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Libro 2: Capítulo 29. Fantasías

81: Fantasías

(Especial San Valentín)

Kayla

El calor que había en mi pecho solo creció. Estando en contacto con sus pensamientos, todas las sensaciones que rondaban por su sueño se replicaban en mí.

Lentamente, me deslicé en la cama a su lado y me abracé a su pecho, que seguía agitado. Apoyé la mejilla en su pecho y dejé que los latidos desbocados de su corazón inundaran mis oídos. Dejé que mi mente se absorbiera por completo dentro de la suya.

En seguida, el placer que Aleksi proyectaba sobre mí, se volvió más tangible, más terrenal. Me deslicé por su sueño hasta ocupar ese maravilloso lugar en el que me tenía, sometida en el asiento trasero del auto. Percibí la textura del cuero bajo mis pechos, todo su peso en mi espalda y solté un suspiro, embriagada.

Él ya estaba dentro de mí, ya estaba empujando con fuerza en mi interior. Si la yo fantaseada de ese sueño no hubiese estado líquida, con solo sentirlo presionando contra mis nalgas hubiese alcanzado ese punto en un instante.

Sigue —le supliqué, mientras Aleksi sujetaba mis caderas y guiaba el ritmo de esa cabalgata salvaje. No me molestó ni por un instante la rudeza con la que repentinamente me empujaba. Todo mi ser se aflojó y me dejé llevar.

Alek no me dijo nada. Actuaba empañado por la bruma del sueño, por más que el placer se sintiera tan real. Él era quien guiaba el sueño y estar a la deriva de sus fantasías me resultó intrigante. No sabía qué iba a hacer a continuación y aunque yo pudiese intervenir de alguna manera, no quería hacerlo.

Sus manos se clavaron en mis nalgas. Me agarró con violencia, empujándome contra la puerta del auto. Jadeé, al sentirlo tan profundo dentro de mí. Mis piernas perdieron estabilidad y una de ellas se deslizó fuera del asiento. Quedé todavía más tumbada y Alek se recostó sobre mi espalda. Sus labios se posaron debajo de mi oreja... y me mordió.

Grité. Lo más seguro era que estuviese gritando en la vida real, fuera de ese sueño. Sus dientes perforaron mi carne y quemaron todo a su paso. Mi convulsioné sobre el asiento, sorprendida de que pudiese sentirse todo tan extremo. Esta vez, no pude decir ni una sola palabra mientras Aleksi bebía de mi y su pelvis se contorneaba contra mis caderas.

Me rodeó una bruma que olía a mi sangre, se sentía pesada. Pude saborearla en la punta de la lengua. Era dulce, se derretía en la boca y en cada centímetro de mi piel. Hizo que todo a nuestro alrededor temblara y que el asiento debajo de mí, el auto en el que lo hacíamos, flaqueara.

Me hundí en esa bruma, mientras Aleksi gemía con la boca presionada contra mi garganta. Todo a lo que me aferraba perdió solidez y solamente fui capaz de sentir su orgasmo, potente dentro de mí, destruyendo la fantasía con una explosión que me hizo gritar otra vez.

Abrí los ojos, con la garganta seca, el cuello deliciosamente adolorido y las piernas vencidas. Me sentía mojada y extasiada. Mi mejilla seguía pegada al pecho de Aleksi y él se removía en la cama. Había despertado y ese sueño tan fantástico había terminado. No sin antes hacernos acabar a ambos.

Durante unos segundos, él se removió, confundido. Pasó un brazo por encima de mi hombro y luego, mientras sus pensamientos se apartaban de la escena en el auto, fue consciente de que seguía en la cama y que nada de eso había pasado.

O sí. Sí había pasado.

—Demonios —masculló, soltándome, pensando que yo estaba dormida. Se irguió y me aferré con más fuerza a su pecho. No tenía la voluntad necesaria para dejarlo ir después de todo eso, no tan rápido—. ¿Te desperté? Lo siento —me dijo, peinando mi frente con un beso—. Necesito ir... al baño.

—Nunca estuve dormida —le confesé, con la voz melosa. Todavía sentía que algo dentro de mi vibraba, que estaba vivo y enardecido, y era un alivio sentirlo por deseo y goce y no por ira y molestia. Me abracé a esa sensación, a la pasión que me desbordaba.

—¿No estabas cansada? —me preguntó. Me dio un beso corto en los labios y cuando lo aferré, para retenerlo, ahogó un gruñido. Lo atraje y mis manos se deslizaron por su pecho, por debajo de la camiseta del pijama, por sus músculos tensos. Él seguía excitado, las sensaciones remanentes del sueño también lo sacudían.

—Es difícil concentrarse en algo cuando tus sueños son tan gráficos —murmuré, con la boca contra la suya. Sus labios se entreabrieron—. No sabía que tenías esa clase de fantasías.

Dejó de respirar por unos segundos.

—¿Viste mis sueños?

Sonreí y acaricié sus labios con la punta de la lengua. Sí, ambos habíamos acabado, pero aún no era suficiente para mí.

—Estuve en ellos.

Durante un momento, él no se movió. Procesó la idea hasta que su olfato tan desarrollado lo hizo inclinarse hacia mí. Su nariz rozó la comisura de mis labios y supe lo que estaba pensando antes siquiera de que lo dijera.

—Creo que hiciste bastantes cosas mientras yo dormía —dijo. Su brazo bajó por mi espalda y se detuvo en mi cintura. Tiró de mí, hasta sentarme con él y sus ojos claros me taladraron en medio de la oscuridad de la habitación. Su mirada era seria, pero las caricias que deslizó por debajo de los breteles de mi blusa seguían en sintonía con el placer que habíamos experimentado en su fantasía—. ¿De quién bebiste?

Me planteé mantener la boca cerrada, pero está se me abrió sin que pudiera controlar ninguna de las reacciones de mi cuerpo mientras Aleksi de repente se cernía sobre mí. Me tumbó en la cama y trepó por encima, observándome como un depredador observa a una presa. El brillo en sus ojos era oscuro, estaba opacado con el deseo y la cautela.

—No conozco ese olor en tu lengua, ni su sabor —me dijo.

Aunque la anticipación por cualquier contacto suyo me hacía agua en todas partes, pensé que ese era el momento en que menos debía temer. Por más que había vocecita en mi cabeza me cantaba que Aleksi se enfadaría, mientras otra me decía que me comprendería, yo tenía claro que no debía tener secretos con mi pareja.

Ya me había ido sin contarle lo que pensaba hacer y no fue solo porque deseaba que descansara. Era por la incertidumbre, por no saber qué posición tomaría él en cuanto yo decidiera algo. Fue por creer que él no estaría de acuerdo conmigo y que me lo impediría, como mi familia lo había hecho toda la vida.

—Fui a cazar —dije, finalmente. Me mantuve, quieta, inmóvil, evaluando la expresión de su rostro. Por unos instantes, nada en Aleksi cambió. Su cara parecía cincelada en piedra—. Fui a Corazón, para estar lista para esta noche. Mi padre me acompañó.

Hubo unos cuantos segundos de silencio. Me forcé a mantenerme fuerte ante el escrutinio de su mirada. Me recordé que éramos una pareja, que estábamos marcados, que nunca más debía ser recelosa de contarle mis planes. Él fue receloso conmigo hacia semanas, cuando me ocultó cosas. Y me enojé por ello también. Tener secretos no estaba bien. Esa no era la forma en la que yo quería construir nuestra relación.

—¿Por qué no me despertaste? —musitó. Todo su peso estaba sobre mí. Su pierna se coló entre las mías, presionó ligeramente mi parte más sensible y húmeda. Se me escapó un jadeo, mientras dilucidaba si intentaba castigarme o premiarme por hablar.

—Porque... —contesté—... porque pensé que ibas a detenerme.

Se inclinó hacia mí. Su nariz rozó la mía.

—Sí, lo hubiese hecho —me dijo, con calma, pero yo sabía que estaba molesto ahora. Lo leía en sus pensamientos—. Por todo lo que te expliqué. No necesitabas más sangre vampírica.

Apreté los labios, para no gemir cuando su muslo se deslizó arriba y abajo, frotándome despacio. ¿Qué clase de conversación seria era esa? No, hablar así no estaba bien. Lo que estábamos tratando no era un juego y yo necesitaba pensar con claridad.

Suavemente, lo empujé. No con las manos ni las piernas, si no con magia. Los ojos de Aleksi se abrieron, grandes y sorprendidos, mientras hacia espacio entre nosotros y yo me incorporaba. Aunque me gustaba cuando jugábamos, no era el momento.

—Sí lo necesitaba —le dije—. Mucho. Porque yo no estaba lista y soy muy joven y muy débil y...

Me senté en la cama y dejé de manipular su cuerpo cuando quedó de rodillas delante de mí, sin respirar.

—Kayla —murmuró—. Todo va a salir bien.

—Claro que no —repuse—. Tú sabes que solo contamos con tus poderes. Los míos no están desarrollados y... —Saqué el papel que, para mí, escribió mi bisabuela y se lo tendí—. Mi abuelo me contó sobre mis antepasados y descubrí esto —le mostré la tinta que había aparecido del otro lado, las palabras en las que me instaban a alimentarme con el veneno de quienes me precedieron—. Creí que era lo que tenía que hacer para ser más fuerte, para poder protegerlos a todos hoy. Porque no soy tan buena, no aún. Pero en este momento...

Ni tuve que concentrarme. Apenas si pensé en hacerlo. Todos los almohadones de la cama se elevaron en el aire. También las sillas, los sillones, la mesa que usaba a menudo para estudiar y comer cuando lo hacía sola. La cama misma levitó con nosotros encima.

—Kayla —repitió Aleksi, girando la cabeza para ver el movimiento a nuestro alrededor. Cuando sus ojos volvieron a los míos, ya no había solo furia en él, sino algo parecido a la tristeza.

—Lo sé, lo sé —dije, antes de que pudiera agregar algo—. Sé que dijiste que no permitirías que lo haga de nuevo y que por eso me fui sin decírtelo. Y sé que nada de esto justifica el haber hecho cosas sin consultarte, no son excusas, son... simplemente las cosas que pensé que podían ayudarme. Ayudar al clan.

Aleksi apretó los labios y luego suspiró. Se inclinó hacia mi y me agarró de los hombros. Todo lo que estaba flotando regresó cuidadosamente a su lugar. No hubo estruendos ni golpes, fue delicado.

—Lo veo —me dijo—. Veo lo que la sangre vampírica ha hecho por ti hoy. Pero te expusiste. ¿Y si alguien te vio y te reconoció cazando vampiros? No hay una ley de sangre estricta, está implícita. ¿Eso no te lo dijo tu padre o tu abuelo? Podrían tomar represalias.

Asentí. No me lo habían dicho con palabras exactas, pero era algo que yo sabía. Era de fácil suponer. Todos los vampiros que dejé en la disco debían estar preguntándose quién los atacó. Y lo descubrirían tarde o temprano.

—Lo sé. Pero... Yo no quiero ser esa semi humana que está corriendo siempre detrás del resto, preocupada por no poder con todo lo que se espera de mí. Ya... ya he sido esa bastante. Y, además, ¿qué van a hacer todos ellos cuando sepan que fui yo? Ellos saben de la profecía, sí, la habrán escuchado en Corazón. ¿Se atreverán a venir por mí? ¿Alguna vez alguien fue por ti? No. Nadie se atreverá a venir ni por mi ni por los White. Ni los Edevane, ni nadie, nunca. Porque los mataré esta noche y entonces todos sabrán que el clan White es intocable. Ya cometí demasiados errores, no quiero cometer más. Pero, en cualquier caso, si soy fuerte y poderosa como tú, aunque abandone el clan, nada de lo que yo haga afectará jamás a mi familia.

Aleksi se quedó callado. Sus manos se deslizaron por mis brazos, hasta tomar mis manos. Las acarició suavemente y se las llevó a los labios. Besó cada uno de mis dedos y aunque su silencio podría haberme resultado abrumador, cada contacto de su boca con mi piel fue un alivio directo a mis preocupaciones.

—No tenías que hace nada de esto por el clan —me dijo—. No has... No has cometido errores.

Torcí el gesto. Mi familia no lo veía así. Mi tío Allen no lo veía como tal. Era probable que todos lo creyeran en silencio.

—Ya dijimos que lo que va a pasar hoy es la consecuencia de muchos años de problemas —dije—, pero aún así... Yo siento que... siento que tengo que reparar las cosas que hice —confesé, llevándome las manos al pecho. Las de Aleksi acompañaron mi gesto—. Yo siento que les debo algo. A todos, por meterlos en este intercambio tan violento. Al final... todo esto ha sido por mí.

Aleksi negó.

—No le debes nada a nadie.

—¿Ni siquiera a la familia que me crío y me protegió toda mi vida? —musité.

Él hizo un gesto con los labios que podría haber sido acompañado con un gruñido, con total tranquilidad.

—Proteger a los niños es lo mínimo que una familia debe hacer. Nada de eso te obligar a hacer locuras por ellos. Si las haces por amor, está bien. ¿Pero por obligación? ¿Por culpa? —musitó—. No, conejita. Yo no he tenido una familia grande como la tuya jamás, pero lo que sí sé es que así no se trata una familia.

Me quedé callada. No supe qué contestar a eso. Me mantuve inmóvil mientras él soltaba mis manos y pasaba los dedos por mis mejillas. Entendía sus palabras, claro que sí. Estaba de acuerdo con ellas, pero... esa sensación, esa necesidad de cumplir, de otra vez ser reconocida como la hija, la nieta y la sobrina que actuaba de forma correcta, que era alabada y aplaudida, reptaba por mi pecho.

Toda mi vida fui esa, la niña que era demasiado débil y que se sentía pequeña ante el resto de sus familiares porque ellos eran más grandes y fuertes. A mi no podían halagarme la rapidez o lo rápido que aprendí a cazar como Elliot, así que se concentraban en mi pulcritud, en lo rápido que obedecía, en lo inteligente y educada que era. Siempre, siempre, creí que, si era la niña perfecta, dejarían de preocuparse por lo débil que era.

Siempre creí que yo era perfecta.

—De nuevo, esta mañana no debí poner esta responsabilidad sobre ti —dijo entonces, Alek, ante mi silencio. Se refería a ponerme en el campo de batalla, a hacerme cargo de la lucha. A enfrentarme a todo por el clan.

—Tu no pusiste esa responsabilidad sobre mi —murmuré, entonces. Ya no sabía quién había puesto esa responsabilidad sobre mis hombros. Tal vez, fui yo misma cuando desde muy joven acepté que esa era la única manera en la que mi familia me reconocería.

—Si no te hubieses sentido presionada a ser mejor, incluso antes de tiempo, no te hubieses expuesto así —repuso Aleksi.

Sí, eso era verdad. Pero no me la había puesto él. Yo si quería ser su par, ser cómo él, pero a su lado no me sentía presionada y pequeña nunca. A su lado, aunque por un instante temiera su reacción, me daba cuenta de que era escuchada, apoyada y apreciada. Sin deber nada.

—¿A cuántos atacaste?

Esta vez me sentí poco dispuesta a contestar, pero porque no sabía la respuesta. Mi silencio hizo que el rostro de Aleksi adoptara una expresión consternada.

—¿No dices que fuiste con tu padre? —masculló—. ¿No estaba supervisando que no perdieras el control?

Arrugué la nariz.

—Sí... bueno... no creo que papá pudiese hacer mucho, la verdad —confesé—. Ahora que lo pienso, creo que solo tú podrías haberme frenado.

Sus ojos ardían; ahora estaba furioso con mi padre. Su ira tenía muchas razones lógicas por detrás, pero lo que me pareció maravilloso fue que no reaccionó de la forma en la que hubiese temido ni una sola vez. De verdad, a su lado estaba a salvo.

—Lo dudo —contestó—. Estabas bebiendo de muchísimos vampiros, tantos que no recuerdas. Yo no podía haberte frenado. Tu magia ha aumentado en un porcentaje que ni siquiera puedo estimar. Es probable que incluso ahora puedas romper mi control. No podría frenarte sin lastimarte —dijo. Se notó lo mucho que esa idea lo aterraba.

—No mate a nadie —me apresuré a decir—. Creo. Pero estoy bien... —Él arqueó las cejas—. Un poco acelerada, sí. Pero en este momento estoy más tranquila.

—¿Y si después sigues deseando esa sangre? —inquirió, ladeando la cabeza.

Lo miré. Miré sus ojos, la preocupación que llameaba detrás del enojo.

—Entonces... —dije, mojándome los labios—. Entonces tendrás que hacer lo que tengas que hacer para frenarme. Pero hoy... yo tenía que hacer lo que era necesario para estar a la altura. ¿Lo entiendes, verdad?

Aleksi guardó silencio por unos segundos. Sus ojos nunca se apartaron de los míos.

—Claro que lo entiendo —dijo, al final, con un suspiro—. Muy bien. En carne propia. Y me encantaría que no tuvieses que pasar por esto, que nunca tuvieses la necesidad de sentirte capaz a través de algo así. Pero claro que lo entiendo, conejita. Sé lo que se siente.

Su mano pasó por detrás de mi nuca. Me acercó ligeramente a su pecho y antes de que yo supiera porqué me abrazaba, me di cuenta de cuánto lo había necesitado. No era un abrazo sensual, como el que le di cuando se despertó. Era uno de consuelo, de comprensión.

Mi mejilla se apretó contra su pecho y pude tomar todos sus pensamientos, expuestos. Vi cuánto él se esforzó para estar al nivel de su madre cuando huían de su clan, en su juventud. A cuántos humanos atacó, pensando si alguno sería siquiera su padre, pero sabiendo que, si no bebía más y más sangre, no podría luchar.

También me mostró todo lo que hizo para perfeccionar su magia, cuánto se presionó para estar listo y arrancar las cabezas de todos los que le hicieron daño sin esfuerzo.

Por supuesto que él lo comprendía.

Rodeé su espalda con los brazos y aspiré su aroma, sintiéndome a salvo y en paz por primera vez en todo el día. Desde el amanecer, apenas si había podido calmar mi cabeza. No pude apartar la ansiedad, la preocupación y el miedo. Y desde que Arnold Edevane había señalado mi parecido con sus antepasados, menos que menos.

—Kayla —susurró Aleksi, casi una eternidad después, acariciándome el cabello desde lo nunca hasta los mechones más largos, que llegaban a la cadera—. Tu no tienes que pedirme permiso para nada. No tienes que consultarme lo que quieres hacer. Yo no soy tu abuelo, ni tu padre. Solo soy mayor que tú. ¿Está bien? Dije que te impediría beber de nuevo de otros vampiros y eso te hizo sentir que debías pedir mi consentimiento. Pero no es así, ¿de acuerdo?

Me quedé pensando porqué me decía eso, hasta que recordé que yo misma le dije que me había ido sin consultarle, como si realmente necesitara su aprobación. Pero en cierta manera, así era.

—Somos una pareja —le dije, deslizando el mentón por su pecho y mirando hacia arriba, hacia su rostro—. Se supone que estas cosas se comparten.

Él asintió.

—Sí, se comparten. Y sí, somos una pareja, estamos marcados —añadió, bajando la cabeza y dándome un beso en la frente. Se filtró en mi la felicidad que le daba esa idea, esa realidad—, pero no significa que no podamos tomar decisiones individuales. A lo que me refiero es a que... Tu puedes contarme lo que quieres hacer y pedir mi opinión, si es lo que deseas. Pero aún esté en desacuerdo, yo no voy a obligarte a hacer o a dejar de hacer nada. Y por eso, lamento haber dicho que iba a impedir que bebieras más sangre, porque eso hizo que no confiaras en mí.

Yo negué, rápidamente. No quería que se disculpara. Sabía por qué él lo había dicho.

—Lo dijiste pensando en mi bien.

—Sí, pero estuvo mal.

—Estuvo mal que yo no te dijera lo que pensaba hacer —repliqué, con un mohín.

Alek sonrió. Era la primera sonrisa que me daba en un rato lago. Se inclinó para darme otro beso.

—No me lo dijiste porque pensaste que te encerraría aquí y no escucharía los motivos tan lógicos por las cuáles tomaste esa decisión, al igual que hace tu clan. Y, por si queda alguna duda, conejita, quiero que sepas que te hubiese escuchado y te hubiese acompañado, ¿sí? Lo entiendo ahora, entiendo por qué lo hiciste y lo hubiese entendido si me lo hubieses explicado —añadió, con dulzura. Su mano se detuvo en mi nuca. Sus dedos se movieron en círculos, perezosos y tiernos—. Habría ido contigo después de escuchar cómo te sientes, esta necesidad de proteger a los demás, de ser mejor por los demás. Yo no voy a juzgarte por eso.

Sus dedos siguieron los huesos de mi columna, aflojando cualquier angustia o tensión que quedara en mi cuerpo. Me derretí en sus brazos a medida que las caricias llegaban a mi cintura, a mis caderas y más abajo.

—Y me hubieses detenido si hubiese perdido el control —afirmé, agarrándome de sus brazos para no derrumbarme enterita en la cama.

—Sí —respondió Aleksi. Su cara se hundió en mi cuello. Sus labios se presionaron en mi garganta antes de subir lentamente, arrastrándose sensuales, hasta mi oreja—. Habría sido un mejor supervisor que tu padre, sin dudas.

Sus dientes atraparon el lóbulo de mi oreja. Me estremecí de placer y mis uñas se clavaron en sus hombros. Ahora que todo estaba dicho entre nosotros, no tenía problema en dejarme llevar por sus provocaciones.

Succionó mi piel y me volví mantequilla. La mayoría de mis preocupaciones menguaron, volví a olvidarme de todo lo que era importante, porque la sangre de vampiro que alimentaba todo mi descontrol estaba desesperada por ese tacto. Ya me había resistido bastante, ya había sido lógica el tiempo suficiente. Necesitaba ceder, descargar, gozar.

Aleksi me hundió en el colchón, con los colmillos peinando mi cuello. Un jadeo, un ronquido sensual se escapó de su boca y puso a vibrar toda mi piel. Mis músculos se volvieron lánguidos debajo de todo su peso y todos los puntos sensibles de mi cuerpo respondieron al roce de sus manos.

—Te necesito boca abajo —murmuró. Las puntas de los colmillos presionaron mi carne, pero no la perforaron. Me estremecí. Se me curvaron los dedos de los pies.

—Lo sé.

—¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes?

—Estuve en tu sueño —respondí, con un suspiro. Los dientes se clavaron más, pero no lo suficiente para que pudiera beber de mí. Ahogué un gemido—. Vi tus fantasías... Las sentí.

Levanté las caderas y deslicé una mano entre nosotros. Alcancé el bulto en sus pantalones, todavía húmedo y lo presioné.

—Conejita —canturreó Aleksi—. ¿Tuve sexo realmente con una fantasía... o contigo?

—Conmigo —musité, sin aire, cuando él metió los dedos, que había mantenido en la parte baja de mi columna, por entre mi ropa interior, acariciando entre mis nalgas cuidadosamente—. Ninguna fantasía va a ocupar... mi... ¡lugar!

Di un respingo. Su dedo índice se coló suavemente en el interior líquido de mi vagina. Fue profundo, lento. Se retiró y volvió a entrar, para recorrer cada vez una extensión más honda de mí. Me deshice en placer y me retorcí debajo de él, arqueando la espalda para darle un mejor acceso.

—Desde que te dieron ese auto nuevo, en realidad, eso es en lo único que he estado pensando —dijo.

—Y no me lo... dijiste —respondí, con el corazón latiendo a mil por hora. Daba tumbos irregulares. Ardía en lava, pasión y deseo con cada una de sus caricias desvergonzadas—. Eso no es... justo —repuse, dejando caer la mandíbula cuando fue más allá de lo esperado.

Me tensé alrededor de su dedo y Aleksi aprovechó para atrapar mis labios, para besarme como si bebiera de mí. Respondí arqueándome más, abriendo más la boca, gimiendo cuando uno de sus colmillos sin querer pinchó mi lengua.

—¿Quieres que te cuáles más tengo? —dijo él, en cuanto me soltó. Fue un alivio verlo igual de jadeante que yo.

—Dímelas —ordené. Él sonrió. No se inmutó cuando tensé las uñas alrededor de su bulto. Estaba más bien concentrado en lo que hacia cuando salía de mi y jugueteaba en la zona, humedeciendo con mí propia miel otro pequeño sitio muy sensible. Uno que hasta ahora no habíamos tocado jamás. Mis labios se abrieron de nuevo, formaron una enorme O. No debería haberme sorprendido, pero, aun así, me quedé sin aire—. Alek...

El dedo de Aleksi se presionó ligeramente en ese punto, sin meterse dentro de mí, sin pasar por encima de mi consentimiento.

—Te deseo boca abajo —musitó—. Pero deseo estar aquí.

Al principio, no supe qué decir o qué hacer. Se me llenó el pecho de nervios y se mezcló con el fuego y la aceleración que me producía la sangre.

Una risita se escapó de mi boca.

—¿Ahí?

Aleksi se inclinó para besarse otra vez. Se tragó mi risa con una determinación, devorándome por completo, que cuando me soltó, me pregunté realmente de qué estábamos hablando. Solo su dedo, moviéndose en círculos, provocándome, testeándome, me lo recordó.

—Sí.

Me volví a reír, ansiosa, pero no hice nada para detenerlo. Dejé que siguiera moviéndose, que continuara explorando. Sus ojos se encontraron con los míos, un fuego azul que brillaba con la intensidad de una estrella, y la risa se me quedó pegada a la garganta.

Por un momento, no me sentí como la poderosa semi humana que lo había tenido a su merced en la playa o que incluso era capaz de colarse en sus sueños. No, me sentí inexperta como la primera vez que lo tuve sobre mí.

Hasta ahora, en nuestras intrincadas relaciones sexuales, no había llegado a plantearme eso como una posibilidad. Pero sí había llegado a pensar que le había dado todo de mi a Aleksi, excepto eso. Era lo único que faltaba y la idea exaltó mis propias fantasías.

Pensé en cómo lo sentiría ahí, tan firme cómo él siempre se sentía dentro de mí. Me pregunté si me dolería y hasta el posible dolor se me hizo atractivo. Me dije que estaba loca, pero luego acepté que por él lo estaba hacia mucho.

Sostuve su mirada mientras me giraba debajo de él. Sus dedos se alejaron de mí, pero no lo lamenté. Me removí hasta darme la vuelta y quedar boca abajo, con la falda arremangada sobre el trasero, la ropa interior corrida. Lo levanté y su caliente bulto se presionó contra el hueco entre mis nalgas.

—Pruébame —supliqué, con la cara hundida en la almohada. Lo escuche gemir, bajo, ronco. Lento.

—Oh, sí que lo haré... —ronroneó, pegando su pecho a mi espalda. De nuevo sus labios en mi oído—. Conejita.

Entonces, sus manos estaban por todas partes, arrancándome la ropa. Su boca, besando y mordiendo cada centímetro que quedaba expuesto. Sus dientes, perforando mi piel y dejando pequeñas y deliciosas heridas que luego lamió hasta hartarse.

Lo dejé ser. Dejé que se alimentara de mi con ese ritmo que iba desde lo brusco hasta lo perezoso, con esas lamidas tan intensas. Dejé que cumpliera sus fantasías preparándome con las caricias más profundas e intrépidas. Dejé que hundiera la cara entre mis nalgas y probara lo líquida que estaba y lo lista que estaría para todo lo nuevo.

Su lengua hurgó de arriba abajo, bebiendo de mí interior y saboreando mi trasero, mordiendo la marca y regresando a la entrada de mi vagina para deleitarse una vez más con el sabor de mis propias fantasías.

No supe cuándo, realmente, sus dedos empezaron a ayudar. Entraban y salían de mi vagina otra vez, masturbándome con precisión. Y luego, se movieron lentamente hacía el punto que aún nadie había estrenado.

Era tanta mi excitación que no me resistí a la primera intromisión real de su parte. No sentí nada más que placer en cuanto Aleksi comenzó a dilatarme, milímetro a milímetro. Un solo dedo llegó hasta el tope y yo solo pude levantar más y más la cadera, entregándoselo todo.

Más caricias, más besos en el lugar donde tenía la marca y propio ya había otro dedo masturbando. Nunca me dolió y en ese momento debí pensar que era debido a la cantidad de sangre que tenía en mi sistema. Nada podría haberme dolido. Nada iba a dolerme.

No pensaba en nada cuando le supliqué:

—Hazlo, por favor... Hazme tuya.

Aleksi sacó los dedos, despacio. Mis piernas temblaban, pero de la anticipación. En cualquier momento, perdería el control de ellas, mi trasero ya no tendría fuerzas para sostenerse por sí mismo.

Pero, antes de que eso ocurriera, él acopló sus caderas a las mías. Mis piernas se apoyaron en las suyas y la cabeza hinchada de su pene se apoyó contra mi ano.

Ya eres mía —musitó él, antes de empujar y de hacerme gritar. 

¡Feliz San Valentín! Un poco atrasado, pero espero que esta primera parte del festejo les deje gritando como a Kay y me perdonen por tantos días de ausencia. Lamentablemente, estuve varios días mal de salud y todavía no sé si es debido al estrés o a que tengo algún tipo de problema médico. Ya iré a la consulta para poder resolverlo, ¡no se preocupen! Pero igual, quería agradecerles a todos por tener tanta paciencia y hacerles una promesa: el próximo capítulo es un EXTRA, lo que implica que lo narrará Aleksi y que sigue a este final de capítulo, DESDE SU PUNTO DE VISTA! Así que San Valentín se terminó pero no para nosotros porque Hodeskalle es nuestro único santo (? 

>> Si les gustó este capítulo, no olviden comentar, votar y recomendar la historia. Son sus comentarios lo único que me motivan a seguir escribiendo y es la única manera que tengo de saber si les gusta o no la historia. Así que porfis, ayúdenme con eso. Y si desean que esta novela salga en físico algún día, ¡no olviden pedirla a las editoriales! Sobre todo, Penguin Random House. 

>> Les recuerdo que les dejé, al final del Libro 1, después del capítulo 52, las fichas de personaje de Kayla y Aleksi y que pueden leerlas para entender más la historia y psicología de los protagonistas. 

Ahora sí, los memes de hoy: 

Eso fue todo por hoy y espero que recarguen energías para el pov de Aleksi. ¡Los amo!

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