Libro 2: Capítulo 8. Garras
60: Garras
Kayla
Dejé de preocuparme enseguida por los alcances de mi crueldad en cuanto volvimos a caminar por la ciudad y Aleksi encabezó la caza. Más bien, me sentí nerviosa y asustada. Los retorcijones en el estómago volvieron mientras nos deslizábamos por los techos buscando presas solitarias.
No era muy tarde, pero como era una ciudad chica, tampoco había tanta gente deambulando sola. Encontramos a una parejita, que iba muy risueña de la mano y negué antes de que Aleksi siquiera me la señalara.
—Son como nosotros —le dije, con la voz ahogada.
Aleksi me puso una mano en el hombro. Su expresión era comprensiva.
—Se parecen a nosotros —me dijo—. Pero no son como nosotros. Somos de otra especie.
Apreté los labios.
—No me refiero a eso... nada más —musité—. Me refiero a que son una pareja, como nosotros. Y están felices. Convertiremos este recuerdo hermoso en uno horrible.
Reinó el silencio entre nosotros. Solo se escucharon las risas de la muchacha, que se estiraba para abrazar a su enamorado y besarlo en los labios.
—Busquemos a otros —entonces dijo Alek, dándome la mano. Antes de que pudiera sentirme tonta por mi excusa y me preguntara qué otra distinta usaría para las siguientes presas, él me dio un besito en la sien.
Recorrimos las siguientes calles hasta toparnos con un hombre joven, solitario, que iba mirando su teléfono, ajeno a todo. Aleksi esperó mi confirmación, señalándomelo con el mentón, en absoluto silencio, hasta que yo tiré de la manga de su camisa.
—No vamos a matarlo, ¿no? —pregunté—. Es decir, ¿tenemos que matarlo?
Él me sonrió.
—Matar en una ciudad chica es mala idea —contestó, guiñándome un ojo. Su tranquilidad ante mis dudas y temores me hizo bien, pero no apagó mis nervios—. No queremos tampoco hacer un espectáculo ante la prensa. No al menos con humanos.
—Entonces... —titubeé—. ¿Qué hay que hacer?
Aleksi se agachó sobre el techo, observando al muchacho que continuaba viendo su teléfono. Se detuvo, porque no podía caminar y textear al mismo tiempo.
—Para mi es sencillo —me explicó—. Solo tengo que inmovilizarlo con magia. Así, no puede resistirse mientras me alimento. Pero, por supuesto, siente terror. Creo que eso es algo que no puede evitarse de ningún modo.
Tragué saliva.
—¿Cómo lo harías sin magia? —inquirí. Él parpadeó, un poco confuso.
—¿Cómo te defendiste de Gian? —dijo, dándome una palmada en la parte baja de la espalda—. Tu eres más fuerte que ellos, conejita. No somos ellos. No somos humanos.
—Pero tampoco somos vampiros —murmuré.
Aleksi hizo una mueca, pero no contestó mi cavilación. Mas bien, saltó sigilosamente a la calle. Las sombras lo envolvieron y solo yo pude escuchar el sonido de sus pies contra la acera. El muchacho siguió mirando su teléfono.
—Ven —me indicó, pero yo negué rápidamente con la cabeza. El nudo en el estómago regresó y sentí vértigo en las piernas. No pude moverme y evité los ojos de Aleksi mientras él evaluaba mi reacción.
Quizás él pensaba que era cobarde, o creía que estaba demasiado afectada por lo que hice con el vampiro Edevane. Pero la verdad es que yo no sabía porqué me ponía tan nerviosa atacar a un humano, alimentarme de él, y no destruirle la mente a un vampiro.
Esto era muy diferente a mis deseos de destruir a los hombres que estuvieron a punto de violar a Jane. Diferente también era a mis sentimientos de rechazo o ausencia de culpa por la muerte de Gian. Ellos eran humanos malos, se lo merecían. Pero esta persona era distinta. No la conocía de nada; no tenía ni idea de quién era o a qué se dedicaba. Y alimentarme de ella era un peso que no podía aguantar, no aún.
Retrocedí, hacia las sombras en el tejado de la casa, y Aleksi asintió. Se giró hacia el humano y avanzó rápido, pero a una velocidad que mis ojos, y los de cualquiera, podría evaluar. No usó magia, sino que se lo agarró por detrás, inmovilizándolo con un brazo por encima de las clavículas. Me mostró cómo podía hacerlo un semi humano y que no necesitaba, en realidad, sus poderes.
El muchacho forcejeó, pero Aleksi lo arrastró como si fuese una marioneta hacia el sector más oscuro de la calle, que se cubrió totalmente de sombras. No pudo ni moverse mientras él le clavaba los colmillos en el cuello. Sus gritos quedaron ahogados enseguida por la magia de Mørk Hodeskalle, pero después por la debilidad que lo embargó.
Lo soltó pronto, antes de que pudiera realmente desmayarse. Lo dejó suavemente en el piso y lo acomodó contra el marco de una puerta. Le puso el celular, que había caído en el ataque, en el bolsillo de la chaqueta. El muchacho cabeceó y lo miró suplicante. Parecía drogado.
—Por... favor —susurró. Estaba asustado. Se estremeció cuando Aleksi se limpió la sangre del mentón.
—Ten —le dijo Mørk Hodeskalle, con amabilidad. Abrió su billetera y sacó unos cuántos billetes de doscientos euros—. Gracias.
Creo que el muchacho se quedó tan helado como yo. No tenía la entereza para agarrar los billetes, así que él se los guardó también en el bolsillo. Luego, se devolvió por la calle y las sombras se lo tragaron hasta que no pudo verlo.
Regresó conmigo, al techo, donde estábamos cubiertos y volvió a limpiarse. Me miró a través de las pestañas, esperando mi veredicto.
—¿Siempre les pagas a los humanos por su sangre? —murmuré, sorprendida. No pude oler nada de sangre y noté que él estaba con la boca bien cerrada, protegiéndome de su aliento—. ¿Le diste mil euros?
—No —admitió. Parecía avergonzado, como si temiera mi opinión al respecto. Casi tan avergonzada como me sentía yo por no haber querido cazar—. ¿Vamos?
No me tendió la mano esta vez y avanzó por los tejados, sacándome distancia. Me apresuré a alcanzarlo, pero no hablamos más hasta que cruzamos la ruta 15. Ahí, el me preguntó si quería volver a la casa de su mamá o quería dar otra vuelta. No sugirió que siguiéramos cazando, pero yo sabía que lo que bebió del muchacho en Capdepera equivaldría a una copa. Necesitaba más, teníamos que continuar la cacería.
—Podemos seguir —dije, cuando nos detuvimos cerca de un campo. Había una casita más allá desde la que llegaba una música alegre—. ¿Hay otra ciudad cerca?
Aleksi ladeó la cabeza.
—¿Estás segura? Podemos irnos a dormir y ya.
Asentí y me acerqué. Entrelacé sus dedos con los míos y lo guie en dirección a Cala Mesquida, como si supiera realmente cómo llegar a la playa y a nuestro auto. Mientras caminábamos, despacio, él acarició el dorso de mi mano.
Ya eran casi las diez de la noche para cuando llegamos al estacionamiento. Subimos al auto y él condujo a Artá. Conocía perfectamente las rutas y no hizo falta usar el GPS. Tampoco le pareció necesario avisarle a mi tía que demoraríamos unas horas más. Después de todo, insistía que en la cabaña de Vibeke no había buena señal.
Ya en Artá, lo seguí por las calles mientras seleccionaba víctimas distraídas. Servidas. Me mantuve apartada, pero observé la manera precisa en la que dominaba humanos sin hacerse uso de sus poderes más que para ocultarse en la noche. A todos volvió a darles dinero. Pensé que, si seguía así, se quedaría sin efectivo antes de que pudiéramos volver a casa, pero se detuvo en un cajero para retirar más antes de que pudiera decirle algo.
—¿Piensas dejarle toda tu cuenta del banco a los humanos? —murmuré, con una risita, pero Aleksi solo se encogió de hombros—. ¿Cuántas veces le has dado dinero a la gente por su sangre?
Me miró de reojo.
—Con hoy van cinco.
Arqueé las cejas.
—Has atacado a cinco —puntualicé. Él asintió muy rápido antes de cargar su billetera.
Volvimos a las calles y me senté en un banco en una plaza con poca iluminación, junto a la autopista, y sin un alma cerca, excepto por la presa que Aleksi estaba rastreando a unos cien metros. Lo observé cazar y pensé que podría hacerlo, que no sería sencillo, y que mientras más lo observara, más fácil se me haría despersonalizar a cada ser humano con el que nos cruzábamos.
Inhalé y exhalé, lentamente, pesando mi mirada por la arquitectura del lugar. Era igual de pintoresca que Capdepera, aunque más grande. Volví a inhalar, distraída, y me perdí el momento en que Aleksi finalmente atrapaba al humano.
Fue en ese momento en que capté un aroma más fuerte que el de todos los seres vivos que nos rodeaban, durmiendo en sus casas o trepando los árboles. Detrás de mí, un auto rugió al atravesar la autopista.
Me tensé. Era muy sutil, pero estaba segura de que le pertenecía a un vampiro. Estaba lejos y no era lo suficientemente buena como para detectar a quién le pertenecía. Los Edevane no eran los únicos vampiros que estaban en Mallorca, debían vivir muchos, así que no me servía como parámetro.
Sin embargo, mientras yo olfateaba con más fuerza, el aroma que me llegaba, lánguido, tomó color. Era de un violeta claro. Serpenteaba por encima de los tejados y supe que no lo habíamos detectado antes porque venía de la dirección contraria a la nuestra.
Permanecí sentada, atenta. Desvié la mirada hacia mi novio solo para ver cómo le daba dinero a su presa y se escondía entre las sombras de las casas cuando se acercó otra, caminando apurada, una chica.
Volví mis ojos hacia los tejados. El olor se hizo más fuerte. Aleksi estaba todavía a cien metros, alimentándose, con su atención en otra cosa. El brillo del aroma aumentó. Un segundo más en el que observé la caza y cuando regresé la vista, había alguien parado sobre el tejado, observándome.
Probablemente también estaba de caza, porque sin dudas no esperó que lo notara. Dejé que mis colmillos brillaran bajo la luz de los faroles y él vampiro se deslizó por el tejado, curioso. Aterrizó en la acera y yo me puse de pie, recordando que no había querido beber sangre, que necesitaría tenerlo muy cerca para tomar sus pensamientos y hacer algo con su mente.
—Pensé que eras un bocadillo —me dijo él, en español, poniéndose las manos en los bolsillos del pantalón. Tenía el cabello oscuro, lo cual indicaba que no era un Edevane y su aspecto era bastante grunge, nada ordenado.
Yo podía entenderlo, pero no me sentía muy segura a la hora de hablar otra lengua que llevaba rato sin practicar, así que solo apreté los labios y alcé el mentón. En ese instante, Aleksi apareció a mi lado, sin utilizar su magia, sin demostrar que era Mørk Hodeskalle
—¿Son de la zona? —nos preguntó él, aún en español.
—La conocemos —respondió Aleksi, con calma y mucha soltura. Por supuesto, él llevaba siglos visitando Mallorca y, además, tenía tres mil años, si no sabía otros idiomas aparte de su nativo y el inglés, sería un desperdicio de anciano.
El vampiro le sonrió. Él no parecía un enemigo, pero algo me decía que no debíamos fiarnos de los desconocidos así nomás. Yo ya había tenido demasiadas experiencias con vampiros que parecían amistosos en casa y que luego eran unos dementes o pertenecían a clanes malditos.
—Ah... ingleses —contestó, ya en nuestra lengua—. Bienvenidos. Por favor, procedan con cuidado. Nuestra isla es delicada, ya sabrán.
Aleksi asintió.
—Estás un poco lejos de Corazón —señaló, en cambio.
El vampiro se encogió de hombros.
—Las cosas están picantes ahí, ¿no sabías? —contó. No se acercó a nosotros. Se mantuvo del otro lado de la calle, demasiado lejos para que alcanzara sus pensamientos.
—Estamos de vacaciones, así que nos ahorramos la visita —dijo Aleksi, tomando sutilmente mi mano.
—Uf, les diría que siguieran su camino lejos de Palma, entonces —exclamó, alzando las cejas—. Llegaron hace unas horas, un clan pesadito está dando vueltas por ahí. Acaparando todo. No respetan mucho el delicado equilibrio de Mallorca. Están cazando sin control. Me alejé porque los problemas se hacen solos con ellos... —De pronto, se calló. Estrechó los ojos y nos analizó—. ¿No serán ustedes parte de ese clan, no? Ellos también son ingleses.
Aleksi ladeó la cabeza.
—Nuestro clan es más bien pacifista —especificó, sin dar mayor información, pero yo me animé a dar un pasito hacia delante.
—¿Qué clan es? —inquirí—. El que está causando disturbio.
Él dudó. Pareció desconfiar de nosotros casi tanto como nosotros de él.
—Un clan de hombres rubios. Más de una docena de ellos. Y parece que en las últimas horas llegaron más —contó, aún estrechando los ojos.
Evité cruzar una mirada alterada con Aleksi. No quería ponernos en evidencia.
—Sin dudas, preferimos evitarlos —contestó mi pareja, actuando un papel—. No nos gustan los enfrentamientos. Y, además, solo vinimos por la playa.
—Es mi primera vez aquí —añadí, para darle más énfasis al discurso. Traté de que mi voz adquiriera un tono preocupado antes de mirar a Alek—. No quisiera perderme la belleza de la isla con alguna pelea con un clan tan grande.
El vampiro relajó la postura ante mi expresión de inocencia y dejó de analizarnos un poco cuando Aleksi me asintió y me puso la mano en la espalda.
—Volveremos a Canyamel —explicó, nombrando un lugar que yo no conocía—. Gracias por la información. Esperamos no haber invadido demasiado tu zona de caza. Nuestras presas siguen vivas —añadió, señalando donde había dejado a la última muchacha, que estaba sentada en el cordón de la vereda, agarrándose la cabeza. Sostenía algo en la mano, supuse que billetes.
Él siguió la línea de su mirada y ubicó a la chica.
—Gracias por respetar el equilibrio —dijo, sonriendo—. Qué detalles que les pagues.
—Es para reducir el trauma.
—Ya lo creo. ¡Que tengan lindas vacaciones! —Nos hizo un saludo con la mano y saltó al techo antes de perderse en la oscuridad de la noche.
No tuve que utilizar el olfato para ver su aroma alejarse de nosotros. Cuando se volvió apenas un hilito tenue, me giré hacia Alek.
—¿Crees que es confiable? —murmuré.
—No tiene manera de saber quiénes somos —explicó, indicándome que volviéramos al auto—. Es un local que prefiere evitar los desastres, eso está claro. No tiene por qué mentirnos, pero tampoco podemos asegurar que sean ellos realmente.
No me lo dijo, tampoco necesité ver en su mente para saber que pensaba lo mismo que yo. Era obvio que los Edevane habían enviado refuerzos a la isla, ya sea porque alguno de los supervivientes avisó que Vibeke no era fácil de atrapar o porque siguieron desde casa.
El problema era que, para volver, tendríamos que regresar a Palma de Mallorca, donde entendí que estaba el Corazón de la isla, y si ellos seguían nucleados ahí, sin duda nos esperarían en el aeropuerto.
Me subí al auto en silencio, pero me sentí una tonta por haber huido de cazar gente. Seguíamos estando en peligro y lo ignoré totalmente por mis miedos. Incluso, ya era tarde para decirle a Aleksi que me arrepentía, que quería tratar. Teníamos que volver a Cala Mesquida para asegurarnos de que todos estuvieran bien en la cabaña.
Además, todavía quedaba decirle a Vibeke que pensábamos llevárnosla.
Volvimos a Cala Mesquida en un santiamén, pero Alek no tuvo apuro por volver tan pronto. Me tomó la mano y me hizo pasear por la localidad mientras vigilaba el entorno y nos escondía con sus sombras. Pero pronto le advertí que veía ningún rastro flotando por ahí y él me creyó sin dudarlo.
Nos movimos por los campos por donde salimos a cazar, en primer lugar, y ahí tampoco encontramos siquiera restos de los aromas iniciales que perseguimos. El viento que venía del mar los disipó todos. Acabamos en una playa pequeña, un poco antes de llegar a la de Vivi, Aleksi se detuvo a ver el mar con el ceño fruncido.
Me paré a su lado y, a pesar de que me alegraba poder, al fin, tocar el agua con los pies, me distraía la forma en la que él estaba preocupado.
—¿Estás bien? —le pregunté. No toqué sus pensamientos, quería que él se expresara.
—Sí —me dijo, girándose hacia mi—. ¿Y tú?
—Yo estoy perfectamente —mentí, tal vez demasiado rápido, porque él me hizo un gestito de incredulidad con la boca—. Bueno, casi.
Me sonrió y tiró de mi hasta sentarme en la arena a su lado. Se sacó los zapatos y dejó que las olas le cepillaran los dedos desnudos. Por inercia, me derrumbé sobre su brazo y apoyé el mentón en su hombro.
—¿Qué significa ese casi? —preguntó—. ¿Estás impresionada por la caza? O... ¿estás asustada por lo que dijo ese vampiro? Tal vez fui demasiado gráfico a la hora de atacar... Tu no estás acostumbrada a eso. Para ti los humanos son... tu especie. Lamento haberte forzado a ver cómo los cacé.
Levanté la cabeza y negué rápidamente.
—¡No, no! —exclamé—. Tu no me forzaste a nada. ¿Qué dices, Alek? —chisté, pero el nudo en mi estómago volvió. Me forcé a ver la caza, sí, porque me sentí obligada a ser como él, para sobrevivir, para ser más fuerte. Traté de verlo como algo normal, traté de separar mi empatía de las víctimas y lo logré, en cierta manera, mientras fue él quien lo hacía—. Te dije que necesitaba aprender.
—Debí haber parado cuando dijiste que estabas incómoda —confesó—, pero necesitaba alimentarme más.
—No te disculpes por algo como eso —murmuré, pasando mi brazo por debajo del suyo. Me aferré a su mano y le di un beso en la piel desnuda del cuello. Él se estremeció, de placer—. Insistí en acompañarte, eso es mi responsabilidad.
—Ves que sí estabas incómoda... —dijo, apartando el placer y hundiéndose en la arena, contrariado—. Lo siento.
—Que no te disculpes —le espeté, sacándome las sandalias también—. No estaba incómoda por ti.
Él arqueó las cejas.
—¿Ah, no? Temo que te he advertido muchísimas veces que soy un asesino, pero que no lo habías tomado en serio —suspiró—. Mato humanos, realmente lo hago, Conejita. No solo vampiros malos. He matado miles y miles de humanos inocentes. Y no es solo porque en Mallorca matar sea peligroso, sino que hoy no quise hacerlo porque vi tu cara de espanto cuando fuimos por la primera presa.
Yo apreté los labios.
—¿Y por eso les pagaste? —Aleksi torció el gesto y se giró hacia el océano. Parecía que admitir que les había dado dinero porque, en verdad, consideraba mi reacción ante el ataque, le costaba más que admitir que estaba hambriento y que por eso no paró—. No tenías que hacerlo por mí —repliqué—. No es por ti que yo estaba... estoy... algo contrariada. Tienes razón al decir que me identifico más con los humanos que con los vampiros. Y entiendo que tu llevas casi tres mil años fingiendo ser uno. Lo que a mi me... dejó mal... —Tragué saliva, dándome cuenta de que también me costaba admitir mis debilidades—, es la idea de que yo no podré hacerlo.
Él me observó, sorprendido por mis palabras, y me di cuenta de que, en verdad, durante toda la noche, estuvo algo cortado porque pensó que me asustaban sus prácticas. Menos mal que lo estábamos hablando a tiempo.
—¿Por qué no?
—Me da miedo... me da cosa —dije, bajando la mirada. Enterré los talones en la arena blanca—. Pensar en que tengo que... alimentarme de un humano, me da vértigo —Me llevé una mano al estómago, donde se repetían los retorcijones cada vez que pensaba en eso—. No me siento capaz de hacerlo, de ver el miedo y manejar esa angustia. Menos mi propia angustia al pensar que estoy comiéndome a una persona viva.
Me dio un escalofrío que nada tuvo que ver con la brisa del océano. Aleksi se apresuró a abrazarme y yo me deslicé suavemente por encima de sus piernas, hasta caer en el hueco entre ellas.
—Lo entiendo —me dijo, estrechándome contra su pecho. Sus labios rozaron mi sien—. No me pasa, pero entiendo a qué te refieres. Ellos son tu especie. Son tus amigas, tus profesores, tus compañeros de universidad, son tu realidad.
Apreté la cara contra su camisa. Era más fácil ignorar esa molestia en el estómago si él me estaba rodeando con sus cálidos brazos.
—Pero no conozco a esta gente. No debería importarme —murmuré—. Yo tengo que beber sangre, pero hay más Edevane en camino. Necesito ser fuerte. Como tú, como mi tía.
Aleksi me acarició el cabello, en silencio, incluso bastante después de que me callé. Parecía repasar mis palabras y buscar algo que decirme, que aconsejarme. Me mantuve alejada de sus pensamientos, porque después de lo que hice esa noche, no me parecía justo estar hurgando en la mente de mi pareja sin su permiso. La mente era un lugar muy personal, muy preciado, y todavía podía recordar como se sentía estar tras las paredes de la cabeza de alguien más. En este momento, no necesitaba adelantarme y saber si él estaba bien o mal.
—Mira, Kayla —Pronunció mi nombre con suavidad. Sus dedos se detuvieron en mi cintura—. No es solo el sabor o el olor de la sangre para ti, es lo que ella significa —aclaró—. Yo recuerdo esos años de mi vida, en donde necesitaba ser fuerte, como los más tortuosos de mi existencia. No puedo ahorrarte el sufrimiento, aunque yo desearía que no te forzarás a hacerlo. Tu no tienes que ser como los demás. Ni siquiera eres como yo. Tienes poderes que yo no tengo. Con justa razón tienes derecho a ser diferente y también tienes derecho a tener tus propios tiempos. Beber sangre humana te dará una ventaja, pero tampoco te convertirá de la nada en una mejor vampira. No necesitas ser una mejor vampira, ya eres muy buena.
Bufé, pero agradecí sus palabras en mi fuero interno.
—Pero me hará más rápida...
Él se rio suavemente contra mi cabello, cuando me dio un beso en la coronilla.
—A lo que me refiero, es a que, sea la decisión que tomes, la respetaré —continuó—, pero tienes que recordar que no necesitas ser más fuerte si puedes dejar vegetal a un vampiro sin hacerle un rasguño.
Yo exhalé con suavidad.
—Le hice más de un rasguño —dije, con la voz chiquita—. Hice que tuviera miedo de mis garras. Fueron mis uñas las que destruyeron su mente.
Aleksi deslizó sus manos hacia arriba. Atrapo mi rostro y lo levantó para acercarme al suyo. Había una sonrisa amplia y sensual en sus labios, pese a la seriedad con la que estuvimos hablando las cosas.
—Así que esas uñitas estuvieron traviesas —musitó. Sus ojos se oscurecieron. Su mirada hizo que mi corazón se agitara y me olvidara de los retorcijones—. Te dije que deberían tener miedo de ellas, ¿no es cierto?
Me estiré instintivamente hacia él, hacia su boca. La brisa marina no pudo hacer nada cuando sentí el fuego subirme por las piernas y asentarse en cada sitio donde nos estábamos tocando. Me giré en su regazo, lento.
—¿Te gusta que le tengan miedo? —murmuré, a escasos centímetros de su boca. Aleksi se mordió el labio inferior.
—Ya has visto mis pensamientos una vez, conejita —susurro. Su tono se volvió ronco, ansioso y deseoso—. Y no te puedes dar una idea de lo mucho que me excita verte hacerles daño a otros.
—Eres un morboso —le espeté, pero rocé mi boca con la suya. Se me escapó un gemido. A él, un gruñido.
—No es mi culpa si te ves tan sexy desmembrando la mente de otros.
Sonreí y dejé que tomara mi boca. Le permití tener el control durante un momento, pero yo no había olvidado sus deseos más profundos, esos en los que yo era una bestia y él una criatura indefensa.
No hice ningún movimiento brusco mientras sus labios barrían los míos con desesperación. Su excitación fue lo único que percibí, reptando por su piel ardiente mientras mis rodillas empujaban suavemente contra su pelvis cuando me giré del todo.
Gimió y sus manos dejaron mi rostro, para aferrar mi cintura, para tironear de mi ropa, pero ahí puse mi límite. Lo empujé contra la arena y me trepé sobre sus caderas, apretándome contra el bulto creciente en sus pantalones.
Aleksi jadeó y me observó con esos ojos hermosos brillando de un hambre sensual y primitiva. Interpretó mis intenciones antes de que llevara mis dedos a sus pantalones y los desabrochara, antes de que lo acariciara subiendo por su abdomen firme, deshaciéndome de los botones de su camisa negra.
—¿Vas a hacerme daño? —ronroneó, cuando yo hice que mis uñas le rozaran los pectorales, buscando su sensibilidad.
Le sonreí, pícara y mortal. Él no tenía ni idea.
Subí más y, antes de que pudiera preverlo, mi mano se cerró en torno a su garganta, fuerte y decidida. Aleksi puso los ojos como platos por un segundo, antes de que se pusieran vidriosos. Su respiración se detuvo antes de volverse cada vez más inestable. Su boca se entreabrió y, cuando apreté un poco, gimió.
Ensanché la sonrisa y me revolví encima de él, encima de sus pantalones apretados, frotándome contra su erección, disfrutando de esa sensación, arrancándole otro gemido.
—No creas que me olvidé de lo que esperabas de mi —musité, inclinándome sobre su rostro. Lo vi enterrar las manos en la arena, sumiso. Su mirada estaba clavada en la mía, expectante, así que mantuve el contacto visual y, con la mano izquierda, acaricié su mejilla con la punta de mis uñas—. Cuando pensaste que serías capaz de morir en mis manos.
—Mátame —susurró él. Sentí como tragaba saliva bajo mis dedos, pero no había nada de miedo en su expresión. Era solo el deseo acumulándose debajo de su lengua, uno que tenía que tragar antes de babear.
Me recosté sobre su pecho, hundí más mi pelvis sobre la suya. Gemí sobre su boca entreabierta y pasé mi lengua por sus labios suplicantes. Todo su cuerpo se tensionó y se retorció debajo de mí. Su cadera de elevó, buscando estar más cerca.
—Será todo un placer —canturreé, antes de hundir mi boca bajo su mandíbula y morder.
¡Gracias a todos por esperar una semana por este nuevo capítulo! Ya estaba emocionada por tocar los temas que se desarrollan en este y, sobre todo, dejarles este final picante que se va a poner fuego en el próximo ;) Creo que andabamos con abstinencia ya eh JAJ
Pero para que se entusiasmen, les dejo esta ilustración (que quizás ya vieron en mis redes y en el grupo de facebook) Kayleksi <3 No se olviden que si quieren ver la versión sin censura pueden ir a mi Twitter /anns_yn
Espero que todo les haya gustado, y si buscan algo más que leer, spicy, +18, super sensual, y con otro hombre antiguo, los invito a pasarse por mi nueva novela "La daga y la rosa", un retelling de La bella y la bestia <3
¡Gracias, los amo!
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