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Capítulo 5. Rescate

5: Rescate

Kayla

Llegué a casa y todo el mundo estaba de lleno en sus actividades. Nuestros empleados vampiros aprovechaban ese horario para hacer la mayoría de su trabajo, más si eran convertidos, pero mi familia también estaba levantada.

Me crucé a mi abuela haciendo jardinería entre las fuentes y las esculturas del patio principal y a mi mamá pintando un cuadro y renegando con unas fotos que Elliot le había tomado del amanecer como referencia.

Estuve a punto de acercarme a ayudarla, cuando Mørk Hodeskalle salió de la nada y se paró junto a ella para darle consejos sobre su pintura y recomendarle añadir diferentes tonos de rojo y naranja para hacer el amanecer más intenso.

Me frené a la mitad del patio y me giré, pero mi abuela me vio y comenzó a llamarme a gritos.

—¡Kay! Ven a ver mis flores —chilló.

Para cuando me volví hacia ella, obvio mi mamá y Hodeskalle también me estaban viendo. No me quedó otra que acercarme a saludar.

—¿Qué tal tu día, cariño? —preguntó mamá, haciéndole caso a Hodeskalle y agregando más naranja—. ¿Cómo te fue en el examen?

Él se dedicó a obsérvame, fijo. Y yo me dediqué a ignorarlo, porque no quería darle vueltas al hecho de que había rechazado a un humano porque en realidad había estado pensando, muy en el fondo, en que quería a un tipo como él. Físicamente, claro.

—Creo que me fue horrible. Pero salí con Jane.

—¿La pasaron bien? —me preguntó ella, mientras la abuela seguía haciéndome gestos para que me acercara al enorme masetero.

—Sí —dije, asomándome dentro. Reconocí las flores enseguida, eran las favoritas de mi tía Alice—. ¿La tía vendrá pronto? —musité, emocionada.

Mi tía me llevaba ciento ochenta años, sí, pero nos llevábamos muy bien. Me encantaba pasar tiempo con ella. Durante mi adolescencia, fue quien más me acompañó a hacer compras y a elegir mi ropa, porque mamá no podía visitar las tiendas durante el día por el sol.

Para mí, Alice era más que una tía. Era como una mejor amiga o una hermana.

—¡Sí! Estará aquí en un mes. Así que quise adelantarme y darle tiempo a que crezcan bien —dijo mi abuela, dando palmadas con las manos llenas de tierra—. Se viene mi cumpleaños y no podrá irse en mucho tiempo. Ya sabes, no se cumplen setecientos años todos los días...

Le estaba sonriendo cuando mi abuela se quedó muda. Se estiró leventemente hacia mí y me olfateó.

—Yo también lo sentí —dijo Hodeskalle, apareciendo por detrás. Di un salto hasta el cielo. Él no llegó a tocarme, pero estaba demasiado para mi gusto. Demasiado para que mi cerebro empezara a maquinarse ideas—. Es leve, sutil. No llegaste a compartir el mismo espacio.

La expresión de mi abuela se tornó oscura.

—¿Con quién te encontraste, Kay?

Yo sacudí la cabeza, mientras mi madre se acercaba a olfatearme sin reparo alguno.

—Con nadie —repliqué, alejándome de todos. No me molestaba usualmente que mi madre y mi abuela me rodeara, pero Hodeskalle también estaba cercándome y me sentía atrapada y sin aire, aunque estuviésemos en el patio—. Un vampiro que me crucé en la calle se apoyó en mi auto, nada más.

Mi abuela giró la cabeza hacia Hodeskalle, con los ojos muy abiertos, y ese gesto no me pasó desapercibido.

—No te hizo nada, ¿verdad? —preguntó mamá y yo me alejé aún más de todos.

—Claro que no. Estaba dentro del auto, la calle estaba lleno de gente y, por si no lo olvidan, también tengo sangre vampírica. Puedo defenderme sola de cualquier coqueto. Humano o vampiro.

Me marché rápidamente y me metí en mi habitación, mientras me olfateaba la ropa. Yo no podía percibir el aroma del vampiro y en realidad me sorprendía que se me hubiese pegado desde la puerta de mi auto.

Por las dudas, me metí en la ducha y puse toda la ropa para lavar. No tenía ganas de que el resto de mi familia lo percibiera y me volvieran loca. Me estaba poniendo el pijama de conejitos cuando me llegó un mensaje de texto de Jane escrito de forma muy pero muy extraña.

Fruncí el ceño mientras intentaba desentrañar lo que había escrito, porque parecía haberlo hecho borracha. O drogada. Al instante, me llegó su ubicación. Al siguiente instante, dejó de compartírmela.

Se me prendió la alarma y me vestí a las apuradas. Me dejé la camiseta de conejitos y encima me puse un abrigo de lana fina. Me calcé las zapatillas y salí corriendo de mi cuarto. Cuando llegué a la galería del patio principal, mi mamá, mi abuela y Hodeskalle me siguieron con la cabeza.

—¿Kayla?

—¡Algo le pasa a Jane! —logré decir, antes de saltar dentro del ascensor.

Conduje como loca siguiendo el último lugar donde Jane me había marcado dónde estaba. Podía ser que estuviese bien y listo, pero no me quedaría tranquila hasta asegurarme de que estaba sana y salva y que todo fuese consentido.

Sin embargo, cuando llegué al apartamento que me señaló antes de dejar de compartirme la ubicación y quise llamarla por teléfono, no me contestó. Su celular estaba apagado. Rechiné los dientes y, como el oficial de seguridad del edificio no me quiso dar información, tomé una decisión desesperada.

Miré hacia arriba, hacia los balcones, y, aunque sabía que podía ponerme, no pensaba dejar a Jane atrapada ahí dentro. Prefería exagerar antes de ser una mala amiga.

Pegué un salto y aterricé en segundo piso, sujetándome de las barandas. Alcance a ver que en el primer piso había solo una señora durmiendo y ahí, en ese departamento, había una familia entera descansando.

Me colgué en el aire y me impulsé hacia arriba. El tercer y el cuarto piso tampoco eran, pero cuando llegué al quinto me frené en seco al ver a través de los ventanales polarizados.

Había un grupo grande de muchachos, todos pasándose botellas de cerveza, cuchicheando e inclinándose sobre un sillón. Pude ver unas piernas femeninas desnudas entre todos ellos, colgando por la butaca.

Reconocí la tela de la falda y me impulsé por encima de la baranda para meterme en el balcón en un segundo. Corrí los ventanales y los vidrios se rajaron cuando los hice chocar entre ellos. Todos se sobresaltaron al verme y se alejaron espantados, sin entender de dónde carajos había salido.

Jane estaba sobre el sillón, despierta pero bien alejada de este mundo. Le faltaba la camisa y tenía los breteles del sostén bajo. Pasé mi mirada de ella a los chicos y me centré en el que habíamos conocido en el bar. La furia sacó mis colmillos y avancé hacia ellos sin realmente pensar en lo que iba a hacer. Lo único que quería era matarlo a él y a todos.

—¿Le pusieron un dedo encima? —rugí, mostrándoles todos los dientes. Se me crisparon los dedos de las manos y los prepararé para arrancarles el corazón—. Tú serás el primero.

El chico del pub me reconoció, pero estaba tan espantado que no pudo reaccionar. El resto salió huyendo por el departamento y uno, inútilmente, trató de abrir la puerta para salir. Pudo ni usando la llave y tirando con todas sus fuerzas.

—Están atrapados aquí conmigo —siseé, pero Jane gimió y me obligó a detenerme.

—¿Kay...? —dijo, removiéndose en el sillón.

Me relajé de inmediato y corrí a sujetarla cuando intentó levantarse.

—Sí, soy yo.

La cargué, sujetándola de la cintura, y decidí que tenía tiempo para castigar a esos hijos de la gran mierda. Mi prioridad era sacar a Jane de ahí.

Junto al sillón, encontré su bolso. En el piso, estaba su teléfono. Tomé también su blusa y metí todo dentro de la cartera antes de echármela al hombro y avanzar, ahuyentando idiotas, hacia la puerta.

El imbécil que estaba tratando de abrirla salió despavorido, escondiéndose en el baño, y me dejó el camino libre. Si la llave no funcionaba, yo pensaba tirarla abajo con una patada, pero apenas tiré del picaporte la puerta cedió, como si nada. No me detuve a pensar en los motivos por los cuáles antes podría haber estado trabada.

Salí al pasillo y escuché cómo se cerraba lentamente detrás de mí, también oí la llave girarse, pero con Jane en ese estado tampoco me detuve a analizarlo.

Llamé al ascensor y nos metí a ambas dentro. Cuando se cerraron las puertas, le golpeé suavemente la mejilla, para ver si podía espabilarla un poco. Ella abrió los ojos con muchísimo esfuerzo y su cara se contrajo, como si fuese a llorar.

—Quiero... irme... —musitó. Unas pequeñas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. La debilidad no le permitió seguir hablando y se hubiese deslizado al suelo de no ser porque la tenía sujeta.

—No te preocupes, estoy aquí contigo —le dije, limpiándole el sudor y las lágrimas de la cara.

La atraje a mi pecho y la abracé, para que se sintiera segura. Le acomodé la cabeza en mi hombro, apoyé el mentón en su coronilla y recién ahí me miré en los espejos del ascensor. Estaba toda despeinada, por haber saltado cinco pisos, pero lo alarmante era que mis colmillos no se habían guardado solos, señal de que todavía seguía muy alterada y con los instintos al máximo. Los forcé dentro de mis caninos, para que tomaran su aspecto humano y normal, y me acomodé apenas el pelo antes de llegar a la planta baja.

Salimos al lobby y tuve que cargar de vuelta a Jane, porque no podía caminar. El señor de la seguridad se puso de pie al vernos, sin comprender qué pasaba, pero cuando se dio cuenta de que era la chica a la que no había querido darle datos, yo aproveché para echarle en cara que no era gracias a él que Jane estaba segura.

—¿Cómo entraste...?

—¿Va a llamar a la policía? —le grité, señalándole la puerta de cristal de entrada al edificio—. ¿Por qué no llamo yo a la policía y le indico como usted era cómplice de una violación en manada? ¡Abra la maldita puerta y la tiraré abajo!

Aunque no se me salieron los colmillos de vuelta, supuse que me había visto poco humana, porque el hombre tocó un botón bajo su escritorio y el mecanismo de la puerta se activó.

Saqué a Jane, entonces, al aire libre, mientras me preguntaba dónde estaría su auto, si sus llaves estarían dentro de la cartera y a dónde debía llevarla primero.

—¿A un hospital? Seguro necesita un lavaje de estómago. Y suero —dije, en voz baja, mientras la llevaba hasta mi auto—. ¿O a casa...?

Me detuve para sacar mis propias llaves del bolsillo de mi pantalón de pijama cuando la alarma se desactivo y se abrió para mí. Me quedé dura, solo hasta que percibí el aroma de un vampiro cerca y me giré, alarmada.

El hombre de tez morena y aros de oro estaba muy cerca de mí, sobre la acera, intercalando vistazos entre Jane y yo. Por un ridículo instante, creí que el que había hecho eso era él.

—¿Qué...?

—¿Es tu cena? —me preguntó él, con una sonrisa, acercándose a nosotras—. ¿Compartes?

Con el pie, abrí del todo la puerta de mi auto y senté a Jane en el asiento del conductor. Esa cantidad ínfima de segundos que me tomó fue lo que él necesitó para acortar la distancia. Cerré, para dejarla a salvo dentro y me giré justo cuando intentaba ponerse cariñoso.

Estiré una mano y lo detuve por el pecho antes de que diera un paso más, antes de que se me pegara del todo y me atrapara contra el auto.

—No, no es mi cena. Y no, no comparto. Y tampoco me gusta que desconocidos me sigan.

Me sonrió, tratando de ser sumamente encantador. Sus colmillos blancos brillaron con la luz que reflejaban de las luces de la calle.

—Pero si no somos desconocidos, nos hemos visto antes.

No tenía ni tiempo ni paciencia para él, así que avancé y lo aparte, todavía con la mano en su traje negro de diseñador. Él me tomó delicadamente los dedos, como un gesto de intimidad, y resistí el impulso de darle una patada en las bolas. No sabía de quién se trataba y qué tal peligroso podía ser. Por eso, tenía que manejar las cosas con cautela. Rápido, pero con cautela. Si algo me pasaba, Jane estaría desprotegida.

—Vives en una bonita mansión —me dijo, tratando de llevarme mi mano a los labios. La aparte rápidamente, asqueada, porque de verdad sí que me había seguido.

Tiré de mi mano, pero no pude recuperarla. Ahí comprobé que de verdad un vampiro completo era muchísimo más fuerte que yo, incluso si era convertido o pertenecía a un clan inferior. Estaba en problemas.

—Señorita —dijo una voz, detrás de nosotros, del otro lado del auto. La reconocí de inmediato y casi que me meo del alivio—. Vine a escoltarla.

Recuperé mis dedos en un instante, porque el vampiro acosador se había quedado helado. No necesité girarme para comprobar el impacto que debía causar Mørk Hodeskalle en medio de la noche, con su horrenda máscara.

Sin decir nada, el otro se marchó con el rabo entre las patas, tan veloz que no pude seguirlo entre las sombras de los edificios y los árboles que decoraban los jardines de los departamentos.

Exhalé y me giré hacia Hodeskalle, sin pensar demasiado que en realidad no debería hacerme gracia que estuviese ahí, metiéndose en mi vida. Tampoco debería darme gracia que estuviese agradecida por aparecer.

—Tú fuiste el de la puerta —suspiré, señalando el auto. Él no asintió, tampoco respondió. Solo se apoyó en el techo y miró hacia arriba, hacia el departamento donde todavía estaban los imbéciles que había drogado a mi amiga—. Y también la puerta del departamento —añadí, entendiendo.

Él estuvo ahí siempre, pero no había podido olerlo. A decir verdad, ni siquiera podía olerlo en ese momento, como si la brisa que le despeinaba el cabello no me llegara al otro lado del vehículo.

—¿Mi abuelo te mandó?

—Tu abuela —contestó él—. Temió que algo así pasara.

—Te refieres a este vampiro —dije, señalando hacia la calle detrás de mí. Ya no estaba cerca, eso podía asegurarlo.

—Sí, su aroma sobre tu auto fue fuerte —replicó, con tranquilidad—. Tuvo tanta curiosidad por ti que decidió seguirte a casa. Habrá sentido una gran emoción al verte salir de tu castillo de piedra tan pronto, sin tener que esperar al próximo anochecer.

Ignoré su alusión a las princesitas otra vez y recogí el bolso de Jane, que había quedado en el suelo. Tenía razón al decir que mi casa era un castillo de piedra y concreto y que era prácticamente impenetrable. Ningún vampiro se tomaría la libertad de meterse dentro cuando podían notar que se trataba de un clan poderoso y con muchísima seguridad.

—¿Es un convertido? —pregunté, revisando las cosas de mi amiga, solo para no tener que mirarlo.

—Sí. No tiene sangre en su cuerpo, más que la que bebió hace unas horas.

Estuve a punto de preguntar cómo lo sabía, si eso también estaba dentro de sus poderes, pero implicaba seguir conversando, seguir estando cerca de él y seguir sintiéndome agradecida por haber aparecido.

—Tengo que llevar a Jane al hospital —repliqué.

—¿Qué vas a hacer con todos ellos? —respondió Hodeskalle, señalando con la cabeza de nuevo hacia el quinto piso.

Dude un instante sobre abrir la puerta delante de él. Los White no atacábamos gente, si podíamos evitarlo. Bebíamos la sangre de los bancos, pero, aunque Hodeskalle se estuviese quedando con nosotros, eso no significaba que fuese a seguir nuestras normas. Jane era una cena servida y, aunque el auto no lo detendría, no quería dejarla a su disposición.

—No lo sé —dije, pensando que él no sería tan maleducado de atacar a mi mejor amiga, cuando podía ahorrarse problemas y buscarse a alguien más. Más aún, cuando él me había ayudado a sacarla de ahí—. Jane es más importante ahora. Vendré a buscarlos luego.

—Necesito alimentarme —Como si nada, como si de repente hablar del clima, Hodeskalle se alejó del auto—. Te dejaré ir tranquila. Él no volverá a seguirte, eso te lo aseguro.

No me fie de los pasos relajados que dio por la acera, sino de la ayuda que me había proporcionado antes. Me abstuve de agradecerle, porque si no, quedaría implícito entre nosotros un favor y los favores entre vampiros debían ser pensados antes de ser tomados. En este caso, mi abuela le debía a él, porque ella lo había enviado ahí.

Abrí la puerta y pasé a Jane al asiento del copiloto, olvidándome de Hodeskalle por unos minutos, mientras controlaba la salud de mi amiga. Ella tenía los ojos abiertos, pero estaba bastante perdida. Pudo enfocarse en mi rostro con mucho esfuerzo.

—¿Kay...la?

—Iremos a un hospital —le avisé, poniéndole el cinturón, porque pensaba conducir como bestia.

Lancé su bolso al asiento de atrás y, en ese instante, escuché unos gritos. Eran lejanos, suaves, algo que solo un vampiro escucharía a esa distancia. La mayoría se apagaron en un instante. Fruncí el ceño y me asomé por la puerta abierta, siguiendo el sonido hasta el quinto piso del edificio donde acababa de sacar a Jane.

No sentí pena alguna y volví a mi asiento, quitándome de encima la responsabilidad de tener que vengarme de ellos. Alguien más lo estaba haciendo por mí y sin un pacto de por medio. 

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