Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 7. Historias por contar

7: Historias por contar

Kayla

Esperé que la abuela clarificara, pero ella se volvió hacia sus rosales y se puso a tararear, otra vez, solo que ahora una canción de Dua Lipa.

—¡Abuela! —exclamé, cuando pasó un minuto entero y no se dignó a explicarse—. ¿Salvarle la vida? ¿El abuelo? ¿Cómo?

Ella agarró la palita de jardinero y se puso a cavar otro pocito.

—Bueno, fue hace mucho. Como te dije, tu abuelo era muy joven y Skalle lo era también. Desde entonces, han sido amigos.

Se quedó callada de nuevo y quise arrojarle una maceta por la cabeza.

—¿Cómo carajo le salvó la vida? —insistí, y ahí mi abuela me dirigió una expresión iracunda.

—La boquita, Kayla.

—Bueno, bien, ¿cómo santos le salvó la vida? —repliqué, cruzándome de brazos y girando los ojos.

—Creo entender que por aquel entonces Skalle estaba muy pagado de sí mismo. Aunque seguro ya tenía al menos quinientos años. Yo supongo que confiaba muchísimo en sus poderes y en el miedo que empezaba a gestar su nombre, pero ya sabes que, en esos tiempos, antes de cristo, los antiguos no se dejaban asustar por cualquier recién nacido —contestó ella, cruzándose de brazos también, solo para imitarme.

Las historias de los antiguos nunca me habían gustado. No eran como las historias de Mørk Hodeskalle, eran más bien aburridas, arbitrarias y a mi parecer estúpidas. Los vampiros que tenían tantos milenios eran especialmente retrogradas, muy apegados a prácticas asquerosas, a las guerras caprichosas y a la esclavitud, considerándose a sí mismo dioses. Era irónico, porque nadie consideraba a Mørk Hodeskalle un antiguo, a pesar de lo viejo que era. Los antiguos tenían muchísimos años más. Milenios más.

Por suerte, no quedaban muchos. La mayoría de ellos había sido asesinada por sus descendientes o se habían aburrido de la vida y se habían dejado morir. La verdad, mi abuelo y Hodeskalle fueron parte de generaciones más flexibles, ellos fueron parte de quienes cambiaron nuestra forma de vida y se alejaron de las costumbres que, para mí, que encima había nacido en el siglo 21, eran horrorosas.

Los antiguos se vieron obligados a adaptarse y a perder el control que tenían sobre el mundo vampírico y humano por igual. Aunque con siete o diez mil años cualquiera podría pensar que su piel era aún más dura que a los quinientos, lo cierto es que la vejez le llegaba a los vampiros de sangre debilitando su velocidad, sus dientes y la dureza de su cuerpo. Incluso aunque parecieran veinteañeros.

Mi abuelo se veía más viejo que aquellos pocos que quedaban e insistían en parecer jovenzuelos. No se trataba solo de una decisión sobre el aspecto físico, si no de fortaleza. Ellos creían que, al beber sangre de animales cada tanto, lo que permitía envejecer las facciones, también te volvías más débil. Según mi tío Sam, eso no era cierto. Daba igual que ellos solo bebieran sangre humana y se mantuvieran jóvenes e inmutables, algún día, quién sabía cuándo, el destino también vendría por ellos.

A mi me agradaba que se hubiesen marchitado, al igual que sus ideas, porque también se habían creído dueños del universo. Mi abuelo había tenido que lidiar con un padre terriblemente déspota y autoritario y, por suerte, ya no teníamos que saber nada más de él. 

—Supongo que, para los antiguos, Hodeskalle era un niño jugando a los superhéroes —dije, relajándome en la reposera—. O a los villanos, quizás.

La abuela se rio.

—Cualquiera que dijese tener poderes mágicos en esa época seguro era tomado por loco. A Skalle le tomó varios siglos labrar su reputación, y aun así, cuando tienes quinientos años, eres demasiado joven para conocer las artimañas de un vampiro antiguo —siguió ella—. Pecó de tonto.

—Que no te oiga decir eso, Olive —dijo mi abuelo, apareciendo de pronto junto a nosotras. Noté que se estaba riendo y que no se tomaba en serio la idea de que Hodeskalle pudiese hacerle algo por llamarlo tonto.

—Calla —dijo mi abuela, lanzándole barro a la cara, que él esquivó con elegancia—. Tu nieta quiere conocer la historia de cuando se conocieron. Y no me parece mal indicar que él fue tonto y tú listo. Aunque eras mucho más joven que él, claro.

Mi abuelo se volvió a reír y se agachó para agarrar un poco de barro y pintarle la mejilla a su esposa, como si no llevaran quinientos años casados, como si fuesen unos adolescentes enamorados.

—Puaj —musité, para que se dejaran de arrumacos y pudiésemos seguir hablando de lo que a mi me interesaba—. Por favor, búsquense un cuarto.

—Ya nos buscamos uno anoche —replicó mi abuelo, con simpleza. Se le olvidaba a veces que hablar de sexo delante de su nieta debía estar prohibido.

—No quiero saber eso. Quiero saber cómo salvaste a Hodeskalle para que ahora esté aquí, importunándonos la casa, porque resulta que así se hicieron mejores amigos —gruñí, poniéndome de pie. Agarré una maceta y apunté hacia sus rostros como advertencia.

Mis abuelos cruzaron miradas cómplices y luego se echaron a reír, porque sabían, al igual que yo, que jamás les lanzaría nada. Me tenían demasiado bien criada como para eso.

—Es la historia que Skalle jamás quiere contar —se carcajeó mi abuelo, levantándose y sacudiéndose el barro de las rodillas de su pantalón de vestir—. Había un antiguo al que todo mundo le temía y le huía y ese fue el antiguo al que yo decidí apelar para que Skalle sobreviviera. Tu bisabuelo era un ser nefasto, Kayla —añadió, poniéndole un tono más serio a su voz—. Ya te conté a ti y a tu hermano por qué intentaba desesperadamente alejarme de él y porqué estuve mucho tiempo solo.

Bajé la maceta, lentamente.

—¿Tu papá quiso matar a Hodeskalle? —pregunté.

—Y Skalle fue demasiado imbécil como para creer que le ganaría sin mover un dedo —dijo el abuelo, avanzando hasta mí y pintándome la nariz con barro—. Por desgracia, no tengo permitido contarte más de esta historia, porque realmente Skalle y yo, y por ende tu abuela, tenemos un trato para no revelar lo que sucedió ese día. Pero sí puedo decirte que la última vena de bondad y cariño que había en mi padre la usé para salvar a un vampiro que ni siquiera conocía.

La abuela podría haber empezado por ahí. Con eso, hubiese dejado de insistir. Sin embargo, al menos tenía un poco más claras las cosas y aunque aún no sabía qué había hecho mi abuelo para salvar a Hodeskalle de mi propio bis abuelo, al menos podía apreciar más su vínculo.

Bufé y dejé la maceta en el suelo, ante sus atentas miradas, mientras el abuelo se reía de mi nuevo look.

—¿No te vas a molestar dejar de ser la más pequeña? —me preguntó él, de pronto.

Yo hice una mueca. Otra vez volvía al tema que me daba escalofríos. No me gustaba mis padres o mis abuelos hablaran de sexo a mi alrededor, no al menos para hacer referencia al que tenían entre ellos.

En teoría, mis abuelos no solo se veían jóvenes, sino que también lo eran para nuestra especie. Mi abuelo tenía alrededor de dos mil quinientos años y mi abuela estaba por cumplir setecientos. Él parecía casi de cuarenta y mi abuela de treinta. Ella sería fértil por muchísimos siglos más.

—No me hagas pensar en eso —repliqué, tapándome los ojos como si estuviesen haciendo las cosas asquerosas delante de mí—. Qué asco.

Mi abuela chistó.

—Tu abuelo no es un asco —replicó.

Deug, deug —grité, alejándome de ellos.

Los escuché reírse antes de cruzar la puerta que llevaba a uno de los pasillos y traté de no formarme ninguna imagen mental. Entendía la necesidad la repentina necesidad de mi abuela por seguir teniendo bebés, porque con mi hermano y yo ya se le había pasado la emoción y porque la tía Alice no lograba ni emparejarse y menos embarazarse, pero tenían que poner un límite delante de mí.

En mi concepción de las cosas, el sexo era algo que yo hacía, no ellos. Tampoco solía hablar de mi vida íntima, salvo con mi tía Alice cuando ella estaba en casa. Mis padres no solían preguntarme nada, porque como estaban seguros de que no había vampiros con los que tener relaciones, no se preocupaban. Con Elliot tampoco ventilaba mis encuentros amorosos porque no deseaba escuchar los suyos.

Volví a mi habitación pensando si realmente tendría un nuevo tío o tía que sería menor que yo. En las familias de vampiros esto no era raro, porque de por sí la mayoría siempre parecía muy joven, pero como nunca había vivido puntualmente eso, pensé que sería divertido mientras fuese pequeño.

—Ojalá sea una niña —murmuré, ensimismada con mis pensamientos.

Las vampiras de sangre eran escasas. Siempre nacían menos que los hombres y la dificultad para embarazarse sin una pareja con marca hacía las cosas más difíciles. La mayoría de los vampiros de sangre hoy en día eran como Elliot, hijos de una madre humana cuyos genes habían quedado totalmente pisoteados por los generes vampíricos, como si la genética humana ni siquiera hubiese existido en la concepción.

De nuevo, yo era la única excepción conocida. En mi caso, los genes se mezclaron y eso traía muchísimas incógnitas. En cuanto a agrandar la familia, no sabía si podría hacerlo por mí misma, así que mientras la tía Alice buscara una pareja, quedaba en manos de la abuela. Yo quizás nunca podría emparejarme o, si era capaz de concebir con normalidad, como una humana, probablemente trajera hijos más débiles y para nada inmortales.

Un nuevo bebé me quitaría la preocupación por un largo tiempo, porque si bien quería tener hijos, no quería estar sufriendo por si podían encajar entre un clan vampírico o no.

—Te ves contrariada, conejita —me interrumpió la voz de Hodeskalle cuando doblé en el pasillo rumbo a mi cuarto. Estaba sentado en el alfeizar de uno de los ventanales, apoyándose en una pierna flexionada y leyendo un libro que bajó lentamente cuando me detuve.

Su postura era tan relajada, descontracturada, como sexy. Me pareció increíblemente atractiva la forma en la que su mano sujetaba el libro y cómo se marcaba la línea de su mandíbula cuando se giraba hacia mí.

Tragué la saliva que de pronto se me había acumulado en la boca. Mis ojos se dirigieron a los botones de su camisa abierta, a la sutil curva de los músculos de sus pectorales, que se asomaban tímidos.

Dejé de respirar cuando pensé que necesitaba, desesperadamente, desabrocharle todo para ver... y tocar. En cuanto noté la dirección peligrosa de mis pensamientos, y que ya no me irritaba cuando lo veía, que más bien no paraba de sentir electricidad recorrerme la columna, busqué motivos rápidos e innecesarios para molestarme con él.

Me sirvió el hecho de que estaba a diez metros de mi puerta.

—¿No tienes otro sitio dónde ir a leer? —masculle, más ruda de lo que de verdad hubiese querido. Soné realmente desesperada por estar enojada.

Hodeskalle ladeó la cabeza, tensando los músculos de su cuello. El corazón me di un vuelco casi psicópata. Me llevé una mano al pecho, como si quisiera sujetarlo y él ladeó aún más la cabeza. Seguro, bajo la máscara, estaba arqueando las cejas.

—Me gusta cómo se ven los árboles del jardín desde estas ventanas. ¿No puedo estar aquí?

Me mordí la lengua. Estuve a punto de señalar que esa ala de la casa me pertenecía, pero me dio miedo señalárselo por si aún no lo sabía.

—Hay mejores lugares para leer que este incómodo pasillo —repliqué.

Él bajó la pierna que tenía apoyada en el alfeizar y se sentó correctamente.

—Si te incomoda que lea cerca de ti mientras duermes, puedo entenderlo perfectamente, conejita —respondió.

Contuve los deseos de golpearme la frente contra la pared. Fui muy estúpida al pensar que él no sabría dónde dormía. Quise decirle que no me incomodaba, que me daba igual, pero mientras él se paraba y cerraba su libro, solo atiné a hacerme a un lado para dejarlo pasar.

—No me digas conejita —musité, con los dientes apretados.

Hodeskalle se detuvo antes de pasar junto a mí.

—Es difícil no hacerlo cuando no te gusta que te diga princesa y usas shorts de conejos —dijo, esbozando una sonrisa.

Se le marcaron los hoyuelos y otra vez sentí que se me aflojaban las piernas. Era impresionante como solo esa parte de su cara me generaba tantas sensaciones. Ni siquiera podía verle el resto del rostro, ni siquiera sabía su nombre o siquiera cómo se habían conocido en realidad con mi abuelo, pero yo estaba esforzándome al máximo para no volverme loca por él.

Sentía deseos de tocarle la mandíbula, de acariciar sus hoyuelos. De besarlos. De ir hacia abajo, de nuevo de arrancarle esa camisa y probar con mis labios el sabor de toda su piel.

Tragué saliva y retrocedí hasta la pared, ignorando que podría verme como una idiota cobarde. Si seguía tan cerca de él, realmente le tocaría la cara y le suplicaría que me tocara también. Lo peor... le pediría que me tocara en cualquier parte.

—¿Tengo que elegir entre princesa y conejita? —siseé, tratando de que lo que él me provocaba se convirtiera en puro rechazo, en ira. Si podía tomar el deseo como una razón para sentirme incómoda y frustrada de nuevo, lo lograría.

—Haré un esfuerzo para no llamarte así de ahora en adelante. Pero discúlpame si de pronto lo arruino. En mi mente, ya eres conejita —explicó—. Pequeña, esponjosa y algo rabiosa.

Eso sí me sirvió. Me molestó tanto que me considerara tan débil como un conejo que estiré la mano y le arrebaté el libro, antes de que se alejara.

Hodeskalle no se inmutó, se quedó viéndome, esperando a que hiciera algo más.

—¿Entonces tú qué eres? —repliqué, con un tono mordaz—. ¿El zorro, un lobo? ¿Es porque tengo 21 y tú como 3000 años? ¿O es porque soy una semi vampira, demasiado débil?

Mantuve el libro lejos de su alcance, aunque sabía que, si usaba sus poderes mentales, lo perdería pronto. Sin embargo, no hizo nada, solo siguió viéndome. Pude ver el brillo de sus ojos a través de la máscara.

—No, es porque usas pantalones de conejos —repitió, con simpleza y me sentí terriblemente estúpida, porque era algo que ya me había dicho hacia menos de dos minutos. Entonces, él señaló el libro con el mentón y una sonrisa volvió a tirar de sus labios—. ¿Por qué no me lo devuelves cuando lo termines? Me gustaría conocer tu opinión, conejita.

Se dio la vuelta y se marchó, finalmente, doblando en la esquina del pasillo. Dejé de escuchar sus pasos en un instante y me di cuenta de que me había dejado peleando sola, porque él jamás tuvo la intención de ir más lejos que una provocación infantil.

Levanté el libro con intenciones de arrojarlo, pero me frené cuando vi que se trataba de una popular historia de vampiros.

—No puede ser —solté, agarrando con las dos manos el ejemplar de Entrevista con el vampiro de Anne Rice. Jamás lo había leído, pero mi tía sí y a menudo había hablado de él en las cenas cuando yo era más joven. Nunca, jamás, hubiese imaginado que Mørk Hodeskalle podría estar leyendo historias modernas de vampiros—. No tengo tiempo para esto —repliqué, metiéndome el libro bajo el brazo y entrando a mi habitación. 

Lo tiré sobre mi cama y me senté, dispuesta a concentrarme de vuelta en mis estudios. Tenía cosas más importantes que hacer que andar leyendo cuentos sobre mi especie. Suficiente teníamos ya con los cuentos de Hodeskalle. 

Me forcé a no salir de mi habitación el resto del fin de semana. Me llegaron las notas del examen del jueves por mail y aunque lo aprobé, no estaba conforme con el resultado. Era demasiado pobre para mi gusto y estuve a nada de no poder pasarlo. Supuse, más bien, que los profesores me habían dado medio punto más por mi buen desempeño el resto del semestre.

Entonces, motivada por el orgullo, ignoré todo lo sucedido con Hodeskalle, mis dudas e incógnitas, así como el libro de Anne Rice que me había dado. En lo único que perdí el tiempo fue encontrando a una de las empleadas para que fuese a llevárselo. Hallé entre sus páginas un señalador de papel viejo, pero bien cuidado, que evidenciaba que no lo había terminado. Quedármelo no tenía sentido si realmente no pensaba tocarlo cuando él estaba esperando para seguir con la lectura.

Hablé con Jane continuamente y solo salí de mi cuarto el lunes, para ir a clases y enfrentarme al primer examen de la semana. Me encontré con mis dos amigas y pude comprobar que Jane estaba totalmente recuperada y que seguía sin acordarse lo que realmente le había pasado.

Por suerte, también estaba bastante tranquila, porque seguía creyendo que el chico del bar, James, no había tenido nada que ver y que por suerte yo la había encontrado. Sentí un poco de remordimiento cuando charlamos del tema después del examen, porque, a pesar de todo, me dolía mentirle.

Apenas llegué a casa, me fui derecho a mi habitación y rechacé la propuesta de mamá para cenar todos juntos de nuevo. Me excusé con lo del olor de la sangre y con el examen que tenía el viernes y ella me dejó ir luego de desearme suerte y preguntarme cómo me había ido en el de la tarde. Como me sentía muchísimo más confiada que el jueves pasado, le conté que esperaba aprobar con una excelente calificación.

Antes de llegar a mi puerta, me encontré con una empleada, que tenía el libro de Anne Rice en las manos.

—Señorita —me saludó—. El señor Mørk Hodeskalle le envía esto.

Sobre el libro había una pequeña nota doblada, por lo que lo tomé antes de poder explicarle a ella que había mandado a devolvérselo con otra mucama.

—Gracias.

Ella se marchó y solo ahí me animé a desdoblar el papel:

«Quédatelo el tiempo que quieras, incluso si no deseas leerlo. Tómalo como una compensación por haberte llamado "Conejita"».

No supe por qué él creía que yo estaba interesada en leer esa historia, pero tuve que admitirme que era un lindo gesto de su parte. Me conmovió que intentara ser amable conmigo, de alguna forma extraña, pero un par de segundos después, me recordé que no podía ceder tan fácil.

No quería ser tan fácil como mi subconsciente, cuando este me traicionaba. Quería tener en mente que apenas habían pasado diez días desde que golpeó brutalmente a mi hermano. Tenía miedo de olvidarme que en realidad él seguía siendo un monstruo. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro