Capítulo 11. Íntimos
11: Íntimos
Sus labios calientes me provocaron un escalofrío. Sabían dulces y, al principio, él también fue muy medido, como si lo que estábamos haciendo realmente fuese un pecado, algo prohibido.
La idea me ardió en lo más hondo del pecho. Me exaltó y tensionó cada músculo de mi cuerpo. Cuando profundizó el beso y yo cedí, se me erizó la piel y una deliciosa electricidad me recorrió por debajo de la toalla, anidándose entre mis piernas.
Sentí su mano primero en mi nuca, guiando mi rostro hacia el suyo; después bajó por mi cuello, con un roce delicado y enloquecedor. Quería que me tocara más, que fuese firme, que fuese rudo. Pero, aunque el beso se puso intenso y nuestras lenguas se encontraron en una explosión de placer y desenfreno, Mørk Hodeskalle se mantuvo cuidadoso.
Hasta que la toalla se soltó.
Mis pechos quedaron al descubierto, entregados. Rozaron con su camisa y Skalle ahogó un gruñido en mi boca, al darse cuenta. Su mano aferró mi cintura y me estrechó contra él. Me arqueé de buena gana y recordé mis fantasías en la tina, en la que me tocaba sin vergüenza.
Gemí cuando mordió mi labio inferior, cuando su máscara se presionó contra mi pómulo a medida que me devoraba como si fuese un postre.
Sus pulgares por fin encontraron mis pezones y fue incluso mejor que en mis delirios. Las yemas de sus dedos fueron gentiles. Trazó círculos y me torturó con deliberada lentitud, sin soltar mi boca. Exhalé en sus labios, convertida en miel y en agua, y no pude evitar retorcerme debajo de él, ansiosa, más bien desesperada, por más.
Me aferré de sus hombros sólidos para no terminar en el suelo. Un anhelo agónico me obligó a abrir las piernas y él se acomodó en un segundo entre ellas. Sentí la textura de su jean frotarse contra mí. El roce, áspero y duro, me pareció delicioso.
Ahogué un gemido y él soltó mis labios de un golpe, pero no me abandonó ni un poco. Su lengua empezó a bajar, dejando un camino de fuego por mi piel, anticipándome cada momento y desatándome como nunca.
Tiré de él, pero en realidad ya no había más espacio entre nosotros. Fue un reflejo de mi urgencia, porque mientras más abajo iba, la antelación hacia estragos conmigo. Le aferré la nuca y me arqueé más que nunca, sumergida por completo en el goce tan sencillo y simple al que me sometía, sumergida en la manera en que su boca me regalaba besos en cada uno de mis pechos.
Sus labios succionaron; su lengua se enroscó en mis pezones y mis labios dejaron escapar un grito ahogado, mientras pensaba, vagamente, que Gian había tenido razón en lo que iba a hacer esa noche. Dejé caer la cabeza hacia atrás, sobre el borde del sillón y no pensé que era cínico de mi parte plantearme eso, ni siquiera pensé en que debería estar afectada por haberlo matado.
Nunca había sentido placer con ese acto, porque todos los hombres que me habían tocado pensaban que ser bruscos y agresivos y morder funcionaba, pero a mi jamás me había más que indiferencia o rechazo. Ahora, no sabía si el irremediable goce que me controlaba se debía a que él era un vampiro, más parecido a mi que un humano, o a su vasta experiencia. No podía dilucidarlo.
Extasiada, me derrumbé entre los almohadones y a duras penas conseguí sujetarme de su nuca para no terminar, también, en el suelo. Perdí todas las fuerzas de mis extremidades y él me soltó al notar los estragos que estaba provocando.
—Que sensitiva eres, conejita —musitó él, burlón, con los labios a milímetros de mi piel.
Jadeé, como única respuesta, y lo atraje de nuevo hacia mis pechos. Vi su sonrisa divertida y cómo sus ojos se estrechaban, a través de las cuencas de la máscara, antes de volver a apropiarse de ellos.
Sin embargo, esta vez sus dedos me sorprendieron acariciando mi abdomen y jugando veloz en mi pelvis. Se colaron entre mis pliegues y encontraron cada sector sensible que hacia rato morían por su atención.
Toda la electricidad que había acumulado hasta ese momento se desató a la vez, envolviéndome, arrastrándome con él a un foso oscuro y profundo al que iba de buena gana. La rugosidad de su pulgar me retorció con cariño, deslizándose de arriba abajo, explorándome solo un poco antes de concentrarse por completo en mi clítoris.
Sabía tocar, sabía exactamente cómo hacerlo para que el placer fuera total, para que terminara destrozada debajo de él cuando apenas estábamos empezando. Tenerlo por completo sobre mí, dándome premeditadas caricias por arriba y por abajo, me hizo gritar una vez más.
No pude evitar clavarle las uñas y tirar de su cabello y por un instante, olvidando con quien verdaderamente estaba tratando, creí que podía haberlo lastimado. Pero la boca de Skalle solo soltó mi pezón, al que había dejado más rosado y húmedo, para continuar su camino hacia abajo.
Lo seguí con la mirada, sin poder levantar la cabeza del respaldo del sillón, con la boca temblorosa y el cuerpo agitado, hasta que su lengua también encontró mi clítoris y de nuevo creí que moriría de placer.
Sus labios se enroscaron en mí, chupándome con la presión justa, con el exquisito cuidado que lo distinguía, hundiéndome más en ese foso interminable, en el que no quería terminar de caer. Si ese placer enloquecedor duraba por toda mi caída, quería hacerlo para siempre.
Mis gritos se elevaron por encima de nosotros. Inundaron toda la suite a medida que levantaba mis caderas y abría más mis piernas para darle lugar, a medida que él introducía uno, dos dedos dentro de mí.
Perdí la noción del tiempo cuando halló también dentro de mi el lugar exacto en el que me volvía loca. Me dio con velocidad, con firmeza. Ni siquiera necesitó llegar tan hondo para llevarme al clímax. Cerré los ojos, tensé las piernas y me hice trizas.
Exhalé violentamente cuando él se separó de mí, con los labios hinchados de tanto chupar, seguro tan hinchados como estaba yo. Me sonrió, triunfante, y esos hoyuelos tan hermosos que me encantaban se le marcaron en un instante.
—¿Lo disfrutaste? —me preguntó, arrastrando las palabras.
Lo miré, todavía rendida en el sillón, débil por el orgasmo más fuerte y más increíble que había sentido en mi vida. Quise decirle que sí, que había sido increíble, pero no salió ni una palabra de mi boca entreabierta. Aunque mi cuerpo estaba abierto hacia él y no había mentido ni una sola reacción, no podía responder de la forma razonable en la que yo quería: negándolo.
—Eres tan orgullosa —se rio Hodeskalle, deslizando la mandíbula, cubierta por una incipiente barba, que apenas si me causó una comezón, por mis muslos. Fue una caricia tentativa—. No vas a ceder, ¿no? A pesar de que has acabado en mi boca.
Me mojé los labios y llené mis pulmones de nuevo, con un esfuerzo terrible.
—Te gusta que sea así... ¿no es cierto? —dije, con la voz entrecortada. No me salió nada irónica.
Él se puso de pie, todavía riéndose, pero se inclinó hacia mí otra vez y pasó sus brazos por debajo de mi cintura. Me alzó en el aire y me sujeté de su cuello. Enrosqué las piernas en su cintura y estuvimos frente a frente, solo separados por esa horrible máscara.
Contuve los deseos de arrancársela de un tirón. No quise soltar su cuello. Permanecí inmóvil mientras él esquivaba el sillón y me llevaba a la cama. No dejé de ver sus ojos a través de las cuencas ni al sentir el colchón contra mi espalda desnuda.
Se apretó contra mí y esta vez sí pude sentir lo apretado que estaba su pantalón. Se presionó contra mi pelvis y se las ingenió para arrancarme suspiros de placer, a pesar de mi excesiva sensibilidad, producto del orgasmo.
—Recién acabé,... acabo... de... —empecé a explicar, para que no fuera rudo conmigo, pero su camisa comenzó a desabrocharse sola, dejándome ver sus pectorales, y terminé balbuceando. Me quedé si palabras, con la boca abierta.
La camisa se deslizó por sus hombros, descubriendo sus brazos también. Me sorprendió descubrir que estaban llenos de tatuajes, oscuros y extraños. Nunca había visto a un vampiro con tatuajes, porque las agujas no podían penetrar la piel de uno adulto.
Estuve a punto de preguntarle cómo los había obtenido, pero él, aprovechando sus poderes y que esto lo desnudaban por nosotros, dirigió sus manos a mis clavículas. Las acarició lentamente, recorriéndola con la punta de los dedos, admirándolas. Me dejó aún más muda.
—Lo sé —me respondió, deteniéndose para dejar pasar la tela de la camisa por sus muñecas. La tela voló lejos; no sé dónde cayó. Tampoco me importó. Volvió a acariciarme al instante y yo lo recorrí con la mirada, deleitándome con lo que estaba viendo. Me pregunté si él se sentía igual al verme—. Aún tenemos mucho tiempo.
No tenía ni idea de qué hora era. Mi única preocupación fue, antes de que bajara para besarme otra vez, que el tiempo que quedara no fuese el suficiente.
Nos fundimos el uno con el otro. Su piel estaba caliente y mis pechos casi se quemaron al contacto. Nuestras lenguas se encontraron, exasperadas. Bebimos el uno del otro y bajé mis brazos por sus hombros firmes, por sus bíceps, a medida que sus pantalones también se aflojaban por arte de magia.
Metí las manos entre nosotros y acaricié el contorno de sus abdominales, eufórica de tener encima a un hombre así, tan hermoso aun con la máscara puesta. Bajé hasta el inicio de su bóxer y descubrí que sus pantalones ya no estaban. Alcancé el bulto debajo de su ropa interior y Hodeskalle gruño en mi boca, excitado. Apretó la mandíbula y se hundió más sobre mí, temblando, conteniéndose.
—Conejita —susurró, ronco. Sonó como una advertencia, que si seguía por ahí realmente no había vuelta atrás. Pero por la forma en la que él me había tratado hasta ahora, no creí que, si me arrepentía, fuese capaz de obligarme a continuar.
No lo solté, porque no deseaba arrepentirme, y fui más lejos, acariciándolo de arriba abajo con delicadeza. Su piel incendiaba la mía y su esfuerzo para mantenerse cuerdo me llenó de satisfacción. Era una venganza perfecta, era mi revancha después de haberme dejado rendida en el sillón.
Jugué con la presión de mis dedos y rodeé su punta, a tientas, porque no veía lo que estaba haciendo. Me dejé guiar por su fuerte anatomía y por los jadeos que le arrancaba. Froté, especialmente lento, deleitándome con su tamaño, con su suavidad, pero muchísimo más con todas esas reacciones naturales de su cuerpo.
—Eres mala, conejita —gruñó, apoyando su mandíbula en mi mejilla—. Y me encanta.
Sonreí y aumenté el ritmo de mis caricias. Skalle tembló sobre mí y me besó con fuerza para ahogar las sensaciones que lo embargaban. Le respondí, saboreando su excitación, reteniendo mis propios deseos de bajar con mi boca por todo su pecho, seguir de largo y hacerle exactamente lo mismo que él me había hecho con la lengua.
Sin embargo, aunque hubiese querido hacerlo, no habría podido. Estaba inmovilizada, empotrada contra la cama, totalmente sujeta por sus brazos fuertes, con su cadera presionando la mía, abriéndome aún más las piernas a medida que mis caricias lo llevaban también al pozo que me hizo conocer. No podía quejarme, tampoco, y mucho menos lo hice cuando su bóxer también desapareció y quedamos los dos completamente desnudos.
—Al fin —solté, entre sus labios, en un segundo que me dejó respirar.
Solo me di cuenta de que lo había dicho en voz alta, que no fue un pensamiento vergonzoso propio, cuando se rio de mí. Esta vez su pecho se sacudió mientras retenía las carcajadas y perdí el control que había logrado.
Me molestó haber tenido la lengua tan floja, como la bombacha, pero me molestó más que saliera de la euforia y entrara la burla. No podía tolerar perder cuando yo ya me había rendido ante él, acabando en sus labios de buena gana. Necesitaba lo mismo de su parte, así que lo apremié de nuevo frotando su glande, trazando círculos pequeños.
Lo jalé hacia mí, sin dejar de masturbarlo, y levanté las caderas para que estuviésemos pegados del todo. La risa se le quedó pegada a la garganta y los temblores por el placer regresaron.
Respondió a los movimientos de mi mano al instante y acompañó la manera en la que había comenzado a acariciarlo contra mí. Se meció como si estuviésemos haciéndolo ya, pero aún no había sucedido de verdad. Y, sin embargo, se volvió una completa maravilla.
Eché la cabeza hacia atrás y gemí sin parar, a medida que él buscaba el contacto con mi clítoris. A pesar de mi extrema sensibilidad, lo disfruté mucho. No me sentí irritada, me sentí más ansiosa todavía que antes.
Le clavé las uñas en la cadera y lo empujé más hacia mí, con el goce a flor de piel. Aun así, me esforcé por mantenerme cuerda a medida que nos acariciamos el uno al otro. Traté de no perder la razón cuando, por algún vaivén más abrupto, él se frotaba contra la entrada de mi vagina.
Sabía lo que estaba a punto de suceder y aunque me poseía un deseo arrebatador, aunque él me volvía loca, me atraía como nadie jamás incluso sin ver su rostro o saber su nombre, no quería pasar esa línea roja con la máscara puesta.
Mientras estaba distraído, mientras se deleitaba con nuestro frote ya sin la ayuda de mi mano, yo subí los dedos que había mantenido en su cadera por toda su espalda ancha y dura. Los pasé por sus hombros, arrastrando mis uñas y causándole escalofríos. Los deslicé por su nuca y los enredé en sus cabellos antes de acercarlos a su sien y meterlos, suavemente, por debajo de la máscara.
Hodeskalle dejó de besarme al instante. Se irguió sobre sus brazos y yo me quedé congelada, con los dedos prendidos de su máscara. Me miró fijo durante unos cuantos segundos, con una expresión que no pude dilucidar por la oscuridad que había sobre sus ojos.
Cohibida, creyendo que la línea que había atravesado no era roja, sino negra, como todas sus leyendas, retiré las manos y las encogí sobre mi pecho.
—Yo... —empecé, para justificarme, pero él solo levantó una mano y agarró la máscara a pocos centímetros de su rostro cuando esta, por magia también, cayó.
No pude respirar en esos segundos en los que apartó la máscara y la arrojó lejos. No supe cuánto había esperado ese momento hasta que aprecié su cara limpia, completa, sin ningún tipo de cicatriz o marca espantosa.
Mørk Hodeskalle era hermoso. Más de lo que alguna vez me habría imaginado. Tenía pómulos fuertes, como su barbilla, su nariz era recta y masculina y sus cejas estaban tan pobladas como su cabello rizado. Toda la parte superior de su rostro encajaba perfecto con la que ya estaba acostumbrada. Sus hoyuelos eran, sin duda alguna, los adornos ideales para un rostro tan firme como ese, porque le conferían un aspecto blando cuando necesitaba serlo.
Pero lo que más me impactó fue, irónicamente, sus ojos. Creía que ya los conocía, porque los había observado mucho tratando de entenderlo, de conocerlo. Sin la oscuridad de la máscara encima, parecían unos ojos completamente distintos. No solo eran muchísimo más azules, sino que era más expresivos e, por increíble que sonara, más humanos.
No eran los ojos de un monstruo despiadado.
No me dijo nada, así que no supe en aquel momento si pretendía alguna otra reacción de mi parte. Volvió a estrecharme en la cama y a besarme mientras todavía yo estaba procesando la belleza irreal de su rostro.
Entendí por qué se lo cubría, cuando no tenía ninguna horrible cicatriz que ocultar: a nadie le daría miedo esa cara. Ese rostro no servía para alimentar las pesadillas de niñas pequeñas que escuchan los cuentos de terror de sus tíos sobre un vampiro milenario, asesino y con poderes psíquicos.
Súbitamente, así como pensé que no me hubiese importado que tuviese una cicatriz bajo la máscara, agradecí también que se la quitara por mí. No tenía idea de si solía quitársela para intimar, pero que entendiera mi necesidad, no como algo superficial, sino como un pacto silencioso de aceptación e intimidad, me tranquilizó. Yo necesitaba ver a la cara, a la real, a los ojos, a la persona con la que me iba a acostar.
No dije nada tampoco, demostré mi agradecimiento con una predisposición absoluta. Conocer su rostro aumentó mi atracción por él en un 300 %. Si antes me gustaba, ahora casi que hubiese dicho que estaba enamorada. Más feliz y regodeada me sentí por tenerlo encima de mí.
Cerré los ojos y saboreé sus labios con la punta de la lengua. Lo agarré de nuevo de la nuca y acaricié la piel de su rostro. Recorrí su mejilla con mi boca y le di leves mordiscones hasta llegar a su oreja.
Fue entonces cuando él dejó de frotarse contra mí. Se detuvo de nuevo en mi entrada, apoyándose con delicadeza. Me sujetó la barbilla con suavidad y me alejó de su rostro para mirarme de lleno.
—¿Puedo? —inquirió.
No se movió ni un solo centímetro y su contacto, tentándome y quemándome, me llevó a moverme más cerca, dándole el permiso incluso antes de abrir mi boca.
—Sí —suspiré, en respuesta.
Me sostuvo la mirada mientras se introducía en mí. Subí el pecho, a medida que me empujaba contra el colchón. Me sentí tan llena y caliente que perdí todo el aire de mis pulmones. Me arqueé contra él y Skalle pasó un brazo por debajo de mi cintura, afianzándome para llegar hasta el fondo.
Solté un gemido agudo. Él también gimió.
Creo que los dos tuvimos un shock inicial, porque durante los primeros segundos solo nos miramos, sin creer lo que estábamos sintiendo. Luego todo se desató en medio de un torbellino.
Se movió contra mí y el placer me golpeó como nunca. Fue tan fuerte que no pude preguntarme cómo era posible. Volví a gritar y le clavé las uñas en la espalda. Busqué sus labios, eufórica y desquiciada.
Como en el sillón, mi mente se quedó en blanco. Solo pude ser consciente de cada centímetro de su piel en contacto con la mía, de sus besos húmedos, de sus lamidas indiscretas y de sus pulgares masajeando mis pezones.
En algún punto enrosqué mis piernas alrededor de la cintura y la penetración se volvió tan profunda que creí que me partiría en dos. Más intenso se puso cuando sus manos dejaron mis pechos para sujetar mi trasero y empujarlo hacia arriba. La cama se sacudió y en el cuarto lo único que se escuchaban eran mis lloriqueos extasiados.
Dejó de besarme entonces. No evité mirarlo con anhelo cuando su torso se alejó de mí, pero me llené de expectativas cuando sujetó mis muslos y me mantuvo abierta para aumentar la velocidad.
Me aferré a las sábanas, para sobrevivir a estocadas salvajes que me propinó. Su mirada aguda fue de mi rostro contorsionado, de mi boca entreabierta y llena de deleite, al vaivén de mis pechos. Supe que verme así lo excitaba tanto como a mi me excitaba verlo embestirme.
Acarició mis piernas con inusitado cariño y bajó el ritmo después de unos cuantos gruñidos y gritos. Volvió a caer sobre mí y todo se volvió lento y delicado. Su boca atrapó uno de mis pezones y disfrutó con la manera en la que me retorcí debajo de él, sin poder aguantar el intenso placer con el que me torturaba.
—Por favor —supliqué, sujetando sus mejillas. Lo llevé hacia mi rostro y lo besé, justo después de morderlo—. Quiero... más...
Skalle pasó ambos brazos por debajo de mi cintura y me levantó en el aire.
—Lo que tu... quieras, conejita —gimió, contra mi boca.
Hundí los dedos en su cabello y me sujeté con firmeza mientras nos mecíamos el uno con el otro. Intercalamos movimientos más bruscos; me ayudó a saltar sobre él. Así, recibí una intensa estimulación externa. Perdí la cordura y mis colmillos quedaron expuestos, producto de un instinto arcaico. Los sentí al chocar contra sus dientes, con cada beso dulce y apasionado.
Estaba a nada de alcanzar mi límite y deseaba tanto que llegara como que ese momento durara eternamente. También tuve una enorme necesidad de clavar los colmillos en algún lado, pero no pude pensar que quizás ambas cosas estaban relacionadas. Mi mente estaba fuera de control, abrumada con tantas sensaciones.
—¿Alguna vez... te han mordido? —me preguntó él, de pronto, deteniéndose y deteniendo también el camino al orgasmo que se estaba construyendo dentro y fuera de mí, en el roce de mi clítoris contra su vientre.
Lo miré como una boba, tratando de espabilarme.
—No... —contesté, con un susurro que pareció un gemido.
Skalle estrechó los brazos en mi espalda, me abrazó más, pero siguió viéndome a la cara.
—¿Te gustaría que lo hiciera?
Al principio no supe qué decir. Nunca lo había hecho porque jamás había tenido sexo con vampiros. Sabía que era una práctica común, que se mordían y bebían del otro cuando lo hacían y que suponía un placer inmenso. Pero sentí un poco de miedo, porque yo no era una vampira completa.
—¿No me... dolerá? —inquirí, agitada. Mis caderas se movieron suavemente sobre él, incapaces de detenerse. Hodeskalle me estrechó más, haciendo más profunda todavía la penetración. Los dos suspiramos, embriagados.
—No... Nunca haría nada que te doliera —respondió, dándome un beso corto en los labios—. Es placentero.
Ya que estaba ahí, ya que había bajado hasta el foso, pensé que no pasaría nada por bajar al infierno. Lo haría tarde o temprano y por cómo ardía mi cuerpo, me faltaban solo instantes. Toqué con la punta de la lengua mis colmillos y recordé cómo me había embargado esa necesidad desconocida por clavarlos en algún sitio. En él.
Era natural.
—Sí quiero —contesté, estirando mi cuello hacia el costado, dejándoselo libre.
Skalle apuró su boca, pero cuando estuvo en contacto con mi piel, solo la llenó de besos húmedos y cálidos, antes de soltarme.
Lo miré, confundida, pero sentí electricidad recorrerme la columna al ver su sonrisa oscura y peligrosa, divertida y sensual. Me tendió sobre la cama y agarró mis piernas, una a una.
—Entonces, ponte boca abajo.
Ha sido uno de los capítulos más difíciles y quiero que sepan que me ha tomado todos y cada uno de los días que tardé. No suelo escribir erótica de forma tan detallada y tuve que pedir beteo a grandes autoras amigas para que me dieran su consejo y opinión. Al final, estoy sorprendida de que este capítulo llegara a 3.700 palabras. ¡Y lo que nos queda para el próximo!
Gracias en serio por tanto apoyo, ¡recuerden recomendar esta historia a sus amigos y seguir dejando tanto amor! Sus comentarios son mi único pago y mi única motivación para continuar y hacer el mejor trabajo posible.
También los invito a unirse al grupo de facebook: "Destiners de Agharta". Ahí comparto adelantos e info de este libro y otros.
Si quieren leer otras historias mías con +18, les recomiendo La memoria de Daria y Suspiros robados (no son erótica como esta, pero tienen algunas escenas sexuales pa disfrute :3)
Dicho todo esto, ¿les gusto?
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