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24 de Diciembre

Ho, ho, ¡jo-dida mierda de traje!

Un hombre de traje rojo y barriga falsa se estaba quejando detrás del escenario navideño.

— Dímelo a mí. ¡Soy un puto reno! —Su amigo alto se unió a las quejas mientras se quitaba la molesta nariz roja de plástico y la tiraba al suelo.— ¿Sabes lo caluroso que es esto? ¡Literalmente me estoy cocinando aquí adentro!

— Al menos tú no tienes que llevar una pesada bolsa como barriga.

Agregó Santa Claus mientras se sacudía la barba falsa por la comezón que le causaba. En eso, ambos duendes llegaron para hacerles compañía.

O para burlarse de ellos.

— ¡Ya dejen de llorar! ¡Ustedes eligieron este empleo!

— Claro, tú no te quejas porque tú disfraz es el más cómodo.

Señaló el reno hacia la joven duende que rodó los ojos. Su compañero respondió por ella:

— ¿Más cómodo? Estás panty medias me están apretando en lugares que ni siquiera sabía que tenía.

La única mujer del grupo hizo una mueca de asco antes de cubrirse el rostro. No quería ni imaginarse qué lugares eran esos.

— Aldo, tú ni digas nada. Casi arruinas todo ayer.

Se quejó el de barba blanca. A lo que, la persona denominada “Aldo” abrió la boca con indignación.

— ¡¿Yo?! ¡¿Yo casi arruino todo?!

— Sí, tú. —Respondió señalandolo.— Te dije que entraras luego de que me fuera. ¡Tenías solo un trabajo, pendejo!

— ¡¿Acaso es mi culpa que seas tan culo como para confesarte?!

— ¡Ya está! ¡Ven aquí, hijo de tu puta madre!

Santa Claus se subió las mangas del traje rojo listo para pelear contra el duende mientras éste le hacía señas burlonas de que se acercara.

Cuando el hombre panzón estuvo a punto de lanzarse hacia su amigo, el reno lo detuvo sosteniéndolo por los brazos.

— ¡Basta, Roier! —Clamó mientras el menor se movía como un hamster rabioso queriendo soltarse de su agarre. Entonces lo bajó y lo tomó por los hombros para que le prestara atención.— ¡Ya basta! De todas formas Aldo tiene razón.

— Pero… —El chico lo miró dolido para luego voltear a ver a su amiga y hacerle un puchero en busca de su ayuda.— Rivis, diles algo.

— Lo siento, Ro. Estoy con ellos.

Roier soltó un fuerte quejido y se dejó caer dramáticamente en el suelo como si se tratara de un niño haciendo un berrinche.
Allí se quedó sentado, cruzado de brazos, mirando a todos con enojo.

— Ustedes no pueden juzgarme.

— Claro que sí. —Volvió a interferir Aldo.— Si te pasas todos los fines de semana encerrado en tu habitación, viendo comedias románticas y comiendo helado en vez de tener los huevos para ir y decirle cuánto te gusta, lo único que conseguirás será que esa barriga falsa se vuelva real.

El más joven resopló sin querer hacerle caso. Pero tenía toda la razón, y lo sabía.

Llevaba meses visitando el Videoclub con la excusa de alquilar comedias románticas solo para ver por unos minutos al chico de sus sueños. Literalmente gastaba todos sus ahorros en alquilar películas.

¿Y cómo comenzó todo este enamoramiento?

Pues, una noche, Mariana y él estaban jugando videojuegos en línea cuando el internet se cortó. Hubiera sido una noche muy aburrida si éste no le hablaba sobre cierto Videoclub en el centro de la ciudad.
La idea inicial era alquilar una película, verla hasta que el internet volviera y eso era todo.

Oh, pero cuando ingresó al lugar y vió por primera vez a quién sería su futura obsesión de todos los fines de semana, sabía que estaba perdido.
Y cuando hizo contacto visual con ese par de amatistas rodeadas de largas pestañas que lo único que provocaban era resaltar la belleza de los ojos más preciosos que nunca antes había visto, fue como si todo se volviera color de rosa.

Y en el fondo de su cabeza comenzó a sonar “All I Want for Christmas is You”. Porque exactamente eso quería para Navidad.

Lo quería a él para navidad.

Envuelto o no.

Con un moño o un lazo. 

Lo que sea. Solo lo quería a él.

Y quizás estaba siendo un poco precipitado, porque apenas sabía su nombre por la identificación que decoraba su camiseta. Pero para eso existían las citas, ¿No?

Si solo tuviera las agallas para pedirle una.

Porque siempre que intentaba hacerlo, se congelaba de los nervios. Y no podía hacer más que pagar por las películas y decir “gracias”.
La única vez que se atrevió a hacer algo, fue ese tonto regalo que casi lo deja en evidencia por culpa de su mejor amigo.

Había planeado hacer las cosas muy diferentes, pero cuando escuchó cómo el chico se burlaba del Santa Claus del parque se inhibió por completo.

Porque Él era el Santa Claus del parque.

Él era ese idiota que se disfrazaba en las fiestas con el único deseo de poder ver al chico de las películas más que solo los fines de semana.

Y ahora detestaba tanto su trabajo. Saber que a Spreen le aborrecía lo que hacía era horrible. Deseaba no haber escuchado eso.

Claro, ¿Cómo un tipo tan genial como él estaría con el pendejo que se disfraza de un viejo panzón?

— Roier… ¿Estás llorando?

Preguntó su amiga realmente preocupada al ver sus ojos cristalizados.

— No, claro que no. S-solo me entró algo en los ojos.

Rivers miró con reproche a Aldo, quien levantó sus manos en forma defensiva, murmurando que él no había hecho nada. Mientras que el chico disfrazado de reno tomó asiento junto al menor para estrecharlo entre sus brazos.

— Ow, ya mien, ya. No te preocupes. —Intentó calmarlo dejando palmaditas en su espalda.— Te vamos a ayudar con el guapo argentino. ¿Verdad que sí, chicos?

Roier levantó su triste mirada hacia los dos restantes para ver su respuesta y ambos asintieron sin ninguna queja de por medio.

— Ahora levántate y acomoda esa barriga. —El chico hizo lo que le fue ordenado, levantándose y acomodando la bolsa debajo del traje rojo. Entonces Mariana repitió su acción de tomarlo por los hombros para decir:— Porque tú no solo eres la eminencia de la navidad y los disfraces. Tú eres Roier, la eminencia de la conquista.

— ¿L-lo soy?

Mariana lo sacudió.

— ¡Claro que sí, pendejo! —Y los soltó.— Ahora repite conmigo: Soy la eminencia de la conquista.

— S-soy la eminencia de la conquista.

— ¡Más fuerte!

— ¡Soy la eminencia de la conquista!

El más alto comenzó a empujarlo hacia un costado del escenario para que volviera a su lugar como Santa Claus mientras seguía echándole ánimos.

— ¡Una vez más!

— ¡Soy…! —Y de repente, Roier se paralizó en su lugar.— Spreen…

— ¡¿Qué?!

Exclamaron los tres amigos confundidos, asomándose desde atrás del escenario para visualizar lo mismo que estaba observando su pobre amigo enamorado:

Un alto pelinegro de tez blanca y semblante serio.

Que en sus manos llevaba un vinilo.

Y en su pecho una identificación que claramente tenía el nombre de “Spreen”.

No habría ningún problema en eso… Si el chico no estuviera cruzando la calle en ese mismo momento.

~ • ~

Spreen ya no estaba confundido.

Oh, para nada.

Spreen tenía las cosas muy claras desde que había abierto su regalo. Bueno, más o menos. Porque toda esa cuestión del “admirador secreto” estuvo dando vueltas una y otra vez en su cabeza hasta llegar a una suposición. Porque tenía pistas bastante evidentes.

Tranquilamente podría ser el regalo de uno de sus amigos, pero cuando los cuestionó uno por uno. Estos dijeron que de ninguna manera podía ser de ellos ya que, o ya habían comprado su regalo, o no tuvieron tiempo de hacerlo. Y honestamente, les creía.

Ninguno de sus amigos sería tan atento como para darle un regalo como ese. Normalmente sus regalos eran ropa o videojuegos, y eso no estaba mal.

Además, ¿Un vinilo? Ni siquiera tenía un tocadiscos, para empezar. Pero eso no importaba porque era el mejor regalo que le pudieron dar en la vida. Era su álbum favorito de nada más ni nada menos que de su banda favorita.

¡Era perfecto!

Y tenía una ligera sospecha sobre quién lo había hecho. O quizás la ilusión de que fuera él: El chico de las comedias románticas.

No era mucho, pero la única prueba que tenía era esa pequeña conversación que habían tenido días antes luego de su vergonzosa caída. Y quizás, otras veces dónde también lo sorprendió escuchando las mismas canciones.

¿Coincidencia? No lo creo.

Pero eso era soñar demasiado ¿No?

Aunque tenía dos formas de averiguarlo:

La primera se trataba de cerrar el Videoclub, llegar a la cafetería y preguntar por un tipo castaño de sonrisa encantadora que había dicho que trabajaba allí o…

Extorsionar a Santa Claus.

Y, hmm, Spreen siempre elegiría la opción más divertida.

Por eso ahora mismo se encontraba cruzando la calle para llegar al parque lleno de niños ilusionados por conocer a su querido Santa.

— ¡Oye! Haz la fila.

Le recriminó un niño de bigote pintado cuando vio al hombre pasar como si nada hasta el escenario.

Spreen solo se volteó y le mostró la lengua en un gesto un poco (muy) infantil.

Y el niño al verlo, comenzó una rabieta que su padre intentó controlar.

“Tranquilo, Ramón. No le hagas caso.”

Cuando el argentino se posicionó en frente del escenario, notó que este era aún más ridículo de lo que pensaba. Literalmente parecía un débil cartón con dos cortinas y un gran sofá rojo en medio. Ah, y no olvidemos los renos tiesos.

Pero lo que más le importó fueron los murmullos detrás del mismo.

— Sé que están ahí. ¡Salgan!

Exclamó cruzado de brazos. Esperando que alguien se decidiera por dar la cara de una vez por todas.

Segundos después, un duende salió, o bueno, fue empujado desde atrás. Spreen levantó las cejas al reconocerlo.

Era el mismo que le había llevado el regalo.

— Vos. —Lo señaló para luego mostrarle el álbum.— ¿Quién te lo dió?

— Oh, hola Sprite. Es bueno verte de vuelta.

Spreen rodó los ojos ante la mala pronunciación de su propio nombre y le volvió a mostrar el vinilo.

— Decime quién te lo dió.

— ¿Acaso no conoces el significado de “secreto”? Duh.

Perfecto. No extorsionaría a Santa Claus pero sí haría sufrir a ese estúpido duende.

Pero entonces, otra figura salió. Un reno, alto y flacucho. Con cara de estar sufriendo debajo de ese peludo disfraz color marrón.

— Hola, ¿Qué se le ofrece?

El pelinegro frunció el ceño hacia ambos muchachos. Eso era demasiado sospechoso.

El duende parecía no ser afectado por su duro escrutinio. Pero el reno…

El reno prácticamente estaba temblando.

— ¿Está Papá Noel?

Ambos chicos compartieron una rápida mirada y luego volvieron al argentino para responder en unísono:

— No.

— ¿Ah, no?

— ¡¿Qué?!

Una tercera voz se sumó a los tres chicos. Más bien, una “vocecita”.

Cuando Spreen bajó la mirada, vió junto a él a un niño de overol celeste y cabello castaño, listo para empezar un berrinche.
No soportaba a los niños pero podía usar eso a su favor.

— Como escuchaste: Santa Claus no está.

Repitió el chico del Videoclub, fingiendo pena. 

El reno comenzó a negar rápidamente al ver cómo el niño se limitaba a hacer un puchero para luego largarse a llorar.

— No, no, no. Quiero decir que está descansando.

— Ah, entonces está acá.

— ¡No! No está.

Interrumpió el duende. Ambos amigos se miraron entre sí haciendo muecas mientras el niño lloraba histéricamente.

— Quiero ver a Santa Claus.

— ¿Lo ven? —Spreen señaló al niño.— Él quiere ver a Santa Claus y yo también.

— Ehh, es que… es que-

Balbuceó el más alto de los tres, pero fue interrumpido por otro grito del infante.

— ¡Quiero ver a Santa Claus!

El niño de overol se acercó al duende y le brindó una fuerte patada en la rodilla. Entonces todo cayó como un dominó.

El duende se inclinó por el dolor empujando al reno, quien a su vez perdió el equilibrio intentando sostenerse del frágil escenario navideño, que al mismo tiempo se tambaleó de un lado a otro hasta caer hacia atrás. Dejando ver a las dos personas que se escondían detrás de él mismo.

Santa Claus y otro duende.

Todo fue silencio por varios minutos.

Spreen miró Santa Claus. Santa Claus miró a Spreen. Luego la mirada del argentino bajó hacia su barba mal acomodada y sus labios se separaron de la sorpresa.

— ¡Santa Claus!

Gritó el niño a su lado, dando pequeños saltitos y señalandolo. Ajeno a toda la situación que estaba pasando.

El rostro de Roier se volvió completamente rojo, asimilandose al color de su traje. Y como pudo se acomodó la barba blanca para intentar ocultar su cara pero ya era muy tarde.

Spreen reconocería a ese chico dónde fuera.

— Oh, Ho, ho, ho. —Fingió una voz gruesa mientras daba pasos hacia atrás.— Yo tengo que, ehh, pues-... Yo-...

Y la mejor idea que tuvo Roier para resolver todo su problema fue…

Salir corriendo.

Porque huir de tus problemas siempre era la respuesta ¿No?

~ • ~

No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo. Lo que sí sabía es que no podía parar de hacerlo.

Luego de ver el rostro de sorpresa y decepción del chico del cual llevaba interesado tantos meses, solo supo que tenía que huir de allí. Porque acababa de mostrar lo patético que era.

No solo eso.

Spreen acababa de descubrir que él había sido su “admirador secreto”. El idiota con traje de Santa Claus. Genial. Simplemente genial.

Roier se detuvo casi al final del centro, frente a un pequeño puesto de comida porque sus pulmones habían llegado a su límite. Y nunca fue bueno en los deportes.

En realidad, nadie aguantaría correr con todo ese disfraz encima. Por suerte su “barriga” se había caído a mitad de camino. Pero aún así estaba exhausto.

Se apoyó en sus rodillas e intentó tomar todo el aire que le fuera posible antes de erguirse otra vez. Aunque, ¿Quién sería tan tonto como para seguirlo? Fue una completa estupidez salir corriendo como una presa de su depredador. No tenía sentido.

Y mierda.

Estaba seguro de que no podría volver a pisar el Videoclub en un largo tiempo porque no sabría cómo mirar a los ojos al encargado sabiendo que lo había descubierto.

Todo se había arruinado por completo.

— Hubiese sido más fácil confesarse y ya.

Murmuró hacia el cielo.

Ojalá pudiera volver el tiempo atrás para evitar hacer todo ese vergonzoso espectáculo.

Ojalá tuviera la oportunidad para volver a ver a-

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando algo pesado chocó contra su cuerpo, haciéndolo caer.
El dolor en su espalda lo hizo soltar un quejido mientras cerraba los ojos con fuerza, y cuando los volvió a abrir.

Sus pulmones se quedaron sin aire nuevamente.

— Te… tengo.

Fue lo que escuchó Roier entre fuertes jadeos. Porque al parecer alguien sí fue bastante tonto como para seguirlo por todo ese camino.

Alguien que ahora lo estaba acorralando contra el suelo.

Los ojos avellana se encontraron con las pupilas color morado, y su rostro volvió a tomar color mientras que el ajeno se mantenía inmutable.

Entonces el chico encima suyo volvió a hablar.

— Sacate la barba.

— No.

Rápidamente negó. Porque esa barba era lo que le quedaba para mantener su casi inexistente dignidad.

— Sacate. La. Barba.

Roier volvió a negar con su cabeza, así que Spreen acercó una de sus manos para tironear de los cabellos falsos pero el contrario se resistió, comenzando un forcejeo.

A algunas personas les llamó la atención, porque no todos los días puedes ver a un argentino tacleando a Santa y luego peleando con él para quitarle la barba.

En un mal movimiento de Roier, Spreen aprovechó e inmovilizó ambas manos ajenas para finalmente deshacerse de dicha prenda. Y cuando lo hizo, volvió a verlo con asombro.

Roier solo dejó caer su cabeza en el suelo evitando la mirada ajena, totalmente rendido.

— Está bien. Tú ganas.

Ya no tenía nada más que perder. Spreen estaba ahí, despreciandolo con la mirada.

¿Cierto?

El pelinegro se alejó del cuerpo ajeno mientras alternaba su vista entre la barba falsa en su mano y el rostro del chico.

— Esto significa que… ¿No trabajás en la cafetería?

Roier frunció el ceño con confusión y se recompuso lo más rápido que le era posible para mirar la expresión divertida que le estaba dando Spreen.

¿Qué estaba pasando?

— ¿No estás enojado?

— ¿Honestamente?... Podría estarlo porque me mentiste y después saliste corriendo sin pensar en hablarlo como un adulto responsable. —Lanzó la barba falsa hacia un lado.— ¿No era más fácil decirme tu verdadero trabajo? No entiendo por qué quisiste ocultarlo.

El chico de traje rojo parpadeó incrédulo.

— Literalmente dijiste que mi empleo era patético.

— Yo nunca dije eso.

— ¡Dijiste que solo un idiota podía trabajar de esto!

— ¡Estaba jodiendo!

Roier se quitó el estúpido gorro y lo lanzó lejos como ya había hecho Spreen con la barba, dejando ver sus hebras castañas. También resopló y se cruzó de brazos mirando hacia otro lado.

Sí, ahora estaba ofendido. Increíble ¿No?

Spreen suspiró.

— Por favor, fue solo una broma. Ni siquiera sé tu nombre.

Y por primera vez, Roier cayó en cuenta de eso. Nunca le había dicho su nombre, lo único que hizo fue alquilar películas y mentirle sobre su trabajo.

Ahora volvía a sentirse patético.

¡Maldita sea, no!

Tenía que dejar de ser cobarde algún día. Y ese día podía ser hoy

— Roier. —La voz ajena tomó por sorpresa al más alto. Y el castaño extendió su mano hacia él.— Mi nombre es Roier.

Spreen observó su mano.

Sin duda toda esta situación había sido rara.

El chico lindo que siempre le había llamado la atención, le había mentido por un mal comentario suyo que lo hizo sentirse mal, luego le dió el mejor regalo del mundo y después huyó de él cuando lo descubrió en su disfraz de Papá Noel.
Ni hablemos de cuando le dejó su álbum al reno y siguió a Santa para taclearlo y forzarlo a que se quitara la barba falsa.

Todo parecía sacado de un libro de chistes malos.

Así que, ¿Qué más importa ahora?

— Spreen. —Respondió aceptando su mano, y luego esbozó una media sonrisa.— Aunque creo que ya lo sabías.

Ambos compartieron una corta risa antes de que el argentino volviera a hablar.

— Entonces… Sobre el regalo…

— Por favor, no me digas que quieres devolverlo porque es tuyo. Yo lo compré para ti.

Spreen negó.

— No tenías que hacerlo. Yo menosprecie tu trabajo.

— Lo sé. Pero tienes toda la razón para hacerlo. —El pelinegro posó su mirada perpleja en él. Roier se la devolvió.— Tengo uno de los peores trabajos, y a pesar de que me agradan los niños y sé cómo lidiar con ellos… Lo detesto. Ni siquiera la paga es buena.

Estuvo a punto de preguntar por qué trabajaba allí si le disgustaba, pero Roier se le adelantó.

— Acepté este empleo porque, desde que me dijeron dónde estaría, supe que sería una buena razón para verte desde enfrente. —Confesó mientras jugaba tímidamente con el borde del traje rojo.— No conozco casi nada sobre ti y tampoco sabía cómo acercarme sin morirme de la vergüenza en el intento. Así que quise intentar hacerlo de esta forma. Muy mala idea.

Spreen estaba sin palabras, con sus labios entreabiertos. No es que se lo tomara a mal, sino que…

Nunca le habían dado una confesión tan tierna.

Porque a pesar de todo, Roier realmente parecía un buen chico. Estaba seguro de que lo era.

— ¿Aceptaste este trabajo solo para verme a mí?

El castaño suspiró y desvió la mirada sintiendo como su nariz comenzaba a tomar color.

— Sí, solo por ti. —No quería ver la expresión que le estaba dando. Y quería evitar el rechazo a toda costa pero sabía que era inminente luego de todo eso.— Yo solo quería darte un regalo que realmente te guste, por eso estuve muy atento a ti cada fin de semana. Tú en algún momento descubrirías que fui yo y entonces te invitaría a una cita. Pero sé lo que piensas ahora: que soy raro y patético. Y… está bien, tienes razón. No voy a culparte por no querer salir con alguien vestido así.

Bien. Lo había dicho todo. Ya no había nada que ocultar.

Y lo más seguro era que Spreen se le reiría en la cara o lo juzgaría con la peor de las miradas antes de abandonarlo allí.

Realmente no lo culpaba. No todos los días descubres que un tipo raro vestido de Santa lleva meses acosandote desde lejos e ideando un tonto plan que salió mal porque no tiene los huevos para acercarse a ti y decirte las cosas claras como el adulto que es.

Wow, dicho de esa manera sonaba demasiado mal.

Escuchó como la persona a su lado se ponía de pie y se preparó para un amable rechazo o simplemente para ver cómo se iba.

— Tenés razón.

Cuando Roier levantó su mirada, una mano se mantenía extendida hacia él. Al principió lo dudó pero finalmente decidió aceptar el agarre para poder levantarse del suelo.

Así quedaron uno frente al otro.

Roier quería evitar mirar el rostro ajeno pero a la vez necesitaba averiguar cuáles serían sus siguientes palabras y prepararse mentalmente para ello. Aunque no fue necesario.

— No podría salir con alguien vestido así. —Ouch, eso dolió más de lo que se esperaba. Pero en fin, las cosas eran así y no podía cambiarlas, a menos que:— ¿Tenés un cambio de ropa?

Roier posó su mirada sorprendida e ilusionada en él a una velocidad nunca antes vista. Topándose con una pequeña sonrisa llena de diversión de su parte.

Lo había escuchado perfectamente pero de todas formas quiso preguntar para confirmarlo.

— ¿Qué?

— Que si tenés un cambio de ropa. —Repitió el pelinegro. Éste se giró intentando reconocer en qué parte del centro se encontraban.— No estamos muy lejos del parque. Además así puedo invitarte a la cafetería en la que “trabajas”

Y volvió hacia él para agregar:

— Te la recomiendo, tienen muy buenos postres.

Roier aún estaba perplejo por la forma de actuar del más alto ante su confesión. Se estaba debatiendo mentalmente si eso realmente estaba pasando o no.

Y cuando cayó en cuenta que Spreen estaba esperando su respuesta, una enorme sonrisa adornó su propio rostro.

— Sí... Sí, me parece perfecto.

— Genial. —En todo ese rato, Spreen en ningún momento había soltado su mano, así que simplemente comenzó a caminar guiandolo de vuelta al parque.— Pero en serio te tenés que cambiar de ropa.

El de ojos avellana soltó una risa y apuró el paso para poder caminar a su lado.

— ¿Acaso mi vestimenta es muy Ho, ho, jovial para tí?

— Sin chistes navideños.

— Entendido.

Quizás a Spreen ya no le disgustaba tanto la navidad después de todo.
































Okay, lo único que tengo para decir es que: Sí, esto es bizarro. Y se me ocurrió porque en frente de mi trabajo pusieron a un Papá Noel un poco desnutrido que me cayó bastante bien, debo decir.

Y quiero agregar que hana_875 también sacó un escrito con temática de navidad llamado "24 días" que es una obra de arte y me devolvió el espíritu navideño que me faltaba para terminar de escribir esto.

Y sí, también perdón por tardar tanto. Estuve muy ocupada. Pero FELICES FIESTAS 🧚

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