Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 33. Cenizas

33: Cenizas

Kayla

—¿Es así como imaginabas que me vería?

Mi voz era un murmullo, pero no tenía nada de apagado. La ansiedad se mezclaba con la emoción. Mi tono era vibrante.

Skalle me recorrió de arriba abajo con la mirada. Todavía tenía la boca abierta y no estaba respirando. Contenía el aire, como si temiese que al exhalar la ilusión delante de sus ojos se rompería.

Di pasos hacia él, dejándome a su alcance, para que recordara que yo no era una ilusión, que era real. Giré lentamente, mostrándole el tierno pompón que decoraba mi trasero, y casi al instante dio un respingo.

—¿Es demasiado? —inquirí, girándome hacia delante. Me acerqué más y él abrió las piernas para que me acomodara en el hueco entre ellas. Sus dedos alcanzaron mis muslos y me rozaron lentamente, admirándome, hasta llegar al elástico del body.

—Demasiado... ¿para quién? —respondió, agarrando el moñito rosa del que salía uno de los portaligas—. Para mi es perfecto.

Sonreí y Hodeskalle subió, acariciándome por encima del encaje, recorriendo mis curvas y aferrando mi cintura. Sentí escalofríos y la piel se me puso de gallina. El pecho me palpitó con fuerza y mi respiración se entrecortó cuando sus caricias llegaron a mis senos.

Los acunó, primero con dulzura, pero luego, sus dedos se pusieron firmes, como si reclamara esa parte como suya. Sus pulgares acariciaron mis pezones, a través de las transparencias sugestivas de la tela, y me arqueé de placer.

—Soñé con verte vestida con esto —musitó, atrayéndome. Avancé hasta pegar mi vientre a su pecho y pateé la máscara de calavera lejos, sin darme cuenta—. Eres lo más hermoso que he visto en mi vida.

Me reí, feliz por el halago, pero sabía que eso era imposible. Tenía demasiados siglos de edad como para jurar algo como así.

—No digas mentiras —canturreé, pasando los brazos por encima de sus hombros.

Él estiró el cuello hacia arriba y apretó el mentón contra mis pechos. Sonrió, juguetón. Su mirada adquirió un brillo oscuro y sensual. Pareció un depredador y eso a mi me ponía a mil. El calor se me acumuló bajo la piel y ardió en cada lugar donde nuestros cuerpos se tocaban. Cuando deslizó sus labios por la piel desnuda de uno de mis senos, creí que haría una combustión espontanea.

—He mentido mucho, conejita —dijo, con tono ronco—. Pero cuando se trata de ti cualquiera podría ver que lo que digo es verdad.

—¿Cómo podría estar tan segura de eso?

—Sabes que yo no negocio fácilmente con nadie —me contestó, soltando mis pechos y abrazándome. Sus manos bajaron por mi trasero. Una se aferró al pompón y le dio un suave tirón hacia arriba que me hizo jadear; la otra, se coló por entre mis nalgas, buscando donde la tela se tensaba y me torturaba—. Pero tú has negociado conmigo con muchísima libertad. Cualquiera desearía estar en tu posición. Quizás esto sea una muestra de mi debilidad por ti.

Solté un gemido a medida que sus dedos hurgaban en el interior del body. El roce fue sutil y provocador. Las piernas se me vencieron contra las suyas y Hodeskalle tiró apenas un poco más del pompón, sin lastimarme, solo alborotándome.

—Entonces pruébamelo —gemí, cayendo sobre su pecho, con la respiración alterada.

Mi boca chocó contra la suya y pude sentir su sonrisa contra mi mejilla cuando deslizó sus labios por ella, hacia mi oreja. Su lengua me hizo cosquillas y me estremecí fuerte.

—¿Cómo? —inquirió.

Yo tenía muy en claro lo que quería y sabía que él no me lo negaría. Más si lo estaba incitando a probar su honestidad. Pero me resultó difícil concentrarme. Clavé las uñas en su nuca, mientras buscaba las palabras y él jugueteaba con el pompón, intercalando con la presión de sus dedos en los pliegues entre mis piernas. Mi mente amenazaba con ponerse en blanco y mi lengua se llenaba de adicciones y pecados, no de discursos elaborados.

—Dime, conejita —insistió él, hasta que se dio cuenta de que el placer me estaba enloqueciendo. Se detuvo, retirando los dedos, pero yo solo emití un quejido. No quería que parara, quería que esos dedos estuvieran ya dentro de mí.

—Quiero que sigas —supliqué, apoyando la frente en su hombro—. No pares...

—¿Cómo quieres que lo haga? —continuó, sosteniéndome para que no cayera al suelo.

—Te quiero... como la primera vez —logré decir—. Lo quiero duro, te quiero encima de mí. Ponme boca abajo —suspiré.

Esa última frase fue como un interruptor. Skalle se puso de pie abruptamente y me levantó en el aire. Solté un gritito, primero por la sorpresa, pero después por la emoción. No sabía qué haría él conmigo, pero sin duda, no esperaba que me alejara de la cama.

Me sostuvo, con uno de los brazos por debajo del trasero, y su boca se apoderó de la mía con una fiereza que me quitó el aire y la sensatez. Sus labios quemaban como nunca, eran intensos y urgentes. Bebían de mi sin piedad ni pausa. Me destruyeron en un segundo, sin siquiera haber comenzado.

Grité de nuevo cuando mi cadera chocó contra el respaldo del sillón más grande de mi habitación. No fue de dolor, fue de sorpresa. También de emoción.

Skalle me empotró contra la butaca. Su erección se clavó en mí, justo cuando volvía a tirar del pompón. La electricidad que se desató en mi vulva me obligó a frotarme más cerca, más profundo. Despertó del todo mis deseos más sombríos y su lengua contra la mía se encargó de sacarlos a flote.

Me abracé a su cuello y dejé caer la cabeza hacia atrás, dándole rienda suelta a sus intenciones, que bajaron con besos por mi mentón y se hundieron abajo, en mis senos. Su boca traviesa atrapó uno de mis pezones a través del encaje y gemí tan alto que debieron escucharme hasta en la China.

—Sí —exclamé y él me succionó con más fuerza. La rudeza podría haberle dolido a una humana, quizás, pero a mí solo continuó enloqueciéndome—. Dámelo todo —casi le chillé, metiendo los dedos entre sus rizos y tirando de su cabeza hacia mí.

Skalle me obedeció sin dudarlo y besó y chupó mis pechos con más avidez, con una furia sensual que casi nos arroja ambos del otro lado del sillón. Me sujetó a tiempo, dándose cuenta de que quizás estábamos a nada de romper todo, y optó por dejarme caer sobre los almohadones.

Reboté en el sillón y me quedé boca arriba, incapaz de separar mis ojos de los suyos. Hodeskalle rodeó el mueble, quitándose la camisa y dejando ver sus hermosos músculos y los tenebrosos tatuajes que adornaban sus brazos.

Me mojé los labios, deseosa, y creí que solo me humedecía de notar su mirada lasciva y hambrienta. Estaba tan caliente que no necesitaba más.

Reptó sobre mí a medida que se desabrochaba los pantalones, sin magia. Sus dedos subieron por mis piernas y se enredaron en las ligas que sujetaban las medias. Tironeó de ellas, otra vez torturándome con los elásticos del body, y me pegó a su pelvis.

Era imposible no deleitarse con su imagen desnuda. Se me hizo agua la boca al ver toda su maravillosa extensión, posándose sobre mi encaje, lista para hacerme suya una vez más.

—¿Estás segura de que quieres que sea rudo? —me preguntó—. Porque voy a comerte entera, conejita.

Su voz ronca me puso a vibrar la piel. Me agité; mis músculos de contrajeron de solo pensarlo.

—Quiero que me devores —respondí, mordiéndome el labio inferior. Estiré una mano, decidida, para tomarlo y hacer de él lo que quisiera, pero Hodeskalle me la sujetó antes de que lo alcanzara.

Me llevó el brazo hacia atrás, depositando mi muñeca contra mi cabeza, aprisionándome mientras su mentón se movía lentamente de un lado a otro.

—Conejita —chistó, aun negando, como si le dijese que no a una niña pequeña—. Hoy yo soy el depredador —me dijo, hundiéndose entre mis piernas, presionando su pene contra el encaje otra vez.

Gimoteé de placer y de terror, pero de un terror dulce y ansioso. Uno que quemaba como el caramelo líquido. Me sentí indefensa entre sus brazos, en medio de ese juego tan primitivo y animal, y descubrí que ser una presa me encantaba.

—¿No puedo tocarte? —pregunté, con una risita aguda. Me relajé por completo en el sillón y esperé, hasta que Skalle arqueó una ceja y sus comisuras se elevaron en una peligrosa sonrisa.

—No aún —respondió, inclinándose hacia mí. Sujetó mi otra mano y su boca rozó la mía antes de alejarse.

Me estiré tanto como pude para perseguirlo, pero él solo deseaba provocarme. Sus labios volvieron a descender por mi cuello y peinaron mi abdomen. Cerré los ojos y no me moví ni cuando me soltó. Permanecí sumisa entre las almohadas, pensando que me regalaría las mejores caricias con esa lengua ardiente que tenía, pero sus dedos se hundieron en mis nalgas y giró mi cadera para ponerme boca abajo.

Se me escapó otra risa aguda y levanté el trasero, para servírselo. El aliento de Skalle me acarició la piel. Su pulgar se coló por debajo del conjunto y levantó la tela con lentitud. Fue bajando por el contorno, siguiendo el cavado. Ahí, corrió la tela y tuvo total acceso.

Enterré la cara en la almohada y ahogué sollozos llenos de deleite cuando me acarició con la suavidad de sus labios. Los besos en seguida se convirtieron en lamidas feroces y fogosas. Luego, en succiones tiernas. El vaivén entre esos ritmos tan distintos descargó oleadas intensas de electricidad por mi columna. Me retorcí sobre el sillón, abrumada, frenética por alcanzar el clímax, que lo sentía a la vuelta de la esquina.

Entonces Skalle se detuvo y levanté la cara de la almohada para decirle que no se atreviera a parar. Sin embargo, apenas si me alcanzó para respirar. Él acomodó su pene en la entrada de mi vagina y, lento pero firme, me penetró de una vez por todas.

Jadeé y volví a caer en el sillón. Las sensaciones que me embargaron echaron por tierra mi sentido común y la poca estabilidad que le quedaba a mi cuerpo. Su sabor tan obsceno tiró por el suelo todas mis cavilaciones sobre mis sentimientos por él. No pude recordar qué otras acciones habían logrado que me enamorara; solo pude gozar de ese remolino de placer que mancillaba una y otra vez, con cada feroz embestida que me daba.

Era un momento primitivo, animal, que me despojaba de mis anhelos y sueños. Solo existía esa versión de Hodeskalle, montándome con prisa y dureza, anudando los dedos en los portaligas para aferrarme con mayor destreza. No quedó nada de ese hombre detrás de la máscara que tomaba mi mano para calmarme. Se volvió una bestia famélica y yo la dejé ser.

Él guio mi cadera y me hizo gemir sin parar. Oí mis sollozos como si vinieran de otra dimensión, apenas por encima del sonido que hacían mis nalgas contra su pelvis. Reconocí el pozo sin fondo al que me llevaba cuando estamos juntos y su hermosa oscuridad trepó por mis pies, desde la punta de los dedos, sumergiéndome lentamente.

Ese intenso sopor me dejó sin energía. No podía moverme y tampoco quería hacerlo. Mientras más subía esa oscuridad por mis piernas, por mis muslos y cadera, más me fundía con ella. No existía fuerza de voluntad alguna en mi cuerpo para resistirme al poder con el que me sometía. Era tan delicioso que planeé morir ahí mismo, con su boca de pronto acariciando mi cuello, regando gemidos roncos contra mi oído.

Creo que sonreí, inmersa en tanto goce. Aunque ahora él se cernía sobre mí, apoyando su abdomen contra mi espalda, nunca dejó de aferrarme por la ropa. El tironeo que lograba con la tela friccionó mi clítoris y chillé sin control cuando el primer orgasmo me asaltó.

Mordí la almohada que tenía bajo el rostro y al mismo tiempo sentí los colmillos de Skalle en mi garganta. En un segundo, se disparó en mí, desde el lugar en donde estábamos tan profundamente conectados, desde donde acabé, un estallido ardiente, que me quemó por dentro e hirvió mi sangre.

Caí velozmente al fondo del pozo. Apenas si fui consciente de como Skalle me aplastaba contra el sillón mientras bebía mi sangre. Durante todo ese rato, atrapada entre sus músculos, con su pene incendiando el interior de mi vagina, sin parar, no fui consciente de más nada. El universo se redujo a esa conexión extraterrenal que nos ataba más que el peso de nuestras acciones.

Solo volví a la realidad cuando sus dientes dejaron mi cuello. Parpadeé, tratando de retomar el control de mi mente, pero estaba tan sensible y húmeda que hasta el más mínimo movimiento de mi depredador sobre mi me ponía a temblar.

Ni siquiera me había recuperado y Hodeskalle estaba aumentando el ritmo otra vez. Pasó los brazos por debajo y me abrazó. Sus manos se aferraron a mis pechos y sus dedos tensaron mis pezones.

Empecé a suplicarle algo, pero no me acuerdo qué. Clavé las uñas en una de las almohadas, que se manchó con mi sangre, y la destrocé de la desesperación. Volaron cientos de plumas por encima de nosotros y por alguna retorcida razón, eso infló a la fiera.

Skalle se irguió y tiró de mis caderas. Me sentó sobre él y profundizó la penetración hasta que se me agotaron los gemidos. Continuó dándome duro, tal y como le había pedido, y mientras una de sus manos continuaba en mis pechos, la otra bajó hacia mi clítoris.

La yema de su pulgar me frotó con deliberada lentitud, muy al contrario de las andanzas desenfrenadas de su pene. El contraste fue demasiado para mí. Mi espalda se arqueó hacia él y mi nuca cayó sobre su hombro. Mis piernas convulsionaron y cerré los ojos.

—¡Dios! —exclamó alguien. Tardé en darme cuenta de que fui yo. No creí que fuese posible, pero en esa posición, estaba a punto de acabar otra vez.

—Aún no —dijo, antes de morder el lóbulo de mi oreja.

Sus dedos dejaron mi vulva y los movimientos desquiciados se detuvieron. Me sujeté del respaldo del sillón y por primera vez en un largo rato pude respirar de verdad. Ese pequeño descanso alivió los placenteros dolores que me aquejaban por abajo y me permitió reconocer mi entorno, salir del pozo y volver a la realidad.

Ahí, noté que el sillón se había corrido casi un metro. También vi más de una almohada rota y no recordaba haber dañado más que una. Me aferré también al brazo de Skalle a medida que mis pulmones agitados se calmaban.

—Aún no terminamos —susurró Hodeskalle, besando mi cuello.

Me levantó y salió de mí. Pero, antes de que pudiera pensar qué haríamos a continuación, él me estaba llevando a la cama. Me depositó sobre las colchas, con mi cadera al borde y su pelvis bien posicionada entre mis piernas.

Se me hizo agua la boca una vez más. Deseé tenerlo entre mis labios, pero sabía que él no me lo permitiría y por eso no lo intenté. Permanecí sumisa, a la espera, abriendo los brazos para indicarle donde quería que yaciera.

Hodeskalle me analizó, me midió. Sujetó mis muslos y alzó mi trasero para que su pene pasara por debajo. Jugueteó con el pompón, con el encaje bañado en sudor. Una sonrisa lujuriosa adornó su cara cuando notó como yo meneaba mi culo buscándolo.

—No eres una conejita sin tus orejas —dijo él, entonces, levantando la bincha con las orejas.

Me había olvidado por completo de ellas y supuse que se me debieron caer en algún momento de camino al sillón. Estuvimos tan ocupado con los asuntos más importantes que el traje pasó, en realidad, a segundo plano.

—Y no puedo comerte si no las tienes puestas.

Se acercó y me las calzó en la cabeza. Aprovechó para besarme y aplastarme en el colchón. Se bebió mi alma y la hizo suya. Se llevó el aire y me dejó devastada. Atrapó mi corazón y lo convirtió en cenizas.

Recordé de pronto todo lo que el sabor de su sexo me había hecho olvidar. Las certezas me aplastaron sin perdón. Mi entera existencia se agarró de ese beso que no parecía acabar jamás. Supe que estaba completamente perdida y que eso no era normal. Que jamás volvería a encontrar algo así y que jamás podría superarlo.

Y, entonces, él estaba dentro de mi otra vez, marcándome. Grabó su nombre en mi cuerpo, en cada sitio donde nos tocábamos. Sus labios y dientes tiraban de los míos y nuestras lenguas se enredaban, desesperadas por obtener lo que no podía explicarse con palabras.

La cama golpeó furiosa la pared. Hizo tanto ruido que opacó los gritos que ahogábamos el uno en el otro. Lo rodeé con los brazos y mis muslos se apretaron alrededor de su cadera. Enredé mis piernas con las suyas y lo empujé hacia mí, rogando con aumentar la profundidad de las estocadas.

Skalle también sollozó, a punto de convertirse en cenizas conmigo. La combustión entre nosotros ya no se podía ignorar y nos separamos para vernos a la cara. Fueron unos segundos en donde nuestros ojos soltaron miles de preguntas. Una mirada suya me bastó para saber que lo que yo sentía no era una locura.

Kayla —susurró, de pronto. Pasó los brazos por debajo de mi cintura y me abrazó como si yo fuese lo único sólido en su vida, lo único valioso.

De mi boca brotó su nombre, tembloroso y empañado de mis más blandas emociones. Me estiré hacia arriba para besarlo otra vez, pero él negó.

Apoyó su frente contra la mía, sin dejar de moverse ni por un instante, y suspiró.

—Aleksi —dijo, aferrándome con más fuerza—. Aleksi.

Por un instante, no entendí a qué se refería. Estaba tan abrumada por lo que sucedía que tardé en comprender que me estaba corrigiendo. No solo estaba negando el nombre por el cuál yo lo conocía. Él me estaba diciendo el real.

Se me llenaron los ojos de lágrimas, porque esa quizás era la palabra que significaba más que cualquier acción ocurrida entre ambos. Nadie sabía su nombre, ni siquiera mi abuelo. En miles de años solo fue Mørk Hodeskalle y su identidad un secreto más terrible que cualquiera de sus antiguas leyendas.

Pero ahora su nombre estaba en mis labios y su sonido salió de mi boca, ahogado por mi llanto.

Aleksi —repetí.

Él me sonrió. Ya no había lujuria tirando de sus comisuras. Se reflejaba en su expresión una curiosa felicidad que acabó con una lágrima cayendo, también, sobre mi rostro.

—Kayla —siguió, enternecido hasta los huesos. Conmovido.

—Aleksi —suspiré, antes de volver a besarlo y saber que lo nuestro no tenía salvación.

Los ritmos de nuestros cuerpos se acoplaron. Nuestras respiraciones se entrecortaron juntas. A medida que el placer nos controlaba otra vez y ardían nuestras almas, volviéndonos polvo, comprendí que ninguno de los dos deseaba ser salvado. 

¡Les pido perdón si alguna frase u oración no suena bien! Algunas partes las repasé y otras no tanto. Como ya saben estas escenas me cuestan un montón y lo más difícil para mi es mantener el ritmo, el tono y lo poético. Así que disculpas si algunas cosillas no suenan bien. 

Ahora sí, ¡les quiero agradecer por haber esperado tanto! Estoy trabajando mucho y no tengo tiempo para escribir, así que también me demoraré un poco con el siguiente. 

Ojalá este les haya gustado ;) ¡No olviden votar, comentar, releer, recomendar, fangirlear, todo! Y si quieren recomendar la historia a editoriales como Penguin Random House, ¡uf! No saben cuánto les agradecería. 

Los amo mucho y mil gracias por tanto apoyo <3 Es una locura estar en donde estamos gracias a ustedes. ¡Feliz año!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro