sentí la mano de Alek en mi espalda cuando me encogí.

—Sé que no querías decirle a Elliot muchas cosas que Anne pensaba sobre él, para protegerlo. Y también tuve que pensar si al ocultarte esto, te estaba protegiendo o no —siguió, pasando un brazo alrededor de mí—. Tuve que esconderlo muy bien dentro de mi cabeza, para que no lo notaras en la superficie. Y estabas tan decidida a no odiar a tu padre por su ausencia que ni siquiera indagaste en por qué estaba enojado con él. Y me rompe estar haciéndote daño ahora... Pero te prometí que nunca volvería a ocultarte nada y tú mereces saber la verdad —Me mordí la lengua, para no echarme a llorar fuerte—. Estoy enojado con él porque en los tres días que estuviste inconsciente, no preguntó nunca por ti.

¡Qué difícil escribir estos capítulos! No les voy a mentir, en cierto modo, son una catarsis para mí. Creo que hace un año no hubiese podido escribir sobre el duelo como lo estoy haciendo ahora, después de la perdida de mi abuela, más con la abuela de Kay también delicada. Creo que estos capítulos son, de alguna manera, un cierre para un año muy complicado en mi vida y llenos de momentos que jamás pude compartir con mi abu. 

Espero que, pasado esto, estén listos para continuar esta historia conmigo, con la acción que se nos viene (sí, sí, acción de todo tipo, cof, cof), ¡y muchas cositas por descubrir y resolver!

Gracias por toda su paciencia de siempre, ¡no olviden comentar a full! A ver si llegamos a 30k lecturas antes de fin de año <3 ¡Los amo!

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