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Capítulo 2. La maldición

2: La maldición

Kayla

Era difícil describir cómo me sentía mientras bajábamos las escaleras del ala sur del castillo. Estaba ansiosa por verlos a todos, pero también sentía muchos nervios por todo aquello que Aleksi me había contado y que todavía no conseguía digerir.

Al llegar a la planta baja, el nudo en mi estómago se acrecentó. Alek me guio de la mano por los vestíbulos alfombrados de rojo oscuro como si él los conociera de toda la vida, más que yo, hasta una de las salas de estar que daba al enorme jardín trasero.

Ahí, al primero que vi fue a mi tío Sam. Conversaba en voz muy baja con mi tía Alice sobre el estado de mi abuela. Pensaban que seguiría inconsciente y el suspiro que se escapó de entre sus labios fue una evidencia de las pocas esperanzas que tenía.

De nuevo, como en mi habitación, sentí ganas de vomitar.

—¡Kayla! —Oí a mi hermano justo después de ver a mis tíos. Me giré hacia las puertas de vidrio que daban al jardín y lo vi entrar. Él se detuvo y nos observamos los dos quizás pensando en lo mismo: que la última vez que nos vimos, estábamos empapados de sangre y de las cenizas de mamá.

Se me arrugó la cara y las lágrimas brotaron de mis ojos al mismo tiempo que Elliot. Él cruzó la distancia hacia mi en dos segundos, tan rápido como siempre, y estrechó los brazos a mi alrededor.

No puedo expresar lo que significó ese abrazo. Aunque no estaba lo suficientemente fuerte como para leer sus pensamientos, podía sentir a flor de piel su dolor. Me aferré a su espalda y enterré la cara en su cuello, llorando al unísono de la forma en la que no pudimos hacerlo esa noche.

Los dos habíamos perdido a la misma persona, a quien nos había dado la vida. Si a mi me dolía las últimas palabras que me dirigió mi mamá, que ni siquiera me despedí de ella como correspondía, que incluso me enojé, no quería imaginarme como le dolía a él. Mamá estaba muerta porque se sacrificó por su hijo. Y Elliot lo sabía.

—Lo siento —le dije, con la voz ahogada—. No fui lo suficientemente rápida.

—Es mi culpa —lloró Elliot, contra mi cabello—. Yo no estaba listo, ella tenía razón... Nunca estuve listo.

—No es cierto —gimoteé.

—Es mi culpa que mamá esté muerta.

—¡Es mía!

Mi hermano me separó.

—¡Claro que no! Tu hiciste todo lo que pudiste, hiciste más de lo que hicimos cualquiera de nosotros. ¡Si no fuera por ti todos estaríamos muertos! —exclamó.

Me quedé callada. Quería decirle de nuevo que no fue suficiente, pero Aleksi estaba detrás de mí y después de nuestra conversación en el baño, no quería decepcionarlo. No quería que supiera que sus palabras no me habían reconfortado, que aun me sentía miserable.

—Los dos hicieron todo lo que pudieron —dijo mi tía Alice. Se puso de pie y llegó hasta nosotros. Nos rodeo con sus brazos y llevó nuestras cabezas a sus hombros, como si aún fuésemos niños pequeños que necesitábamos su consuelo después de alguna pesadilla, por culpa de las historias de mi tío Sam—. Pelearon con gran valor por las personas que aman, por un mundo sin...

Se calló. Mas bien, se le quebró la voz.

El silencio se instaló en la sala cuando mi tía también lloró. Mi tío Sam se acercó lentamente, también para abrazarnos y en ese momento, mientras él nos decía palabras reconfortantes, nos recordaba las cosas bellas de nuestra madre, me di cuenta de que necesitaba abrazarme con alguien que no estaba ahí.

Separé la cabeza de todos ellos y escaneé la sala en vano, porque en el fondo sabía que no lo iba a encontrar.

—¿Y papá? —susurré. Mi tía no respondió. Apretó los labios y nos dejó ir con una última caricia maternal de su parte. Elliot, en cambio, se alejó sin decir nada.

—Se ha quedado en la mansión —explicó Sam, con voz baja—. Quería tiempo a solas.

Al igual que mi hermano, no dije nada. En ese momento, no había manera en la que pudiera juzgar a mi padre. Aunque necesitaba sentir sus brazos alrededor de mí, llorar con él como lo había hecho con Elliot, como si fuésemos una familia entera y no rota, no pude juzgarlo por alejarse.

—¿Por qué no nos quedamos todos en la mansión? —inquirí.

Todos se sentaron, menos Aleksi, que pasó junto a mí para mirar el enorme jardín que rodeaba el castillo.

—Aleksi ya te lo dijo, ¿no? —preguntó mi tío Sam, llevándome hasta el sillón con él—. Además de Arnold Edevane, aún queda alguien más, alguien que creímos muerto.

Asentí, despacio. El nombre del padre de mi abuelo lo sabíamos muy bien todos en el clan White. Aunque él no solía hablar demasiado de sus años como un legítimo Edevane, siempre contó cuán despreciable y cruel era Everald. No solo no valoraba para vida humana, si no que no valoraba la vida de los miembros de su propio clan. Él siempre fue un hombre que veía a todo el mundo como objetos, incluyendo a su propia hermana e hijos.

Miré a Aleksi, de espaldas a nosotros. Se habían enfrentado, él y mi bisabuelo, hacia casi dos mil cuatrocientos años. Secuestró a Vivi, su madre, y la usó como carnada para ponerle un límite y evitar que él tirara por el suelo los cimientos de su horroroso clan, en donde todas las mujeres eran violentadas por sus propios padres y hermanos para darles hijos.

Era un tipo cínico y solo fue su orgullo el que evitó que matara a Aleksi ese día. Su orgullo y mi abuelo al venderle una treta. Everald perdió su poder después de que Hodeskalle se le escapó de las manos. Se suponía que los hermanos de mi abuelo lo habían asesinado, pero...

—¿Arthur sabía que él estaba vivo? —pregunté—. ¿O cualquier Edevane? ¿No se supone que él mismo lo mató?

—Se supone.

Hunter entró a la habitación. No venía solo. A su lado, había una chica de piel luminosa y cabello rubio oscuro, largo y lacio. Al principio, no la reconocí. Tenía un aire de magnificencia y aunque sus ojos estaban llenos de cautela y tristeza, su porte solo tenía la gracia de un vampiro. Nunca de una humana.

Salté del sofá, sin poder quitarle los ojos de encima. Jane me devolvió la mirada y yo sentí que todo se me aflojaba. La última vez que la ví, estaba muriendo en mis brazos, en la playa, toda rota y llena de sangre. La última vez que la vi, yo le había clavado los colmillos y había intentado beber su sangre. Ella había sido mortal

Y ahora no lo era, porque yo la convertí en algo más.

Se me llenaron los ojos de lágrimas otra vez. No supe qué hacer o qué decir. Aunque me moría de ganas de correr a abrazarla, mis piernas estaban soldadas al suelo frente al sillón. A pesar de lo que Alek me dijo, que de Jane entendía lo que había ocurrido, yo no pude dejar de pensar en que debía odiarme, porque le había arruinado la vida.

Sin embargo, ella se movió hacia mí, ligera y rápida, como si no controlara todavía la velocidad a la que ahora podía trasladarse. Sus brazos se envolvieron en mi cuello y me jaló hacia ella, llorando también.

—Siento mucho lo de tu mamá —me dijo, en el oído. Me di cuenta de que su voz también había cambiado. Era sutil, pero tenía un tono más melodioso y elegante—. Lo siento tanto.

Recordé lo que sentí en el instante en que acepté acabar con ella, con llevarme conmigo el peso de su muerte, con la certeza de que no volvería a verla ni hablarle. Pero al final, Jane estaba ahí, respirando en mi cuello, y aunque me sentía terrible por no haberle cumplido, parte de mi estalló en alivio.

Le devolví el abrazo. Era sólida, nada frágil. Era fuerte y no se sentía como abrazar a la roca de mis tíos, o mi hermano. Tampoco como a ella misma, días atrás. Se sentía como abrazar a Aleksi... o a mí misma.

—Ay, Jane —conseguí decir. La lengua se me enredaba. ¿Qué podía decirle? ¿Qué también lo sentía? No era la única que había perdido algo o alguien. Temblé en sus brazos y por primera vez desde que nos conocíamos, la que parecía frágil era yo—. No fui... no fui capaz...

Había muchas cosas de las que no había sido capaz. Ahora, no era capaz de admitirle que en realidad estaba agradecida de haber fallado. Porque perderla a ella también me habría destrozado.

—No hay nada que explicar —me interrumpió Jane, frotándome la espalda—. Yo estuve despierta todo el tiempo. Yo sé lo que pasó.

Me separé ligeramente de ella para verle el rostro, para ver ese nuevo rostro. Claro que era Jane. Si la mirabas más de una vez, podías reconocerla detrás de es máscara de perfección inmortal. Detrás de su tez inmaculada, el rubor eterno en sus mejillas y las pecas que le decoraban la nariz seguían ahí.

Parpadeé. Llevé los dedos a su rostro. Jane no estaba nada fría. No como lo solían estar los vampiros convertidos, piedras de mármol eternas. No, Jane estaba a mi misma temperatura.

Parpadeé, confundida, y ella pareció comprender mi confusión con suma rapidez. Esbozó una sonrisa triste y tirante y me limpió las lágrimas que rodaban por mis mejillas.

—Es... complicado.

—¿Cómo? —tercí.

—No sé cómo —respondió Jane y a nuestro alrededor, varios tosieron o carraspearon. Mis ojos se trasladaron a Aleksi, que seguía junto a la ventana, buscando respuestas que el parecía no tener. Me observó con calma, pero evaluando todas mis reacciones, asegurándose de que no me fuera a desplomar como en el baño.

—Tenemos mucho de qué hablar.

Mi tío Allen entró a la habitación. Verlo después de haberlo dejado con el pecho hundido en el bunker me dio la misma sensación de alivio que sentí cuando vi a Jane caminar hacia mí. Ya sabía que estaba vivo, pero no era lo mismo saberlo.

Él se acercó con una sonrisa amplia y a mí se me cayeron las lágrimas otra vez. No me olvidaba que había depositado su confianza en mí y que me había dado el liderazgo de la misión y que, al final...

Sentí la mirada penetrante de Aleksi sobre mí. Pinchaba, así que lo observé de reojo justo cuando mi tío llegó y Jane huyó olímpicamente de él. Fue enseguida a pararse cerca de las ventanas, a salvo en las sombras de la habitación.

—Me alegra que hayas despertado... —dijo Allen, poniéndome una mano en el hombro—. Estaba preocupado por ti...

En ese momento, me di cuenta de que lo que pinchaba eran los pensamientos de mi pareja. Los estaba dirigiendo hacia mí con suma puntería y yo, que aún estaba cansada, bastante débil, no podía tomarlos con la misma facilidad que hacía días. Porque hacía días que no me cenaba a nadie de mi especie.

—Estoy bien —dije, con un hilo de voz.

—Lo sé —me dijo mi tío. La sonrisa amplia se volvió dolorosa. Me pareció al principio que tenía que ver con la huida de Jane, que estaba intentando que no se notara que su rechazo lo hería, pero luego me di cuenta de que mi tío evaluaba mi estado de la misma manera en la que lo hacía Aleksi a la distancia. El dolor era por mí—. Estamos vivos gracias a ti.

No dije nada. No tenía sentido que volviera a reclamar que no todos estábamos vivos, que no impedí la muerte de mi madre. Todos me repetirían que no era mi culpa y a mi no se me quitaría ese peso de encima así nomás.

—Tu madre estaría orgullosa de ti.

—Mmm —musité, bajando la cabeza, conteniendo las ganas de llorar otra vez al pensar en ella.

—Hey —Allen, me puso los dedos en el mentón—. Sabes que lo está... Como lo estamos todos. Tomaste muchos sacrificios por nosotros... por tu familia. Por supuesto que lo está... Luchaste para salvarnos.

Abrí la boca para decir algo, pero no salió nada. Sus ojos se centraron en mi colmillo en mis dientes, como si pudiera ver mi colmillo roto aunque lo tenía oculto.

—Así es —dijo mi tío Sam—. Te debemos nuestra vida, Kayla.

—También te debo mi vida —agregó Elliot, desde más allá.

—Asesinaste a esos Edevane y si no lo hubieras hecho, nos habrían liquidado a todos —siguió Allen—. No teníamos posibilidades contra ellos, no después de lo que hicieron.

Yo apreté los labios.

—Eso es también me culpa. Les di la idea —contesté.

Todos guardaron silencio y me negué a mirar a Aleksi. Sus pensamientos estaban más alterados que antes. Odiaba que me echara la culpa y entendía por qué.

—Tenemos que hablar —musitó Allen—. Hay mucho... que tenemos que aclarar.

—Y tú tienes que sentarte o no vas a recuperarte más —le recriminó Sam, cuando mi tío me dio un último apretón en el hombro y se alejó con pasos lentos hacia un sillón de una plaza. Lo observé en silencio, pensando que nunca lo había visto caminar tan despacio.

Cuando todos se sentaron, excepto Jane y Alek, que estaban apoyados en los muebles elegantes y elaborados que estaban cerca de las ventanas, también lo hice.

—Es en serio lo que digo —insistí—. Arnold me vio matar a uno de sus primos para recuperarme de una bala. Y también se enteró de mi escapada a Corazón para alimentarme. Y seguro en el campo de batalla, el resto de su clan le dijo que yo me había vuelto inmune a cualquier cosa y mejor que un vampiro común. Eso le dio la idea para beberse a...

Miré a Hunter. Casi que me había olvidado que estaba ahí, cerca de la pared, como una estatua. Arnold se había cenado al menos a cuarenta de sus primos.

—Sí —dijo mi tío Sam—. Sabemos que la idea la tomó de ti. Todos nos confiamos, a ninguno de nos ocurrió, en la vorágine de la situación, que pudieran imitarte.

—Después de todo... en realidad nos dimos cuenta de que habías estado alimentándote de vampiros antes... en el momento en que las balas no te lastimaron —contestó Allen, llevándose una mano al pecho y exhalando con lentitud. Mi tío Sam tenía razón, él no se había recuperado del todo.

—Nunca en la vida se nos habría ocurrido que pudieras hacer algo semejante.

—A decir verdad, me sorprende que mi padre te haya hablado de esto —dijo Allen, sacudiendo la cabeza—. Tiene un precio muy alto.

Yo fruncí los labios. El tono de ambos era calmado. Parecían debatirse más consigo mismos que conmigo y la sensación que en realidad me dio, fue que estaba hablando con la nueva cabecilla del clan. En ausencia de mi abuelo, ellos eran los herederos.

Miré de reojo a mi tía Alice, en el otro sillón. Ella observaba a sus hermanos con una máscara de tranquilidad y frialdad impactante. En ese momento, no parecía molesta por haber sido desplazada de la posición que le correspondería como la primogénita.

—Y lo tomaste por nosotros —susurró Sam—. Te arriesgaste a tanto por nosotros.

Mi tío Allen tosió levemente. Su mirada se encontró con la mía y la vi llena de pena y angustia.

—Nosotros te orillamos a eso.

Podría haberles dicho que sí, que la presión, que los desplantes, que la falta de confianza y el desprecio al que me habían sometido me había orillado a buscar lo que aún no tenía: control y poder. Porque podía tener magia, pero no la controlaba. Y poder no tenía nada.

Pero no quería pelear, no quería entrar en un debate en ese momento. Me sentía tan cansada, tan decepcionada con la vida y con lo poco que había logrado, que solo quería que las cosas pasaran y quedaran atrás. Solo quería... sobrevivir con lo que quedaba de mi familia. Ya... no me importaba nada más. Ni el lugar que se suponía que me correspondía, ni que me escucharan, ni que me valoraran. Nada.

—Pero gracias al cielo que lo hiciste —exhaló Allen—. Porque estarías muerta, si no.

—Allen —le gruñó mi tía, por fin interviniendo. Entonces, noté que ella tenía las manos crispadas sobre el regazo. Se estaba conteniendo.

—Es la verdad —terció mi tío, pero el énfasis que le quiso poner a su tono de voz le arrancó una tos horrorosa. Un sonido agudo salió por su boca, desde sus pulmones. No solo a mi me dio escalofríos: vi a Jane enderezarse—. No hubiese llegado a salvarla. Las balas la alcanzaron antes que yo. Estaría muerta.

—Eso no es lo que importa ahora —masculló mi tía.

—Supongo que no —dije—. Lo que importa es que Arnold escapó. Y que... el padre del abuelo sigue vivo. Es decir, que el clan Edevane no está muerto.

—Como tal... sí —dijo Hunter, despegándose de la pared—. Ahora, solo quedamos, oficialmente, cinco Edevanes vivos. Los que huyeron no cuentan, perdieron su lugar al abandonar la batalla. Ya no somos un clan. Aunque se reunieran, no había una jerarquía. Nuestras lealtades están divididas. Arnold está solo. Él sabía que después de asesinar a miembros de su clan, lo perdería todo. Cuando el resto, los que aún están vivos, lo sepan, intentarán castigarlo por la traición —explicó—. Everald hace siglos que no es un líder. Lo suponíamos muerto, pero al final, fue expulsado del clan. Y ni mi hija y yo ya les pertenecemos, porque ya no tenemos los lazos familiares que nos unían. 

Ante su discurso, tuve muchísimas dudas. En primer lugar, me pregunté cómo sabían realmente que Everald no estaba muerto. Por supuesto, no dudaría jamás de la certeza con la que Aleksi me lo contó, pero no aclaraba de dónde habían sacado esa información. También, me pregunté cómo se cortaban esos lazos familiares, si al final todos ellos seguían siendo parientes y Hunter no tuvo oportunidad de renunciar formalmente al clan. Tampoco estaba marcado.

Sin embargo, mi cerebro se trabó en la duda más tonta:

—¿Cinco? —pregunté. Yo solo había contado a cuatro Edevane, con él y Bryony.

—Se refiere a mí.

Giré mi cabeza hacia la puerta del salón. Una mujer menuda, bastante baja y con el cabello rubio dorado tan largo como Rapunzel, se había detenido en el umbral. Parecía una muñeca antigua, con su cara redonda, las mejillas sonrosadas y una expresión eterna de inocencia. Sin embargo, en sus ojos azules había un dolor muy antiguo y un miedo latente que indicaba que de inocente ella no tenía nada.

Su aroma la acompañó cuando ingresó al salón. Era silenciosa, como el durazno de su perfume que tanto me había seguido desde hacia tiempo. Ella había estado en muchos momentos de mi vida en el último tiempo sin que pudiera identificarla y ahora que la tenía frente a frente, no podía evitar preguntarme por qué.

—Yo soy la quinta Edevane —me respondió, con una sonrisa tranquila—. Oficialmente.

El salón entero permaneció en silencio mientras yo miraba a mi bisabuela sin saber qué decirle. Acaba de recordar que, antes de subirme al helicóptero, cuando dejé a Aleksi en el descampado para que se deshiciera de los Edevane que quedaban, capté su olor. Después de todo lo que pasó en la mansión, con mi madre, con Jane, con Arnold, me olvidé por completo de ella.

—Kayla —carraspeó mi tío Sam, al ver que yo no decía nada—. Ella es la madre de tu abuelo, Ticia.

—Sí sé quién es —contesté. Conocía su cara. La había visto en las memorias de mi abuelo y en la disco, cuando me alimentaba de los vampiros. Solo que no sabía cómo demonios manejar su presencia ahora. Una cosa era tenerla oculta, asechando y vigilando, y otra era verla frente a frente—. ¿Por qué huiste de mí? —fue lo primero que se me ocurrió decir.

Ticia apretó los labios. Continuó de pie, entre los sillones.

—Es largo de explicar.

—Es justamente lo que necesitamos, Ticia —intervino Aleksi con una suavidad helada. Me llamó la atención su tono y lo miré, con varias incógnitas en la mirada, antes de regresar mi vista hacia ella—. Todas tus explicaciones. Las que estuviste negando estos tres días.

Ah, claro. Tenía sentido entonces que estuviera molesto.

—Insistí en que estuviera Kayla presente porque tenía una razón, Hodeskalle —respondió ella con tono afable, pero bien consciente de que le estaba devolviendo a mi pareja una cuchara de su propia medicina. El rostro de Alek ni se inmutó, él estaba muy acostumbrado a ocultar sus emociones, pero desde donde yo estaba, todavía sintiendo sus pensamientos reptando hacia mí, supe que a él no le caía mal y ya: la quería acogotar.

Dirigí mis ojos hacia esa mujer, que después de dos mil quinientos años de ausencia, ahora estaba entre nosotros.

—Bien —dije—. Ya estoy aquí. Así que puedes empezar a explicarme por qué me has seguido todo este tiempo, por qué me dejaste mensajes crípticos y por qué te escapaste de mí cuando te seguí ese día.

No me salía ser muy amistosa con ella. Quizá se suponía que debía abrazar a mi bisabuela perdida y darle la bienvenida a la familia, pero yo no tenía ningún lazo con ella. Apenas si mi abuelo tenía algo con ella.

Ticia suspiró, notando que mi tono había sido casi el mismo que el de Hodeskalle y se giró hasta una de las paredes, donde había un antiquísimo oleo que mi abuelo había encargado cuando se casó con mi abuela: el primer retrato de una feliz pareja casada del siglo 17.

—Mørk Hodeskalle está molesto porque no les he contado todo lo que debía. Porque lo poco que les dije apenas si les ha servido para pasar los días —contestó, de espaldas a nosotros. Estiró la mano y la pasó suavemente por el rostro de su hijo—. Y por supuesto que sonaré egoísta, pero la verdad es que no quiero contar esta historia demasiadas veces. No la he contado nunca, en realidad. No pediré perdón por eso. Por otras cosas, tal vez. Pero por eso no.

Se giró hacia nosotros y ya no había intentos de sonrisas. Estaba conteniendo todo. Había caos en sus ojos. Nadie se atrevió a decirle nada. Por más que yo no sintiera mucha simpatía en ese momento, jamás podría cuestionarle una decisión como esa.

—Yo fui quien les dijo a todos que Everald estaba vivo —me explicó, clavando su mirada tormentosa en mí—. Lo sé porque ha estado detrás de mí. Incapaz de aceptar que... nunca más volví a ser suya.

Todo el cuerpo le tembló y tuvo que apresurarse a los sillones. Se dejó caer en uno y se agarró las manos con tanta fuerza que los dedos se le pusieron blancos. Fue más que evidente por qué le costaba hablar. El titubeo que se apoderó de ella nada tuvo que ver con la soltura con la que ingresó a la sala. Recordar le era tortuoso.

—No tienes que contar los detalles si no quieres... —dijo Sam, pero Ticia negó con la cabeza—. Todos sabemos lo que ya pasó.

—No —dijo ella—. Es que esto comenzó conmigo y es por eso que tengo que explicarlo —Tomó aire más de una vez—. Esto comenzó porque hui y Everald no pudo encontrarme. Ustedes saben lo que Everald le dijo a Benjamín, nada más. Lo que pasó fue más que eso. Para empezar, él le dijo que me habían asesinado, que yo estaba muerta. Jamás admitió que yo me le escurrí entre los dedos. Era demasiado para su orgullo y no poder encontrarme lo desquició. Y sé que seguro me juzgan al respecto, que esta es una de las cosas por las que debo pedir perdón, pero no podía quedarme más ahí. No podía quedarme ni siquiera por Ben.

Habría miles de cosas por las que quizás yo pudiese juzgarla, pero no sabía si podía juzgarla por eso.

—Nadie te juzga —dijo mi tía Alice—. Eras una esclava sexual. Eras una... máquina de hacer hijos.

Ante sus palabras, Ticia se quedó muy quieta. Casi que ni respiró.

—Tuve que dejarlo —explicó, en apenas un murmullo, casi un minuto después donde nadie dijo nada, a la espera—. Benjamín era hombre. Iba a estar bien. Lo peor que podía pasarle era convertirse en un cerdo cretino como su padre. Pero a mí... —Un sonido extraño se escapó por entre sus labios. Un gemido, algo que rezumaba espanto—. Yo era su favorita. De sus hermanas y de cualquier mujer que pudiese tener. Él quería tener hijos primero conmigo. Él... no paraba de insistir.

Esta vez, la que tuvo escalofríos fui yo. Observé los rostros de mis familiares y ahí noté como mi tío Sam miraba el suelo, como a Allen le temblaba el labio. Entonces, entendí que le pidieron a Ticia que no contara los detalles porque no querían escucharlos, no porque no querían que ella sufriera al recordarlos. Ahí, en esa sala, los únicos que se estaban enfrentando al relato contra su voluntad eran ellos dos, los que días atrás criticaron mi decisión de proteger a Bryony justo de todo eso.

Por eso no lo querían escuchar. Por eso y porque acababan de juzgar a Ticia por dejar a mi abuelo.

—Cuando hui y él no pudo encontrarme, perdió el control del clan. Estaba tan obsesionado que finalmente sus hijos se le pusieron en contra —siguió ella—. Pasó siglos rastreándome y yo pasé siglos escondiéndome y haciendo todo lo que tenía que hacer para protegerme. Si él me encontraba, todo lo que sacrifiqué y lo último que me quedaba, todo lo que amaba en esta vida lo habría perdido también.

Frenó para limpiarse una lágrima silenciosa. Cuando no dijo nada, mientras pensaba tal vez como continuar su relato, yo me mojé los labios para hablar.

—¿A qué te refieres? Además de tu propia libertad, de tu cuerpo, ¿qué más habrías perdido?

La mirada de Ticia se afiló cuando se fijó en mí.

—Existe una maldición en nuestra sangre —dijo. Su voz se volvió más firme, dura—. Ningún Edevane engendrará hijas si no puede amarlas de verdad. Es vieja, pero se cantó el día en que ese hijo de la mierda me violó después de dar a luz a Benjamín. Ese día juré con mi propia sangre que nunca le daría una hija a la que pudiera mancillar.

El shock se expandió por la sala, al igual que la ira eterna de mi bisabuela. El horror me trepó por las rodillas, se adhirió a mis brazos. Me hizo un sudor frío en la nuca. Tardé en darme cuenta de que eran los pensamientos y los sentimientos de espanto de las personas que me rodeaban, atraídas hacia alguien que pudiera notarlas.

—Lo que no sabía era en el momento en que hui, embarazada de una niña, que la maldición no me tomaba en cuenta a mí. En realidad, no sabía que existía.

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He escrito 3 veces este capítulo desde septiembre hasta ahora y creo que finalmente logré elaborar la escena como quería (o más o menos jajaja). Quiero agradecerles toda la paciencia por la larga espera y espero no tener problemas con el siguiente capítulo como este. Los inicios de los libros son siempre difíciles, y más cuando mucha gente lo espera, así que trato de que sea lo mejor posible. 

Espero que les haya gustado y ya volveremos con la tradición de los memes cuando el capítulo sea menos sad que este jajajaja. ¡Pronto tendremos las respuestas que buscaban, lo prometo!

Los amo <3


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