Capítulo 12 EXTRA. Hojas de laurel
12 Extra: Hojas de laurel
Hodeskalle
Tenía un mensaje de Benjamín, solo preguntándome si Kayla estaba bien. Giré mi cabeza hacia ella y la observé dormir, totalmente rendida, a mi lado en la cama. Resoplaba despacio y apenas si se movía.
Me levanté y caminé en la oscuridad de la suite hasta el baño, tecleando una buena mentira y asegurándole que estaba bien. Benjamín confiaba ciegamente en mí y, por unos minutos, me sentí mal por inventarle una farsa para ocultar que me había acostado con su nieta.
Me hice la misma pregunta que Kayla me hizo antes de comenzar lo nuestro y me dije que definitivamente él intentaría, aunque sea, golpearme. También pensé que me liberaría de nuestro pacto para que no me acercara más a su nieta.
—¿A riesgo de dejarla desprotegida? —murmuré, para mí mismo— No...
Me metí en la ducha y le di vueltas al asunto. Conocía bastante bien a Ben, después de todo estaba vivo gracias a él. Su familia era lo más importante que tenía y el día que decidió separarse del clan de su padre lo hizo con la única idea de proteger a sus futuras hijas y nietas.
En el universo en el que ambos habíamos nacido, las vampiras de sangre eran terriblemente escasas. Procrear en nuestra especie era de por sí complicado. Así que tener hembras fértiles, que no fueran unas antiguas, era casi como tener toneladas de oro. El poder se basaba en la cantidad de miembros de tu clan y en cuántas mujeres podías tener.
Las mujeres nunca eran libres. Eran presas de su propia sangre. Por desgracias, cuando se trataba de alguien de su propia familia, no se necesitaba que fueran marcas, parejas destinadas, para poder embarazarlas y continuar con el legado. Si Ben se hubiese quedado en su anterior clan, tendría que haberle entregado a su hija Alice y a la misma Kayla a su propio padre para que procreara con ellas.
Reprimí un escalofrío. Conocía muy bien de esas relaciones; mi madre las había sufrido en carne propia. El propio Benjamín era producto de una. Normalmente, fueron violentas y terroríficas.
Aunque ahora, y desde hacía unos siglos, era más común tener herederos vampiros con madres humanas, algunos clanes intentaban revivir esas ideas, esas prácticas horrorosas. Argumentaban que esos hijos no eran tan fuertes después de ser también nietos, bisnietos y tataranietos de humanas, que perdían fuerza y agilidad.
Me pasé las manos por la casa. A Ben y al padre de Kayla le preocupaban, en primer lugar, que el antiguo clan de Everald hiciera un reclamo sobre ella, porque no tenían mujeres nacidas en su familia en los últimos mil años. A mí también me preocupaba. Al contrario de Alice, que era una vampira completa y que, por su lado, buscaba una pareja de buena gana, Kayla era una semi humana, con la piel blanda y con la posible capacidad de reproducirse sin necesitar una marca ni a nadie de su propia sangre. Podía ser que ella fuese mucho más fértil, como una humana común y corriente, y seguro lo sabían.
Si algo diferenciaba al clan de Everald Edevane con el clan White eran sus valores y la forma en la que los últimos 2300 años los había hecho madurar. Viendo a Kayla dormir sobre la cama, tranquila y segura, cuando salí del baño, agradecí que mi amigo se hubiese alejado por siempre de ellos, porque ella no tendría que verse obligada a parir los hijos de ningún familiar, lejano o cercano.
No, definitivamente, aunque Benjamín se enterara de lo que acababa de pasar, no la dejaría a la deriva. Me golpearía, sí, y yo lo dejaría hacerlo, porque correspondía, pero seguiría cuidando de ella hasta que nuestro trato no fuese necesario.
Me sequé con la toalla, de espaldas a ella, sin sentarme en la cama, para que el movimiento no la despertara. Sonreí cuando la escuché girarse y patear las sábanas y me planteé el recostarme a su lado, dentro de la cama, cuando mi mano se detuvo a la altura de mi vientre bajo.
Aunque el cuarto estaba en penumbras y la única luz encendida era la del baño, no necesitaba más para ver lo que estaba viendo.
—No puede ser cierto... —murmuré, pero en realidad sabía que sí. En el fondo, me lo había preguntado.
Aparté la toalla y pasé la yema de los dedos por la pequeña mancha, con forma de hoja de laurel, apenas más oscura que mi tono de piel que me había aparecido de pronto. Era muy sutil, pero muy clara. Al instante, me di cuenta de que estaba justo al lado de las uñas de Kayla, donde ella me había estado sujetando cuando acabamos juntos.
—Maldita sea, conejita —solté, girándome hacia ella, pero sin ninguna malicia.
Aunque el corazón se me salió de control, no estaba enojado ni asustado cuando bordeé la cama y me acerqué a ella.
Kayla se había destapado y su hermoso y perfecto cuerpo desnudo me generaba deseos profundos, pero eso no era lo que me apremiaba a tocarla. Supe qué buscar y como ella estaba con la cadera girada hacia abajo, con su redondo culo hacia arriba, fue fácil encontrar la mancha con forma de laurel en la parte baja de su nalga. Era más oscura, con un leve tono vino, parecido a la sangre seca. Pero, por lo demás, era un calco de la mía.
Una marca, una señal de una pareja destinada, el símbolo de un vínculo irrompible que se acababa de formar entre ambos. Mi mundo entero dio vueltas en ese segundo. Me temblaron las piernas. No podía creerlo.
Casi no respiré mientras estaba de pie ahí, junto a ella. Una sensación de euforia me recorría cada centímetro de la piel, aireaba mis venas. Miré a Kayla, apenas procesando la idea de que una mujer tan joven había podido marcarme, a mí, cuando nadie más lo había logrado en tres mil. Ella tuvo el descaro de ser más fuerte y dominante, cuando había sido yo el que la tenía boca abajo en la cama, jugando a someterla.
Sonreí, encantado. Era chica era jodida. Exactamente mi tipo, en realidad.
Y era mi marca.
Me crucé de brazos y continué mirándola, entendiendo por qué había sido tan intenso y por qué la había deseado tanto ya desde antes. Me tapé la cara con una de mis manos, medio culpándome, medio dejándolo pasar.
Hacía algún tiempo quise que apareciera esa marca en mí. Sin embargo, no fue así siempre. Durante los primeros siglos de mi vida, era demasiado rebelde y ególatra como para caer ante una mujer. Confiaba demasiado en mi supremacía y un vínculo era sinónimo de compañerismo, de lealtad y fidelidad. De igualdad.
Yo no era igual a nadie. Nadie podía compararse conmigo.
Me tomó un buen tiempo y varias parejas el entender que el romance requería humildad. Me tomó también varias décadas comprender que nadie estaría conmigo sin temerme y sin creer que podría destruirlas en un parpadeo. Llevaba tiempo con mujeres de una noche, porque nadie se atrevía a más. Llevaba siglos sumido en la resignación, porque parecía que nadie estaba hecha a mi medida ni yo hecho a la medida de nadie.
Ya me había acostumbrado, pese a mis anhelos, a estar solo. Pensé que jamás encontraría a mi marca, a mi alma gemela.
Suspiré otra vez, entre emocionado y resignado a la nueva realidad que se me venía encima. Nunca dejé de mirarla y rodeé la cama para acostarme a su lado. Kayla ni se inmutó cuando me acerqué a ella y apoyé la cabeza a pocos centímetros de su rostro. Su aroma a lirios siempre pareció delicioso; ahora que estaba mezclado con el mío, creí que encajaban a la perfección.
No podía decir que una parte de mí no se hubiese planteado la posibilidad de que esto ocurriera, porque en verdad sí lo hice. Por mi mente desfilaron las preguntas sin respuesta que ahora me estaba haciendo, como qué haríamos a continuación y qué le diría cuando se despertara, pero no le di mucha importancia.
El placer que sentí estando con ella ocupó todos mis razonamientos. En ese momento, no lo asocié a un vínculo, a la marca. Mi experiencia con las marcaciones era nula, por supuesto. Nunca lo había entendido de verdad. La teoría era algo vaga y las palabras que mis conocidos usaban para definir ese vínculo siempre me sonaron tan extrañas que no creí que se asemejaría a eso, a lo que sentí con ella.
Recordé la primera vez que la vi y cómo mis ojos tiraron en su dirección a cada instante. No mirarla me causaba ansiedad. Recordé que, a cada instante que estuve siguiéndola, desde hacía tan solo dos semanas, más deseos me daban de que me viera, de que me notara. Cada instante en que cruzábamos palabras solo quería tocarla. O al menos que me sonriera.
Así que de eso se trataba el vínculo, después de todo. No era algo que aparecía por arte de magia cuando te acostabas con tu pareja destinada. Era algo que te atraía a ella como un imán, desde, incluso, mucho antes.
Observé sus expresiones al dormir y una oleada de ternura me atacó de pronto. Pero apenas la sentí también me dije que no era la primera vez que Kayla me provocaba eso. Me lo provocó toda la noche, compitiendo con mis anhelos más bajos. Todo eso escalaría. Sería inevitable. Quizás ya lo era.
Estiré mi mano y le acaricié la mejilla; le aparté el pelo del rostro.
—Tiene sentido, al final, que seas tú, conejita —le dije, aunque no podía escucharme—. Los dos somos únicos.
Gracias a todos por tanto apoyo. ¡Ya vamos 80k! ¿Será que llegamos a 100k antes de fin de mes? Sería una ilusión tremenda.
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El capítulo 13 llegará la próxima semana, ya que estoy atrasada con la uni por andar escribiendo vampiros sexys desnudos. En fin, ¿se esperaban que las cosas resultaran así?
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