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Capitulo 8. Botón

8: Botón

Kayla

No sabía cómo decirle a Hodeskalle que no pensaba leerlo. Tenía mucho que estudiar, mucho de lo que ocuparme. Y, además, no sentía que era buena idea tener algo común entre ambos, algo que compartir. Creía que era entrar un terreno tembloroso, un lugar en el que estaría en constante tentación.

Ya estaba en constante tentación la verdad. No sabía si culpar o no al libro, porque tenerlo en mi cuarto me había pensar en él a cada instante. Y también soñar con él.

Nunca había tenido sueños con un hombre, no así. Sentarme en la cama, acalorada, con la sensación de haber tenido sus dedos o su boca sobre mi piel, era algo que jamás había pensado. Se había sentido tan real, tan bien, que no sabía cómo procesarlo.

Por eso quise volver a deshacerme del libro.

Al principio, escribí varias notas rechazándolo, como sí tuviera que romperle cruelmente el corazón. Luego, releí sus palabras y noté que él me pedía que me lo quedara a pesar de no estar interesada en él.

Me dije que sería terriblemente grosero devolvérselo, aunque él no fuese un ejemplo de la gran educación y la paciencia, y que si, lo hacía, también tendría que lidiar con él después, rondando cerca de mi cuarto intentando dármelo otra vez

O no, quién sabía.

La frustración, la incertidumbre, se combinó fácilmente con la ansiedad por él, producto de mis complicados sueños. Tener ese libro sobre mi cama se sentía como una presencia, se sentía como tenerlo ahí conmigo. Por eso, el martes por la noche lo metí en uno de los muebles de mi jardín, donde tenía toallas y algunos productos de cuidado personal que usaba en mi alberca y mi jacuzzi.

Sentí que el aire dentro de mi habitación cambió en cuanto lo tuve lejos. Sentí que el peso de su presencia, el de mi imaginación, no se colaría en mis sueños. Y todo eso me permitió concentrarme en mis cosas y olvidarme de él.

Sin embargo, el miércoles, cuando salí al pasillo para ir a la universidad, totalmente concentrada en los trabajos que tenía que entregar, no me esperaba encontrarme a Hodeskalle leyendo en la exacta misma ventana.

Me quedé de piedra, con mis carpetas a medio meter en el bolso, pensando en si tendría que saludarlo y hablar con él sobre el libro que no había leído o si podría simplemente ignorarlo. Si tenía que volver a pensar en lo que había soñado o fingir conmigo misma que nada había pasado.

Mientras repasaba mis opciones mentalmente, él las arruinó toda girándose hacia atrás para verme. Obviamente, me había escuchado, y yo seguía como una estúpida ahí, pensando que no, como si fuésemos humanos.

—Buenas tardes, conejita.

Me dedicó una sonrisa encantadora, casi abrumadora. Los ojos azules le brillaban a través de los huecos de la máscara, como si estuviese feliz de verme, como si no lo hubiese hecho en milenios.

No se me ocurrió otra cosa, para apalear las sensaciones de vértigo que me estaba generando, que ser más bien agresiva.

—Dijiste que ya no me llamarías así —repliqué. Quería parecer irritada por la forma en la que me llamaba, porque para mí, él me llamaba así porque me consideraba débil. Se estaba burlando de mi forma de existir.

Hodeskalle bajó la pierna del alfeizar y retuvo un suspiro, como si recién comprendiese que me había dicho de esa manera.

—Supongo que tendré que hacerte más regalos.

Terminé de meter mis carpetas en el bolso y pasé caminando por delante de él, altanera.

—Podrías mejor no regalarme nada y respetar mis deseos —contesté, sin verlo a la máscara. No quería encontrarme de nuevo con el brillo emocionado de sus ojos ni con las sonrisas que parecía tener solo para mí.

Seguí de largo por el pasillo, creyendo que lo había dejado atrás, pero antes de que doblara en la esquina, él se interpuso en mi camino.

—Tienes razón —dijo, ignorando que me pegó el susto de mi vida. Tuve tiempo de ajustar mis pies con tacones sobre el lustroso piso de mármol, si no, me hubiese caído de culo o peor: encima suyo—. Debería respetar los nombres por los cuales deseas que te llamen. Es mi culpa haberte puesto un apodo que no te agrada y, además, es mi culpa no poder sacarme la idea de que ese no es tu nombre. ¿Prefieres que te diga Kayla?

Me eché para atrás, sintiéndome como una boba protagonista de libros juveniles, que se llevan una impresión cuando el galán del cuento dice su nombre por primera vez. Pero, al contrario de ellas, yo no solo sentí el impacto por cómo saboreaba la palabra con la lengua, sino que me vi muchísimo más vulnerable que cuando me decía conejita.

Kayla en su boca era tan íntimo y me hacía sentir como si no tuviese escapatoria, que empecé a creer que conejita y princesa hasta eran opciones mejores. Tampoco creí que fuese justo que él tuviese la libertad y la potestad de conocer y llamarme por mi nombre cuando yo ni siquiera sabía él suyo. Él seguía ejerciendo mucho más poder sobre cualquiera de nosotros en esa casa y nadie parecía darse cuenta.

—No —dije. Él se echó levemente hacia atrás, sorprendido—. No somos tan cercanos como para que me llames por mi nombre.

Hodeskalle se cruzó lentamente de brazos y se apoyó en la pared.

—¿Entonces...?

—Soy la señorita White —contesté, esquivándolo.

Esta vez, sí que lo escuché seguirme.

—Eso es muy formal.

—Yo ni siquiera sé tu nombre, para que al menos sea equitativo y no tan formal.

—Mis amigos me dicen Skalle. Pero no sé cómo me llamas tú.

Tuve ganas de detenerme solo para darle un empujón y alejarlo de mi antes de que llegáramos a la zona más transitada de la casa. Lo que menos quería era ser sorprendida por alguno de mis familiares conversando taaaan amistosamente con Mørk Hodeskalle.

Además, su discurso en el último segundo se había vuelto hasta aniñado.

—No te llamo de ninguna forma más que por tu apodo completo —dije—. Mis abuelos y tíos te llaman Skalle, pero yo no te conozco, así que no puedo llamarte así.

No hacía esfuerzo alguno para mantenerme el paso, así que no importó que tan rápido yo corriera con mis tacos.

—Es un punto justo. ¿Pero en verdad crees que Mørk Hodeskalle es equivalente a señorita White?

Arrugué la nariz, viendo que ya llegábamos al vestíbulo.

—Sí.

—Mørk Hodeskalle es un seudónimo. Señorita es un tratamiento de cortesía. No son lo mismo.

Antes de que pudiese seguirme también al estacionamiento, me frené y lo encaré. Por un instante estuvimos de nuevo tan cerca que tuve miedo de desear tocarlo de nuevo, de desear más de lo que podía obtener. Pero, en cambio, fui capaz de percibir un poco de su aroma, algo que nunca me había parecido oler antes.

Tenía un tono dulce, bajo, parecido al almizcle. Se me hizo familiar, pero también estaba segura que desde que él había entrado a la casa jamás lo había olfateado a la distancia, como podía hacerlo con cualquier otro vampiro. Era casi como si él no oliera.

—Podrás llamarme por mi nombre el día en que yo sepa tu nombre verdadero, ¿ok? Si no, nunca antes, Mørk Hodeskalle —zanjé, concentrándome de nuevo en nuestra conversación y no en su aroma.

Una sonrisa tiró de nuevo de sus labios, pero esta vez fue divertida, no solo encantada.

—Creo que mejor te sigo diciendo conejita, ¿no?

—Sí —gruñí, antes te voltearme y seguir por mi camino, esta vez, sola. 

Llegué a clase para encontrarme con las chicas ya sentadas en el aula. Las dos estaban conversando sobre, por desgracia, el chico que Jane había conocido el jueves pasado en el bar. Gian, que estaba muy callado en las filas de atrás, les estaba prestando atención.

—¿Qué pasa? —les dije, al ver sus caras preocupadas.

—Si era él, ¿no es cierto? —me dijo Jane, enseñándome una foto de un portal de noticias de la ciudad, con la cara del tal James—. Dice que él y unos amigos están desaparecidos desde el viernes por lo menos.

Me tocó poner cara de póker. Obviamente, cuando tantos chicos de una clase social acomodada desaparecían a la vez, las familias estarían preocupadas y los medios de comunicación tendrían para hablar largo y tendido. Eso no quería decir, de igual modo, que fuesen a encontrarlos. Aunque Hodeskalle me sacara canas, podía confiar en él en que los había hecho desaparecer de la faz de la tierra.

—Creo que sí. La verdad es que no me acuerdo mucho de su cara. Me acuerdo más del que se quedó conmigo en el bar.

Emma se puso a revisar también los diarios virtuales para ver las fotos de los demás chicos.

—¿Era alguno de estos?

Negué. El chico que se quedó conmigo un rato más no estuvo en ese departamento y me alegraba, porque significaba que quizás no era un abusador, sino un chico más bien honesto.

—No, para nada.

Jane suspiró, acongojada.

—Vaya, de verdad no esperaba volver a verlo de esta manera —musitó—. Lo estuve buscando en Instagram, pero no pude encontrarlo y me vengo a enterar ahora que está desaparecido, ¡justo después de que nos conocimos!

Por el rabillo del ojo, vi como Gian se inclinaba hacia delante, para escuchar más de lo que decíamos.

—No te preocupes, Jane. Él seguro aparecerá pronto. Lo más probable es que se haya ido el fin de semana de vacaciones con amigos sin informar a sus familias. Deben estar todos borrachos o drogados por ahí —dije, sacando mis carpetas y restándole importancia al asunto.

Era consciente que lo hacía ver de la misma manera en la que muchos hacían ver las desapariciones de mujeres inocentes, justificando que estaban con parejas y no realmente en peligro. Pero me convencí de que ellos no eran inocentes y que además tenía que proteger a Jane y a mi coartada.

La profesora llegó en ese momento y nos pidió que entregáramos nuestros trabajos, así que toda la clase se apuró al frente del aula para ello. Yo me quedé atrás, para no meterme en toda la masa de alumnos y no me di cuenta de que Gian seguía detrás de mí porque estuvo totalmente callado, sin ganas de molestar ni un poco, hasta que también se levantó para entregar.

Después de que nos tocara adelantar material, leyendo y haciendo apuntes, al terminar la hora, no dirigimos a la siguiente clase comentado que efectivamente Gian había estado muy calmado.

—Yo creo que el golpe que le dio Kay lo asustó —dijo Emma, dando aplausos—. Y seguro debe tener miedo de que lo expulsen.

—Si cree que alguien lo filmó, sip —me reí, pero la verdad es que me pasamos a otra cosa cuando tocó prestar atención a la clase de Historia y al lento y viejo profesor Phillips que hacía todo extremadamente aburrido.

Recién cuando salimos al estacionamiento y el chofer de Emma pasó a recogerla, Jane y yo nos fuimos a nuestros autos volviendo a comentar sobre Gian, solo para que ella no me dijera más nada de ese chico James. Sin embargo, era difícil que se olvidara del tema porque para ella el chico había sido una ilusión momentánea y ahora estaba en todas las noticias.

Tuve que calmarla otra vez antes de despedirla en su auto y mentirle un montón sobre lo que seguro estaban haciendo él y sus amigos. De nuevo, me sentí incómoda por la mentira, pero lo suficientemente segura de que jamás nos relacionarían con ellos.

Me acerqué a mi auto y cuando abrí la puerta, me llegó un leve aroma dulzón que en realidad había logrado descifrar un par de hora antes. Almizcle. Me quedé dura, preguntándome cuándo Hodeskalle se había acercado tanto a mi auto como para dejar su aroma, tan leve, tan difícil de olfatear, en la superficie.

Me acordé del vampiro convertido de la semana pasada y de cómo todo su olor quedó pegado al metal cuando se apoyó en la puerta y cómo de ahí, al estar en contacto nada más con el vehículo, mi familia pudo darse cuenta de la cercanía con alguien que no pertenecía a nuestro clan.

Apreté los labios, cuando la brisa me despeinó el cabello y no fui capaz de obtener esa nota almizclada otra vez. Por más que olfateé, no la encontré y me sentí de repente una loca obsesiva, que ya estaba ligando al objeto de su deseo con cualquier cosa que le sucedía.

Me metí adentro, cerré la puerta, me tapé la cara con las manos y ahogué un gritito de frustración. Sí, ya me había admitido que Hodeskalle me atraía más de lo que jamás lo había hecho nadie. No tenía por qué ser nada malo, pero igual detestada estar tan perdida por él cuando apenas lo conocía, cuando ni siquiera había visto su cara o conocía su nombre. Era como estar atraída a un fantasma.

Tuve entonces que plantearme qué iba a hacer para solucionar ese problema, porque fingir que no me pasaba nada cuando él daba vueltas alrededor de mi cuarto y me llamaba "conejita" cada vez que podía, no estaba funcionando.

Moría por tocarlo, por quitarle la máscara y por dejar que sus labios me tocaran a mí, pero también sentía que no podía ceder a eso. Él no era como yo, era la clase de vampiro con la que jamás me relacionaría. Él había lastimado a mi hermano, matado a muchísimos, tenía una relación complicada con mi abuelo que no podía comprender y tenía la sensación de que también estaba jugando conmigo.

—Está provocándome —susurré, dándome cuenta de que en realidad eso ya lo sabía. Eso o de verdad intentaba caerme en gracia solo porque era la única de los White que lo rechazaba.

Entonces creí que optar por hacerme su amiga, para que se aburriera pronto de mí y me dejara en paz, podría ser una buena estrategia. Pero apenas lo pensé como la idea más lógica, me sentí repentinamente enferma, como si de nuevo estuviese tanteando un terreno pantanoso, nada firme, similar a la sensación que sentí cuando él podría haber dicho mi nombre.

—Okay, de acuerdo —dije, agarrando el volante—. Tampoco se va a quedar para siempre, ¿no?

El tiempo para los vampiros transcurría de forma muy diferente para los humanos. Una visita que seguro estaría contemplada para un par de días, máximo unas semanas, para mi familia podía ser de años, incluso décadas. Si el favor que le debía Hodeskalle a mi abuelo tenía que ver con que había salvado su vida, podía ser un favor largo de resolver.

—Tendré que mudarme —gruñí, sin poder tomar una decisión y encendiendo el coche.

Conduje fuera del estacionamiento, descartando la idea de hacerme su amiga y pensando que quizás, por unos días, podría pedirle asilo a Jane, hasta aclarar mi mente. Además, podríamos estudiar juntas para el examen del viernes y luego de eso solo tendría que tomarme unas vacaciones lejos de ahí, en algún lugar con muchísimo sol.

Apenas a dos cuadras de la universidad, me detuve en un semáforo y paseé la vista por las calles oscuras. Había poca gente dando vuelta por la zona, pero me llamó la atención el hombre de piel cobriza y traje negro que estaba parado en la esquina.

La luz del semáforo se puso verde y avancé sin quitarle los ojos de encima. Cuando lo pasé, me di cuenta de que era el vampiro de la semana pasada, aquel que me había estado persiguiendo.

Me tensé. La máscara de Hodeskalle no había funcionado. Él todavía me estaba acosando. Era más que evidente, así que aceleré para llegar a casa, tratando de prevenir cualquier desastre. Solo cuando entré al estacionamiento subterráneo de nuestra mansión, pude respirar con normalidad.

Exhalé, derrumbándome contra el volante, dándome cuenta de que no podría irme a lo de Jane aunque quisiera si ese tipo seguía detrás de mí. Por desgracia, iba a tener que hablar con mi abuelo de forma oficial y solicitar que los guardias de nuestro clan le pusieran los puntos por mí.

Crucé con paso veloz la galería que llevaba al vestíbulo y de ahí busqué a mi abuelo en su despacho. Lo encontré ahí, charlando con mi papá en voz baja. Ambos cortaron su conversación cuando abrí la puerta, pero no me pareció sospechoso para nada. Solían tener sus secretitos.

—Tengo un problema —admití.

Odiaba tener que pedir algo así. Lo detestaba porque de nuevo significaba que necesitaba a mi clan como guardaespaldas, haciendo de niñera, cuando yo era una adulta. Me hacía sentir realmente como una princesita, como que no era lo suficientemente independiente o capaz de defenderme sola. Si no podía hacerme cargo de un solo vampiro, ¿qué se podía esperar de mí?

Pararme en ese despacho, delante de ambos, para decirles que no podía resolver algo me resultaba incómodo. Como si yo fuera una falla.

—¿Qué sucede, cariño? —preguntó papá, poniéndose de pie al instante.

Apreté los labios.

—¿La abuela les constó del vampiro que me siguió, no?

Mi abuelo asintió, pero me corrigió al hablar.

—Skalle lo hizo.

Hice una mueca. Seguro él se enteraría pronto de esto también.

—Lo vi a dos cuadras de la universidad. Me vio también. No me parece una coincidencia.

Mi papá y mi abuelo cruzaron una mirada. Los dos se mostraron bastante más contrariados que enojados.

—Pensamos que la presencia de Skalle sería suficiente para ahuyentarlo, pero es evidente que no —dijo papá—. Enviaré a varios hombres a rastrearlo. No está nada bueno que no puedas hacer tu vida tranquila.

—Quería ir a la casa de Jane mañana y el viernes —expliqué, aunque todavía no le había preguntado—. No puedo hacerlo si este tipo me está siguiendo. Podría poner en peligro a su familia.

Mi abuelo asintió, con seriedad.

—Lo resolveremos esta misma noche.

Pese a todas mis inseguridades como semi humana, su promesa me tranquilizó. Mi abuelo nunca faltaba a su palabra y estaba segura de que no tenía que dudar de él. Salí del despacho, tratando de convencerme, mientras caminaba por los pasillos, que no debía sentirme avergonzada por pedir ayuda en esta ocasión, pero fue difícil en cuanto me comparé con mi hermano de nuevo. Si no fuera porque Elliot solía meterse en problemas adrede, él no tendría que pedir ayuda de este tipo, porque él sería capaz de enfrentarse a cualquier vampiro en paz. Pero yo...

Yo no podía. Podía ser que muchos me confundieran con una vampira completa a simple vista o por el olor, pero era diez o veinte veces más débil que una. Contrario a lo que le dije a mi abuela, no tenía forma de deshacerme de acosadores que no fueran humanos.

Traté de olvidarme de tema y le envié un mensaje a Jane para preguntarle si podía quedarme en su casa, para escapar un poco de la mía. Me metí en mi habitación y quedé ahí, esperando su respuesta, que fue por supuesto positiva, hasta que me dí cuenta de que no encontraba una de mis carpetas, porque esta no estaba en mi cartera.

Me puse unas pantuflas y marché por los largos pasillos de la mansión, pensando que se me debió caer en el auto, cuando bajé mis cosas a las apuradas. Estaba llegando al vestíbulo cuando me crucé con Hodeskalle, que jugaba con algo pequeño y negro, dándole vueltas entre los dedos.

Él se detuvo al verme y me dedicó una sonrisa como saludo.

—Conejita —dijo, nada más, aprovechando que estábamos solos. Jamás me llamaría así delante de algún miembro de mi familia. Ni siquiera lo hacía cuando había empleados cerca.

Me acordé que no había resuelto cómo actuaría con él de ahora en más, así que no dije nada. Él no se molestó y pasó por mi lado, dándole vueltas al pequeño objeto negro que resultó ser un botón.

Fue en ese momento que me percaté de un olor que no tenía nada que ver con el suyo. Provenía del botón negro y me dejó pasmada, totalmente helada. No pude dar ni un paso más, pero tampoco pude voltearme y preguntarle qué significaba eso.

Escuché como Hodeskalle se alejaba por el pasillo con el botón del traje del vampiro del cual mi abuelo todavía no había tenido oportunidad de ocuparse. 

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