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Capítulo 10. Miedos

10: Miedos

Kayla

Miré a Hodeskalle con la boca abierta, estupefacta por la proposición. Me olvidé completamente que Gian estaba muerto en el suelo, a metros de mí, y que yo lo había matado. De todas mis cavilaciones, fantasías y agonías, nunca creí que tendría la posibilidad de alcanzar la más desquiciada de todas ellas.

Me sentí muy inexperta, como si jamás hubiese tenido sexo con nadie, porque era evidente que él había estado pensando en mí de esa manera mientras yo batallaba por no sentirlo, por no quererlo. Él, en cambio, había aceptado su interés en mi con tantísima facilidad... que ahí estábamos.

También sentí muchísimo calor. La cara me ardió y la falta de aire se me hizo evidente. Ya no tenía que ver con lo limitada de mi respiración por la sangre. Tenía que ver con que, primero, estaba en shock; segundo, temía que si respiraba me cayera a pedazos delante de él.

—¿Conejita? —dijo entonces Hodeskalle, después de mirarme debatirme conmigo misma durante más de un minuto.

—¿Me estás proponiendo sexo a cambio de tu ayuda? —solté, tan rápido que mi voz salió agudísima.

Él no se movió.

—Los favores se pagan —dijo, con voz calma, casi como si estuviese desinteresado, de pronto.

Su repentina indiferencia, como si pudiese prescindir de pasar una noche conmigo tan fácil, me hirió. ¿Ahora se acobardaba? Yo todavía estaba procesando sus palabras como para que se retirara tan pronto.

—¿Qué te hace pensar que te necesito para resolver esto? —le urgí, irguiéndome lo más que podía, descruzándome de brazos por primera vez en todo ese rato.

Los ojos de Hodeskalle, a través de la máscara, se concentraron en mi escote maltrecho. Me lo cubrí de inmediato.

—Nunca dije que me necesitaras —respondió—. Eres alguien muy capaz de resolver todo.

—Entonces, ¿por qué ofreces tu ayuda? —inquirí. En realidad, quería preguntarle por qué quería acostarse conmigo. Me interesaba demasiado esa respuesta, pero tenía que disimular.

—Porque pensé que quizás no sabías por dónde empezar —replicó Hodeskalle—. Pero no hay problema. Está bien. No te molestara que me siente por aquí a ver, ¿no? —dijo él, poniéndose las manos en los bolsillos de su pantalón de jean.

—Estás chantajeándome —dije—. Con sexo, para colmo. Eso es descarado. Muy irrespetuoso.

Quería sonar enojada, pero la voz salió por entre mis labios sonó de todo menos enojada. Faltaba más, salió demasiado curiosa.

Él volvió a correr el cadáver de Gian con la punta del pie.

—Pongo un precio a lo que valen mis servicios. Tu abuelo lo puso también. Todos lo hacemos. Algunos, prefieren guardarse el costo para un futuro, como él. Yo prefiero ser claro, me parece más honesto —explicó, haciendo que yo arqueara las cejas—. Si no, como dijiste, probablemente no estaría aquí, asegurándome que estés a salvo —añadió, dejando que la nuca de Gian golpeara la grava—. De verdad que no dudo de tus habilidades. Así que no dudo de que podrías arreglártelas. Incluso si tienes que llamar a tu padre.

Apreté los labios, porque a pesar de que se justificaba, seguía lanzando dardos al blanco. Sabía muy bien que estaba reacia a pedir ayuda a mi familia. Esto no era lo mismo que avisar que un vampiro me perseguía, porque en ese caso yo era la víctima, incluso si denotaba mi debilidad como parte de los White. En este caso... yo acababa de matar a alguien. Yo acababa de hacer algo que jamás nadie n mi familia había hecho jamás. Acababa de meter la pata hasta el fondo y Gian era alguien importante para la economía del principado. Mi familia tendría que mover todo por detrás para protegerme y...

Miré de vuelta la escena del crimen e hice una mueca. La verdad era que tenía idea de cómo empezar a limpiar ese desastre. Podría deshacerme del cuerpo en el mar, arrojar su auto también ahí, pero no sabía cómo deshacerme la mancha de sangre, ni como borrar mis huellas, ni cualquier imagen en una cámara de seguridad que demostrara que ambos estuvimos ahí solos a esa hora. Podría intentarlo y cometería miles de errores que pondrían a la policía humana en la puerta de mi mansión.

—¿Y qué harías? —musité, negándome a verlo. Porque, más allá de que la propuesta de Hodeskalle me resultaba terriblemente interesante, también era útil. Pero no pensaba verlo a la cara por si se me notaba demasiado que aquella propuesta de hecho me gustaba—. Digo, si yo aceptara.

Hodeskalle se había mantenido en silencio, a la espera, sin insistir de más. No dudaba del efecto de sus palabras. Con las mías, él esbozó una sonrisa.

—¿En qué parte de la noche? —dijo, provocándome.

Cada vez que se le marcaban esos hoyuelos, yo sentía ataques de deseo repentino, pero esta vez, con esa sugerencia en su voz, creí que terminaría de rodillas, pero de buena gana. No necesitaba ningún cuchillo ni amenaza.

Para disimularlo, me derrumbé contra mi auto. Con una mano continué tapándome el escote de mi camisa maltrecha y con la otra me tapé la nariz. Así, podía usar el asco que sentía para justificar mi debilidad.

—Con él —le espeté, estirando un pie hacia Gian, para señalarlo con la punta de mi tacón—. ¿Cómo vas a evitar que quede pegada en esto?

—Tengo mis métodos. Pero si te preocupa —contestó Hodeskalle, rodeando el cadáver, lentamente—, puedo asegurarte que nadie, jamás, sabrá que esto pasó. Ni siquiera tu familia. Puedo borrar cada señal, incluso esta mancha de sangre que tanto asco te da.

—¿Y el auto? ¿Y las cámaras del edificio?

Él se detuvo junto a mi vehículo. Se apoyó contra el baúl con los codos y juntó las manos por delante de su rostro.

—¿De verdad ya olvidaste quién soy? Pensé que lo recordabas todo el tiempo.

Su frase me hizo dudar y su cercanía me puso en alerta. Quizás él sí podía leer mis pensamientos, quizás sí sabía lo mucho que él me atraía y por eso me estaba pidiendo justamente que nos acostáramos.

—¿Y cómo pretendes manejarlo? —tercí, girándome hacia él. Siguió apoyado en el baúl, con simpleza y calma, pero saboreando de nuevo la provocación que pujaba por salir de sus labios—. Y me refiero a esto.

Mantuvo la sonrisa traviesa, que me dio anhelos todavía más profundos.

—Te marcharás ahora. Me tomará unas horas resolver todo, pero seré eficiente. Nos encontraremos después de eso.

Lo miré de reojo, arrugando la frente, haciendo cálculos mentales. Entonces, teniendo en cuenta que eran casi las once de la noche, si le tomaría horas, no tendríamos exactamente una noche completa, como tal. Me pregunté dónde estaba la trampa incluso antes de ser consciente de que pensaba como si ya hubiese aceptado.

—¿Lo tendrías todo resuelto en un par de horas? ¿No es muy poco tiempo?

Hodeskalle se inclinó hacia atrás, fingiendo estar ofendido.

—¿Por quién me tomas, conejita?

Bufé y le di la espalda, para meditarlo de verdad. Obviamente que era una proposición basada en una clara desventaja. Pedir favores sexuales cuando sabía que estaba tan apretada era cínico de su parte. Pero sea que pudiese, o no, leer mis pensamientos y la forma en la que yo lo deseaba, los conocía a fondo.

Solo estaba buscando una excusa. También lo estaba yo.

—¿Y si digo que no? —solté, muy a mi pesar. En realidad, temía lo que podía responderme. Estaba tan inclinada a decir que sí... Pero la parte lógica de mi cerebro tenía que conocer lo que diría.

Se hizo un pequeño silencio.

—Estás en todo tu derecho.

—Es decir, que no me ayudarías —respondí, unos segundos después. Hodeskalle también tardó en responder y mi cabeza se llenó de delirios. El corazón me latió veloz, desesperado y ofuscado conmigo por plantearle eso. Me aterre de que cambiara el pago porque creía que estaba yendo demasiado lejos—. ¡Está bien! Acepto —solté girándome hacia él con la mayor dignidad posible, pero, de nuevo mi tono salió demasiado ansioso. Yo estaba ansiosa, ansiosa por él.

Él ladeó la cabeza, con la boca abierta. Lo agarré a punto de responder lo anterior que dije y eso cortó todos sus razonamientos. Mi aceptación lo sacó de onda.

—¿Estás segura...? No tienes porqué aceptar mi propuesta.

—No creo que vayas a cambiar las formas de pago.

—Eso no puedes asegurarlo —contestó, negando lentamente—. Tampoco me diste tiempo a responder —añadió, mientras una lenta pero pícara sonrisa se formaba en sus labios.

Me atraganté con mi propia saliva. Me tomó demasiados segundos de más encontrar una respuesta convincente para esa sonrisa tan atractiva y al final opté por quedarme callada.

Después de todo, ya había admitido demasiado. Quería acostarme con él. Y él lo sabía.

Como el silencio se prolongó demasiado, Hodeskalle se alejó de mi auto y me indicó con la mano que ya podía irme, sin ninguna preocupación. Lo miré, sin entender al principio, porque seguía demasiado conmocionada con la idea que ya no podía ignorar: lo quería, lo deseaba, lo necesitaba. Encima de mí, sin camisa, sin nada.

—No... ¿no debemos darnos la mano? Para sellar el trato —pregunté. Él sonrió y negó.

—No hay testigos. Solo estamos tú y yo y este imbécil —añadió, mirando a Gian en el suelo—. Así que no necesitamos cerrar el pacto de... forma física. Si tuviéramos público... bueno, ahí sí que habría que darse la mano y sellar el pacto de forma efectiva, dando lugar a que nadie lo impida. Pero entre nosotros no es necesario.

Saboreó las palabras de una manera que solo pude pensar en todas las formas físicas en las que nosotros podíamos cerrar pactos. 

—¿Dónde...? —farfullé, apabullada por la idea. Recordé el sueño que tuve con él hacía varios días, que no había sido muy detallado pero sí muy sensorial, y me ruboricé—. ¿A dónde...? Quiero decir, ¿en dónde te espero?

Él sacó su teléfono, escribió algo rápidamente y, un instante después, mi celular recibió un mensaje. No pude evitar fulminarlo con la mirada cuando tomé mi bolso, que había quedado tirado en el suelo desde la lucha con Gian, y saqué mi celular.

Tenía un mensaje de Whatsapp de un número desconocido, el suyo, con una ubicación, no muy lejos de ahí.

—¿Por qué tienes mi teléfono? —inquirí. Mostrar que estaba más enojada de lo que en verdad me sentía me ayudaba a mantener los nervios que lentamente empezaban a aparecer teniendo en cuenta lo que haríamos.

—Tu abuelo me lo dio. Necesito tener toda la información posible de la persona a la que debo seguir día y noche.

Apreté los dientes. Esta vez, me cabreé en serio.

—Mi abuelo te mandó a seguirme en contra de mi voluntad, te dio mi teléfono y tú has estado pisándome los talones todos los días desde hace... ¿cuándo? —exclamé—. ¡Violaron completamente mi privacidad! ¿Es que están locos?

Skalle se guardó el teléfono y se encogió de hombros.

—Cumplo con mi deuda, conejita. Tu abuelo me pidió específicamente que cuidara de ti. No te he seguido por puro placer —explicó, pero luego sonrió de nuevo—, aunque eso no sería una completa mentira. Es largo de explicar, pero sin dudas, no creo que tu abuelo vaya a contártelo. No quería que te enteraras.

Abrí la puerta del auto y arrojé mi bolso y mi teléfono dentro, enfurecida con ambos. Me senté en el asiento del conductor, pero no cerré la puerta, porque quería escuchar cualquier excusa que tuviese para decir.

Él se apoyó en el marco, inclinándose levemente hacia mí.

—Si fuese tú, también estaría enojada.

—¿Tú crees? —reí, sin humor—. Han violentado toda mi intimidad. Y no es que no agradezca que te hayas deshecho de ese vampiro del otro día, pero te he olido, aquí, en mi auto, todo porque mi abuelo cree que puede pisotearme cuando quiere. ¡Y tú te paseas por alrededor de mi cuarto todo el maldito día!

Él retuvo una risita real.

—Eso no fue orden de tu abuelo —contestó, de pronto tendiéndome una tarjeta. La tomé, sin entender qué era—. La orden era fuera de casa.

Cerró la puerta del auto por mí y se alejó lo suficiente como para dejarme ir. Yo miré la tarjeta y sentí el calor subirme por la nuca hasta las orejas cuando me dí cuenta que era la tarjeta de una habitación de hotel. Nerviosa, avergonzada, la metí rápidamente en mi bolsillo.

No tuve tiempo de pensar realmente en sus palabras porque él volvió a insistirme con un gesto de las manos que me marchara. Noté que la oscuridad alrededor de mi auto se incrementaba hasta volverse fangosa, como un humo impenetrable, así que, repentinamente asustada por eso metí la llave en el arranque y manejé fuera del estacionamiento, acelerando como un demonio.

Me negué a observarlo por el espejo retrovisor y por un mísero instante reconsideré nuestro pacto. Pensé que era una locura, que no deberíamos necesitar algo tan retorcido como ocultar un cuerpo para poder dar rienda suelta a nuestros deseos. Pensé que todo eso estaba mal y quizás debería irme a casa y hablar con él con mayor tranquilidad.

Pero luego me dije que eso daba igual. Ya había aceptado.

Y no quería irme a mi casa y hablar con tranquilidad. No quería tranquilidad.

Logré serenarme un rato después, cuando llegué a la ubicación que me había enviado en el teléfono. Sin embargo, no me bajé del auto, repasando porqué, en realidad, no había reaccionado tan mal cuando él dejó claro que me estaba siguiendo desde el principio.

Suspiré y me recliné contra el asiento. Yo acababa de matar a una persona, una horrible y estúpida, pero evidentemente el shock y el miedo por no saber cómo continuarlo apagaron mi reacción durante unos minutos, hasta que Mørk Hodeskalle me ofreció su salvación.

—Ahg, soy patética en serio.

Ahí estaba yo, que necesitaba que otro tipo más grande y fuerte arreglara mis desastres. Que estaba tan colada por el fantasma de su presencia que aceptaba cualquier cosa con tal de ser suya. No era para nada feminista de mi parte y me sentí muy en falta con mis convicciones y con la manera con la que había actuado toda mi vida.

Me bajé del auto y caminé los pocos metros que me separaban de la dirección indicada. Se trataba de un hotel sobrio y elegante que para nada tenía el aspecto de un motel. Entré, arrastrando los pies, y la señorita que estaba en la recepción me miró de arriba abajo, centrándose en mi escote con un instante.

—¿En qué puedo ayudarla? —dijo, con correcta educación, mientras yo arrugaba la nariz al sentir el olor a sangre en el ambiente, casi tapando el propio olor de la vampira.

Al principio, no supe qué decir, porque no era como si estuviese ahí para pasar la noche y nada más. Estaba ahí para tirarme, en un par de horas, a un vampiro de 3.000 años, bastante normal.

Por eso, no dije nada. Le tendí la tarjeta que Hodeskalle me dio, casi tiesa.

Ella miró la tarjeta y arqueó sutilmente una ceja. Fue breve, tanto que un humano no podría haberlo notado.

—Ajá —dijo, con noto neutro, después de echarme otro vistazo y reparar en mi bolso de diseñador. Su mirada decía algo muy diferente de su voz. —. Último piso. La suite presidencial —respondió.

Yo asentí y no dije nada mientras me encaminaba al ascensor. La mirada de la vampira me siguió hasta que las puertas se cerraron, todavía juzgándome. Ella sabía lo que yo venía a hacer, porque sabía de quién era esa habitación rentada.

Traté de que no se me notara ninguna expresión mientras me miraba en el espejo del ascensor. Quizás ella pensaba que yo no era suficiente para él. Que quizás era una Sugar baby. No estaba segura. A decir verdad, tampoco entendía qué era lo que ella juzgaba tanto. Mi blusa estaba cortada y tenía manchas de sangre, nada raro para cualquier vampira, ¿no? Mantuve la expresión de póker, porque el ascensor tenía cámaras de seguridad y seguro la recepcionista continuaba juzgándome por ellas.

El ascensor se detuvo y salí al pasillo bien decorado y perfumado. Todo estaba en absoluto silencio y solo había tres puertas en él. Una, era la de la escalera. La otra, tenía un cartel que rezaba "Privado". La tercera, era la suite.

Pasé la tarjeta, que era magnética, por el picaporte de la puerta y al entrar encontré una habitación lujosa, ordenada, muy clara. Me quedé en el umbral, admirándola como si mi propia casa no tuviese esos lujos. Luego, no me moví porque me asaltaron repentinos pensamientos crípticos:

Primero, recordé que era la primera vez que iba a tener sexo en un hotel. Con mis anteriores parejas, todas humanas, conocidas de la escuela, me había encontrado en sus casas. Todos ambientes mucho más personales que ese. Ahí, nada decía "Hodeskalle". Incluso, no combinaba para nada con él.

Segundo, ¿Hodeskalle tenía tanto dinero como para pagar eso? Por supuesto, no es que parecía que él era pobre, digamos. Pero tampoco parecía taaaan rico.

Di un paso hacia el interior y cerré la puerta. Lancé mi bolso sobre uno de los sillones y recordé la vez que me había hablado del orden y de la belleza, de cómo le gustaba lo pulcro y el buen gusto. Evidentemente, para mantener esos gustos había que tener dinero.

Me dejé caer en el sillón y me quedé ahí, sin saber qué hacer. Mi mente divagó enseguida a las confesiones que Hodeskalle me lanzó y que no tenían que ver con lo que estábamos por hacer. Las ordenes de mi abuelo tenían mucha lógica para mí. Repasé cada una de los momentos en los que me había sentido perseguida y cómo, en cada uno, había sido él y no cualquier otro que pasaba por ahí. Era casi imposible captar su olor y se movía con las sombras, producto de su magia, tal vez. Estaba sorprendida, en realidad, de siquiera haber captado cualquier pista de su cercanía.

Pensé también en cómo la abuela lo mandó tras de mi cuando fui por Jane, el jueves pasado, y cómo creí que ahora ella le debía algo. No, sin duda, todo pertenecía al mismo pacto. Hodeskalle estaba pagándole a mi abuelo, por haber salvado su vida, protegiendo, aunque aún no sabía por qué ni cómo, la mía.

—¿En verdad me ven tan inútil? —murmuré, tapándome la cara con las manos—. ¿Soy tan inútil?

Bajé las manos y la mirada hacia mi escote, a la fina línea que había dejado el cuchillo de Gian sobre mis pechos. Se suponía que un humano no era rival para mí, pero ahí estaba, herida. Mi piel era tan blanda que al final un cuchillo sí podía lastimarme. Yo era realmente débil, yo era realmente una astilla en el costado de todos, por más que me esforzara para evitarlo.

Sorbí por la nariz, apartando de inmediato las gana de llorar que se me acumularon en la garganta. No me lo permití. Yo no era tan débil, yo podía enfrentarme a todo eso... ¿O no? Quizás el abuelo tenía enemigos u otras deudas y por eso, en vista de mi clara debilidad, había coaccionado a Mørk Hodeskalle para cuidarme los talones.

Entonces, la pequeña angustia que sentí dio paso a la ira, de nuevo. Aunque todo eso fuese cierto y lo hicieran por mi bien, lo que me molestaba y me enfurecía era que me lo ocultaran. Fingieron, delante de mí, en mi cara, que esto no estaba ocurriendo. ¿Tan poco digna de su confianza era? Además de ser débil, ¿me consideraban también estúpida, como a Elliot?

Me levanté del sillón de un tirón y comencé a quitarme la ropa con violencia. Nadie en mi familia nunca iba a saberlo, pero en ese momento sentí que cada una de mis acciones, a medida que quedaba desnuda, estaba dedicada a vengarme de ellos por haberme tomado por tonta, más con todo lo que me había esforzado para ser excelente en todo lo que hacía. Tendría sexo con el lacayo que se consiguieron para pisarme los talones, el que se empecinaron en hacer que lo aceptara. Era como pagarles con la misma moneda.

Dejé todo en el suelo y entré al baño, pensando en sacarme toda la saliva que Gian había dejado encima de mí y la sangre de mi ropa, del momento en el que le clavé el cuchillo.

Llené el jacuzzi con agua y le eché todas las sales perfumadas que encontré. Dejé que esa idea turbia y oscura se apoderada de mí, con firmeza y seguridad, para que así mientras pasaran las horas que tenía que esperar a Hodeskalle no me convirtiera en gelatina.

Aferrarme a ello me ayudó a esperar calmada entre la espuma y el dulce aroma de las sales, al punto de regodearme tanto, arrullada con el calor y el vapor, que me dormí con la cabeza apoyada en el bordé de la tina.

Abrí los ojos cuando sentí un escalofrío y noté que el agua se había enfriado por completo. La espuma se había esfumado y podía ver mi cuerpo desnudo a través del agua jabonosa. Levanté la cabeza y lo primero que hice fue mirar hacia la puerta abierta del baño.

Las luces de suite seguían encendidas y había un silencio abrumador. Parecía estar sola, pero con Mørk Hodeskalle no se sabía, así que me estiré lo suficiente para poder echar un vistazo y comprobar que, definitivamente, él no había llegado.

Vacié entonces la tina y permanecí adentro mientras se llenaba de nuevo. No me atreví a salir, porque ahora que había menos tiempo entre nuestro encuentro, y que también ya había descansado mentalmente del asesinato y de la bronca con mi familia, no tenía forma de apalear los nervios. No tenía el valor suficiente para esperarlo en la cama, sin ropa.

Tampoco sabía qué hora era, porque había dejado mi teléfono dentro de mi bolso, en el sillón y no pensaba salir a buscarlo. ¿Y si él me encontraba a medio camino? No, no pensaba pasar por eso.

A decir verdad, no sabía de qué modo era mejor que me encontrara. Por un momento, creí que mejor era, de nuevo, irme a casa y pagar ese favor cuando estuviese preparada. Pero no tuve el valor para irme porque sabía que no podría, jamás, sacarme las escenas que mi cabeza se estaba inventado con cada minuto que pasaba.

Rememoré la sensación con la que me desperté después de mi primer y único sueño con él. La picazón en la garganta, la tensión entre mis piernas y en mis pechos se mezclaba con el miedo cada vez que pensaba en sus manos recorriéndome, deteniéndose justo en esos lugares, frotándome, deleitándome. Me imaginé su voz ronca en el oído y su lengua acariciando mi nuca y el calor desesperante que me agobió me obligó a hundirme por completo en el agua.

Estaba caliente, claro que sí, pero no tanto como lo estaba mi cabeza. Aguanté la respiración por casi tres minutos y salí, exhalando bruscamente, cuando ya no pude más. Me aparté la espuma de la cara antes de abrir los ojos y, en ese instante, di un salto asustado tan grande que casi vacié media tina en el suelo del baño.

Hodeskalle estaba apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados, con la máscara puesta y una sonrisa tirante.

—No pretendía asustarse, conejita.

Lo observé con los ojos como platos y me hundí de nuevo en el agua, dándome cuenta que con mi exagerada reacción ya me había mostrado todo mi torso desnudo. Poco a la imaginación le había quedado. Esa noche estaba empezando mal antes de que empezara.

—¿Ya terminaste? —pregunté, quitándome el resto de la espuma de la frente con los dedos.

Él mantuvo la sonrisa tensa y solo cuando se mojó los labios, antes de hablar, antes de tragar saliva, me di cuenta de que era así por mí, por estar tan cerca cuando no tenía ropa que me ocultara.

—Todo está saldado.

—¿Tan pronto?

—No necesito mucho tiempo para desaparecer a alguien —dijo él, sin entrar, aún.

Esperé que lo hiciera, en silencio, aferrándome al borde del jacuzzi, sosteniéndome para no hundirme hasta el fondo, metafóricamente. Cuando no lo hizo, cuando no dijo más nada, solo asentí.

—Estoy sorprendida —admití, manteniendo mi voz lo más segura posible—. No pensé que pudieses hacerlo.

—De nuevo, no sé por quién me tomas —respondió, alejándose del marco.

Me tensé, pensando que al fin entraría al baño, pero él simplemente se giró hacia el interior de la habitación. Permanecí ahí, fuera de onda, hasta que me acordé que toda mi ropa, incluyendo mis bragas, estaban tiradas por el living.

Me sentí una estúpida adolescente olvidadiza y enamorada por no haber reparado en ese detalle tan simple y me precipité fuera de la tina, agarrando las toallas lo más rápido que pude. Me envolví el cuerpo y caminé fuera del baño hasta la sala, donde él se había sentado a mirar su teléfono, con las piernas cruzadas, en el sillón justo en frente de mi ropa tirada.

Ni siquiera levantó la vista para verme, aunque mi cabello estaba chorreando jabón y agua en el suelo.

—Ni mi abuelo ni mi papá se enterarán de esto, ¿verdad? —dije, para llamar su atención, por más que fuese una pregunta genuina.

Él bajó el teléfono.

—¿Qué parte, conejita?

—Las dos —respondí, aferrando la toalla delante de mis pechos con más fuerza. Las recientes imágenes que había formulado en mi mente regresaron para golpearme duro y bajo.

—No creo que tu abuelo me perdone haberle puesto los dedos encima a su nieta —rio, con total naturalidad—. En términos humanos, soy demasiado anciano para ti.

—No te ves anciano —repliqué, avanzando. Que mencionara sus dedos encima de mi reforzó cada una de mis fantasías, casi que los sentí acariciarme.

Hodeskalle me siguió lentamente con la mirada. La luz de la habitación apenas si se colaba por las cuencas de la máscara, pero era suficiente para distinguir el azul oscuro de sus ojos llenos de un primitivo deseo. Me senté en el mismo sillón, a una distancia de poco más de un metro.

—Me gusta la edad que aparento —contestó con un tono más suave. Nunca apartó su atención de mi—. Como tú abuelo tiene hijos y nietos, necesita parecer más anciano que ellos para seguir siendo el patriarca, supongo.

—¿Crees que él te mataría, si se enterara? —pregunté—. No te mató cuando casi dejas lisiado a Elliot.

Él se rio.

—Elliot es un vampiro completo. Tu no, tú eres su más pequeño tesoro. Para cada miembro de tu familia, tú eres lo que más ansia proteger. Sin duda alguna, intentaría matarme por esto.

—Pero eres Mørk Hodeskalle. Y él te tiene miedo —le señalé—. Todos en mi casa te temen.

No era ninguna novedad. Ambos lo teníamos claro.

—Tu no —me contestó. En ese instante, se movió lentamente hacia mí. Se deslizó por el sillón como si no pesara nada en el aire. Atrapó un mechón húmedo de mi cabello, que descansaba sobre mi clavícula, y se lo enroscó en los dedos. No evitó rozarme. Se me acumuló saliva en la garganta, me quedé sin respirar otra vez—. Tu no me tienes miedo.

Estaba tan cerca de mí que podía olerlo de verdad. Tanto que casi lo degustaba con la punta de la lengua. El dulzor de su aroma casi me pone de rodillas. Me pregunté dónde estaría más concentrado, más delicioso.

Tiró de mi mechón de cabello con una suavidad inusitada. Me incliné hacia él como si estuviese en un trance, como si estuviese hechizada.

—Te equivocas —logré decir, cuando estaba apenas a unos centímetros de mi boca. El corazón se me volvió loco, la taquicardia me hizo jadear. Tuve que apretar las piernas para contener las puntadas casi dolorosas que sentía en medio de ellas—. Siempre te tuve miedo.

Y lo sentí mucho más cuando sus labios se apoderaron de los míos. 

Sí, antes de leer este capi deben volver al prefacio ;)

Pedí mucho apoyo para publicar este capítulo antes de tiempo y dieron tanto amor que apenas si llegué a terminarlo. No pude corregirlo, así que les pido perdón si encuentran errores. 

También les agradezco muchísimo el hype que están demostrando, ¡porque la historia no tiene ni un mes y ya tiene 28k lecturas! De verdad gracias <3

Ahora sí, les pido paciencia para el próximo (sí, suena a maldad hahaha), porque será largo y complejo de narrar para que sea todo lo que ustedes esperan. No olviden dejar de nuevo mucho amor y muchos comentarios para motivarme a subirlo lo más pronto posible, ¡no saben cuánto lo voy a necesitar!

¡Los amo!

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