Capítulo 40. Princesa de dolor y sangre
40: Princesa de dolor y sangre
Kayla
Me había hecho una bolita, de costado, al borde de las sábanas raídas. Aleksi se abrazó a mi espalda y posó los labios sobre mi hombro desnudo. Su mano me acariciaba el vientre, con movimientos circulares, conciliadores. Pretendía que me durmiera, porque minutos antes, le dije que estaba agotada.
Se preocupó mucho por mí, porque en algún le dije que las nalgas me picaban. Pensó que había ido demasiado lejos y yo le expliqué que fue excitante y que lo disfruté. Le hice notar que ni siquiera me había nalgueado de verdad y eso lo tranquilizó.
Nos quedamos en silencio, en la oscuridad de la habitación, aprovechando las últimas horas de la noche antes de la madrugada. Sus caricias, a pesar de todo, me mantenían despierta, atenta a todas las sensaciones que me embargaban cuando estábamos juntos de esa manera tan sencilla y amorosa.
Con él siempre salía de mi zona de confort y quebraba todos mis límites. Si lo pensaba demasiado, era desconcertante cómo podíamos pasar de una cosa a la otra, del juego pecaminoso al cariño extremo, en un minuto. Si lo pensaba más, era desconcertante cómo me hacía sentir, tan cómoda, a gusto y segura.
Giré la cabeza levemente hacia atrás y dejé salir su nombre en un suspiro:
—¿Aleksi?
Sabía que estaba despierto, por el ritmo de su respiración, pero igual esperé ansiosa su respuesta.
—¿Sí?
—¿Siempre se siente así... tener sexo con vampiros?
Se hizo un silencio a mis espaldas. Sus labios se presionaron contra mi hombro, antes de exhalar lentamente.
—¿Así cómo?
—Así, como lo sentimos nosotros —respondí, en un hilo de voz, como si hubiese más personas en el cuarto y pudiesen oírnos—. Antes de ti, solo tuve sexo con humanos. Y yo pensaba que me gustaba estar mucho contigo porque eres un vampiro. Pero no sé si es por la marca.
Él detuvo las caricias en mi vientre. Subió el brazo y lo anudó en mi cintura, atrayéndome contra su pecho.
—No hay mucha diferente entre tener sexo con humanos y con vampiros —me explicó, también bajito—. Lo único que diferencia ambas cosas es que nuestra especie puede soportar prácticas más sanguinarias. Y disfrutar de ellas. Nosotros nos mordemos y nos alimentamos del compañero durante el sexo. Eso... le confiere intimidad, además del placer inmenso que produce la conexión y el sabor de la sangre de la pareja. O los colmillos de ella clavados en el cuello. Es algo especial, implica confianza y respeto —Me acordé de cuando me lo propuso, la primera vez que lo hicimos. Yo no sabía que esperar, simplemente confié en él—. Podríamos morder a un humano y gozarlo, pero... si ese humano te importa, no es muy recomendable. No si quieres sostener un cadáver entre las manos antes de que llegues a un orgasmo.
Me estremecí, pero tenía sentido. Como los vampiros bebían sangre para alimentarse, un intercambio de la misma durante el encuentro sexual no suponía riesgos. Pero para un ser humano, una mordida de ese tipo podía ser fatal, incluso aunque no lo vaciara por completo.
—Entonces... —murmuré—. Esto que siento contigo, es por la marca, ¿no? ¿Nunca te pasó antes?
Aleksi negó y sentí su mentón raspando mi nuca al hacerlo.
—Jamás.
—¿Y entonces cómo vamos a sobrevivir a esto? —pregunté, agarrándole la mano que delineaban mis costillas—. Es muy difícil no querer coger todo el tiempo. Además... yo nunca en la vida tuve orgasmos vaginales. Se supone que la vagina no tiene tantas terminaciones nerviosas. ¿Cómo es que entonces lo siento tan delicioso? Es que no lo entiendo. Es abrumador.
Él se rio, primero, y me depositó un besó detrás de la oreja. Me reí luego, porque me dio cosquillas.
—Así es la marca. Lo hace así, para que quieras reproducirte —respondió—. La marca es un recurso de nuestra especie para que nos reproduzcamos. Te incita con el placer más inmenso que tendrás jamás, para así, quizás, lograr embarazos más efectivos, rápidos.
Me callé por un momento, recordando lo ansiosa que estaba en mis fechas de ovulación. La marca dominaba mis instintos y mi cuerpo de forma brutal. Si eso iba a pasarme cuatro veces al año, necesitaba empezar a comprar condones por montón. Y tal vez ampliar los métodos anticonceptivos, si es que funcionaban en mí.
—Yo soy semi humana —le dije—. Quizás sea mucho más fértil.
—Tal vez. Habrá que averiguarlo en unos cuantos años —respondió, mordiéndome levemente la piel del cuello.
Me reí de nuevo, pero me callé cuando mi mente se preguntó para qué demonios la naturaleza nos había hecho tan complicados. Si no tuviésemos ese impedimento para embarazarnos sin marca, dependiendo de ella y de parientes de sangre, podríamos reproducirnos muchísimo más, cada mujer podría tener múltiples parejas e hijos con todos los que quisiera. O ninguno, dado el caso.
Pero así, estamos atrapados entre el amor eterno, digno y tan difícil de encontrar, y el abuso y el sometimiento de tu clan.
Me aferré más a la mano de Aleksi, esa mano que destruyó a miles y miles de vampiros que sometían, como querían hacerlo con mi tía y conmigo ahora, y pensé en su vida pasada, en la que era tan basta y atemorizante para el mundo entero.
—¿Esperabas esto? —le dije, pasados unos minutos en el que el silencio nos había envuelto, suave, como la oscuridad de la habitación—. Marcarte. Siempre creí que eras del tipo que no quería depender de nadie, que una pareja debía ser muy cursi para ti. Cero romántico.
Esta vez no se rio. Su pierna solo se enlazó con la mía antes de contestar.
—Durante mil años, estuve bien solo, con relaciones cortas, poco dependientes. Sexo, a veces. Pero después, comencé a anhelar algo que no podía tener. Me daba cuenta que llevaba siglos sin marcarme y que, aunque me gustara una mujer, aunque quisiese estar con ella, me había labrado una reputación muy difícil de disolver.
Era una versión resumida, pero escuché atenta. No sentí celos; más bien, sentí la amargura en su voz. Me encogí, en sus brazos, y le acaricié los dedos de la mano.
—Pero sí tu liberabas a muchas mujeres de sus clanes. Seguro debían verte como su salvador —musité.
Él suspiró, de nuevo con un poco de tristeza.
—Yo siempre fui un villano, conejita. Un antihéroe, un vampiro demasiado cruel como para liberar a los más débiles por simple empatía. Podían sentir atracción, pero no confiaban en mí. Y por eso mismo, al final yo no podía confiar en ellas.
Apreté los labios.
—Debió ser duro.
—Fue duro cuando me traicionaron y me resigné. Esa fue la primera vez que sentí que tenía el corazón roto. Fue duro porque intenté creer en ella, porque fui sincero y amoroso. Nunca habría sido suficiente si estaba dispuesta a venderme a cualquiera de mis enemigos.
Su voz se desvaneció, despacio, en el aire. Tragué saliva, preguntándome por el destino de esa vampira. Pero enseguida entendí que la angustia que sentía no era por ella, por el castigo que podría haber recibido, sino por el daño que se colaba en el tono de voz de mi pareja. Ella lo había lastimado.
—Volví a tener relaciones esporádicas —siguió, abriéndome las puertas de su pasado—. Nada formal, hasta que conocí a una mujer que me hizo creer que eso era amor de verdad. Por supuesto, si lo comparo con lo que siento por ti ahora, me doy cuenta de que no. De que no se parecen en nada.
Me quedé inmóvil.
—Pero la amabas.
—La amé. Mucho. Estuvimos cien años juntos.
Se quedó callado esperando mi reacción, pero yo continuaba analizando su tono. Esta vez, no parecía dolido. Más bien, parecía que lo que sea que hubiese pasado para que esa relación tan larga terminara, estaba bien sellado y superado.
—Toda una vida —respondí.
—He vivido miles de vidas —dijo, besando de nuevo mi cuello—. Pero lo que viví contigo en apenas unas semanas, fue mucho más intenso que lo que pasé con ella en un siglo. Contigo realmente puedo confiarte todo, cosas que solo sabe mi madre. Cosas que con ella jamás pude abrirme, aunque lo intenté.
—¿Por qué terminaste con ella? —murmuré, girándome entonces en sus brazos. Quedamos cara a cara, con las narices pegadas—. ¿O ella te terminó?
Una sonrisa triste tiró de sus labios.
—Ella encontró a su pareja —me explicó.
—Oh.
Lo que significaba que se acostó con otro hombre, con uno que la volvía loca y la atraía de una manera sobrenatural. Significaba que aunque estaba con Aleksi y quizás lo quería, no pudo evitarlo.
Repasé la conversación y supuse que esa fue la segunda vez que le rompieron el corazón. Imaginé cómo debió sentirse, cuando no podía hacer nada para evitarlo. Pensé que quizás cargo con esta estaca en el pecho por mucho tiempo.
—¿Te hizo daño, no? —susurré, tocándole la mejilla.
—Sí —admitió—. Pero era su marca. Y aunque ahora entiendo que no puedes evitarla, yo no podía obligarla a no sentir nada por él. Estaban destinados, de la misma manera en la que estoy destinado a ti. No quería lastimarme y eso era lo que realmente importó. Hoy, también soy consciente de que lo que me dolió no sería nada comparado con perderte a ti. Si me dejaras, me moriría.
El corazón se me estrujó de solo pensarlo. Me dolió como si estuviesen introduciendo agujas calientes. Pensar en dejarlo, en que me dejara, era agónico. Me cortaba la respiración. Por supuesto que nos moriríamos.
—La marca no va a dejar que eso pase —logré decir, hundiendo la cara en su pecho.
—No, está pensada para eso, claramente —Aleksi me rodeó con los brazos—. Así debió sentirse ella. Y también debió sentir mucha culpa. Por eso, simplemente me fui. A intentar sobrevivir solo otra vez.
—Tan solito.
Mis dedos le recorrieron la mandíbula, la barba incipiente que estaba creciendo, otra vez.
—Iba a decir que no estuve solo... —dijo y detuve mis caricias, atenta, pero él solo se acurrucó más contra mi—. Pero en realidad... si lo estuve, en cuanto a tener a alguien que me ame.
Pegué mi frente a la suya y reanudé las caricias.
—Tuve suerte, entonces. De haberte encontrado tan pronto. Aunque me rompa el corazón que hayas esperado tanto por mí.
—El pasado pisado, conejita. Ya no sufro más por eso, desde que me marcaste.
Una risa irónica se escapó de su garganta. Supe lo extraño que debió ser para él, después de tantos siglos, entre la resignación y el corazón malherido, descubrir que alguien tan pequeño e insignificante como yo pudo sellar su destino.
Sonreí, sin que esa idea me empañara la dignidad. En ese instante, los dos ahí, tan iguales, no me sentía insignificante. Incluso, aunque él hubiese vivido miles de vidas, aunque hubiese estado con miles de mujeres. Ninguna era yo, ninguna era su marca.
—Dime porqué dices que no estuviste solo —pedí—. Cuando te fuiste.
Su aliento me rozó la mejilla.
—Me fui con tu abuelo. Alice acababa de nacer. Necesitaban mi ayuda y yo una distracción. Mi dolor... me duró mucho tiempo, mientras Alice era una niña y yo su único compañero de juegos.
Fruncí el ceño.
—Por eso hablaban de las escondidas, ¿no?
Aleksi asintió.
—Le gustaba atraparme. Yo me dejaba atrapar, cosa que no habría hecho jamás.
Bufé, con fingida indignación.
—Dijiste que yo era la primera en todo —lo acusé, pero él se rió.
—La primera mujer, sí. Alice tenía como dos años, era una niña —me recordó, entre carcajadas bajas. Yo también me reí, imaginando a mi tía, como se veía en algunas pinturas viejas que permanecían en la casa, con esa cara redonda y la cabeza cubierta de rizos perfectos y moños azules, atrapando a Mørk Hodeskalle y creyendo que era la vampirita más rápida del universo—. En esa época, también sufrí porque me di cuenta de que me gustaban los niños. Y pensaba que jamás podría aspirar a tener lo que Benjamín tendría. Por eso, no estaba solo, pero igual me sentía solo.
Recordé nuestra charla de los otros días, sobre los bebés. Sobre como yo no estaba lista. No me moví ni un instante mientras interpretaba sus palabras, mientras buscaba alguna indirecta, pero Aleksi solo rozó su nariz con la mía, una vez más.
—¿No pensaste en ese momento que... la familia de mi abuelo podía ser la tuya? —le dije—. Eres un White ahora. Al final, son tu familia.
Él me besó la punta de la nariz.
—Tú eres mi familia. Nada cambiaria con los White si no estuvieras —respondió. Sus palabras fueron un dulce bálsamo para mis inseguridades con respecto a la conversación. Calmaron cualquier sospecha de indirecta. Entendí que él no me lo estaba insinuando, solo se estaba sincerando conmigo. Me confirmaba algo que yo ya sabía desde el día en que supe que estábamos marcados—. Si no me hubieras marcado, estaría aquí, pero seguiría solo.
Me acurruqué contra él también.
—¿Y qué hay de tu madre? —inquirí.
—Mi madre tiene su propio universo —respondió, con simpleza—. Siempre ha lugar ahí para mi. Pero soy tan viejo como ella y anhelo lo mismo que ella tiene: la familia que formas.
Cerré los ojos y me relajé entre sus brazos.
—Tendremos nuestra propia familia —le prometí—. Porque yo nunca voy a dejarte. Y en mi sí puedes confiar.
Se hizo un silencio penetrante en la habitación. Aleksi no me respondió y los minutos pasaron. Su aliento dulce me meció, sus labios en mi cara me desearon dulces sueños. Sucumbí al cansancio antes de que pudiese preguntarme por qué no estaba contestando.
Para el final de la otra semana, a siete días de la llegada de mi tía, para mi ya era normal despertar en los brazos de Aleksi. Cada noche, nos encontrábamos en mi cuarto, hacíamos el amor y conversábamos hasta que me dormía.
Siempre me contaba algo distinto, aunque yo siempre le preguntaba mucho de su mamá. Era normal para mi sentirme intimidada ante su existencia, tan basta como la de mi pareja, porque esa señora era apenas dieciocho años mayor que él. Solo dieciocho, casi mi edad.
Era una niña cuando él nació, era una niña cuando su clan decidió que ya tenía edad para embarazarse y ella tuvo un hijo con otro. Fue pequeña e inexperta, comparados con los machos de su casa, y Aleksi me contó como soportó las peores torturas por proteger a su hijo. A veces, ella no lograba evitar que lo castigaran también a él.
Nunca hablaba de su padre, eso sí. Y por eso no me atreví a preguntarle. Supuse que habría muerto hacia mucho, que quizás su clan lo mató por emparejarse con una mujer que aún debía hijos a los líderes, así que preferí ahorrarle esa parte de la desgracia.
Poco a poco, con cada día que pasó, pude ir reconstruyendo una parte de su existencia que para mi siempre fueron puras leyendas, o puros vacíos en la niebla. Me quedó más que claro que, aunque él podía justificar la matanza de tantos clanes, seguía siendo un asesino digno de esos cuentos. Aunque conmigo era un panquesito, tan dulce, tenía muchísima sangre en las manos.
Descubrí que eso me importaba poco y nada. Quizás era egoísta de mi parte, o quizás era bastante hipócrita, pero entendí que no podía seguir juzgando sus andanzas con los ojos humanos con los que había crecido. Crecer, vivir y sobrevivir a los clanes implicaba guerras, tretas y engaños, los necesarios. Al igual que lo estábamos viviendo ahora. No había nada ahí que yo pudiese juzgar, no tenía sentido que lo hiciera.
Normalmente, él desaparecía por las puertas de mi jardín, antes de que me trajeran el desayuno tardío o directamente el almuerzo. Antes de que cualquier mucama pidiera permiso para hacer mi cama y limpiar mi baño. O recoger los pedazos de mi "ira" por mi familia, porque así fue como me justifiqué con la lampara de noche.
Con las sábanas no necesité mentir. Después de las rompí, Aleksi se "robó" unas limpias y sanas de las lavanderías. Las remplazamos, como si nada, y las otras se las llevó para, probablemente, quemar la evidencia.
A partir de ahí, aprendí a contenerme un poco. Si jugábamos, lo hicimos lejos de cualquier cosa que pudiésemos romper. La piscina y la bañera se volvieron nuestros lugares favoritos y así podíamos volver a la cama para arrumacos y para dormir.
Sin embargo, para el sábado, mientras me tocaba el abdomen, incómoda por un dolor de estómago, me di cuenta de que había pasado una semana y que él no consiguió que mi abuelo se quebrara. Me di cuenta de que hablamos poco y nada del clan de mi bisabuelo, distraídos con ponerme al día con su extensa vida.
Caminé por mi cuarto con esa sensación de malestar terrible y esperé a que llegara la noche, la madrugada, más bien, para preguntarle qué pasó con todo ese asunto, qué novedades había. No se me ocurrió pensar que pudiese estar ocultándome algo, porque confiaba plenamente en él y en el sufrimiento que le daba tenerme secretos.
Rechacé a mi tía cuando me preguntó si quería nadar con ella en la piscina grande, a la luz de la luna, después de mi cena. Yo no tuve muchas fuerzas ni para comer y me excusé con ese malestar y con la necesidad de descansar.
Solo me quedé ahí, sentada en la cama, temblando cada vez más, con un dolor tenue que me subía por las piernas, cuando Skalle entró al cuarto después de golpear.
—Se me hizo un poco tarde. Tu tío no me dejaba ir. Se pregunta porqué me voy a dormir tan temprano ahora que estás en casa —me dijo. Caminó hasta mi y se sentó a mi lado, me dio un suave beso en la mejilla y le sentí la cara libre, afeitada y sin máscara—. Le dije que estaba investigando lo del hermano de Jane.
Giré la cabeza hacia él.
—Sí lo estás haciendo, ¿no? —pregunté.
Él frunció el ceño. Sus ojos recorrieron todo mi rostro.
—Estás muy pálida —me dijo. Levantó una mano y me acunó la mejilla—. Y fría.
—No me siento muy bien —le dije—, pero no es nada.
Sin embargo, me sentía cada vez peor y me resultó imposible levantarme de la cama cuando Aleksi me sugirió recostarme. Tenía las piernas tensas, pesadas como columnas de hormigón. El estómago se me retorció y, antes de percibir un mareo y un espasmo en la columna, sentí una puntada en la parte baja del vientre.
Fue recién ahí cuando entendí lo que me pasaba; cuando recordé qué me tenía que pasar.
—Ay, no —lloriqueé, llevándome una mano a la entrepierna. Me sujeté con la otra del hombro de Aleksi y él enseguida extendió los brazos hacia mí. Me olió antes de que pudiese explicarlo y me levantó cuidadosamente, para llevarme en voladas al retrete.
No me permití sentir vergüenza. A decir verdad, apenas si podía pensar en ella. Me senté, con los pantalones bajos, y observé como la sangre que estuvo a punto de correrme piernas abajo y manchar mi pijama y el resto del cuarto, tiñó el blanco de la porcelana. Siempre era como un asesinato. Siempre era grotesco, pero no podía sentirme intimidada por Aleksi a mi lado porque lo que me preocupaba era el dolor.
Me doblé sobre mi misma y grité.
Una vez que comenzaba a bajar, se desencadenaba el sufrimiento real, el infierno en la tierra. Las pequeñas advertencias que percibía antes, fáciles de confundir con malestares humanos, no eran más que agua en mis venas. Eso... eso era alquitrán puro. Era pesado, denso y quemaba. Las terminaciones nerviosas de todo mi cuerpo se chamuscaban a su contacto. Estaban directamente ligadas con la lava que era mi útero.
Mi llanto revotó sobre las paredes del baño.
Aleksi se arrodilló a mi lado y me sostuvo para que no me fuese al suelo. Se quedó ahí, hasta pudo reclinarme en contra la tapa del váter y alejarse para abrir la canilla de agua caliente de la bañera.
—Me quiero... morir —jadeé—. Mátame.
Podía sonar fatalista, claro que lo era. Cada cuatro meses, me tocaba aguantar ese suplicio. Y en mi caso, como no bebía sangre humana, los dolores tan extremos no se pasaban con nada. Podía tomar analgésicos, pero prácticamente no me hacían nada.
Realmente, sentía que me podía morir. Que, si me mataban, sería mejor para mí.
—No te voy a matar —me dijo Aleksi, volviendo a mi lado. Me quitó la ropa lentamente y se las ingenió para darme masajes tibios en la espalda. El calor era hermoso contra mi cuerpo hinchado, nada como lo que me comía viva por dentro, pero no era un gran alivio. Sin embargo, a pesar de que estaba sufriendo como nunca, pude notar su tranquilidad, entereza y, sobre todo, experiencia—. No puedo matarte, ya sabes.
Me levantó en brazos de nuevo, desnuda, y no le importó para nada que pudiese mancharlo. Me depositó en el agua caliente, con mucho cuidado, y me pidió que no me moviera de ahí.
—Iré a buscarte compresas y ropa limpia —me dijo—. ¿Usas tampones?
Asentí, pero negué al instante. Usaba, pero no tenía más. De eso estaba casi segura. Antes de que él apareciera en mi vida, llegué a considerar comprarme, pero se me olvidó, con el tema Gian, con el sexo, con preferir gastar mi dinero en la farmacia en preservativos que en ese instante no me servían de nada.
—No me quedan.
—Quizá tu abuela, tu mamá o tu tía tengan —continuó.
Atiné a mover el brazo, a agarrarle los pantalones, pero se me cayó dentro de la bañera, en el agua, sin fuerza.
Él notó mi mirada preocupada, así que se agachó para darme un beso conciliador en la frente. Sus manos recorrieron mi rostro, pegajoso por las lágrimas que acababa de soltar.
—Nadie se enterará. Yo te los traeré. Vendré a la velocidad de la luz —me dijo, como si así esperara tranquilizarme—. Con ellos y con mi sangre, vas a sentirte mejor pronto. Lo juro.
Y desapareció tras la puerta del baño, como un príncipe azul, dispuesto a recorrerse todas las tiendas de 24hs por su princesa sangrante, y no como un demonio de la oscuridad, un asesino implacable.
¡Nuevamente, gracias a todos por tremendo apoyo! Del martes para acá, mis días fueron muy caóticos y aún estoy recuperándome de ello. Como sabrán mi perrita se perdió y acabo de recuperarla. Fue una pesadilla que por suerte tuvo final feliz.
Tenía el capítulo casi listo, pero por obvias razones no podía subirlo. Espero que les haya gustado, sobre todo, y se vayan aclarando dudas mientras vamos avanzando la historia. ¡Poco a poco se acerca el cumpleaños de la abuela!
Los amo a todos <3 Gracias!
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