Capítulo 52. La furia de la marca
52: La furia de la marca
Kayla
La tensión en el living no disminuyó. Mi abuelo, que me observó de arriba abajo sin creer lo que pasaba. A pesar de que se había alejado, no había relajado su postura agresiva. Mi abuela tuvo que sacudirlo con mayor violencia.
—Benjamín —le urgió ella, abrazándolo por detrás—. No puedes reaccionar así. ¡No ahora!
Mi abuelo no contestó. Sus ojos se clavaron en Aleksi, en su máscara de calavera, detrás de mí. En vez de reflejar dolor, cuando lo miró a él, volvió a mostrar furia, desprecio. Yo le siseé con más fuerza. Mis pies se abrieron más y mis medias húmedas de sangre humana se patinaron en el suelo antes de que afianzara mi posición. Los dedos de las manos me tronaron y recuperé su atención en un segundo.
—Atrévete a tocarlo —le advertí, en el instante en que nos miramos otra vez.
Aleksi tomo mi mano. Deslizó su pulgar sobre el mío, en una caricia conciliadora, y me relajó con su contacto. Había un pedido implícito. Casi una súplica. Pero mientras mi abuelo no dejara de amenazarlo, yo no dejaría de defenderlo.
—Debías cuidarla —gruñó mi abuelo, bajando los hombros ante la presión de los dedos de mi abuela—. No acostarte con ella. ¡Te la confié para que la protegieras! ¡Me estuviste viendo la cara!
—Benjamín —repitió mi abuela, elevando el tono.
—Tú estás hablando conmigo, abuelo —tercí—. No con él. Deja a Hodeskalle en paz.
Él chistó.
—Ya voy a hablar contigo...
—¡No! Estás hablando conmigo ahora. ¡Porque después de todo lo que pasó hoy fue MI pareja quien nos salvó el culo! ¡A todos! —exclamé.
—¡Soy el patriarca de esta familia y yo voy a decir cuándo se hablan las cosas! —empezó, justo cuando mi tía se colaba por la puerta. Sus ojos de humo recorrieron a todos en la habitación, pero no hizo ningún movimiento para detener a mi abuelo, como lo intentaba mi abuela todavía conmocionada. Mis tíos tampoco se atrevieron a revelarse. Incluso, mi hermano permaneció callado.
Di un paso hacia delante, llevándome la mano de Aleksi conmigo. Tomé aire y, aún en posición de ataque, aquella instintiva que apenas si reconocía, volví a enfrentarme a mi abuelo con la frente en alto y el pecho hinchado.
—No si yo dejo este clan —respondí, con tono claro y firme.
Mi abuela soltó un grito y mi tía, que se había apoyado contra la pared, alzó las cejas, sorprendida.
—¡Kayla, no! —lloriqueó mi abuela, poniéndose entonces entre mi abuelo y yo. Extendió las manos hacia ambos y nos miró con verdadera angustia. El dolor estaba tatuado en sus ojos claros. Todavía tenía sangre que le chorreaba por la sien—. Por favor, solo... por favor. Somos una familia. Eres nuestra niña —me dijo, pero entonces giró la cabeza hacia su marido—. Y Hodeskalle es nuestro nieto ahora —le indicó—. No se puede evitar la marca. Y lo sabes. Ni aunque te encadenes al suelo, ni aunque te mates de hambre, ni aunque pongas miles y miles de kilómetros en medio... La marca no puede evitarse, Benjamín.
—Y, además, Anne está gravemente herida y tenemos una situación complicada —murmuró Allen.
—¡Porque Hodekalle no estaba aquí cuando se lo necesitaba! —estalló mi abuelo, dándose la vuelta brevemente para encarar al resto, como si no quisiera que se pusieran de nuestro lado.
—¡No te atrevas a culparlo! —le chillé, a su espalda. Aleksi me apretó la mano, pero yo avancé igual—. ¡Él no es tu esclavo!
—¡Él tiene un pacto conmigo que ni tú puedes entender, Kayla! —respondió él, de vuelta encarándome.
La furia me corrió por las venas como lava. Mi respiración eufórica volvió a sisear por entre mis dientes. Mi pecho se agitó y mis uñas se clavaron, sin querer, en Aleksi.
—¡ESO YA SE ACABÓ! —Grité tanto, tan fuerte, que casi sentí esa furia explotar a través de mis poros. Fue como si algo líquido y caliente salpicara en todas las direcciones sin control alguno. Estaba tan enojada que dejé de distinguir entre la defensa y el ataque.
Todos los jarrones que quedaban en el living estallaron a la vez. Pero, a diferencia del primero, los pedazos de cerámica y oro tuvieron una dirección muy clara: el rostro de mi abuelo.
Hubo varios gritos sofocados, incluso él gritó y se cubrió. Los pedazos de jarrón le cortaron la ropa y el cabello y se incrustaron en la alfombra bajo sus pies. Cuando bajó los brazos y me miró, hubo otro un destello de dolor en su mirada. Un aire que olía a traición flotó entre ambos. No la de Hodeskalle, sino la mía.
Eso me hizo sentir aún más enojada, porque la que lo había puesto como un enemigo no era yo. Siempre fue él mismo. Fue él el que me negó mi verdad, el que me negó mi dignidad. Ahora me negaba a mi pareja.
—Kayla... —susurró, con un tono que pretendía hacerme sentir culpable por lo que estaba ocurriendo.
Yo no retrocedí, ni siquiera cuando percibí mi propio corazón roto.
—Él no es... tu esclavo —mascullé. El cuerpo entero me temblaba. Las piernas se me balanceaban y casi que me olvidé que Aleksi estaba detrás de mí. Sentí que esa explosión había drenado parte de mi propia vida y alma—. Termina ese pacto ahora.
Por supuesto, ningún jarrón podría dañar jamás a un vampiro. No a menos que fuese como Aleksi o como yo, pero mi magia estuvo dirigida única y exclusivamente a Benjamín White. Y él continuó ahí, de pie, alternado miradas entre nosotros como si buscara entender en qué momento Mørk Hodeskalle logró arrebatarle la fidelidad de su única nieta.
—Kayla —repitió. Su voz se había apagado. De pronto, él también estaba suplicando.
—Hazlo o me voy.
Mi abuela se tironeó del pelo de la pura ansiedad e histeria. Decía palabras mudas que no podía comprender si iban dirigidas a mi o hacia su esposo.
—Papá —dijo mi tía, aún contra la pared. Elliot se había deslizado sigilosamente junto a ella. Mi hermano observaba toda la escena con los ojos como platos.
—Hazlo —seguí.
—¡Benjamín!
—No puedo hacer eso —terció mi abuelo, extendiendo los brazos. No solo fue para mí, fue para todos—. ¡Lo único que garantizaba que Hodeskalle proteja a cada uno de nosotros, que proteja a Kayla y no la asesine él mismo era este maldito pacto!
Todavía en silencio, Aleksi me rodeó la cintura con los brazos. Apenas si fue consciente de que estaba sosteniendo mi peso, de que mis pies se estaban deslizando por la alfombra.
—¿De qué... carajos estás hablando? —mascullé. La voz me salió rasposa, lenta.
Mi abuelo apretó los labios.
—Yo tenía que protegerte de todo el mundo. Incluso de él.
Mis piernas me abandonaron por completo. Estaba drenada de energía, de cualquier tipo de fuerza. No llegué nunca al suelo porque Aleksi me levantó en brazos y me recostó en el sillón a pesar del griterío preocupado de mi familia.
—Yo jamás te haría daño —me susurró en el oído, antes de poner una distancia segura entre ambos. "Segura" para el ojo de mi abuelo, que casi más se lanza sobre nosotros. Aunque intenté aferrarme a él, no pude. Ya no pude ni levantar la cabeza del sillón.
—Dios mío, Kayla —susurró mi abuela, empujando a mi abuelo sin ningún tipo de miramiento. No me perdí la mirada iracunda que le echó antes de agacharse junto a mí.
—Termina... el pacto —insistí—. Él es mi marca... lo es.
Me costaba horrores mover la lengua dentro de mi propia boca. Las palabras apenas se me entendieron.
—Tranquila, cariño —susurró la abuela—. No hace falta que digas más nada.
—Me... iré... Lo juro —insistí y mi abuela se giró hacia mi abuelo tan rápido que por primera vez en mi vida me pareció peligrosa, mortal.
—¡Termina el maldito pacto ahora! —le espetó—. Es su marca, él es nuestra familia. ¡Jamás la lastimaría!
—¿Cómo puedo estar tan seguro? —terció él, señalando a Aleksi, que se había quedado parado cerca de la chimenea, con los brazos cruzados y duro como una estatua—. ¿Y si la engañó? ¡Podría estar manipulándola! ¡Por lo que ella es!
—¿Tú te crees que ella reaccionaría así sin una marca? —Mi abuela levantó tanto la voz que quise taparme los oídos. Quise decirle que detuvieran la pelea idiota, pero ya no pude hablar, ya no me salió. Mis párpados se volvieron tan pesados como mi lengua y me aterré, porque no quería perderme nada de lo que pasara.
Entonces, sentí un apretón en el hombro. Giré los ojos y vi a mi tía ahí, estirándose por el respaldo. Nuestras miradas se encontraron. Le supliqué que interviniera, que me ayudara cuando yo ya no podía ayudarme a mí misma.
Ella asintió.
—Esto es una pérdida de tiempo —espetó ella, con soltura, pero claridad. Todos se callaron y se voltearon a verla—. Por culpa de esta discusión estamos dejando huir a un clan que nos atacó con argumentos arbitrarios, escudándose en leyes tergiversadas y aprovechando la ausencia de Hodeskalle y la distracción de Bethia y Arran. Tenemos el pase perfecto para deshacernos de los Edevane, pero es más importante definir la confianza de papá en Hodeskalle. Así que —añadió, mirando a Aleksi—, sé que esto es humillante, que nadie debería pedirte que reveles tal intimidad. Pero, ¿puedes mostrarnos tu marca?
Quise gritar de la desesperación. ¿Cómo se le ocurría? Logré agitar los brazos y los pies en pleno pánico, tratando de negarme por Aleksi y por todos. Aunque no conocía ninguna ley explicita con respecto a la marca, era lógico que debía ser íntima, que era un símbolo de nuestro vínculo y que tenía connotaciones sexuales que no quería compartir con nadie.
No pensé que esa sería la manera en la que mi tía me ayudaría, pero como Aleksi asintió enseguida y sin problemas se levantó la camiseta y se bajó apenas los pantalones para mostrar la hojita de laurel café clarito en su abdomen, no tuve más que aceptar esa derrota con muchísima incomodidad.
—Ahí tienes la marca —casi que le escupió la abuela a mi abuelo antes de agacharse junto a mí una vez más—. Tranquila, cariño.
Mi abuelo permaneció en silencio, hasta que Aleksi se acomodó la ropa y avanzó hasta él.
—Tengo trabajo que hacer, ya sea como parte de esta familia, como pacto... o como creyéndome tu amigo —le dijo a mi abuelo, enfrentándolo de una por primera vez en todo ese rato—. Por ti hice miles de cosas, por tu familia maté a muchos. Por tu nieto le arranqué la cabeza al líder de un clan. Pero parece que tu no hubieses hecho lo mismo por mí. Al final, creo que el único que pensó que teníamos una amistad sincera fui yo.
Mi abuelo soltó una risa lúgubre.
—No me hables de sinceridad. Me engañaste y te acostaste con mi nieta.
—Amo a tu nieta —replicó Aleksi—. Pero si así no fuera el caso, yo jamás la habría lastimado. Jamás.
Pasó de él y salió del living. Tardé en entender qué carajos iba a hacer y me dominó una vez más la histeria, pero no había forma en la que yo pudiese detenerlo. Había usado todas mis energías en hacer explotar esos jarrones, estaba tan cansada que ahora sí ya no podía moverme.
Sabía que Aleksi era fuerte, que él había diezmado clanes enteros. Acababa de verlo destruyendo a una docena de vampiros a la vez. Sentí en carne propia el poder que emanaba su piel, pero ahora que sabía que mi pareja era semi humana como yo, que podía ser herido, no podía evitar preocuparme.
Miré a mi tía una vez y le dirigí una súplica que también entendió. Se alejó del sillón y, mientras mis abuelos volvían a discutir y mis tíos se ponían en marcha para poner en orden la casa, indicándole a Elliot que no cometiera estupideces, ella se deslizó por la puerta del living y desapareció sin que nadie la notara.
Eso fue lo último que vi antes de sumirme en la negrura de mi propia mente.
Soñé con los gritos de mi mamá mientras estuve inconsciente. Con pedazos de cerámica filosos como cuchillos que se me incrustaban en la piel, con la mirada llena de dolor de mi abuelo que gritaba "TRAICIÓN" por todos lados.
Desperté en ese mismo sillón. Mi abuela estaba sentada en el suelo, a mi lado, limpiándose la sangre con un trapo. Elliot estaba más allá, juntando los pedacitos de jarrones del suelo. De fondo, muy lejos, se escuchaban llantos.
Me erguí tan rápido que el mareo que tuve me tumbó de nuevo entre los almohadones. Mi abuela se giró a verme, sorprendida por mi brusco despertar, y soltó el trapo ensangrentado sobre la alfombra.
—No, Kayla, quédate acostada —me ordenó. Me sujetó de los brazos y me empujó sobre el sillón. Su fuerza era mayor a la mía, siempre lo sería.
—Mi mamá... —le dije. Ella me miró con pena y apretó los labios como única respuesta. En medio de la habitación, Elliot se encogió cuando mamá lloró más fuerte en algún otro lugar de la casa.
—Son las curaciones —me explicó—. ¿Recuerdas cuando ustedes eran niños y les conté lo que pasó con su tío Ansen? ¿Cómo lo sorprendió el sol después de quedarse dormido cuando la caza al ciervo terminó?
Yo no me moví. Elliot asintió. Era su historia favorita, sobre todo porque al tío Ansen, que fue convertido hacia largos siglos por el clan Dubois para salvarle la vida después de que casi muriera en una corrida de toros, le quedó una gran cicatriz en el brazo. Una que, según mi hermano, era digna de admirar.
Mi abuela me masajeó los hombros cuando solo la miré llena de pánico. Yo odiaba esa historia, por aburrida. Hoy, la odiaba porque significaba que mi madre seguía sufriendo. Las quemaduras del sol en los vampiros convertidos tardaban días, semanas en sanar. Se volvían puntos débiles, dejaban marcas para toda la existencia. Y requería verter sangre pura sobre las heridas. Y la sangre pura en ellas ardía, quemaba más que el mismo sol.
—Ella va a estar bien —me prometió la abuela, con los ojos aguados—. Todos lo estaremos.
Pero a pesar de sus palabras, había mucho dolor y angustia en su voz. Apenas me soltó, creyendo que me quedaría quieta, me senté en el sillón e intenté irme.
—¡No!
—Kayla, estás cansada —dijo mi hermano, mientras mi abuela me tumbaba en el sillón de nuevo. Esta vez, forcejeé.
—Y otra vez mandaron a mi pareja al matadero —me quejé.
—No te preocupes por él —dijo Elliot—. Tu pareja es Mørk Hodeskalle. Nada puede pasarle.
Rechiné los dientes y opté por dejar de pelear cuando mi abuela me amenazó con darme nalgadas. Yo todavía estaba débil por la explosión de magia, que hice sin siquiera saber cómo, y no podía ganarle ni deslizarme fuera de sus brazos.
Tampoco podía explicarle a ninguno de ellos porque me preocupaba tanto la vida de mi pareja a pesar de todas las leyendas que tenía a su favor.
—Si algo le pasa, te juro que dejaré este clan para siempre —mascullé.
Mi abuela suspiró.
—Haré que tu abuelo disuelva ese pacto, que dé por saldada la deuda de vida —me dijo—. Pero por favor, hija, no tomes una decisión precipitada. Somos tu familia y te amamos. Yo te amo.
La miré a los ojos, sintiendo cada una de sus palabras en mi corazón herido, y me pregunté cómo ella podía congeniar todo eso con la marca que la ataba a mi abuelo. Como podía ser su pareja y no ponerse se acuerdo con él; cómo podían estar juntos y no escucharse.
Comprendí entonces que su personalidad era mucho más débil que la de mi abuelo. Que ella, por naturaleza, solía retroceder sin pensarlo y, por ende, su dinámica con su pareja era muy distinta de la mía con Aleksi. Porque, aunque yo era la dominante, era lo suficientemente empática con quien estaba a mi lado como para retroceder a voluntad. Mi abuelo no.
—¿Por qué él es así conmigo? —murmuré. Fruncí tanto el ceño que me dolió la frente—. ¿Por qué no me escucha?
Ella bajó la cabeza.
—Él... ha perdido tanto que se niega a hacerlo otra vez. Es un hombre asustado, porque sabe que todo lo que ostentamos es una ilusión.
Detrás de ella, Elliot bufó.
—No somos tan fuertes, ¿eh? No somos el clan poderoso y perfecto, ¿verdad? —susurró—. Tenemos dinero para pagar y veneno para convertir, pero nuestra sangre pura se limita a un par de hijos y a dos nietos que no saben defenderse. Somos pequeños. Y ellos son cientos. No somos nada.
En el desastre del living, con nuestros sillones caros, cuadros antiquísimos que valían fortuna, decoraciones en oro y mármol, todo manchado de sangre, lleno de escombros y pedazos de cerámica, eso quedó claro.
Me llamé a mi misma tonta por haberme creído tanto ese cuento que incluso lo apliqué en mi misma: siempre la perfecta hija, siempre la nieta impecable, la estudiante modelo, la chica "humana" más bella, encantadora y educada de la universidad. Esa que jamás comete ni un solo error, esa que es más fuerte que el promedio y que se creía segura en cada calle solo por ser un poco distinta al resto.
No era más que una farsa. Todos lo éramos. Los White ni siquiera éramos un clan hecho y derecho. Más bien, éramos un intento de familia, una tan disfuncional como cualquiera.
Se hizo un silencio en el living que solo fue interrumpido por los llantos de mamá. La abuela continuó mirando el suelo y no contradijo ni una sola palabra de lo que Elliot dijo. Yo no hice más preguntas y al fin, en medio de esa aparente calma, me senté en el sillón.
—Necesito cambiarme...
Ella no me detuvo esta vez. Salí del living arrastrando las medias mojadas aún con la sangre de algún empleado, clavándome las astillas de los jarrones en los talones. Atravesé el vestíbulo con los hombros bajos y con miedo de mirar nuestros jardines, ahora completamente iluminados por el sol. Podía ver las cenizas que todavía flotaban cerca del pasto, junto a los ventanales. No quería averiguar de quiénes eran. Si se trataba de alguien de nuestra casa, no podía soportarlo.
—Que bueno que estás bien —dijo alguien frente a mí, cuando apenas recorrí unos metros.
Levanté la mirada y el estómago se me arrugó. Se me retorció con tanta fuerza que creí que vomitaría.
—¿Qué haces tú aquí? —gruñí.
Bethia estaba parada a mitad del pasillo: Estaba sucia. El cabello rojo lo tenía revuelto. Había sangre en su vestido color crema, el mismo que había usado en la noche de la fiesta.
—Vine con Skalle esta mañana —dijo, con una expresión plagada de pena. Sus ojos claros rehusaron los míos—. Pensamos que no llegaríamos a tiempo.
Dejé de respirar, porque si lo hacía, la furia caliente que me había descontrolado más temprano se haría cargo de mi otra vez.
—¿Pensamos? Tú y Oliver Evermore nos pusieron una trampa —susurré—. ¡Skalle fue a buscarlos y ellos aprovecharon ese espacio para atacar mi casa, a mi familia! ¡Mi madre está gritando allá! ¿Qué no la oyes? —añadí, señalando hacia atrás, hacia el vestíbulo. Por la dirección del sonido, mamá debía estar en su cuarto, en el ala contraria al mío.
Bethia apretó los labios.
—La oigo. Sí.
—¿Y tienes los escrúpulos para estar aquí? —le espeté—. ¡Casi morimos! O peor, casi me llevan, para violarme por el resto de mi vida, ¡por culpa de ustedes!
Solté la respiración de golpe. Creí que si la lastimaba no estaría mal, que después de lo que eso habría significado para mi y para todos en esa casa, que ella sufriera era lo justo. Pero no hubo ni una gota de magia fluyendo por mis poros. Mi enojo no era tan fuerte ni tan pasional como cuando mi abuelo amenazó a Aleksi.
De pronto, me vi desinflándome como un globo. Sentí que me hundía tanto en el suelo como cuando me fallaron las piernas en el living.
—No es como tu crees —dijo Bethia, con suavidad—. No intentábamos traicionarlos. Solo queríamos ayudarnos... mutuamente. No nos interesa hacer tratos con los Edevane... Y ... —su voz se quebró—. Menos después de hoy. Ellos se llevaron a Oliver por la fuerza y...
La escuché, pero, aunque todo en su expresión corporal parecía real, recordé lo que vi en mi cabeza cuando la conocí. Esos pensamientos sensuales y físicos sobre Aleksi, recuerdos tal vez, pero que estaban deambulando por su mente y que yo pude verlos en la mía.
Si ese poder era real, Bethia estuvo traicionando a su pareja, a su marca, con impuras memorias sobre otro hombre. ¿Por qué debería yo confiar en alguien así? No encontraba motivo alguno para creer en sus palabras.
—No te creo nada —la corté, con la voz helada—. Dices una cosa y piensas otra. Engañaste a Hodeskalle por tu marca, pero piensas en él cuando aún la tienes cerca. Le quitaste todo y le rompiste el corazón —Ella me observó con su bello rostro contraído. Una punzada de culpa, vergüenza y preocupación reptó en el aire entre nosotras. Casi instantáneamente, imágenes de diferentes encuentros desfilaron por su memoria y llegaron hasta la mía. Momentos en donde ella se acercaba a Aleksi, dónde le preguntaba por su vida amorosa, donde se preguntaba qué sería de él tan solo, sin marca, por ser tan distinto, por no ser compatible con nadie. De nuevo me sentí descompuesta—. Y para colmo... sientes lástima por él. Como si él fuese... un pobre... tonto.
Bethia negó con la cabeza.
—No es así... yo lo quise. Genuinamente lo quise. Y ahora me alegra que tenga su marca...
—¿Y por eso piensas en él desnudo? —tercí—. ¿Por eso recordabas como le hacías una mamada?
Se puso más pálida que una hoja de papel. Me observó pasmada. No entendía cómo carajos sabía eso, pero sí entendía de qué le estaba hablando. Tenía muy en claro qué memorias le estaba señalando y cuándo las tuvo.
—Yo... yo no... —balbuceó, pero no encontró una respuesta adecuada luego de verse tan descubierta.
Yo solo me crucé de brazos y avancé por el pasillo, consciente de que no tenía más fuerzas para enfrentarme a ella por ningún motivo. Si estaba ahí, si le habían permitido entrar, todavía podíamos estar en peligro, pero no había nada que yo pudiese hacer. Me había quedado seca de magia, seca de energía. Agarrarla de los pelos y arrastrarla por encima de las murallas de la mansión tampoco sería una solución. Bethia me ganaría.
—No sé qué haces en mi casa, ni quién es el que está confiando en ti —murmuré, pasando junto a ella, que seguía boqueando como un pez—. Pero mantente alejada de mi familia o te juro que reventaré tu cabeza y la de tu... pareja... sin dudarlo.
Bethia no me contestó. No hizo ningún amago para seguirme ni explicarme más nada y agradecí que así fuera, porque ya no tenía cabeza para eso. En el fondo, sabía que un segundo más en su presencia y comenzaría a buscar todas las razones por las cuales yo debería matarla y ninguna de ellas tenían que ver con mi clan.
Sin embargo, no llegué mucho más lejos. Se oyó una conmoción en las galerías y me volteé, al mismo tiempo que Bethia. Reconocí la voz de mi tía, pidiendo a gritos ayuda, y casi que empujé a la ex de Aleksi de camino hacia ella.
Me patiné en el suelo una vez más y cuando salí del vestíbulo no fue la debilidad de mi cuerpo lo que me hizo caer de rodillas. No.
Fue Aleksi, cubierto de sangre. Aleksi, sin la máscara y con los ojos vencidos. Aleksi, con una especie de flecha de metal clavada en el hombro. Aleksi, sostenido por mi tía, a punto de caer inconsciente.
FIN LIBRO 1
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