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Libro 2: Capítulo 34. Asesina [FINAL PT 2]

(Nota: por favor, releer el capítulo anterior porque se han introducido cambios. Parte del capítulo antes nombrado "Destruida" ahora está en este capítulo "Asesina", mejorado y editado. El anterior capítulo ahora ha cambiado de nombre a "Líder")

86: Asesina

Final pt 2

Grité. El mundo pareció detenerse en el instante en que mi madre estalló en polvo, delante de la cara desencajada del pánico de Elliot. Las cenizas se expandieron por el bunker en cámara lenta mientras mi cerebro me decía que eso no era posible, que atravesarle el corazón a una vampira convertida no debería haber sido tan fácil, que nada de eso estaba pasando, que era mentira...

—¡NOOO! —estalló Elliot, con la garganta desgarrada. Su sorpresa, su desconcierto, su dolor, lo sentí en cada centímetro del cuarto, haciendo eco del mío. Me quedé sin aire y sin latidos, partiéndome al medio como si mi corazón fuese tan frágil como lo pareció mi mamá—. ¡NO, NO!

Caí de rodillas, totalmente pasmada, al igual que mi hermano, cuyas manos se arrastraron por el suelo, por las frágiles cenizas, por lo único que quedaba de ella. Las lágrimas comenzaron a caer de sus mejillas en cuanto yo me llevé el puño al pecho, intentando sobrevivir a la desesperación, al hielo eterno que se instaló en él y que no me permitía inhalar oxigeno sin que los pulmones me quemaran.

Simplemente no respiré. No pude hacerlo. Me ahogaba y no tenía que ver con la sangre en mi boca. Observé a mi hermano en shock, tanto como yo, con la sensación de que todo el cuarto se había detenido en esos instantes. Pensé que todos habían dejado de luchar, porque todos deberían estar impactados por lo que acababa de pasar, porque todos deberían estar sufriendo como Elliot y yo, porque mi madre estaba muerta, porque mi madre era polvo, porque la acababan de asesinar...

Pero no, nada se había movido en cámara lenta. Ninguno de ellos se había detenido. Ni siquiera el asesino de mi madre había pestañado para quitarse sus cenizas de la cara cuando extendió el mismo brazo hacia la cabeza cabizbaja de mi hermano para terminarlo a él también.

—¡N-NO! —chillé.

No supe cuándo realmente me puse de pie. Lo único que supe fue que mi mano se cerró sobre la garganta del vampiro y arremetí contra él, alejándolo de mi hermano en el último segundo, antes de que lo tocara. Con toda la magia que tenía encima, porque por mí misma no podría manejar su peso y su fuerza, lo estampé contra la pared.

Él me agarró de los hombros, pero esta vez yo estaba preparada. Ya no podía tomarme por sorpresa. Cada cuando sus dedos intentaron desgarrar mi piel, yo ya estaba dentro de su mente. Y la furia...

La furia prendió fuego todo el dolor. Lo usó como combustible y la bestia que intenté mantener en vano bajo control despertó con una sed de sangre imparable, frenética y desquiciada.

Lo mantuve inmóvil mientras descargaba mi magia como garras en su carne. Me tragué el dolor que eso me producía, aguanté cada tirón que se replicaba en mi cuerpo mientras le hacía agujeros en el estómago y le partía las costillas para ir por su corazón.

Grité con cada pedazo que logré arrancar de él, con cada grieta que se formaba en las paredes detrás, que subían hacia el techo y hacían temblar el suelo del bunker. No le presté atención a sus pensamientos, así como él no le prestó atención siquiera a las cenizas de mi madre que aún cubrían su rostro.

Se lo empapé de sangre, de su sangre. Empujé con fuerza y con descontrol, mientras la habitación giraba a mi alrededor, mientras la vorágine solo me hacía pensar en matar, en destruir, en vengarme, en arrancarle todo lo que tenía hasta dejarlo como una cáscara vacía, hasta convertirlo en polvo también a él.

No oí los gritos a mi alrededor, no escuché a mi familia suplicar. No me percaté de que estaba destruyendo todo hasta que un trozo del cielo raso cayó sobre mi cabeza.

Solo ahí me di cuenta de que el cuerpo que sostenía ya no tenía pensamientos, que estaba totalmente destrozado. Que le había arrancado todos los órganos y que mis dedos, recubiertos por la magia, habían llegado a su columna de acero.

—¡KAYLA...! ¡KAYLA! —gritaba alguien.

Di un paso atrás y me giré. Mi hermano seguía en el suelo de rodillas, con las manos grises. Él fue quién me llamó. Observé el bunker y noté la magnitud de mi furia: las paredes crujían, con los cuerpos de los Edevane que mis poderes también empotraron contra ellas. Las acciones desquiciadas que apliqué en el asesino de mi madre se habían replicado en sus cuerpos, de mayor o menor manera. Si alguno quedaba vivo, moriría pronto, porque no había forma de sanar todo lo que ya no tenían.

Vivi estaba en el suelo. No se movía y Phil, que de alguna manera había alcanzado a Theo, ahora intentaba reanimarla. Mi tío Sam se arrastraba hacia mi abuela, que estaba demasiado pálida para estar bien. Mi tío Allen tenía el pecho hundido y no se movía, pero estaba girado hacia donde Jane...

Jane no estaba.

Arnold tampoco.

Había solo cuatro Edevane destrozados contra las paredes del bunker y aunque sus caras también estaban deformadas, ninguno de ellos era Arnold. Yo lo reconocería.

—H-huyó... —dijo Elliot, con la voz temblorosa, con una mano en la panza. Estaba extremadamente pálido—. In- Intenté fre...narlo...

Ahí, me di cuenta de que mi hermano tenía otra herida, una terrible en el abdomen. Una que lo estaba dejando al borde de la inconsciencia. Seguía de rodillas porque no podía ponerse de pie, porque mientras yo arremetía contra el asesino de nuestra madre, Arnold soltó a mi abuela, tomó a Jane y desgarró lo que pudo de Elliot al pasar, antes de que mi magia lo tomara también a él.

Caí en el suelo junto a mi hermano y apreté la herida. Todos a mi alrededor seguían con vida, pero no tenía ni idea de por cuánto. La sangre manaba de la herida de mi hermano como un río y pensé que quizás Arnold había llegado demasiado hondo.

—No, no, no —murmuré, empujando mi mano para contener la sangre. Busqué con la mirada a mi tío Sam, quien seguro podía hacer algo para salvarlo, y lo vi junto a nosotros, llevando los dientes de mi abuela a su brazo para que bebiera. Su mirada rota por el dolor, por tener que elegir entre su madre embarazada y su sobrino, porque solo podía salvar a uno, me dijo más que cualquier pensamiento.

—Kayla... —musitó Elliot. Regresé la mirada a él.

—Muérdeme —le dije a mi hermano. Le extendí mi brazo y él se negó. Demasiado lento.

—V-ve... ve por Ja...Jane —me dijo—. Salvala...

Miré las escaleras, el camino despejado. Sabía que Arnold se la llevó como comodín, porque estaba consciente de que lo perseguiría, pero si iba por Jane, mi hermano moriría. Acababa de perder a mi mamá, no sabía si también perdería a mi abuela, a mis tíos. No podía perder también a Elliot.

—¡Muérdeme! —le grité, pero Elliot volvió a negarse.

—Es...Estás muy lástima...

Me odié por hacerlo, pero no lo dejé terminar. Me colé en su mente y tomé el control de ella. Apagué toda su voluntad y lo obligué a clavarme los dientes en el brazo. Lo obligué a beber.

Escuché toda la negativa en sus pensamientos. La súplica en sus ojos que derramaban lágrimas de angustia. Angustia por mamá y dolor por mí, por sí mismo, porque también creía que iba a morir y que me iba a dejar sola con muchísimo peso sobre los hombros.

—No —le dije. Las lágrimas que cayeron sobre él fueron las mías—. No me vas a dejar sola.

Elliot cerró los ojos, muerto de miedo y de resignación. Yo hice que bebiera más y más de mí, lo más rápido que podía. Sin importar nada, le di toda mi sangre, lo hice tragar sin parar... Hasta que sentí dolor en mi cabeza, palpitando en la nuca y en el rostro, sobre todo en la boca, donde el Edevane más me había golpeado. Hasta que las piernas se me aflojaron y mi magia flaqueó.

—Kayla —la voz rasposa de mi tío Sam me llegó por la espalda—. Tu sangre no va a ser suficiente...

Me giré a verlo. Mi abuela bebía de su brazo, pero seguía pálida. Tenía los ojos cerrados y no se movía más que para tragar. Y mi tío se derrumbaba cada vez contra el suelo. Él también había perdido ya demasiada sangre antes cuando lo mordieron.

—Tampoco la tuya —le dije, viendo como los labios se le ponían morados. Un gemido de angustia brotó de mis labios. Tal y como lo veía, todos moriríamos tratando de salvarnos los unos a los otros.

—Mis heridas son menores —Phil se arrodilló junto a mí. Lo miré y luego a Theo, a quién dejó junto a su madre inconsciente. Desde dónde estaba, tratando de salvar a Elliot, no sabía qué tan herida estaba ella. Pensé en Aleksi y en cómo lo destrozaría perder a su mamá. Pensé en mí, en mi mamá, en cómo cavaba de perderle... Lloré, con más fuerza.

La mano de Phil se posó en mi hombro. Estaba fría, pero intentó reconfortarme con una leve caricia.

—Recuéstalo para que pueda verter mi sangre sobre la herida —me dijo. Era cierto que él no tenía heridas graves. Como lo habían considerado débil, al igual que a Theo y a Jane, no lo habían masacrado como a mis tíos y a Vivi. En ese momento, solo pensé que por qué entonces habían atacado a mi abuela de esa manera. Ella era tan frágil como Phil y encima estaba embarazada—. Así podremos salvarlo.

Asentí y quise limpiarme las lágrimas con la mano que tenía libre. La recuperé llena de sangre. Era una mezcla entre la mía y la de su asesino y aunque debería haberme dado placer saber que lo hice trizas, no sentí nada de eso.

Tomé a Elliot por los hombros y lo tumbé con su ayuda. Phil se llevó sus propios dientes al brazo y se abrió la piel desde la muñeca hasta la curva del codo. La sangre manó abundante.

—Vete, Kayla —me dijo él, entonces, inclinándose sobre mi hermano y corriéndole la ropa—. Mantendré con vida a Elliot hasta que todos vuelvan, pero ve por Jane.

—No puedo dejarlos así a todos. ¡Vivi está inconsciente! —exclamé, mirándolo a nuestro alrededor—. ¡Mi tío Allen no se mueve! No puedo abandonarlos...

Noté cómo Elliot dejaba de beber. Supe que mi control sobre él estaba disminuyendo a medida que perdía sangre y se hacía más evidente el daño en mi cuerpo. Antes, todo lo que había bebido me había hecho fuerte y ajena al dolor, pero al perder la fortaleza que me había dado todo lo que bebí, también estaba perdiendo la capacidad de curarme a mí misma.

—Si no vas por ella también te vas a arrepentir —me contestó Phil, apretándose la herida con la otra mano para aumentar el flujo de sangre. Comenzó a verterla sobre la herida—. Y si no atrapas a Arnold Edevane y lo asesinas con tus propias manos, también.

Entonces Elliot se soltó de mi agarre. Fue para lo único que tuvo fuerzas, porque su cabeza cayó con un golpe seco en el suelo. Me dí cuenta de que no podía seguir obligándolo a beber de mí. No solo por la mirada desafiante que él me dirigía, sino porque mis habilidades apenas me permitían seguir entera.

«Dios santo», pensé, cuando el dolor en la cabeza casi me tumba junto a mi hermano. «Debo tener el cráneo roto».

—Dale... tu sangre... a ella. Para que... salve a Jane —suplicó Elliot, pero Phil negó—. ¡Maldita... sea... Phillipp! —chilló mi hermano con el mismo tono ahogado y rasposo. Tenía la boca llena de sangre—. ¡Tiene la... cabeza... abierta!

—No —gemí, llevándome una mano a la nuca. No me llegué a tocar. Sentía todo caliente y mojado. Me dolía como los mil infiernos, me dolía más que el corazón, que el alma al recordar que mi mamá era pura ceniza alrededor de nosotros.

—Tu morirás si no hago esto —dijo Phillipp, con firmeza

Recién ahí volví a mirar el abdomen de mi hermano. Ahí pude ver qué tan grave era la herida de Elliot: lo había atravesado por completo, le había hecho un agujero en los intestinos.

Quise vomitar.

—No... dásela —gimió Elliot, tratando de resistirse. Intentó empujar a Phil, pero, aunque la sangre en su herida era una gran ayuda, él no tenía la fuerza para apartarlo de verdad—. Kayla... Por favor... Ve... por Jane, toma su... sangre y ve por Jane... no la abandones...Por favor.

La súplica de mi hermano caló hondo. Sentí el sabor dulce de sus pensamientos detrás de esas palabras y aunque no quise detenerme a pensar en la urgencia de Elliot por mi amiga, no pude evitar que se derramara por todo mi cuerpo.

No quería abandonar a Jane, por supuesto que no, pero tampoco quería dejarlos a todos ahí, a punto de morir. No podía dividirme al medio y, en ese momento, deseé con toda mi alma que Aleksi estuviera ahí. Si él hubiese estado con nosotros, mi madre no estaría muerta, mi familia no estaría así de herida, Jane no estaría en manos de un Edevane y mi hermano no estaría sufriendo. Miré a mi tío Allen, que luchó con lo que tenía contra otro vampiro de sangre, mucho más fuerte que él, por Jane, sacrificándolo todo. Él tampoco estaría sufriendo si Aleksi estuviera ahí. Yo no estaría sufriendo.

Pero Aleksi no estaba. Solo estaba yo, con lo que me quedaba de mí misma y mis poderes. Rechiné lo que quedaba de mis dientes mientras me erguía. Puse ambas manos en el suelo y tomé impulso. Aunque estaba mareada, aunque me dolía la cabeza como si estuviera en el mismísimo infierno, aunque ni siquiera había procesado aún lo que había pasado en esos escasos cinco minutos, todavía podía moverme.

Me puse de pie, temblando de los pies a la cabeza y caminé hacia la puerta destruida del bunker. Aleksi no estaba y mi familia y mi amiga solo dependían de mí y aunque no había logrado protegerlos, aunque había sacrificado del todo mi humanidad por ellos, todavía tenía que moverme. No podía rendirme así nomás. No podía dejar que Arnold escapara...

Solo di una mirada al interior antes de marcharme por las escaleras, una que esperaba que me diera fuerzas para continuar, porque lo único que me quedaba en ese momento era la esperanza de volver y de que todos estuvieran con vida.

—¡N...No! —gritó Elliot, cuando comencé a subir los escalones—. ¡La... sangre...! ¡Tómala!

No le contesté. Él tenía razón, después de todo. Yo necesitaba sangre, pero no iba a usar la de Phil. No podía usar la de Phil.

Llegué al segundo subsuelo sintiendo los músculos agarrotados, los párpados pesados. Me agarré de la pared y exhalé con brusquedad. Era notoria la falta de fuerza. Después de todo el poder que había manejado en las últimas horas, se sentía en la carne. Mis heridas y la pérdida de sangre me habían reducido otra vez a ser solamente una semi humana: común, frágil, corriente. No iba a poder enfrentarme a Arnold, que había bebido sangre y ahora era más fuerte que un vampiro promedio, así.

Giré la cabeza brevemente hacia atrás y hacia abajo, hacia lo que se veía del cabello oscuro y rizado de Vivi en el piso. Recordé lo que me dijo en el helicóptero, como no tenía que sacrificarme por los demás hasta destruirme a mí misma. Pero la verdad es que ella no estaba consciente para volver a repetírmelo.

Y la verdad es que ya estaba destruida. Y no podía detenerme.

Avancé por el sótano lo más rápido que pude. Correr me dolía y en lo único que podía pensar era en alcanzar a Arnold. No veríamos nunca más a Jane si no lo atrapaba. Él la mantendría con vida para asegurarse de que tendría una oportunidad de escapar, pero cuando se alejara lo suficiente, la mataría. No, la haría pedazos para que después la encontrara.

Me di cuenta mientras llegaba al vestíbulo de la casa que no tenía dónde encontrar sangre de otros vampiros porque los únicos Edevane que realmente estuvieron en la casa fueron ellos, los que estaban en el sótano. Recordé que Arthur había estado muy seguro de la cantidad de hombres que Arnold llevaba consigo.

—Cincuenta hombres —susurré. Antes no pude realmente prestarle atención y aunque ahora estaba mucho más débil, aún así pude distinguir los aromas de los vampiros que irrumpieron en la mansión. Solo ellos cinco. Nada más.

Reprimí un escalofrío. No tenía ninguna prueba. También tenía muchas dudas, pero tenía la sensación de que había ocurrido algo horrible con ellos.

Pero no tenía tiempo de preocuparme por esos vampiros. Arnold se alejaba rápidamente de la mansión y no podía demorarme más. Pegué un salto hasta las altas murallas que rodeaban la mansión y el impacto de mis talones al aterrizar lo sentí en cada vertebra. Aún así, corrí por la ancha muralla, que durante años había sido custodiada por nuestra seguridad privada, y salté nuevamente a la calle.

Encontré el rastro de Arnold enseguida. Aunque estaba herida, mis poderes seguían funcionando y podía ver el color de su aroma con facilidad. Serpenteaba por los techos de los lujosos edificios que nos rodeaban. Lo seguí desde abajo, porque me di cuenta de que necesitaba guardar energías. Si lograba alcanzarlos, tendría que valerme solo de mi magia para enfrentarme a él y no quería perder más sangre con movimientos exagerados.

Pero correr estaba tomando todo de mí.

A las diez cuadras, se me cruzó un humano, que iba cabizbajo, demasiado abrigado para la temperatura que hacía. Él se giró a verme cuando lo rebasé a toda velocidad y yo tardé varios segundos de más en detenerme y recalcular.

Odiaba lo que estaba a punto de hacer. Pero lo necesitaba. Me giré hacia él y traté de no pensar en que iba a atacar a alguien por la espalda, en plena oscuridad. Iba a morder a alguien que era más como yo que cualquiera de mi familia. Iba a morder a alguien que fue de mi bando.

Lo sujeté de los hombros y de la cabeza, sin que me viera regresar. En un instante, el colmillo que me quedaba perforó la piel de su garganta. No le dí tiempo a gritar ni a pensar, pero por las dudas, me mantuve lo más alejada posible de su mente. No quería saber lo que pasaba por ella, no quería verme dentro de su cómo el monstruo que era.

Pegué largos tragos, apelando el disgusto que su sangre caliente en mi lengua me provocaba. Bebí lo más rápido que pude y lo solté antes de que fuera demasiado tarde para él. El humano cayó de rodillas al suelo, todavía sin poder gritar, mareado, débil.

Yo me volteé y volví a correr. No había sido demasiado, no había sido suficiente. Ni para él ni para mí. Me sentí más ligera. Me dio fuerzas para correr más, para recuperar velocidad, pero no alcanzó para mejorar mis heridas. Tendría que morder a varios humanos más para eso y no tenía tiempo para buscarlos.

Me limpié la sangre del mentón. Me costó horrores, mientras avanzaba por la ciudad, no pensar en esa pobre alma y en que, al final, la que había cambiado de bando había sido yo. No los humanos.

Forcé a esa idea salir de mi mente en cuanto noté que el aroma de Arnold giraba hacia la izquierda, de vuelta hacia el mar que rodeaba la ciudad. Sentí que el corazón se me llenaba aún más de terror al imaginar que él saltaba al mar con Jane a cuestas. De verdad, así no podría hallar a ninguno jamás.

Apuré a mis pies. Puse toda mi energía, la recién ganada también, en avanzar. Presioné mi cuerpo hasta superar mis propios límites. Corrí hacia el océano hasta que el calor se drenó de cada uno de mis músculos, hasta que sentí el mareo de nuevo revolviendo mi cabeza y mi estómago.

Pero no paré. El color del aroma de Arnold se volvió más vibrante, potente, señal de que acababa de pasar por ahí. Capté el olor de Jane mezclado con el suyo y eso me motivó a presionarme aún más.

«Ya casi», pensé. El mar estaba ahí nomás. Podía olerlo en la brisa que me despeinaba el cabello y me helaba la sangre fresca que tenía en la cara y en la nuca. Apreté los dientes, tensé todos los músculos, pero ni cuando vi la playa y el aroma casi brillando en la oscuridad, me permití rendirme. Ya casi estaba ahí.

Crucé los últimos metros. Algunas nubes habían tapado la luna y la oscuridad se engullía todo. A pesar de eso, no me resultó difícil ver a Arnold de pie entre las olas, sujetando a Jane del cuello y mirándome fijamente. Esperándome.

En cuanto mis pies tocaron la arena, trastabillé. Me caí de rodillas al suelo y el impacto envió una dolorosa electricidad a toda mi columna, hasta mi cráneo. La nunca me ardió y mis manos se aferraron torpemente a la arena.

Exhalé bruscamente el aire que tenía en los pulmones y me dije que no tenía tiempo de quedarme ahí, pero cuando quise volver a pararme, no pude. Mi cuerpo no me respondía, el mareo había incrementado tanto que mi visión se llenó de puntitos negros.

«No, por favor, no», pensé, ordenándole a mi cerebro que moviera mis piernas y brazos. Él lo intentó, pero mi cuerpo ya estaba mal trecho. Ya estaba usando lo que me quedaba de energía para estar arrodillada y no tumbada en el suelo.

Levanté la mirada hacia Arnold. Él me sonreía, divertido, encantado, a pesar de que estaba atrapado entre el mar y yo. Debía verme tan patética en el suelo, tratando de enfrentarme a él...

Me costó enfocar su rostro, así que me concentré en Jane. Ella también me miraba. Estaba despierta, pero sus párpados se veían morados y sus labios azules. Estaba muy pálida y apenas respiraba. Había sangre en su ropa. Muchísima.

—Suéltala —quise ladrar, pero mi voz salió como un murmullo apagado, moribundo.

—¿Por qué? —terció Arnold—. ¿A cambio de qué?

Su voz estaba acelerada. Sonaba alta y enajenada y recordé lo muy alterada que yo estuve después de alimentarme de otros vampiros.

—Te mataré —le advertí. Sabiendo que no podría enfrentarlo físicamente, moví mi magia en su dirección. Sin embargo, ahora que había perdido tanta sangre, no era más que una semi humana inútil y débil otra vez. Mis poderes no llegaron ni a la mitad de la distancia que nos separaba.

Quise gruñir, pero ni eso pude.

—¿Antes de que yo la mate a ella? —exclamó Arnold—. No lo creo, niñata —Sacudió a Jane en el aire. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas. El dolor la estaba matando y ni siquiera tenía fuerzas para gritar—. ¡Ahora te vas a quedar ahí, quieta, sin hacer nada! Porque ya no eres tan rápida, ¿no es cierto, niñita? —añadió, subiendo el tono de voz—. ¡Ya no eres más que una inútil e inmunda humana, al igual que esta! ¡Que equivocados estuvieron los dioses en darte esos poderes! ¡Que equivocados no haberte hecho nuestra! ¡DEBERÍAS HABER SIDO NUESTRA!

Su rugido me echó para atrás. Lo soltó con tan furia que me sorprendió. Cuando enfoqué bien su rostro, noté que su sonrisa no tenía nada de normal. Su mirada estaba totalmente desencajada. Tenía el rostro tan contorsionado que parecía deformado. El cuerpo entero le temblaba y respiraba a través de los dientes como si fuese un animal con rabia. Me estremecí. Arnold parecía un monstruo.

—Nunca —susurré.

—¡TÚ ERES UNA EDEVANE! —vociferó Arnold, sacudiendo a Jane todavía como si fuese un muñeco.—. ¡TÚ ERES UNA EDEVANE AL IGUAL QUE YO, ESTUPIDA! —estalló, totalmente sacado. El cuello se le habían hinchado, también. Parecía a punto de estallar. Me estremecí. Necesitaba moverme hacia ellos. No podía levantarme así que me arrastré, tratando de que fuera imperceptible. Si lo lograba, podría alcanzarlos con mis poderes antes de que matara a Jane con sus propias manos o ahogándola—. ¿DE DÓNDE CREES QUE SAQUÉ LA IDEA, EH? —dijo entonces. Yo dejé de moverme, sin saber a qué se refería, en un principio—.¡UNA CHICA FAGOCITANDOSE A OTRO VAMPIRO! ¡JA, JA, JA, JA! Eres excelente, Kayla —Me tensé. Él acababa de decirme que era inútil, estúpida, una niña, ¿pero ahora me alababa? Arrugué la nariz y me arrastré un poco más, de nuevo. Probé mis poderes, pero seguía sin alcanzarlos. Ni siquiera llegaba hasta las olas—. ¡ERES MAGNIFICA! ¡UNA AUTENTICA EDEVANE! ¡MUCHOS VAMPIROS EN UNA DISCO Y PUM! FUERTE, RÁPIDA, UNA MÁQUINA DE MATAR! ¡DIGNA HIJA DE DRUSO EDEVANE!

Apreté los labios cuando el mareo aumentó y mi visión se volvió casi nula. Mientras más trataba de estirar mi magia, más me costaba mantenerme en ese mundo y no caer en la inconsciencia. Tuve que retraer mis poderes para mantener mis ojos claros, porque mientras más los presionaba, más control de mi propio cuerpo perdía.

—No... soy... su hija —logré decir, pero Arnold estalló en carcajadas desquiciadas. Ese tipo definitivamente no tenía nada, pero nada que ver con el hombre sereno que conocí con Aleksi en las calles de la ciudad. Y cambiaba de discurso cada dos segundos.

Parecía... loco.

Tragué saliva. Las caderas se me vencieron y terminé sentada en la arena. Me aferré a su textura para mantenerme despierta, para seguir arrastrándome hacia Jane, pero todo mi malestar, mi falta de sangre, se sumó al horror de saber que realmente Arnold estaba loco.

—La locura de la sangre —susurré, pero él me ignoró. Siguió sacudiendo a Jane mientras gritaba y se desgarraba su propia garganta.

—¡SABÍA QUE NO TE IBA A GANAR ASÍ NOMÁS! ¡PERO MIRAME AHORA! ¡SOY MÁS FUERTE QUE NADIE, SOY MEJOR QUE TODOS! MEJOR QUE TÚ, QUE HODESKALLE, QUE MI PADRE.

—Mataste a tus primos —musité. Por supuesto que había sido así. Él y los otros vampiros que lastimaron a mi familia en el bunker se habían devorado a sus propios primos—. Eres un monstruo.

Eso, Arnold no lo ignoró. Me respondió con otra risa psicótica. Yo ni siquiera podía levantar la cabeza para verle la cara desencajada.

—¡MONSTRUO! ¿Y qué eres tú, entones? —soltó—. ¿La niña del alba? ¿La salvación de todos? ¿De la humanidad? ¡NO! —Entonces, como si hubiera recordado de pronto que Jane seguía con vida, la agarró de la cintura y la dobló. Un grito desgarrador se escuchó en el silencio de la playa, pero no fue de mi amiga, cuyos ojos parecieron voltearse, fue mío—. ¡ERES IGUAL QUE YO! —terció. Agarró el brazo de Jane y también lo dobló. Lo partió con tal rudeza que los huesos quedaron expuestos—. ¡ERES UN MONSTRUO, UNA EDEVANE ASESINA Y CANIBAL! — Le jaló el cabello hasta arrancárselo del cuero cabelludo y luego, le desgarró el vientre con las uñas—. ¡UNA... INSERVIBLE... MUJER!

—¡No, no, NOOO! —grité, moviéndome hacia ellos de forma más evidente y tratando desesperadamente de alcanzarlos con mi magia. La forcé a medida que avanzaba, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas, el corazón me dolía horrores y mi cuerpo se drenaba poco a poco.

Arnold esta vez sí notó mis intentos, así que puso a Jane moribunda entre nosotros, retrocediendo en el mar hasta que el agua le cubrió la cintura. Cuando mis manos peinaron las olas, ellos estaban igual de lejos que antes.

Y yo estaba a nada de quedarme seca. Podía sentir como la magia se escapaba de mis poros igual que podía sentir cómo la sangre goteaba de mis heridas en la arena húmeda. Me balanceé en mi lugar, con una dificultad enorme para pensar correctamente. Ya no podía estirar mi magia, ya casi no podía mantener los ojos abiertos.

—¡UN PACTO! —me espetó él—. ¡Uno que ahora sí no podrás evitar! ¡Te devuelvo a esta... cosa, que aún vive! Y tú me dejarás marchar, y ni Hodeskalle ni nadie más podrá perseguirme nunca. ¡De monstruo a monstruo, Kayla Edevane!

Si no hubiese estado tan débil, tan aterrada, cada palabra que dejaba caer sobre mí, comparándome con él, recordándome a todos los vampiros que había matado, reconociéndome con una descendiente de Druso Edevane, de todo ese clan nefasto, me hubiese enfurecido. Pero ahora no tenía ese placer, no tenía más que una oportunidad. Lo único que podía hacer era aceptar ese pacto y recuperar a Jane.

Abrí la boca para contestar, pero sentía la lengua pesada, adormecida. Luché contra el pánico que se estaba formando en mi pecho a medida que era consciente de lo que ocurriría si me desmayaba ahí, al igual que la primera vez que usé mi magia. Arnold nos tendría a ambas.

—¡TIK, TOK, TIK, TOK, KAYLA EDEVANE! —me gritó él, impaciente.

Intenté tragar, para despejar mi garganta, pero fue en vano. Cuando hablé, mi voz salió tan queda y pastosa que apenas se oyó entre el murmullo de las olas:

—Acepto.

Arnold empezó a reírse otra vez. Se rio tanto que creí que Jane moriría antes de que pudiera devolvérmela. O que él estaba jugando conmigo y que había logrado engañarme y yo, tan lenta como estaba, no había podido captarlo.

—¡AHÍ TIENEN A LA ZORRA EDEVANE! ¡VENCIDA EN SU PROPIO JUEGO! —exclamó, dando vueltas en círculos—. ¡La niña del alba, la niña del alba! Eres una perfecta Edevane, ¡PERDIENDO COMO TODOS ELLOS! ¡Un monstruo asesino...!

Quería que se callara, romperle la mandíbula y todos los huesos cómo se los rompió a Jane. Perforarle el estómago, como hizo con Elliot. Quería beberme su sangre como hizo con mi abuela. Quería demostrarle qué tan monstruosa era...

Lanzó a Jane hacia mí. Cayó como un saco de papas, boca abajo, en la orilla, a poco más de un metro de distancia.

Usando las últimas fuerzas que tenía, me arrastré hacia ella. Tomé su mano y entonces vi a Arnold acercarse repentinamente a ambas.

No me dio tiempo a reaccionar. Su mano estuvo delicadamente en mi mentón, sus dedos se deslizaron por la herida de mi nuca, haciéndome temblar. Su sonrisa se había vuelto tan maquiavélica, tan siniestra. Pensé que me mataría.

—Y me voy a encargar de que todos lo sepan —me dijo entonces, con un tono dulce, arrebatador. Lo miré espantada—. Todos van a saber qué clase de monstruo es Kayla White. Porque aunque la salves a ella, aunque salves a tu patético clan, a ti... te voy a destruir igual.

Ni parpadeé. Se llevó los dedos llenos de mi sangre a la boca y los lamió con lentitud. Ensanchó la sonrisa hasta que esta amenazó con cortarle las mejillas y, tan rápido como se acercó a mí, se alejó. Se lanzó contra las olas y el mar y la noche lo engulleron, finalmente dejándonos solas.

Me quedé ahí temblando de los pies a la cabeza, moviendo las manos tontamente sobre la espalda quebrada de Jane, con un pánico tan enorme que no supe entender realmente de dónde había salido.

Volteé a mi amiga con un gran esfuerzo, mientras mi mente se preguntaba si era la amenaza de Arnold lo que me había asustado, o la posibilidad de que no poder salvar a Jane ni a nadie más... O que su locura se convirtiera algún día en un reflejo de la mía.

Jadeé, mientras llevaba mis manos endebles hasta el rostro de Jane. Las nubes finalmente, después de todo ese rato, se movieron para dejar a la luna brillar en la playa. Ahí, ante esa luz, pude comprobar la gravedad de sus heridas.

—Jane... —musité. Salía sangre de su boca entreabierta. El intenso dolor que me atacó el pecho no tuvo nada que ver con mis heridas, mi falta de magia o de estabilidad—. Por... favor... J-Jane...

La voz también se me venció. Me derrumbé sobre su cuerpo y apenas una de mis manos consiguió detenerme mi piso. Los dedos se me hundieron en la arena, dejé de sentirlos, al igual que dejé de sentir las piernas.

—Ma...tame...

Casi que creí que me lo había imaginado. Miré la cara pálida de Jane, la sangre que se acumulaba en sus dientes y sus ojos entreabiertos. Lloré ahí mismo. Mis lágrimas golpearon sus mejillas mientras negaba con lentitud.

—Me... q-quiero mo... rir... —susurró ella.

Negué otra vez. No podía perderla. No quería perderla. Así como me costó abandonar a mi familia, no era capaz jamás de abandonar a Jane. Menos de hacerle daño. Era mi mejor amiga, era alguien importante en mi vida. Solo teníamos que esperar y Aleksi nos encontraría y alguien podría convertirla y...

—N-no... quiero —musitó Jane, como si hubiese estado leyendo mis erráticos movimientos. Me balanceé sobre ella—... ser... vamp...

Su voz también se cortó. Trató de toser la sangre que tenía en la boca y yo no pude ayudarla en nada. La vi tensar el pecho de dolor, señal de que, aunque Arnold la había doblado en dos realmente no le había roto la columna. Se había encargado de herirla de tal modo que ella continuara sintiéndolo todo.

Pasé mis manos por su rostro, por su abdomen destrozado, mientras más y más sentía que caía yo en un pozo oscuro, sin retorno. Me dí cuenta de que me descompensaría finalmente antes de que Jane muriera y que ella tendría que esperar sola a la muerte más dolorosa que nadie tendría jamás.

Pero aún así... Se me partía el corazón en dos al pensar en matarla.

—To...toma m-mi... sangre.

La miré. Nuestros ojos cansados se encontraron. Había una suplica tan intensa en ellos que me fue imposible ignorarla. Aún si nos encontraban, si Alek podía seguir mi rastro hasta la playa, Jane no quería una nueva vida. Yo no podía obligarla a ser un vampiro, así como no podía obligarla a alejarse de mi tío Allen.

Pensé en lo mucho que había sufrido mi madre siendo una convertida y en su muerte, en que también la perdí a ella y no estaba teniendo ni tiempo de procesar su perdida para enfrentarme a la de Jane.

Fueron las lágrimas las que nublaron mi misión mientras me inclinaba hacia mi amiga. Abrí la boca para decirle cuando lo sentía y cuánto la amaba, pero no sé si realmente se entendió lo que formuló mi lengua. Mi único colmillo acarició la piel de su garganta y cerré los ojos para apalear la desgarradora noción de que, aunque estaba cumpliendo con su último deseo, jamás me sacaría ese peso de encima, el de ser su asesina.

Arnold tenía razón.

Yo era un monstruo.

Mordí y bebí. Jane se quedó completamente inmóvil debajo de mí. Mi cerebro se puso en blanco, mi alma se nubló de espanto, mis ojos se cerraron por completo.

La oscuridad vino por mí. Y nadie jamás me sacaría de allí.  

No me odien, no me mateeeeen, que yo los re re quiero y por eso mañana tendremos un mini epílogo, un EXTRA, y de ahí nos vamos derecho a participar en los Wattys. Eso es todo lo que diré hoy <3 Nos despediremos finalmente de este libro en el epílogo <3


*Inserte sus gritos de perra loca de "ANN QUÉ CARAJOS?" aquí*


PD: les pido perdón por cualquier trauma que les pueda causar <3 No se olviden de releer los últimos dos capítulos para adivinar, antes del epílogo, qué pasó acá ;) Los amo!

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