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Libro 2: Capítulo 28. Furia

80: Furia

Kayla

Miré a mi padre mientras despotricaba. Quise preguntarle porqué me dejó ir en primer lugar, porqué incluso me acompañó, pero no lo hice. Tantas peleas me recordaban constantemente que yo no debía reaccionar, que no debía contestar mal...

Me mordí la lengua con tanta fuerza que sentí el sabor de mi sangre en vez de la de los vampiros que había atacado. La furia me brotaba del interior del pecho y nublaba todos mis sentidos. En el pequeño espacio del auto, los pensamientos de mi padre se me colaban por los poros. Mi magia estaba tan aguda que simplemente los reconocía sin intentarlo. Podía sentir su enfado y su frustración y eso solo hizo que me sintiera más y más desesperada por que se callara. Necesitaba que cerrara la boca.

Quería cerrársela yo.

—¡No debí dejarte ir! —gritó él, ajeno a todo lo que pasaba en el interior de mi cuerpo. Ajeno a mis temblores, ajeno a mi creciente descontrol, tanto como yo misma. No podía darme cuenta de lo que me ocurría—. ¿Qué se me pasó por la cabeza? ¡Te puse en peligro! ¡Soy terrible!

Exhaló bruscamente y se derrumbó sobre el volante. Emitió un sollozo, lo percibí roto. Y eso último comprimió la vorágine salvaje que se agitaba en mi interior. Fue solo un segundo, uno en el que parpadeé, pero mi mente se aclaró lo suficiente como para comprender que ese enojo y esa frustración que estaba en su mente no era hacia mí. Era hacia él.

—Estabas retándome —musité. Las palabras me salieron duras, secas. Mi voz no me pareció mi voz.

Papá levantó la cabeza.

—¿Qué? ¡No! —exclamó. Cuando lo miré a la cara, noté que había lágrimas pujando por sus ojos claros, iguales a los míos.

—Estabas diciendo que no te escuché, que no hice más que un desastre —repetí. Era un poco de todo lo que había dicho que mi cabeza sí procesó. Ahora, estaba intentando procesar qué era lo que pasaba por su cabeza y por qué decía que no.

Él se irguió.

—¡Por mi culpa! —contestó—. Te dejé ir allí, te acompañé, te apañé. Porque pensé que tenías razón, pero... te dejé en peligro de convertirte en algo peligroso. Kayla, la locura de la sangre tiene muy mala fama por una razón. ¡Porque es locura, literal! Creí que un poco no te haría daño y por Dios, lo creí tan mal. ¡Soy un padre terrible!

Parpadeé. Había arrugado la nariz sin darme cuenta y sacudí la cabeza en cuanto noté que la llamarada en mi pecho se había apagado solo un poco. Seguía estando alterada, acelerada, y me llevé una mano al corazón para confirmarlo. Fue como cuando bebí la sangre de Aleksi por primera vez.

—Te estás echando la culpa por mis acciones —afirmé, con cuidado. Hubo un momento de silencio. Papá solo se tapó la cara con las manos. Parecía un hombre mucho más joven de lo que yo sabía que era. Parecía realmente un treintañero afrontando una crisis.

—...Debí haberte supervisado mejor... Yo... ¿Qué va a decir tu abuelo?

Eso fue como un cachetazo. Me devolvió a todos los momentos en los que el abuelo había decidido por él y se había hecho cargo de mí. Pero, lo que impactaba de esa frase salida de sus propios labios, es que mi padre, un vampiro de más de cincuenta años aún se preguntaba qué iba a decirle su propio padre... por mí. Parecía mi hermano, lamentándose cuando me llevó a Corazón cuando yo tenía dieciocho o cuando Aleksi lo salvó de los Parissi y se dio cuenta de que por su culpa yo estaba herida.

Pero mi hermano era mi hermano. Este era mi papá. Y temía la opinión de mi abuelo. Lo sentía con todos sus pensamientos flotando a mi alrededor

—¿El abuelo? —repetí. Pero papá no respondió. Siguió exhalando bruscamente contra sus manos, como si la idea de confesarle sus errores a mi abuelo, errores que tenían que ver conmigo, lo aterraran.

No supe cómo procesar esa idea y, con un esfuerzo enorme, me quedé lánguida en el asiento, intentando contener mis pulsaciones desbocadas. Intenté también no respirar tan agitada, pero no me salió muy bien.

Tampoco sabía qué decir. En gran parte, yo había resuelto ya mis propios conflictos con mi abuelo, pero parecía que toda mi familia tenía los propios. No se acababa con mis propios lazos. Al final, estábamos todos metidos en una red demasiado revuelta como para que no nos afectaran las problemáticas del resto.

¿Pero a mi padre solo le preocupaba la reacción de mi abuelo? ¿Eso era todo?

—¿Estás decepcionado de mí? —dije, casi una eternidad después en la que ninguno se había movido de su sitio—. No solo por esto. Si no en general.

Bajó las manos y me dirigió una expresión de espanto. La idea le resultaba horrible, dolorosa, casi tanto como me resultaba a mí. Pero tenía que preguntarle, quería escucharlo de sus labios, porque había cosas en su mente que estaban tapadas por el miedo.

—No, ¡claro que no!

—No soy la niña aplicada que era antes. La que no se metía en problemas y decía todo que sí —musité—. Antes no desobedecía. Tampoco tomaba decisiones sola. Nada de lo que yo hacia afectaba al clan. No soy la hija que era antes. Antes yo era la buena, Elliot el malo. Ahora creo que es al revés.

La expresión de papá se llenó de angustia.

—Por supuesto que no, Kayla. No hay hijos buenos e hijos malos... —empezó, pero se calló, como si no encontrara las palabras.

Yo me reí por lo bajo, con un poco de pena. Mantuve la mano en mi pecho, la otra, en el asiento.

—Vamos, papá, siempre fui la hija perfecta —dije, bajando la cabeza. Me costó un montón que la risa no se me escapara con ironía insensible. Me costó un montón no romper del todo el asiento del conductor. Mis uñas ya habían agujerado toda la espuma debajo del cuero. Mi corazón no se calmaba y la respiración que se escapaba por entre mis dientes, era irregular—. Aunque hace tiempo que no me siento una hija en absoluto.

Levanté la cabeza y lo miré, de lleno. Me enfrenté a él sabiendo que no necesitaba más palabras para que él entendiera a qué me refería. Si no estaba decepcionado de mí, si no creía que yo era un desastre que no merecía defender, entonces tenía que dejarle claro que conocía lo que él sentía por mi abuelo.

Papá no me pudo sostener la mirada. Hubo de nuevo temblor en sus manos. No contestó.

—¿Por qué nunca intervienes cuando todos discuten conmigo? —presioné, cuando pasó más de un minuto y siguió sin decir nada—. ¿Tan difícil es apoyarme una vez, aunque sea? Siempre estás del lado de ellos. Solo estás de mi lado cuando ellos lo están. Ni siquiera cuando yo tengo una razón válida para oponerme. ¿Tan complicado es decirle que no a tu padre y a tus hermanos? ¿Simplemente decirles que no me hablen así, simplemente que no me insulten, que no me griten...? Yo soy tu hija. Tu eres mi padre, no el abuelo.

Su cara entera se arrugó. Había una vorágine de súplicas que gritaban desde los hilos de sus pensamientos. Él no quería estar ahí, no quería contestar eso. Deseaba escapar de ese enfrentamiento, como había escapado de otros. Mi padre... simplemente no era una persona que enfrentaba a los demás y tuve que notarlo recién en ese momento.

—Toda la vida, para todos en este clan... tu abuelo ha tomado las decisiones —logró decir y supe el esfuerzo monumental que estaba haciendo para no escaparse. No podía mirarme a la cara, pero estaba pensando que al menos, por lo que acababa de decirle, tenía que ser un padre para mi y contestarme—. Nunca ha sido distinto. Nunca nadie lo ha cuestionado...

—Mi tía Alice sí.

—Alice es... —Papá chasqueó la lengua—. Es como tú. Es diferente. Es...Es...

Se frenó. Dudó. Las palabras muriendo en su boca.

—¿Mujer? —tanteé. Por la verdad es que en nuestro clan las mujeres habían quedado relegadas. Intenté que no me saliera como un escupitajo y que esa ola de salvaje poder que se acumulaba en mi pecho no volviera a estallar. Me puse la otra mano también en el corazón, como si así pudiese calmármelo.

Valiente —dijo papá, un momento después. La palabra le salió adolorida y en seguida supe por qué. Sus pensamientos giraban en torno a una sola cosa: a que él no lo era.

Por primera vez en ese rato, todos sus pensamientos quedaron más que claros para mí. Ya no había una vorágine de confusión, de mezcla de sensaciones. La profunda vergüenza que lo atormentaba por no ser buen padre quedó ligada a un montón de memorias; a la noción de que él, en el clan, siempre había tenido el lugar que sobraba, pues todos los demás ya estaban ocupados por mi abuelo y mis tíos. A que él nunca supo cómo luchar por opinar y que nunca tuvo nada propio, hasta que conoció a mi madre y creyó que él, ella y sus hijos sí lo serían.

Hasta que nací yo, tan distinta y única y él no supo que hacer y yo pasé, automáticamente, a ser del clan. Yo, a diferencia de Elliot, le pertenecí al clan desde el primer segundo. Yo, como niña, como semi humana, no podía depender del cuidado de mis padres.

A mi padre toda la vida lo minimizaron, lo apartaron, lo ignoraron y le quitaron todo lo que alguna vez fue suyo, incluyéndome.

El corazón casi que se me detuvo en ese momento, antes de que volviera a galopar desbocado e intenso, antes de que la furia que sentía se desplazara de él hacia el núcleo de mi familia. Mi padre estaba avergonzado y apenado, porque cuando creyó que él y su esposa podrían ser una unidad, descubrió que ninguno de los dos tenía la fortaleza para pelear ello. No fueron valientes.

Sin embargo, a penas procesé esa idea, fui consciente de que, aunque mi padre era una víctima del poder de mi abuelo, eso no lo eximía de su responsabilidad conmigo. Seguía siendo mi progenitor y me dolía muchísimo que no hubiese encontrado siquiera en mí la fortaleza, la razón, para pelear por lo que era suyo. Porque siempre quiso, pero no lo hizo.

Él no era un niño cuando me tuvo, no era un niño ahora. No tenía realmente treinta años. Tenía más de setenta, era un adulto competente. Pero aún así, no luchó por mí. Me dejó en manos de otros porque no tenía la voluntad de imponerse. Sus intentos por encontrar su lugar quedaron en el olvido.

Y yo no sabía cómo lidiar con eso. Por un lado, lo entendía, por el otro no. Por un lado, creía que podía justificarlo, por el otro estaba terriblemente enojada. Una sensación de abandono reptaba por mi pecho, peleando con todos los recuerdos de mi infancia donde él y mamá fingían ser unos padres presentes y amorosos y mi abuelo solo eso, mi abuelo.

¿Cómo podía entonces comulgar las dos cosas? ¿Los momentos en los que ellos me criaban con dulzura y la certeza de que nunca tomaron una decisión en mi vida sobre esa misma crianza? ¿Cómo se suponía que yo debía reaccionar ante eso?

Lo único que supe era que quería bajarme de ese auto y huir de la misma forma en la que papá quería hacerlo hacia un minuto. No quería ser la "valiente". Quería alejarme de todos.

—No sé cómo decir que no —dijo, entonces. No me pude mover. Si lo hacía, arrancaría la puerta del autor de una patada para escapar—. Nunca supe y... creí que era lo mejor.

—¿Cómo fue que creíste que era lo mejor ser un títere que un padre de verdad? —solté, apretando los dientes. Esas palaras me dolieron, me hicieron un agujero en el pecho.

Papá balbuceó.

—Yo... Yo... no sé, yo... Pensé que estarías... mejor.

—¿Mejor? —siseé. Volví a aferrarme del asiento. Lo sentí crují bajo la fuerza de mis manos—. ¿De verdad creíste que lo mejor era mantenerme en la ignorancia, nunca explicarme nada? ¿De verdad nunca pensaste, ni por una vez, que yo era lo suficientemente inteligente como para comprender todo esto? ¿Creíste que no merecía tu confianza?

Bajó la cabeza. De nuevo no podía mirarme a los ojos y yo no necesitaba que me respondiera con palabras porque lo sentía en sus pensamientos, acariciándome la piel. Sí, en algún momento lo pensó. Varias veces, igual que mi mamá, pero se dejó llevar por la corriente, creyendo en mi abuelo y en mis tíos. Cedió porque era más fácil hacerlo que pelear por la integridad de su hija.

El vacío hondo en mi pecho creció. El dolor que sentí me sacó el aire.

—¿Te das cuenta de que, por tu silencio, por tu falta de acción, no supe nada de este mundo? Me dijeron, tú me dijiste, que cometí errores. Que hundí a toda la familia, que los puse en peligro por ignorante y por inexperta —rugí. La ira me bullía y cuando giré la cabeza hacia mi padre, él se apartó todo lo que pudo de mí. Mi asiento crujió, el auto entero se sacudió. La ventana a mi lado se agrietó—. Pero nunca, jamás, me enseñaron a no hacerlo. Me apartaron. Eso de criarme para valerme por mí misma fue una treta, igual que la crianza que mamá y tú me dieron.

Todos los cristales del auto estallaron. Mi padre se tapó la cara con las manos, aunque los cristales no le habrían hecho daño. Yo exhalé bruscamente y, en ese momento, las puertas volaron por los aires. Fue como soltar una bomba lejos de mí, pero no por eso me consumía menos.

—¡Kayla! —exclamó papá, entre sorprendido y asustado. Cuando vi su expresión, solo pensé en que estaba reaccionando igual que con mi tío Allen. El brillo en sus ojos era el mismo que el de mi tío y con justa razón. Las puertas de los autos se estaban retorciendo, los demás autos estaban temblando también, sus ventanas rajándose.

Cerré los ojos. Llamé a toda esa furia a mi interior. La sentí deslizarse como humo, regresando a mí. Por primera vez desde que sabía de mis poderes, fui consciente de cómo mi magia abandonaba cada objeto que estaba mancillando. Todo en el estacionamiento volvió a ser calma y silencio.

Me tomé casi un minuto para respirar con normalidad y abrir los ojos. Mi corazón seguía acelerado. Mi pecho subía y bajaba, pero todo estaba reprimido en mi interior, a salvo.

Salí del auto y me sacudí los restos de vidrio, sin decir una palabra, hasta que papá también se bajó.

—Intentaré ser un mejor padre —me dijo—. Si te quedas en el clan... trataré de ser mejor padre.

Me detuve. Ese vacío en el pecho se retorció, porque, a pesar de todo, lo que acababa de pasar ya era un gran paso.

—Gracias por acompañarme hoy, pesé a que el abuelo no lo hubiese aprobado —respondí, sin girarme. Ese día, era la primera vez que mi padre se oponía a mi abuelo. Él tenía que reconocérselo, de la misma manera en la que yo se lo estaba reconociendo.

Di un paso hacia delante, pero mi padre volvió a llamarme.

—No nos dejes —me suplicó.

Había una necesidad en su voz que identifiqué rápidamente. Él quería arreglar las cosas, porque me quería. Yo también lo quería, a pesar de todo, pero con cada segundo que pasaba en esa casa me daba cuenta de que había cosas que no podían funcionar más.

—Aunque me vaya del clan, eso no hará que deje de ser tu hija —contesté, girándome al fin. Miré el desastre que había hecho. Miré mi rabieta reflejada en el auto destrozado y en los pedacitos de vidrio en el suelo. Miré lo fácil que era perder el control cuando me enojaba, todavía. Y aún más cuando tenía tanta sangre de vampiro encima—. Son las acciones las que separan a las personas, no si uno abandona o no esta casa —Eran mis acciones, también—. Gracias por acompañarme —repetí—. Y perdón por todo esto. No se volverá a repetir.

Me apresuré a abandonar el estacionamiento. Preferí usar las escaleras, para estar sola en un espacio que fuese de puro concreto, donde no pudiese herir a nadie cuando relajara los hombros, para no echar a perder el ascensor. Me derrumbé en los peldaños, camino a la planta baja.

Ahí, me miré las manos temblorosas por esa sensación abrumadora y violenta que me recorría todo el cuerpo. Mi magia pulsaba por salir y crear descontrol y alimentaba mis sentimientos negativos.

Apreté los dientes y me apoyé en la pared. Cerré los ojos y conté hasta diez, luego hasta veinte. Hasta cien, hasta que me controlé y pude calmar mis palpito y el enojo. Me dije que no valía la pena, que no era el momento, que, además, ni siquiera sabía con quién estaba enojada ahora. ¿Estaba enojada de vuelta con mi abuelo? ¿Con mis tíos? ¿O con mi papá?

¿O estaba enojada conmigo misma? Estaba claro que realmente alimentarse de muchos vampiros podía incentivar las conductas violentas y poco racionales. Estaba claro que había explotado, pero no en el momento que yo hubiese querido.

Abrí los ojos y bajé las manos. Las dejé caer sobre mi regazo. Pensé en todo lo que diría mi familia cuando supieran lo que hice, me imaginé que se enfadarían.

Cerré las manos en un puño.

—Esto lo estoy haciendo por ellos —me dije. Si yo era fuerte, podría solucionar todo. Podría dejar a mi familia a salvo de cualquier clan no solo ahora, sino para siempre. Incluso aunque abandonara a los White, nadie jamás se atrevería a amenazarlos de nuevo, porque yo no sería solo la niña de la profecía, sería alguien peligrosa a quien temerían, igual que a Mørk Hodeskalle.

Quizás me molestaba que, a diferencia de mi padre, los demás iban a juzgarme igual, sin importar las razones por las cuales hice lo que hice. Iban a decir de vuelta que me equivoqué, como si yo no estuviese dispuesta a asumir mis errores, como el que acababa de cometer.

Entonces, pensé en Aleksi. ¿Qué pensaría él de mí? Había dicho que no me permitiría alimentarme de nuevo y yo me dije a mí misma que él lo entendería, que me apoyaría en esto, pero si de verdad me lo creyera, no hubiese ido sola, sin avisarle.

Apreté los labios. Al final, no debía importarme lo que mi familia dijera. Nunca les importó ser sinceros conmigo, ¿por qué yo seguía preocupada por lo que fueran a opinar sobre mí? Ninguna de sus opiniones tenía que afectarme, solo había una por la que debía preocuparme y era la de mi pareja, cuando se enterara que me escapé de la casa pese a sus advertencias.

Me encogí. ¿Y si se enfadaba conmigo? ¿Y si, pese a lo que yo creía que él, de nuestra relación, él no me entendía? Me quedé sentada más tiempo del debido en las escaleras, divagando sobre eso y dándome cuenta de que me costaba volver a mi habitación porque temía que Alek no actuara como yo quería que lo hiciera.

—Ya está hecho —me urgí—. Ya tengo el poder. Lidiaré con esto luego de esta noche.

Me puse de pie y subí las escaleras tan lento como pude, aprovechando el tiempo que me llevó para calmar todos mis temores. Traté de concentrarme en otra cosa y cuando llegué al vestíbulo, me acordé de un detalle que dejé pasar por alto y que ni siquiera tuve oportunidad de comentarle a mi padre.

La mujer que vi en la disco, dando vueltas por entre los vampiros, yo estaba casi segura de quién era. La había visto en los recuerdos de mi abuelo, de la última vez que la vio cuando ella huyó del clan Edevane. Se suponía que mi bisabuela estaba muerta, que el mismo clan la había matado. Pero... yo acababa de verla.

Saqué el papelito que encontré en la casa de Jane, con esas palabras que me animaban a confiar en mi instinto, incluso en mis antepasados. Los Edevane tuvieron en sus filas a vampiros con la locura de la sangre, podría haberlo interpretado por ese lado, pero mi bisabuela también era una antepasada.

Estaba segura de que ella fue quien dejó ese papel para mí. Ella sí había huido y los Edevane habrían inventado ese cuento para que mi abuelo no la buscara nunca. Pero ella estaba ahí, detrás de nosotros, detrás de mí.

Marché a mi cuarto rapidísimo, entonces. Mis pies casi que flotaban en el suelo y la puerta de la habitación se abrió sola sin que tuviera que pensarlo. Mi magia fluía con una naturalidad que podría haber sido abrumadora, pero en ese momento yo estaba simplemente concentrándome en cualquier cosa que me proporcionara una excusa para desviar la atención de Aleksi de mis acciones.

Estaba eufórica. De nada sirvió cuánto tiempo me tomé para calmarme, pues el enojo y el recelo fue reemplazado por la ansiedad y la emoción. Estaba lista para contarle mi descubrimiento, como si eso fuese a hacer que lo olvidara todo, y me detuve junto a su cama sin notar que él seguía durmiendo y que yo entré volando, como una fuerza imparable.

Me frené en seco antes de tocarlo. Sus pensamientos, sus sueños, golpearon contra mi piel y cortaron todas mis cavilaciones. Había una fuerza oscura y caliente que fluía de ellos a mi y antes de que pudiera verlos con claridad, percibí cómo el pecho de mi pareja subía y bajaba con irregularidad, cómo sus músculos se tensionaban, como sus labios se entreabrían en una mueca de deseo.

Mis ojos siguieron la cadena de reacciones de su cuerpo, hasta lo que creía entre sus piernas. Mi mente se mezcló con la suya en una vorágine de placer que quemaba mi pecho y mi garganta.

Alek me tenía boca abajo en el asiento trasero de un auto. Estaba apretado, hacía demasiado calor. Mis pechos se escapaban de mi ropa, se presionaban contra el asiento de cuero. Mis gemidos inundaron mi cerebro mientras él me aplastaba con todo su peso, mientras se enterraba en mi con tanta fuerza que el mundo entero a nuestro alrededor se dio vueltas.

Él estaba muerto de placer. Y su placer era el mío.

Olvidé todo. El enojo, la preocupación, lo que había descubierto. La pasión y ese deleite tan inmenso se adueñó de todas mis sensaciones. La sangre con la que me había alimentado también influía en la manera en la que el deseo se adueñaba de mis razonamientos.

Todo mi ser ardió. Y el gemido que se escapó de entre mis labios fue real. 

¡Qué bueno verlos a todos otra vez! No saben cuánto los extrañé. Enero (y lo que va de febrero) fue muy complicado para mi y les agradezco que tuvieran tanta paciencia. 

->Hoy, más temprano, les subí una ficha de personaje de Kayla para que conozcan un poco más la psicología del personaje. ¡La semana que viene voy a dejarles también una de Aleksi! Pueden encontrarla al final del primer libro, después del capítulo 52. ¡Espero que les guste!

Antes de los memes de hoy, quiero recordarles que me ayudan muchísimo comentando, votando y compartiendo esta historia <3 ¡Y también que, como siempre, si pasamos los 1k comentarios tendrán capítulo por adelantado! Si no, de todas maneras, tendremos seguro capitulo para el próximo fin de semana. ¡Gracias por todo! Los amo.

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