Capítulo 3. Nadie
3: Nadie
Kayla
Creo que no hubo una sola alma en esa habitación que no soltó alguna exclamación o tuvo un exabrupto. Ticia nos miró reaccionar con el rostro neutro, como si no hubiese soltado una bomba semejante a: "Ah, sí, tienen una tía".
Lo de la maldición podría habernos sorprendido más, la verdad.
—No estoy entendiendo un carajo —soltó Elliot y eso hizo que diluviara sobre ella una catarata de preguntas. Mi bisabuela se mantuvo en calma, todavía sumergida en el relato, hasta que consiguió que todos se calmaran y pudiera continuar para responder todas las dudas.
—Para empezar... No, no sabía que estaba embarazada de una hija, en aquel momento —dijo, mirando a Sam, que había formulado esa pregunta en particular—. Pero lo sentía. De alguna manera, en la carne y en los huesos, mi instinto me decía que debía apartar a ese bebé de Everald. Hasta el día de hoy, intento no pensar lo que podría haber pasado si me hubiese quedado, si esa hija hubiese nacido dentro del clan.
—Entonces... —murmuró mi hermano—. ¿Sí nació?
Ticia frunció el ceño hacia él, seguramente preguntándose si esa pregunta era real, pero aunque mi tío Allen lo regañó por desubicado, yo tenía la misma duda boba.
—Sí. Su nombre es Delphine. Vive en América. Se marchó hace décadas, donde puede estar a salvo de la influencia de los Edevane —explicó y a mí se me hizo alucinante la idea de que pudiera existir una hermana de mi abuelo, de padre y madre. Hasta ahora, de todos los hermanos de mi abuelo, ninguno había compartido toda la genética. Todos eran, en realidad, medios hermanos.
—¿Ella sabe... de nosotros? —inquirí y Ticia asintió lentamente.
—Delphine siempre ha querido acercarse a Benjamín, pero las dos sabemos qué tan peligroso era. Ya era peligroso que ella estuviera conmigo en los últimos siglos. Porque Everald... —Se detuvo, suspiró y luego levantó ambas manos, frenándose antes de irse por las ramas. Ninguno de nosotros la hubiese frenado. En la sala, los ánimos se habían elevado. Conocer la existencia de Delphine, una vampira que quería ser parte de nuestra familia, no hizo más que exaltarnos.
A mí, me dio una sensación extraña. Era la misma sensación que tenía cuando me veía reflejada en mi tía o en Bryony, todas mujeres de la misma sangre. Una especie de compañerismo, de empatía. Ticia no tenía que explicar del todo por qué Delphine no se había acercado a nosotros. Seguramente, se parecía muchísimo a mi abuelo y a todo el clan Edevane. De alguna manera ellos, que tanto nos habían vigilado y perseguido, lo sabrían.
—Es mejor que expliques a qué te refieres con la maldición —dijo Alek, todavía desde la pared junto a las ventanas.
—Siempre pensé que realmente estaban malditos —musitó Alice—. No es casualidad que de todos los hijos de Everald, de las interminables líneas de herederos que tuvo, solo mi padre tuvo hija y nieta. Y Hunter... —añadió—. Esto no pasa en otros clanes. Si bien las mujeres son escasas, no tanto.
Ticia asintió.
—Los Edevane fueron condenados a no engendrar hijas —respondió—. Eso es real.
—Pero, ¿cómo? —solté—. ¿Cómo pudiste tu maldecirlos? Eras una Edevane en aquel entonces.
Aleksi entonces se movió de la pared. Caminó lentamente por el cuarto mientras Ticia tomaba aire para hablar. Para cuando ella comenzó, él estaba sentándose a mi lado y agarrándome las manos con mucha suavidad.
Por alguna razón, la mención a la maldición lo había acercado a mí. Lo supe en cuanto tuve mayor acceso a los hilos de sus pensamientos, que ya no me pinchaban con fuerza, sino que me acariciaban con sutileza, más tranquilos, pero más preocupados.
—La sangre tiene un gran poder —explicó Ticia—. Es por eso que llamamos así a nuestra ley, a nuestros mandamientos. La ley de sangre abarca lo que se ha dicho e inventado, tanto como lo que no se ha dicho jamás y se desconoce. Como en los pactos y los favores, hay hechizos implícitos. Ustedes saben que no podemos huir a lo que pactamos. La ley de sangre nos obliga...
Ese siempre fue un tema difícil de comprender para mí. Como semi humana, nunca había sido educada demasiado en las leyes de nuestra especie. Conocía lo básico, como que los pactos y tratados no pueden romperse. También, si pides un favor, debes dar algo a cambio. Los favores siempre se pagan, incluso si no has determinado aún el pago. Era cierto que había algo de magia en ello.
Pero también era cierto que había leyes que no tenían nada que ver con ese poder ancestral que nos unía como especie. Por ejemplo, la ley que indicaba que los hijos le pertenecían al clan. Esa ley simplemente se la inventó alguien, al igual que la ley que Mørk Hodeskalle rompió cuando destrozó clanes hacia siglos, esa que hablaba de que las mujeres estaban obligadas de darles al clan un hijo antes que nada.
—...Y para las vampiresas de nacimiento, tan en contacto con la naturaleza sangrienta de nuestra especie, esa magia está en nuestras venas —Nos miró especialmente a mí y a mi tía Alice—. Nosotras menstruamos, nosotras alimentamos a nuestros hijos. Sangramos de muchas maneras. Yo no lo sabía en aquel entonces. Era una niña. Pero el dolor, la ira y la sangre del parto y de las heridas que Everald dejó en mi no hicieron más que propiciar lo necesario para que mi juramento se volviera una realidad.
Nunca hubiera imaginado que pudiese existir una magia semejante. Para mí, la magia solo la tenía Mørk Hodeskalle, a mi lado, tomándome las manos con dulzura. Ahora, también la tenía yo. Pero Ticia era una vampiresa común, no tenía ninguna habilidad sobre natural. Y, sin embargo, logró maldecir a todo su clan.
—Pero... el padre de Delphine, su progenitor, quiero decir... él sí era un Edevane, uno que no la amaba —dijo Jane, de golpe. Había estado muy callada en las sombras de la habitación, pero estuvo prestando mucha atención.
—Sí, querida niña. Everald es el progenitor de Delphine y ella fue concebida después de que yo hice mi juramento —contestó Ticia, irónicamente parecía más niña que la misma Jane—. Pero se necesitan dos para concebir. Yo era una Edevane también. Y a diferencia de todos los herederos del clan, ellos fueron concebidos por solo un miembro. Delphine, como Benjamin, por dos. Y yo siempre amé a mis hijos.
—Estabas exenta —susurró Alice—. Aunque Everald jamás pudiese amar de verdad a una hija, tú fuerza le ganó.
—Yo soy quien lanzó la maldición, al final —suspiró Ticia. Se llevó una mano al cuello y tragó saliva. No supe que estaba pensando, por supuesto, pero si me llegó un eco de lo que sentía. Algo desagradable, siniestro, bajó por su garganta y la mía—. Ejercí cierto control sobre ella. Hasta hoy en día, creo que fue la misma maldición la que me otorgó el instinto de saber que tenía que huir por ese bebé, porque podía ser una niña.
Dejó caer la mano y un poco se disipó esa sensación horrorosa. Fue en ese momento en que me relajé de la nada y Alek pasó un brazo por encima de mis hombros. Pegó sus labios a mi oído y susurró un simple: "¿Estás bien?". Tan vigilante como estaba, notó todo mi cambio corporal. Eso me hizo preguntarme desde cuándo yo estaba tensa y si se acercó a mí porque a él le incomodaba escuchar de la maldición... o porque me notaba rara.
—Cuando huí, como ya les dije, Everald enloqueció —siguió Ticia—. Yo salté al océano, así que no pudo seguirme el rastro de forma inmediata. Nadé hasta España y no permanecí un día en el mismo lugar. Fue muy difícil, porque cualquier podría reconocer que yo era una Edevane y aunque Everald le dijo a Benjamín que estaba muerta, lanzó un aviso para todo el continente: cualquiera que me viera tenía permiso para cazarme. Y por la ley de sangre creada, él sí que podía dar esa orden.
Con sus palabras, quedaba más que claro que un grupo de vampiros controladores y misóginos había usado la ley natural de sangre para crear un sistema de opresión. Formaron los clanes a base de mentiras y le hicieron creer a todo el mundo que eso era lo que correspondía. Sentí asco. La sensación horrible en la garganta volvió.
Miré hacia abajo y me di cuenta de que mis manos en las de Aleksi temblaban. Cuando levanté la vista, me di cuenta de que la que estaba teniendo dificultades para tragar era mi tía Alice. Ella también se estaba llevando una mano al pecho, como Ticia momentos antes.
Solo en ese entonces me di cuenta de que no solo tenía fuerzas para controlar los pensamientos de los demás y leerlos con facilidad, sino que tampoco tenía fuerzas para apartar la maraña de sensaciones que ese relato generaba en el resto de los presentes. Y me estaban afectando.
Traté de serenarme. Necesitaba seguir prestando atención.
—Parí a Delphine sola y tuve que seguir huyendo con ella tan pequeña... —Ticia entonces levantó el mentón—. Fue en ese momento, cuando creí que los aliados de Everald me tenían acorralada, que ella me ayudó.
Ella.
Yo no tenía ni idea de quién hablaba, pero como Aleksi se tensó a mi lado, supe que él sí. Sujetó mis manos con un poco más de fuerza y el brazo en mi hombro me acercó a su pecho, como si así quisiese protegerme de algo.
—Bien —dijo él y Ticia clavó sus ojos redondos en él. Casi se le echa a reír.
—Era todo lo que esperabas, ¿cierto?
—No, pero ansiaba llegar a este momento —contestó Alek—. No hiciste más que dejar misterios a la vista y más dudas desde que llegaste.
—Ella es importante, pero la historia tiene su continuidad —respondió Ticia.
Mi pareja le hizo un asentimiento educado con la cabeza.
—Entonces, adelante.
Eso fue lo más simpático que le vi decir en lo que iba de la tarde.
—Gracias —Ella se enderezó en la silla—. Bricia me recogió. Parecía que sabía dónde esperarme y a dónde llevarme. Al inicio, no me quedaron más opciones que confiar en ella, pero luego comprendí que no solo era alguien que estaba dispuesta a protegerme, sino que sabía cómo. Porque, de alguna manera, ella lo sabía todo.
Eso picó mi curiosidad. Y la de toda mi familia.
—¿Cómo podía saberlo todo? —inquirió mi hermano.
—Ella era más vieja que cualquier vampiro que conocí jamás. Así que conocía el pasado. Pero también era capaz de conocer el futuro, porque podía predecirlo.
Casi salto de mi silla. Solo podía ser una persona la que pudiese ver el futuro, ¿no? Si no, ¿cuántas vampiresas ancianas había en la tierra que pudiesen predecir los hechos venideros y soltar profecías sobre personas que todavía no habían nacido? Miré a Aleksi con los ojos como platos y la boca abierta, a punto de señalárselo, pero por la expresión de su rostro supe que él ya lo había deducido. Algo había hablado con Ticia, a medias, que le había hecho llegar a la misma conclusión que yo.
—Bricia —repetí, entonces, mirando a mi bisabuela. Ella me miró y asintió.
—Bricia no era muy rápida, aunque quizás lo era un poco más que ahora. Pero sabía dónde escondernos. Me contó muchísimas cosas, me explicó el poder de la sangre, me explicó que después de mí y de Delphine, ninguna otra niña nacería en el clan Edevane en dos mil quinientos años —Por supuesto, se refería a Bryony, porque Alice y yo eramos unas White—. También me explicó que en el futuro, el clan perecería. Eso ella lo sabía muy bien, pues acostumbraba a seguirle la pista a su descendencia.
Con eso, sí salté del sillón.
—¿Qué? —bramé, al mismo tiempo que Aleksi. Como el resto de mi familia no tenía idea de lo importante que era Bricia, porque nunca dijo ninguna profecía sobre ellos, la noticia no les resultaba tan impactante.
Ticia nos sonrió.
—Ella siempre andaba vigilando a sus niños, porque siempre estuvo muy decepcionada de no poder limpiarlos de la ira y la maldad —explicó—. Después de todo, el clan Edevane era el único resto de su descendencia que quedaba, ya que el otro clan que descendencia de ella fue destruido por uno de sus propios miembros, quinientos años antes.
Esta vez, ni Aleksi ni yo dijimos nada. Era fácil que me sorprendieran a mí, pero a él por supuesto que no. Y ahora estaba sin palabras, totalmente atónito, aún sentado en el sillón, agarrado a mi mano.
—¿Te refieres... —tartamudee, solo para estar segura, señalando a mi marca— a... su clan?
—El clan Den Blodige descendía directamente de Bricia, al igual que el clan Edevane —contestó Ticia—. Así que sí. Me refiero a ellos. Todos fueron asesinados por Mørk Hodeskalle, excepto, claro está, su propia madre.
Cuando todos en la habitación se miraron entre ellos, me di cuenta de que nadie en la sala sabía la verdad detrás de la historia del clan decapitado por Hodeskalle. Ni siquiera mis tíos sabían que ese clan había sido el propio clan de Aleksi.
—Me estás diciendo... —dijo Elliot, alzando las manos—, ¿qué Skalle es mi pariente? —Ticia medio que asintió, y mi hermano dio una palmada fascinada. Por supuesto, era inteligente, muy capaz de entender la historia completa al instante, pero seguía siendo un fanático empedernido—. ¡Increíble! O no, ¡espera! Porque Kayla y Skalle son marcas, ¿entonces son marcas siendo parientes? ¡Eso es un ho...!
—¡Ni lo digas! —le chiste, antes de que se pudiera a gritar sandeces—. ¡Hay miles de años de distancia!
Mi hermano puso los ojos en blanco.
—Sí, como los miles de años que te lleva.
No pude resistirme y agarré el almohadón que estaba junto a Alek. Se lo lancé en la cara a mi hermano con tanta fuerza como un humano promedio. Cuando el almohadón cayó al suelo, la cara de Elliot seguía sin inmutare.
—Eso no importa, Elliot —terció mi tía—. Aun así, las generaciones entre Kayla y Aleksi y entre ambos clanes deben ser muy extensas. Ya no hay lazos familiares. Es como si yo y... —se calló de golpe y todo el tono duro con el que había reprendido a mi hermano se esfumó.
Elliot, enseguida me devolvió el almohadón con un envió amable.
—Bueno, solo quería quitarle tensión al asunto, porque ustedes dos reaccionaron con mucha tensión —nos explicó a mi y a Alek, que seguía tieso en el sillón—. Ya sé que no pasa nada.
Atajé el almohadón a duras penas. Lo primero que pensé fue que necesitaba sangre, urgente, porque no podía seguir así de débil.
Me senté, despacio, junto a mi pareja. Le miré el rostro y la manera en la que él observaba la nada. Cuando abrí la boca para preguntarle si estaba bien, él se llevó mi mano a los labios.
—No pasa nada. Todos estamos emparentados al final —me dijo, para mí más que para todos—. Es lógico que todos tengamos un ancestro en común, como los humanos.
—Por supuesto —dijo Sam—. Somos una especie que también ha evolucionado.
—Aunque no somos una especie tan vieja como los humanos —intervino Ticia—. Bricia es una de las primeras y por eso es diferente a nosotros. Por eso tiene habilidades que no tenemos la mayoría, pero en cuanto lo supe y ella me habló de la profecía sobre Hodeskalle y la niña del alba, supe que no era una coincidencia que solo entre sus descendientes se encontraran los únicos dos semi humanos. Ella predijo el fin del clan Edevane, así como el nacimiento de Kayla.
—Y el mío —dijo Alek—. Fue Bricia la que encontró a mi madre y le dijo que yo sería especial.
—Fue Bricia quien también me dejó las instrucciones para ti, Kayla —Ticia se puso de pie. Se animó a acercarse a mí lentamente. Ignorando olímpicamente a Alek, se arrodilló frente a mí—. Ella era la que sabía que, si bebías la sangre de aquellos con tus genes, la cantidad suficiente, serías más que un vampiro común, que tendrías la fuerza para sobrevivir, aun siendo tan joven, y comenzarías a producir veneno. Ella ya sabía que ibas a necesitarlo.
Sus ojos se desviaron a Jane y ella dio un respingo. Con esos dichos, era obvio que Bricia también había predicho que mi mejor amiga sería convertida. La miré, ella contuvo el aire mientras cruzábamos las miradas.
—Jane no quería ser un vampiro. No quería esta vida —le dije—. ¿Bricia no sabía eso?
Mi bisabuela titubeó. Estiró la mano para tomar la mía y Alek dejó ir mis dedos.
—Supongo que sí.
—No le importó —dije, entonces, entre dientes—. Ni los deseos de Jane por evitar la vida de un convertido ni lo que significa para mí no haberle podido cumplir esa promesa. ¡La ha condenado a una existencia en las sombras!
No estaba enojada con Ticia, aunque mi tono frío hiciera parecer lo contrario. Estaba acumulando furia contra una mujer que, no solo había sellado mi destino y el de Aleksi con una profecía, haciendo que todo el mundo esperara cosas determinadas con nosotros, sino que había dejado pistas confusas para que todo saliera como ella quisiera... ¡sin siquiera ensuciarse las manos!
—Ella no es como cualquier convertido —se apresuró a decir Ticia—. Si tu fueras como cualquier vampiro, lo sería. Pero no es así, no está condenada —Giró la cabeza hacia Jane. La dirigió una sonrisa mientras mi amiga nos miraba, muy seria—. No tiene por qué pasar la vida en las sombras.
Entonces, Jane se separó de la pared y, después de dirigirme una expresión que no entendí, caminó hacia las puertas de la sala que iban directamente al patio, lleno de sol.
—¡NO! —chillé, sin poder evitarlo. Me puse de pie, soltándome del agarre tierno de Ticia y competí con mi tío Allen para llegar hasta Jane.
—¡Por favor, Jane! ¡No! —gritó él. Pero los dos estábamos cansados y heridos y ahora mi amiga era mucho más rápida que nosotros. Y aunque yo estaba abogando por ella, por la vida a la que Bricia la había condenado usándome, no quería que muriera. No estaba lista para perderla otra vez.
Jane cruzó el umbral. La luz del sol la bañó por completo y yo sentí que el corazón se me detenía del pánico. Mi tío siguió intentando correr, dispuesto a apartarla, a luchar hasta el último instante por salvarla, así que no se dio cuenta de lo que yo sí: a ella no le estaba pasando nada.
—¡JANE! —Allen intentó cubrirla con los brazos, pero mi amiga lo esquivó con una facilidad y una expresión de incomodidad abrupta. Él trastabilló y cayó de rodillas al suelo, pareciendo un humano patético. Me hubiese sentido mal del todo por el visible rechazo que ella le predicaba si no se hubiese preocupado al escucharlo emitir un quejido lastimero de dolor. Estiró una mano para tocarle la espalda o quizás para ayudarlo a ponerse de pie, pero la retiró antes de que Allen se volteara a verla, con el corazón roto y aliviado a la vez—. Estás... Estás...
—No nos dio el tiempo de avisarte que Jane es inmune al sol —le dijo mi tío Sam, parándose a mi lado—. A ninguno de los dos. Eso les pasa por despertarse tarde.
—Esto es imposible —musité.
—No —dijo Aleksi, que también se había levantado. Se paró de detrás de mí, de modo que mi espalda terminó apoyada en su pecho. Ahí me di cuenta de cómo me temblaban las piernas. El susto casi me manda al suelo—. Tú convertiste a Jane y tú no eres una vampira completa. Eres distinta ellos, así que los convertidos también lo serán.
Jane no movió un dedo para ayudar a Allen a levantarse. Lo hizo mi tío Sam y ella esquivó su mirada y todas las preguntas a medio decir que le formuló. Solo cuando Sam lo llevó a dentro, mi amiga se acercó a mí.
—Todavía no sabemos mucho sobre mí. Pero sí sabemos que no me lastima el sol y que no soy de piedra —explicó, con calma—. No soy como Oliver. Él es duro y no tiene sangre. Yo...
Desplegó sus colmillos con facilidad y se los llevó a la muñeca. Mientras yo lidiaba con la sorpresa que me daba verla actuar con tantísima naturalidad, Jane se mordió. Brotó sangre, fresca, caliente y bien roja, de las pequeñas marcas que se hizo con los dientes.
El shock que me invadió fue incluso superior al de verla exponerse al sol y sobrevivir.
—¿Qué eres? —gemí, sin poder evitarlo.
Jane se lamió las heridas, sin disgustarse por el sabor de su propia sangre. Sin embargo, hizo una mueca cuando se enfrentó a mi pregunta.
—Eso es grosero, ¿sabes? —me espetó, pero luego me puso las manos en los hombros. Percibí el olor de su sangre en los dedos. Había cambiado, ya no olía tanto a oxido, a hierro, como la sangre humana. Tenía su propia esencia: fondo de vainilla, una pisca de lavanda. Lamenté no poder ver el color que tenía—. No sabías lo que hacías, ¿okey? —me dijo—. Lo intentaste. Intentaste no condenarme a una existencia que no quería. Y no te voy a mentir: al principio, estuve horrorizada por la idea de ser un vampiro, por ser como mi hermano y por no poder cambiar jamás. Pero el destino es caprichoso y al final, tampoco fue tan cruel.
Apreté los labios.
—El destino, no. Bricia.
Mi amiga dudó. Se mojó los labios.
—Sí. No lo sé. Pero al final, no estoy enojada por estar viva —me explicó—. Sufrí mucho los ataques de Arnold y estaba lista para morir porque no quería perdurar más todo eso. No quería tener que esperar a que alguien me salvara para convertirme en una piedra andante y... —Miró el suelo, avergonzada— volverme polvo. —Se refería a mi madre, a la manera en la que ella había muerto—. Sin poder tener hijos jamás, sin poder... envejecer. Pero ese no es mi destino ahora y... quizás sí pueda. Envejecer... ¡tener hijos! Capaz... No se sabe —añadió, finalmente, con un encogimiento de hombros y un tono más melancólico.
Nunca había hablado con Jane sobre cuales eran nuestras aspiraciones para el futuro, más allá de nuestras carreras universitarias. Pero, aunque no lo hubiese hecho, la entendía a la perfección. Durante toda mi vida, viví con la incertidumbre sobre lo que era, sobre lo que podía esperar o no. Nunca hubo una respuesta clara, por lo que jamás me atreví a planificar más que una vida humana, corta.
Ahora, Jane estaba pasando por la misma incertidumbre.
—Prefieres esto, la incógnita —musité.
—Mi vida humana estaba condenada —respondió Jane, sacudiendo la cabeza—. La mía, la de mis padres. Estábamos tan ligados a ustedes que no es necesario seguir dándole vuelta al asunto —Sus dedos apretaron mis hombros—. Kay, ya está. Si no moría en ese momento, hubiese muerto en otro. Me convertí en una carga para todos ustedes y ahora eso no tiene por qué ser así. Ya todas esas escorias están muertas, mi familia está a salvo y yo, al tener sangre, soy más bien como tú. Quítate esta carga de encima, ¿sí? Al final, ¿no estás feliz de que esté bien?
Arrugué la cara. Esa era una pregunta tonta, pero después de solo haberla mirado y haber defendido su decisión de morir, quizás no lo era tanto. Me brotaron lágrimas incontrolables y Alek no me detuvo cuando me tiré a los brazos de mi amiga. Ella me recibió con una mezcla de risa y llanto por igual.
—¡Cómo vas a creer que estoy bien con la idea de matarte! —berreé—. ¡Fue horrible! ¡O que no estoy feliz de que estés viva!
Jane me estrechó. Volvió a reírse, pero esta vez la risa tenía poco de diversión.
—Lo siento. Sí fue una petición horrible. Lamento mucho haberte puesto esa carga en los hombros.
Aunque ese día había llorado un montón y creí que no podría hacerlo más, derramé cientos y cientos de lágrimas en sus hombros, bajo la luz cálida del sol de verano, una que Jane podía disfrutar. Eso alivió bastante mi culpa. Saber que lo aceptaba, que estaba bien con lo que ella era ahora, con las posibilidades que se gestarían en su futuro, calmaron mi corazón.
Al menos, por un poco.
—Debió haber sido aterrador —le dije, cuando la solté solo un poco. Jane anudó su brazo al mío y me encaminó a la sala, donde el resto de mi familia seguía sentada con tranquilidad. Ticia se había parado otra vez y deambulaba mirando los cuadros y los jarrones con flores del jardín—. Me refiero a quedarte sola, conmigo inconsciente, clavándote los dientes...
Jane apretó los labios.
—Tus dientes no me dolían. Me dolía todo lo demás —explicó—. Cuando te desmayaste supe que moriría ahí quién sabría cuándo. Obviamente, Sam no puede decir qué tan mal estaba yo, porque cuando Hodeskalle nos encontró, mi transformación había empezado.
Miré a mi tío, que ya había acomodado a Allen en el sillón, y este se aclaró la garganta.
—No pude revisarla tanto. Saber que se estaba transformando no la volvió una prioridad, lo siento —se disculpó—. Sabíamos que ella estaría bien.
Cuando ambas nos sentamos junto a mi tía Alice y Alek se apoyó en el respaldo del mismo, yo suspiré.
—Estuviste despierta afrontando todo eso sola...
—No estaba sola —dijo mi amiga—. Aleksi estuvo ahí para tranquilizarme. Me ayudó a enderezar mis huesos y a soportar el dolor.
—No creo que haya podido sumar en algo —dijo Alek—. Solo te acompañé.
—Fue suficiente —afirmó ella—. Estaba asustada, aterrada de que Arnold volviera y de que Kayla estuviera muerta también —Entonces, me miró—. Tu sangrabas muchísimo. Aleksi no podía despertarte.
—Los peores minutos de mi larga vida —añadió él, estirando una mano por detrás de mi para acariciar mi mejilla.
—Pero Arnold había huido y con él a nuestro lado sabía que estaríamos a salvo de él y de cualquiera.
Cerré los ojos y exhalé. En ese momento, vi la mirada dubitativa de Ticia, pero no la tomé en serio porque me acababa de acordar del trato que había hecho con Arnold. Ahora, no me parecía tan en vano, ya que al menos había conseguido salvar a Jane, aunque sin saberlo. Sin embargo, eso no quitaba el rencor que le tenía a él.
—Ese maldito —mascullé—. Maldito psicópata. Se cenó a su propia familia solo para matarnos. Se desquitó contigo solo porque no pudo matarme a mí —añadí, mirando a Jane—. Y ahora no podemos cazarlo ni hacerle daño.
Mi tía Alice le palmeó la rodilla.
—Sí, por desgracia fue astuto. Jane nos contó lo que pasó, en cuanto su transformación acabó. Como la intercambiaste por la seguridad de su libertad.
—No fue en vano, pero así no podemos vengar la muerte de Anne y las heridas que le ha ocasionado a la familia —dijo Sam, cruzándose de brazos.
A su lado, mi tío Allen permaneció extrañamente callado. Sus ojos estaban clavados en Jane. Su mirada estaba apagada. Miré a mi amiga solo para comprobar que, de nuevo, ella lo estaba ignorando.
—Lamentablemente... —murmuré, apartando mi atención de ambos—. Fue un pacto claro —Me llevé una mano a la frente. Me costaba un poco recordar todo ese momento horrible en la playa, pero de algo estaba segura: yo había aceptado ese pacto—. Con mi nombre y todo. Exigió que nadie de nosotros pudiese buscarlo.
Se hizo un momento de silencio, de resignación. Todos estaban de acuerdo conmigo en que había valido la pena para salvar a Jane, pero que la desaparición de Arnold y nuestra imposibilidad de atacar nos dejaba un gran vacío. Mi madre había muerto por su culpa. Mi abuela todavía no se despertaba.
—Un pacto contigo es un pacto del clan White —dijo mi tío Sam—. Tendremos que pasar este mal trago.
El silencio siguió, hasta que de repente Jane se enderezó a mi lado, ofuscada como el resto de nosotros.
—Encima el muy desgraciado se burló de ti —masculló—. Si yo no fuera una White ahora también, entonces podría perseguirlo y castrarlo por decir que perteneces a esa mierda de familia.
Giré la cabeza hacia ella, luchando con mi mala memoria.
—¿A qué te refieres? —dijo Elliot. Ticia había fruncido el ceño.
—A cómo Arnold la llamó Kayla Edevane todo el maldito rato —respondió Jane, dejándose caer contra el respaldo del sillón—. Maldito hijo de perra. Si algún día me lo cruzo por casualidad, buscaré la manera de vengarme de él por lo que me hizo.
Mientras yo abría y cerraba la boca, encontrando en mi mente esos instantes, Aleksi rodeó el sillón como un rayo. Se arrodilló frente a mí, serio, mortal.
—¿Te llamó Kayla Edevane? ¿No Kayla White?
El corazón me latió veloz. Ansioso. Me mojé los labios y asentí lentamente a mi marca. Sus ojos azules brillaron con un deseo de muerte que se transfirió a mis propios huesos, a mi propio deseo de muerte: la de Arnold.
—¿Cuándo hicieron el pacto...te llamó Kayla Edevane?
Asentí una vez más.
—Lo hizo.
Aleksi sonrió, con la sed de sangre grabada en su mirada. Yo escuché mis dientes rechinar, a mi único colmillo chasquear. Podía ser que no entendiera aún del todo cómo funcionaba la ley de sangre, pero sí entendía lo que eso significaba: Yo acepté el pacto de Arnold... pero yo no era Kayla Edevane.
Arnold había hecho ese pacto con nadie.
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¿Quién le atinó? ¡Sean sinceros, eh! jajajaj ¡Díganme aquí en comentarios quién leyó el final del libro 2 y notó este detalle importantísimo! Si no se habían dado cuenta, pueden ir a releerlo cuando gusten y chequearlo ;)
Gracias a todos por estar aquí apoyando el tercer libro a pesar de lo que sufrieron con el 2, ¡pero vieron que no todo estaba perdido! <3
Ahora sí, ¡vamos con los memes del capítulo de hoy!
Gracias a todos nuevamente y nos vemos en el próximo capítulo, ¡los amo!
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