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Capítulo 30. Ese beso

30: Ese beso

Kayla

Skalle y yo miramos el techo de su habitación en silencio. Nos habíamos calmado hacia rato, aunque tenía que confesar que mis anhelos no estaban del todo satisfechos. La única razón por la cual permanecía a su lado, tendida sin ninguna súplica, era porque sabía que él quería seguir hablando de mi abuelo.

Sin embargo, él pasó largos minutos en silencio. No pronunció ni una palabra y yo empecé a sentirme rara e incómoda por todos los secretos de los que aún tenía que preocuparme.

—¿Crees que me lo dirá pronto? —inquirí—. ¿Es muy malo?

Hodeskalle siguió callado un momento más. Escuché cómo se mojaba los labios y suspiraba.

—No va a decírtelo. Y no es que sea algo malo, pero te pone en mayor peligro que a Alice.

Yo también suspiré.

—Creí que eso ya estaba claro, porque mi tía es una vampira completa y yo no —susurré—. Pero no sé si es eso lo que me molesta ahora. En realidad... me pregunto si no se dan cuenta de que me están haciendo daño.

No nos miramos y él se pasó una mano por la cara, algo que percibí por la vista periférica. Exhaló con brusquedad y luego dejo caer la mano, entre nuestros cuerpos. Sus dedos rozaron mi cadera.

—Él cree que te está previniendo el daño. Y quizás yo acabo de acentuártelo al decirte que hay algo más, cuando encima no puedo contártelo. Lo siento, conejita, no debí decírtelo en primer lugar.

Me giré hacia él. Su rostro estaba descompuesto, clara señal de que se arrepentía y de que estaba sufriendo por sus errores. Apreté los labios y no supe qué contestar, porque no sabía qué sentir al respecto. Tampoco tenía claro qué era lo mejor ni lo que yo hubiese preferido.

Quizás, teniendo en cuenta todo lo que había pasado, me parecía mejor estar alerta y conocer que existía algo más.

—En cualquier caso, esto no es tema tuyo —le dije, finalmente, después de largos minutos procesando sus palabras—. Solo estás cargando con los problemas de mi familia. Y eso no te corresponde. Y si te acuestas conmigo, entiendo que sea incómodo para ti no decirme las cosas... Después de todo... somos amigos. Creo.

Era difícil definir nuestra relación, pero eso sin duda me parecía una realidad. Estaba confiando en él y él intentaba decirme lo que podía. Al final, me escuchaba y me consolaba más que cualquier en esa mansión.

Hodeskalle tragó saliva y no se dio la vuelta hacia mí, por lo que me sentí incómoda con mis palabras.

—¿No somos amigos?

—Me gustaría que lo seamos —dijo, exhalando suavemente—. Pero es una situación un poco extraña cuando no puedo decirte todo lo que pasa, cuando tengo que guardarte secretos. Quizás sientas que soy un doble espía, quizás desconfíes de mi porque no sabes que podría decirle yo a tu abuelo.

Solo cuando lo dijo caí en la cuenta de que eso sería un detalle válido, exceptuando por el sexo, y que quizás había puesto demasiado de mi sobre él. Sin embargo, me dolió el corazón al creer que sería capaz de contar las cosas que hablábamos. Hodeskalle no parecía de ese estilo, pero, al fin y al cabo, mi abuelo era su amigo, uno muy cercano, y lo estaba traicionando.

Se me cerró la garganta. Me apresó una desilusión tan fuerte que creí que se me desgarraría el pecho. Las manos se me enfriaron y las entrañas se me volvieron hielo. No pude respirar ni moverme, hasta que Skalle me agarró la muñeca y me atrajo a su pecho.

—No creas que no estoy de acuerdo con que tengan que protegerte —me dijo, poniendo su rostro frente al mío. Dejó algunos centímetros de distancia, casi que podríamos besarnos otra vez—. Estoy de acuerdo con estar aquí, cuidando de ti. Y entiendo los motivos por los cuáles creyeron que era mejor guardar silencio. Pero, conejita... Creo que ellos no entienden lo fuerte que eres y... sé que podrías con todo. Odio tener que callármelo, pero al menos tienes que saber que te protegería, aunque no hubiese este pacto de por medio. Te protegería con mi vida, a costa de todo.

Lo miré, absorta. Continué con la garganta cerrada, pero ahora por la forma tan fehaciente en la que implicaba que yo le importaba, que sí éramos amigos y yo valía su preocupación. El cuerpo se me calentó de nuevo con su tibio aliento sobre mis labios mientras sus dedos cepillaron el cabello que se me agolpó en la mejilla.

Estuve a nada de derretirme en sus brazos una vez más, como tantas otras antes.

—Gracias —susurré, con la voz un poco quebrada—. Aunque no puedas decírmelo.

Él se inclinó más hacia mi. Su boca rozó la mía.

—Aunque parezca que estoy con ellos, al menos en ese sentido, yo estoy contigo, conejita. Soy de tu equipo. Por favor, confía en mí.

No necesitaba pedírmelo dos veces. Le entregaría mi alma sin ninguna duda y fue consciente de eso cuando me besó lento y suave. De sus labios se derramaba una dulzura que hacía estragos en cada parte sensible de mí y que me convertía en miel. Sus dedos no dejaron mi rostro mientras profundizaba nuestro contacto y se me escapó un gemido anhelante.

Si seguíamos, haría que él me entregara su alma y no podíamos llegar tan lejos. La hora pasaba, además.

Me separé lentamente de él y me senté en la cama, preparándome mentalmente para volver a mi habitación. Deseaba como mínimo dormir a su lado, pero sería imposible dada las circunstancias. Una vez era suficiente, dos era tentar a la suerte, y Jane me esperaba.

—Te agradezco que me lo hayas dicho —dije, pasándome los dedos por los labios y saliendo de la cama. Busqué mi ropa interior y mi pijama y lo encontré a los pies del sillón, casi al otro lado del cuarto. Hodeskalle lo había revoleado lejos.

Él también se puso de pie y me siguió, desnudo, por la habitación. Me alcanzó solo para detenerse detrás de mi y quitarme la camiseta del pijama.

—No creo que debas salir con esto al pasillo.

Estar tan cerca, casi sin ropa los dos, volvió a tirar de mis instintos más bajos, pero la idea de que algún familiar o empleado me viera con un pijama manchado...No era bonito, para nada.

—No puedo volver en brasier —le dije, cuando él hacía un bollito con mi camiseta y se metía en el baño en suite. Lo seguí, por pura curiosidad, y vi como abría la ducha—. Tampoco con el pelo mojado.

—Diría que es tu culpa que me hicieras acabar tanto —dijo Skalle, tendiéndome la mano e invitándome a entrar. Me quité el brasier en un segundo y tomé su mano. Pensé que ingresaríamos juntos y me llené de emoción, pero él se quedó fuera, buscándome toallas, mientras me empapaba—. Me encargaré de tu cabello.

Traté de no bufar ni que mi rostro denotara la diminuta frustración que sentí. Me lavé rápido, lo suficiente como para quitarme el sudor y oler a lavanda, y salí de la ducha para encontrarme con una jaula de brazos y toallas mullidas.

Hodeskalle me envolvió como si fuese una niña pequeña y me tiró un toallón por encima de la cabeza.

—Puedo hacerlo sola, ¿sabes? —le dije, reprimiendo una sonrisa. Él se rio también, pero me frotó el cabello un poco más antes de comenzar a cepillármelo.

Me quedé inmóvil, cerrando los ojos cada vez que sus manos alisaban los mechones húmedos, cada vez que sus dedos rozaban mi piel. Disfruté cada instante de la manera en la que me asistía y me cuidaba. Me perdí en cada cariño.

Cuando abrí los ojos y reaccioné, había miles de gotitas de agua flotando entre nosotros. Se alejaron hacia la ducha y noté entonces que mi cabello estaba bien seco y peinado.

—Wow —dije, sujetándome la toalla que en realidad ya no servía para nada. No había ni un solo rastro de agua a mi alrededor.

—Ten —me dijo Skalle, señalándome una camiseta bien doblada que entraba flotando por la puerta del baño. La atajé con suavidad y la abrí. Era grande y aunque se notaba nueva y sin uso, tenía rastros de su aroma—. Nadie me olerá más que tú, no te preocupes.

Volví a ponerme mi brasier, mis bragas y el pantalón de mi pijama. Encima, me calcé la camiseta nueva y después de encontrar mis pantuflas, estuve lista para marcharme.

—Excelente servicio, cinco estrellas —le dije, cuando me acerqué a la puerta—. Creo que así vendré a tu cuarto más seguido.

Skalle, que se había puesto unos calzones que le quedaban esculturales, se detuvo a mi lado y me agarró la mano. Fue suave, como siempre.

—Cuando Jane se vaya, eso no va a ser necesario —me dijo, acariciándome la muñeca con la yema de los dedos. Otra vez, era inmensamente tierno y afectuoso. Mi corazón se puso a galopar en un instante —. Conejita, tu y yo tenemos un conjunto de lencería que estrenar.

Me atrajo a su pecho. Mis manos terminaron en sus pectorales y la boca se me lleno de saliva. Él simplemente no me dejaba recuperarme y no hacía más que pasarme de la embriaguez que me producía su dulzura, a la calentura que me daban sus proposiciones y todos sus músculos bajo mi tacto.

—Muero de ganas de ponérmelo —le dije, con tono bajo, erótico. Ya me imaginaba todo lo que podía salir de eso.

Hodeskalle sonrió y paso uno de sus brazos por detrás de mi cintura. Me pegó a él y estuve a punto de chillar de la emoción y quitarme toda la ropa de nuevo.

—Este viernes —me dijo, subiendo con la mano libre por mi brazo—. Cuando Jane se vaya a casa y estés sola, tu y yo tendremos una cita en tu cuarto. Esta vez, serás mía toda la noche y más.

La alegría que esa propuesta me daba solo fue empañada por la tristeza al recordar que recién estábamos amaneciendo en domingo. Faltaba casi una semana para el viernes. Esperar sería una verdadera tortura. Tendría que matarme a toqueteos a sola cuando pudiese, si es que podía. Tener a Jane ahí se convertiría en una obligación más que en un placer.

—¿El viernes? —me quejé, desinflándome, teatralmente. Jugando. Obviamente, no llegué al suelo porque me tenía bien sujeta.

Skalle se rio y me meció de un lado a otro.

—Tu tío Sam dice que deben quedarse con ella hasta estar seguros de que está bien de la cabeza. Y que va a mantener la boca cerrada —explicó. Su mano llegó a mi nuca, me masajeó lentamente en forma circular y casi que me desinflo, pero de verdad. Él era bueno hasta en eso—. Mientras tanto, si tú y ella evitan ir varios días a la universidad y se quedan aquí, tendré tiempo de averiguar sobre su hermano. Y demás... tienes que pasar la ovulación. No lo olvides.

Por mí, podríamos vaciar todas las cajas de preservativos, pero teniendo en cuenta que las cosas fuera de casa seguían peligrosas, era lo mejor. Si los que me acosaban ya sabían quién era Jane, seguramente tendríamos que devolverla con custodia. Hacía falta organizar todo y por el momento, ella debía quedarse en nuestra casa.

—Está bien —dije, con tono que salió rezongón—. El viernes.

Hodeskalle se inclinó hacia mi y yo me puse en puntas de pie, instintivamente, para alcanzar su boca.

Me besó lento, sin usar la lengua y sin ponerse sensual. Ese beso fue distinto a todos los demás. Sus dedos llegaron a mis mejillas y se mantuvieron ahí, sosteniéndome cerca, donde pusiese saborearme a gusto, a su tiempo.

Fue amoroso.

Y me dejó con una sensación conocida en el pecho que, cuando me soltó y me giró para sacarme por la puerta con una palmada en el trasero, asegurando que no había nadie por esos lares, creí que estaba loca como para tenerla.

Caminé por los pasillos del ala de invitados hasta el pasillo principal, sin dejar de darle vuelta a la manera tan dedicada y encantadora en la que él me trató, comparado con la última vez que tuvimos sexo. Esa vez, apenas si se despidió de mi con una palabra.

Algo cambió en esos últimos días y tenía muy en claro que me encantaba. El pecho me ardía con locura, la respiración se me cortaba al pensar que ese hubiese sido un beso que uno le daba a alguien que amaba. Lo que en realidad me preocupaba era que me sentía de esa manera con alguien que acababa de conocer y que apenas llevaba poco más de una semana conociendo su boca y su cuerpo.

Me llevé una mano al corazón y arrugué con los dedos su camiseta.

—Estás loca —me dije—. Estás obsesionada.

Entendía que era fácil dejarse vislumbrar por un hombre como él. Los humanos con los que estuve eran insípidos y torpes comparándolos. Había conocido vampiros guapos antes, pero incluso en ese momento pensé que ninguno le pisaba siquiera los talones a Hodeskalle.

Sus habilidades, así como la personalidad que había descubierto desde que intimábamos, me hacía preferirlo sobre cualquier otro en el mundo. Era un tipo tranquilo, amable. Por encima de todo, me escuchaba y me respetaba. Siempre me pidió permiso y se aseguró de que estuviese de acuerdo con todo lo que fuésemos a hacer. Aunque la propuesta indecente que me hizo en un principio era lo único que, desde afuera, cuestionaría, algo me decía que, si la hubiese rechazado, él me habría ayudado igual. Sin chistar.

Además, no solía subestimarme o tratarme como si fuese débil o indefensa. Me tuvo en mayor estima que el resto de mi familia. En definitiva, si algún día conocía a alguien parecido, siquiera, a él, sería un milagro. Estar tan colada por él no era tan raro, si lo pensaba. Incluso aunque fuese tan pronto. ¿O sí?

—¿Kayla?

Me pegué un susto terrible y salí de mis pensamientos en un santiamén. Mi tío Allen estaba parado en la entrada del vestíbulo. Venía del jardín delantero y tenía su celular en la mano, contra la mejilla.

—Ah —dije. No lo veía desde el día anterior y la verdad no hubiese esperado encontrármelo. Realmente, no deseaba hablar con él—. Creí que estarían todos durmiendo.

Traté de seguir caminando, pero él corrió hacia mí.

—Es Alice —me dijo, tendiéndome el teléfono—. Quizás quieras hablar con ella.

Dudé, pero al final, mi tía estaba metida en todo eso al igual que yo, así que tomé el teléfono. Me lo puse en el oído y me relajé apenas escuché su voz.

—«Hola, bombón» —me saludó, con su tono afable de siempre. Dios, cuánto la había extrañado.

—Hola, tía —dije.

Me alejé de Allen y salí al jardín, para mantener mis distancias con él y hablar de manera un poco más privada. Mi tío no me siguió y mi tía, suspiró, al otro lado de la línea.

—«¿Tiene sentido que pregunte cómo estás?»

Yo apreté los labios, antes de sentarme en el bordo de la fuente más grande del patio.

—¿Tú lo sabías?

—«No hasta anoche —me dijo—. Así que entiendo que estés molesta».

Miré a mi alrededor, a lo sola que estaba en ese momento y en cómo había ansiado no ver ni oír a nadie de mi familia por días y días. Ahora, era la primera vez desde la discusión con mi abuelo que me sentía comprendida por alguien de mi propia sangre.

—¿Vas a venir antes? —inquirí, con tono agudo. Soné como una niña desesperada.

Mi tía dudó.

—«No voy a adelantar mi regreso —explicó, finalmente—. Estoy en indonesia, es poco probable que alguno de esos imbéciles me encuentre aquí. Y tengo un par de fiestas más con hermosos vampiros asiáticos que no me pienso perder por ningún motivo —Se quedó callada, esperando mi respuesta, pero como no la dije, siguió—: Lo siento, linda. No creo que sea justo hipotecar mi vida y encerrarme por culpa de ellos».

En eso, estaba totalmente de acuerdo. No quería que me pasara lo mismo y deseaba que ella disfrutara de sus aventuras. Quién sabía si su pareja estaba entre esos vampiros, en esas fiestas. Se merecía encontrarlo.

—Lo sé, es que... Las cosas están mal aquí.

—«Allen me dijo —respondió Alice—. Y tienes derecho a estar enojada. Yo también estoy enojada».

—¿Crees que debieron informarte?

Ella chistó.

—«Por supuesto que sí. ¿Iba a cambiar mis planes? No, pero me gusta saber todo lo referente a mi existencia. Además, en este mundo, vampiras o no, las mujeres tenemos que estar siempre preparadas para partirle la madre a cualquier imbécil. Ese es el problema con nuestra familia Kay, son cuatro hombres debatiendo la vida de todas sus mujeres —me dijo, con tono más irritado—. Y ahora entiendes por qué viajo mucho, porque, aunque soy una adulta de doscientos tres años, y los amo, porque no son malas personas, son terriblemente patriarcales. Lamento no habértelo dicho antes, lamento que por haber dejado que lo descubrieras sola y te hicieses tus propias ideas, tuvieses que descubrirlo así».

Mi abuelo siempre había tomado las decisiones en casa. Para mi siempre fue normal que mis tíos y mi padre se recluyeran con él y nos dejaran a mí, a Elliot, a mamá, a Alice y a la abuela afuera.

Nunca esto me había importado demasiado, porque siempre que daba mi opinión me escuchan y charlaban en la mesa, incluyéndonos como si de pronto importáramos. Con las palabras de mi tía, entendí que eso nunca fue realmente así y que no era más que una pantomima.

Ni mamá ni la abuela tenían algo que ver con todo esto. Por supuesto, lo sabían, pero poco habrán intervenido. Eso, por irónico que fuera, me hacia enojar más con mi abuelo y mi papá. La reciprocidad, la confianza en sus esposas no existía. Y ser personas con más de cien años no era una excusa.

—No es tu culpa —contesté—. No hace falta decir quién está mal aquí.

—«Aprenderás a tratarlos con el tiempo. Como te sientes es totalmente válido».

—Por eso quería que volvieras —me excusé—. No quería estar enojada sola.

Alice se rio y su risa me alivió un poco las penas.

—«Linda, estaré ahí en dos semanas y podremos gritarles juntas. ¿Te parece? Además, podemos provocarlos un poco y salir de fiesta. También creo que sería genial que nos fuésemos de vacaciones solas. Te llevaría conmigo al caribe, a cualquier isla hermosa del pacífico. ¿No suena genial?»

Mi tía siempre tendía a tentarme con las cosas más divertidas. Ella sabía lo mucho que yo ansiaba viajar. A pesar de todo el dinero que teníamos, no conocía más que algún país vecino, como Francia, y no a fondo. No recordaba nunca haber ido a una playa a disfrutar del sol, porque mamá no podía estar bajo él y nuestras vacaciones familiares de limitaban a ir al castillo que teníamos en el campo.

Y, encima de todo, irnos para molestar al abuelo, sonaba aún mejor.

—Dos semanas serán una eternidad en este contexto —le dije—. Estoy negada a perdonar a nadie.

—«Bueno, se merecen que estés enojada unos cuantos días más. Así como Elliot se merece estar encerrado por los próximos cinco meses —replicó ella—. Pero a pesar de lo mucho que quiero golpear a mis hermanos y darle una tunda a mi padre, sí entiendo por qué pusieron a Hodeskalle a seguirte. También me deja más tranquila que estés con él vigilándote».

—Tía... —me quejé.

—«¡Aguarda! —me frenó ella—. Estoy más tranquila. Y aún así, creo que debieron informártelo también. Mira si ibas con algún chico y tenías a Hodeskalle ahí mirando, por favor» —farfulló.

Me mordí la lengua más por la repentina histeria que me asaltó que por controlarla. Si ella supiese realmente que el chico con el que estuve era el mismo Hodeskalle, ¿me apoyaría o actuaría como lo haría el resto de mi familia.

—Sí, es lo que yo digo —respondí.

Ella suspiró.

—«Corazón, estaremos juntas antes de lo que esperas. Pero sí te aconsejo que trates de hablar con tu mamá o con la abuela. Ellas simplemente no tienen poder de decisión en esto. Menos tu mamá. Yo apuesto a que estuvo sufriendo mucho por ti estos últimos días».

Entendiendo al fin muchas cosas, estuve de acuerdo con ella. Y sin, embargo, decidí que no lo haría tan pronto, porque no tenía ganas de enfrentarme a nadie. Ni siquiera a Allen, a quien tenía que devolverle el teléfono.

Alice se despidió de mi diciendo que me llamaría mañana a mi teléfono y que me contentara con el auto nuevo que me darían. Que, si podía, pidiese muchas cosas imposibles para que anduvieran corriendo detrás de mí, presa de la culpa, pero en eso si yo no me sentía cómoda.

La verdad, es que ni siquiera quería otro auto. Pensaba en el mío, todo retorcido en el estacionamiento, y ansiaba recuperarlo en su estado inmaculado, como si nada de eso hubiese pasado.

Una vez cortamos la comunicación, volví al vestíbulo y encontré a Allen sentado en el living, esperándome con las puertas abiertas. Me paré junto a él y le tendí el teléfono sin mediar ni una sola palabra. Ignoré su expresión mortificada y me di la media vuelta, en el fondo agradeciendo que no me retuviera ni me hiciera preguntas de ningún tipo.

Llegué a mi habitación y entré lentamente para no despertar a Jane, que seguía durmiendo como un tronco. Me apoyé en la puerta y me quedé ahí, procesando las palabras de mi tía y creyendo que lo mejor sería esperarla para que juntas pudiésemos atacar a mi abuelo.

Y la mejor forma de esperar dos semanas a su regreso era esperar una, hasta el viernes. El corazón se me retorció de nerviosismo y alegría otra vez, pensando con quién usaría el conjunto de lencería de conejita. Pero esta vez, en vez de preocuparme por mi desesperada necesidad de él, decidí abrazarla por completo.

Con Hodeskalle era, nuevamente, a todo o nada. Y yo no le tenía miedo al éxito. 

¡Hodeskalle ha cambiado la estrategia! ¿Pudieron notarlo? Espero que estén preparados para ese próximo viernes, porque se vendrá intenso, para todas las que me pedían algo hard y emocionante. Yo creo que si con este capítulo no llegamos a los 400k, seguro lo haremos con ese porque sé que van a romper Wattpad jejeje

De nuevo, mil gracias por su infinita paciencia, amor y apoyo a esta novela. Aún no creo todo lo que la están amando. No se olviden que les estoy preparando unos regalitos bellos que subiré solo en dos sitios: en facebook en el grupo Ann Rodd destiners e hijos asociados (No se olviden responder las preguntas para ser aceptados. Si están pendientes de aprobación es por eso) y en twitter /anns_yn. 

No subiré los regalos por aquí o por instagram para evitar baneos :D Ya se pueden imaginar porqué. 

¡Los veo en el próximo capítulo! Los amo <3

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