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Capítulo 41. Tinta

41: Tinta

Kayla

Mientras esperaba a Aleksi, muerta de dolor, me pregunté porqué no me había dado su sangre antes de marcharse. Aunque sabía que no me debía nada, incluso siendo mi pareja, no pude evitar, en mi desesperación, recriminarle por no aliviarme.

Me puse boca abajo y apreté la cabeza contra el mármol de mi bañera. Me la apreté tan fuerte que me dolió el cráneo, porque así, me dolería menos el útero y todo lo que esa bomba de alquitrán puro y caliente irradiaba por mi espalda y piernas.

Intenté no gritar de nuevo, porque sin él ahí, mi familia me oiría y no podría regresar libremente. Me consumí con las brasas asesinas que me pesaban en el vientre y seguí apretando la cabeza hasta que el mármol quedó manchado con mi sangre, por la herida que me estaba causando. Y, aún así, eso no lograba eclipsar la agonía.

Para cuando él llegó, yo estaba derrumbada, apenas consciente, porque el dolor era tan fuerte que me desmayé. Tenía la mitad de la cara en el agua y no me ahogué por milagro.

Aleksi me levantó rápidamente por las axilas y lo único que me llegó fue la alarma en su voz. No entendí qué me estaba diciendo, solo que acercaba su muñeca, con una herida abierta, a mi boca. Ni siquiera tenía que usar mis colmillos.

Él se metió a la bañera conmigo, con ropa y todo, y me ayudó a beber, hasta que poco a poco fui recuperando la noción de lo que pasaba a mi alrededor, justo cuando el dolor empezaba lentamente a remitir. Bebí hasta que no pude más, hasta que pude moverme por mi misma y rechazar su muñeca.

—Lo siento —me dijo él, pasándome la mano por la cara. Me pasó los dedos por la frente, con una expresión compungida, y me quejé ante su contacto—. ¿Por qué te heriste así? Estabas sangrando.

Para ese momento, casi que no me acordaba de que me había dado la cabeza contra el borde de la bañera. Tampoco sabía que me había abierto la cabeza.

—No sé —admití, acurrucándome en sus brazos—. Me dolía tanto.

Era una maravilla lo que la sangre podía hacer por mi cuerpo, pensé en ese momento, mientras Aleksi me estrechaba contra su camisa mojada. El dolor aún existía. Seguía estando, latente, intimidante, pero no infernal.

—Lamento haber tardado tanto —me dijo—. Tardé por los tampones. Iba a robárselos a tu tía o a tu abuela, pero...

No terminó la frase. Levanté la mirada hacia su rostro, curiosa.

—¿Por qué?

Obviamente, entrar al cuarto de mi tía o al de mis abuelos era malo. Eso no se discutía. Pero dudaba que alguna de ellas estuviera en su habitación y con su habilidad para manipular las sombras y la oscuridad a su alrededor, nadie se habría enterado. Teniendo en cuenta que me estaba desmayando del dolor, ir tan lejos para comprarlo era lo menos lógico.

Pero él no me respondió. Me sacó del agua y me envolvió en toallas, aunque me secó más con su magia. Cuando estuvo seguro de que podía mantenerme en pie, me tendió la bolsa que tenía 3 cajas con tampones y varios paquetes de toallas sanitarias.

Me dejó elegir y comenzó a ocuparse del desastre de sangre que había en el baño, sobre todo en la tina. Lo limpió todo con su magia, mientras yo me colocaba el tampón y arrastraba los pies lentamente hacia mi cuarto.

Llegué hasta mi armario y asumí que él no tenía porqué interrumpir en las habitaciones de mi familia, ni siquiera por mí. No podía esperar algo así de su parte. El dolor me había hecho delirar.

—Deberías acostarte —me dijo Aleksi, apareciendo por detrás. Me recogió para ahorrarme los pasos a la cama y sentí culpa por haberme creído su máxima prioridad, una que implicaba que el irrumpiera en la privacidad de otros solo por mi bien estar. Era tan egoísta...

Más aún, cuando se recostó a mi lado y se dedicó a darme masajes en el vientre, para ayudarme, me dije que él jamás me hubiese dejado ahí apropósito. Era demasiado riesgoso y desubicado robar tampones. Otra cosa distinta hubiese sido si mi familia supiese nuestra relación y él hubiese podido pedirlos directamente, sabiéndome a punto de morir en la tina como para hacerlo por mi misma. Así que tenía que aceptar mi parte en el problema. Yo había decidido eso.

Sin embargo, cuando me giré sobre mi costado y él se apretó contra mi espalda, vi el reloj de mi mesa de luz, donde antes había estado la lampara que se rompió cuando hacíamos el amor, cuando jugábamos, días atrás. Vi que habían pasado dos horas desde que Aleksi llegó a mi cuarto en primer lugar.

Dos horas.

Dos horas...

¿Tanto tiempo me había dejado sola, en la bañera, por unos tampones?

Alrededor de nuestra mansión, abundaban las casas fastuosas, las oficinas y empresas más importantes del país. Era uno de los barrios más ricos, que se había creado directamente alrededor de la existencia de nuestra mansión, que llevaba ahí muchísimas décadas. No faltaban las tiendas, claramente. Menos las farmacias que estuviesen abiertas las 24 hs.

Aunque me había repetido que él no me debía nada, que yo había sido egoísta, algo ahí no me cuadraba y sentí que se me encogía el estómago.

¿Por qué no me había dado su sangre antes?

No pude darme la vuelta y enfrentarlo, no cuando era tan servicial, tan atento. Volví a repetirme que estaba exagerando, que estaba equivocada, pero esa sensación en la boca del estómago me persiguió toda la noche, hasta que Aleksi me creyó dormida y abandonó mi cama.

Nadie en casa se enteró que esos cuatro días estuve menstruando. La sangre que Aleksi me daba me permitía soportar los dolores de una forma un poco más normal. Aunque prefería estar en la cama, podía levantarme por mi misma.

La sensación de peso constante en mi persistía, el alquitrán puro y líquido era más liviano, pero seguía ahí. Sin embargo, desde mis trece años, nunca tuve un periodo que se pasara así, con mayor soltura.

Cuando se terminó, estaba tan feliz por no tener que soportar eso en los siguientes meses que un poco me olvidé de la promesa de Aleksi de contarme el mismo la otra cosita que mi abuelo no pensaba decirme. También dejé de pensar en las razones por las cuales él había tardado tanto tiempo en buscar esos tampones... y en alimentarme.

También, influyó que decidí ponerme al día con las tareas de la universidad, para rendir los exámenes finales de forma directa. Me distraje con apuntes y luego me distraje con él, con las miradas sutiles que nos pasábamos a través de la mesa, los días que nos tocaba cenar en familia.

Cada cruce de nuestros ojos mantenía viva una llama que se encendió ese día en la tienda de alta costura. La provocación era una línea de fuego y todos ellos, mi familia, nuestros enemigos. El peligro de caer de un lado o del otro era embriagador cuando todo el mundo pensaba que lo odiaba, o que al menos, no nos interesábamos para nada.

Empezamos a darnos toques sutiles, al pasar. Un nudillo peinaba mi cintura. Su pie alcanzaba el mío por debajo de la mesa. El día en que por casualidad le tocó sentarse a mi lado, las yemas de sus dedos subieron por mi muslo hasta el ruedo de mi falda.

Yo nunca me animaba a tocarlo. Temía no poder ser tan discreta como él, que manipulaba las sombras y los sonidos a su alrededor para ocultarse. Me dejaba ser, temblorosa y ansiosa, debatida entre el miedo y el deseo.

Luego de la cena, en mi cuarto, se desataba el descontrol. Cada una de sus provocaciones hacia mí, hacia mi familia, me obligaban a tumbarlo en la cama, a subirme encima, a morderlo para reclamarle más de sus atenciones. Y Aleksi simplemente colaba las manos enteras por debajo de mi falda y me atraía hacia sus caderas, hacia su pelvis y hacia su erección reprimida, en una clara respuesta de obediencia.

Una de esas noches, después de que le indicara donde quería sus manos mientras me movía sobre él, acomodándolo fuera y dentro de mi con gran velocidad; después de acariciar sus brazos llenos de tatuajes y le mordiera también las manos, recordándole que era mío... Después, cuando estuve tumbada sobre su pecho, trazando círculos perezosos con los dedos sobre las líneas negras de sus bíceps, le pregunté cómo se los había hecho.

Hacia tiempo que quería saberlo. Nunca había visto vampiros con tatuajes y no entendía de que forma él podría haberlo logrado. Esperaba una historia sobre su juventud, sobre sus primeros años de vida —cuando su piel aún era tan blanda como la mía y quizás podría haber utilizado algún método arcaico, como la punción—, pero él solo se quedó mudo.

No respiró, siquiera, y yo arrastré el mentón por su pecho hasta dejar la cabeza derecha, para ver su rostro. Me extrañó su actitud, sobre todo porque en las noches conversábamos mucho sobre su extensa vida. Siempre era propenso a contarme sin pausas lo que nunca podríamos vivir juntos, a abrirme su existencia y su pasado.

—¿Tienen algún significado? —insistí, cuando pasó casi un minuto y no había más que abierto y cerrado la boca sin poder emitir sonido. Su mano sobre mi espalda también se quedó suspendida sobre mi piel, sin acariciarla más.

—No —dijo, finalmente—. Algunos cubren... lugares donde alguna vez tuve cicatrices.

Traté de no fruncir el ceño.

—¿Por qué? Si no te quedaron las cicatrices.

—Es para tapar el recuerdo —se corrigió. Todo eso lo decía sin mirarme. Sus ojos estaban clavados en el techo.

Como usualmente yo preguntaba sin parar y Aleksi me respondía sin dudar, seguí:

—¿Del daño de tu clan? —aventuré.

Sabía suficiente de su clan para saber que él, un hijo bastardo de su joven madre, un niño que no debería haber existido hasta que tuviese un hermano de alguno de los miembros de su familia, había soportado vejaciones y ataques importantes. Humillaciones, palabras degradantes; heridas que, aunque se habían curado, permanecían en el alma.

Aleksi asintió y suspiró. Su mano volvió a moverse sobre mi espalda, de arriba abajo.

—Las veía siempre, aunque ya no estuvieran ahí. Los tatuajes las tapan de mi memoria.

Quizás por eso era algo que lo tensaba al hablar. Aunque normalmente no parecía tener mucha reacción cuando hablaba de su clan y de su madre, yo podía captar un brillo lleno de dolor y angustia en sus ojos. Quizás, aún quedaba algo de ira. Esas heridas y humillaciones eran recuerdos duros que no valía la pena que los sacara a colación.

Volví a pasar mis dedos sobre sus brazos. La mayoría de los dibujos eran geométricos, con líneas simples que variaban en grosor. Había zonas donde su piel estaba casi negra. En otras, había grandes espacios en blanco, donde su piel dorada contrastaba con la tinta.

—Parecen tribales —murmuré, siguiendo una línea en particular, que bajaba hasta la muñeca—. ¿Cómo los elegiste? ¿Se hacían mucho en esa época?

Su mano siguió moviéndose por mi espalda, cada vez más abajo, hacia la curva de mi trasero. Pero sus ojos continuaron mirando el techo.

—Los guerreros se lo hacían —resumió.

Pensé en los vikingos y en cómo debían verse imponentes para los enemigos. Aleksi me contó que él nació en lo que ahora se conocía como Noruega, cuando no existían terrenos unificados y su clan eran el terror de los campesinos y asentamientos, grandes o pequeños, de esas tierras. No existían otros vampiros por alrededor, así que todo les pertenecía. Y, aunque seguro no necesitaban tatuajes para parecer amenazantes, ellos también estarían empapados por las culturas que regían a los humanos.

—Me gustan —dije, besándole la muñeca, donde terminaban los diseños. No dije que no me sonaban muy nórdicos que digamos, que no parecían vikingos, porque al fin y al cabo yo no sabía nada del tema. Preferí decirle lo que igual sentía cuando veía su piel cubierta por ellos—. Te hace ver como el chico malo. Me encanta.

De pronto, disipando toda la tensión de sus memorias, se rió.

—Soy el chico malo —me recordó, hundiendo la mano entre mis glúteos, pero sin llegar muy lejos. Era una caricia tentativa.

—¿No te dolió, cierto? ¿Cómo te los hicieron? ¿Con Punción? Porque me imagino que en ese momento no había más que punzones.

—No me dolió nada, pero apagó muchos otros dolores —replicó él, sin más, ahora si hundiendo los dedos hasta el fondo. Me arrancó un gemido y un suspiro embelesado. Estábamos a punto de empezar de nuevo. Él estaba a punto de sacarme del tema que no quería ahondar y yo iba a caer redonda en la seducción de sus labios, pegándose a mi cuello—. Pero tú siempre apagas todos ellos.

Me giró en la cama. Todo su peso cayó sobre mí, sobre mis senos, tensos. Su boca descendió por mi garganta y peinó mi pecho, dejando besos húmedos en un camino erótico que puso mi piel a temblar. Su lengua saboreó mi vientre y me deleitó entre las piernas, ahogándose entre ellas.

Solté un gritito y cerré los ojos, completamente sumergida en las suaves pero firmes lamidas que él regaba en mí, en su lengua arroscándose lentamente en mi clítoris. Al igual que siempre, no tenía siquiera que decirle cómo lo quería. Él lo sabía, él estaba hecho y armado para saberlo.

Me dejé llevar, me olvidé de las dudas que aún tenía sobre sus tatuajes. No pensé de más. No creí que, en el fondo, hubiese una razón más que el dolor para ocultarme lo que faltaba decir sobre ellos.

El sábado siguiente, dos semanas antes de la fiesta de cumpleaños de mi abuela, mi tía Alice me obligó a ponerme el vestido. Estábamos las dos solas en mi cuarto y ella se sentó en la cama, dando saltitos con el trasero, emocionada, a esperar a que saliera del baño con todo mi look armado.

Yo, por precaución, había cerrado con llave las puertas del jardín e incluso había tapado bien con lar cortinas. No quería arriesgarme a arruinar la sorpresa para mi pareja y recé para que se mantuviera alejado con las ocupaciones que le habían encargado mi abuelo para esa noche, una en la que ya sabía que lo vería bien entrada la madrugada.

Si mi tía lo notó extraño, no dijo nada. Estuvo más interesada en dar aplausos frenéticos cuando me vio salir.

—¡Dios santo! —chilló—. ¡Te ves tan hermosa que me vas a matar!

Tuve que taparme los oídos. Eso sí que lo habrían escuchado en toda la casa. Si Aleksi estaba dentro de la mansión, seguro lo oyó.

—Se va a enterar todo el mundo —le chisté, pero aún así di une vuelta para enseñarle la caída de la tela y la forma en la que el vestido, rojo satinado, se arremolinaba detrás de mí, en una cola sutil pero elegante.

—La idea es que se entere todo el mundo de que mi sobrina es una bomba —exclamó Alice, poniéndose de pie para admirarme más cerca—. Vas a quitarme a todos los pretendientes, maldita sea. ¿Cómo voy a competir con semejante belleza?

Me reí, con ganas de decirle que no había con quién competir, porque ya tenía pareja y no me interesaba nada ni nadie más que ella. Todos los solteros que pudiesen estar en la fiesta de la abuela, de los clanes amigos, serían suyos.

—No es para tanto.

—Si te lo guardaste es porque sabes que es para tanto —me corrigió, poniéndome los dedos encima. En un momento, mientras observaba el escote, me pareció captar una expresión de orgullo ciego en su mirada—. Esta va a ser tu gran presentación. Todo el mundo finalmente va a conocerte. Verán que las princesas White no son un mito, son diosas reales.

Su mano acunó mi mejilla y una lagrimita se piantó de su ojo izquierdo. Casi que me hizo llorar a mi también.

—Ay, tía —dije, bufando, pero la voz me salió quebrada—. Por favor.

—Digo la verdad —contestó, encogiéndose de hombros—. Solo aspiro a que el día en que tenga una hija, sea tan bonita, valiente e inteligente como tú. Aunque seguro, como vas a ser su prima mayor, te tendrá de ejemplo en todo y será igual de increíble que tú.

Yo apreté los labios, ya avergonzada por tantos halagos.

—Bueno, yo siempre quise ser como tú.

Esta vez, echa soltó una carcajada. Al principio, pareció divertida, pero luego, sonó amarga. Solo se detuvo un rato más a mi lado para evaluar los pendientes, el collar y el brazalete de diamantes, antes de sentarse en el sillón y pedirme que girara otra vez.

—Yo creo que no quieres ser tanto como yo. Mírame, aquí arrastrándome detrás de los hombres por conseguir una pareja —soltó.

Terminé de dar la vuelta.

—No creo que te estés arrastrando. Quieres una pareja, quieres hijos. Y, además, debe ser lindo... encontrar a tu alma gemela. Saber que nunca va a abandonarte.

Ella suspiró, ahora con los ojos en el tajo del vestido.

—Es estúpido decirlo, pero me siento un poco desesperanzada —me dijo—. Siento que en la fiesta no va a pasar nada importante y que ahora... con todo esto, realmente permaneceré encerrada en este palacio de oro por los siglos de los siglos.

Me callé. Miré el suelo entre nosotras. Pude sentir su frustración vibrando en el aire, de pronto haciéndose eco con la mía. Eran parecidas, porque tenían el mismo origen. Aunque yo ya tuviera una pareja, si sentía que eso estaba lejos de resolverse y que estaba presa de las medidas y engaños de mi abuelo.

Por eso los juegos con Aleksi me daban tanto placer, por eso provocarnos en público era algo tan liberador. Pero, al final, cuando se terminaba, seguía atrapada ahí.

—Es jugar a ser princesas de verdad, ¿no? —murmuré, estirando la falta del vestido con las manos, levantándola en el aire—. Princesas por una noche y luego, esclavas de esta mierda.

—Para no ser esclavas sexuales de alguien más —murmuró ella, en respuesta. Sus ojos me abandonaron.

Dejé caer la falda y me saqué los tacones con un revoleo de los pies. Caminé hasta sentarme a su lado en el sillón y esperé casi un minuto antes de hacerle unas preguntas que jamás le había hecho antes.

—¿Tú crees que soy más fértil que un vampiro común?

Alice giró lentamente la cabeza hacia mí. Su mano, despacio, alcanzó la mía, sobre mi regazo.

—A decir verdad, sí. Eres mitad humana —Había pena en su voz, pero no por ser mitad humana, sino por lo que eso implicaba para mí.

—¿Crees que por eso soy una presa más deseada para ellos, entre las dos?

Los ojos grises de mi tía se apagaron. Hubo una gran confusión en ellos. Luego, negó.

—Puede ser. En realidad, si lo que quieres saber es si yo sé algo, es que no.

Me enderecé. No podía ser que solo mi abuelo y Aleksi supieran la razón extra por la cuál yo estaba en mayor peligro. Sentí que no era solamente mi capacidad reproductiva contra la de mi tía, porque eso sería algo de fácil conclusión.

Sentí que me estaba perdiendo de mucho y mi tía se dio cuenta de eso.

—Cuando todo esto empezó —me contó, sin soltarme—, hace unos años, todos creímos que era un disparate. Que solo querían molestarnos, asustarnos. Ya pasé por esto, cuando era una niña y todavía vivíamos en un mundo tan subdesarrollado. Así que para mi no era nuevo, nada me asustaba. Pero entonces, tú eras una adolescente, recién. Empezaron a colarse los rumores entre los clanes, de que eras el eslabón débil de nuestra familia, de que ya debías ser fértil. Mi papá rastreó a quienes pasaban esa información, pero era muy tarde porque todo el mundo ya sabía que existía una semi humana entre nosotros, un caso tan... único. Y tan probablemente... fértil.

Tragué saliva. Me dio un escalofrío. Esos cerdos maniáticos ya pensaban en mi como una incubadora cuando apenas me había llegado la menarca. Eran unos cerdos enfermos y retorcidos.

—Temimos tanto por ti. Pero tus padres, los míos —se corrigió—, nunca quisieron sacarte de tu normalidad, de tu colegio humano, de tus amigas humanas. Eras feliz incluso siendo distinta, creo —añadió, mirándome de soslayo—. Sin embargo, como siempre en esta familia, hay cosas que no se participan a todo. Tu crees que hay algo más, bombón. Yo también. Pero jamás me lo participaron. Aunque pregunté, hace años que lo hago, aunque incluso me peleé con mis hermanos, con tu padre también, jamás me lo dijeron. Y en este caso, creo que lo hicieron a propósito.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué?

Mi tía se mordió el labio inferior. Estaba sumamente mortificada.

—Porque saben que si yo lo sabría, tú lo sabrías también.

Y eso era algo que no querían que supiera. Que de verdad era un secreto que, si podían, se lo llevarían a la tumba. Que era incluso más grave y problemático de lo que ya era mi situación. Que sería algo que quizás me daría tanto miedo que jamás querría irme de casa... o que quizás sería algo que me hiciera salir huyendo al instante.

Y por la cantidad de días que habían pasado, en el que el silencio de Aleksi se extendía, en que su promesa no se cumplía, supe que él tampoco lo quería.

No todo puede ser perfecto por siempre, ¿o sí? Atentos, ¡porque se viene un capítulo bomba! El próximo va a ser tremendo. ¿Será que lo recibimos con 580k? ¿Con 600k? Quién sabe haha

MIL gracias de nuevo por tanto amor y apoyo <3 Los dejo picando, para la próxima semana. ¡Los amo!

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