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Libro 2: Capítulo 5. Monstruo

57: Monstruo

Kayla

Había dos cosas que tenía que hacer antes de irnos, mientras Aleksi preparaba sus cosas, mientras mi tía arreglaba su idea para huir sin que los Edevane nos siguieran. La primera, me machacaba el corazón. Pero postergarlo solamente me haría marchar intranquila, preocupada.

Abrí lentamente la puerta de la habitación de mis padres. Hacía añares que no entraba. Antes, cuando era pequeña, mi cuarto estaba junto al suyo, durante el tiempo en que Elliot y yo compartíamos habitación porque le teníamos mucho miedo a Mørk Hodeskalle. En esas épocas, solía pasarme a la cama de ambos para conciliar el sueño.

Mi madre yacía en esa misma cama ahora. Las cosas no habían cambiado demasiado en esa habitación. Lo nuevo parecía ser los instrumentos que dejaron después de atenderla para sobrevivir a las quemaduras del sol. Había dos heladeras de mano sobre la mesa de luz, seguro llena de sachet de sangre, listas por si ella las necesitaba, pero lo que más me perturbó fue la camilla manchada que estaba a los pies de la cama. Por alguna razón que no comprendía, no la quitaron del cuarto.

Me deslicé por la penumbra de la habitación, temblando ligeramente y esquivando la camilla. Rodeé la cama y me incliné sobre el rostro de mi madre. Contuve el aire y me tapé la boca con las manos. Sin duda, se veía mejor que cuando estuvo bajo el sol, pero ahora su rostro hermoso estaba recorrido por gruesas gritas negras, leventemente hundidas, que jamás se recuperarían. Le recordarían por siempre, a ella y a nosotros, que no era más que una escultura de mármol, un monstruo antinatural que bebía sangre y que eso era el único motivo de su existencia.

Ahogué un gemido. Por suerte, ella estaba dormida; no podía ver el dolor en mi mirada y la forma en la que me daba cuenta, de la forma más dura, que tenía razón cuando me pedía que la comprendiera y la acompañara porque ella se sentía diferente al resto. Las dos éramos diferentes a nuestra familia. Y, entre las dos, de pronto sentía que yo tenía mayor suerte.

Me incliné para acariciar su mejilla, pasando dulcemente por encima de las grietas negras, como única despedida antes de salir del cuarto. Quizás, cuando regresara, ella estaría ya despierta, enfrentándose a su nuevo aspecto. Quizás, ya no me impactaría tanto. Quizás, yo podría apoyarla de una forma más consciente, más empática.

Mis pies se arrastraron por los pasillos entonces, preguntándome dónde podría encontrarlo ahora que todos parecían haberse esfumado de los pasillos y las galerías iluminadas por la luz del día. Pensé que, si él le había dado su sangre a Aleksi, probablemente estaría alimentándose de nuevo, así que volví hacia las cocinas y los depósitos y esta vez no oí a Bethia llorando en el comedor. En verdad, todo el mundo se había ido a descansar.

Encontré a mi abuelo solo en las heladeras, revisando los cajones con sangre como si tuviese mucho para elegir. Me di cuenta, segundos después, mientras todavía no se percataba de mi presencia, que estaba distraído con algo más y por eso no terminaba de agarrar una bolsa.

—¿Tienen sabor diferente? —pregunté. Él levantó la cabeza con calma. No estaba sorprendido de verme. Por supuesto, sí se percató de que alguien entraba a la heladera con él. Después tuvo que haberme olido—. ¿Cambia según el factor o la persona?

—No se siente diferencia de sabor por donante si está embolsado en plástico —me explicó, con calma, antes de volverse a los cajones y escoger una bolsa por fin—. Es diferente a la sangre caliente cuando muerdes a un humano, vivo, pulsando debajo de ti.

Apreté los labios. Ahora podía ignorar el olor en la habitación con mayor facilidad que antes, pero tampoco me gustaba estar ahí dentro y me arrepentí de haber preguntando eso en ese lugar.

—Ah —dije, pero seguí—. ¿Pero sí por factor?

—Cada factor tiene su buqué. Pero solo me he dado cuenta desde que tenemos bancos y los podemos diferenciar así —siguió, mirándome con extrañeza—. ¿Por qué estás aquí? Nunca te ha gustado acercarte.

Esa era la segunda cosa difícil del día, antes de irme. La había dejado para el final porque hablar con mi abuelo después de todo lo que me contó me resultaba difícil. Pensé que me podría sentir enojada aún con él, pero en realidad, estaba muy asustada.

Supongo que se debía a que lo entendía. Comprendía las razones por las cuales tomó tantas decisiones equivocadas, por las cuales terminó por arruinar nuestro vínculo con sobreprotección y mentiras. Todavía me rondaba en la cabeza su desesperación, la agonía que en sus pensamientos se me hizo tan evidente, junto con el amor y el anhelo a flor de piel. Yo le importaba más que nada, casi tanto como su pareja, su marca.

Tenía miedo de que me sobreprotegiera, que negara mi decisión, que me prohibiera. Y que yo no pudiese enojarme ni pelear porque sentía empatía por él. Esa sensación me adormeció la lengua y trabó mis palabras.

—Necesitaba... hablar contigo —expresé, exhalando abruptamente. No, necesitaba recomponerme. Necesitaba ser directa y no dejarle espacio para negarse. Lo mío era una decisión tomada, no una sugerencia ni una petición. Debía ser firme—. No. Venía a avisarte que Hodeskalle, Alice, Elliot y yo iremos a Mallorca. Me pareció correcto informarte, ya que todavía eres mi patriarca, que iremos por la madre de Skalle, su pareja y un posible bebé. Los Edevane han amenazado con atacarlos y debemos correr el riesgo y traerlos a salvo. Después de todo, debido a que Hodeskalle ahora es un White, su madre y cualquiera de su sangre es mi familia también.

Mi abuelo parpadeó. Si estaba impresionado por la manera dura en la que hablé y en cómo cuadré los hombros de pronto, no lo demostró, solo pareció estupefacto por mis palabras.

—¿Un bebé? —preguntó, con un hilo de voz.

Yo asentí.

—Arthur Edevane le dijo a Alek... a Skalle que su madre tuvo un bebé. Que la tenían vigilada. No podemos comunicarnos con ella porque no tiene teléfonos ni internet. Vive en Mallorca. Alice dice que nuestro jet está disponible en el aeropuerto y que podemos llegar distrayendo a los posibles espías sacando una camioneta antes de salir nosotros. Calcula que en dos horas llegaremos a la isla y que tardaríamos una o dos más en llegar hasta donde está...

—De acuerdo.

Me callé de pronto, sorprendida por sus palabras. Mi abuelo abrió la bolsita de sangre y me hizo un gesto de disculpa con la mirada antes de empezar a chupar por la boquilla.

—¿Cómo dices?

—Que está bien —dijo, en una pausa—. Y perdona, pero estoy muy débil en este momento. Necesito mantenerme despierto y alimentado.

Estaba tan estupefacta que me olvidé de dejar de respirar. El aroma de la sangre fresca me inundo las fosas nasales. No pude ni siquiera torcer el gesto.

—¿Me estás dejando ir? —susurré.

—No parece que me estés pidiendo permiso —replicó mi abuelo, con calma. Yo casi dejo caer la mandíbula—. Y... tengo la sensación de que, si me niego, ese "todavía" se hará efectivo. Dejaré de ser tu patriarca, porque te marcharás y no regresarás. Y te perderé en serio, y no por la culpa de alguien más.

Boqueé.

—¿Así nomás? ¿Después de todo lo que pasó hoy? ¿De todo lo que me dijiste? ¿De...? —carraspeé, de pronto agitada—. ¿Qué te hizo cambiar de opinión tan pronto? ¿Qué es lo que cambió de la nada?

Mi abuelo miró fijamente el suelo. Volvió a beber un poco, como si le sirviera para pensar mejor sus palabras. Se apoyó contra la puerta de la heladera y se deslizó hasta abajo. Se sentó y esa fue la primera vez que lo vi cansado en mi vida.

—Hoy por la mañana no sabía si ibas a poder cuidar de ti misma —me confesó—. Tu magia era una posibilidad... Solo eso. No estoy justificándome, pero hoy me sentí enojado y asustado. Muy aterrado. He ido procesando, durante las horas, que no debería sentirme así contigo más —suspiró, largamente, y apoyó la nuca contra la puerta—. Es mi momento de quedarme tranquilo, de aceptar que mi nieta ha crecido y que ya no necesita que la proteja. Al final... también recordé por qué me separé de mi clan. Porque yo quería una familia real, no una dictadura. Quería libertad para mis hijos e hijas... Y si quiero que seamos esa familia, tengo que aceptar que no puedo controlarlo todo. No puedo controlar las vidas de mis hijos e hijas, nietas y nietos. Cometí muchos errores, hija, y por eso... Lo lamento mucho.

Cerró los ojos y yo me quedé viéndolo, preguntándome qué demonios se dijo con Aleksi mientras los dejé solos. No tenía ni idea de a qué debía atribuirle ese cambio de actitud; incluso, el hecho de que me hubiese confesado toda la verdad una hora antes era algo que todavía me sorprendía.

—Sé que no me lo has preguntado, quizás no te interesa... Pero me siento sumamente aliviado —siguió—. Eso cambió.

La imagen que mi abuelo mostraba frente a mi seguía siendo desconcertante. Aunque sus palabras eran claras, no me alcanzaba para comprender la extensión de todo lo que pasaba por su cabeza, así que apreté los labios y decidí tomar lo que necesitaba, por primera vez desde que era consciente de esa habilidad.

Me concentré en él, tratando de ser receptiva, de captar algo a su alrededor. Las emociones de Benjamín White no se estaban colando en contra de mi voluntad, así que tuve que acercarme para poder percibir, flotando alrededor suyo, hilos de emociones y pensamientos. Parecían telas de araña, flotando ligeras y sin un patrón determinado.

Estiré una mano en el aire, como si pudiera verlas o tocarlas, y de pronto sus pensamientos tomaron forma y color entre mis dedos. Las absorbí de golpe y la lenta catarata de imágenes que existían en su cabeza me permitieron repasar el día, su día, desde el instante en que tuvo que correr para salvar a su familia, en la que vio a varios de sus hombres y empleados morir, hasta que se encontró con su nuera a punto de quemarse viva, enfadado porque Hodeskalle se había esfumado en el aire, hasta que descubrió que su nieta y él le estuvieron ocultando algo tan importante como una marca.

Había culpa, había reconocimiento de su hipocresía. Quedaban restos de agobio, de impulsividad y de furia incoherente y sorda. Entendía que esa mañana actuó como un cerdo y estaba avergonzado. Comprendía todos sus errores y lamentaba haberlos cometido. Y, al final, tal y como me lo dijo, estaba aliviado. Porque Mørk Hodeskalle era mi pareja, porque yo era la suya. Y porque eso significaba que sería tan fuerte que nadie jamás me pondría un dedo encima.

Bajé la mano que había mantenido en el aire, como si estuviese tocando su mente. No necesitaba moverme de forma física para hacerlo y lo comprendí apenas dejé ir sus pensamientos.

Me mojé los labios y observé su rostro ceniciento.

—Volveré pronto, abuelo —dije. Él abrió los ojos. Su mirada estaba vidriosa—. Ve a descansar.

«Deja de sufrir por mí. Yo estaré bien, ya soy adulta. Ya puedo cuidarme sola», eso era lo que se traslucía en mi orden. Aunque seguro me faltaba un gran camino para valerme por mí misma al nivel que lo hacia Aleksi, yo me sentía lista para ello. Estaba descubriendo mi magia y estaba preparada para superar mis miedos y mis fobias. Ese día empecé por la sangre, la cual olía sin vomitar. Seguiría por cualquier reto o piedra que tuviese que sortear.

Mi abuelo asintió. Me dedicó algo parecido a una sonrisa y asintió.

—Lo haré, mi niña —musitó cuando abrí la puerta de las heladeras—. Sé que lo harás.

No pude evitar sonreírle también, justo antes de salir y perderme por los pasillos de la mansión.

Me encontré con mi tía, con Elliot y con Aleksi en el estacionamiento. Mi pareja estaba apoyado en uno de nuestros autos y Alice le estaba dando ordenes claras a los hombres que aún estaban sanos para trabajar, los que podían salir y arriesgar sus vidas. La mayoría, eran vampiros de sangre de clanes menores que juraron lealtad hacia siglos a mi abuelo; la mayoría, estaba dispuesto a morir por nosotros.

Si bien mi tía nunca había tomado una participación tan directa con nuestra protección, ninguno se atrevería jamás a cuestionarla si ella estaba tomando el liderazgo. La escucharon en silencio y solo contestaron para brindar información que ya tenían.

Habían mandado a un grupo a espiar la zona. Estaban rodeando los kilómetros circundantes a la mansión desde hacia horas, porque también estaba esperando a que mi tío Allen regresara. No encontraron a ningún espía Edevane, pero tampoco podía garantizar que alguno no estuviera muy bien escondido.

Por eso, la estrategia de mi tía tenía que ser lo más certera posible. Al principio, como ella creyó que Aleksi no vendría, solamente pensó en liberar más autos mientras nosotros tres, contando a Elliot, subíamos al helipuerto. Ahora que Aleksi sí venía, estaba claro que no podíamos dejar que lo vieran así nomás. Que no supieran en qué estado estaba él, si vivo o muerto, era de vital importancia para la protección de la casa.

—Aquí tiene, señor Hodeskalle —dijo uno de nuestros hombres, tendiéndole un uniforme. La única manera en la que podría pasar desapercibido sobre el techo de nuestra casa, donde estaba el helicóptero, era que se vistiera como ellos y se subiera con otros dos para similar ser guardaespaldas comunes y corrientes.

En seguida, él se excusó y se metió en el asiento trasero del auto, para cambiarse sin volver hasta la casa. En esos minutos y mientras mi hermano estaba criticando mi única maleta, una con rueditas, perfecta para un avión, llegó la caravana de mi tío Allen. Yo estaba junto a la puerta cerrada del vehículo, que apenas se movía mientras seguro mi novio se desvestía con magia, cuando Jane bajó de la limusina y, corriendo, llegó hasta mí.

Enredó los brazos en mi cuello y me estrechó con todas sus fuerzas.

—¡Dios mío! —gritó—. Qué bueno que estás bien, que todos están bien. Tu tío me contó todo lo que pasó. ¿Y tú mamá? ¿Y el calaveras? —preguntó, separándose, justo cuando Aleksi salía por el otro lado del auto—. Uf, está recuperado.

—Eso parece —dijo mi tío Allen, bajando de la limo también. Por las puertas abiertas, pude ver a dos seres humanos derrumbados sobre los asientos, inconscientes. Me quedé dura bajo los delgados brazos de Jane.

—Gracias por tu preocupación, Jane. Estoy muy bien ahora —contestó Aleksi, con una sonrisa. Ella le dedicó una de nuevo, pero vi un pequeño atisbo de duda en sus ojos. Supe que estaba preguntándose dónde estaba la máscara y porqué el calaveras mostraba su cara de forma tan calmada. También me di cuenta de que analizaba el uniforme negro, que casi parecía de policía encubierto, con el ceño fruncido.

Mi tío Allen se acercó, intercalando miradas entre Aleksi y Alice, que esperaba en el asiento del conductor.

—Creí que estarían todos en la cama —dijo, colándose delante de Elliot y poniéndole una mano en el hombro a Aleksi. También lo miró de arriba abajo. Prestó especial atención a su gorra a juego, que le permitiría ocultar un poco su cara en la luz del día—. ¿Qué está pasando? —De pronto, su semblante palideció—. No me digan que ya no... que ustedes no...

—Seguimos formando parte de este clan —respondió Aleksi con calma, acomodándose la visera—. Tenemos una pequeña misión que completar.

—Yo no diría que es pequeña —repliqué, tomando la mano de Jane—. Buscar a tu madre no tiene nada de insignificante —Mi tío Allen suspiró, aliviado. Le dio un par de palmadas más a Aleksi en el hombro y luego le dio otras a Elliot—. ¿Qué carajos con los padres de Jane? —inquirí, entonces, señalándolos con el dedo.

Jane hizo una mueca y apoyó la frente en mi brazo.

—No querían venir —explicó—. Así que los secuestramos.

—Teniendo en cuenta que Jane me autorizó —dijo mi tío, encogiéndose de hombros—, no se podría considerar secuestro.

Mi hermano arrugó la frente.

—Yo creo que sí —murmuró, pero nadie lo contradijo, porque, aunque era cierto, todos sabíamos que no teníamos tiempo para darle la seguridad a los padres de mi amiga de que no serían devorados por nuestra familia de vampiros. Los Edevane eligieron a Oliver, para empezar, porque Jane se convirtió en mi amiga. Toda su vida, en los últimos tres años, fue intensamente vigilada por ellos. Sacarlos de su alcance era la prioridad número uno ahora que Oliver estaba vivito y coleando en nuestra mansión.

Me giré hacia mi amiga y le di otro abrazo. No iba a tener la oportunidad de acompañarla en el momento en que se cruzara con él. Por la expresión que cruzó el rostro de Allen, supe que él no le había comentado ese ínfimo detalle aún y Jane tendría que enfrentarlo primero sola, sin mi ni sus padres, aún inconscientes en los asientos de la limusina. Si no, ella no hubiese estado tan relajada con todo eso.

—Espero volver mañana... —le dije. Le esperaba un día duro, tal y como el que tuvimos todos nosotros—. O pasado. Pero no importa, todo saldrá bien, ¿sí?

—No te preocupes —me contestó ella—. Estoy más tranquila ahora que mis padres están aquí. Tu tío me dijo que tenían un lindo sótano impenetrable en donde pasaremos los próximos días, ¡wiii!

Me reí, contagiada de su frágil entusiasmo, y le di un suave apretón a su mano una vez más, antes de dirigirme al ascensor que nos llevaría al techo del estacionamiento, donde nos esperaba el helicóptero.

—¡Te veré pronto! —le dije, antes de meterme junto a mi tía, Elliot, Aleksi y dos hombres más.

—¡Cuídense mucho! —exclamó mi amiga, saludando con la mano, después de plantarse con soltura junto a Allen. Uno al lado del otro, nadie jamás diría que se llevaban casi 150 años. Nadie podría sospecharlo nunca.

Las puertas del ascensor se cerraron y todos permanecimos en silencio el corto viaje dos pisos arriba. Casi nunca visitaba el helipuerto. La mayoría del tiempo, me olvidaba que estaba ahí. Solíamos usarlo cuando viajábamos al castillo en el campo, para ahorrarnos el tráfico humano y, por eso, yo personalmente no lo veía hacia rato.

Arriba, mi tía tomó el control de todo otra vez. Me sorprendí cuando tomó lugar el piloto y se colgó los auriculares. Luego, con el helicóptero estuvo en el aire sin ningún tipo de retrasos, me dije que había muchísimas cosas que no sabía de ella, cosas que jamás tuvo la oportunidad de mostrarme.

Hablamos poco en el vuelo hasta el aeropuerto, porque fue muy corto. Ahí ya nos estaban esperando, alertados por mi abuelo, y enseguida nos dirigieron a las pistas privadas, cerca de los almacenes.

Por supuesto, yo sabía que teníamos un jet, pero nunca tuve oportunidad de usarlo. Nunca salí del país, nunca viajé más lejos que el castillo y ahora empezaba a entender por qué. No se trataba solamente de que mi madre no podía exponerse al sol, sin de los peligroso que era el mundo para mí, sabiéndome parte de esa profecía.

Esta vez, no me sorprendió que mi tía piloteara. Dejamos a los dos hombres que nos habían acompañado en tierra y nos acomodamos en los mullidos asientos de alta categoría. En cuestión de minutos estábamos en el aire, enfilando la ruta hacia Mallorca.

Mantuve la boca cerrada hasta que estuvimos a la altura de crucero, para quitarme el cinturón y acercarme a la heladera que estaba llena de refrigerios por mi primera comida humana del día. Elliot se mostró curioso solamente por la geografía de la isla y empezó a hacerle miles de preguntas a Aleksi sobre el lugar, sobre su madre y el hecho de que no tenía un teléfono para comunicarse.

Yo los observé, mientras devoraba tiritas de dulce rojo, feliz de tener algo en mi sistema que no fuese sangre. Aleksi contestaba con calma y con amabilidad, pero pude notar una leve expresión en su rostro, segundos antes de que la disimulara, cuando mi hermano le preguntó también por la profecía.

Me di cuenta de que estaba incómodo, no precisamente por lo directas que eran las preguntas de mi hermano, porque ya estaba acostumbrado a ellas. Había algo más dando vueltas en su interior y deslicé mis ojos por su cuerpo, ataviado con el uniforme de nuestro cuerpo de seguridad, que le sentaba más que bien, buscándolo.

Con el paso del tiempo, mientras ambos revisaban el mapa de la isla en una tableta y mi novio le indicaba a Elliot dónde estaba el aeropuerto dónde aterrizaríamos y dónde vivía mi suegra, al otro lado de la isla, casi, noté el temblor ligero en su pierna izquierda. Su bota de combate se agitaba levemente y sin hacer ruido, contra el suelo.

Estaba nervioso. No, no nervioso, estaba preocupado. Asustado.

Cuando finalmente Elliot lo dejó en paz, yo me puse de pie y me acerqué a su sillón. Antes siquiera de sentarme en sus piernas, capté los hilos de pensamientos angustiado y centellantes que estaba luchando por mantener bajo la superficie de su piel y de su mente.

Incluso, trató de sonreír y mostrarse tranquilo y casual cuando pasó un brazo por alrededor de mi cintura, recibiéndome en su regazo. Pero era muy tarde, yo ya sabía lo que le pasaba y cómo estuvo fingiendo todo el rato. La broma del bikini también fue un intento cariñoso y sensual para despegarnos a ambos de la ansiedad que presentaba ese viaje.

En silencio, le acaricié el cabello y la nuca. Apoyé mi mejilla en su frente y deslicé mi mano por el interior de su camiseta, por debajo también de la gruesa chaqueta del uniforme, piel con piel, buscando relajarlo. Solo amándolo.

—La verdad es que me alegra esto de la profecía —dijo Elliot, levantando los ojos de la pantalla de su tableta. Cerró el mapa con un revoloteo de los dedos y suspiró—. Es una lástima que todo el mundo la haya interpretado para la mierda. Solo especificaba que Kayla le patearía el trasero a todo el mundo y que probablemente también debas tenerle miedo si algún día se enoja contigo —añadió, enarcando las cejas—. Nunca dejes tus pantalones tirados en el baño, detesta que hagas eso.

Yo fruncí el ceño, porque no era mi culpa que él hubiese sido desordenado desde que era un crío, pero Elliot se ahorró mis quejas porque Aleksi terminó riéndose debajo de mí, riéndose de verdad, para variar en ese día tan tortuoso que nunca acababa.

—Él es muy ordenado —me metí, todavía con la mano recorriendo los huesos de la columna de mi novio—. No como tú.

—Eso lo dices ahora porque se conocen hace como dos meses. Están en etapa de lunita de miel —bufó mi hermano, poniendo los ojos en blanco—. Cuánto te apuesto a que Hodeskalle deja los calzones colgando de las canillas también.

Aleksi se rio más fuerte y tuvo que taparse la cara con las manos. No supe si era porque Elliot tenía razón o no, ya que en ese momento no pude concentrarme en ver sus pensamientos, solo pude ver la sonrisa amistosa que mi hermano me dirigió.

Le sonreí, en agradecimiento por los chistes, y él solo me guiñó un ojo. También se había dado cuenta de que Aleksi estaba mal, tarde o temprano.

—«Nos quedan 15 minutos de vuelo, queridos pasajeros —canturreó la voz de mi tía por al altavoz. Aunque le veíamos la espalda por la puerta abierta de la cabina, ella no se perdió de imitar a una aeromoza—. Por favor, ajusten sus cinturones y permanezcan sentados mientras aguardamos por el descenso».

Ninguno le hizo caso, ninguno necesitaba cinturones. Aleksi enredó los brazos en mi cintura y me mantuvo soldada a su pecho. A partir de ese momento, por más que me esforcé en darle cariño, mi pareja se convirtió en un temblor constante debajo de mí. Aunque su cara era una máscara de calma, todos sus músculos estaban tensos y nada tenía que ver con el aterrizaje.

Sin embargo, cuando mi tía detuvo el avión en la pista del aeropuerto y pudimos ponernos de pie, ese temblor cesó por completo. Quien bajó del jet no era mi novio, preocupado y ansioso por su mamá. No, era un hombre oscuro y poderoso que lideró nuestro grupo con la seguridad de un felino, que pisaba la graba con la certeza de que podría partir cualquier obstáculo al medio.

Aunque no tenía una máscara en la cara, sus facciones se cubrieron de sombras. Para todos Mørk Hodeskalle se había marchado, lo habían matado. Que ilusas eran esas mentes. Ninguno de ellos tenía idea de lo que le esperaba. Si su madre no estaba en esa casa, ese día no lo habrían matado. Habrían creado un nuevo monstruo, uno que no podrían manejar y que yo no pensaba controlar. 

¡Hola a todos! Perdonen por la tardanza, pero asuntos familiares graves me han tenido ausente. No quiero ahondar demasiado en el tema, pero es probable que me retrase más seguido con las actualizaciones debido a esto. Si están en el grupo de Facebook, ya se habrán enterado. Si no, solo les digo que me enfrento a una gran pérdida que ni siquiera ha ocurrido aún y es difícil de procesar. Por eso mismo, les pido que sean pacientes con esta y mis demás historias. A veces mis ánimos están por el suelo. Dicho esto, gracias por haber seguido aquí todas estas semanas, y por haberle dado tanto amor a la novela. 

También paso a aclararles que días atrás agregué partes nuevas a la historia que son separadores (PARTE 1 Y PARTE 2), para delimitar lo que sería un libro 1 y un libro 2. No son capítulos, no tienen contenido, no lo busquen jajaja

Y, por último, hoy les dejo esta hermosísima ilustración que hizo Lina Ganef de nuestro Aleksi <3 Todavía estoy MURIENDO con esta sensualidad y esos ojos que me atraviesan el alma. 

¡Espero que les haya gustado! (O sea miren esos ojos, los botones de oro jsajshajsha, yo enamoradaaaa) Y que también les haya gustado el capítulo.

¡Los super amo!

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