Capítulo 29: Confesiones
29: Confesiones
Kayla
Lo observé con atención, sin saber porqué parecía tan consternado. Su preocupación me asustó y cuando se mojó los labios, yo temblaba.
—¿Qué pasa? ¿Ocurrió algo malo con el clan Parissi? —susurré—. ¿Con Elliot? ¿O es el clan de mi bisabuelo?
Hodeskalle negó, pero lo vi titubear y su indecisión para hablar me asustó aún más. No sabía qué pensar ni sabía a dónde iba. Si no se trataba de los clanes, entonces no conocía ninguna otra alternativa para tal nerviosismo.
—Esto en realidad se... trata de ti.
Fruncí el ceño. Mi mente divagó entre las posibilidades de convertirme en una incubadora vampírica para otros y no salió de ahí.
—Me estás poniendo muy nerviosa —le dije, subiendo las piernas al sillón y haciéndome una bolita—. ¿Y ahora qué pasa?
Skalle calló. Me miró a mi y luego miró el suelo fijamente por casi un minuto.
—No quiero que estés asustada —murmuró—. En realidad, quería que vinieras porque creo que es importante que sepas todo lo que debas saber. Al menos lo que yo pueda decirte.
Fruncí el ceño.
—¿Más cosas que puedan asustarme? —tercí.
Él apretó la mandíbula.
—No lo sé, depende de cómo lo tomes.
Me resistí a darle un puntapié.
—¿De cómo lo tome? —gemí, con tono más bien acusatorio. Era totalmente su culpa que ahora estuviese alterada—. ¡Dilo ya!
Esta vez, lo hoyuelos se le marcaron, pero porque hizo una mueca contrariada.
—Verás... tu y yo... —empezó, sin mirarme. Tragó saliva una vez más y cuando le di un empujoncito en la cadera con la punta del pie, sacudió la cabeza—. Hemos sido bastante sinceros el uno con el otro y...
Se frenó. Yo le di otro empujón.
—¿Y? —inquirí, sin una menor idea de a dónde iba eso.
Skalle me miró de reojo. Un músculo bajo su ojo temblaba. Parecía a punto de ponerse a sudar y me asustó la manera en la que actuaba. Si a él esto lo aterraba, a mi debía volverme loca. Entones, él exhaló de pronto y así mismo soltó palabra tras otra:
—Tengo que decirte que tu abuelo no te dijo toda la verdad esta noche y aún hay algo que te oculta. Algo que no puedo decirte porque está prohibido, pero que tiene que ver pura y exclusivamente contigo y no aplica a Alice —contestó, tan rápido que casi me deja sin aire a mí.
Lo observé con los ojos como platos. Mi primera reacción fue dejar caer la mandíbula. Mi segunda reacción fue bajar ambos pies al suelo, plantarlos con furia y gritar.
—¿Qué?
No debería sorprenderme. Mi abuelo me había mentido toda la noche, pero pasada la discusión que tuvimos, no creí que aún existiese algo más que tuviésemos que debatir.
Hodeskalle siguió sin mirarme a los ojos y yo esperé más respuestas en vano. Tampoco tenía sentido que yo insistiera sobre eso que no podía decirme, porque no lograría sacar nada de su boca. Permanecí en silencio, llenándome de furia e indignación.
Clavé las uñas en los almohadones del sillón y resistí las ganas de arrojar todo contra las paredes. Ya no tenía deseos de llorar como en la mañana, solo quería romper todo y gritar.
La garganta me ardió por el esfuerzo y un siseo violento se escapó de entre mis dientes. Skalle se giró hacia mí, al oírme, pero no se atrevió a tocarme.
—El pacto con Benjamín no me permite decirte qué. Pero... es justo que sepas la verdad. Si él cedió hoy, fue porque necesitaba callar en algo más. No sé porqué no quiere ser sincero contigo. Pero yo no puedo seguir formando parte de esta farsa.
Rechiné los dientes de la furia y me puse a caminar por la habitación. Despotriqué sola y me jalé el cabello, como si fuese una niña chica. De nuevo, mi familia me demostraba que no confiaba en mi lo suficiente para manejar todo eso.
—¡Y ahora qué! —chillé, esperando que él tapara mis gritos psicóticos de todo el mundo—. ¡Por qué nadie confía en mí! ¿Qué hice yo para que crean que merezco tan poca estima? ¡Siempre estudié, siempre fui responsable! Siempre me he cuidado y he acatado todas sus órdenes. ¿Pero sabes qué es lo peor? ¡Que Elliot se porta mal, hace desastres y se mete en pactos imbéciles y él termina obteniendo su total libertad porque es un vampiro completo! Me esforcé por ser una hija de la que estuvieran orgullosos, para poder minimizar mis debilidades, para no ser una cagar, y aún así creen que merezco que me mientan en la cara.
Me detuve cuando terminé de recorrer la habitación entera. Mis talones se habían clavado tanto en el suelo que rompí una de mis pantuflas. Que mi familia no estuviera en la puerta ya se debía pura y exclusivamente al vampiro que estaba en el sillón.
—Conejita... —susurró Skalle. Cuando levanté la vista hacia él, todavía estaba incómodo y preocupado.
—¡No me vayas a decir que lo hacen para protegerme! —le espeté, pero él se apresuró a negar. Sus pupilas estaban dilatadas y su expresión parecía atemorizada, lo cuál no tenía lógica alguna
—No iba a decir eso —susurró—... Iba a decir otra cosa. Distinta.
—¿Qué, entonces? —grité, extendiendo los brazos hacia él—. ¿Que aunque haga bien las cosas nunca será suficiente y por eso deben cuidarme más que a los demás? ¡Porque eso ya lo sé!
Hodeskalle se puso de pie al instante y antes de que me diera cuenta estuvo frente a mí. Me sujetó los puños, que los estaba balanceando como con ganas de golpear a alguien, y ahí me di cuenta de que estaba siendo demasiado grosera con él.
Él no tenía la culpa de nada, no era parte del problema y no tenía por qué soportar mis ataques de histeria. Mi inmadurez no tenía por qué afectarle.
—Yo... lo siento —susurré, calmando mi respiración agitada, cuando sus dedos acariciaron mis nudillos—. Dios, que irrespetuosa estoy siendo. Por favor, perdóname. Esto no tiene nada que ver contigo y me estoy desquitando gritándote.
Skalle negó. Puso una de mis manos en sus labios y luego me acarició la nuca. Sus dedos rozaron la piel magullada de mi cuello una vez más.
—Esta es tu casa, después de todo. Puedes gritarme aquí o en donde sea —me recordó, pero las cosas no eran así. Ese era su cuarto y yo no tenía el derecho de ponerme de ese modo.
Dejé que me acariciara, hasta que mis pulsaciones se redujeron y los latidos de mi corazón solo se desbocaron por tu tacto. Cerré los ojos y traté de vaciar mi mente de tanto rencor, para poder pedirle disculpas una vez más.
—Creo que... tuviste demasiado estrés por hoy —me dijo. Su aliento me golpeó la frente. Me reconfortó cada hueso helado del cuerpo.
—Esa no es una excusa —respondí, con los ojos cerrados aún—. Estar nerviosa, asustada... enojada —dije, haciendo un esfuerzo para mantener mi voz serena—, no es una excusa para gritarte a ti.
—Me has gritado antes por nada —me recordó.
Eso me obligó a abrir los ojos, lista para refutar ese detalle. Siempre habíamos discutido en tono acalorado por mi parte, pero nunca le grité. ¿O sí?
Sin embargo, al hacerlo, lo primero que vi fue su boca. La furia y el dolor se esfumaron por completo y me atrapó un deseo apremiante e intenso que convirtió mi garganta en un desierto. Me acordé que ya le había gritado antes, en una cama.
Me solté de su agarré sin dejar de verle los labios. Subí las manos por sus brazos y alcancé su cuello y de ahí si mandíbula. No medié ninguna palabra y dudaba que él la necesitara. Me estiré hacia arriba y apresé su boca en un beso feroz y hambriento.
Su lengua tenía una deliciosa mezcla dulce y ardiente, por el whisky, y cada roce intrépido que obtuve de ella me envió oleadas de electricidad hacia abajo, bien entre las piernas, donde el deseo se volvió algo punzante y doloroso.
Skalle me rodeó la cintura con los brazos, estrechándome contra su pecho y devorándome de la misma manera en la que yo lo asalté a él. Sin embargo, sus dedos tiraron de mi ropa en la dirección contraria, alejándome, sin que pudiera entender por qué.
Nos separamos y evalué su expresión, con la duda grabada en mis ojos. Él se relamió los labios, sin quitarme la mirada de encima y se apresuró a levantarme en el aire, antes de que le preguntara qué estaba mal.
—Tienes que alimentarte —me dijo, llevándome hasta la cama. Me sentó sobre sus piernas y se corrió el cuello de la camiseta para despejar mejor la piel de su cuello.
Yo lo observé, sin saber qué decir. Aunque no lo conocía demasiado, algo en el fondo de mi mente me decía que él estaba actuando muy raro. El único problema era que no podía identificar porqué. Solo tenía ese titubeo, ese sutil nerviosismo que persistía en sus acciones después de confesar las mentiras de mi abuelo.
Pero, aunque la duda me carcomía por dentro, la sugerencia era demasiado interesante para declinarla. Mis colmillos pujaron solos contra mi lengua, demostrando que mi parte vampira estaba más que dispuesta. Estaba hambrienta.
Me aferré a sus hombros y me incliné sobre su garganta. Había demasiadas cosas que quería hacer con ese cuello y no solo tenían que ver con su sangre, por lo que pasé una de mis piernas al otro lado de su cadera y presioné mi pelvis contra la suya. En ese mismo instante, lamí desde la base de sus clavículas, lentamente, hasta el inicio de su mandíbula.
Se le escapó un gemido y su cuerpo tembló debajo del mío. Tuvo que aferrarse al colchón para no caer de espaldas sobre él cuando deposité suaves besos en su mentón, alternando con pequeñas mordiditas superficiales que fueron subiendo de tono y presión.
Me devoré su cuello en más de un sentido. Llegué hasta su oreja y la apreté con mis labios. Hice de cada centímetro de su piel mi propiedad, por lo que, al momento de clavar mis colmillos, Hodeskalle ya estaba rendido contra las almohadas de la cama, con sus manos dentro de los pantalones de mi pijama y su erección desesperada por escapar de sus pantalones.
El sabor metálico de su sangre me recorrió la boca y me quemó por dentro. Su sabor me aceleró y tensionó todos mis músculos. Aumentó mis deseos más profundos y desenfrenados. Me volví loca de anhelo, pero, además, fui consciente de cómo mi cuerpo se aliviaba.
Cada dolor, cada golpe que aún persistía sobre mí, por más leve que fuera, dejó de aquejarme. Y, de pronto, de la nada, me sentí tan llena y fuerte que podría haber roto un muro con la uña del dedo índice.
Solté a Skalle y él emitió un gruñido, bajo y sensual. Apenas crucé una mirada con él antes de dedicarme a lamer la sangre que se escapaba por las heridas de mis dientes antes de que estas se cerraran. Limpié todo su cuello y bajé hacia sus clavículas, mientras metía mis manos por debajo de su camiseta.
Se le levanté y seguí mi camino hacia abajo, muy concentrada, muy ávida de cualquier otra cosa que pudiese devorarme.
—Conejita —me dijo, con tono quebradizo, cuando llegué al elástico de sus pantalones deportivos. Era una súplica, pero jamás pensé que querría que me detuviera—. Conejita, por favor...
Bajé sus pantalones y sus calzones sin dudarlo. En ese momento, él me sujetó las manos y me frenó. Me sobresalté y ni el sabor de su sangre en mi boca alcanzó para mantenerme dentro de ese letargo apasionado. Fue como un baldazo de agua fría.
—¿No quieres...? —susurré, irguiéndome.
Hodeskalle también se había erguido. Hizo un esfuerzo para sentarse y antes de responderme se estiró para alcanzar mi rostro y acercarme al suyo. Terminé sobre sus piernas otra vez y ambos ignoramos que tenía los pantalones a medio camino.
—Déjame ver —me dijo, como una explicación. Yo no supe de qué me estaba hablando hasta que llevó mi mentón hacia arriba y se puso a revisar mi cuello.
—¿Me frenaste para esto? —me quejé, pero no me moví. Dejé que lo inspeccionara y se fijara en mis heridas. Por las dudas, también le tendí el brazo que tenía afectado—. ¿No quieres que lo haga, cierto? No me molesta si me lo dices.
La verdad, más que molestarme, tendría que lidiar con el rechazo. Me confundiría bastante, además, si no llegaba a darme una explicación después de haber estado masajeando mi trasero mientras me alimentaba de él.
Nuestros ojos se encontraron de nuevo y Skalle deslizó la yema del dedo gordo por mi mentón, limpiando la sangre que quedaba bajo mi labio.
—Los magullones aún están, tardaran algunas horas en desaparecer del todo. ¿Ya no te duele, no? —dijo, deslizando ese mismo dedo por mi mejilla con una delicadeza y afecto que me desconcertó aún más—. Me preocupa tu salud. Por eso quería asegurarme de que estuvieras mejor. Ojalá mi sangre fuese más fuerte hoy.
Continué viéndolo en silencio, con un nudo pequeño en la garganta que no podía explicar. Por un lado, era tremendamente cariñoso y lindo. Pero por el otro, no me esclarecía por qué no quería que se la chupara. Esa dicotomía me estaba asustando.
—¿Entonces? —atiné a decir—. ¿Quieres que me vaya ahora?
Mi voz salió dolida esta vez, no pude evitarlo. La expresión de Skalle cambió; en su mirada se reflejó un pánico momentáneo y sus manos se aferraron a mis hombros.
—No, Dios, no. Lo siento —dijo—. Es que estoy preocupado. Por ti, por los golpes, porque quizás no te sientes bien con todo lo que pasó y... Quizás necesitas descansar.
—Quizás necesito sexo —murmuré, pero me arrepentí apenas lo dije. Era claro que él no quería y estaba siendo impulsiva y pesada. No quería ser insistente de ese modo—. Pero está bien, además como dijiste no es un día seguro y me olvidé los condones, etc.
Salí de encima de su regazo y me acomodé el pijama. Hodeskalle me miró perplejo durante un par de segundos antes de que me atajara de las piernas. Me arrastró de nuevo a él y me volteó con delicadeza para dejarme sobre la cama.
Nos miramos brevemente antes de que se quitara la camiseta y los pantalones. No dije nada mientras él colaba los dedos por mi pijama de conejos y lo deslizaba por mis muslos. Me desnudó en un segundo y se agachó delante de mí.
—Claro que quiero, conejita —aclaró, posando los labios sobre mi pierna—. Siempre te quiero para mí. Demasiado. Y es por eso que quería que hablemos, antes. Pero podemos hablar después...
Eché la cabeza hacia atrás y me abrí completamente, como si estuviese resignada. Y, en verdad, ese día ya me sentía derrotada.
—Es que ya no quiero hablar, ya no quiero más nada —susurré—. Ya no quiero pensar. Solo quiero sentirte.
Por unos segundos, Skalle no dijo nada. Volvía a dudar y yo seguía sin aventurar por qué. Sin embargo, de un momento a otro se hundió en mi y me regaló besos delicados que se apropiaron de mi alma. Sentí su lengua presionándose contra mi clítoris, lenta y firme, y se me escapó un suspiro.
Todo nuestro alrededor desapareció y lo único en lo que pensé fue en él, en la manera deliciosa y apremiante con la que me lamía, besaba y chupaba. Su tacto era lo único que me mantenía anclada a la tierra y así me fue sencillo olvidarme de todas mis preocupaciones.
Sus dedos acariciaron mi vientre y me causaron escalofríos y temblores. Las caricias eran dulces; arañaban mi piel al mismo tiempo en que su lengua se retorcía sobre mí. Me derramé en caramelo, caliente y suave, hasta que Hodeskalle aumentó la velocidad y mis caderas se elevaron, buscando más.
Estuve a punto de llegar al orgasmo, más tierna que nunca, cuando él se separó levemente de mí.
—¿Mejor? —me preguntó.
Levanté la cabeza y aprecié su cuerpo desnudo desde ese ángulo. Recordé el apetito que sentía por él y asentí. Agarré sus manos y las llevé hacia arriba, deslizándolas por mis cotillas, adentrándolas en mi camiseta y bajo mi brasier.
Skalle siguió mis movimientos, montándose encima de mí, pero aún persistía la duda en su mirada.
—¿Crees que voy a obligarte a cogerme? —le dije, mientras sus dedos trazaban círculos en mis pechos—. ¿Por qué estás tan preocupado? —añadí, bajando la voz—. No tienes que hacerme nada si no quieres.
Él me sonrió, relajó los hombros y sus yemas alcanzaron mis pezones.
—Dijiste que no querías hablar ahora —musitó, bajando hacia mi rostro. Sus labios quedaron a centímetros de los míos.
Tragué saliva, conteniendo las vehementes ganas de morderle la boca.
—Quiero hablar solo si tiene que ver con tus deseos de estar conmigo. Y veo en tus ojos que algo te sucede —respondí, logrando que Skalle se apretara todavía más contra mi cuerpo. Su rodilla se presionó contra mi vulva, suave, y me arrancó un gemido bajo y ronco.
—Temo que olvides hasta dónde podemos llegar —dijo.
Se inclinó para besarme, pero tomé valor y lo empujé. Lo hice rodar en la cama y me senté a ahorcajadas. Estaba terriblemente ansiosa, sí. Deseaba tenerlo dentro de mí y que tuviera a su merced como la primera vez que lo hicimos. No hacía falta negarlo. Pero tampoco había olvidado que al ser una semi humana, tener sexo sin protección esos días podría ser fatídico.
Así que simplemente me giré sobre él, demostrándole lo que quería hacer. Me recosté sobre su abdomen y admiré toda su extensión, que tanto estuve pensando, con la boca hecha agua. Le ofrecí mi trasero sin mediar ninguna palabra y Hodeskalle lo tomó sin chistar.
Nos tocamos casi al mismo tiempo y ambos ahogamos gimoteos de puro deleite. Mi lengua trazó caminos frescos sobre su pene y él retomó los que había dejado a medias entre mis muslos.
No tardamos en darle a esa posición un frenesí ardiente y húmedo. Abrimos más las piernas, movimos las caderas; nos llenamos la boca del otro, hasta que nos faltó el aire. Perdimos cualquier tapujo o vergüenza, porque no teníamos lugar para ella en esa cama.
No hubo pausas. Lo devoré cada vez con más ansias, motivada por las fuertes y consistentes caricias que me regalaba. Se derramaba sobre mí como miel y me volvía líquida de los pies a la cabeza. Logró que perdiera la razón y que la vista se me nublara. Su lengua se abrió paso dentro de mí y un fuego intenso me sacudió de golpe. Fue una electricidad violenta que subió por mi vientre y, en medio de un mareo lleno de sabores y placer, mis colmillos pujaron por salir, de nuevo.
Me aferré a sus piernas y me alejé de su pene un momento para pasar el orgasmo a salvo. Jadeé, temblando sin parar, mientras Skalle se mantenía en su lugar, perdurando mi clímax. Cerré los ojos y me resistí a morderlo de nuevo, pero cuando su lengua cavó más hondo, grité.
Terminé rendida sobre su pecho, incapaz de levantarme y apenas concentrándome en respirar. Entonces, él acarició mi trasero lentamente y los espasmos que me recorrieron la columna aumentaron, en vez de calmarse. Sus dedos se detuvieron en un pequeñísimo lugar de mi nalga y su boca, lenta pero cariñosa, se deslizó hasta llegar ahí.
Me besó y me mordisqueó, por lo que terminé gimiendo de nuevo. Apreté las rodillas alrededor de sus hombros y Skalle me rodeó la cadera con los brazos, atrayendo mi clítoris de nuevo a sus labios.
Estaba muy sensible, pero sin duda, ávida de más. Con él, jamás me cansaba. Tenía la sensación de que nunca sería suficiente, así que lo dejé ser y retomé el control de mis dientes, porque ahora me tocaba a mi devolver el favor.
Metí mis colmillos dentro y volví a la carga, encargándome de él desde la base hasta el glande. Definí mis partes favoritas y las besé con más añico. Tiré de su piel con delicados mordiscones y lamí las gotas de su sabor, justo antes de que explotara dentro de mí.
Lo vi tensar las piernas, estirar los pies. Sus manos se sujetaron con más fuerza de mi trasero y sus gritos los ahogó en mí. Y así, en un instante, cuando él perdía el control y sus labios apenas si me rozaban otra vez, volví a hundirme en ese pozo oscuro, denso y hermoso al que me gustaría que me arrastrase por toda la eternidad.
¡Mil gracias a todos por tremenda paciencia! Este fue un capítulo muy difícil de escribir, con muchísimas decisiones que tomar, porque el momento que todos ustedes esperan está cerca y hay que seguir construyéndolo. Espero que aún puedan aguantarlo un poquitín más <3
Como dije antes por mi perfil de Wattpad y por el grupo de facebook, cuando lleguemos a 400k tendré algunos regalitos preparados para ustedes (algunos aptos para todo público, otros nop ;3). Pueden unirse buscándolo como "Ann Rodd Destiners e hijos asociados" y recuerdden responder todas las preguntas. Si llegamos a los 400k antes de que la historia cumpla 3 meses, sería increible y por eso merece festejo <3
¡Espero que no me odien al final de este capítulo y se preparen para más momentos +18 porque aún no acabamos con ellos!
Besos, ¡los amo!
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