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Capítulo 1. Ganar la guerra

1: Ganar la guerra

Kayla

Había una calma inusitada a mi alrededor. El silencio era tan abrumador que me asustó abrir los ojos. Los primeros pensamientos que desbordaron de mi mente me animaron a quedarme en la oscuridad.

Jane, mi madre.

Mi abuela, mi hermano.

Cualquiera abría abierto los ojos y saltado de la cama en donde estaba acostada, pero yo no podía. Tenía pánico de lo que encontraría cuando lo hiciera. Ya sabía a quiénes había perdido, pero no sabía cómo seguiría si me enteraba de alguien más.

El peso de mis acciones, de todo lo que había sucedido, de lo último que recordaba, ahora cavaba un hoyo en mi pecho. Se me comprimió la garganta, se me retorció el estómago.

Vivi, mi tío Allen.

La culpa, la agonía de no haber podido sacar a mi familia y amiga adelante, me hundió sobre ese colchón. Deseé morirme ahí, como si nada más importara. Porque si yo hubiese sido mejor, si hubiese sido buena, todos estarían bien.

Y Jane no hubiese tenido que suplicarme que acabara con su vida.

Sentí una lágrima deslizarse por mi mejilla. Luego otra. Por más que intentara quedarme para siempre en la inconsciencia, era imposible. El dolor que sentía era demasiado grande como para ignorarlo. Ya era demasiado tarde.

Una mano se deslizó por mi piel, barrio esas lágrimas antes de que yo comenzara a llorar con fuerza. Conocía su tacto, su aroma. También reconocía el ritmo de su respiración. Que él estuviera ahí conmigo fue lo único que evitó que me rompiera en miles de pedazos.

Sus brazos me rodearon y me contuvieron cuando aún no quería abrir los ojos y encontrarme con la realidad. Fueron un refugio. Sus labios, un placebo. Lloré tanto contra su pecho que perdí la noción del tiempo y de la magnitud de lo que había ocurrido.

Me deshice sobre él hasta que mi garganta se quedó seca, al igual que mis ojos. No hubo palabras de consuelo. Solo una compañía en medio de esa soledad abrumadora que me quitaba el aire. Fue solo una presencia en el silencio que antes me dio mucho miedo. Lo volvió más seguro, más amigable.

A pesar del infinito dolor, había abrigo. Había una luz en toda la oscuridad que alimentaba mi agonía. Una que me recordaba que, ante cualquier vacío, ausencia y terror, nunca estaría realmente sola. Mi marca estaría ahí para mí.

Ya no salían más lágrimas para cuando Alek me meció como si fuese un bebé. Había limpiado mis mejillas una y otra vez y ahora solo me miraba. Lo sabía. Sentía sus ojos en mi rostro. La paciencia impregnaba el aire a nuestro alrededor. No había ningún apuro, él esperaría a que levantara los parpados cuando yo me sintiera lista para hacerlo.

Así que me quedé ahí, aferrándome a su solidez, hasta que fui capaz de encontrar algo de fuerzas para enfrentarme a la realidad. No sé cuánto tiempo más permanecimos ahí. Oí el canto de un ave cerca, el viento soplando contra unas ventanas, muy suave. El silencio abrumador se extinguía al mismo tiempo en que me animaba a abrir los ojos.

No estábamos en la mansión. Las cortinas blancas y pesadas de las ventanas tenían bordados demasiado elegantes y antiguos como para ser las de mi cuarto. Sin embargo, sí sabía dónde estábamos.

Hacía mucho que no visitaba el castillo White, en el campo. Tanto, que por un momento me pareció que esa no era la habitación que normalmente usaba cuando me quedaba en vacaciones allí.

Pero había unos cuadros enmarcados sobre la repisa del hogar a leña. Eran pequeños, de trazos irregulares. Los había hecho cuando era niña y me parecía que el castillo era aburrido y que le faltaba vida. Por eso eran tan coloridos. Pretendían iluminar y alegrar cada cuarto y normalmente, cuando visitaba esa habitación, sonría al verlos.

Esta vez, no me contagiaron su entusiasmo.

—¿Cómo te sientes?

La voz de Aleksi llegó como un murmullo lejano. Pareció que no estaba ahí, a mi lado, sino a muchísimos metros de distancia, al igual que el viento contra los cristales cruzando la habitación. O el canto del ave en pleno día soleado.

No le contesté. Abrí la boca, pero nada salió por ella. Me quedé viendo la luz que entraba por la ventana, a través de las cortinas pesadas. Hacía un bonito día, un bonito clima. No parecía que dos personas importantes en mi vida estaban muertas. No parecía que había tanto dolor en el universo.

Aleksi me frotó la espalda y ahí me di cuenta de que no estaba respirando. También, comprendí que cualquier cosa que dijera a esa pregunta iba a resultar ser una mentira a medias. No estaba bien, porque mi alma estaba sufriendo. Pero tampoco estaba mal, porque de todas las heridas que tuve antes de perder el conocimiento, apenas si me dolía un poco la cabeza. Y tal vez eso fuera de llorar mucho.

—¿Tienes hambre? —preguntó él, enderezándome con cuidado. Moví la cabeza para negar—. Me lo esperaba, pero aún así, quería asegurarme de eso.

Lo miré. Sentí que lo hice por primera vez en añares, quizás porque en muchos momentos creí que no volvería a tenerlo frente a mí. Su hermoso rostro estaba limpio, la barba recortada, sus mejillas pulcras y sus hoyuelos relajados. Exactamente igual que cuando lo vi por última vez. Era evidente que no había pasado mucho tiempo y que él estaba bien, sano y salvo. No como yo.

Aleksi me devolvió la mirada. Sus ojos azules me analizaron con calma, su pulgar se paseó por mi mejilla y luego recorrió el contorno de mis labios, ligeramente agrietados.

—Te di mucha sangre, así que deberías sentirte bien.

Arrugué la frente. Más bien, creo que toda la cara. Cómo podía sentirme bien después de lo que había pasado, de lo que hice. Sentí la congoja acumularse de nuevo en mi garganta, creí que empezaría a llorar otra vez, pero mi grito en silencio no fue acompañado de lágrimas.

Mamá estaba muerta.

Jane estaba muerta.

Yo la maté.

—No, mi amor —me dijo Aleksi, como si de repente él fuese el que podía leer los pensamientos. Me sujetó antes de que me derrumbara sobre él—. Todo está bien ahora.

—¿Cómo puede... estar todo bien? —jadeé. Lo único que estaba bien ahí era él a mi lado, que estaba a salvo, que me había encontrado y estábamos juntos. Que no lo había perdido a él también, pero... ¿lo demás?

Cuando volví a encontrarme con sus ojos, estos carecían de brillo.

—Bueno, sí es cierto que no todo. Pero...

—Maté a Jane —solté, incapaz de quedarme callada más tiempo—. Ella me lo pidió. Ella me lo rogó. Estaba agonizando... no quería que nadie la convirtiera. No quería morir con tanto dolor... Yo... Yo la maté. Maté a Jane. ¡Maté a Jane! ¡Maté a Jane! —grité. Me agarré la cabeza y Aleksi tuvo que quitarme las manos para obligarme a prestarle atención.

—Jane no está muerta —me dijo, con tono serio, grave. Su voz había perdido la suavidad, más no la paciencia.

Lo miré, perpleja. El corazón me dejó de latir.

—¿Qué?

—Jane está viva —reformuló Aleksi—. No mataste a Jane.

Mi cerebro se buggeó. Intenté procesar sus palabras al mismo tiempo de mis recuerdos. Recordaba haber mordido a Jane y haberme bebido su sangre, no tenía dudas de eso. Sin embargo, ahí había perdido el conocimiento.

—¿Cómo...? —Pensé que quizás él y alguien más nos habrían encontrado, que yo no habría terminado la sangre de Jane y que ella, aún viva pero inconsciente... Sentí un escalofrío—. ¿La convirtieron?

Aleksi apretó los labios. Un mareo atroz me sacudió entera. Jane me había pedido específicamente que no la convirtiera en vampiro, que no quería estar atascada en una edad, convertida en una estatua viviente de piedra, condenada a una eternidad... hasta que alguien le atravesara el corazón como a mi madre.

Sentí ganas de vomitar.

—Tu hermano también está bien. Igual que tus tíos —siguió Aleksi, agarrándome de los hombros y evitando que me cayera de la cama cuando quise levantarme para alcanzar el baño—. La única que sigue delicada es tu abuela. No sabemos... que ha pasado con su embarazo. Está inconsciente, duerme. Mi madre... se está recuperando. El Edevane que la atacó le quebró el cráneo. Estuvo a punto de morir, pero conseguimos estabilizarla. Al igual que tu abuelo, él ya está caminando de nuevo.

El alivio que me recorrió el cuerpo fue casi igual al malestar que sentí al saber que Jane había sido convertida contra su voluntad. Al saber que mi abuela podría haber perdido su embarazo, al darme cuenta de que como una tonta esperaba que al final él hablara de mi mamá y me dijera que ella también estaba bien, que solo me había imaginado lo que había pasado.

Llegué al inodoro, con las nauseas pujando por mi garganta, pero no pude vomitar. Me tendí de rodillas en el suelo, con Aleksi sosteniéndome el cabello con infinita ternura.

No podía vomitar, no podía llorar tampoco ya. Me sentí atascada en mi propio cuerpo, atrapada en decenas de emociones que no podía manejar ni expulsar.

—Tómalo con calma —me dijo él, acuchillándose a mi lado. Pasó un mechón de mi pelo detrás de mi oreja—. Aún puedes sentirte débil. Perdiste mucha sangre, estabas muy lastimada. Podrías tener dolores de cabeza aún. Te rompieron el cráneo y sangrabas sin parar.

Me llevé despacio las manos a la nuca. Al estirar el cuello sentí una leve puntada. Sin embargo, mis dedos no encontraron heridas como la última vez que me toqué.

—¿Cuánto...?

—Han pasado dos días —respondió Alek, acomodándose en el piso a mi lado, manteniéndose a mi altura, siguiéndome a la miseria que estaba sintiendo en esos momentos—. La mayoría estaba preocupada de que durmieras tanto. Sam decía que deberías haber despertado antes. Pero yo sabía que te tomaría tiempo.

Lo miré y dejé caer la mano que tenía en mi cuello. Él me sonrió, leve.

—Intentaste usar magia incluso cuando habías perdido sangre, ¿no? —inquirió. Yo hice una mueca. Volví a mirar al piso—. Perdiste la sangre que bebiste de los vampiros, así que tu magia, fortalecida por eso, volvió al estado inicial, en el que aún no puedes controlarla bien. Y cuando intentas usar magia que no estás listo para usar, pierdes el conocimiento. Me pasó muchas veces, incluso cuando yo me la pasaba bebiendo sangre humana. Necesitabas recuperarte también de eso.

Tragué saliva. Lo único que pensé en ese momento era que, después de todo, yo seguía siendo débil, inútil. A la culpa, a la angustia, se sumó la noción de haber sacrificado mucho para al final no obtener nada, porque no era buena en nada. Ni siquiera para cumplirle los deseos a Jane.

—¿Quién la convirtió? —murmuré—. ¿Qué pasó?

Alek suspiró. Su mano se deslizó por mis hombros desnudos, por encima de los tirantes caídos de mi camisón. Me di cuenta recién ahí que eso no era mío.

—Vamos a tener que ir por partes, conejita —contestó—. Pasaron muchas cosas en tu ausencia.

—Arnold escapó —solté, entonces, recordándolo de pronto, al pensar en la ausencia de él en esos momentos críticos para mi y mi familia. ¡Cómo lo había necesitado!—. Fue mi culpa. Yo lo dejé escapar.

—Jane me lo contó —dijo él—. Lo que hiciste para recuperarla. ¿Fue ahí cuando intentaste usar tu magia?

Asentí, despacio. Mi magia no respondió en la playa. Por más que lo intenté, tal y como había dicho Aleksi, regresó a ser blandengue como antes de que me animara a beber sangre humana, antes siquiera de ir a Mallorca. Arrugué la frente y me encogí al comprender que todos mis avances en esos últimos días habían sido pura y exclusivamente porque había cambiado mi alimentación. Por nada más. Ahora era la Kayla de siempre.

—Hiciste lo que tenías que hacer para salvar a tu amiga —me consoló Aleksi, siempre con calma y comprensión. Me hice una bolita en el suelo, me abracé a mis rodillas y él me acarició el cabello y la espalda—. Y ella lo agradece.

—¿Cómo? —respondí. Otra vez, sentí que las lágrimas pujaban por salir de mis ojos, pero seguía seca por dentro—. La recuperé para que no la lastimara más, para que no muriera, pero ella me pidió morir... y no lo cumplí. ¿Cómo puede agradecerlo?

Alek exhaló.

—Porque al final tanto ella, como tu y yo, sabemos lo que le hubiera hecho Arnold si se la hubiera llevado. La habría descuartizado aún con vida. Si hubiese tenido suerte y tu no lo hubieras alcanzado, probablemente la hubiese soltado en el mar para que se ahogara. Pero él no iba a marcharse de ahí sin dejarte algo por lo que sufrir. Por eso también la hirió de esa manera en cuanto te la devolvió, quería que estuviera con vida lo suficiente como para que pudieras verla agonizar mientras alguien las hallaba. Y te aseguro que Jane sabe todo esto, de verdad.

—No conseguí acabar con su vida —musité.

—No hubieras podido ni aunque lo hubieras intentado —soltó él.

—Estaba muy débil para beber... —dije—. Por intentar usar mi magia.

—Sí —corroboró él, pero entonces, me agarró de los brazos y deshizo el nudo que mantenía en mis rodillas. Me giró en el suelo, hasta dejarnos enfrentados, cara a cara—. Pero lo cierto es que cuando la mordiste sellaste su destino —murmuró—. No es fácil explicarte esto porque en este momento estás en shock, estás asustada y llena de dolor. También sé que sientes que le arruinaste el futuro a Jane, sobre todo cuando ella no quería esto. Pero no tenías forma de saberlo, Kayla. Por favor. Así que escúchame bien y ten eso en mente: no es tu culpa, no tenías manera alguna de saberlo.

Su discurso me puso en alerta. Muy nerviosa. Creí que iba a anunciarme la muerte de alguien más. Me acordé súbitamente de que no había mencionado a mi papá, o al bebé Theo, ¡o a mi tía Alice o a Bryony! Comencé a temblar. Él no pudo detener mi reacción ni con los suaves masajes de sus manos en las mías, subiendo por mis ante brazos, alcanzando mis hombros.

—Conejita —dijo, dulcificando aún más su voz—. Esa noche, te habías alimentado de vampiros de sangre en grandísimas cantidades. Eso te dio fuerza, mejoró tus habilidades mágicas, volvió tu piel dura e inmune a las balas. Pero, en la batalla, asesinaste a muchos Edevane y bebiste de ellos, algunos hasta matarlos, algo que ya sabes. Los Edevane no son vampiros de sangre comunes para ti y ya, ¿comprendes? Aunque no los quieras, si son tus parientes más cercanos además de los Dubois.

Sus palabras me descolocaron por completo. Dejé de temblar y me quedé completamente quieta, sin respirar. No sabía a dónde quería llegar. Sus manos subieron por mi cuello y agarraron mis mejillas.

—Beber la sangre de tus parientes en las cantidades extremas que bebiste, no solo alimentarse un poquito y ya está, te confirió otras habilidades. Pero, como te dije antes, no tenías forma de saberlo.

—¿Cuáles? —pregunté.

—Veneno —contestó Alek—. Comenzaste a producir veneno.

Lo miré pasmada. Yo nunca tuve veneno. Como semi humana, una de mis grandes carencias era la habilidad de convertir a otros. Yo podía morder y beber, claro, pero no tenía nada que inyectar. Mi hermano a veces se burlaba de eso cuando yo era chica. Que mis colmillos no servían para nada.

—No puede ser... —dije. Desplegué mis dientes, solo para recordar, entonces, que ahora solo tenía uno. Toqué el colmillo que me quedaba con la punta de la lengua, como si buscara sentir en ella el sabor del supuesto veneno—. No tengo nada —respondí, como una tonta.

Aleksi casi que me sonrió. Apretó mis mejillas, llamando mi atención.

—Conejita —dijo, enfocándome en lo verdaderamente importante—, tú convertiste a Jane.

No había ningún signo de broma en el rostro de Aleksi, así que no tenía porqué dudar de sus palabras. Pero lo cierto es que no podía entenderlo del todo.

—No —dije, como si esa fuera la más lógica respuesta.

Él no parpadeó.

—Sí.

—Soy una semi humana —respondí. Me comenzaron a temblar las manos.

—Sí, una semi humana que se volvió más vampiresa que humana al alimentarse.

—Eso no tiene sentido —gazné, pero yo sabía que de alguna manera sí lo tenía—. ¿Cómo sabes que beber sangre de vampiro, hasta matarlos, podría haberme dado veneno? ¿Es que acaso te ha pasado a ti también?

Aleksi apretó los labios y negó. Sus ojos se desviaron de los míos por unos segundos.

—Yo nunca me alimenté por completo de ningún vampiro —me explicó—. Así que no. No es así como lo sé.

—¿Entonces? —solté. Ya no solo me temblaban las manos, sino todo el cuerpo. Los nervios que me entraron aceleraron mi lengua y mi ansiedad—. ¡Somos los únicos dos semi humanos en el mundo! Si tu no lo viviste, ¿entonces cómo sabes que esto es posible? —Si eso era verdad, no solo no había podido cumplir con el deseo de Jane: yo misma la había condenado.

Él me soltó las mejillas y volvió a sujetarme de los hombros, para mantenerme en el suelo, porque yo ya me estaba levantando para, si era posible, treparme por las paredes del cuarto de baño. En el fondo, se lo agradecí, porque mi corazón estaba tan acelerado como mi lengua. Mi respiración se agitó. Comencé a sentir una quemazón a la altura de la garganta.

—Por eso te dije que teníamos que ir por partes. Y con calma, Kayla.

—¿Cómo quieres que esté calmada? —chillé, sin poder contenerme—. ¡Mi madre está muerta! ¡Toda mi familia está herida! ¡Bebí mucha sangre de vampiro a riesgo de volverme loca y maté a muchísimos Edevane para ser más fuerte y no sirvió de nada! —Estallé—. ¡Y me dices que yo misma convertí a Jane! ¡EN VEZ DE MATARLA!

No me dejó levantarme, aunque forcejé contra él. Yo ya no tenía sangre de vampiros en gran cantidad en mi cuerpo como para tener más fuerza que Mørk Hodeskalle o cualquier otro. Yo volvía a ser la semi humana de siempre, que lo había sacrificado todo y no había obtenido nada. Solo desastres.

—¡Y dejé huir a Arnold! ¡SOY UNA IMBECIL, UNA INUTIL!

—Kayla —dijo Aleksi, presionando sus dedos contra mi piel. Fue delicado, pero firme, al igual que el tono de su voz—. Eso no es cierto.

—¿Cómo no? —exclamé—. Ni siquiera pude cumplirle a Jane. ¡No salvé a mi mamá! ¡No hice nada por nadie!

—No...

—¡Todos esperaban que yo los salvara, que hiciera las cosas bien! ¡E hice todo mal! ¡Mi tío Allen me dio el mando, mi tío Sam confió en mi! ¡Todos dependían de mi y lo arruiné! —No sé cómo, pero las lágrimas volvieron—. ¡Le fallé a todo el mundo, le falle a Jane, a mi abuela! ¡A mi mamá!

Sentí que me quedaba sin aire, pero no podía parar de gritar. El dolor dio paso a la ira y no sabía con quién demonios estaba enojada en realidad. No con él, ni siquiera del todo con Arnold o cualquier Edevane.

Estaba enojada conmigo.

—¡Soy un desastre...!

—¡Eso no es cierto! —respondió él, levantando la voz por encima de la mía. Me acalló en un instante, porque él jamás me había gritado. Nunca, nunca, había escuchado ese rugido en su boca dirigido a mí. Me estremeció, pero, aunque Alek lo notó, continuó—: ¡Nunca digas que es tu culpa! ¡Nada de lo pasó fue tu culpa y nada de lo que hiciste fue en vano! ¡No sabías que estabas convirtiendo a Jane! ¡Tampoco sabías que Arthur y sus primos también habían bebido sangre! ¡Tampoco es tu culpa que tu madre se haya interpuesto entre ellos y Elliot! ¡Tampoco que Arnold te chantajeara con la vida de tu mejor amiga! ¡Así que jamás vuelvas a decir que eres una inútil! ¿Me escuchaste?

Me sacudió ligeramente, sacándome de la vorágine, de la histeria. Fue como una cachetada. Lo miré, con los ojos muy abiertos, el corazón ardiéndome. Seguí sin poder respirar.

—Entiendo —dijo Aleksi, moderando su tono, suavizando su agarre en mi piel—, que aún estás en shock. Que aún estás aterrada y confundida y que lo vas a estar mucho tiempo. Que vas a sentir ganas de gritar y llorar todavía más. Has perdido a tu madre, sí —ahogué un gemido al pensar en ella, cuando el recuerdo de su muerte desfiló por mi cabeza—. Sé que nada ahora va a calmar tu dolor y es difícil para mí decirte cómo va a ser tu duelo porque nunca perdí a alguien importante para mí. Pero su muerte, como muchísimas otras cosas, estaban fuera de tu control. Podrías haber intentado muchísimos otros planes e igual todo podría haber resultado de esta manera.

Tragué la saliva que se me había acumulado en la garganta. Las lágrimas me bajaron silenciosas por las mejillas ya coloradas y pegajosas.

—Arnold dijo... —hipé— que se le ocurrió beber sangre de otros vampiros por mí. Porque se enteró de lo que hice en la disco y luego, luego... él supo que mi resistencia... ¡Me usó de ejemplo, yo le di la idea!

Aleksi torció el gesto.

—También te vio curarte de una herida de bala después de alimentarte de uno de sus primos —me recordó, poniéndome de pie sin el menor esfuerzo. Sentí que mis piernas eran gelatina, pero él no me soltó para averiguar si resistirían de pie solas—. De nuevo, es algo que no podías controlar. Al final, él también tuvo consecuencias. Al final, él perdió muchísimo más. Él está solo, Kayla —añadió, limpiándome las lágrimas con ternura. No salieron más lágrimas en ese momento y no supe por qué. Seguía pensando en mi mamá y me dolía toda el alma. Pensaba en Jane y en que tendría que enfrentarla y se me arrugaba el corazón—. Ya no quedan más Edevane...

Se calló de pronto y sin decir nada más, me ayudó a limpiarme la cara, a lavarme los dientes con cuidado y a señalarme que la mayoría de mis heridas se habían curado muy bien. No solo se me partió un colmillo esa noche, sino también la mandíbula. Una se pudo curar, la otra no.

Con cuidado, guardé el colmillo que me quedaba y miré mi reflejo, algo pálido, algo destruido a pesar de no estar ya lastimada, con un poco de vergüenza. Mis colmillos siempre habían sido lo único que yo sentía que me distinguía de una humana, que me hacían más vampira. Ahora era un patético intento de una, realmente mitad vampira.

—No te preocupes —me dijo Aleksi, mientras me peinaba un poco—. No eres la primera ni serás la última. En la antigüedad, cuando yo nací, o antes incluso, si consideraba que habías sobrevivido a alguien muy rudo. Era un símbolo de resiliencia.

—Ya nadie tiene los colmillos así.

—Es que ya nadie va a la guerra —me recordó, pasándome una toalla—. Y en las guerras de aquel entonces morían tanto vampiros como humanos y las heridas eran mucho peores. Ganamos una guerra hoy, conejita. No lo olvides. Arnold no ganó nada.

Arrugué la nariz mientras me llevaba de vuelta a la habitación.

—Ganó que nadie podrá perseguirlo. Ganó su libertad.

Nos detuvimos junto a la puerta. Me puso unas pantuflas y también me pasó un saco fino de lana, para ponerme encima del camisón.

—No estaría tan seguro de eso.

—¿Por qué? En el pacto que hice, intercambié a Jane por él.

Alek apretó los labios. Agarró el picaporte y supuse que me llevaría con mi familia.

Lo agradecí, porque necesitaba verlos con mis propios ojos, asegurarme de que vería a todos lo más enteros posible. Quería saber cómo estaban, si les dolía algo, quería sentarme junto a mi abuela y esperar a que abriera los ojos. Abrazar a mi hermano, llorar con él.

Ver a Jane.

—Te dije que ya no quedaban más Edevane como tal, pero en realidad no es cierto —explicó, frenándome en seco. Estaba preocupado, lo sentí a flor de piel. Sentí un escalofrío subirme por la columna. Me estremecí sin poder evitarlo y Aleksi soltó el picaporte y me tomó la mano. Con delicadeza, acarició la piel de mi muñeca—. Había alguien en el descampado, no sé si lo recuerdas.

Al principio, no supe de qué estaba hablando. Había ocurrido tanto y todavía estaba tan afectada y nerviosa que me costó concentrarme en mis últimos momentos en el descampado tras la batalla. Luego, supe exactamente de qué me hablaba.

—El aroma a durazno —dije, relajándome. Si se refería a eso, no comprendía por qué estaba tan preocupado.

—Tu bis abuela está viva, como ya lo sabías —contestó, asintiendo—. Está aquí ahora y me gustaría que habláramos con ella más tarde. Hay muchas cosas que tiene que explicarnos, a todos. Hay dos mil quinientos años de ausencia que no le ha contado ni a tu abuelo ni a nadie. Y, sobre todo, tiene información que no afecta de forma directa.

Fruncí el ceño.

—¿Cómo?

Ella había estado espiándonos desde hacia tiempo. También me había dejado mensajes difíciles de entender en la casa de Jane. Pero después de todo lo que había pasado, no se me ocurría qué más podría ser importante. Aleksi tenía razón. Fuimos a la guerra y les ganamos, a pesar de lo que perdimos. Si ella y Arnold eran los últimos Edevane, al final, nuestro objetivo estaba cumplido. Nadie más iba a sufrir por culpa de ellos. Bryony estaba a salvo, mi tía estaba a salvo. Yo lo estaba. Cualquier otra mujer que compartiera sangre con ellos sería libre. Éramos libres.

Aleksi suspiró.

—Everald Edevane está vivo —dijo. Y mientras yo lo miraba estupefacta, noté que había intentado llegar a eso desde hacia rato. Entendí enseguida porqué él emanaba esa sensación de ansiedad, de inquietud.

Volví a sentir escalofríos, a tener miedo. Porque en ese momento supe que, aunque habíamos ido a la guerra, esta aún no se había terminado.

No éramos libres.

¡Bienvenidos finalmente al libro 3 de Hodeskalle! 

Gracias por estar aquí después de dos años compartidos en el libro 1 y 2. Gracias por seguir leyendo y apoyando esta historia después de todo lo que ha pasado en ella. ¡Se vienen muchísimas cosas interesantes! Tenemos nuevos personajes, nuevas guerras y más magia y romance. Así que espero que tengan ganas de disfrutar al máximo. 

En este libro, además, vamos a conocer el extenso árbol familiar de Hodeskalle, de los Edevane y de los White. Vamos a conocer el origen de los vampiros, de los semi humanos y muchísimas profecías que aún no se han contado. Así qué, ¿ya están armando teorías?

Vamos con las preguntas para ustedes:

¿Quién era, en su opinión, la persona que narró el prefacio? ¿Fue en el pasado o en la actualidad? ¿Qué creen que va a opinar la comunidad vampírica, que ha esperado a Kayla para que los libre de Hodeskalle, cuando se enteren de que son pareja?

-> ¡No se olviden de agregar esta nueva historia a sus bibliotecas, votar y comentar! Así me ayudan un montón. 

*En otras noticias, el 15/10/23 estaré de visita en Montevideo, Uruguay, para la presentación de Suspiros robados en la Fil. ¡Los espero ahí para conocerlos, lectores uruguayos!*

¡Los veo en el próximo capítulo! Los amo <3


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