Capítulo 6. Deudas
6: Deudas
Kayla
Llevé a Jane a la clínica privada de la que mi tío Allen era dueño. Llamé a su familia y les expliqué que logré rescatarla cuando intentaba subirse así, a su auto, después de huir de quien la había drogado.
Les dije también, cuando llegaron a la clínica, que no recordaba el rostro ni el nombre del chico, porque ella no llegó a pasarme esa información. Me quedé ahí, con ellos, durante horas, mientras esperábamos su recuperación.
Por suerte, los médicos tenían pronósticos favorables y para el amanecer sus padres pudieron verla. Yo recé para que ella no recordara mucho, porque no podía decirles que entre a ese departamento por el balcón, menos podía decirles exactamente dónde había estado, porque intuía que Mørk Hodeskalle habría dejado un desastre.
Agarré mi teléfono justo cuando un oficial de la policía ingresó a la privada sala de espera, buscando a sus padres. Me ignoró totalmente y los médicos lo dejaron pasar a la habitación de Jane para que charlaran.
—Tío Allen —dije, apenas me contestó, en un hilo de voz que, de haber estado un humano conmigo, no me habría escuchado—. Hay un policía en la clínica.
Había hablado con él antes de que llegaran los padres de Jane. Él estuvo de acuerdo con mi versión, porque no sabíamos nada de lo que había sucedido después de que me marché. También, me había dejado indicado que los gastos de mi amiga corrían por nuestra cuenta, aún cuando sus papás pudiesen abonarlo sin problemas.
—No te preocupes —me dijo mi tío. Escuché que alguien hablaba por lo bajo, del otro lado de la línea. Reconocí el timbre de inmediato y me invadió el alivio. Hodeskalle ya había aparecido—. Sigue con la versión que dijiste. No cambies nada. Está todo limpio.
—¿Todo?
Esos edificios debían de tener cámaras de seguridad. No lo había sopesado en ese momento porque había otras cosas más importantes, pero llegados a este punto, cuando Jane ya estaba a salvo y bien, me carcomía el hecho de que mi cara pudiese estar en las filmaciones del edificio.
—Descuida. Ven a casa en cuanto puedas. Charlaremos el resto aquí.
El policía salió de la habitación y se encaminó hacia mí, con una libretita en la mano. Me despedí de mi tío y colgué, lista para enfrenarlo.
—Buenas noches, ¿es usted la amiga de la señorita Evermore?
Asentí con cortesía y procedí a explicarle mi versión de los hechos, sin dudar ni un instante, para que creyera más en mi que en cualquier cosa que Jane pudiese haberme dicho.
—La señorita Evermore dice que cenó con usted y que se fue con un muchacho... —dijo el policía, agitando la lapicera sobre el anotador—. Dice que su nombre era James y que fueron a su departamento. No recuerda bien qué pasó luego de eso, pero dice que usted estuvo ahí.
Puse mi mejor cara de confusión.
—No. —Fui firme. En casos así, mi padre me había enseñado que los seres humanos dudaban cuando tú dudabas y creían cuando tú creías. Me creí mi versión a toda costa—. Encontré a Jane intentando subirse a su auto. Ella me había mandado su ubicación, no sabía qué edificio era. Así que es una suerte que la haya encontrado fuera.
—¿Ella mencionó a alguien más? ¿Qué edificio era, qué departamento?
Negué con la cabeza.
—No, cuando la encontré, apenas si podía mantenerse en pie.
El oficial hizo una mueca, porque no sabía por dónde avanzar, pero al final me dio las gracias y se marchó. Le envié al instante un mensaje a mi tío y le dije que no había cambiado la versión y que esperaba que nadie nos relacionara con lo que sea que había pasado dentro de ese departamento, pero mi tío solo me mandó un emoji de un corazón.
Puse los ojos en blanco justo cuando los padres de Jane salián de la habitación y tuve un segundo para recomponer mi rostro.
—¿Cómo está? —pregunté.
Los médicos ya nos habían dicho, hacia rato, que Jane no tenía signos de abuso sexual, por lo que yo había llegado a tiempo. No habían empezado con ella, pero eso no quitaba que ella se sintiera traumatizada. Aún estando casi inconsciente, los temores podían quedar en lo profundo de su alma.
Su mamá me sonrió.
—Está bien, puedes pasar a verla.
Me puse de pie al instante y su padre me frenó antes de entrar.
—No tienen que cubrir nuestros gastos —me dijo, con suavidad—. No tienen porqué molestarse.
Lo dispensé rápidamente.
—Mi tío ya me dijo que todos los gastos corren por nuestra cuenta —contesté, con una sonrisa. Su mamá le dio un apretón en la mano, como agradecimiento.
—No sabía que tu familia era dueña de esta clínica. Estamos muy agradecidos.
La mayoría no sabía ni quién éramos, así que menos sabrían de qué éramos dueños. Si bien la clínica era de mi tío y él se había encargado de comprarla desde hacia décadas, así como invertirle dinero en tecnología y profesionales de excelencia, en su total, contaba como parte de la fortuna White en general.
Entré a la habitación y encontré a Jane despierta, mirándose las uñas con un gesto un poco contrariado. Apenas levantó la cabeza y me notó, sus ojos se iluminaron.
—¡Kay! —gritó, estirando los brazos hacia mí. Corrí a abrazarla y le sostuve el rostro, solo para asegurarme que estuviese bien—. Qué bueno que estabas ahí. ¡No me acuerdo nada! Menos mal apareciste.
Me senté en el borde de la cama y le apreté las mejillas, con cariño.
—Sí, no hubieses podido conducir en ese estado —bromeé—. No sé cómo llegaste hasta tu auto.
Ahí, ella parpadeó, confundida.
—¿Hasta mi auto? Pero... —se calló, apretó los labios y luego se rascó la frente—. ¿Estás segura?
Asentí, todavía siguiendo mi versión.
—Sí, te encontré en la acera. ¿No te dijeron tus papás?
Ella se frotó las sienes. Otra vez estaba contrariada y levemente mareada.
—Creí... por un instante, haberte visto... Pero... en realidad, no sé. No me acuerdo mucho. —Le di unas palmaditas en el brazo, para calmarla. Era lo mejor, después de todo. Recordarse rodeada por al menos seis hombres, cuando estás tan indefensa, ha de ser horrible—. Los médicos dicen que logré salir a tiempo...
Le sonreí y aumenté las palmaditas.
—No pasó mucho tiempo desde que dejaste el pub hasta que me llamaste. Seguro ni siquiera fue él el que te puso algo en la bebida, quizás fue alguien en el bar y no nos dimos cuenta. Si no, no te habría dejado salir.
Jane dudó por un instante, pero era la opción más lógica, pues si el tal James hubiese querido abusarla después de drogarla, para ella, dejarla ir no hubiese tenido sentido. Además, ella había ido a su apartamento de buena gana para estar con él.
—No llegué a pedirle su teléfono —me dijo ella, aceptando la idea—. Qué pena. Me hubiese gustado disculparme por irme así. Seguro no entendió nada.
Me dolía mentirme, porque la realidad estaba muchísimo más alejada. Pero prefería mentir y protegerla de lo que realmente le había ocurrido. No la habían tocado, no lo recordaba y esperaba que no lo hiciera jamás.
Si lo hacía, algún día tendría que lidiar con las consecuencias y explicarle que todos esos chicos en realidad habían sido asesinados por el mejor amigo de mi abuelo, un vampiro milenario. Tampoco era una buena opción.
—Seguro lo verás de vuelta —contesté—. Lo importante es que llegamos al hospital a tiempo y estás perfecta. En unas horas podrás ir a casa en paz y tomarte un fin de semana largo de facto.
Hizo una mueca, de pleno disgusto, y no la entendí hasta que mencionó a Gian.
—Quería verlo rendir de nuevo su presentación... —bufó y yo me reí, feliz de que se preocupara solo por eso.
Me despedí entonces cuando sus padres volvieron a entrar y ellos me agradecieron una vez más por todo. Con la excusa de que estaba muy cansada por haber trasnochado, me marché enseguida de la clínica.
Volví a casa arrastrando los pies, a pesar de que no tenía un cansancio físico, porque al final me daba cuenta de que esa había sido la noche de mayor adrenalina de toda mi vida. La última vez que había saltado tantos metros había sido en nuestro castillo de campo, hacia seis años, tratando de perseguir a mi hermano por las torres del palacio, algo que jugábamos a menudo de niños.
Desde que había empezado la secundaria y la universidad, me había comportado muy humana. No tuve que salvar nunca a una amiga de una manada de depredadores, ni asustarlos como una verdadera vampira. Tampoco tuve que enfrentarme a desconocidos. Había sido mi primera vez para todo y me tenía agotada mentalmente.
Sin embargo, en vez de dirigirme a mi habitación, me fui derecho al despacho de mi tío Allen, que estaba junto a la biblioteca, esperando poder hablar con él de lo que Hodeskalle había hecho.
Lo encontré vacío y los pocos empleados que estaban despiertos a esa hora —por supuesto no vampiros convertidos—, me indicaron que mi tío y mi padre estaban en la sala de café contigua al comedor, con Hodeskalle.
Cuando llegué hasta ahí, abrí la puerta con cautela, sin saber qué esperar, pero seguro que no esperaba ver a Hodeskalle tomando café de verdad. Los tres se giraron a verme y papá y el tío Allen me sonrieron a modo de saludo.
—¿Cómo está tu amiga? —inquirió papá.
Sin detenerme a ver a Hodeskalle, cerré detrás de mí. Apenas avancé hasta los sillones y me dejé caer en el que estaba más alejado.
—Está bien. No le hicieron daño, más que la droga —expliqué, estirando las piernas, olvidándome que seguía con el pijama de conejos—. Eso es lo importante, pero los que más nos interesa es que no recuerda nada conciso. Cree haberme visto antes de que supuestamente la hallara en la calle, pero no sabe realmente qué sucedió.
Papá asintió.
—Eres una buena amiga y la salvaste de un destino terrible. Estoy orgulloso de ti —dijo, pero, aunque sus palabras eran halagadoras, después de todo lo que había pasado no sabía si tenía que sentirme orgullosa. En realidad, hubiese preferido no haber hecho nada y que Jane hubiese disfrutado su noche con un chico normal.
—Aunque hubiese estado bien que le hablaras un poco más a tu abuela y a tu madre antes de irte así —bromeó el tío Allen, dejando su taza de café en la mesa baja. Me distraje con ella, ya que era raro que ellos bebieran algo humano. Supuse que debía tener algo de sangre o ni siquiera Hodeskalle estaría tomándose su cafecito con mucha calma.
Solo en ese momento me atreví a echarle un vistazo. No tenía puesta la misma ropa con la que lo había visto en el jardín, ayudando a mamá a pintar, ni la misma que en la calle, junto a mi auto, pero estaba bien limpio y pulcro. Su máscara estaba intacta y ni siquiera se le movía un pelo cada vez que se llevaba la taza a los labios.
—Lo sé, no pensé demasiado.
—Por suerte, Skalle es un tipo rápido —comentó mi tío.
—Aunque hay que admitir que la señorita White conduce como un demonio —replicó Hodeskalle de pronto, bajando la taza y mirándome por primera vez en todo ese rato. La intensidad de sus ojos y la media sonrisa que me dedicó casi me baja los pantalones.
Sentí vergüenza de mi misma, por estar cayendo demasiado rápido por él.
—Lo bueno es que todo está hecho —replicó papá, dejando su taza también y poniéndose de pie—. Ahora que llegaste, me iré a descansar y a tranquilizar a tu madre. Estaba preocupada por ti y por Jane.
Pasó junto a mi y me revolvió el cabello que ya tenía revuelto, porque no había podido peinarlo mucho en el hospital. Salió del despacho y entonces me quedé con el tío Allen y Hodeskalle con muchísimas preguntas por hacer.
—Creo que también me iré a descansar. Este café es un asco —replicó mi tío, riéndose solo. Se detuvo junto a mi solo para decirme que me quedara tranquila, que nadie relacionaría que estuve ahí, y antes de que me diera cuenta, Hodeskalle y yo estábamos solos, encerrados, mientras seguía bebiéndose el asco de café contaminado con sangre humana.
No dije una sola palabra y forcé a mi cuerpo a moverse, para levantarme de ahí y rajarme, pero solo seguí viendo las tazas de café olvidadas en la mesita.
—Tienes preguntas, conejita —dijo Hodeskalle, dejando su café también en la mesa. Ahí noté que él sí que se lo había bebido todo.
—¿Los mataste? —solté, de improviso.
No pensaba dejarme vencer tan fácil por la accesibilidad que me estaba dando a las respuestas, pero no pude contenerme. Las palabras se escaparon de mis labios sin que siquiera las procesara.
—No los dejé en ese departamento, si es lo que te preocupa —me contestó, reclinándose en el sillón. Cruzó una pierna por encima de la otra y recorrió el bordado de los almohadones con los dedos. Seguí el camino que hacía, una y otra vez, casi hipnotizada, maquinando cómo esos dedos podían matar a alguien y qué bien se veían sus manos acariciando la tela.
—¿No los mataste ahí?
—Hubiesen relacionado la dirección que tu amiga te pasó por el teléfono, con lo que vio el hombre de la seguridad, con siete cuerpos vacíos de jovencitos de buen pasar, en un barrio rico, en un quinto piso.
No quise imaginarme dónde se había metido la sangre de, al final, siete tipos, porque no creía que él pudiese, físicamente, beber tanto. Por eso, pensé que quizás el departamento hubiese quedado hecho un desastre de sangre, como seguramente lo hubiese dejado yo al atacarlos.
—Supongo que sería mucha sangre en las paredes.
Él giró la cabeza hacia mi y detuvo los dedos en el tapizado.
—No me gusta el desorden ni las decoraciones excesivas —dijo, levantando el almohadón—. Tu abuela y yo nos parecemos en algo: nos gustan los ornamentos sencillos, las cosas limpias. Bellas por naturaleza. Las explosiones de sangre por todo un departamento, si es lo que te estás imaginando, no son de mis cosas favoritas. Además de ser un terrible desperdicio.
Apreté los labios y aunque quise, no pude desviar la mirada. No quería quedar como una tonta.
—¿Las grabaciones de las cámaras de seguridad? ¿Y el hombre que me vio?
—Me deshice de todas ellas, incluso las de la calle —contestó, resuelto, dejando caer el almohadón y olvidándose de él por completo. No siguió acariciándolo con los dedos—. El hombre de la seguridad está vivo. Tu tío le ofreció un empleo mejor, con muchísimo dinero y una amenaza clara. Sabe que su vida vale más en silencio.
Había muchísimas cosas en las que quería indagar. Quería saber si habían gritado, si habían suplicado. Quería saber en qué orden los había matado y si él tenía idea de que James había sido quien se llevó a Jane en primer lugar.
Pero no lo hice. Creí que, si indagaba en los detalles mórbidos, primero él pensaría que era una cínica. Y no lo era. A decir verdad, comenzaba a sentirme un poco incomoda con la idea de que todos hubiesen muerto. Ahora que Jane estaba bien y mi ira se había aplacado, aunque sabía que lo merecían y que quizás lo habían hecho antes, me sentía terriblemente hipócrita cuando siempre me jacté de ser una White que no era una salvaje como otros, como el mismo Hodeskalle.
En segundo lugar, creí que al final terminaría asustada. Nunca había visto a un vampiro atacar humanos, mi familia siempre me había protegido de esa realidad. Que Hodeskalle lo contara con su propia boca iba a dar mucho más aliento a mi imaginación de la que deseaba.
Preferí cerrar el tema ahí y simplemente fingir que no había ocurrido más nada. Olvidaría sus rostros y ya. Al final, no los había matado yo.
Me levanté y me encaminé hacia la puerta, sin agradecer, sin despedirme. Quizás era poco educado de mi parte, pero tampoco tenía una relación amistosa con él y no quería ceder ni siquiera en eso, porque mi mente ya me jugaba malas pasadas cuando de Hodeskalle se trataba.
Puse la mano en el picaporte y me frené, con una duda surgiendo en la punta de mi lengua.
—Supongo que ahora mi abuela te debe algo.
Me arrepentí apenas lo dije. Hubo un silencio impactante a mis espaldas y me mordí la lengua para reprenderme.
—Supongo que solamente se suma a la lista —respondió él, con un suspiro. Seguí mirando la puerta y con esa única respuesta, la abrí y comencé a salir al pasillo. Sentí su voz rodearme suavemente antes de que la cerrara—: Que descanses, conejita.
Decidí no ir a clase ese viernes. Me quedé en la cama, durmiendo todo lo que pude y dando vueltas por otros largos ratos. No lo lamenté, la verdad, porque me costó un poco recuperarme de todas mis impresiones.
Di vueltas sobre la muerte de siete personas, aunque fueran cerdos inhumanos, y me pregunté si realmente había sido tan empática con la vida humana como mi mamá había querido que lo fuera. En aquel momento, mientras estaba en el departamento, no lo hubiese dudado un instante.
No tenía con quién discutir eso, tampoco. Elliot se la pasaría interesado en los métodos de Hodeskalle y el resto de mi familia en que, al final, si no habíamos sido nosotros quienes se ensuciaban las manos, no tendría tanto dilema. También pensé que si realmente hubiesen llegado a lastimar a Jane no estaría debatiendo conmigo misma. No tendría esa dicotomía. Los habría matado yo misma.
Resolví que, al final, lo mejor era hacer como si no hubiese ocurrido, como lo harían todos en mi casa. Después de todo, no tenía otra opción más que seguir adelante con mi vida, también para dejarle a Jane una impresión de seguridad y tranquilidad. Si ella me veía contrariada, comenzaría a preguntarse lo que estuvo a punto de ocurrirle y tardaría más en procesar el miedo de lo que podría estar haciéndolo ahora.
Le escribí, a la tarde, para ver cómo estaba, y me dijo que seguramente la dejaran en observación hasta el día siguiente. Por supuesto, quería irse a casa lo más pronto posible y seguía renegando por no ver la fatídica presentación de Gian, pero al menos estaba bien y a salvo, protegida de lo que había tenido que ocultarle.
Atiné a avisarle a Emma que no iría a clases, debido a lo ocurrido con Jane, y que, si iba, le explicara de forma cautelosa al señor Evans que no asistimos por problemas personales.
Después de eso, me sentí mucho mejor y pude ponerme a estudiar para el resto de los exámenes que tenía la próxima semana. Me quedaba una exposición oral más y dos escritos y no podía dejarme distraer por nimiedades como los encantos de Hodeskalle o la gente que había matado o los favores que le debían a Hodeskalle.
Cuando el hambre y la curiosidad pudieron conmigo, finalmente alejándome de mis apuntes y libros, salí de mi habitación y vagué por la casa hasta encontrar a mi abuela, haciendo jardinería esta vez junto a la piscina.
No había nadie con ella, por suerte, y aproveché para acercarme sigilosamente y preguntarle antes de que pudiera prepararse.
—¿Qué le debes a Hodeskalle ahora?
Mi abuela no se sobresaltó. Por supuesto que me había escuchado llegar, pero sin dudas no se esperó que fuese tan directa. Dejó los rosales con los que estaba trabajando y suspiró.
—¿Deber por qué?
—Por haber ido tras de mi —repliqué, sentándome en una de las reposeras que estaban alrededor de la piscina.
Ella bufó y sacudió la mano llena de tierra hacia mí.
—No le debo nada, cariño. La realidad es que Skalle le debe tanto a tu abuelo que el haberte seguido entraba en el plazo —respondió, con simpleza, pero yo me quedé mirándola, con el ceño fruncido.
—Skalle no dijo lo mismo —musité, logrando que me mirara de verdad, de lleno, por primera vez en ese pequeño rato.
—Los vampiros como él juegan a ser crípticos, Kay —dijo, con tranquilidad—. Los mitos que se originan con él tienen más que ver con el misterio y las dudas que con sus poderes mismos. No te creas todos los cuentos.
Me guiñó un ojo y se puso a tararear antes seguir con los rosales. Yo procesé sus palabras con lentitud, pero no tuve más que ganas de decirle que sus poderes sí eran lo que hacían al mito, porque no eran falsos. Eran reales, Elliot los había vivido en carne propia.
Pero luego, un minuto después, entendí qué quería decir. El jugaba con la verdad y dejaba que otros creyeran atrocidades para alimentar su imagen. Quizás la mitad de sus terribles leyendas no habían ocurrido, pero después de milenios, después de que las dejara correr, ahora servían a construir a Mørk Hodeskalle como tal.
—¿Sabes su verdadero nombre? —pregunté—. Porque dudo que se llame realmente Calavera oscura.
La abuela alzó las cejas, con evidente perplejidad.
—No, no sé su nombre real. Nunca se lo he preguntado, tampoco.
—¿No? Pero si lo conoces hace mucho tiempo —señalé, porque me parecía irrisorio que ella, que lo defendía y aseguraba que era un buen tipo, no conociera su identidad—. Dejas que se quede en tu casa un hombre que no sabes cómo se llama.
—Nadie sabe su nombre, Kay —me contestó, metiendo un rosal en el hueco que había cavado antes de que llegara—. Tampoco tu abuelo. Skalle es más viejo que él y cuando se conocieron ya era llamado de esa manera. Siempre se presenta cómo tal y la verdad es que nadie tiene el poder para obligarlo a decir su nombre. Y tampoco sería educado exigirle a alguien que revele algo que no quiere contar.
Eso era cierto, pero había creído que al menos alguien como mi abuelo tendría la confianza suficiente para revelarle esa intimidad. En los últimos días, llegué a creer que la relación que tenían era más cercana de lo que jamás había pensado.
Durante toda mi vida no había sido consciente de que mi abuelo y él tenían una amistad. Por supuesto que mis tíos siempre tenían cosas para contar de Hodeskalle y se habían divertido relatando sus mitos como cuentos de terror, pero nunca mencionaron que nuestra familia fuese cercana como parecía que de pronto lo eran ahora. Se trataban con tanta familiaridad y compañerismo que todo me resultaba extraño y jamás pensé que, en medio de todo eso, su nombre fuese un secreto.
Así que solo me restaba entender ese favor que se debían.
—¿Qué hizo el abuelo por él? —pregunté.
Mi abuela suspiró. Se sentó sobre sus talones y luego se encogió de hombros.
—No creo que a Skalle le haga gracia, pero tampoco creo que no puedas saberlo —comenzó—. Hace muchos siglos, cuando tu abuelo era muy joven, con apenas cien años de edad y apenas empezaba a alejarse de la influencia de tu bisabuelo, él le salvó la vida. —Me enderecé, sin poder creer lo que estaba diciendo. Solamente dejé caer la mandíbula—. Tu abuelo le salvó la vida a Skalle y desde entonces, Skalle ha esperado para pagarle.
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