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Capítulo 43. Lamentos

43: Lamentos

Kayla

Cuando abrí los ojos, sentía los pulmones pesados, como si los tuviese llenos de fango. Aspiré el aire de mi habitación y sentí que no los llenaba, que no era suficiente.

Mi mano se sacudió, desesperada, buscando apoyo, y encontró el brazo de Aleksi. Tardé varios intentos para respirar con normalidad y en darme cuenta de que él me estaba hablando, de que me sostenía y me pasaba un trapo húmedo por la cara.

—Conejita, Dios Santo —murmuró, recostándome en la cama cuando empecé a inhalar con normalidad—. Lo siento, no debí... No tenía que contarte todo eso. Era innecesario.

Supe enseguida que se refería a lo que le hizo su clan. A esos detalles tan níveos.

Yo negué. No era su culpa que yo hubiese sido tan blandengue. No vomité por poco y si no era capaz de aguantar el relato de uno de los momentos más oscuros de su vida, yo no lo merecía.

Traté de tranquilizarme y él me acarició el rostro, despacio.

—Estoy bien —dije, ronca como nunca.

—¿Sangre o una soda? ¿Qué te hará sentirte mejor? —me preguntó, pero no podía responder a eso porque no tenía ni idea. Jamás en mi vida me había desmayado. Los vampiros no se desmayaban a menos que hubiesen perdido muchísima pero muchísima sangre y lo hacían para ahorrar energía, en caso de necesitarla para empezar a curarse por sí mismos.

Sin saber qué era lo mejor también, Aleksi optó por lo más seguro y se mordió la muñeca para dejar fluir su sangre. Me la acercó a los labios y me ayudó a beber, como días atrás, cuando estaba en la bañera, herida y dolida.

Tragué con esfuerzo, pero le aparté delicadamente la mano al recordar que quizás él no estaba lo suficientemente alimentado como para darme su sangre a mí. De alguna manera, lo entendió y me dejó para ir a mi minibar y buscar una soda. La abrió y volvió a la cama tan rápido que apenas si parpadeé. Me ayudó a erguirme y me dio a beber pequeños sorbos hasta que el azúcar se me asentó en las venas.

—No me di cuenta de que te ibas a desmayar —me dijo, sentándose a mi lado, después de acomodarme los almohadones.

Apreté los labios y negué, ya bebiendo la soda por mi cuenta. Creí que la combinación en mi lengua de su sangre con la soda sería espantosa, pero no era tan terrible. Descubrí que necesitaba ambas para terminar de recuperarme.

—Yo tampoco —logré decir. La voz me salió rasposa, gangosa, como si de verdad hubiese estado metida en el fango con Aleksi y su madre, escapando por un bosque lleno de los cadáveres que su clan arrojaba después de alimentarse de ellos, para que se pudrieran y desaparecieran. Me estremecí—. No quería asustarte.

No me pregunté cómo demonios llegué yo a ese detalle. Él no lo había narrado. ¿Me lo habría inventado? ¿Lo habría soñado? Definitivamente, tenía que ser mi imaginación, ¿verdad? Sí. Mi delirante imaginación, la que me hizo bajar la presión y sumado al shock, me terminó por tumbar en la cama.

Me estremecí una vez más. Me esforcé por pensar en otra cosa. Pero no podía. Tardaría muchos días en desligarme de esos sueños tumultuosos.

—Yo te asusté a ti —me dijo él. Agarró la botella de soda cuando me la terminé y me acomodé entre los almohadones.

Quizás sí. Pero no quise decírselo. No quería que se sintiera culpable, que creyera de verdad que yo era una blandengue. En realidad, tenía que decirle demasiadas cosas, pero no sabía por dónde empezar.

Me rendí en la cama a su lado. Me sentía tan cansada, física y mentalmente, que ni siquiera tenía las ganas de hacer todas las preguntas que debería estar haciendo. Solo me acurruqué contra él, buscando el calor de su pecho y la seguridad de sus brazos.

—¿Te sientes mejor? —inquirió, tan despacio que me costó oírlo—. ¿Kay? ¿Amor?

Sus dedos tocaron mi nuca. Tenía un sudor frío pegado a la piel, restos del desmayo, y en contacto con sus yemas, tibias, di un saltito y me di cuenta de que no estaba reaccionando para nada.

—Sí —susurré.

Aleksi retiró la mano.

—¿Estás enojada? —dijo, casi diez minutos después.

Levanté el mentón.

—No puedo —dije—. No puedo estar enojada contigo.

Se acomodó para quedar a mi altura. Rostro con rostro otra vez.

—Evadí tus preguntas y mi promesa —me dijo—. Es como mentir.

Una exhalación lúgubre se escapó de mi boca. Tomé de todas mis fuerzas, porque a pesar de que no quería hablar, tenía que hacerlo por él. Podía percibir la ansiedad, vibrando en el aire, entre nuestros cuerpos. Él la estaba pasando fatal y yo también.

—Encontraste que la única forma de decirme el secreto de mi abuelo era revelando el mayor secreto de tu existencia, cuando no estabas preparado para hacerlo —respondí, con tono de muerta—. No puedo estar enojada.

Suspiré y el dolor me atravesó el corazón cuando terminé de decirlo. Él pasó esas dos semanas evadiéndome porque no se sentía listo para admitirme esa verdad y yo no podía culparlo por estar tan avergonzado de ser un semi humano, de admitir que era endeble.

Crecí con esa misma sensación. Odiaba ser tan distinta al resto de mi familia y no encajar ni con humanos ni con vampiros. Detestaba recordar que no me gustaba la sangre humana y que eso me hacía mucho más quebradiza. Cada día sentía el peso sobre mis hombros de ser un problema para los demás, una posible carga que jamás podría sobrevivir por sí misma. Siempre tenía miedo de vivir demasiado poco.

¿Cómo podía enojarme con él por desear callar la misma inseguridad que me quemaba también, por dentro y por fuera? Más que nadie en el mundo, yo era la única capaz de entender lo que se sentía ser esto. Incluso, aunque yo tuve la suerte de crecer amada y cuidada, no había nadie más en el universo que podría saber lo que se sentía ser un semi humano.

Ser su pareja no implicaba que estaba obligado a participarme algo que lo lesionó tanto, que lo hizo sentir vulnerable. Por mi propia necesidad de entender, lo orillé a eso. Fui consciente de que él ya me había confiado otras cosas esenciales en su vida y que las hizo todas cuando estaba listo. Estaba vez no lo estaba.

Eso me punzó en el corazón. Me avergonzaba haber sido tan desalmada con él.

Lo siento —murmuré, agarrándole el rostro con las manos. Le acaricié los pómulos, le toqué los parpados temblorosos. Atrapé una lágrima perdida en el camino y la sentí propia—. No quería obligarte a llegar tan lejos... Lo siento.

Esta vez, Aleksi se movió tan rápido que me sobresaltó. Su boca se estrelló con la mía y aflojó el sufrimiento intenso que se me acumuló en el pecho.

—Tu no me obligaste —me dijo, apenas me soltó—. Yo te lo prometí. Esa promesa fue mi error, debí suponer que... no podía cumplirla.

—Te orillé a decirme algo horrible que no querías revivir —gimoteé, abrazándolo con fuerza. Me di cuenta de que estaba llorando de nuevo, con él. Juntos.

—Tu no tenías manera de saber qué era esta la razón por la cuál callé o te mentí.

—¡Debí haber sido más paciente!

—Has sido demasiado paciente. ¡Yo no debí contarte algo horrible!

Pasó los brazos alrededor de mi cintura y me sostuvo tan fuerte que no quedó espacio alguno entre ambos. Estallamos en súplicas de perdón, igual de mortificados. Nos fundimos el uno con el otro, por largos minutos, en el que el silencio por primera vez en esa noche no fue incómodo ni hiriente. Fue un silencio en el que nuestras emociones se reparaban. Se mimetizaban. Mi respiración se tranquilizó, con lentitud, y su aroma, tan delicioso, calmó todos mis llantos. Pude cerrar los ojos a gusto y no por culpa o por vergüenza de mirarlo a la cara.

—Lamento —dijo Aleksi, cuando no se escuchaba más que las aves cantando al despuntar el alba— haber usado mis traumas para explicarte esto. —Abrí lentamente los ojos y lo miré de lleno, sin entender, hasta que él me besó el mentón—. Fui demasiado gráfico. Y eso te afectó. No necesitaba ser tan directo para contarte lo que soy. Espero que puedas perdonarme. Por eso y por no haber cumplido mi promesa.

Liberé una de mis manos de su eterno abrazo y le acaricié la mejilla como si fuese un niño chico, como ese niño que alguna vez fue.

—No estoy molesta porque no hayas cumplido tu promesa —respondí—. Si yo pudiese ocultarle a todos lo que soy, lo haría. No te preocupes por mí, yo... lo que me pasó es que soy muy imaginativa. No es tu culpa. Yo soy la que debe disculparse contigo por haberme desmayado en vez de haberte abrazado.

Él apretó los labios. Negó despacio.

—El principio de mi vida fue algo espantoso. Yo intento fingir que no pasó, así que no te disculpes por eso. Al final, yo fui el que te mintió. Me disculpo por eso.

—No pasa nada. Yo te acorralé.

Aleksi negó. Me agarró la mano que lo acariciaba y se la llevó a los labios.

—Que no. No tenías porqué saberlo ni preverlo. Así que, por favor, no insistas con eso. Aunque yo no estuviera listo, esto no es definitivamente tu culpa. Solo tú tienes que perdonarme a mi...

Aproveché que mi mano estaba en su boca para tapársela, para cortarle la cháchara. Si seguíamos discutiendo quién estuvo mal y quién no, no íbamos a terminar nunca.

—Acepto tus disculpas —dije—. Entiendo por qué lo hiciste y las acepto. Tu... ¿aceptarías las mías?

Retiré mis dedos con lentitud y me mantuve valiente, sin apartar la mirada a pesar de que mi actitud todavía me avergonzaba muchísimo, aunque sentía que no había sido suficiente todo lo que le pedí perdón.

Alek asintió. Se estiró para darme un besito delicado en los labios y cuando se alejó, sonreía con calidez.

—Por supuesto que sí.

Podría no ser suficiente para ninguno de los dos en el fondo, pero esas palabras, aceptadas finalmente, nos permitieron exhalar, continuar. Pudimos apartar las lágrimas que aún pujaban por escapar.

Viéndolo a los ojos, notando la claridad de su alma, abierta hacia mí, entendí que él y yo cometeríamos muchos errores durante nuestra relación. Pero siempre y cuando pudiésemos sentarnos a hablar, las cosas estarían bien.

—Lamento que hayas sufrido tanto —musité, acercándome y dándole un beso tras otro. Me extendí por toda su cara, pensando en cada herida oculta bajo esa piel tan suave y antigua—. Odio que hayas sufrido tanto por ser como yo.

Volví a sus labios y él me devolvió el beso con gran devoción.

—Si no fuese lo que soy, tú no serías mi marca —recordó, acercándome más, si era posible, a su pecho.

Pensé en eso, en que, aunque tendría a alguien más, no sería él. Estábamos destinados el uno al otro porque éramos iguales y únicos. No existía nadie más como nosotros. Y yo no quería a nadie más que él.

Me deslicé encima suyo y Aleksi se acomodó boca arriba en la cama, para sostenerme sobre su cuerpo. Pasé una de mis piernas por encima de sus caderas y me abracé a su pecho como un koala. Hundí la cara en su cuello y me quedé ahí, reflexionando sobre cuán caprichoso era el universo y cuánto tardó en unirnos. Y, aunque en el fondo, odiaba que él hubiese soportado todo eso solo, no podía evitar compararme y agradecer la familia que tenía, agradecer no haber tenido su destino. Yo, en su lugar, estoy segura de que no hubiese sobrevivido.

—Dime algo —musitó Aleksi, mucho después—. ¿Qué opinas de todo esto?

Suspiré, con la boca sobre su clavícula. Había estado ignorando esa parte del asunto.

—No sé qué sentir —admití. Porque a pesar de que estaba agradecida de haber tenido una infancia tan protegida, mi futuro era terriblemente incierto. Aleksi me pasó las manos por la espalda, para consolarme y contenerme—. De repente, estás insinuando que tendré poderes como tú. Y yo...

Me callé. Cuando Alek me lo dijo me sentía tan mal que no pude asimilar el peso real de sus palabras. Ahora que llevaba un rato acostada sobre él, tranquila en silencio, sentía como si me hubiesen dicho que me iba a salir un tercer ojo en la frente. En mi mundo, la magia no había existido hasta que apareció él. Los vampiros no éramos criaturas mágicas, éramos criaturas y ya, como las que había en todo el planeta. Así que, para mí, la magia era algo extraño. ¿Cómo podía procesar que yo misma la tuviera?

—Es lógica —me dijo Aleksi—, que si yo lo tengo, tú también lo tendrás. Por lo que vi, te estás desarrollando de la misma manera en la que yo lo hice. Tu piel aún está blanda como para que te hiera hasta un humano. No como la de un vampiro de sangre común, que si bien a tu edad no está dura como la de un vampiro adulto, como el diamante, ya se empieza a volver resistente.

A mi edad, Elliot ya había comenzado a endurecerse hacia rato. Ahora, que tenía casi veinticuatro años, que estaba alcanzando la madurez de un vampiro y que dejaría finalmente de crecer y envejecer, estaba por convertirse en un diamante andante.

—Tampoco tienes veneno —siguió él. Sus manos me recorrieron de arriba abajo, despacio, consoladoras—, igual que yo. No podrías convertir a nadie en vampiro. Tampoco te gustaba la sangre al principio. Yo también la odiaba cuando era niño, pero no tuve oportunidad de lactar o de comer otra cosa. Nuestra fuerza física es bastante menor a la de los vampiros de sangre y los vampiros convertidos. En muchísimos aspectos, parecemos mucho más humanos.

Yo ya lo había pensado. Algunas veces, cuando miré sus ojos. Sentí que no eran tan vampiros como los de mi familia, por ejemplo.

—Por eso decías que mi piel se iba a endurecer —contesté—. La tuya se endureció.

—Bastante. Nunca como la de un vampiro de sangre completo, pero sí bastante. Por eso pude tatuarme. Las agujas pueden penetrar mi piel, aunque con mucho esfuerzo, claro —soltó una risita—. Y muchas sesiones y mucha tinta.

Giré la cabeza y apoyé el mentón en su hombro. Pasé mis manos por esos brazos fuertes que me encantaban.

—Amo tus tatuajes —le confesé.

Aleksi volvió a reírse.

—A mi también me gustan.

Guardamos silencio por un rato más. Yo tracé con los dedos los dibujos en su piel y él pareció disfrutar tanto de mis caricias como yo de las suyas. Después de que llegué a sus muñecas y me quedé sin tatuajes que recordé, fue que me animé a decir un poco más de lo que pensaba y sentía.

—Entiendo que por el pacto de mi abuelo no puedes decirme más —musité—. Pero... saber que hay otra razón por la cual mi abuelo sospecha esto de mí, algo no relacionado a ser semihumana, me hace dar cuenta de que los otros clanes también podrían saberlo y...

Era difícil poner lo que me pasaba en palabras. Seguía enojada con mi abuelo, porque esta era una razón más importante aún para hacerme partícipe. Si los otros clanes lo sospechaban, por la razón que fuera, me querían para usarme como un arma, tanto como para incubadora. Si existiese la mínima posibilidad de pasarle esas supuestas habilidades a mis hijos, otros clanes tendrían ejércitos enteros, con poder interminable. Mørk Hodeskalle ya no sería una amenaza para todos ellos, ya no podría poner a ningún clan en línea.

Me aterraba.

Temblé, ligeramente, y Aleksi aumentó el ritmo de sus caricias.

—Lo yo que realmente lamento es no haber convencido a tu abuelo —me dijo—. Lo intenté. Pero él insiste en que es demasiado para ti; que tal vez podría equivocarse, además. Él no sabe que yo soy como tú y que por eso... yo estoy casi seguro de que sí tendrás habilidades como las mías.

Suspiré una vez más.

—No lo lamentes —contesté—. O si no, yo lamentaré de nuevo el haber llevado hasta eso cuando no estabas cómodo.

Él también suspiró. Sus dedos se detuvieron en mi cintura.

—Tal vez nunca hubiese estado cómodo, conejita. No solo por la presión del resto del mundo, al que le oculté mi verdadero ser por supervivencia y por mantener mi imagen. Sino por ti. Tú me ves como un ídolo, alguien con quien te sientes segura y protegida —Me separé rápidamente de él, lista para refutar, pero Aleksi me tomó el rostro con ambas manos y siguió antes de que pudiera decir algo—. Tu no me temes, tú te sientes a gusto conmigo en todo momento. No me tratas con cautela. Pierdes todo control —me dijo, con una sonrisa penosa y tan enamorada que desinfló todo mi cuerpo. Me aflojé por completo y le devolví la sonrisa, igual de enamorada—. No quiero perder eso.

Su pulgar me acarició el pómulo con tanta ternura que quise soltar grititos de emoción. Quise gritarle que él era perfecto y que lo adoraba.

—No perdiste nada ni lo perderás —le dije, agarrándole los dedos y manteniéndolos ahí, apretados contra mi piel—. Nunca dejaré de sentirme a gusto y segura contigo. Siempre voy a querer estar encima de ti... O debajo de ti —le recordé, haciendo referencia a lo mucho que adoraba sentir su piel desnuda contra la mía. Le sonreí, embelesada con su bello rostro y con todo lo que me hacía sentir cada vez que me miraba—. Eso no va a cambiar. Y ahora más que nunca. No sé qué haría sin ti. Porque con todo lo que esto implica...

Mi sonrisa se desvaneció lentamente. Mi vista decayó, se perdió entre el escote de su camisa negra. Dejé caer su mano y me encogí, sobre su regazo.

—...Por lo que van a buscar de mi sabiendo que todavía soy muy vulnerable —finalicé.

Aleksi se enderezó. Nos sentó a ambos en la cama y su mano volvió a mi rostro.

—No será para siempre —apuntó, a conversaciones tan lejanas que ya me costaba retenerlas—. Porque si tienes los poderes que creemos que tienes, podrías defenderte sola. Tal y como lo hago yo.

Apreté los labios, insegura. No había muchas pautas que seguir, pero si solo lo tomaba a él como referencia —por supuesto—, y teniendo en cuenta sus suposiciones, aún me faltaba tiempo para desarrollar esas habilidades. Aleksi me contó que descubrió sus poderes a los veinticinco, y a mí me faltaban cuatro años para cumplirlos. No podía depender de eso, ni esperar tanto.

—Tengo que sobrevivir hasta que aparezcan, ¿no? Como lo hiciste tú.

Una expresión de tristeza cruzó por su rostro.

—Te cuidaré con mi vida hasta que pase —juró—. Y esa es una promesa que sí puedo cumplir.

—¿Y cómo sabré si... si los tengo cuando llegue a la edad? ¿Cómo voy a darme cuenta? —inquirí.

Aleksi hizo una mueca.

—Mis recuerdos de esa época son turbulentos. Fueron los primeros años de mi vida y con todo lo que he vivido, a veces se borronean. No estoy exactamente seguro de cómo los sentí. Pero si recuerdo que estaba enojado. Tenía tanta furia que exploté —me explicó—. Estaba cansado de huir, de que nos persiguieran por todo el mundo. Cansado porque nos atraparon y nos arrastrarían de nuevo a esa pocilga. Ese día, simplemente me volví loco. No podía tolerar ver a mi madre limpiarse las lágrimas una vez más y ponerse delante de mí para pelear, como lo hizo siempre que pudo. Porque yo era más débil que ella y sabía que me matarían en un instante. Y ella era valiosa, tanto que la dejarían vivir lo suficiente como para que pudiera escapar... o hacer otro trato con veinte hijos más para salvarme.

Me aferré a sus hombros, tratando de no imaginarme nada de eso. Pero fue inevitable que viera en mi mente a una mujer hermosa, joven, sucia y cansada pararse frente a Aleksi. El cabello rizado y enredado se lo mecía el viento, mientras esperaba evaluando los movimientos de varios hombres, que los rodeaban a todos al borde de un enorme acantilado, en unas montañas tan altas que no alcanzaba a ver el fin de ellas.

Apoyé la frente en su hombro, porque temí que mi imaginación me hiciera perder la consciencia otra vez. Que fuese suficiente para bajar mi presión sanguínea.

—Conejita... —dijo él, sujetándome, preocupado.

—Sigue —le pedí—. Tengo que conocer cómo fue todo. Es tu pasado y quiero conocerlo.

Pareció dudar, pero se ocupó de mantenerme bien agarrada, en caso de que flaqueara mi voluntad.

—Nos amenazaron —siguió, con tono bajo—. Nos prometieron horrores terribles. Porque huimos sin que mi madre les diera los diez hijos que prometió el día que nací. Porque hasta que cumplí quince o dieciséis, que escapamos, jamás pudieron quebrarla para decirles que tonto e ignorante humano era mi padre. Porque pasamos casi diez años corriendo por todos lados, enfrentándolos y consiguiendo escapar gracias a ella... Pero esa vez estábamos atrapados, muy débil y cansados. No bebíamos sangre hacia muchísimos días, creo que hasta semanas. Y aunque mi madre daba todo de sí misma, esa vez no lo conseguiríamos. Y la hirieron, y la hicieron gritar. Y perdí la razón. Solo pensé en que deseaba verlos morir. Me imaginé exactamente cómo debían desprenderse de sus cuerpos las manos que sujetaban a mi madre y las que me golpeaban a mí. O sus cabezas arrancándose solas. Y pasó.

Le rodeé el cuello con los brazos, replicando su relato en mi cabeza. La sangre ocupó toda mi visión, pero, por suerte, no me sentí mal con ella. Sentí mucho alivio al ver a esos tipos muertos.

—En ese momento, no entendimos qué estaba pasando. Yo no recuerdo haber tenido alguna muestra de que algo existiera en mi interior como para adivinar que todo eso lo hice yo. Pero estábamos a salvo —exhaló, con un consuelo natural—. Nos alimentamos de la sangre que quedaba en esos cuerpos y huimos, asustados por lo sucedido y porque también temíamos que otros miembros de nuestro clan estuvieran cerca. A partir de ahí, solo sé que pasamos meses moviéndonos y que poco a poco comprendí que los había matado yo y que podía hacer más. Practiqué, tanto que ya no me acuerdo cuánto. Me creí listo para enfrentarme a cualquiera que se nos acercara y al fin ser yo quien protegiera a mi mamá. Un día, decidí que, para ponerle fin a todo, en vez de huir, debía volver a... a casa. Fue ahí cuando surgió la leyenda que te contó tu tío. Cuando se desperdigó como la pólvora el rumor de que un joven vampiro con habilidades únicas había destrozado a todo su clan.

Me quedé inmóvil. Él se quedó en silencio, esperando cualquier reacción de mi parte, y yo solo me moví cuando me aseguré de que estaba bien, cero mareada.

—Entonces, ¿fue el enojo lo que lo despertó? —pregunté, poniéndome frente a su cara.

Él se encogió de hombros. A diferencia de lo que pasó en el jardín, cuando me confesó que era un semi humano, sus ojos no mostraban una pena infinita. Ahora, parecía que esas historias eran tan viejas que casi ya no le afectaban. Por un momento, me pregunté qué tanto las tendría asimiladas.

—El enojo, la frustración... El miedo o la desesperación. Quizás tenga que admitir que sentía todo eso también —contestó, apenas levantando las comisuras de los labios en una sonrisa penosa.

Era sencillo entender eso, porque las escenas que se plantaban en mi fuero interno eran grotescas y extremas. Todos esos sentimientos eran intrínsecos a la situación. Venían de la mano y aunque yo no lo había vivido, podía percibirlo como si pasara la mano por encima de la superficie de esa cruel memoria y absorbiera una cuarta parte de lo que realmente eran. Era sencillo porque podía empatizar.

Sin embargo, se sentía descabellado y hasta ridículo que algo tan crudo pudiese ser una pauta para una vida tan pueril como la mía. Yo no conocía esa desesperación en carne propia. Solo conocí el amor de quienes me rodeaban. Nadie tuvo que pelear a muerte para salvar mi vida, no tuve ninguna marca en el alma que me potenciara a luchar desesperadamente por ella.

Lo que me pasaba ahora, esas mentiras de mi abuelo, esos clanes persiguiéndome, no eran nada con los horrores que Aleksi necesitó para despertar su magia. Incluso, lo que sentía en ese momento no alcanzaba. Para mí, eso solo podía significar una cosa y no me gustaba nada.

—Estoy enojada ahora —le dije, aún sujeta de su cuello, aprovechando su estabilidad—. Y frustrada. Y, sobre todo, estoy asustada —Mi voz se quebró a último momento—. Tengo mucho miedo de lo que planean hacer conmigo y es evidente que esto no es suficiente para despertar mis supuestos poderes. Entonces pienso, retorcidamente, que tengo que vivir algo igual de horroroso que tu para tenerlos... Y a la vez pienso que no los merezco porque he nacido en cuna de oro y porque jamás me pasó nada. Y que todo lo que yo detesto ser semihumana... no se compara contigo, con lo que tú lo has detestado. Soy un chiste junto a ti. Simplemente... yo no puedo ser como tú en eso.

Mis ojos se encontraron con los suyos, profundos y comprensivos, y me sentí desnuda ante el escrutinio de su mirada. Pero no era algo malo, era simplemente que me veía tan cual yo era, con todo lo que sentía y me angustiaba.

—Tu no eres yo. Nunca lo serás —me dijo, con voz calma. Sus palabras podrían parecer dudas, pero la suavidad en su voz estaba llena de cariño—. Tu eres Kayla White, no Mørk Hodeskalle. Y tendrás tus propias leyendas, tu propia historia. No podemos saber cómo va a ser en tu caso, porque somos individuos distintos. No estamos cortados por el mismo cuchillo, por más que yo nos haya comparado, aunque ambos tuvimos un progenitor humano y somos mitad humanos. A tu manera vas a salir de esto. Y te acompañaré mientras tanto.

No me salió sonreír. Emití un gemido de angustia, anhelo y agradecimiento a la vez y me eché sobre él. Cada una de sus palabras era cierta y me hizo aceptar de una vez que nada estaba escrito.

También, aunque el miedo no se iba, aunque caminaba de la mano con la incertidumbre, me dije que tener poderes no era malo. Aleksi también tuvo razón en eso semanas atrás, cuando me dijo que dependía de cómo lo viera.

Pormás que me persiguieran por eso, llegaría el día en que dejaría de ser débil yfrágil. En un futuro, no necesitaría que nadie velara por mi seguridad. Mipareja no tendría que sacrificar su existencia para pisarme los talones. Yo yano viviría en un castillo de oro. No sería más una princesa de cristal. 

¡Ya casi llegamos a 600k! No puedo creer que hace apenas cinco meses y medio arrancamos con esta historia. ¡Llegamos tan lejos gracias a ustedes! No olviden que, si les gusta Hodeskalle y quieren que esté en papel, ¡tienen que pedírsela a Penguin Random House! Me ayudarían muchísimo si la nombran en sus redes sociales, para que conozcan la historia y algún día lleguemos a estar publicados por el sello de Wattpad. Pueden buscarlos en instagram como /somosinfinitoslibros y como /novelasparachicxs <3

Dicho esto, abro en este párrafo un directorio de dudas: Aquí pueden dejar sus preguntas máaaas profundas y elegiré la mayor cantidad posible (sin spoilear demasiado) para responderles!

¡Los amo hasta el infinito y más allá!

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