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Capítulo 51. La ley de entrega

51: La ley de entrega

Kayla

Mi abuelo no movió ni un solo músculo. Estaba totalmente tensionado y lo único que se escuchó en el patio fueron los quejidos de mi madre y las súplicas de mi padre, que apenas se escuchaban con la cara contra el piso.

Mis temblores y el castañeo de mis dientes solo los escuché yo. Hacían eco de mi pánico. Durante esas milésimas de segundo, tan ínfimas como eternas, creí que mi mundo entero se acabaría.

Seguro no era la única. Todos sabíamos que, aunque el sol no llegara, si mi abuelo decía que no, los Edevane descuartizarían a mi madre, haciendo trizas su piel de piedra y volviéndola cenizas.

Esa certeza me mantuvo inmóvil, sin respirar y sin tener idea de qué hacer. Todo era una treta cruel. Probablemente, también la matarían, aunque mi abuelo nos entregara. La lógica era avasalladora. Si yo fuera ellos, sería una imbécil si decidía dejar a todo el resto de clan vivos. Si los eliminaban, la única sangre viva de mi tía y mía serían los Dubois y los Edevane. Y los Dubois eran príncipes y princesas de uñas frágiles que jamás se ensuciaron las manos en su vida. Viendo a mi abuela en el suelo, incapaz de pelear o defenderse, la cosa quedaba más que clara. Los Dubois nunca podrían protegernos.

—No tienes derecho a alguno a este reclamo —dijo mi abuelo, finalmente. Su voz estaba agitada de la furia—. Me separé con testigos de tu clan. Ya no tenemos relación. Tu planteo es desquiciado, tu ataque rompe las leyes de sangre. Invadiste mi casa, asesinaste a mis empleados y a mis invitados. Lastimas a mis hijos, esposa y nuera y tienes el descaro aún de exigir... Cruzaste la línea, Arthur.

Arthur, el hermano de mi abuelo, negó la cabeza y chistó.

—Te olvidas que la ley de sangre indica que, si a un clan se le terminan las hembras, puede tranquilamente relacionarse con sus parientes más cercanas —enunció, con demasiada simpleza. Como si todo eso para él fuese un trámite.

La mano de Elliot que me sujetaba comenzó a sudar.

—¡Esa ley no implica que las secuestres!

—Esto no es un secuestro —declaró Arthur y mi tía, a mi lado, bufó.

Yo hubiese deseado hacer lo mismo, pero no podía parar de temblar. Miraba a mi madre con el corazón a punto de salirse de mi boca. No tenía ni consciencia para ser irónica.

—¡Estás entrando bajo amenaza! —gritó mi abuelo.

—Quisimos hablar contigo hace años —terció Arthur, con un gesto de desagradable ironía—. Cuando tu nieta acababa de nacer. Tú nos ignoraste olímpicamente. No te importó que tu antiguo clan estuviese extinguiéndose.

Elliot me agarró más fuerte el brazo cuando me mencionó. Su respiración, contra mi cabello, se volvió más que irregular. Me acercó más a él, me rodeó en un abrazo protector. Yo ni reaccioné. Seguí mirando a mi madre y al cielo, al sol, rezando que Aleksi apareciera.

—Es curioso cómo este clan de retardados intenta convencernos de que nada de esto tiene que ver con el sometimiento y la violación de mujeres inocentes —terció mi tía, aunque nadie hablaba con ella—. Lo mismo dijo el último idiota que me crucé. ¿Cómo era su nombre? ¿Harold? ¿Howard? ¿Por qué no le preguntamos qué pasó la última vez que quiso ponerme un dedo encima?

Hubo una reacción en el grupo detrás de Arthur Edevane. Los cinco varones se removieron, pero solo uno, el más alto y de cabello rubio y largo por los hombros, gruñó. Clavó sus ojos azules en mi tía y le enseñó los colmillos.

—Así que esta... es la que mató a mi hermano.

Alice le hizo un gesto desdeñoso con el dedo medio. Luego, lo flexionó hacia ella, invitándolo a acercársele. El vampiro estrechó los ojos.

—Ustedes solo tienen que cumplir con su deber de hembras, querida —siguió Arthur, impávido. Solo a él no le había afectado la mención de Harold. Ni siquiera le preocupó el intercambio entre Alice y el muchacho.

—¡Al carajo con el deber! —gritó mi tío Allen, forcejeando una vez más. Los hombres sobre él lo golpearon en el estómago tan fuerte que vomitó sangre, señal de que sus heridas eran internas y por eso no las había visto antes.

Mi abuela lloró más fuerte. Con cada golpe extra que recibía Allen, mi familia se estremecía y reaccionaba. Sam, a su lado, también intentó separarse, pero de igual modo lo reventaron en el suelo.

En ese momento, mi tía pasó por delante de nosotros y de mi abuelo.

—¡CÓBRATELO! —le rugió al vampiro de pelo largo. La rabia que escupía por la boca acompaña su expresión corporal. Era una fiera incontrolable y mi abuelo tuvo que hacer un esfuerzo terrible por sujetarla y evitar que se lanzara hacia los Edevane—. ¡La ley de sangre te da derecho a matarme! ¡Mátame!

El vampiro se quedó en silencio. Había un odio fulminante en su mirada. Deseaba hacerlo con toda su alma, supe que sí. Mi tía también lo sabía, por lo que siguió provocándolo. Pero él, sin la autorización de su líder, no podía hacerlo.

—¡HAZLO! Sé que quieres hacerlo. Porque ten por seguro que tendrás que matarme primero —le chilló mi tía.

El patio comenzó a aclarar, más rápido de lo que yo esperaba. Observé las murallas que protegían la casa, esperando a Mørk Hodeskalle, pero solo vi a otros miembros del clan Edevane. Eran cientos, ni siquiera podía contar cuántos.

Se me cayó la mandíbula, imaginando que afuera habría más. Ese día, todo el maldito clan estaba con nosotros y solo los de más alto rango estaban en el patio, encarándonos. Ellos vinieron por todo y estábamos perdidos. Sin Aleksi...

Miré a mi madre otra vez. El corazón se me arrugó tanto, se me hizo tan chico, que creí que ya no bombeaba sangre a mi cuerpo. Me sentía tan atrapada, no veía salida alguna. Las discusiones solo ganaban un tiempo irreal, falso, porque no teníamos nada.

No podíamos correr ni pelear y esperar... Quizás podríamos esperar una eternidad, porque no sabía si Aleksi siquiera volvería. No sabía si él estaba bien, si estaba a salvo. Quizás estaba herido, quizás atrapado. Tal vez solo fue engañado, pero para cuando volvería, ninguno de nosotros estaría ahí.

Quizás no volvería a verlo.

En realidad, a nadie.

Esa idea me ahogó por completo. Mi pecho subió y bajó cada vez más rápido. Porque no había nada que yo pudiese hacer, porque no tenía forma de salvar a nadie.

Una brisa se levantó alrededor de nosotros, de mí. Pero al principio ni siquiera yo me di cuenta de que eso no era natural. Las guirnaldas de flores que todavía colgaron del techo se movieron en respuesta. Los pétalos de rosa se deslizaron por el suelo, de forma casual, hasta los zapatos de Arthur Edevane.

Pestañeé, entendiendo que todavía me quedaba algo. Sin Aleksi, estaba yo. No sabía realmente lo que podía hacer y estaba tan asustada por los Edevane como por mí misma. Recordé sus palabras la noche anterior y la gravedad de su voz cuando me insistió en que me detuviera.

Cabía la posibilidad de hacerle daño a quienes más amaba y, en vez de salvarlos, matarlos a todos. Pero, ¿qué otra opción tenía?

Dejé que esos sentimientos continuaran haciéndose con el control de mi cuerpo. M concentré en el odio que podía sentir por los Edevane, escuché como lloriqueaba mi madre, dejé que le desesperación siguiera su curso, alimentando toda mi ira y mi terror.

Los pétalos se movieron con más fuerza y a medida que los primeros rayos del se colaban por el patio, mi abuela suplicaba y mi tía seguía exigiendo que la maten, yo deseé que esa brisa se dirigiera hacia mi madre.

La imaginé moviéndose hacia ella. Le di color, le di forma. Le puse todo aquello que me corría por las venas y me consumía, pero las flores llegaron hasta mi mamá y los vampiros y apenas le agitaron el pelo.

—No, no, no —susurré, clavándole las uñas a Elliot en el brazo. Si se quejó, no lo escuché.

Lo intenté más fuerte. Recordé a Bethia y a su maldita trampa, pensé en Aleksi y en cómo temía por su vida. Traté de que todo eso generara en mi lo que se generó en la noche de la fiesta. Visualicé a esos vampiros alejándose de mi madre, pero nada más que un viento insignificante. ¡NADA!

Ya no tenemos tiempo, Benjamín —dijo Arthur, mirando a mi mamá con pesar, como si realmente lamentara lo que estaba por suceder.

Yo lancé un gritito frustrado. El patio se aclaró tanto que no fueron necesarias las lámparas de exterior. Los rayos de luz solar aparecieron al fin calcados en el suelo, por encima de las sombras de la muralla. Se movieron lento, pero a mí me pareció que lo hacían demasiado rápido.

Rechiné los dientes, presa del pánico.

—¡Si no me matas tú, ten por seguro que lo haré yo! —siguió gritando mi tía.

—No, no, por favor, no —lloró mi abuela.

—¡Anne, no! —gritó mi papá—. ¡NO, NO!

Los rayos se colaron por entre las guirnaldas, suaves, débiles.

—¡YA MÁTAME! —rugió mi tía, aún intentando provocar al hermano de Howard, una estrategia para ganar tiempo que no estaba funcionando.

Yo traté más fuerza, traté con más ahínco. Pero mi viento apenas si sopló un pelín más intenso.

—¡Nadie va a tocarte un cabello! —estalló Arthur, dejando muy en claro que Alice no moriría. Que ella y yo serviríamos a los Edevane.

Entonces, mi mamá comenzó a gritar. Los primeros rayos tenues del sol le llegaron a la piel. Las quemaduras comenzaron al instante y mi familia entera convulsionó. Todos lucharon contra sus agresores, todos dieron pasos en vano.

Me liberé del agarré de Elliot y nuevamente traté de que mi magia respondiera, pero no pasó más nada en ese patio, más que mi mamá retorciéndose de dolor, con esas pequeñas quemaduras como colas de cigarrillos, que crecían y creían.

—¡Minutos, Benjamín! —contó Arthur, por encima de todos los llantos de los White.

Las lágrimas ocuparon mi visión, casi que no pude ver. Avancé hasta que mi tía también me agarró y evitó que siguiera, pero cuando las heridas de mi madre empezaron a teñir su cara y las primeras cenizas flotaron en el aire, supe que no lo iba a lograr.

Miré a Arthur y no lo pensé dos veces.

—¡ESTÁ BIEN! —chillé, tendiéndole la mano—. Déjala, déjala, por favor. ¡TE LO RUEGO!

Los gritos de mi madre eran tan ensordecedores que creí que los llevaría conmigo por el resto de mi vida. Se me colaron en los huesos y me grabaron con el mismo fuego que ella se estaba incinerando.

—Kayla, ¡no! —me ordenó mi abuelo, pero, aunque era mi patriarca, él no podía evitar lo que yo estaba haciendo. Arthur Edevane también lo sabía y extendió la mano hacia mí, con una sonrisa.

En un segundo, acortó la distancia entre nosotros. Se detuvo a un metro de mi con una sonrisa tatuada de triunfo y placer. Observé sus ojos claros y de pronto vi en ellos un montón de escenas fatídicas que ni siquiera habría sido capaz de ver en mis pesadillas.

—Muy bien, Kayla —dijo, cuando yo trastabillé hacia atrás. Se me secó la garganta y mi piel se erizó de verdadero espanto—. ¿Tenemos un trato?

Esas escenas se colaron en mi mente y se instalaron en un lugar privilegiado. Me vi a mi misma, casi como si estuviese pasando en ese mismo instante, siendo sometida por él, pariendo sus hijos y engendrando los de otros. El pavor me congeló la sangre y las venas. Estuve a punto de quebrarme y derrumbarme en el suelo.

Ya no flotó ni una brisa alrededor de mí. No pude conectar con nada que me enojara, ni siquiera pude conectar con el miedo ni con los alaridos de mi mamá.

—¡Kayla, no te atrevas! —me ordenó mi abuelo y eso fue lo único que me sacó de mi crisis.

Retiré la mano unos centímetros antes de que Arthur la tomara, sin dejar de vigilar a mi mamá. Él se quedó inmóvil y mi abuelo, detrás de mí, también. Mi respiración agitada me entrecortó las palabras.

—Solo si... prometes no lastimar a nadie de mi familia. A nadie en esta casa. Y dejarás a mi tía en paz. Solo yo.

Esa fue la frase más difícil que dije en toda mi existencia. Sabía lo que significaba para cada uno de los que estábamos ahí presentes y jugué con ello, porque era lo único que me quedaba: los Edevane no solo querían nuestros cuerpos para usarlos. Ellos sabían de mis poderes, no nada más porque Bethia u Oliver se los habrían dicho, sino por todo aquello que Aleksi no podía decirme por el pacto. Por aquello que mi abuelo sabía y no se me podía explicar. Me ofrecí, porque yo tenía que ser suficiente y lo confirmé cuando Arthur estiró más la mano, recuperando la sonrisa y la seguridad en sí mismo.

Observé sus dedos largos y finos y ese rostro tan parecido al de mi abuelo, sabiendo que mi destino estaría en sus manos por los próximos siglos. Pensé que él tendría el primer derecho de tocarme. Tenía muy en claro lo que me pasaría, porque lo estaba pensando.

Casi tan pronto como comprendí por qué esas imágenes de Bethia con Aleksi me carcomieron tanto, lamenté que no pudiese utilizarlo.

—Condiciones aceptadas. Este será nuestro trato, Kayla White. Porque a partir de ahora volverás a ser una Edevane.

Mi mamá seguía gritando, sufriendo y quemándose, pero sus ojos lograron enfocarme mientras mis dedos se acercaban a Arthur. Pude ver su infinita pena, su culpa, toda su desgracia. Había una súplica implícita, un ruego que no podía cumplir si quería salvarla.

Apreté los labios y le asentí con la cabeza. Quería que entendiera que no importaba lo que pasara conmigo, que era más importante que siguieran todos vivos. Probablemente, no volvería a verla, pero ella tenía que saber que mi sacrificio era porque los amaba. A pesar de todas las discusiones, diferencias y mentiras, yo los amaba.

Cerré los ojos, para no ver lo que hacía, para no ver más los ojos de mamá. Ignoré las ordenes de mi abuelo, sus pasos desesperados mientras avanzaba hacia nosotros para evitar que cerrara el trato. Lo único que vi detrás de mis párpados fueron las retorcidas pesadillas que viviría a partir de ahora, ecos de los pensamientos de Arthur Edevane.

Pero mis dedos se encontraron con el aire. Hubo una seguidilla de respiraciones cortadas.

Abrí los ojos y vi a los vampiros que sujetaban a mi madre salir volando por los aires. Mi mamá fue arrastrada por una fuerza invisible lejos del sol. Cayó en las galerías, donde la amiga de mi abuela y Jake la atajaron y la resguardaron.

El alivió me recorrió el cuerpo entero. Se derramó sobre mi como agua caliente en medio de un día helado. Las lágrimas que me cayeron por las mejillas no fueron de terror, fueron de agradecimiento.

Giré la cabeza y vi a Mørk Hodeskalle, entero y sin heridas aparentes, parado entre Arthur y yo. Su máscara solo reflejaba la ira interna que todos podíamos percibir. Las sombras que quedaban de la madrugada se arremolinaron en sus pies y sus dedos, que estaban estrangulando la muñeca del líder Edevane, se crisparon.

—No va a haber ningún trato —rugió.

Se hizo un silencio atronador en el patio mientras la magia de Aleksi se deshacía se los vampiros que sujetaban a mi padre y a mis tíos. Papá corrió hacia las galerías, para ver a mi mamá, y mis tíos se reunieron en el centro, alrededor del resto de mi familia.

Los Edevane ajustaron sus posiciones. El que estaba herido por Alice y los otros tres retrocedieron. Solamente el hermano de Howard, Harold, lo que sea, se plantó para pelear, agarrando a Oliver del hombro y levantándolo del suelo. Apenas si noté que lo jalaba detrás de él, a resguardo todavía del sol.

—¡Esto... no es asunto tuyo, Hodeskalle! —gritó Arthur. Apretaba los dientes por el dolor e intentaba recuperar su brazo, pero Aleksi no lo soltó—. No puedes impedir nuestro trato. No tienes nada que ver con esta familia.

—Oh, sí que puedo —dijo Aleksi—. Tengo el total derecho a intervenir.

—¡No eres más que un simple peón! No puedes evitar que ella nos pertenezca, es su deber —exclamó el líder Edevane.

—No. No es su deber. Ella no es una Edevane. Benjamín White desertó del clan Edevane en mi presencia como testigo. ¡Fue bajo la ley de sangre implícita en nuestras venas! —siseó Aleksi.

—¡Ella debe servirnos!

—¡Bajo su propia voluntad! —gaznó Aleksi, empujando con su magia a Arthur al suelo. Noté enseguida que no estaba agarrándolo con su mano. Todo era telepático. La muñeca destrozada también era obra de su magia, no de su fuerza semihumana.

—¡Voluntad que has interrumpido! ¿Bajo qué derecho? ¡No tienes derecho alguno! Ni siquiera Benjamin lo tiene.

Aleksi sonrió. Fue una mueca tétrica y fantasmal, la que imaginé que habría hecho cuando degolló a su clan entero.

—Tengo un derecho que está por encima de cualquier patriarca —dijo, bajando el tono. Se volvió de ultratumba. Todos en ese patio se estremecieron. También yo lo hice, pero no por el miedo. Una vocecita dentro de mi me dijo de qué derecho hablaba. No conocía a fondo la ley de sangre, ¡no sabía nada de ella! Pero esa en particular acababa de quedarme más que clara—: Kayla White es mi marca. Es mi pareja. ¡Me pertenece y yo a ella! ¡Ser su marca me permite coartar la ley de entrega! —gritó—. ¡Porque cuando hay marca no hay voluntad de entrega que valga!

Esta vez, escuché como Arthur Edevane se quedaba sin aire. A mi familia hasta dejó de latirle el corazón. Yo hacía rato que no estaba respirando; solo pude observar en silencio.

—Mientes... —susurró Arthur, comprendiendo en dónde se había metido. Ya ni siquiera podía jugar con los espacios vacíos y las amenazas. Ya ni siquiera podía apostar a que mi tía y yo aceptáramos ceder nuestros vientres con la posibilidad de que destruyeran a nuestros clanes.

Ahora, no había nada que ellos pudieran hacer.

—Y debido a que soy un vampiro sin clan, he decidido tomar el apellido de mi marca. ¡Yo soy un White! —exclamó, para que todo el mundo ahí lo oyera, para que también lo oyera cualquier Edevane que estuviera fuera—. Esta es mi familia. Y nadie va a amenazar a mi familia.

De pronto, Arthur estaba flotando en el aire. Trató de no gritar, pero le fue imposible cuando el movimiento de esa mano mágica invisible lo sacudió violentamente en el aire. Se escuchó un crack, como si alguna roca se estuviera quebrando y aunque mis ojos lo vieron, yo no pude creer la facilidad con la que él se quedó sin mano.

Sangre salpicó en nuestra dirección, pero la magia de Aleksi la mantuvo lejos de mí, como si hubiese un vidrio delgado entre la lluvia roja y nosotros. Los Edevane sobre las murallas se pusieron en movimiento, pero cuando su líder salió volando, por encima de ellos, decidieron que era mejor huir.

La declaración de Hodeskalle también caló hondo en los Edevane que seguían en el patio, en los cinco que formaban al séquito cercano. Entendieron que habían perdido y que no tenían manera de ganar esa batalla. El hermano de Howard agarró a Oliver, que había sobrevivido al sol por una sombra de las columnas, y desapareció de nuestra vista antes de que el resto de sus allegados saltara por encima de las murallas.

Una ola oscura y salvaje se extendió por el patio y cazó a los últimos vampiros que quedaban dentro de la casa, que seguían aterrando a nuestros empleados por las galerías y pasillos. A los que eran convertidos, los arrastró al sol. A los que eran vampiros nacidos, los junto en el jardín sobre nuestras cabezas, como si fuesen marionetas, y los convirtió en trozos sangrientos que también le arrojó por encima de las murallas, para que cayeran sobre sus líderes.

Cenizas y sangre flotaron por el aire. El olor a muerte lo sentí incluso aunque no estuviese respirando, aunque no me hubiese manchado ni un poco. Lo percibí en la piel, condensando el ambiente. Nuestro patio, que usualmente era tan blanco y pulcro como nuestro apellido, acabó siendo un desastre negro y virulento.

Lo observé todo con la boca abierta, impresionada, comprendiendo la magnitud de los poderes de Hodeskalle. Comprendí también que, de haber podido hacerlo, sin el control que se requería, esa sangre también le pertenecería a mis seres queridos.

—Dios Santo —musitó Elliot, detrás de nosotros, pero no tuve tiempo de girarme a ver si lo decía por el desastre o por la declaración inesperada de Mørk Hodeskalle.

Aleksi se dio la media vuelta, me alzó en brazos y corrió conmigo dentro de la casa. Se detuvo en el living, que estaba vacío, y me soltó delante del sillón. Ahí, nos miramos el uno al otro con los corazones llenos de dolor, sufriendo por ponerse a latir de nuevo.

—¡Estás bien! —grité, rodeándolo con los brazos una vez supe salir de mi estupor. Borré de mi mente el desastre que hizo en el patio, como si jamás lo hubiese visto matar a doce vampiros a la vez. Solo me importó que estaba sano, entero y que había vuelto a casa. Que estábamos juntos, que todo estaba bien.

Él me devolvió el abrazo. Me apretó con fuerza y hundió la cara en mi cuello. La máscara se apretó contra mi piel.

—Fue una muy buena estrategia para ganar tiempo, conejita —me dijo, en el oído—. Pero no vuelvas a amagar con tratos tan retorcidos nunca más.

Reparé en lo que estuve a punto de hacer y me dejé caer en sus brazos. Las imágenes atroces que vi en la mente de Arthur Edevane volvieron a mi cabeza y me generaron malestar. Se me revolvió el estómago y me separé de Aleksi porque creí que iba a vomitar.

—Dios —gemí, tapándome la boca con las manos.

—No tendrías que haber visto esto, lo siento. Lo siento tanto —se disculpó él, sentándome en el sillón. Se agachó frente a mí y me susurró que vomitara en paz, que entendería por qué lo hacía y que jamás me lo reprocharía.

—N-no —logré decir. Quise explicarle que mis nauseas nada tenían que ver con él ni con lo que hizo para salvarnos. Esa gente podía importarme menos que la mierda. Busqué en mi cabeza las palabras indicadas para definir lo que me sucedía y cómo creía que esa era una habilidad impensada, pero no pude hacerlo.

Me desplomé sobre el sillón y cerré los ojos, tratando de dominarme, hasta que mi abuelo irrumpió en el living, hecho una bestia.

—¡Quiero una explicación para esto! —vociferó—. ¡Dime que no es cierto!

Abrí los ojos y vi entrar a casi toda mi familia con él. A mi mamá y a mi papá, no. Detrás de mi abuelo, mi abuela intentaba calmarlo con palabras vanas. Nada de lo que le dijo sirvió, porque se puso frente a Aleksi, imitando su altura, con un gesto amenazador que solo le había visto usar con los enemigos.

—¡DIME QUE NO TE TIRASTE A MI NIETA!

Aleksi no contestó. Lo enfrentó, pero como no podía mentir, prefirió estar callado.

Con esa respuesta implícita, mi abuelo se lanzó sobre él. Sacó los colmillos como si fuese un animal irracional y primitivo, como si tuviese que hacer justicia por mí, como si Aleksi me hubiese robado algo. Como si me hubiese lastimado.

Me levanté como pude del sillón. Hice uso de todas mis fuerzas y me lancé entre ambos. Ignoré las náuseas y me planté delante de mí marca, dispuesta a protegerla de todo y de todos.

Mi abuelo se detuvo a centímetros de mí y me espetó, sin paciencia ni consciencia, que me alejara de él.

—¡Nunca! —grité, fuera de mí, empujando a mi abuelo hacia atrás con una fuerza que jamás creí que tenía. Él me miró estupefacto y aproveché que había frenado solo un poco de su ira para empujarlo más—. ¡No te atrevas a lastimarlo!

—¡Me ha traicionado!

—¡Estamos marcados! —chillé, hasta que mi ardió la garganta. Saqué los colmillos, igual que él. Mis uñas se crisparon y mi cuerpo entero se retorció en posición de ataque. Pude haberle clavado las garras en el pecho. Solo lo evitó mi abuela, tirando con fuerza de mi abuelo hacia atrás—. ¡Yo lo marqué a él! ¡Es mi marca y voy a destrozarte si lo tocas! ¡TE JURO QUE TE MATARÉ!

Nunca me había peleado así con él ni con nadie. Jamás me sentí tan iracunda, tan desenfrenada. Ni siquiera cuando mi madre estaba a punto de morir, sentí tanta ira, una que no podía controlar. Una que estallaba fuera de mi en grandes oleadas.

Uno de los jarrones que estaba en el living estalló. Mi abuelo retrocedió finalmente por cuenta propia, sorprendido. Aleksi me rodeó con los brazos. Nadie dijo nada y lo único que se escuchó fue mi respiración, que siseaba a través de mis dientes.

—¡Si lo tocas, si lo lastimas, te arrancaré cada parte de tu cuerpo que pueda! —advertí. Lo decía en serio. No tuve ningún remordimiento por amenazar a mi abuelo, al líder de mi clan, a alguien a quien quise durante toda mi vida. Tampoco me afectó ver el dolor que cruzó en su mirada violácea. En ese momento, Benjamín White era mi enemigo y jamás iba a dolerme su dolor.

El silencio continuó en mi familia. Alternaron miradas preocupadas, asustadas, entre el jarrón, Hodeskalle y yo. Se mantuvieron inmóviles y con los segundos, cuando mi abuelo se alejó más, relajé mis dedos. Solo eso.

Carajos —dijo alguien junto a la puerta. Apenas si vi la cabeza de Elliot por detrás de mi abuela, que aferraba el brazo de mi abuelo aún. Aunque mi hermano estaba pálido, su voz había recuperado su tono característico. Había ironía en él. Era el sonido jocoso que estaba acostumbrada a escuchar—: ¡Y esta desgraciada nos hizo creer que lo odiaba!

¡Capítulo sorpresaaaa! Espero, por el bien de mi alma y de las suyas, que EXPLOTEN este capi con todo su hype, terror e histeria. Porque en este hay de todo, para todos los gustos. Y si, no me vengan a decir que no aman a Elliot tratando de romper la HORRIBLE tensión del final. 

¿Y? ¿Qué opinan? ¿Qué les pareció el juego de leyes y la manera en que al final Aleksi puso en jaque la situación?

SÉ, porque obvio leí los comentarios, que la mayoría esperaba ver a Kayla usando sus poderes, pero agradecemos al señor y a los siglos de Skalle que no, porque hubiese reventado las cabezas de todo el mundo. No se olviden que Aleksi la primera vez no mató a su mamá de milagrito nomás. Todavía no es su momento y para la calidad de la trama, que ella hubiese logrado hacer algo, con lo joven que es, hubiese sido un recurso hiper trillado. Así que... Espérenla, porque la niña se está armando poco a poco. 

Y espérense, porque esto está lejos de terminar. No se olviden: esto se pone peorrrr y peor MUAJAJA

¡Les juro que, a pesar todo, los recontra mil amo! <3

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