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Capítulo 38. Palabras ocultas

38: Palabras ocultas

Kayla

La nueva dinámica familiar a mi se me antojaba super extraña. Aunque nadie en la casa la tomaba como tal, claramente.

Cuando mi tía insistió en que debíamos ir todas juntas de compras, a ultimar los detalles para la fiesta de cumpleaños de mi abuela, yo pensé que le dirían que no, que estaba loca, que no se olvidara que había castrado a un pariente muy lejano de un clan que quería violarla y embarazarla.

Pero en realidad, mi abuelo cedió con una facilidad abrumadora y aunque yo sabía porqué era, no pude evitar sentirme rara cuando nos subimos todas a la limosina, pasadas las siete de la tarde, cuando el sol ya había bajado, junto con Skalle, que era, obvio, nuestro guardaespaldas profesional.

—Algún día tienes que quitarte esa cosa horrorosa —le había dicho mi tía Alice, mientras él observaba su teléfono en silencio, con tranquilidad, sentado frente a mí.

—No, gracias —replicó él. La naturalidad con la que rechazaba la exigencia de mi tía me asombraba. A decir verdad, me asombraba que ella se atreviera a tanto. Pero como me había contado Aleksi, Alice lo conocía desde que nació. Jugó con ella cuando era una niña muy pequeña y estuvo bastante presente en su vida por sus primeros años de existencia. Estaba acostumbrada a tener un trato más cercano que con el resto de mis tíos, incluso.

—Vas a aterrar a las señoras del salón —le dijo, pero Aleksi ni siquiera levanto la mirada.

—Me esforzaré por no ser tan tétrico.

Se me escapó una risa y todas las cabezas en el auto voltearon hacia mí, excepto la de mi pareja. Sentí que el sudor comenzaba a bajarme por el cuello, mientras mi mamá, mi tía y mi abuela se preguntaban desde qué momento a mi me daba risa Mørk Hodeskalle.

—Digo, dudo mucho que eso sea posible —tercí, apresurándome a mirar por la venilla polarizada y apoyando el mentón en la mano.

Pretendí ser ruin, mostrar la actitud que tenía siempre que estaba con él, desde que nos vimos por primera vez, pero, aunque para mi familia funcionó, yo pude captar por el rabillo del ojo como Aleksi sonreía ligeramente. Pareció que le resultaba gracioso algo que miraba en su celular. Cuando levantó apenas la mirada y la cruzó conmigo, supe que se reía de mí.

Resoplé, también tentada por nuestro juego secreto. Ahí nadie sabía que él era parte de nuestro clan y seguiría de ese modo, por el momento.

—Pagamos muchísimo por esta cita —dijo mi abuela, retomando la conversación—. Les dará igual que Skalle tenga una máscara, en tanto se ponga delante una buena propina.

Yo no dije nada. No solo pagaríamos fortuna por cada vestido nuevo, con sus joyas y accesorios, sino que además mi abuela estaba dispuesta a dejar más que un sueldo mínimo en cada empleada como agradecimiento por su dedicada atención y discreción.

—Solo intentaba engañarlo, mamá —se quejó Alice—. Pero Skalle es más duro que una piedra. Nada lo conmueve.

—Todavía puedes intentar jugarme limpio a las escondidas —le contestó él, pero mi tía arrugó la nariz.

—Ay, no, te lo agradezco mucho, pero prefiero seguir con vida.

Mi abuela chistó.

—No seas dramática, Ali, Skalle jamás te lastimaría —dijo, pero enseguida miró a Aleksi para que confirmara.

—Por supuesto que no —dijo, con tono hasta indignado.

Mi tía rio y se estiró para agarrarle la mano libre y sacudírsela.

—Verdad que no, tío Skalleeeee —canturreó, mientras él la observaba con los ojos llenos de espanto. Al parecer, le molestaba muchísimo y mi tía lo sabía. Lo que ella ni mi mamá y mi abuela no podían saber era que a mi también, porque que mi tía le dijese tío a mi novio era muy, muy raro.

—Alguien va a tener pesadillas seguro esta noche. Y esa voy a ser yo —musité y Aleksi carraspeó para ocultar una risa, saliendo de su repentino estado de horror.

—¡No seas cargosa, Alice! —la retó mi abuela, sin atreverse a reprenderme por mi actitud tampoco.

Después de eso, mi tía dejó de jugar y se cambió de asiento para meterse entre mamá y nos mostró las fotos de los estilos que estaba buscando. Yo no tenía ni idea de qué iba a ponerme y en realidad pensaba que buscar vestidos con Skalle ahí, calladito, sentado en un sillón, sin poder hablar con él casualmente, sería casi tan raro como Alice llamándolo tío.

Sin embargo, a nadie parecía preocuparle algo tan trivial como eso. Ni siquiera les preocupaba realmente que las empleadas del salón, humanas, le tuvieran miedo a la máscara de Hodeskalle.

Llegamos al salón de alta costura de Anttoine François, un conocido diseñador local, y Skalle se sentó de inmediato en un sillón y me siguió con la mirada sin disimulo mientras todas las empleadas y el diseñador mismo se abocaban a consentirnos. Nos ofrecieron algo para beber, bocadillos y la atención más encantadora que habíamos recibido jamás. Incluso, tuve dos chicas dispuestas a ofrecerme toda la tienda para mi sola.

—Bueno, ¡bueno! —exclamó Anttoine, dando palmadas emocionadas. Por supuesto, estaba altamente feliz de recibirnos, incluso aunque íbamos a ocuparle horas extras de su trabajo a él y a sus chicas. Mi abuela le había enviado una cifra de dinero por la reserva que era extraordinaria—. ¿Pero quién es la cumpleañera? Ella debería resaltar.

Mi abuela dio saltitos en su lugar, como si no tuviera más de 600 años.

—¡Ay yo! —exclamó, mientras Anttoine se la llevaba para atenderla personalmente.

—No se ofendan, bellezas, pero cumplir los treinta es el mayor evento de una dama —nos dijo, arrastrando a mi abuela hacia el fondo de su hermosa y decorada tienda. Mi tía se carcajeó y mamá le dio un codazo para que no sonara como una loba ahogándose.

Por supuesto, todos pensaban que éramos mínimo primas y las chicas halagaron nuestra belleza, porte y gran parecido.

Escuché sus recomendaciones en base a mi color de piel, de cabello y mi figura, pero no les presté atención realmente. Miré todos los vestidos con los ojos de Aleksi clavados en mi nuca, preguntándome qué pensaban las empleadas cada vez que sus ojos inocentes y confundidos se desviaban hacia él.

Tampoco sé como pensó en soportar lo que apenas empezaba, porque después de elegir tocaba probarse.

Todas decidieron antes de llegar que todo lo que nos probáramos teníamos que mostrárnoslo las unas a las otras y aunque yo tenía la ligera ilusión de darle una sorpresa a Aleksi como mi atuendo, me fue imposible ignorarlas.

También, aunque mi abuela era la mayor agasajada y así Anttoine quería atenderla, enseguida fue obvio que la mayoría de las reacciones y emociones de todas iban dirigidas hacia mí. Por supuesto, si él entendiera la naturaleza de nuestra relación, comprenderían porque querían elegirme lo más bonito y más costoso de todo el salón, por encima de la cumpleañera.

Me puse vestido tras vestido y me atraganté con la saliva cada vez que noté que Skalle no estaba disimulando en absoluto cuando me veía salir del probador. Su sonrisa era enorme, sus ojos, oscuros y sensuales.

Toda su postura me secaba la garganta, me ponía terriblemente nerviosa. Y ansiosa.

—Este se te ve precioso, el corte es hermoso. Pero siento que te hace ver muy pálida —dijo mi tía, señalando el negro que tenía puesto—. ¿Qué opinas del beige, Anne?

—El tono es demasiado claro —dijo mamá, poniéndome el vestido que me había puesto antes contra el brazo. Ellas también tenían puestos algunos ejemplos, pero ni siquiera se los miraban tanto.

Cuando la abuela salió del probador con un hermoso vestido blanco perlado lleno de cristales, como una eterna novia, se me tiró encima y empezó a analizar las capaz de tul bordado del mío. Anttoine se quedó con las exclamaciones pegadas a la garganta y las palmas a medio camino de un aplauso.

—Ay, cariño —dijo la abuela, con tono agudo—. Estaba escuchando desde adentro, coincido con todas. ¿Pero a ti te gusta?

A mi no me entusiasmaba usar negro, así que hice una mueca.

—¡Algo más ajustado! —exclamó Alice, por detrás de ella, y a sus espaldas vi como Skalle se enderezaba, como si eso le interesara—. Y quiero alguno también super sexy para mi —añadió, para una de las empleadas—. Este es hermoso, pero busco marido.

—¿Tan jovencita? —se rió Anttoine, cuando notó que era imposible recuperar la atención de mi abuela cuando ella no parecía nada entusiasmada ya por sí misma. Quizás, pensaba que era mejor dedicarse a la más efusiva, que era ella.

Mi tía le dedicó una sonrisa sumamente dulce.

—Así es.... Y busco hombres maduritos, así que ya sabes qué traerme —contestó, guiñándole el ojo. Anttoine pareció sumamente divertido y desapareció con ella detrás de los percheros.

Mamá volvió al probador y la abuela siguió buscando vestidos para mí. Ninguna se dio cuenta de la especial atención que ponía Mørk Hodeskalle a la elección de mi vestuario, así que siguieron como si nada.

Pronto, me di cuenta de que, para ellas, esta fiesta era como una de tantas que ya habían tenido. Siguieron probándose, sí, pero como esta sería mi primera participación en la sociedad vampírica, querían que yo impactara como parte de mi clan.

Sin dudas, mi tía no necesitaba ayuda para impactar. Volvió corriendo con un vestido verde oscuro, profundo y aterciopelado y se metió al probador sin para de gritar. Cuando salió, lo hizo convertida en una bomba de sensualidad inglesa que hubiese tumbado a cualquier hombre en el suelo con solo verla. Estaba hecho para arrastrar a esas pobres almas en desgracia. El escote con solapas enmarcaba perfectamente su pálido busto y sus hombros descubiertos y el corsé delimitaba su cintura con delirante solemnidad. Le quedaba pintado, parecía hecho para ella.

Arrastró la larga cola por el piso y se giró, posando como Jessica Rabbit, antes de aceptar cualquiera de nuestras opiniones.

—Este es el mío, he dicho.

Ninguna podría haberla contradicho. Incluso mamá, que seguía en el probador, sacó la cabeza para asentir.

—¡Me encanta, cariño! —chilló la abuela—. ¡Ahora los zapatos y las joyas!

A Olive White le encantaba parecer princesa. Fue una princesa vampira casi toda su existencia y añoraba terriblemente las fiestas que se daban en su juventud, así que ese era un paraíso para ella. No pasó mucho hasta que se decidió por un enorme vestido champagne con diamantes reales y tampoco se demoró en ayudar a mi mamá a encontrar uno de un delicado rosado, de organza y flores, que le confería un aspecto de etérea hada.

Yo seguí probándome, hasta que, cuando me puse una elección de mi tía, rojo satinado, supe que no deseaba salir para que todos me vieran. El corte sirena me hacía ver como una femme fatale. La mujer que me devolvía la mirada en el espejo era una vampiresa bañada en sangre y erotismo. Era hermosa hasta el hartazgo y tenía muy en claro a quién quería ver arrastrarse detrás de las caderas y las piernas adornadas por ese profundo tajo.

Me pasé los dedos por los sugerentes pliegues que partían de la costura de la cintura. Acaricié los breteles y bajaban hondo por el escote. Me giré para apreciar la caída en la espalda descubierta.

—¡Anda, Kay! Que quiero verte.

Apreté los labios y empecé a quitármelo tan rápido como pude. No iban a obligarme a salir así. No, quería que Aleksi me viera con ese vestido por primera vez en la fiesta, quería dejarlo con la boca abierta.

Me puse de nuevo mi ropa y salí del probador con mi elección en la mano, para la sorpresa y decepción de todos. Sí, de todos.

—Me llevo este —le dije a la empleada.

—¿Qué? ¡Pero quiero verloooo! —gimoteó mi tía, tratando de empujarme de nuevo dentro del probador, pero la esquive y le entregué la prenda a la chica y me apuré a ver los zapatos y las joyas.

—¿No crees que le hacen falta diamantes, linda? —gritó mi abuela, pero para mi era perfecto. Después de todo, yo no estaba acostumbrada a tantos brillos.

Después de elegir el resto de mis cosas, perdí la noción del tiempo. Me forcé a no mirar el reloj y comprobar cuantas horas después del horario de cierre estamos acaparándole a esa gente, solo por el hecho de que podíamos pagar muchísimo por ese abuso. Nosotras teníamos claros motivos para hacer una cita tan tarde. Mi madre no podía exponerse a los rayos del sol, pero eso no podíamos explicarlo. Solo nos quedaba parece ricas, mimadas y caprichosas.

Fui a sentarme en el sillón con es Skalle, con todas mis cajas de compras, ignorando que había otros espacios libres en otros asientos. Permanecí en silencio mientras las demás debatían sobre sus guantes y anillos, al otro lado de la enorme tienda, corriendo de un lado para otro cada vez que veían nuevos zapatos.

Estuve tentada de preguntarle a él si se estaba aburriendo, justo cuando me acordé que hoy él era nuestra única protección y de que, fuera, podían estar esperándonos todos los del clan de mi abuelo. Habían optado ser más discretos y no salir con una veintena de autos, así que la responsabilidad de monitorear todo era suya. Capaz no estaba aburrido, estaba bien alerta.

—No hay nadie fuera —me dijo Skalle, cuando me vio voltear hacia la puerta, leyendo mis pensamientos—. ¿Por qué no quisiste mostrarnos el último vestido?

Todas estaban en el sector de los zapatos, los percheros tapaban la mayor parte de la visión. No nos prestaban atención alguna, pero no quería confiarme, porque aún así podían oírnos.

—No te los estaba mostrando a ti —repliqué, alzando el mentón, pero me desinflé cuando un dedo travieso alcanzó mi trasero. Su mano rozó la tela de mi falda, casual, mientras se reclinaba contra el respaldo.

—No pueden oírnos ahora, conejita —me dijo, sonriéndome de forma limpia, traviesa. Sus dedos empezaron a escalar por mi piel. Como las cajas de los vestidos, de los zapatos y los accesorios estaban en el sillón, entre nosotros, nadie podía ver esa mano deslizándose por mi columna, aún se acercaran un poco.

Me estremecí. Una oleada de placer furtivo me acarició la columna.

—No quería que lo vieras, aún.

—¿No me lo vas a mostrar esta noche? —susurró, deteniéndose en mi cintura. No subió más, la yema de su pulgar se deslizó por todo el contorno interno de la falda. Me tensé, llena de ansiedad y deseo. Era una caricia super inocente, comparada con la que estábamos acostumbrados a darnos, pero me descubrí nerviosa y asustada. Tanto como excitada. El peligro se me estancó en el abdomen, entre las piernas.

—Tengo otras cosas que mostrarte en la noche —musité, jadeando sin poder evitarlo—. Y no incluye ropa.

Su mano bajó de golpe, de nuevo a mis caderas. Se coló por entre mis nalgas y levantó la falda para hurgar, más audaz, más encendida.

Me moví imperceptiblemente hacia adelante. Mi cuerpo actuó solo, presa de la necesidad. Me mordí el labio inferior a medida que sus curiosos dedos frotaban lentamente por debajo de mi ropa interior, humedeciéndome.

Apreté las piernas y me contuve de inclinarme hacia abajo y besarme los pies. Era capaz de entregarle todo ahí mismo, pero sabía que no estaba actuando con lógica, que estaba presa de un delirio febril que estaba muy fuera de lugar.

Aleksi gruñó por lo bajo, contagiado con mi excitación. Por el rabillo del ojo, vi que también se esforzaba por no acercarse más a mí. Supe que también era capaz de entregarme todo.

Giró apenas el mentón y se mojó los labios, cuando se introdujo dulcemente en mí. Cerré los ojos y temblé. Se me escapó el aire de los pulmones y me derramé en miel con sus tersas caricias.

Sabía que ese era un acto pecaminoso, tan atrevido que debería estar reprendiéndonos a ambos. Pensé en el sillón, en que mi escueta braga no podría retener el placer culposo que me embriagaba. Sentí vergüenza al maquinar todas las posibles consecuencias, pero ni aún así le dije que se apartara. Faltaba más, lo quería más hondo.

Me tragué un gemido cuando reapareció una empleada. Me quedé dura, Aleksi también y ella no se percató de nada. Nos ofreció comida y bebida y yo la acepté por puro nerviosismo. Alguien, además, esa noche, tenía que comer algo.

Me metí todo en la boca y recién ahí me di cuenta de lo hambrienta que estaba. Sin embargo, apenas la chica se fue, el sollozo de placer que solté no tenía nada que ver con mi estómago calmándose. Era Aleksi, retomando las riendas del momento.

Te voy a castigar —le dije, tragando con dificultad. Fue un sonido ronco, sensual. La advertencia en mi tono seguro le dio tantas ideas divertidas como a mí y solo por eso, aumentó la velocidad.

Mi respiración se aceleró, los muslos se me tensaron y mi cadera se movió, desesperada, sobre su mano inquieta. Pero lo único que recibí de su parte fue una risita divertida que suprimió cuando mi tía salió de entre los percheros con sus elecciones, rápida como una liebre. Él retiró la mano, tan rápido que casi grité.

Desgraciado —alcancé a decir, antes de que ella se parara delante de nosotros y nos enseñaba todo.

Ambos asentimos como si realmente nos interesaran sus palabras. El sudor caliente se me había pegado a la nuca y tuve que hacer un esfuerzo enorme para concentrarme y contestarle. Creí que lo estaba haciendo bien hasta que ella se enderezó y me miró con extrañeza.

—Bombón, ¿te sientes bien?

Me tensé, pensando que quizás podría oler mi cuerpo excitado aún por tan corto juego, descarado e impensado. Quizás podía oler mi miedo y la vergüenza que me carcomía en el fondo, por haber accedido a eso. Tal vez olía mi culpa, por ser de pronto una niña demasiado pecaminosa.

—Sí —dije, pero la voz me salió ahogada—. ¿Podemos irnos a casa ya?

Ella miró a Skalle, luego de vuelta a mí. Frunció el ceño, pensando, y luego se giró hacia él.

—¿Estamos en peligro? —le dijo, con seriedad. Su efusividad por sus compras se esfumó—. ¿Estamos bien? ¿O necesito soltar todo?

Aleksi asintió con total tranquilidad, como si todo eso no lo hubiese puesto nervioso en lo absoluto. Tuve ganas de darle con una de mis cajas, por andar jugando conmigo.

—Todo está bien, pero sería bueno no demorarnos más. ¿Les falta mucho?

Ella relajó los hombros, pero volvió a mirarme durante un segundo más, buscando algo en mi rostro. Algo que yo esperaba que no notara.

—No, ya estamos. Mamá está pagando todo.

Nos fuimos después de eso. Yo, rezando para que nadie me notara más de lo debido, pero las ganas de castigar un poco a Skalle se me pasaron cuando vi que, durante unos segundos, caminaba raro, como si quisiese ocultar algo en sus pantalones, antes de que nos subiéramos a la limo. Al menos, ya tenía el principio de su castigo. Por atrevido. Y eso me hizo sonreír el resto del viaje.

No tuvimos ningún problema al llegar a casa y no me obligaron a cenar con ellos. Me fui a mi habitación y guardé la caja con mi vestido y todos los accesorios en un lugar seguro de mi armario. Por cómo era Aleksi, dudaba que él fuese a revisar jamás mis cosas sin mi permiso, pero en serio ansiaba dejar todo ese misterio para él.

Luego, llamé a Jane y me aseguré que estuviese sana y salva, aunque los guardias de mi abuelo me pasaban parte de su bienestar. Ya le había avisado que no iría a la universidad por los próximos días y no supe qué responder cuando ella me preguntó qué haría con las materias.

En realidad, no lo había pensado demasiado. No tenía ganas de cursar de nuevo, pero pensé que quizás podría pedir exámenes libres y si estudiaba lo suficiente, aprobarlos de manera justa.

Me despedí de ella cuando miré la hora y calculé que ya era momento de que mi pareja me visitara para el castigo, pero quien golpeó mi puerta, con una urgencia terrible, no fue Skalle, sino mi tía. Pegué un salto hasta el techo al oír su voz y supongo que la cara se me puso blanca, pero no tanto por el susto, sino por el hecho de que no sabía qué quería.

O qué sospechaba.

—¿En serio no vas a mostrármelo? —me urgió, apenas le abrí.

—¿El qué? —dije, pensando en cualquier cosa menos en el vestido. Mi mente desarrolló ideas disparatadas, como que quisiera ver mi marca o que esperaba ver a Aleksi ahí dentro, en mi cama.

Mi tía bufó. Noté enseguida que buscaba la caja del vestido con la mirada y, al no encontrarla, se encaminó hasta el ropero. Yo no tenía reparos en mostrarle le vestido a ella, pero además de que no sabía si Aleksi ya estaba en mi jardín o no, recordé súbitamente el conjunto de conejo. Estaba a la vista, porque me gustaba tenerlo a mano.

—¡Es que quiero que sea una sorpresa! —chillé, agarrándola del brazo a medio camino, tan alto que ella, con su oído tan perfecto, se estremeció—. ¿Me dejarías sorprenderte ese día?

Alice se detuvo y dudó. Miró mi armario una vez más y luego asintió.

—Sí, está bien. Claro. Demonios —se dijo luego. Sacudió la cabeza—. Estoy siendo demasiado invasiva, ja, ja. Perdón, bombón. Obviamente tienes cosas en tu armario que no tienes porqué mostrarle a esta anciana.

Evidentemente, mi grito desaforado lo interpretó como correspondía. Entendió que estaría violando mi privacidad y que tenía algo, cualquiera cosa, que no quería que otro viera.

—Pero sabes, si tienes juguetes, yo no te retaría en absoluto —me dijo, bajando sus ánimos—. Pero tienes razón, lo siento. Todos aquí invaden tu privacidad y yo estoy haciendo lo mismo.

—Te mostraré el vestido —le prometí, en cambio—. Pero no ahora, estoy cansada.

Ella se giró hacia mí.

—¿Te daba vergüenza que Skalle te viera? —preguntó, ladeando la cabeza. Me tembló el labio inferior cuando lo mencionó—. No te veías muy cómoda con todas las elecciones que te probaste antes. Y mamá me dijo que no te cae muy bien por lo que pasó con Elliot, y por el hecho de que te persiga a todos lados para cuidarte.

No sabía si era eso lo que realmente pensaba o estaba intentando sacarme la verdad a la fuerza. Así que me aclaré la voz y puse mi mejor cara mortificada. Tenía que controlarme, o la verdad que intentaba ocultarle quedaría en la mesa de toda mi familia muy pronto.

—Está raro probarse vestidos de princesa delante de un tipo como él. Que destruye clanes —contesté.

Alice arrugó la frente.

—¿Aún te asusta? —dijo, con suavidad—. Los cuentos de Sam realmente son malos.

—¿A quién no le daría miedo? —inquirí, dándome la vuelta y poniéndome a acomodar las pocas cosas que estaban desordenadas en mi habitación—. Imagina lo que esas pobres empleadas ignoraron por todo el dinero que pagó la abuela.

—Skalle es un buen tipo, Kay —Mi tía se sentó en uno de mis sillones y agarró un libro que estaba sobre los almohadones—. Sé que le tienes desconfianza por lo de Elliot, pero... A pesar de todas sus leyendas, no tiene un alma negra.

Pasé por su lado, ignorándola lo más que pude. Apilé todos mis apuntes de la universidad sobre una de mis bibliotecas y me encogí de hombros.

—Supongo que no.

Escuché cómo pasaba las hojas del libro.

—Era mi mejor y único amigo cuando era chica. Una persona que es capaz de ser tan amable con los niños no tan terrible.

—Hay que ser muy cruel para lastimar a un niño —respondí, casi sin prestarle atención.

—Existen clanes que se alimentan de cualquier cosa. Da igual si el niño es humano o no, en tanto tenga sangre.

Rodeé el sillón, para seguir con ordenando lo innecesario, justo cuando vi que sacaba un papel pequeño de entre las hojas del libro. No me llamó la atención, hasta que lo apartó y pude ver de qué se trataba.

Era el ejemplar de Entrevista con el vampiro. El que yo había escondido en el patio. El que me prestó Hodeskalle. No tenía idea de cómo llegó ahí.

Bueno, quizás sí.

Me quedé dura, porque no alcancé a quitárselo de las manos, antes de que, obviamente, lo leyera. No dije nada, ella no dijo nada. Su mirada se alzó lentamente hacia la mía.

—«¿Lectura conjunta, conejita?» ¿Estás en un club de lectura?

No supe qué contestar, pero el alivio me corrió por la espalda como un chorro de agua fría. No podía sacar absolutamente nada de eso. Ella no sabía que Mørk Hodeskalle me decía conejita, nadie lo sabía. Él jamás me llamó así delante de ningún familiar. Era íntimo, precioso como su nombre en mis labios.

A menos que...

—No, cómo crees —susurré, recuperando el papel. Mi tía lo conocía mucho. Ella misma acababa de decir que fue su único amigo cuando era muy pequeña. Seguro, si la miraba más, reconocería su letra.

Ella se estiró automáticamente en el sillón, como si nada, pero sus ojos continuaron clavados en mí, cuando me guardé el papel en el bolsillo de mis pantalones de pijama favorito. De conejos.

—Es un lindo apodo —dijo, sin más—. Nunca había pensado que te queda.

—No es mío —mentí, rápidamente. No quería que ella lo usara. Para Alice, yo era bombón, siempre sería así—. Es de Jane. Tengo que devolvérselo. Se lo dejó la semana pasada.

Me estiré para tomar el libro del sillón y volví a guardar el papel escrito por Aleksi entre sus páginas. Caminé hasta mi bolso, olvidado en la mesa desde el viernes pasado, y lo metí adentro.

Mi tía no comentó más nada al respecto y se marchó poco después, rogándome que le mostrara el vestido, ya que ahí sí Skalle no podía incomodarme. En lo único que yo pude pensar, apenas cerré la puerta, fue en que si seguía así, pronto sabía qué tanto podía incomodarme la presencia de Mørk Hodeskalle. 

¡Otro capítulo más! ¿Qué les pareció? ¿Kayla tiene que castigar a Skalle? Escucho sus opiniones hahaha

Como siempre, mil gracias por tantísimo apoyo, que del capítulo anterior a este hemos crecido también un montón. Hoy, como regalito, les dejo un par de memes, que seguro ya los extrañaban <3

Para más memes, no dejen de unirse al grupo de facebook "Ann Rodd Destiners e hijos asociados" y contestar todas las preguntas de la solicitud. 

Los super amo y cada día me hacen amar más esta historia con ustedes <3 ¡Nos vemos el próximo capítulo!

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