Libro 2: Capítulo 6. Debilidades de la sangre
58: Debilidades de la sangre
Kayla
En el aeropuerto mi tía se encargó de conseguirnos un buen auto. Había que conducir bastante y esta vez Aleksi tomó el volante, porque ya conocía el camino. Según él, su madre vivía ahí hacia siglos, mucho ante de que se instalaran los resorts turísticos y las playas antes desiertas se llenaran de humanos vacacionando.
Yo oculté mis enormes deseos de ver el mar y me senté atrás con Elliot, que había vuelto a abrir el mapa en su tableta. Él me mostró hacia dónde íbamos, hacia Cala Mesquina, una pequeña urbanización que compartía el nombre también con su playa principal. Tenía un Spa, según pudimos ver en Google.
—Mi mamá vive alejada de la urbanización —nos explicó Aleksi, al tomar la autopista número 15.
No teníamos ni idea de qué nos encontraríamos al llegar, así que no conversamos mucho, excepto cuando mi tía nos relató los mensajes que estaba intercambiando con mi tío Allen. Que Jane ya había visto a Oliver y que había gritado y que también le había querido arrojar una silla. Que sus padres estaban ya despiertos y que ahora estaban afrontando el shock de toda la verdad. Que habían cazado a un espía Edevane en los alrededores y que tenían nueva información del nefasto clan.
—Arthur se ha retirado —soltó mi tía, con una larga exhalación—. Sigue vivo, pero al haber perdido ambas manos, no puede tomar una participación activa.
Aleksi apretó el volante. Los nudillos se le pusieron blancos. El plástico que recubría el mando se rompió.
—Pero aún puede dar órdenes —dijo Elliot.
—Su hijo Arnold está a cargo ahora —siguió mi tía.
—Es joven —contestó Aleksi—. Tienes unos cuatrocientos años.
—Años más, años menos —comenté yo, cruzando una miradita con Elliot, sobre qué era ser joven para un vampiro.
Aleksi me observó por el espejo retrovisor. Me dedicó algo parecido a una sonrisa.
—Me refiero a que ha perdido a sus hijos más longevos y experimentados. Arnold es uno de los últimos.
—¿Cómo cuántos hijos tiene esta gente? —masculló Elliot, logrando que mi tía bufara.
—Son cientos y cientos. Arnold era el hijo mayor de Everald, mi abuelo —aclaró, con un siseo. Se había cruzado de brazos y miraba por la ventanilla como si quisiera fulminar a alguien ahí fuera—. Benjamín era el segundo. Cedric, el tercero, Donnovan, el cuarto y así sucesivamente. Cada uno solo podía nombrar a sus hijos con la inicial de su nombre. Es una forma ridícula de tenerlos ordenados, pero es evidente que han estado intentando reproducirse y tener vampiras de sangre de forma desesperada, y cada hijo de Everald tiene varios hijos y cada uno de ellos, varios más. Mientras más lejos estén de la A y mientras más joven sea, menos estatus tienen en el clan. El vampiro que castré es hijo del hijo del hijo de un H. Es prácticamente un don nadie. Seguro se creyó que la misión de convertir a Oliver y atraparme lo elevaría a un puesto cercano a Arthur, lo suficiente como para ser algo así como un heredero.
Tragué saliva. Si esos desgraciados habían completado el abecedario, podría haber Edevane en todo el mundo.
—¿Y qué dicen del tal Hunter? —pregunté, agarrándome del asiento de Aleksi.
Mi tía apretó los labios. Hizo un sonido que pareció un gruñido. Aleksi giró la cabeza para verla, confundido.
—¿Quién es Hunter? —preguntó. Claro, al estar en cama, él se había perdido de todo lo relacionado a Oliver y al hermano de Howard Edevane.
—Es el vampiro rubio de pelo largo —contestó mi tía, entre dientes—. El que no quiso cobrarse el asesinato de su hermano. Es quién dejó a Oliver en nuestro estacionamiento, para que lo encontráramos, y con quien me encontré mientras te ensartaban como a una brocheta.
Sentí un escalofrío al recordar su cuerpo atravesado por esa barra de metal y me dejé caer sobre el respaldo de mi asiento. Alice continuó hablando de este Hunter y de cómo él había mencionado que le había dejado a Oliver, hasta que expresó que le preocupaba que le dijeran eso al espía capturado de los Edevane.
—¿Pero por qué? —terció Elliot—. Es un Edevane, es malo. Punto.
—No es tan simple —rezongó Alice. Parecía que le costaba horrores admitir algo como eso—. No creo que este Hunter persiga el mismo... camino que el resto de su familia.
—¿Cómo que no? Vino a casa, con todos los demás —insistió mi hermano, pero mi tía negó lentamente.
—No me atacó cuando pudo. Se negó a reclamar la muerte de su hermano y me dejó a su convertido. Sin Howard, Oliver es libre, pero los Edevane no se lo estaban permitiendo. Y Hunter lo dejó con nosotros para que sobreviviera. Le dijo a Oliver que como ya no era de utilidad en el clan, lo matarían. ¿Por qué le importaría la vida de un convertido? ¿Por qué lo confiaría en nuestras manos?
Yo apreté los labios, recordando a duras penas la conversación que tuve con ellos, cuando Bethia estaba en los pasillos de la mansión también. Algo en la gestualidad de Oliver me había hecho dudar sobre su relación con Howard. Había algo flotando en el fondo de mi mente, como una sugerencia que no se terminaba de formar.
—Un convertido está estrechamente relacionado con su creador, ¿no? —pregunté—. Como mi mamá con mi papá. El convertido en cierta manera le pertenece al creador. Se forma un vínculo, por eso al morir Oliver quedó libre. Pero ese vínculo no implica una relación per se, ¿o sí? Mis padres se amaban. ¿Pero qué relación tendría Oliver con Howard? Quizás para Howard sí era importante Oliver... ¿O... estoy diciendo algo que sería muy imposible?
Se hizo un silencio meditativo en el auto, hasta que mi tía chasqueó la lengua y comenzó a escribir a toda prisa en su teléfono, quizás hablando con Allen, quizás pidiéndole que callara sobre Hunter Edevane un tiempo más.
—No falta mucho —dijo Aleksi, entonces. Llevábamos alrededor de cuarenta minutos en el auto y, en efecto, no mucho después él se salió de la carretera que estábamos recorriendo para ingresar a una pequeña ciudad rural. Aún no se podía ver el mar.
Nos aventuramos por calles de una sola mano, entremedio de sembradíos, casas de campo, fincas y colinas. Bajé la ventanilla y aspiré el aroma veraniego que manaba de los árboles, del suelo. Pronto, el aire caliente se llenó de sal y, antes de que me diera cuenta, el campo dio paso a una comunidad elegante, limpia y ordenada. Minutos después, estábamos aparcando en un estacionamiento frente al mar.
Tuve que ocultar mi fascinación. Nuestra ciudad era costera, pero no tenía arena. Piedritas negras volvían las pocas playas heladas en una mancha oscura. Era la primera vez que veía playas claras y brillantes como el oro, en donde el mar era azul claro.
Me tragué una exclamación. No era momento para demostrar entusiasmo cuando la vida de la madre de mi pareja seguía en riesgo.
Rodeé el auto con los demás y tomé mi valija antes de que Aleksi pudiera hacerlo por mí. De ahí, todos lo seguimos calle abajo, hacia el mar, y lamenté realmente no haber traído algo como una mochila, como que llevaba Elliot, porque no podría arrastrar las rueditas de la maleta por la arena.
—¿Iremos en barco o algo? —preguntó mi hermano, cuando nuestros pies entraron en contacto con la arena caliente. El sol estaba a más de medio camino por el cielo. Pronto atardecería.
—Hay un paso por ahí —explicó Aleksi, señalando los acantilados que rodeaban la playa.
Por supuesto, se veía inhóspito y de difícil acceso para los humanos. Nadie se quejó y emprendimos la marcha por la playa, ante la mirada confundida de los humanos que estaban tomando sol. Levanté mi maleta y la alejé de la arena, pero cuando me tocó escalar y creí que necesitaría ambas manos, hice un mohín.
Enseguida, como si me hubiese visto, Aleksi, que iba a la cabeza de la marcha, se regresó y tomó la maleta por mí.
—No me pesa —le dije. Eso era obvio, pero él solo me sonrió y me indicó que siguiera el delgado sendero que sobresalía por la ladera del precipicio. Abajo, las olas se mecían con fuerza contra las piedras.
—Lo sé —dijo él, con suficiencia. Me dedicó una sonrisa galante que me envió escalofríos muy diferentes a los que tuve en el auto—. Solo quería revisar tus bikinis —añadió, con un susurro.
Se me atoró una risa, pero cuando pasó de vuelta al frente de la caravana, capté de nuevo sus pensamientos preocupados, asolados. De nuevo, solo estaba bromando para sacarse la tensión de encima, quitando primero la mía, como si mis tensiones o miedos fueran mayores a los suyos.
—Deberíamos apurarnos —dijo Alice, cuando el sendero se ocultó tras ramas y árboles que creían sobre la ladera. Entonces, antes de que me diera tiempo a prepararme, empezó a correr. Se convirtió en un manchón, borroso, y luego desapareció de mi vista. Lo mismo hizo Elliot. Solo Aleksi se quedó conmigo.
—Así puedes correr libremente —sonrió, señalando la maleta con el mentón. Se lanzó a la carrera también, pero me dio tiempo a seguirlo. Corrí detrás de él, sintiendo mis pies como plumas.
Fue en ese momento, mientras apuraba el paso, mientras Aleksi me permitía perseguir su rastro, que me di cuenta de que estaba siendo más rápida de lo normal. A pesar de que había dormido poco, de que le había dado mi sangre, de que había pasado por emociones super intensas, no me sentí agarrotada ni cansada.
Pude alcanzar tanto a mi pareja como a mi tía y a mi hermano, vampiros de sangre pura, sin esfuerzo. Comencé a comprender los alcances de la sangre humana cuando cruzamos otra playa pequeña y saltamos por encima de otros acantilados que colgaban sobre el océano. No se me acalambraron las piernas ni se me resintieron los talones, como me pasaba cuando era más joven e intentaba atrapar a Elliot en el campo.
Era cierto. La sangre humana te hacía más fuerte, más resistente. Al menos para correr.
Aterrizamos en otra playa pequeña y, delante de mí, Aleksi y Alice se tensaron. Por puro reflejo, Elliot y yo nos pusimos a la defensiva.
—Desconozco este olor —gruñó Aleksi. Las sombras de los árboles de los acantilados se congregaron a nuestros pies. No supe si era para protegernos o para atacar.
—Es de un Edevane —rugió Alice.
La tensión me subió por las piernas. Se me cortó la respiración, con el miedo helándome la sangre por todo lo que esas palabras significaban. Podrían estar a punto de atacarnos, podrían haber atacado ya.
Elliot se apresuró a pegarse a mí, para poder protegernos mejor, de ser necesario, y Aleksi soltó mi maleta. Escaneé el paisaje, pero no vi nada ni a nadie. Capté más de un aroma desconocido, por lo que me aterré. No sabía cuántos podía haber a nuestro alrededor, listos para caernos encima en cualquier momento.
De pronto, no me sentía nada lista para enfrentarme a ellos. De pronto, me vi como solo una carga con la que ellos tendrían que lidiar y proteger cuando lucháramos. La sangre humana que había consumido no sería suficiente para hacerme ágil en una pelea. Yo era buena peleando con seres más débiles y blandos que yo. Yo podía matar seres humanos en un parpadeó, pero vampiros de sangre... No. Apenas si pude sobrevivir a ellos en Corazón cuando me atacaron junto a Jane. Mi fuerza no podía lastimarlos porque los semi humanos no éramos físicamente mejores. Aleksi mismo utilizaba su magia para hacerle creer al mundo que lo era.
Yo debí haber bebido más sangre, debí haber practicado más mis poderes...
—Yo iré primero —susurró Aleksi, dando un paso hacia adelante. El sol estaba a punto de caer. Pronto, la playa quedaría envuelta en sombras. Si tenían vampiros convertidos con ellos, atacarían en ese momento. Solo podíamos contar con que Aleksi percibiera el movimiento en ellas antes de que nos tocaran.
—Son muchos, muchos aromas distintos —siseó Alice, cuando él avanzó. Corrió detrás y ni Elliot y yo no nos retrasamos. Sin embargo, apenas llegamos al otro extremo de la playita, una sombra saltó sobre nosotros desde el siguiente acantilado.
Se me escapó un chillido bajo y Elliot jaspeó a mi lado, encogiéndose contra mi costado, mientras mi tía se ponía en posición de ataqué delante nuestro. Aleksi levantó una mano e inmovilizó a la figura en el aire. Sin embargo, todos nos quedamos mudos cuando ella jadeó, sorprendida al verlo. Él también se congeló.
—¡Mamá! —gritó él, bajándola en un instante.
—¡Aleksi! —chilló ella, pero apenas puso los pies desnudos en la arena, se acercó furiosa a su hijo. Le dio un bofetón suave en la cabeza. Luego otro y otro y mi novio terminó cada vez más encogido—. ¡ME DISTE UN SUSTO DE MUERTE! ¿Cómo se te ocurre acercarte así? ¿Por qué no me diste el alerta?
Los White permanecimos en silencio. Más Elliot y yo, cuando nos dimos cuenta que actuamos como críos y que si esa mujer hubiese sido un Edevane, habríamos tenido un desempeño patético. Mi tía relajó su postura y arqueó una ceja justo cuando mi hermano me dio un codazo poco discreto al señalarme la manera en la que la vampira, que parecía tan joven como su propio hijo, regañaba al vampiro más poderoso del mundo. La furia y el reclamo estaba calcado en su expresión y lo primero que yo pensé fue que Aleksi no había heredado su aspecto físico, más que los rizos, de su mamá.
—¿A quién querías que alertara? —le espetó Aleksi, bancándose los golpecitos con dignidad—. ¿A la decena de vampiros que rodean esta costa? ¡Estoy usando magia para que no nos escuchen en este mismo momento!
Ella se detuvo y se enderezó. Todavía estaba visiblemente indignada. Parecía que la tensión que le recorría las venas era mucho más antigua que nuestra presencia en Mallorca. Claro que debía serla.
—¿Qué vampiros? —bramó, poniendo los brazos en jarra—. ¿Te refieres a la panda de imbéciles que creyeron que podían caerme encima en mi propia casa? Los descubrí hace horas.
Aleksi se enderezó y pude ver sus hombros rígidos mientras cruzaba miradas con su madre. Ella, por su parte, no se fijó en nosotros, porque no parecía haber terminado la conversación con él, así que pensé que estaba claro cómo se las había ingeniado para deshacerse de los Edevane. Esa vampiresa había luchado por 25 años contra todo un clan de abusadores, soportante golpes y violencia desmedida para proteger a su hijo. Incluso cuando él era adulto, y estaban huyendo, se preparó para pelear con uñas y dientes una última vez.
No supe quienes habían sido más tontos, si los Edevane por enfrentarla, o nosotros por creer que sería sencillo destruirla.
Entonces, de pronto, a pesar de los gritos, Aleksi acortó la tenue distancia y la abrazó con desesperación. Levantó a su mamá en el aire y enterró la cara en su cabello castaño claro, lleno de rizos salvajes. Un gemido se escapó de sus labios, uno que exhalaba todos los míos que acarreaba desde la mañana.
—No sabes lo feliz que estoy de verte —le dijo, en un susurro que apenas se oyó con el viento que se levantaba desde el mar a medida que el sol bajaba. Su madre correspondió el abrazo en un instante y le sonrió. Le acarició el cabello como si fuera un niño y apoyó la mejilla en su pecho. A pesar de que ella era atlética, era mucho más baja que él. Le costaba horrores acunarlo.
—Para que tuvieras que venir a buscarme así de agitado, supongo que esto es más grande de lo que parece —susurró ella, separándose de él cuando le pareció que Aleksi había descargado toda la tensión. Le pasó los dedos por la cara y supe que le estaba barriendo lágrimas—. Estoy bien. Sabes que puedo cuidarme solita.
Aleksi se rio y la abrazó una vez más. Esta vez, él la acunó a ella.
—No te imaginas lo desesperado que estaba por llegar aquí.
Ella también se rio.
—Más te valía, porque han pasado tres años de la última vez —bromeó—. Y si trajiste amigos... —Nos miró de lleno por primera vez. La curiosidad brilló en sus ojos por solo un segundo—. Debiste haber estado muy preocupado por mí. ¿Dubois, no?
A simple vista, claro que parecíamos Dubois. Los tres nos parecíamos muchísimo a mi abuela. Alice era casi igual a ella, como una gemela. Yo, como una melliza. Elliot, una versión masculina de ambas.
—No —contestó Aleksi, soltando a su madre, aunque no alejándose de ella—. Son White.
Ahí ella sonrió, con comprensión.
—Ah, claro, Olive Dubois, o más bien, Olive White —dijo, deteniéndose en mi tía. Ella, sorprendida, le sonrió.
—¿Conoces a mi madre? No lo sabía.
—Yo a ella sí —dijo la vampiresa—. Pero dudo que tu madre me haya prestado atención alguna vez. ¿Y ellos? No tengo el gusto de conocerlos tampoco. ¿Son tus hermanos? No sabía que Benjamín y Olive tuvieron otra niña.
Cuando me miró directamente, analizando mi parecido con mi tía, me puse rígida. Si bien ella parecía una mujer como cualquier otra, una mamá regañona como las que solía conocer, me entró un terror distinto al que sentí cuando creí que estaríamos rodeados por vampiros enemigos.
Me pregunté qué diría ella de mí, si creía que era buena para su hijo, digna de su amor y cariño. Quizás yo no le parecía suficiente, quizás decía que era muy joven, inmadura e inexperta. Quizás... No lo sabía, no sabía qué diría, pero estaba asustada. No había pensado en qué existía la posibilidad de que yo no le gustara hasta ahora.
Aleksi se adelantó. Estiró una mano hacia mi y, cuando no la tomé, paralizada, él se rio suavemente de mí. Entrelazó sus dedos con los míos y me dio un suave apretón antes de acercarme a su madre, junto con una miradita pícara y un guiño.
—Ella es Kayla, la nieta de Benjamín y Olive —explicó, plantándome delante de ella. Tragué saliva. La mujer volvió a ladear la cabeza, notando mi rigidez sin ningún problema—, y mi pareja. Mi marca.
Ahí, su expresión curiosa cambió por completo. Sus labios formaron una enorme O y sus cejas se alzaron. Pasó de mi rostro al de Aleksi, como si no diera crédito a sus oídos, ni a sus ojos, y luego estos se llenaron de lágrimas emocionadas.
—¿Tienes... una marca? —susurró, llevándose las manos al mentón. Le tembló el labio inferior y desbordó una felicidad que solo, quizás, podría sentir una madre al saber que su hijo no se quedaría solo por el resto de la eternidad, solo porque no era como los demás.
—Sí —dijo Aleksi, apretando mi mano y mirándome con una sonrisa llena de amor y alegría. Nada quedaba de ese vampiro nervioso y preocupado. Levantó nuestros dedos entrelazados y me dio un beso tierno en los nudillos—. Al fin la encontré.
Dejé de sentirme tan rígida. Era fácil ablandarme cuando sus ojos se clavaban en mi con tanta devoción y fascinación, demostrando ante su única familia, la única persona que había amado más que a nadie antes, que yo era todo lo que él había deseado.
—Dios —musitó ella. Ahora, todo lo cuerpo le temblaba. Se fijó en mi rostro durante un momento más y luego, las manos con las que se tapaba la boca, se estiraron hacia mi—. Gracias al cielo.
Sin separarme de Aleksi, me pasó los brazos por alrededor del cuerpo. No tuve tiempo de prepararme para semejante gesto ni supe tampoco cómo reaccionar cuando la sentí llorar sobre mi hombro.
—Gracias al cielo —musitó, tocándome el pelo y alejándose lo suficiente para evaluar mi rostro con una sonrisa llena de felicidad, igual que las brillantes lágrimas que pendían de sus gruesas pestañas. Ahí, a poca distancia, aunque no podía encontrar demasiados gestos que se parecieran a los de Alek, pensé que ella era muy bonita y que, bajo esa apariencia fiera y salvaje, era muy dulce—. Qué alegría que existas, Kayla. Estoy, muy, pero muy feliz de conocerte al fin. Eres muy, muy, hermosa. Más hermosa de lo que imaginé que alguna vez podrías ser.
Sus dedos bajaron por los mechones de mi cabello y su rostro se derritió con ternura cuando yo parpadeé, con la cara caliente, seguro roja, de la vergüenza.
—Gracias —susurré, cortada, como si un ratón me hubiera comido la lengua—. Usted también es... muy bonita.
Detrás de mí, Elliot empezó a reírse como un baboso, burlándose de mi repentina educación. Mi tía lo retó, pero por suerte, tanto Aleksi como su mamá lo ignoraron.
—No te atrevas a tratarme de usted —contestó ella, sonriendo aún. Sus dedos cepillaron mi mentón, antes de bajar a mi mano libre y tomarla—. Eres la marca de mi hijo, somos familia. Espero que podamos conocernos y ser muy cercanas.
Yo asentí, todavía toda roja, mientras Aleksi nos miraba rebosante de alegría y placer.
—Me encantaría —contesté, tratando de recuperarme del impacto que me causó su gran cariño—. Aleksi me ha contado mucho de ti.
—Ojalá te haya contado cosas bonitas —dijo, soltándome por fin.
—Me contó que eras la mujer más fuerte que ha conocido —repliqué. Ella ensanchó la sonrisa. Miró a su hijo con los ojos llenos de brillitos.
—Exagera —bromeó, pero a mi me parecía que si se había deshecho sola de todos los vampiros que estuvieron cerca de su hogar, no estaba exagerando en absoluto.
—Yo creo que no —dijo Alice, tirando de Elliot hacia delante, que seguía riéndose de mí. Yo me giré para fulminarlo con la mirada y él puso los ojos en blanco—. Soy Alice y él es mi sobrino Elliot, hermano mayor de Kayla, aunque a veces no lo parezca.
Le tendió la mano a la madre de Aleksi y ella no dudó en tomársela.
—Soy Vibeke, bienvenidos a mi hogar.
La casa de Vibeke era una pequeña cabaña de madera sobre las laderas de una colina, en el valle entre otros dos grandes acantilados frente a una playa pequeña. Esta apenas si se extendía un poco más bajo las pronunciadas sombras de las rodas del acantilado sobre el mar. Era un paraje muy privado, donde los humanos no solían llegar.
Cuando nos acercamos a ella, mientras Aleksi me guiaba, llevándome de una mano y cargando mi maleta con la otra, Vibeke nos contó que había estado patrullando los alrededores porque, debido al viento que venía del mar mediterráneo, los aromas se habían vuelto difíciles de captar y no estaba segura de si vendrían más atacante.
—Así que son Edevane —murmuró ella—. No reconocí ninguno de aquel entonces.
—Estos son muy jóvenes —contestó Alek. Subimos por un caminito hecho entre las piedras que se regaban por la ladera de la colina—. Hijos de hijos de hijos.
—¿Qué problema tienes con los Edevane ahora? —preguntó ella, arqueando las cejas, un momento en el que se giró a vernos—. Para que crean que tienen que amenazarte conmigo, otra vez.
Aleksi no contestó y ella no le insistió, porque interpretaba que sería una conversación larga, difícil de hacer en el sendero. Seguimos subiendo hasta alcanzar la cabaña y el porche que creaba un lindo balcón con vistas al oceano y cuando abrió la puerta y nos invitó a entrar, yo fui la primera en pasar.
Aunque desde afuera la casita parecía muy simple y rural, por dentro estaba bien acondicionada. No tenía electrodomésticos, no había tecnología en ese hogar, pero eso no significaba que fuera una choza. Aunque a Vibeke no parecía agradarle mucho la modernidad, esa casita no era una réplica de lo que yo imaginaba habría sido hacia muchísimos siglos.
Los muebles eran bastante nuevos y estaban muy bien cuidados. Había un gran sillón contra la ventana con mullidos almohadones de pluma y lana y una pequeña mesa con tres sillas en una esquina. Más allá, contra la pared de atrás, había una puerta pintada a mano con múltiples florecitas blancas y lilas.
—No acostumbramos a recibir visitas —se disculpó Vibeke, cerrando la puerta—. Nuestra casa es pequeña porque no viene más que Aleksi. Quizás tenga que pensar en agradarla —añadió, antes de mirarme de nuevo con muchísima emoción.
Mi tía la disculpó rápidamente, a su vez expresando la pena que sentía por haber llegado así de improvisto, pero que no podían medir la magnitud de la amenaza de los Edevane. Sin embargo, antes de que Vibeke pudiese contestar, la puerta pintada con flores se abrió de golpe.
Un hombre de piel pálida, más que la de Vibeke y Aleksi, y cabello oscuro, casi negro, salió del cuarto adyacente con el alivio sudándole por los poros.
—¡Aleksi! —exclamó, al verlo. Luego, se giró hacia la madre de Alek—. Vivi, casi me matas del susto.
Se acercó a darle un abrazo a mi novio y se quedó a mitad de camino. Primero, vio nuestras manos unidas. Luego, vio mi cara. Fue evidente que los dos pensamos lo mismo al mismo tiempo: nos parecíamos.
—Philippe —saludó Aleksi, con alivio también, abrazándolo como si ignorara su repentino shock—. ¡Me alegro de verte sano y salvo!
Philippe se lo devolvió. Se alegraba de verlo, pero estaba demasiado sorprendido con nuestra presencia. También se fijó en Alice y en Elliot.
—También yo, más hoy —Sus ojos regresaron a mi rostro y, como si se hubiera dado cuenta de que estaba siendo grosero, me tendió la mano—. Es un placer, soy Philippe, aunque no he tenido el gusto de conocerte o saber de ti. ¿Eres una Dubois, cierto? Somos parientes.
Tomé su mano, pero negué.
—Soy Kayla White —me presenté—. ¿Tu eres Dubois?
Philippe me sonrió.
—Lo fui, hace algún tiempo.
Vibeke rio. Su cantarina voz desapareció con ella tras la puerta de flores.
—Bueno —se corrigió Philippe—, hasta bastantes siglos. Como nueve siglos.
Aleksi rio también.
—Sí, los años pasan rápido —comentó, dándole un golpecito en el hombro a su padrastro, porque obvio ya no había duda de que Philippe era la marca de su mamá—. Ella es la nieta de Olive, la esposa de Benjamín. Él es Elliot, su hermano, y ella es la pequeña Alice.
Mi tía se mordió el labio inferior, pero no dijo nada cuando Phil también estrechó su mano.
—La pequeña Alice, Aleksi nos contaba mucho de ti cuando eras niña —rió él, observando la cara de mi tía con mayor detenimiento—. Tu mamá no se debe acordar de mí. La vi una sola vez cuando era pequeña y otra cuando cumplió los dieciocho. Me invitaron a esa fiesta —contó—. Te le pareces mucho.
—Me lo dicen seguido —contestó Alice, sabiendo que le estaba hablando a un tío lejano—, es un placer.
—Sin duda —dijo Vibeke, emergiendo de la habitación—, tanto Aleksi, como Benjamín y yo tenemos algo en común: nos encantan los Dubois y estamos ansiosos de marcarnos con ellos. Debilidades de la sangre, al menos por nosotros...
Me hubiese reído de la reflexión, de no ser porque traía en los brazos un pequeño manojo de mantas delicadas de lino y lana. Lo acunaba con delicadeza y admiración y la pequeña sala de la cabaña se llenó de sonidos ahogados. Levantó los ojos del bebé solo para ver a su hijo mayor con una sonrisita tímida pero esperanzada.
Mi tía no pudo contener la emoción que sintió cuando vio a ese niño, tampoco yo, porque pude percibir los pensamientos efusivos y descontrolados de Aleksi cuando su mamá se lo presentó.
—Él es Theo, tu hermanito —dijo, deteniéndose frente a él.
Vibeke estaba sumamente orgullosa de presentárselo. A nadie se le escapaba y me imaginé cuánto debía atesorar a esa criaturita después de tantos siglos sin poder tener otro hijo. Luego, un instante después, no hizo falta que me lo imaginara. Los hilos de pensamiento, invisibles a mi vista y a la de cualquiera, flotaban en el aire desde ella, atraídos a mi piel como imanes. Solo tuve que estirar mi consciencia, como si hubiese estirado las manos, como lo hice con mi abuelo, para captar el torrente de emociones y pensamientos.
Ella luchó muchísimo para tener ese hogar y luego por volver a embarazarse, ahogando la frustración por no conseguirlo en casi novecientos años de marcada, como lo hizo tan fácil con el padre humano de Aleksi. Ese bebé era el fruto de una larga vida buscando su lugar. Y se aseguró de tenerlo cuando nada pudiese hacerle daño, como lo hicieron con Alek. No quería que otro de sus hijos sufriera lo que él sufrió.
—Durante estos meses, realmente me hubiese gustado tener un teléfono —dijo ella, tendiéndole al niño. Aleksi lo miró embobado y recordé que él, al igual que mi tía, también ansiaba hijos propios. Se me hizo una bolita en el estómago—. Para avisarte. Pero no hizo falta, porque aquí llegaste.
Él no lo dudó ni una sola vez. Tomó al bebé en sus brazos con sumo cuidado y un gesto encantado.
—Hola, Theo —lo saludó, sosteniéndole la cabecita. Me incliné para poder verlo y descubrí a un niño muy pequeñito. Sus ojitos casi ni se abrían y su piel estaba arrugadita. Era un bebé recién nacido y aunque era un vampiro de sangre, todavía era casi tan frágil como un humano.
—¡Es precioso!
Vibeke la miró radiante.
—Gracias.
—Hemos buscado este bebé por cientos de años —dijo Philippe, sentándose en una de las sillas que estaba junto a la mesita. Comenzaba a entender por qué solo había tres. Porque hasta ahora, fueron ellos tres, cuando Aleksi los visitaba. Definitivamente, tendrían que ampliar la casa—. Estamos muy felices de tenerlo.
Aleksi le sonrió al niño y luego a su madre y a su padrastro, que era, irónicamente, mucho más joven que él. Ya empezaba a acostumbrarme a que las relaciones de familia fuesen así de raras.
—Es hermoso —afirmó, de acuerdo con Alice.
—Todo esto significa —dijo Vibeke, abrazándose al brazo de Aleksi y mirando juntos a Theo—, que tendrás que venir más seguido. Porque Theo tiene que crecer junto a su hermano. Tu y Kayla pueden venir y quedarse todo el tiempo.
Me dirigió una mirada esperanzada que no pude rechazar. Ella no tenía idea de que nosotros veníamos con la intención de llevárnoslos, porque aunque Vibeke era tremendamente fiera, los Edevane se reagruparían y no podíamos seguir enfrentándonos a ellos sin saber que esta pequeña familia estaba o no a salvo.
—¿Cuándo nació? —preguntó mi tía, casi dando brinquitos para acercarse a Theo. Un poco más y me empuja para quitarme del medio. Se le escapaba por los poros la desesperación por tenerlo en brazos, aunque no pensaba decirlo en voz alta ni pedírselo a Aleksi, que todavía estaba conociendo a su hermanito.
La madre de Aleksi la observó con calma.
—Anoche —dijo, con simpleza, logrando que mi hermano silbara. Yo me atraganté. Acababa de parir.
—¿Y mataste a... una docena de vampiros habiendo parido ayer? —soltó Alice, sorprendida—. Aleksi tenía razón, eres fiera.
Vibeke estalló en carcajadas. Le dio un pellizco cariñoso en la mejilla a Aleksi.
—Mi hijo siempre habla bien de mi —suspiró, logrando que él la observara incrédulo.
—¿Cómo no podría hacerlo? —inquirió, justo antes de mirarme de ello y señalarme al bebé con el mentón. Me acerqué, rodeando a mi tía, solo para mirarlo un poquito y acariciarle sus suaves manitos, pero me alejé de un sopetón cuando él me ofreció que lo sostuviera.
Negué, nerviosa, porque nunca tuve un bebé en mis manos y de repente las creí muy torpes. Mi tía aprovechó para tomarlo ella, sin ningún problema y Aleksi se rio de ambas con soltura. No le tomó más que un segundo agarrar mi mano otra vez y llevarme formalmente hasta Philippe y explicarle que yo era su marca.
Philippe se alegró enormemente. Nos abrazó a ambos y reiteró la invitación de Vibeke para pasar tiempo indefinido con ellos, demostrándome qué clase de relación tenía con Aleksi. Aunque no era su padre y tampoco lo trataba exactamente como tal, eran cercanos de forma sincera, como podría serlo cualquier hijo con la marca verdadera de su madre. Pensé en mis propios padres, en ese instante, y en cómo la mujer que había dejado con el cuerpo agrietado en caso algún día tendría que enfrentarse a la existencia de la marca de su esposo. Pensé en que, desde que yo era consciente de eso, siempre creí que la odiaría. Ya no estaba tan segura de sí podría hacerlo.
—Entonces —dijo Vibeke, cuando Alice se sentó en el sillón a cantarle a Theo, abstraída totalmente del resto de nosotros. Nos miró fijo, con las finas cejas arqueadas. Se cruzó de brazos y alzó el mentón hacia su hijo mayor—. ¿Qué es lo que está pasando con los Edevane?
¡Hola a todos nuevamente! Mil gracias por todos los mensajitos y comentarios de apoyo que recibí. Cada día, a medida que avanzan las cosas, me voy preparando mentalmente y escribir volvió a ser mi terapia, así que aquí estoy con un nuevo capítulo <3
Ya casi vamos para 1.1M de lecturas y no puedo estar más feliz y emocionada de que hayamos logrado todo esto juntos <3 De verdad los suuuuper amo <3
Hoy, les cuento que les estoy preparando una sorpresita hot hot que pronto podré mostrarles en el grupo de facebook y en instagram, así que si no andan por ahí, unanse a Ann Rodd Destiners e hijos asociados y a mi insta /anns_yn (Se vendrán versiones censuradas y no tanto de esta belleza que estoy ilustrando. SE ME MUEREN con el fósil, sí, sí, sí)
Dicho esto, hoy me despido temprano. ¡LOS ADORO!
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