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Capítulo 42. Bajo el barro

42: Bajo el barro

Kayla

Traté de decirme a mí misma que debía existir una buena razón por la cual Aleksi había dejado pasar tantos días. Que estaba siendo dramática, que no tenía sentido en desconfiar de él o creer que realmente no quería ayudarme con la verdad.

Seguramente, no había encontrado la manera de pasar por entre las reglas de mi abuelo, quizás le costaba y por eso no me lo mencionó siquiera, para no ilusionarme. Y, sin embargo, aunque la parte lógica de mi se aferraba a esos pensamientos, las horas después de que se fue mi tía, hasta la madrugada, casi hasta el amanecer, lo único que hice fue entrar en paranoia.

Me acordé que él me dejó dos horas sola en esa bañera, cuando podría haberme dado su sangre primero. Me acordé que esa noche se fue mucho antes de mi cama, si siquiera avisarme, como usualmente lo hacía.

Me fue imposible no sentir que era sospechosa la manera en la que evitó contarme tanto de sus tatuajes, aunque se había justificado con las heridas del corazón que le dejaron las humillaciones de su clan.

También, recordé que el primero en hacer una promesa fue el mismo Aleksi. ¿Estaba tan mal que yo se lo mencionara o le preguntara por qué no había hablado, cuando no la cumplió?

No sabía qué pensar. No sabía si estaba bien o si estaba actuando mal. Algo, muy dentro de mí, me decía que no, que las cosas estaban terribles. Que él estaba callándose algo, por voluntad propia. No sabía si era intuición o si era la marca y esta me permitía reconocer cuando algo malo pasaba, así como cuando sabía que me decía la verdad a la hora de ver sus ojos.

Lo esperé, planteándome una y otra vez cómo formular las preguntas que pujaban por salir de mi garganta a los gritos. Estaba nerviosa, asustada. La preocupación me ataba a la cama más que el enojo porque, en el fondo, sabía que él tenía que tener un motivo. Uno de peso, uno lógica. Éramos pareja, la marca no permitiría una traición. Yo tenía que estar delirando, alimentada por mis inseguridades y las mentiras de mi familia.

Cuando Aleksi aterrizó silenciosamente en mi jardín, yo estaba sentada en la cama, con las piernas cruzadas y los ojos fijos en el lugar donde había caído, como si supiera que lo haría justo ahí. Él me sonrió, como saludo, pero sus hombros se cuadraron cuando no pude devolverle la sonrisa.

—Buenas noches, conejita —dijo, al ingresar a mi cuarto—. ¿Estás bien?

Me mojé los labios. Una parte de mi quería hacer un escándalo; la otra, trataba de actuar con lógica, no como una psicópata.

—En realidad no —admití, en voz calma. Se escapó el pesar en mi voz. Decidí que sería directa, que le expondría mis dudas de la forma más pacífica posible.

La expresión de Aleksi se contrajo. Su rostro entero demostró una preocupación que me hizo sentir peor por sospechar que él, mi pareja, el amor de mi vida, podría estar engañándome con algo, cuando dijo que odiaba hacerlo.

Se arrodilló ante mí y me agarró las manos.

—¿Qué pasó? Estuve en reuniones con tu abuelo, solo escuché que tu tía gritaba algo. Sobre el vestido, ¿no? Seguro se te veía hermoso.

Lo miré a los ojos, buscando las respuestas ahí, pero no las encontré esta vez porque él me estaba diciendo la verdad sobre eso. Deslicé mis manos fuera de las suyas y le señalé el lugar en la cama, a mi lado.

—Estoy intranquila —le dije, con un temblor en la voz.

Él se sentó, con el ceño fruncido.

—¿Por qué? No hay nada de qué preocuparse. Todo está muy tranquilo. Justamente, la reunión que tuvimos fue para conversar sobre la información que traen los espías de tu abuelo. La información que traigo yo. No están haciendo ningún movimiento, no lo harán ahora que tú y Alice están resguardadas.

Resguardadas, encerradas. Princesas en un palacio de oro, en cajas de cristal. Eso era lo único en lo que podía pensar.

—No has podido descifrar la manera de hacérmelo saber todo, ¿no? —dije, con suavidad

Mis palabras lo tomaron por sorpresa, o eso me pareció. Se quedó rígido, tenso. No sentí que mi tono hubiese sido acusador. No había un reclamo en él, solo una genuina duda. Pero Aleksi reaccionó de una manera en la que me hizo sentir que mi paranoia estaba justificada.

Yo no estaba tan loca.

—No tuve mucho tiempo —me contestó—. Sé que te lo prometí, pero... Las cosas se complicaron un poco.

Mentía. Lo sentía en las venas, en los huesos. No necesitaba mirarlo a la cara, a los ojos. La marca me lo estaba gritando en la mía.

Me temblaron las manos cuando me sujeté al borde de la cama.

—Acabas de decir que todo estaba bien. Y luego que se complicó. ¿Qué pasó, entonces?

Una sonrisa rara apareció en su rostro. Ni siquiera se le marcaron los hoyuelos. Estaba tan tenso...

—No se complicó con el clan Edevanne —me contestó—. Estás a salvo, me voy a asegurar de eso siempre. Cuando digo que las cosas se complicaron estos días, me refiero a que tuve mucho que hacer.

Las mentiras seguían flotando entre nosotros. Se hundieron en mi pecho y en mi estómago. Sentí ganas de vomitar.

—Alek... —susurré—. ¿Tú tampoco quieres que lo sepa, no?

Por el rabillo del ojo, vi que también se aferró a la cama. Los nudillos se le habían puesto blancos.

—¿Qué? Kayla, claro que no.

—Sé que me estás mintiendo —le dije—. La marca me deja saber cuándo me mientes —añadí, cada vez más segura de eso. Tomé aire y exhalé con fuerza. Traté de ponerme un tono más enérgico, más duro, más firme—. Necesito que me digas la verdad. Que me expliques lo que está pasando. Que me expliques que no puedes resolverlo ahora y lo entenderé.

El silencio se extendió, pétreo, entre nosotros. Casi que pude escuchar las puñaladas que recibía mi corazón.

—Kayla —empezó, de nuevo, casi dos minutos después, pero volvió a callarse, mirando al suelo. De nuevo el silencio de alguien que no tiene palabras.

Yo, impaciente y dolida, me giré hacia él, mis rodillas chocaron contra las suyas.

—Me hace sentir horrible preguntarte esto. Exigírtelo también. Porque has estado para mi día tras día... Pero siento... siento que algo no está bien —le dije. Las lágrimas se me habían agolpado en los ojos. El miedo atroz de estar equivocándome me carcomía—. Necesito hablar de esto contigo. Saber que estoy equivocándome y que nada anda mal. Que, si me estás mintiendo, es porque no quieres ilusionarme, que es porque no lograste convencer a mi abuelo. Pero cada vez que lo pienso más loca me pongo porque siento que sí pasó algo importante. Y también quiero que me lo digas, que me digas que todas las cosas que no se sintieron bien tienen sentido y no estoy demente.

Levantó la cabeza.

—¿Todas?

Tragué saliva, apartando la idea de que estaba a punto de cruzar una línea, de verme realmente como una novia tóxica.

—Cuando fuiste por los tampones, me dejaste dos horas sola en la bañera, muriendo de dolor. No sé... no sé por qué no me diste tu sangre primero. Y me hace sentir terrible planteártelo. Porque sueno egoísta, como si yo debiera ser tu única prioridad. Termina siendo un reclamo, aunque no quiera reclamarte. Pero es que... no puedo entender por qué tardaste dos horas cuando hay varias farmacias cerca, que estaban abiertas.

Mi respiración se alteró. Quizás exageraba, pero también me decía a mí misma que no podía ser que me dejara tanto tiempo conociendo mi sufrimiento, cuando incluso llegué a abrirme la cabeza de la desesperación. Tenía que haber una razón, había una explicación y yo la necesitaba. Y él tenía que dármela.

—O por qué te fuiste de mi cama esa noche, sin avisarme, antes del amanecer. No despertaste conmigo, como todos los días —seguí, con congoja—. Es estúpido, lo sé. Pero siempre me avisas cuando te vas. Y ese día huiste furtivamente. No sé si es la marca, pero la sangre me grita en el oído que me estás evadiendo. Porque pasaron quince días y no volviste a mencionar a mi abuelo, ni la promesa que me hiciste. ¿Es porque no pudiste resolverlo? ¿Porque no encontraste una solución y no quieres decepcionarme? Aclárame eso y dejaremos este tema en paz.

Me callé. Estuve a punto de mencionar sus tatuajes, pero no quise pasarme. No quise justificarme más con la intuición que me carcomía.

Aleksi apenas si respiraba. Sus nudillos se relajaron, pero se convirtió en una estatua.

—Hay una razón —musitó, muchos segundos después—. Una real y que me hizo sufrir cada segundo que estuve lejos de ti. Que me hizo sufrir mucho más cuando te encontré boca abajo en el agua y lastimada.

Me temblaron las manos.

—¿Y entonces? —dije. Quería sonar fuerte, pero mis palabra salieron en un hilo de voz.

Levantó la cabeza y nuestras miradas se encontraron. Pude ver la culpa grabada en sus iris, tan expuesta como la mía.

—Soy un cobarde —dijo, de la nada—. Siento vergüenza. Esa es la verdad, Kayla. Estoy tan avergonzado de mí mismo...

Abrí ligeramente la boca, pero nada salió de ella. Esperaba alguna respuesta, pero no algo como eso. No entendía a qué se refería y qué tenía que ver con lo que le estaba preguntando. Así que solo esperé, con la confusión grabada en el rostro.

Aleksi giró la cabeza hacia otro lado y se puso de pie. Dio vueltas por mi habitación, cerrando y abriendo las manos, en un estado de nerviosismo tan puro que me recordó a los momentos en los que intentó decirme que éramos pareja, a los momentos en los que finalmente me lo dijo.

—No entiendo —le dije—. ¿De qué estás hablando?

Él se detuvo abruptamente.

—He estado... intentando... Pensando. Pero la verdad es que... no sé cómo... explicarte las cosas. Porque soy cobarde y porque me siento tan... como para admitirte lo que... lo que tanto tiempo... Pensé que, si nos daba tiempo, si lograba convencer a tu abuelo, no tendría que confesar...

Se quedó parado en medio de mi habitación, mientras yo lo observaba con el ceño fruncido y un desconcierto absoluto. Nunca en mi vida hubiese imaginado o dicho que Mørk Hodeskalle era un cobarde. Esas palabras no se usaban en la misma frase. No tenían sentido juntas.

Pero había estado rehuyéndome, estuvo distrayéndome. Lo estaba admitiendo. Yo no estaba loca.

—Explícame —ordené, demasiado rápido.

—No es fácil para mi —contestó, con una exhalación.

—No tienes que matarte por encontrar una forma de decirme el secreto de mi abuelo —le recordé—. Solo explícame que no pudiste desentrañarlo. No tienes que confesarme nada, solo dame algo de luz. Dímelo: "No pude encontrar las grietas en el trato, conejita, dame más tiempo". O, "No creo que pueda hacerlo, lo siento". Dímelo así.

Me miró solo una vez antes de encogerse de hombros, como alguien herido y pequeño, y caminar hacia el jardín. Parte de la respuesta me llegó con ese gesto. No se trataba de poder, se trataba de querer.

Sí, pudo desentrañarlo. Realmente podía decírmelo. Pero no quería.

Lo seguí, con el corazón en la boca. Él estaba de pie bajo la luz de la luna, observando su reflejo en la piscina. La situación se vio tan dramática como probablemente lo era para ambos, así que me quedé de pie, a varios metros, en silencio.

—No quise tardar tanto cuando te dejé —dijo y supe, por la entonación que le dio a sus palabras, que realmente me hablaría de todo—. No podía darte mi sangre antes.

Sentí un escalofrío que me recorría la columna. Sus palabras, para mí, seguían sin tener sentido.

—¿Por qué?

Porque a veces soy muy débil.

La frase fue como un baldazo de agua fría. Observé sus hombros caídos, la cabeza gacha. Por primera vez desde que lo conocía, Mørk Hodeskalle realmente parecía joven, diminuto, endeble.

—¿De qué estás hablando? —tercí, acercándome, muy rápido—. Eres el vampiro más poderoso del mundo. —Lo agarré del brazo y lo giré. Sus ojos azules, empañados por las sombras del jardín, estaban repletos de vergüenza—. Tu sangre es...

—Mi sangre no es como la de los demás —me interrumpió—. Mi sangre es débil.

Millones de ideas absurdas pasaron por mi cabeza. Pensé que quizás estaba enfermo, que quizás sus poderes tenían algún tipo de precio que pagar en su salud. Jamás había escuchado algo sobre una sangre débil en alguien de nuestra especie. Los vampiros no enfermábamos, los vampiros no teníamos muerte natural a menos que viviéramos miles y miles de años y Aleksi no era, ni por asomo, el vampiro más viejo de la historia.

No había escuchado nada sobre sangre débil, exceptuando...

Retrocedí. Me solté de su agarre. Lo único que pude hacer fue mirarlo, como una tonta. Él entendió mi mirada, supo lo que yo estaba pensando. La vergüenza seguía instalada en sus ojos y me sentí pequeña... tan pequeña.

—No puedo hablar del secreto de tu abuelo —musitó, cuando mi espalda chocó contra una de las puertas del jardín—. No puedo hablarte de ti. Solo puedo hablarte de mí.

Me apreté contra el vidrio. Me costó respirar. El mundo enteró empezó a darme vueltas mientras Aleksi me miraba, de pie en el medio de la penumbra de mi patio.

—El día en que yo nací, nadie esperaba esto —susurró. Había dolor y miedo en sus gestos, pero la oscuridad se arremolinó a su alrededor, como el príncipe de las pesadillas que era—. Nadie pudo imaginar, jamás, que alguien podría concebir a algo como yo. —Solté un gemido. Me llevé las manos al pecho, al corazón. Una lágrima corrió por mi mejilla—. Porque una vampira embarazándose de un humano y pariendo a una cosa como yo... debía ser una maldición. Un augurio de mala fortuna. Tal vez tenían razón, porque al final sí fui su perdición.

Me deslicé al piso. Escuché mis rodillas golpear contra el suelo. Mis ojos no podían separarse de su rostro. «Soy un cobarde. Siento vergüenza», escuchaba sus palabras repetirse en mi cabeza. «Siento vergüenza de lo que soy», quiso decir.

—No puede ser —gemí.

—Mi madre tuvo que rogar para que me dejaran vivir. Hizo un pacto, juró dar a luz a diez hijos de su propio padre, tío y hermanos, con tal de que me mantuvieran con vida —siguió él, con la voz de ultratumba. Habló tan rápido y con tanto dolor que sonó enojado. Hasta malvado—. No fue gratis. Nunca lo fue. Ni para ella ni para mí, porque con cada periodo fallido, todos me recordaban que era una paria, un adefesio... Que era tan pequeño, tan humano, que podrían aplastarme como planeaban aplastar a mi padre cuando lo hallaran...

Un momento de silencio, uno en el que ni respiré, afectada por su tono.

—Les gustaba hacerme sangrar. Les gustaba violar a mi madre frente de mí, para mostrarme lo impotente que era. Amenazaban con arrancarme los colmillos cuando me salieron, muy tarde para todos ellos. Se reían cuando empecé a alimentarme de humanos a la fuerza, porque era la única manera que tenía de asemejarme, de encajar... —Una sonrisa irónica, triste, se formo en sus labios. Duró un segundo. Su mirada muerta, todavía llena de ira, se clavó en el suelo—. Incluso en aquel entonces yo deseaba que me perdonaran y que me incluyeran...

El relato fue como un golpe en el estómago. Me dolió hondo, profundo. Casi que me hizo gritar. Lo único que salió de mi boca fue un gemido agónico.

—Te dije que valías, te dije que no eras una inútil. Que no tenías por qué preocuparte de nada. Que eras fuerte —murmuró Aleksi, desde su lugar, ahí en el medio del jardín. Me veía con tristeza. Luego una sonrisa tiró de sus labios otra vez, pesimista—. Los mejores consejos son los que no puedes seguir, conejita.

No tenía palabras. Ni siquiera podía pensarlas. Más lágrimas ocuparon mi visión y por un momento, lo único que pude hacer fue ahogarme en mi confusión, alimentada por la agonía que me producía la parte más cruda de su historia.

Yo ya sabía que sufrió, pero nunca imaginé cuánto. Ni que esa era la razón. O que estaríamos tan ligados por esa razón.

Me hice una bola en el suelo. Levanté las rodillas y escondí la cara en ellas, tratando de mantener mi mente clara, pero me fue imposible. Los horrores que contó se formaron en imágenes oscuras que crepitaban por mis piernas, clavando sus garras en mi piel hacia arriba, dispuestas a consumirme de a poco. Se rompían en pedazos, haciendo eco de los gritos que él y su madre habrían soltado. Se convertían en persecuciones y en llanto y en sangre. Corrían por bosques atestados de muerte, por el barro que apestaba a podredumbre. Sus rostros de borronearon y de un momento a otro, quien corría con Aleksi no era su madre, era yo...escapando de ellos, de lo que me harían. De lo que nos harían por ser lo que éramos.

Di un respingo, con tanto pavor que casi confundo el delirio con la realidad. De pronto, las manos de Aleksi estaban en mi rostro, apenas tocándome, como si tuviera miedo de quebrarme si me sostenía de más.

Me levantó el mentón. Yo jadeé, impresionada.

—Kayla —susurró. La voz le sonó ansiosa, herida. Sus pulgares limpiaron las lágrimas de mis ojos, su nariz rozó la mía. Su tacto me devolvió de todo a ese tiempo, en el suelo de mi jardín—. No te lo dije porque... Es una parte de mí que no quiero recordar. Porque es horrible y dolorosa... Y no he podido decírselo nunca a nadie, no quiero nunca decirla... ni siquiera a ti. Lo que yo soy... No lo sabe tu abuelo... jamás podría pensar que esto está ligado... Ni siquiera a ti puedo admitirte que no soy lo que todos creen que soy. Que no soy... tan duro.

Cerré los ojos. No podía verlo a la cara ahora, tampoco contestarle. Estaba demasiado abrumada, porque todo eso significaban muchas cosas, demasiadas para poder procesarlas todas a la vez.

Eres como yo —susurré—. Eres un semi humano.

Él ahogó un gemido extraño contra mi rostro. Sus manos temblaron en mis mejillas. Era una respuesta tenue y frágil, pero una que tenía total sentido.

Por eso se fue antes de alimentarme, porque si no había bebido sangre humana suficiente, no podía darme lo que yo necesitaba. Era más débil físicamente que un vampiro común, porque su sangre lo era, como la mía. Incluso, ya me lo había dicho una vez. Hacía varios días, cuando Jane estaba en casa, se disculpó porque su sangre no estaba fuerte. Se fue esa noche mientras me creía dormida, para alimentarse otra vez, para recuperarse, para seguir dándome todo a mí cuando me despertara y volviera a sentir dolor.

Tenía tatuajes porque su piel era muchísimo más blanda que la de mi familia, por ejemplo. Quizás ni siquiera se los había hecho hacia tanto tiempo. Quizás por eso sus diseños me parecían tan poco nórdicos. Porque no lo eran.

Emití un sollozo.

No quiso confesármelo no porque deseaba mantenerme en la ignorancia: no quiso decírmelo porque esquivar las reglas de mi abuelo implicaba confesarme su verdad e implicaba confesarme que estaba avergonzado de ser como yo. Le hería el orgullo. Y estaba avergonzado de su infancia y de su dolor.

Yo no podía estar enojada con él.

En el fondo, me sentía indignada y vulnerada por ese silencio adrede, pero existía una gran mezcla de sentimientos en mi pecho que no pude decidirme solo por uno. Lloré más fuerte, incapaz de reclamar o de hacerle saber esa indignación escondida en el fondo. La angustia por su infancia tan dolorosa, la pena por la vergüenza que lo aquejaba, eran mucho más apremiantes. Él había soportado durante tres mil años una máscara de hueso y muerte para sobrevivir. Si alguien supiera que era tan fácil clavarle un cuchillo, como Gian me lo había clavado a mí, no solo su imagen estaría en peligro, su vida también.

Qué difícil había sido para él. Qué terrible ver lo que vio, soportar lo que soportó. Por él, por su madre. Me imaginé el terror y lloré más.

No, yo no podía reclamar. No importaba para nada lo vulnerable que me sentí al conocer que me ocultaba algo, ni que al final, detrás de todo ese secreto estuviera un secreto que sí era mío. No tenía ni el coraje ni la fuerza para hacerlo.

—No puede ser —repetí. Por un instante, antes de que pudiera reprimirlo, esa corrida por ese bosque oscuro y empantanado desfiló por mi cabeza una vez más. Sentí el olor nauseabundo que se arrastraba por debajo de las precarias ropas. Se me arremolinó bajo la nariz.

Sacudí la cabeza, tratando de apartar esas imágenes de mi mente y me encogí.

—Lo siento. No quería contarte todo esto —me dijo él, apretando su frente contra mi frente. Sus lágrimas se mezclaron con las mías. Su culpa, sus miedos, todo el peso que arrastró por tres mil años de ser el único semi humano, el único como nosotros, se derramó sobre mi rostro—. Lo siento tanto.

No mentía. La fuerza de sus palabras estaba cargada de verdades. No solamente se estaba disculpando por ocultármelo, sino por lo que significaba para , para mi existencia. Porque si éramos iguales, entonces...

«La naturaleza siempre compensa, conejita» me dijo un día. Casi que creí que me las estaba diciendo de nuevo en el oído.

Aleksi nació de una madre vampira y de un padre humano; nació semi humano, blando y endeble, pero con poderes que ningún vampiro sobre la faz de la tierra habría soñado jamás. Sobrevivió primero gracias a su madre y, luego, gracias a esas habilidades que le permitían destruir a otros, más duros y resistentes que él, sin tener siquiera que acercarse. Alguien como nosotros, sin esas habilidades, como yo, simplemente no podría haber sobrevivido tanto tiempo. La naturaleza lo compensó, le dio herramientas para sobrevivir.

—Dime que estoy loca —supliqué, abriendo los ojos, manteniendo a rayas esas visiones tan escalofriantes. Me aferré a su camisa y lo sacudí, frágil—. Dime que esto no quiere... Que tú y yo... Que yo...

Me enfrenté a su mirada y lo vi todo en ella.

—No puedo —contestó, con hilo de voz—. No puedo decirte que no. Porque no lo sé.

El cuerpo se me agitó, incontrolable. Si el piso no hubiese estado debajo de mí, si los brazos de Aleksi no estarían rodeándome, seguiría cayendo.

—¿No lo sabes? Dijiste que la naturaleza compensaba —solté. Mi voz salió ahogada.

Él se separó levemente de mí. Volvió a enjugar mis lágrimas. Sus dedos acariciaron mi rostro.

—Todavía... eres muy joven para saberlo.

—Pero lo sospechas... —susurré—. ¡Ellos lo sospechan! ¿Es eso, no? Lo que me diferencia con mi tía. ¡El secreto extra de mi abuelo! —Él hizo una mueca—. ¿Cómo?

La cabeza comenzó a darme vueltas. Si mi abuelo no sabía que Aleksi era un semi humano y que tenía super poderes como compensación por serlo, en teoría, ¿entonces cómo sabía que yo podía ser tan especial?

No lograba dar con una posible respuesta.

Él negó lentamente. Sus manos se trasladaron a mis hombros temblorosos. Me aferró, con tantas dudas que me pareció que él intentaba sostenerse de mí y no al revés.

—No puedo decirte esa parte. Ahí entra el pacto con tu abuelo. Solo puedo... contarte de mí. Decirte lo que yo soy... —Su voz se quebró—. Decirte que creo que solo estábamos destinados el uno al otro porque no hay nadie más como nosotros. Y decirte que, si yo soy así, es muy probable que tú lo seas.

Dejé de llorar. Observé su rostro, tan hermoso incluso en la oscuridad, dominado por una máscara de angustia, y parpadeé.

No saldaba mis dudas, me dejaba con miles más. Pero lo entendía. Él hacía todo lo que podía por mí. Lo intentó en todos esos días, lidiando con su pasado, con las memorias más crueles; tantas que tuvo que tatuárselas encima.

Yo lo acorralé, asustada y desconfiada. Lo hice por mi propia necesidad de conocer los secretos. Ahora que tenía la respuesta, sobre las manos, frente a mi rostro, reflejándose en sus ojos, la que sentía vergüenza era yo.

¿Cómo podía mirarlo a la cara?

—Dios —musité. Me tapé la boca con las manos. La máscara de angustia que persistía en el rostro de Aleksi no hizo nada por aliviar mi culpa. Que insensible y desagradecida me sentí, que mala persona me percibí—. Aleksi, dios mío...

Estiré los dedos y le toqué el mentón. Cuánto había sufrido mi pobre Aleksi, cuánto lo había lastimado yo recién...

Las imágenes del bosque se precipitaron en mi cabeza una vez más. Se hicieron más intensas cuando toqué a Aleksi y aparté la mano con rapidez. El olor putrefacto del pantano me dio ganas de vomitar. Las nauseas me hicieron ponerme de pie y lo aparté lentamente.

Ignoré la expresión desconcertada en sus ojos y me agarré de la puerta para ponerme de pie. Aleksi se quedó unos ahí segundos más, agachado, pero me siguió cuando logré entrar a mi habitación, con los pasos más torpes que di en mi vida.

Luché en vano. Me sentía muy mal, me sentía terrible. Me irritaba una urgencia de huir de allí, de cualquier lado, de todas partes. Un mareo fuerte me hizo perder la fuerza de mi cuerpo justo cuando llegué a la cama. Me arrastré por el lecho, con un último esfuerzo desesperado. Me eché de costado, justo a tiempo, antes de que puntitos negros salpicaran mi vista. Un segundo más y ese barro lleno de sangre podrida me arrastró hacia abajo. Me hundió primero hasta la cadera. Luego me chupó hasta el cuello.

Cuando quise gritar, pedirle a Aleksi que me sacara de ahí, me tragó entera. 

¡EL-CA-PI-TU-LO! Bueno, no sé, ya me dirán ustedes. 

Fue realmente difícil de armar y en realidad tuve que partirlo en dos. Nunca estoy totalmente segura de las decisiones que tomo, pero siento que el ritmo quedó bastante bien. Ojo, porque esta conversación está lejos de terminar. 

¡No olviden comentar como locos! 

Gracias por tanto <3 Los amo <3

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