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Libro 2: Capítulo 1. Nuestra familia

53: Nuestra familia

Kayla

Nunca me sentí tan desesperada en mi vida. Sentir que mi pareja estaba en peligro era una cosa, pero verlo muriendo en los brazos de otra persona era otro nivel. Era algo que jamás había imaginado, ni siquiera podía describirlo.

Mi mundo entero amenazó con despedazarse; mi alma, con desintegrarse. Era la súbita consciencia de que su sufría, yo sufría con él. Y si él moría, yo también, porque no podría pasar el resto de mi vida en su ausencia.

No, no, ¡NO! —grité, arrastrándome por el suelo. El piso a mi alrededor comenzó a temblar, las guirnaldas de flores que colgaban de las columnas y redes del jardín empezaron a elevarse en el aire. Una brisa tormentosa se formó a mi alrededor.

La agonía amenazó con consumirme. Sentí como si esa flecha de metal que Aleksi tenía en el hombro también se estuviera clavado entre mis costillas, sacándome el aire.

—¡Aleksi, no! —chillé, llegando hasta él cuando mi tía apenas si lo apoyaba en el piso de mármol. Le agarré la cara con las manos y se la sacudí, intentando despertarlo. No podía verlo así, no podía tolerar esos párpados pálidos y cerrados. Creí que me abriría al medio, creí que el alma se me partiría en dos. Y cuando Aleksi no abrió los ojos, a pesar de mis gritos, cayendo en un sueño imperturbable, sentí que realmente me moría.

—¡Llevémoslo al sillón! —gritó alguien, sobre mi cabeza, mientras ese viento amenazador sacudía mi ropa y a todos los presentes, alejándolos de mí—. ¡Kayla!

—¡Aleksi! No, no, ¡NO! —lloré, sin escuchar. No podía hacer otra cosa que mirar su rostro y llamarlo, exigirle que regresara a mí: éramos una pareja, él no podía abandonarme.

Otra persona me agarró por debajo de los brazos. Me separó de él con violencia y Alice y mi tío Sam, quién había dado la orden, recogieron a Aleksi y pasaron en voladas por delante de mí.

—¡NO, por favor, no! —grité, para el universo. Era una súplica a los dioses, si los teníamos, para que no me lo quitaran. La garganta me ardió. La voz se me quebró. Quien me sujetaba trató de abrazarme.

—Vamos con él, tranquila —dijo Elliot, en mi oído, esforzándose como nunca. Me rodeó fuerte con sus brazos y resistió toda mi magia, incontrolable y furiosa—. Pero tienes que dejar que el tío Sam se ocupe, o no podrá salvarlo. Pero, hermana, no estás sola.

Aunque me sentía devastada y la presencia de ningún miembro de mi familia podría llenar el hueco que mi marca había creado, las palabras de Elliot fueron un golpe de realidad, uno de lógica y consciencia: Aleksi aún no estaba muerto. Tenían que salvarlo.

La ventisca que nacía de mi agonía bajó su intensidad. Las lágrimas que se escaparon de mis ojos me permitieron al fin ver con claridad y dejé que Elliot me ayudara a seguirlos hasta el living, donde mi abuela, con la cara espantada, se hacía a un lado.

Alice y Sam pusieron a Aleksi sobre el sillón, de costado, con mucho cuidado de que la lanza no se moviera para nada. Su cabeza inerte cayó por fuera de los almohadones y el corazón se me cayó al piso con ese mismo movimiento.

—Perdió muchísima sangre —dijo mi tío, agarrando los almohadones y arrancando pedazos del tapizado. Mientras Alice sostenía a mi pareja, mi abuela corrió a ayudarlo. Juntos despedazaron la costosa tapicería, pero no pareció importarles en absoluto. Con ordenes silenciosas, Sam le indicó a la abuela que colocara los trozos de tela por su espalda, conteniendo la pérdida de sangre—. Si le quito esta cosa ahora, se desangrará por completo.

Elliot me soltó cuando ya nada se movía de forma extraña a mi alrededor. Me dejó ir con él y, observando los movimientos precisos de mi tío, me arrodillé a un costado y alcancé a tomar la mano desvalida de Aleksi.

—¿Y... entonces? —susurré, con un hilo de voz. Mi cuerpo, pese a todo, seguía temblando. Mi pulso estaba acelerado—. ¿Qué hacemos? Él no puede... morir, por Dios.

Mi tío no despegó los ojos de Aleksi mientras le rasgaba la ropa. Se deshizo de todo lo que pudiese dificultarle ver una herida así.

—Sangre. Tenemos que darle de la nuestra para beber —me dijo.

Casi que salté del suelo, pero Sam me inmovilizó con una mano en el hombro.

—No.

—¿No? —casi que grité.

—Tu eres semi humana —me indicó, para luego hacerle una seña a mi tía—. Nuestra sangre será más efectiva para él.

—¡No puedo quedarme sin hacer nada! —estallé, apretando los dedos inertes de mi pareja. Los tenía fríos, helados—. Tengo que hacer algo para salvarlo.

Por un instante, los pedazos que estaban en el suelo de los jarrones temblaron conmigo. A ninguno de los presentes se le pasó.

—Elliot, corre a mi estudio —dijo Sam, mientras le indicaba a mi abuela que hiciese más presión—, necesito hacerle una trasfusión. —Entonces, me miró—. La única a la que puedo atravesar con esa aguja eres tú. Y espero por amor al universo que ambos sean compatibles, porque jamás he hecho esto con vampiros...Y menos con semi humanos.

Apretó los labios y yo sentí un escalofrío justo cuando Elliot salía corriendo a la velocidad de la luz, más rápido de lo que yo podría jamás. Los vampiros no tenían tipos de sangre, hasta donde siempre decía el tío Sam. Tampoco podían recibir transfusiones. Cuando se herían, bebían directamente la sangre de otros o simplemente morían. Esa piel tan dura jamás permitiría un proceso como ese. Pero con Aleksi y conmigo no teníamos idea de nada. Teníamos mucho de humanos, más de lo que podríamos querer aceptar. Y quizás, en eso, nos parecíamos más ellos que a los vampiros.

—Hay que intentarlo —susurré.

No existía otra opción. La sangre que Aleksi había perdido lo ponía en un estado de gravedad absoluta y no alcanzaría a recuperarse solo bebiendo la sangre de otros.

—Espero tus indicaciones —dijo mi tía, acercándose la boca a la muñeca. Con sus filosos colmillos, se abrió la piel y el líquido rojo de sus venas fluyó veloz.

—Hay que hacer que beba lo que pueda —dijo mi tío, como única respuesta.

Mientras mi abuela y él lo sujetaban, para que no se volteara sobre el sillón y moviese la lanza de metal, Alice le puso la muñeca ensangrentada en los labios de Aleksi. Él estaba sin reacción, apenas si respirando y todos sabíamos, sin decirlo, que en esa posición era difícil que alguna gota cayera por su garganta.

—Inclínenlo solo un poco. Mamá, que no toque el sillón.

Fue en ese momento, mientras Elliot irrumpía patinando con las alfombras con el equipo de transfusiones, que mi abuelo y mi papá también llegaron al living. Los ojos de ambos recorrieron el rastro de sangre hasta detenerse en mi pareja, moribunda.

—¿Qué pasó? —terció mi padre, entrando paso débil. Pude ver en su semblante cuánta sangre le había dado a mamá.

—¿Qué...? ¿Cómo...? —dijo mi abuelo, observando la lanza clavada en Aleksi—. Por todos los cielos. Cómo no lo supuse...

Ni siquiera le dirigí la mirada. No estaba aún con humor para enfrentarme a él y tampoco tenía ganas de escucharlo cuando mi novio se estaba muriendo por seguir su pacto. Traté de que la ira no me dominara, porque pensé que Aleksi me necesitaba ahí, tomándole la mano. Él tenía que sentirme cerca de él.

—Ok, Kayla —dijo Sam, agarrándole las cosas a Elliot e indicándole que lo reemplazara sosteniendo a mi pareja—. Sacaremos lo que sea seguro para ti.

—Sácalo todo —le dije, extendiéndole el otro brazo. No me importaba absolutamente nada mientras él sobreviviera.

Mi tío no respondió. Ató una liga de goma por encima de mi codo y, haciendo uso de su gran agilidad, experiencia y velocidad hiper humana, clavó la aguja en mi piel y preparó a Aleksi. En apenas unos instantes, mi sangre estaba de camino a su organismo.

—Si no le quitas eso, no podrá empezar a sanar —dijo mi abuelo, rodeando el sillón.

Yo permanecí callada, aguantándome el olor de mi propia sangre, que se filtraba por los finos conductos de plástico. Apreté la mano de mi novio y nada más.

—Tengo que pensar en él como un humano —replicó mi tío, con el aire de superioridad que podría tener todo médico que de pronto era cuestionado—. Está más que claro que no es como nosotros. Él es como Kayla. Y como ella, si quito esa cosa, morirá en minutos, sino segundos. Tendremos un reguero de sangre antes de que pueda hacer algo.

Tragué saliva, a medida que un ligero mareo se apropiaba de mí. No quería hacerme esas ideas, no quería pensar más en lo que le pasaría. O estallaría toda la casa conmigo.

—Entonces tienes que operar —masculló mi tía, retirando la muñeca de la boca de Aleksi.

—No sé si voy a llegar —replicó él, antes de mirarme—. Aunque su piel es más blanda que la nuestra, aun así, es más dura que la de Kayla. Una cirugía podría llevarme muchísimo tiempo. Kayla, no sé si lo voy a lograr.

Me estremecí. Mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo. Los pedazos de cerámica en el suelo se agitaron con la misma fuerza con la que mi corazón latía adolorido.

—Hay que tratar —dijo mi abuelo—. Hasta el último instante.

Sam suspiró, pero apenas después de eso, volvió a dar indicaciones. Pidió vendas, cantidades enormes de vendas. También un montón de objetos con nombres super quirúrgicos que nadie conocía.

Elliot volvió a marcharse y cuando regresó, lo hizo con Bethia y con su pareja, que también estaba excesivamente pálido. Ambos arrastraban todo el equipo que Elliot no pudo traer por sí mismo y ayudaron a montar las herramientas necesarias para lo que sea veía alrededor de Sam y de Aleksi.

Yo, solo permanecí muda, apaleando cualquier sentimiento, tratando de ser razonable. Me necesitaba lógica y calmada, no desatada.

—De acuerdo —dijo Sam—. Prepárense todos. Contener la hemorragia, voltearlo hacia arriba y obligarlo a tragar la sangre de todos los que puedan. Si no, la sangre de Kayla no servirá para nada.

Toda la habitación contuvo el aire. Con el alma tiritando de miedo, me tapé la boca con los dedos de Aleksi. Los sostuve contra mi piel y lloré, también sin respirar.

—Uno, dos... Tres.

Siguiendo sus instrucciones, mi abuelo tiró de la lanza de metal hacia fuera, liberando su espalda. Aleksi se convulsionó y la sangre se derramó en una aterradora cascada. Pero todos estaban listos y eran rápidos. Enseguida mi abuela y Sam le llenaron ambas heridas con más tela y vendas.

—¡Voltéenlo ahora!

Lo pusieron boca arriba y presionaron su cuerpo contra los almohadones del sillón, para evitar que la hemorragia continuara. Así, en esa posición, mi tía logró verter la sangre de su muñeca dentro de la boca de Aleksi.

Vamos, vamos —susurró mi tío Sam, todavía ejerciendo presión, mientras yo me encogía más y más y me apretaba la mano de mi novio contra el rostro, deshaciéndome en pedazos—. Tiene que parar un momento nada más.

—¡Está tragando! —gritó mi abuela.

Por favor, por favor, por favor —gemí. Cerré los ojos, porque no podía mirar lo que sucedía. Ya tenía suficiente con no poder sentir el calor de su cuerpo, con no escucharlo hablar ni moverse. No podía verlo desangrarse hasta su muerte.

—¡Necesito más sangre! —exclamó mi tío Sam, pero sabía que no se refería a mí—. ¡La hemorragia está parando! Es ya. Directo en la herida, ¡ahora!

Apreté tanto los dientes que me rechinaron. Me hice una bola en el suelo, agónica, nerviosa, desquiciada. Me ahogué en ese pequeño espacio y no había nada ni nadie que pudiese sacarme de ahí.

—¡Sigue Alice, no lo dejes!

—¡Elliot! —escuché que mi abuela decía—. ¡Más vendas!

—¡Pinzas! —gritó Sam—. Eso, que caiga dentro. ¡Mamá, no dejes de presionarlo por debajo! Papá, un poco más y a la boca.

Abrí los ojos cuando me desplomé en el suelo. Escuché que mi tío decía que le había dado suficiente de mi sangre, pero gimoteé en el suelo y escondí mi brazo para que no me quitara la vía.

Entonces, una mano suave me tocó la mejilla y me pidió que liberara mis colmillos.

—Muérdeme —dijo Bethia, arrodillada frente a mi—. Y podrás seguir dándole tu sangre.

Quise alejarme de ella, pero en donde estaba, caída frente al sillón, no tenía más lugar para moverme. Negué con la cabeza, arisca, pensando en todo lo que desconfiaba de ella, en que tener su sangre en mi circulación era una traición a Aleksi, a mi tía y sobre todo a mí misma.

—Por favor —me insistió Bethia, poniendo su muñeca cerca de mis labios.

Me hubiese gustado decirle que antes muerta, pero cuando pensé que quizás sería muy única opción, Elliot apareció para colarse entre nosotras.

—Vamos —me dijo, apartando a Bethia con seriedad, como si hubiese entendido exactamente qué problemas había entre nosotras—. Bebé todo lo que puedas.

Observé el gesto de mi hermano por un segundo, antes de desplegar los colmillos y morder su brazo. Saboreé apenas y me concentré en tragar, entendiendo que el sabor de la sangre de mi compañero jamás se disfrutaría como el de alguien más. No me pareció algo encantador y disfrutable. Su aroma, más concentrado en mi boca, me generó un rechazo similar al de la sangre humana.

Pero lo hacía por él. Porque era lo que tenía que hacer. Por él, sería capaz de beber la sangre de cientos de humanos.

Empecé a sentirme mucho mejor y pude erguirme un poco del suelo. Elliot me vigiló como un halcón y le indicó a mi tío Sam que podía seguir donando en tanto siguiera bebiendo. De esa manera, el único doctor de nuestra familia siguió avocándose en Aleksi y dándole órdenes a todo el mundo.

En un momento, cuando giré la cabeza hacia mi novio, al darme cuenta de que le había soltado la mano, vi que mi abuelo le estaba dando de beber su sangre. Él no me devolvió la mirada, concentrado en lo que hacía mientras mi tía Alice ayudaba a la abuela. En ese momento, no parecía dudar para nada en salvarlo. Había una fiereza determinada en sus ojos; parecía que, con los ojos, le cantaba palabras que Aleksi ni nadie podía escuchar.

—Necesito suturar —explicó mi tío—. Sigamos así, vamos bien.

—La herida fue tan grave —susurró mi abuela—. Perforó su pulmón. ¿Cómo es que respira?

Cerré los ojos una vez más ante sus palabras. Mi boca aún estaba en la muñeca de Elliot y él, al verme sufrir, me abrazó para contenerme.

—Se colapsó. Pero el otro está bien —dijo Sam, entonces se giró hacia mí, mientras sus dedos se movían sobre el pecho de Aleksi, con herramientas que solo había visto en la televisión—. Ya quité la sangre acumulada en él, la suya. La sangre que le estás dando, la de papá y Alice ya está haciendo efecto. Los vasos se están curando. Voy a suturar y coser. Sigue bebiendo, eres la única que puede donarle.

Asentí, con lágrimas en los ojos, agradecida porque considerara correcto explicarme qué pasaba y qué haría para salvarlo. Agradecida, porque comprendía que para mi y para Aleksi, los dos éramos lo más importante del uno y del otro.

—No dejes de beber —me dijo Elliot—. No importa lo que me pase, ¿ok?

Mi tío trabajó, de ahí en más, casi en silencio. El resto de mi familia siguió sus indicaciones y, antes de que mi hermano aflojara con el agarre con el que me sostenía, voltearon a Aleksi para ocuparse del agujero que le quedaba en la espalda. El sillón debajo de él había absorbido tanta sangre que ya no era beige, estaba completamente rojo.

—Ya casi estamos. ¡Más sangre en la herida!

Mi abuelo se mordió la otra muñeca, provocándose una herida gigante para que así corriera libre y en cantidad lo que mi novio necesitaba. Mi tío solo esperó un minuto antes de comenzar a suturar también ahí.

Entonces, de pronto, de la nada, Aleksi movió la mano. Yo solté la muñeca de Elliot y grité, emocionada por una sola reacción de su parte. Me acerqué de nuevo a él y le atrapé los dedos.

—Estoy aquí, Alek. Estoy aquí —dije, besándoselos. Su mano ya no estaba tan fría como antes y de su garganta se escapó algo parecido a un gemido.

Mi tío exhaló, visiblemente aliviado. La tensión en sus hombros desapareció un poco.

—Sigue hablándole, te escucha —me dijo—. Vamos a voltearlo a la cuenta de tres. Necesita beber por sí mismo.

Lo pusieron boca arriba y pese a los primeros movimientos de su cuerpo, notamos que estos eran involuntarios. Seguía inconsciente, pero ya no parecía en peligro de muerte. Su ceño se frunció y su boca se torció, evidenciando que sentía dolor, que incluso en la negrura de su mente la estaba pasando fatal.

—Paremos con la transfusión.

Esta vez, no me negué cuando mi tío me sacó la vía. Aunque Aleksi estaba aún dormido, su instinto le permitió tragar la sangre de mi abuelo.

—Yo le daré ahora —dijo la abuela, pero Sam la frenó, justo cuando sacaba la vía también del brazo de Alek.

—No estás en condiciones.

—No estoy herida —le recordó ella, pero mi abuelo también se negó, de forma rotunda—. Solamente estoy embarazada, no inválida.

La miré brevemente con los ojos como platos, pero nadie más en el living pareció sorprendido por eso. Si bien conocía los deseos e intentos de mi abuela por tener otro bebé, no tenía idea de que era algo efectivo, real.

Sin embargo, no dije nada y volví mi atención en mi pareja, justo cuando mi tío le ofrecía su sangre ahora, en vez de mi abuela. Se hizo un silencio atroz en toda la sala y nadie dijo ni una palabra mientras el vampiro más poderoso del mundo se alimentaba a duras penas, saliendo de una situación tan riesgosa como la de un humano común y corriente.

Logré sentarme en el borde del sillón y me abracé a la cintura de Aleksi para llorar con un infinito alivio recorriéndome el cuerpo entero. Me sentía débil, cansada, muy agotada, pero eso no era nada comparado con la desesperación que se había apropiado de mí.

Apreté la cara contra su abdomen desnudo y ahogué un gemido que todo el mundo pudo escuchar. Las manos de mi abuela me acariciaron el cabello. Su tembloroso toque me hizo dar cuenta de que también estaba llorando.

—Va a estar bien, cariño. No te preocupes.

El tío Sam me palmeó el brazo también.

—Se recuperará, ya verás.

Levanté la cabeza y lo miré a los ojos. Me limpié las lágrimas de las mejillas pegajosas y solo no lo abracé porque era él quien estaba alimentado a Aleksi en ese momento.

—Gracias —susurré—. Gracias por salvarlo. Por salvarnos a ambos.

Mi tío apretó los labios, en una especie de sonrisa cansada. Sus ojos se volvieron cristalinos.

—Por la familia, lo que sea —contestó, dándome un cariñoso apretón.

Detrás de él, agotada, mi tía se dejó caer al suelo. Mi papá se derrumbó en un sillón. Elliot se dejó caer contra una de las mesitas de café. Mi abuela, con un suspiro, también se sentó en el piso.

—No podemos... —murmuró mi abuelo, desde el otro lado del sillón donde Aleksi yacía— dejar morir a... un miembro de nuestra familia.

Me temblaron los labios y por un instante, pensé en responder algo. Inspiré, pero al final nada salió de mi boca. Tampoco lo miré. En ese momento, no sabía como sentirme con respecto a él, con respecto a lo que acababa de pasar. No pensé que podría agradecerle por haberle dado tanto de su sangre a Aleksi con las cosas que había dicho antes, con ese pacto tan horrible todavía pendiendo del cuello de mi marca.

Simplemente me quedé callada, como todos los demás en esa habitación, preguntándome si era una disculpa o una redención.

—Llevémoslo a su cuarto, donde pueda descansar —dijo mi tío, finalmente, alejándose de Aleksi—. Todos necesitamos descansar. Hemos perdido mucho hoy.

Observé a todos y noté que sus expresiones desvalidas, sus pieles pálidas por dar sangre, parte de su propia vida, evidenciaba esas palabras. Incluso Bethia, a quien yo detestaba con todo mi ser, parecía a punto de desmayarse.

—A mi cuarto —corregí, irguiéndome despacio—. Nuestro cuarto.

Nadie me contradijo. Entre mi abuela, Alice y Sam levantaron a mi novio del sillón. Lo trasladaron cuidadosamente por el living y marcharon por los pasillos en dirección a mi habitación. Los seguí, con mucha dificultad, hasta que mi papá me agarró de la cintura y me alzó en brazos.

—Fuiste muy valiente hoy —me dijo, acunándome como un bebé.

—¿Cómo está mamá? —pregunté.

Papá tardó en responder.

—Sobrevivirá —contestó, al fin, cuando casi llegábamos a mi habitación—. Podrás verla después de que hayas dormido bien. Diste mucho de ti, prométeme que descansarás.

Me dejó sentada en la cama y agradecí su ayuda, porque mis piernitas estaban de gelatina, producto de la debilidad por la transfusión. Incluso bebiendo la sangre de Elliot, yo le había dado demasiado a Aleksi.

Esperé, calmada, mientras lo acomodaban a mi lado en la cama. Le quitaron los pantalones sucios y los zapatos. Lo dejaron en ropa interior y lo abrigaron con las mantas. Mi tío solo me ordenó que durmiera y que vendría en un par de horas a revisarlo. La abuela me abrazó antes de retirarse. La habitación quedó en penumbras y en un silencio perturbador.

Me giré hacia mi novio y me acerqué con lentitud. Su respiración era leve, costosa. Hasta que su pulmón no se recuperara, la falta de aire sería un problema. Su rostro se contorsionaba cada vez que su pecho se elevaba un poco de más. Suaves quejidos se escaparon por entre sus labios abiertos.

—Sh —le susurré, acariciándole el rostro. Lo arropé, para que no sintiera frío y le planté un beso en la frente. Me abstuve de llorar porque, aunque me mataba verlo así, lo peor realmente había pasado. Él iba a sobrevivir y me necesitaba fuerte y entera para cuidarlo—. No te dejaré un solo instante —le prometí.

Me acurruqué contra su costado y le repartí cariños por todo el cabello. Le dije cosas bonitas y entrelacé su mano derecha con la mía. Con el sonido de mi voz, lentamente, dejó de quejarse. Su sueño se volvió más tranquilo, su expresión se relajó.

Yo no sabía nada de medicina, no tenía idea de qué pasaba con la consciencia de una persona cuando estaba en ese estado. Pero entendí que mi tío tenía razón y que, fuera como fuera, él sí podía escucharme. 

¡ALEKSI VA A ESTAR BIEN, gente, va a estar bien! Seguro vivieron todo este capítulo con la misma tensión que yo. Aunque quizás no sepan lo que sufrí porque yo tampoco sé nada de medicina y encima Aleksi no es humano como para guiarnos por la medicina humana. Si alguien es médico, acepto sugerencias para mejorar este capítulo. Cualquier cosa que ayude a verse más realista <3

Espero que este capítulo les haya gustado y uf, ojalá que con este lleguemos... no sé, a 900k? Será posible? Sé que por Hodeskalle ustedes hacen de todo HAHA <3

No se olviden que vamos a hacer lecturas conjuntas de El alma y El arca porque ambas vuelven completas a Wattpad. Aprovechen para leer la Trilogía El dije entera y sigan los debates por instagram -> /anns_yn <3

Sin más, les agradezco el amor y el apoyo de siempre. ¡LOS AMO!

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