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Capítulo 16. Adelanto

16: Adelanto

Kayla

—¿Puedes parar de reírte? —le espeté, pero él solo se reclinó en el asiento y me miró con una sonrisa ancha. Se estaba divirtiendo a mi costa y me sentí cohibida por haber auto asumido que realmente tendríamos sexo. Sobre todo, por haber sugerido otras prácticas sexuales.

—Esta bien, es que nadie me ha llamado pendejo en siglos —contestó, suspirando, sin borrar la sonrisa. Yo doblé en una esquina, preguntándome si deberíamos ir a casa o si debería seguir auto asumiendo las cosas y conducir al hotel del viernes—. Milenios, más bien.

Lo miré, curiosa, por el rabillo del ojo.

—¿Debería estar muerta ahora mismo? —lo tenté. Con su fama, era lo esperado. Tuve mil pesadillas con él de pequeña, creyéndome todas sus leyendas, pero teniéndolo ahí a mi lado, empezaba a dudar de la mayoría de ellas.

Skalle negó con la cabeza.

—¿Crees que mato a todos los que me insultan? —inquirió, con más calma, ya sin reírse. Me encogí de hombros como única respuesta—. Tendría que haber matado a miles de personas, conejita. Incluso, tendría que haber matado alguna vez a tu abuelo y si eso hubiese pasado, no estarías aquí. Bueno, tu y yo no estaríamos aquí.

Apreté los labios para no decir otra cosa. Sin duda, si hubiera matado a mi abuelo o mi abuelo no lo hubiese salvado en primer lugar, él y yo no nos hubiésemos dado como conejos.

—No lo digo yo, lo dicen las historias —contesté.

Él soltó un silbido bajo.

—¿Y tú crees en todas las historias?

Volví a encogerme de hombros.

—Mi tío Sam vivía de contarnos historias de terror y normalmente eran tus mitos y leyendas —resumí—. No es mi culpa.

Con eso, se quedó un largo rato callado. Yo seguí manejando sin decir absolutamente nada y al final tomé el camino a casa. No estaba para nada segura de haber tomado esa decisión, pero temí que se riera de mi si íbamos al hotel otra vez. Además, si él podía colarse en mi jardín sin que nadie se enterara, ¿cuál sería el problema con cobrarse el favor en mi cuarto?

Ah, mis gritos, probablemente.

—Entonces sí me tenías miedo —dijo Hodeskalle, de pronto, sacándome de mis razonamientos. Su tono de voz fue muy medido. Me pareció que sonaba hasta incrédulo—. Me tenías miedo de verdad.

Aproveché que la luz roja de un semáforo para girarme hacia él. Como una tonta, creí que había herido sus sentimientos.

—Era muy pequeña —me excusé—. Supongo que es normal estar asustada de un tipo con poderes extraños, y con una calavera en la cara, cuando eres una niña.

Él se giró hacia mí. No sonreía.

—¿Tenías pesadillas? —preguntó.

Le sostuve la mirada, debatiéndome si debía mentir o no. Por la seriedad de sus ojos, pensé que lo mejor era ser sincera.

—A veces —dije—. A veces no podía dormir.

Bajó la cabeza y se miró las manos, como si estuviese recordando algo que había hecho con ellas. Quizás los asesinatos que sí había cometido en algunas de esas leyendas.

—¿Me tienes miedo ahora? Dijiste que me tenías miedo cuando te besé. ¿Tuviste miedo de mi cuando lo hicimos?

Me quedé sin aire, dándole vuelta a la idea de porqué se miraba las manos. No estaba pensando en asesinatos, estaba pensando en nosotros.

—Eh... —dudé. No sabía cómo expresarle que mi miedo ya no pasaba por eso. Desde que lo conocí, tuve más bien miedo de estar colada por él. Tampoco quería contarle que me volvía loca, no de forma tan explicita—. Ya no tengo miedo como cuando era niña.

Skalle levantó la cabeza.

—¿De qué me tienes miedo ahora?

Me congelé otra vez, porque no me dejaba ni salirme un centímetro por la tangente. Por suerte, su voz recuperó su tono normal.

—Pues tengo miedo de que seas demasiado para mi —dije, porque no era del todo una mentira—. Soy muy joven.

Bueno, lo de la edad me importaba un pepino.

Él giró todo el cuerpo hacia mí, se acercó tanto que el escaso medio metro que había entre nosotros se hizo aún más pequeño.

—¿A eso te referías cuando le dijiste a Jane que yo no era un tipo para ti?

Empezaba a ponerme nerviosa que escuchara todo lo que teníamos para decir. Sabía lo que estaba haciendo al hablar de él en voz alta, pero que lo sacara a colación me desconcertaba y me quitaba las palabras de la boca.

—No —dije, antes de pensarlo bien—. ¿O quizás sí?

Casi que pude verlo fruncir el ceño a través de la máscara. Un auto detrás de nosotros me tocó bocina, sacado de quicio, y ahí me di cuenta de que la luz estaba en verde. Me apresuré a conducir y no contesté más, pero Skalle solo esperó a que me detuviera a un par de cuadras de la mansión.

—¿No o sí? Es confuso, conejita.

Exhalé y mantuve la vista en el parabrisas.

—Me refería a que eres un vampiro milenario, amigo de mi abuelo, que me lleva 3.000 años y que tiene un pasado super interesante. Como que yo, una universitaria de veintiuno, no debería estar revolcándome contigo o pactando sexo a cambio de que resuelvas mis problemas.

Se hizo silencio otra vez, hasta que él se mojó los labios.

—Creí que me veía muy joven —dijo, entonces, levantando la comisura de sus labios. Estaba a punto de reírse otra vez.

Puse los ojos en blanco.

—Sabes a qué me refiero. Si mi abuelo se enterara... diría que todo está mal.

—Y yo pensé que no ibas a decirle nada. Pensé que este era nuestro secreto —añadió, con soltura.

Esta vez, sí pude atreverme a mirarlo.

—Lo sé, no pienso dejar que se enteren. Es mi forma de devolverle lo que me han ocultado y tu no quieres decirme —respondí, señalándolo con un dedo.

Skalle alzó las manos, con una fingida actitud defensiva.

—No puedo decírtelo. Estoy atado de manos, conejita. Lo siento.

Dejé de apuntarlo con el dedo y lo dispensé, agitando la mano.

—Ya sé. Era una forma de decir.

No me contradijo, en cambio, se acercó un poco más a mí.

—Entonces —musitó. Su voz se volvió oscura y ronca. Automáticamente sentí que la piel se me ponía de gallina y el cuerpo se me tensaba. Sentí como la lengua se me llenaba de saliva—, ¿pretendes pagarme en tu casa, para refregarle en sus caras, bajo su mismo techo, lo mal que te estás portando?

Además de su actitud, repentinamente sensual, su sugerencia me hacia agua la boca. Estuve a punto de acortar la distancia y besarlo cuando él se retiró y abrió la puerta del auto.

—¿Qué...? —llegué a decir, pero Hodeskalle salió y se inclinó sobre la puerta abierta.

—Acepto la mitad del pago por adelantado —dijo, sonriendo sensual y atrevido. Me dejó con las palabras pegadas a la garganta—. Como tu dijiste, es mejor hacerlo ahora.

Se marchó y me fue imposible seguirlo con la mirada entre la oscuridad de las calles. Me quedé en el auto con la boca abierta, caliente y húmeda en dos malditos segundos, sabiendo que me había dado una cuchara de mi propia medicina. Al final, yo había insistido con tener el sexo esa misma noche.

Arranqué el auto y manejé las cuadras que quedaban hasta casa temblando por la anticipación, porque a diferencia de la vez anterior, sabía a qué atenerme. Conocía el placer que era capaz de darme.

Me crucé con mamá y la abuela en el jardín principal y ambas empezaron a charlar sobre el día en que iríamos de compras cuando la tía Alice llegara. Intenté esquivarlas, pero me persiguieron por las galerías hasta el vestíbulo y mamá parloteó sin parar sobre cuántos años hacia desde que no salíamos todas juntas a pasear y aunque entendí su emoción, no podía importarme menos.

—Además deberíamos ir a cenar —exclamó la abuela, dando palmadas como una adolescente emocionada.

En ese instante, el tío Sam apareció en el vestíbulo y preguntó a dónde iríamos a cenar si éramos todas vampiras.

—No seas aguafiestas —contestó la abuela, dándole un golpecito en el hombro como si fuesen amigos o compañeros de universidad. No como si realmente fuese su madre—. A Kay le gusta la comida humana y lo mínimo que podemos hacer es fingir que a nosotras también.

Hice una mueca y traté de esquivarlos, otra vez, desesperada por llegar a mi habitación. Quería gritarles que tenía mejor que hacer que convivir con un grupo enorme de mentirosos, pero me mordí la lengua.

—¿Entonces puedo ir? —dijo el tío Sam, atrapándome y pasándome un brazo por encima de los hombros—. Creo que necesito un traje nuevo. Uno rojo, de terciopelo. ¿Tu que crees? También puedo fingir que como.

Fruncí el ceño, a medio segundo de llegar al clímax, pero de la frustración.

—Seguro que no es lo único en lo que sabes fingir —dije, de mal talante.

Aproveché el asombro de mi tío y me quité su brazo de encima. Esquivé a mamá y a la abuela y no me giré cuando me llamaron, preocupadas por mi actitud. Tampoco pensé en disculparme y llegué a mi pasillo en cuestión de instantes.

Me encerré en mi cuarto y, antes de abrir las puertas que daban al jardín, corrí al baño. Me quité toda la ropa y me metí debajo de la ducha, no solo para limpiarle el sudor del día, sino para enfriarme un poco por la molestia que me provocaba mi familia y por la calentura, claro.

No tardé demasiado, por lo que cuando salí, alguien estaba golpeando mi puerta principal. Era mamá, pidiendo hablar conmigo. Envuelta en la toalla, decidí abrirle y terminar con eso de una vez, porque sino no me dejaría en paz.

—¿Estás bien, cariño? —me dijo, apenas vio mi expresión del infierno.

—Sí, estoy cansada, ¿podemos hablar en otro momento?

—¿Tienes que seguir estudiando?

—No ahora, pero igual estoy cansada —repliqué, cortante—. No estoy de humor, lo siento.

Mamá parpadeó, un poco angustiada por mi actitud.

—¿Te pasó algo malo en la universidad?

—No —respondí, ajustándome la toalla—. Es solo que estoy cansada y quería bañarme y relajarme y no paraban de hablarme de algo que falta un mes —aproveché para explicar.

Ella apretó los labios.

—Es que casi no pasamos tiempo juntos, no cenamos contigo y te extrañamos.

Quise decirle que, si me querían tanto como para extrañarme, podrían haberme confiado la verdad. Yo no era tonta, no era estúpida y no tenía tres años como para no poder procesar las cosas. Sin embargo, aunque seguro mamá lo sabía, no era su decisión. Eso lo había decidido mi padre con mi abuelo.

Suspiré y me calmé.

—Mañana cenaré con ustedes, ¿te parece?

—¿Y por qué no hoy? —insistió ella, pero negué rápidamente. Aunque sentí hambre al instante, recordé que tenía más hambre de Mørk Hodeskalle que otra cosa—. Esta bien, mañana. ¡Y podemos hacer otras cosas juntas! ¿Qué tal ir al cine?

No le pregunté si Skalle nos seguiría, como lo hice con la abuela la otra noche, así que solo asentí y me estiré para darle un corto abrazo.

—Gracias por entender. Pediré mi cena y me pondré a estudiar más tarde.

Ella recibió mi abrazo con gusto, pero se mantuvo unos segundos más en mi puerta antes de irse. La cerré con lentitud, esperando entonces que no se notara que tenía algo así como una cita, y volví a mi cuarto para desenredarme el cabello.

Pensé qué debía ponerme y si valía la pena ponerme ropa interior. Quizás debía quedarme directamente desnuda, con la toalla nada más, pero creí que sería demasiado igual al viernes y opté por ponerme el pijama de conejitos sin nada abajo. Si pensaba quitármelo rápido no tenía sentido usar bragas o sostén.

Entonces, sí abrí las puertas del jardín y me senté a esperar, fingiendo revisar mi celular. Pasaron unos largos veinte minutos antes de que Hodeskalle me mandara un mensaje, aclarando que estaba cenando con mi familia y que vendría a verme en cuanto terminara.

Me desinflé y lancé el celular sobre las almohadas, retándome por haber estado tan desesperada como para haber olvidado que él si participaba de las cenas familiares. Me levanté de la cama y me puse a hacer cualquier otra cosa para matar el tiempo, pero acabé sentada en el jardín mirando la superficie del agua de mi piscina, bien aburrida, incapaz de pensar en otra cosa.

Lo escuché caer a mis espaldas antes de que dijera algo y me giré, sorprendida de haber podido notarlo. Él me sonrió, pero al contrario de lo que esperaba, no fue para mofarse de mí por estar ahí, esperándolo ansiosa. Tenía una expresión más bien cariñosa, lo cual me desconcertó.

—¿Te hice esperar mucho? —inquirió, poniéndose las manos en los bolsillos y rodeando las plantas del jardín para detenerse frente a mí, frente a la reposera y la piscina.

—No, para nada —contesté, con indiferencia.

—¿Cenaste?

Apreté los labios. La verdad de las verdades, es que creí que, si comía antes del ejercicio, me haría mal a la panza.

—No tengo hambre aún —mentí y me puse de pie. Caminé hacia el interior de mi cuarto, sin dar ninguna indicación y esperé a que él me siguiera.

Una vez entro, Hodeskalle tocó las puertas de los ventanales con la punta de los dedos.

—¿Quieres que las cierre?

Me giré la cabeza hacia él, justo antes de inclinarme sobre la cama para alcanzar mi teléfono y apartarlo del colchón. Cuando me erguí, él tenía clavados los ojos en mis shorts de conejitos. Su mandíbula estaba apretada, completamente tensionada.

Traté de no mostrarme feliz por haberlo provocado con mi insinuación. Si había visto algo privado, mejor por mí.

—Creo que sería mejor que cerremos —contesté—. Quizás alguien pueda escuchar.

Las puertas se cerraron solas detrás suyo y la máscara que estaba ajustada sobre su cara, cayó sobre sus manos. Ahí, al ver otra vez ese rostro tan hermoso, noté que estaba enarcando las cejas.

—¿Por qué? ¿Planeas gritar o algo?

Si no recordaba todo lo que grité el viernes, creería que más bien estaba sordo, lo cual también era imposible. Iba a tener que esforzarme por mantener la boca cerrada y si las puertas estaban cerradas para ayudarme, mejor.

Me encogí de hombros y solo di vueltas alrededor de mi cuarto para ordenar cosas que ya estaban ordenadas. En ese momento, cuál él rodeó mi cama y se sentó finalmente a los pies de ella, me di cuenta de que era la primera vez que entraba.

—Tienes un lindo cuarto. Ahora entiendo porqué no sales casi nunca. No necesitas nada del resto de la casa —dijo, acariciando mi acolchado. Dejó la máscara a su lado y yo me quedé parada frente a él, sin saber bien qué hacer. No podía sentarme sobre la máscara.

—¿El cuarto que te dieron no tiene todas las comodidades? —inquirí.

—No tiene un jardín privado con piscina y jacuzzi —rio él, deslizando sus ojos azules por mi pijama. La intensidad de su mirada me hizo temblar y, al estar sin ropa interior, el escalofrío hizo que mis pezones se notaran más. Si tuvo alguna duda, seguro ya no las tenía—. ¿Siempre has dormido aquí?

—Cuando era más pequeña no —respondí, dando un paso trémulo hacia delante—. Me daba mucho miedo estar sola.

Caminé hasta detenerme a solo centímetros de sus piernas. La distancia entre nosotros vibró casi como si pudiera verla; me generó oleadas de electricidad en cada músculo y se me tensó cada miembro del cuerpo cuando él puso sus manos en mis muslos.

—Estás dispuesta a todo, ¿no es cierto? —murmuró, subiendo la yema de sus dedos por mis piernas. Los coló por el dobladillo de mis pantalones de conejitos y alcanzó el inicio de mis caderas.

Me volví agua en un instante y se me escapó un suspiro de la boca. Mantuve los ojos en los suyos y me mordí el labio inferior cuando me rozó, buscándome tal y como el otro día. Fue breve, lento, apenas tentándome.

Al ver mi expresión, él se mojó los labios y yo pensé automáticamente en su lengua sobre mí, rodeando mi clítoris. Con solo recordar lo que fue, lo que me hizo sentir esa noche, tuve una punzada de anhelante y doloroso placer. Solo tenía que bajarme los pantalones y acercarme a su cara y no pediría nada más el resto de mi vida.

Pero entonces dejó de tocarme. Sacó las manos de mi pantalón y las llevó a mi abdomen, para explotar debajo de mi camiseta, así que la decepción me duró poco. Delineó la base mis pechos en cuanto los alcanzó y yo estuve a punto de hacer una pataleta. Quería más, mucho más. Eso no me alcanzaba.

—¿Cómo quieres empezar? —pregunté, sin poder evitarlo.

—¿Cómo quieres empezar tú? Este adelanto me lo debes, pero me gustaría dejarlo a libre demanda —retrucó.

Ya exasperada por tanta espera, le tomé la mano que contorneaba mis costillas y se la subí, obligándolo a atrapar mi pecho entero. Gemí de alivio y no me molesté en ocultarlo. Si se burlaba de mí, me daba igual. Necesitaba sus manos en todo mi cuerpo, lo más fuerte e intenso que se pudiera.

—Hay algo que quería hacer el otro día —musité, cuando él subió la otra mano para sujetar mi pecho derecho. Me acerqué todavía más y terminé en el hueco entre sus piernas. Su respiración chocó contra la piel desnuda de mi abdomen, donde mi camiseta del pijama estaba levantada.

—¿Por qué no me lo dijiste? Te hubiese consentido cualquier cosa.

No abrí la boca. Me quité la camiseta y luego me bajé los pantalones sin explicar nada. Hodeskalle me miró de arriba abajo, pero sus manos nunca abandonaron mis senos. Me frotó, en cambio, suavemente los pezones con los dedos.

Llevé mis manos a su camisa y empecé a quitarle los botones. La deslicé fuera de sus hombros y tuve buen cuidado de acariciar sus músculos en el acto.

—¿Querías desvestirme? —inquirió él, cuando tuvo que soltarme, pero yo bajé los dedos por sus pectorales, por sus abdominales, hasta el botón que le sostenía el pantalón, sin responder. Me agaché, entre sus piernas, y lo desprendí en un segundo. Ahí, dejó de respirar—. Conejita...

Levanté la mirada mientras metía mis manos dentro de su jean, buscando lo que estaba bajo su ropa interior.

—Tu lo hiciste para mí. Yo quería hacerlo también —dije. Liberé su pene y Skalle me observó, con expectativa—. ¿O me vas a decir que en 3.000 años nadie te ha hecho esto? —jugué.

Vi su sonrisa antes de que se partiera de risa.

—Hagas lo que hagas, creo que será la mejor de todas mis experiencias —confesó, con un halago por adelantado. Me dio más confianza de la que ya tenía y me incliné hacia delante, dispuesta a, realmente, cumplir con esas expectativas de la forma en la que él supero las mías.

Puse mi lengua en el inicio de su glande y la subí lentamente. Lo saboreé con detenimiento y cerré los ojos para disfrutar de esa pequeña fantasía que ya había creado la noche en la que lo hicimos. Incluso sin ver lo que hacía pude arrancarle suspiros de placer, gemidos que se esforzó por controlar.

Bajé mis labios por toda su extensión, procurando ser delicada, besándolo de la forma más prudente posible, al igual que él lo hizo hacia minutos, cuando empezó a tocarme. Mantuve ese ritmo, pensando para torturarlo, hasta que su torso se reclinó hacia atrás y sus manos aferraron el acolchado para no aferrarme a mí.

Por un breve momento de locura, deseé que me sujetara pidiéndome más, pero él era demasiado educado para eso. Y yo estaba loca, sin dudas. Nunca hubiese aceptado una actitud así en otro hombre.

Me lo metí todo en la boca y chupé con ganas, aumentando la intensidad y la presión de mi lengua y mis labios a medida que más sonidos roncos salían de su garganta. Disfruté cada instante en que lo hice. No solo porque él gozaba, sino porque me gustaba de verdad hacerlo. Me gustaba su sabor, su textura, el calor de piel.

Lo llevé todo lo hondo que pude y aunque él tembló dentro de mí, perdiendo poco a poco el control, en ningún momento sujetó mi cabeza. Jamás me obligó a profundizar y, pese a la pequeña voz primitiva dentro de mi que deliró con eso, me sentí conmovida y respetada.

Conejita —suspiró él. Fue lo único que pudo decir.

No paré y levanté los ojos para ver su cara. Me hinché de orgullo cuando vi su expresión extasiada y su mirada brillosa, llena de deleite, febril y excitada. Esa era una venganza muy dulce.

—¿Quieres que me detenga? —dije, entonces, con los labios pegados a su piel—. ¿Es demasiado para ti?

Él no pudo ni sonreír. Su pecho subía y bajaba, con su respiración desbocada.

—Tú eres demasiado para mí —musitó.

Su voz sonó quebrada, como si su espíritu y su fuerza de voluntad se hubiesen desecho en mis labios. Deslicé mi lengua, sin quitarle los ojos encima. Aún faltaba para tenerlo desecho, recién estábamos comenzado.

—Quiero que acabes para mí —susurré, con un tono bajo, ronco, sensual.

Durante un milisegundo, sus ojos se abrieron grandes.

—¿Estás... segura?

—Quiero que lo hagas, al igual que yo acabé en tus labios.

Me dio miedo a que se negara; que dijera, por estúpido que sonara, que eso estaba mal, que no debería hacerlo. Pero Hodeskalle solo dejó caer la cabeza hacia atrás, como única respuesta a mi petición. Me dio vía libre sobre él; se entregó por completo a mí. Me dejó romperlo.

Y decidí que lo haría gritar. 

¡Les dije que este capítulo se iba a poner hot! Por suerte, salió un poquitín más largo que el anterior y les agradezco muchísimo la comprensión. 

¡También les super agradezco que ya estamos en 142k y estamos a nada de llegar a 150k! La meta para fin de mes quizás se logra <3 Si llegáramos con este capítulo sería realmente una locura. Una linda, claro.

Como la vez anterior, no tengo nuevos memes, pero si los voy haciendo, los iré subiendo, junto con ilustraciones muy interesates (cof cof ustedes dirán) al grupo de facebook "Ann Rodd Destiners e hijos asociados". Porfis, respondan todas las preguntas para saber que son seguidores míos y no creer que son trolls entrando a un grupo por entrar. 

Dicho esto, espero que le dejen todo el love posible a este capí, e incluso más, si les gustó la escena final. Sin dudas, fue la primera que escribo que logró gustarme cómo quedó. 

¡Un beso grande! Los amo <3


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