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Libro 2: Capítulo 32. Monstruo

84: Monstruo

Kayla

Escuché los gritos y su desesperación se transformó en la mía, pero no sentí nada. No me moví ni siquiera cuando sentí las manos de mi tío en mi cintura, intentando arrojarme al piso, protegerme con su propio cuerpo. Observé las balas cayendo a mi alrededor, aplastadas como colillas de cigarros.

Más allá, mucho más allá, pude oír a Aleksi gritar mi nombre, creyendo, como todos, como yo misma, que eso me mataría. Pero ahí me quedé, impávida, hasta que la balacera se detuvo cuando los Edevane se dieran cuenta de que no me afectaba en lo absoluto. Mi tío me soltó, al darse cuenta de que tampoco tenía la fuerza para tumbarme.

—Demonios —murmuró, a mi espalda. Sus manos subieron por mis brazos, palpándome, buscándome cualquier tipo de herida. Le temblaban, al igual que su respiración, aterradas—. E-estas bien... ¿Kayla? Por todos los demonios.

Intentó girarme, para evaluarme, pero no pudo moverme ni un centímetro. Fuera de toda la furia que yo todavía sentía, por debajo de ella, reptando despacito en mi corazón, sentí conmoción por la manera en la que él, después de todo lo que habíamos discutido, después de que lo ataqué y él a mí, se preocupaba por mi bienestar.

Y aún así, era tanta la vorágine en mi pecho, ahora alimentada por la ira de su ataque tan bajo y cobarde, que no era capaz de voltearme y calmarlo. Mis ojos siguieron clavados en los Edevane. El mundo entero, mi mundo, mi mente, estaba enfocado en ellos. No podía detenerme a nada más.

—Llévate al abuelo —le dije. Los Edevane se estaban replegando. Podía sentir el miedo flotar en el aire ahora que veían mi inmunidad para el acero—. Huyan, todos. Los cubriré. Mataré a cada uno de ellos.

Allen no me contestó. Titubeó a mis espaldas. Sus manos dejaron mis brazos, cayeron lánguidas.

—Kayla —musitó. Había una nota de súplica, aunque no la misma que mi abuelo. Sus pensamientos me envolvieron y entendí, antes de que corriera hacia él y lo levantara con mi papá, a toda velocidad, que él me estaba suplicando que volviera sana y salva.

¡NO! —gritó mi abuelo. Incluso aunque no podía moverse, seguía intentando detenerme. Él sí quería impedir que hiciera lo que iba a hacer. Cuando di pasos hacia los Edevane, hacia donde estaba Aleksi, que me veía, pero yo no a él, se puso a llorar—. ¡Ha bebido sangre de vampiro! ¡NO LA DEJEN ASÍ!

—¡Y no hay nada que puedas hacer para detenerla! —respondió mi tío Allen, y yo avancé más y más, alejándome de ellos y estirando mis manos invisibles a todo Edevane que estuviera a mi alcance, huyeran o me enfrentaran como los imbéciles que eran—. ¡Ella va a estar bien! Tenemos que salir de aquí.

Mi abuelo protestó. No podía moverse con la columna rota, pero aún así, intentó luchar, soltarse de los brazos de sus hijos, porque su instinto le decía que debía protegerme, mientras que el mío me decía que yo tenía que protegerlos a ellos.

Mi tío y mi padre no se lo permitieron. Mientras yo avanzaba, cada vez más ajena a lo que sucedía entre ellos, a sus pensamientos y angustias, lo que éramos, lo que teníamos que hacer, todo caía en su lugar sin ningún esfuerzo. Papá y Allen se retiraron, confiando en mí.

Y yo solté de nuevo la ira.

Moví los cuerpos que se me cruzaban o estaban a mi alcance. Despedacé sin tocar a cualquiera que se moviera hacia mí. No me inmutó la sangre que salpicó mi rostro ya sucio, tampoco sentí satisfacción cuando por fin ellos dejaron de ser tan idiotas y, en vez de atacarme, prefirieron alejarse.

No se los permití. Tomé el control de todos los que intentaban huir. Más adelante, se congregaban alrededor de dónde yo creía que estaba Aleksi, Bethia, Goram y Oliver, junto a sus padres. También Arthur.

Un grupo bastante extenso formaba una pared impenetrable de cuerpos. Me impedían ver y pretendían detenerme, pero eso no era posible. Estiré mi magia hacia ellos y alcancé a la primera fila sin ningún esfuerzo. A mi antojo, los formé y despejé el paso, llegando lentamente hacia Arthur, que yacía escondido entre sus sobrinos y allegados, con Oliver derrumbado a sus pies, sin moverse, en el centro de esa masa de vampiros ineptos.

—¡Maldita mocosa! —me escupió, al verme venir. Piso con fuerza la cabeza de Oliver y escuché un crac y ningún sonido que saliera de su boca. Tensé los músculos y me detuve. No moví a ningún vampiro más bajo mi control. Todos nos volvimos estatuas.

—¡NO! —chilló Bethia, así que ahí la vi, a ella y a todos los que sí me importaban.

Estaba a los pies de Aleksi, atrincherado en medio de un círculo de sangre vampírica, muchos metros más allá. Más Edevane los custodiaban de cerca, formando una U detrás y alrededor de ellos. Estaban atentos a cualquier movimiento de mi pareja, cuyos ojos estaban atentos en mí.

Bethia sostenía a la madre de Oliver, que, en completo shock, no podía sacar los ojos de su hijo. Los dos temblaban, pero no se movían, no salían corriendo por Oliver. Tardé un segundo de más en comprender que no podían hacerlo porque Aleksi las estaba controlando a ambas, protegiendo así sus vidas.

Detrás de los tres, Goran sostenía al señor Evermore, con mayor compostura.

—Vas perder también las piernas —lo amenacé.

—Rompiste el pacto, mocosa. ¡Todos ustedes rompieron el pacto! Merecen la muerte y si dan un paso más...

—¡Nunca hubo ningún estúpido pacto! —grité, aunque sin moverme—. ¡Juré proteger a Bryony siquiera antes de arreglar nada con tu estúpido hijo!

La cara de Arthur palideció. Se vio más blanco que nunca a la luz de la luna.

—¡Que no des un paso más! —me advirtió, aunque su voz tembló. No necesitaba que yo le explicara cómo funcionaban los pactos y por qué el que hice con Arnold no tenía validez. Lo único que él necesitaba ahora era tiempo, porque sabía que los White, aunque éramos menos, éramos más poderosos—. Lo mismo que le dije a Hodeskalle. ¡Un paso más en falso y el niño también se muere! —Su pie se clavó más en el cráneo de Oliver. Me detuve, solo porque no quería que Jane perdiera a su hermano si se suponía que estábamos ahí para salvar a su familia—. Si cualquiera de ustedes se mueve, le arrancaré la cabeza. ¡Así que no importa ningún maldito pacto!

La furia, la sed de sangre, la necesidad de destruir a todos bullía en mi pecho. Me empujaba a desafiarlo, a no escuchar nada de lo que estaba diciendo. Mi cuerpo entero dolía al debatirse entre arrancarle la cabeza y mantener mis pies inmóviles. Porque a pesar de todo lo sabía. Si me movía, sellaría el destino de Oliver.

Miré brevemente a mi pareja. Él tenía sus ojos en mí. Desde donde estaba, aún no alcanzaba a leer sus pensamientos ni los de Arthur. Todavía existía una línea invisible que me detenía. La única forma de atravesarla era acercarme... o beber más sangre para expandir mi magia.

La garganta me ardió en necesidad. Mis labios se retrajeron en una mueca, dejando mis colmillos expuestos. Contuve un gruñido y volví mis ojos al líder del clan. Todos sus hombres estaban quietos, atentos a mis movimientos y a los de Hodeskalle.

—Ahora, ustedes dos van a hacer lo que yo les digo —dijo Arthur—. Van a dejar a los humanos y a este inepto convertido y van a retirarse. Vamos a empezar tooodo esto otra vez.

Mis ojos fueron frenéticos de él, a Oliver, a Aleksi. Sabía que no tenía que moverme, pero no sabía qué hacer. Lo único que sí sabía era que Alek sí podría alcanzar a Oliver debajo de los pies de Arthur, pero que, por alguna razón... no lo estaba haciendo. Podía matar a todos los que estaban a su alrededor. Pero no lo hacía.

Escuché el helicóptero revolotear por encima de nuestras cabezas, a una distancia donde los Edevane no pudiesen alcanzarlo si saltaban. Alguien gritaba desde ahí, por detrás del sonido intenso de las hélices. No entendía qué.

—Sin importar lo que le hayas prometido a su padre, esa niña es una Edevane y tenemos el derecho legítimo sobre ella, por la ley de sangre —siguió el líder del clan—. Y si mueves un solo músculo, te aseguro que terminaré de partir al medio a tu querido abuelo.

Me tensé. Los ojos de Arthur se dirigieron más allá de mi espalda y la furia que bullía en mí solo dio un gimoteo desesperado por no poder dar rienda suelta a la violencia. No podía girarme para saber qué estaba pasando. Confié en que mi tío y mi padre pudiesen llegar a los autos sin ningún problema, pero con la mirada de suficiencia de ese malnacido, no estaba tan segura.

Miré a Aleksi. Él me observaba serio, calmo. No se movía porque si lo hacía, al igual que yo, morirían algunos de los nuestros, por más que matásemos a muchísimos de ellos. Él ya había visto lo que sucedía, fuera del alcance de ambos, pero no podía advertírmelo sin crear más riesgos.

Un gruñido retumbó en mi pecho. Deseé tanto poder ver lo que él veía...

Salvo que sí podía. Me apresuré a voltear a uno de los vampiros bajo mi control. Estaba al fondo, así que Arthur no podía verlo. A través de sus ojos, a través del control de su mente, pude ver como un grupo de diez Edevane rodeaba al auto donde mi tío Allen y mi papá, intentaron huir. Se agarraban al capo, al techo, como garrapatas. Daba igual que tan blindado sea. Los harían salir en cuestión de segundos.

Sentí que me hervía el corazón. Como si hubiese ríos de lava transitando mis venas. Le enseñé los dientes a Arthur y él solo me sonrió con verdadero placer.

—¡No hay nada que puedas hacer para evitar que mueran! Salvo que me entregues a la niña, ¡que por derecho nos pertenece! —dijo. Yo oí y vi a través del vampiro que controlaba como arrancaban la puerta del auto de los White—. Eres joven, pero ya entiendes cómo funciona este mundo. ¿Verdad, muchacha? Ya sabes que hay leyes de sangre que priman por encima de cualquier pacto...

Los vampiros agarraron a mi tío del cuello y lo sacaron arrastrando. Mi padre se resistió junto a mi abuelo, pero también lo hicieron salir. Finalmente, con un grito desgarrador, arrojaron a Benjamín White a suelo.

—Los hijos le pertenecen al clan, no a sus padres —dijo Arthur—. De la misma manera en la que tu nos pertenecerías si Benjamín no hubiese huido con las colas entre las patas...

Arrugué la nariz. Escucharlo me daba asco. Solo hacía que me sintiera más y más enfadada y que me costara controlarme. Me estaba suponiendo un esfuerzo enorme pensar con claridad y no lanzarme a su cuello para arrancarle la cabeza, porque, aunque lo que dijese de mi abuelo era mentira, él tenía razón en otra cosa: Los hijos le pertenecían al clan y mi arreglo con Hunter no podía superar eso.

Pero, aun así, nosotros no estábamos ahí para honrar a la ley de sangre. Mis ojos conectaron con los de Aleksi una vez más. Aunque no alcanzaba a leer sus pensamientos, sentí como si docenas de palabras salieran disparados de ellos hacia mí, recuerdos de conversaciones que tuvimos, intenciones que dejamos en claras en la mesa de clan White. Nosotros fuimos ahí con un único motivo: que ya no existieran los Edevane.

No debía haber un clan que la reclamara. Y daba igual que leyes de sangre quebráramos. Al fin y al cabo, aquel delante de mí, a más de cincuenta metros, mirándome con atención, era Mørk Hodeskalle, el destructor de clanes. Con o sin máscara, él era Mørk Hodeskalle.

—Así que, ahora bajarán ese maldito helicóptero si no quieren que más de uno termine sin cabeza.

Me sentía atrapada y eso no me gustaba. Para que Mørk Hodeskalle pudiera actuar, para que yo pudiera hacerlo... Estábamos con las manos atadas.

Miré a Aleksi, buscando en él alguna respuesta que, aunque sea, pudiese darme con su expresión. Mientras la fiera dentro de mi luchaba por mantenerse cuerda, busqué cualquier cosa, cualquier oportunidad, tanto en él como a mi alrededor, pero...

Entonces, noté algo en su expresión. Mientras Arthur volvía a abrir la boca para soltar más discursos y amenazas, vi que mi pareja me fruncía ligeramente el ceño. Luego, sus ojos fueron despacio hacia Oliver e, igual de lento, regresaron a mí. En esos escasos segundos en los que Arthur reclamaba su derecho, como si ahora las leyes le importaban, como si no las hubiese roto todas cuando invadió nuestra casa e intentó coaccionarme para entrarme a él, yo entendí lo que Hodeskalle me quería decir.

Y había riesgos. Muchos. Y aún así, no teníamos otra opción.

Traté de no sonreír, pero fue imposible. La ira en mi interior estaba feliz. La bestia que creía en mi pecho, llena de locura y descontrol, acababa de excitarse. Solo tuve que soltarle la cuerda.

Corrí. Me moví como un rayo. Como uno de ellos. ¡No! Más rápido que uno de ellos. Toda mi visión se volvió un borrón, excepto por el rostro de quien era mi presa: Arthur ni siquiera había terminado con su parloteo, seguía hablando mientras yo me lanzaba por él. Su mirada conectó con la mía en el mismo momento en que los vampiros bajo mi control se volteaban y corrían hacia mi familia, listos para colisionar con los que los habían puesto de rodillas.

Solo hacía una señal para que Arthur los mandara a decapitar. Podía ser un instante, y por eso mismo, me aferré a los hilos de su pensamiento. Los tomé justo antes de que él pudiera siquiera reaccionar. No le permití ni dar ordenes ni intentar aplastar la cabeza de Oliver.

Se quedó rígido, incapaz de moverse, y cerré los dedos en torno a su garganta. Oprimí el paso del aire y lo levanté del suelo, lo suficiente como para que la cabeza de Oliver saliera debajo de su pie.

Entonces, mientras el cuerpo de Oliver se movía solo por el suelo, directo a los brazos de Bethia y de su madre, Aleksi explotó en magia. Sus sombras, derribaron a todos los Edevane que estaban detrás de él, arrojándolos varios metros hacia atrás.

—¡Ahora! —dijo él. Goran agarró al señor Evermore de la camisa y lo impulsó hacia delante. Sin esfuerzo, Bethia cargó a Oliver como un bebé, y apuró a su madre a levantarse del suelo. Con el camino despejado, salieron corriendo por el campo, en dirección a mi tío Allen, mi padre y mi abuelo.

Los vampiros que los sujetaban apenas si habían reaccionado. Aunque tenían sus manos y brazos alrededor de los cuellos de los tres, listos para arrancarles las cabezas, no hicieron nada mientras veían a sus propios hermanos y primos ir hacia ellos como marionetas, sin alma y sin corazón, con el único objetivo de despedazarlos. No sabían qué hacer, cómo yo segundos antes.

Pero ahora, con Arthur en mis manos, solo sabía que, si mis esclavos se alejaban más, si realmente llegaban hasta mi familia, perdería el control sobre ellos. Necesitaba más sangre y la única que tenía disponible era esa.

—S-suel... —jadeó Arthur. Intentaba desesperadamente desprenderse de mi agarre. Sus brazos sin manos golpeaban los míos. Sus piernas se agitaban en el aire. Observé sus ojos claros, iguales a los de mi abuelo, llenarse de pánico.

—No —dije, abriendo la boca.

Lo atraje y enterré los colmillos en su cuello. No tuvo nada de íntimo, no fue delicado. Desgarré su carne y me ahogué no solo con su sangre, si no con su patente terror, con la certeza de que era su final, con el dolor que recorría cada uno de sus músculos.

Bebí hasta que mi fuerza creció y pude extender el control de mis vampiros, tanto como para detener a uno en la línea frontal y hacerlo hablar.

—Huyan —le siseó.

Los diez Edevane que estaban ahí se miraron entre ellos antes de soltar a mis parientes. Mi abuelo, incapaz de sostenerse por sí mismo, cayó al suelo entre gritos de dolor.

Me dieron ganas de reír cuando los vi alejarse a través de los ojos de mis esclavos. Disfruté que se alejaran con la cola entre las patas. Pero también la fiera en mí tuvo un instinto desquiciado. Una necesidad de perseguirlos, de desmembrarlos y torturarlos me picó en la nuca.

Y mientras más me alimentaba de Arthur, mientras más se le secaban las extremidades, más brutal era esa necesidad, más la furia tomaba control de todas mis emociones. La preocupación por mi familia, el sentido de la justicia, las verdaderas razones por la que estaba haciendo todo eso, iban desapareciendo trago a trago.

—Conejita —sentí la voz de Aleksi, como un suave murmullo. Su tono aterciopelado no se parecía en nada a las suplicas de mi abuelo, pero aún así sabía que me pedía que parara—. Déjalo agonizar. Será peor para él.

No supe si fue la caricia en mi brazo, el tenue recuerdo de quién era él, de quién era yo, o la sugerencia de verlo retorcerse hasta que la vida se le escapara de los ojos, lo que hizo que finalmente retirara los dientes.

Lo solté y Arthur cayó al suelo como una bolsa de papas, casi sin poder respirar, porque mis colmillos y mis uñas habían desgarrado toda su garganta. La caricia de Aleksi se volvió más delicada, más confortante.

—Ya no puede hablar, ya no puede correr —susurró mi pareja, con una nota de deleite. Yo no contesté. Solo miré como el líder del clan, a pesar de todo, intentaba parar la hemorragia con sus torpes muñones—. Ya no puede hacer nada más que morir sabiendo que todo su clan se habrá convertido en cenizas...

Entonces, ante sus palabras, Arthur se quedó inmóvil. Sus ojos se enfocaron en nosotros, tratando de demostrarnos todo el odio que sentía. Aleksi le sonrió, mostrándole todos los dientes.

—Nunca vas a tener a esa niña —le dijo, pero algo dentro de Arthur se agitó con regocijo. Él no sabía que yo estaba dentro de su cabeza. Nunca lo había sabido, en realidad, así que no pretendía darme esa información.

Sentí que la que perdía la sangre de todo el cuerpo era yo. Sentí que la bestia en mi pecho perdía por completo la razón. Me arrojé sobre él con las uñas tensas, en alto, gritando con tanta furia como terror. Bajé la mano y, sin mediar ninguna palabra, le atravesé lo que quedaba del cuello.

La sangre que quedaba en su cuerpo nos salpicó a ambos, pero Aleksi no dijo nada cuando saqué la mano y, sin ningún tipo de pudor, le arranqué también los brazos a Arthur. Ya estaba muerto, no era más que un cadáver destinado quedar olvidado en ese suelo rancio, pero yo me sentía tan enfadada, tan cansada de él y de todas sus artimañas, pero no paré hasta quedar cubierta por completo con su sangre, la asquerosa sangre que compartíamos.

Después de todo, él era mi tío.

—No la dejes seguir, por favor —dijo alguien junto a Aleksi—. Detenla.

Me pareció que era mi padre.

—No soy yo quien debe detenerla.

—¡Eres su pareja! ¡Eres su marca!

Arrojé la cabeza de Arthur lejos, al mismo tiempo que me giraba a verlos. Mi padre era más alto que Alek, también más corpulento. Pero de nuevo parecía un niño rogándole a un adulto, de nuevo, no parecía si quiera mi padre.

—No soy su dueño —le espetó Aleksi.

—¡Se está haciendo daño!

—¡Entonces detenme tú! —le chillé, parando al fin.

Mi voz, aguda, rasposa, histérica, se coló en cada uno de los que aún seguían en pie. Incluso, de los Edevane que no estaban bajo mi control y que se mantenían en las sombras, viendo como despedazaba a su líder.

Nadie me contestó. Aleksi solo me miraba con una expresión demasiado incierta para mí en aquel momento.

—O no lo hagas —gruñí, dando un paso hacia ellos. Mi pareja no se movió, mi padre, de la nada, retrocedió. Vi miedo en su mirada—. ¡Porque Arnold Edevane está yendo a casa, maldita sea! ¡Va a atacarla!

La cara de mi padre perdió color. El miedo dejó de ser por mí. Fue por algo más. En vez de intentar algo conmigo, de seguir insistiendo sobre cualquier cosa que me hiciera daño, se dio la vuelta y corrió hacia el auto, donde mi tío y Goran ya habían colocado dentro a mi abuelo, junto con Oliver, todavía inconsciente.

Escupí la sangre de Arthur que le quedaba en la boca, con repentino asco por haberme alimentado de él, como si eso mismo me hubiese hecho recuperar la cordura. Fue entonces que Aleksi se acercó a mí, con sus ojos en los míos, con una expresión de calma y amor eterno que jamás se iba a empapar por el miedo.

Me tendió la mano. Era una invitación, una muestra de que, pasara lo que pasara, él estaría ahí para acompañarme.

—No vas a detenerme —susurré, mientras mi padre avisaba a gritos lo que sucedía a kilómetros de nosotros. Mi voz no parecía mía, ni siquiera cuando era baja. Me moví hacia él, toda cubierta de sangre y de quién sabía que más.

Aleksi negó.

—Iría al mismo infierno contigo. Pero, ¿oponerme a ti? Jamás.

Tomé su mano. La mía, toda roja. La de él, apenas salpicada.

—Soy un monstruo —le dije, con un nudo en el estómago.

—Si lo fueras, no estarías admitiéndolo tan fácilmente —me dijo. Una sonrisa de dientes blancos tiró de sus labios—. Tu eres Kayla White, mi pareja, mi marca, mi amor. Mi conejita. No eres un monstruo.

Sus dedos se entrelazaron con los míos y ese fue en momento en que relajé todos los músculos, en que la fiera en mi pecho se dominó. Mi plena razón la aplacó y aunque esta gimoteó, con la ternura del agarre de Aleksi, con la plena confianza que él aún tenía en mí, pude dominarla.

Y pensar con claridad.

—Tenemos que volver. YA —dije.

Alek asintió.

tienes que volver ya.

Parpadeé, confundida.

—¿Cómo?

El señaló con la cabeza hacia el cielo oscuro arriba de nosotros. El helicóptero había descendido. Por la puerta abierta, se asomaban Vivi y Elliot.

—No necesitas que te diga qué hacer. Tu lo sabes. Yo sé qué es lo que tengo que hacer yo.

Se giró hacia los Edevane que yo todavía mantenía bajo mi control. Luego, pasó su mirada por los pastizales. Aquellos que antes estuvieron mirando habían huido. Todavía quedarían unos cincuenta de ellos, más o menos, en total.

—Tengo que destruir un clan —me dijo—. Para eso existo.

Con lentitud, se llevó mi mano ensangrentada a los labios. Me dio un beso delicado en los nudillos y entonces, me guiñó un ojo. Él tenía razón. Ambos sabíamos cuál era su papel en todo esto y que a mí me tocaba hacer el mío.

Asentí, reprimiendo los nervios al igual que reprimía a la fiera. Me incliné hacia él y, sin esperar su reacción, le planté un rápido pero profundo beso en los labios, uno que esperaba que no olvidara y que lo apurara a llegar a mí lo más pronto posible.

—Te amo —le dije.

—Yo a ti —respondió.

Y entonces, después de nuestro intercambio que había durado segundos, los dos nos separamos. Aleksi encaró a los vampiros que tenía por esclavos y yo le hice señas al helicóptero, para que descendiera más.

—¡Baja a Hunter y a Bryony! —ordené.

Mi hermano me miró como si estuviera loca, lo que me dio la pauta de que me había escuchado por encima del sonido de las hélices.

—Necesito que Alice bajé con él y se queden con Hodeskalle, donde estarán a salvo mientras él destruye lo que queda del clan —seguí, a pesar del ruido. Traté que mi voz sonara fuerte, decidida. No sabíamos cuánto tiempo teníamos y qué demonios íbamos a encontrar en casa. El miedo por mi abuela, por mi mamá y por Jane me corroía el corazón, pero no podía dejar que nadie dudara de mis ordenes—. ¡Vivi, Elliot y tío Sam! ¡Vendrán conmigo! ¡Tenemos alguien más a quién cazar!

Aunque mi hermano siguió viéndome raro, se apresuró a seguir mis órdenes. Sujetando a Bryony, en cuanto el helicóptero bajó más, Hunter saltó y aterrizó cerca de mí. Alice lo siguió y recorrió con la mirada el descampado en busca de algún traicionero que se atreviera a hacer algo.

Sin embargo, en el descampado ya solo quedaban mis vampiros esclavos, rígidos como estatuas, así que se apuraron entre ellos para llegar a los autos.

Entonces, cuando desvié mi atención de ellos al helicóptero una vez más, lista para saltar, mi tío Allen me tocó el hombro.

—Yo voy con ustedes —dijo.

Empecé a negar, para decirle que no, que tenía que ayudar a Alice a cuidar de Bryony, pero me sobresalté cuando él estiró una mano y pasó un dedo por mi mejilla. Su gesto me dejó pasmada y no me moví, ni siquiera cuando Elliot nos instaba a subir al helicóptero.

—Tienes la cara llena de la sangre de ese asqueroso —me dijo Allen, limpiándome también la otra mejilla—. Yo voy.

Abrí la boca. No salieron palabras de ella. Se me hizo un nudo en el pecho al verlo, al sentir su suave caricia como cuando no era más que una niña y limpiaba mis lágrimas, frustrada por no poder ganarle a Elliot una carrera.

—Pero... —musité, cuando Elliot me gritó más fuerte y Aleksi agarró a dos de mis esclavos del cuello con sus sombras, listo para empezar con la limpieza.

—Mi madre y mi cuñada están ahí. Y Jane —me contestó.

Al verlo a los ojos, lo único que supe, además de que las cosas entre mi tío y yo habían cambiado de mil maneras diferentes, era que había subestimado el interés que tenía por mi mejor amiga. Asentí, entonces. No había manera en que pudiese impedirle, después de todo, subirse conmigo.

Me alejé un paso y él se limpió la sangre de Arthur en los pantalones. Como si no hubiese pasado nada, como si esa no hubiese sido, de alguna manera, una tregua entre ambos, los dos nos encaramos hacia la puerta del helicóptero.

Flexionamos las piernas al mismo tiempo, pero mi tío saltó primero que yo. Un aroma muy particular se coló por encima del aroma de la sangre fresca. Me giré hacia los pastizales, mientras el viento empujaba hacia mi esa esencia.

A mis espaldas, Aleksi desmembraba cuerpos como si no fuesen más que pequeños muñecos de tela. Tan concentrado estaba en la tarea, en el aroma de la sangre que le tapaba las fosas nasales, que no olió lo mismo que yo, no hasta que volteé a verlo.

Nuestros ojos se encontraron y, como antes, cuando la batalla estaba caliente y las oportunidades eran riesgos que tomar, de alguna manera nos entendimos. Él dejó de descuartizar. Inspiró profundo en dirección a los pastizales frente a mí. Finalmente, estaba oliendo lo mismo que yo.

Y estaba advertido.

Me despedí con un gesto de la mirada y pegué un salto. Sin ningún esfuerzo, me agarré de la puerta del helicóptero en movimiento. En seguida, nos elevamos, y aunque Elliot insistió que me metiera dentro, yo permanecí ahí, inmune al poder de las hélices, esperando encontrar a la dueña de la esencia, antes de que Alek siquiera pudiera verla.

Sin embargo, aunque el viento que producían las hélices despejaba momentáneamente los patos, me fue imposible ubicar a mi bisabuela. Rápido, nos alejamos del descampado y no me quedó otra que confiar en que Aleksi podría manejarlo todo, de la misma manera en la que él confiaba que yo también manejaría todo.

Solo teníamos que confiar.

Y llegar a tiempo. 

¡Gracias a todos por su infinita paciencia! Este fue un mes super atareado, porque como ya habrán visto... SUSPIROS ROBADOS fue publicado por Penguin Random House bajo el sello de Wattpad y ¡UF! ¡Cuántas cosas pasaron en medio! El lanzamiento, la presentación en la feria del libro, la firma, ¡todo! Gracias a quienes vinieron a conocerme y espero que Suspiros sea el primero de muchos (ejem, cof cof, que salga pronto Hodeskalle, quizás?)

Tuve muchísimo trabajo y este capítulo me costó bastante escribirlo, ¡pero espero que les haya gustado! Esto no se acaba aquí, ¿eh? Nos queda un poco bastante más de acción y de, ¿venganza? Quién sabe jejeje

Les dejo los memes de hoy: 

¡Ahora sí, los dejo! LOS AMO POR MIL <3 No dejen de comentar y gritar como locos, porque ya estamos viviendo el final de este segundo libro. ¡Hasta el próximo capítulo!

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