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23 de Diciembre

¿Cuántas personas querrían ver películas un día antes de Navidad?

Era una cuestión interesante. Porque el Videoclub no estaba hasta el tope de gente, pero tampoco estaba precisamente vacío que digamos. A cada momento llegaba una persona nueva.

Y claro, todas querían alquilar algo con temática navideña.

Spreen en cualquier momento se iba a arrancar el cabello, si ese estúpido gorro no lo estuviera evitando. Porque sí, Rubius lo obligó a usar un gorro de navidad. Otra vez. Con la excusa de que tenía que verse amigable para los clientes, porque si los seguía espantando con su “brillante” personalidad, se lo iba a descontar de su paga.

Pero bueno, podía soportar un estúpido gorro en su jornada laboral.

Lo que claramente no podía soportar era que justo en frente del Videoclub, había un parque. Un parque que ahora estaba repleto de personas y se preguntarán “¿Por qué?”

Pues, no era tan difícil de explicar.

Al parecer, a alguien se le ocurrió la maravillosa idea de instalar un pequeño escenario navideño, con una silla y unos renos más tiesos que su bisabuela. Dónde se encontraban algunos tipos disfrazados de duendes, y ¿Cómo no? El gran e inigualable “Santa Claus”.

Ok, precisamente no le molestaba que hubieran tipos muriéndose de calor en pleno verano. Claro que no. Solo era algo ridículo.

Lo que le molestaba era la fila interminable de mocosos que querían sentarse en el regazo del hombre, pedirle un regalo de navidad y sacarse una foto. Algunos eran tranquilos y pacientes, pero otros… Oh dios. Otros eran insoportables.

No paraban de lloriquear y hacer berrinche porque la fila se movía a la velocidad de una tortuga. Y a pesar de estar separados por una calle, Spreen los escuchaba como si estuvieran justo al lado suyo.

Desde ahora en más, a su lista de cosas molestas de Navidad le agregaría: Niños Malcriados.

Ah, y eso no era lo único molesto del día.

Porque, okay, Spreen no “odiaba” la navidad. Solo tenía poca paciencia y algo de resentimiento.

Porque lamentablemente, desde que se había mudado más cerca de su Universidad, ya no podía pasar las fiestas junto a su familia. Y eso al principio no le había afectado para nada.

Pero luego de varios años ya se había vuelto algo… Triste.

Spreen amaba su soledad. Obvio.

Pero a veces, solo a veces, quizás… Necesitaba de alguien especial con quién compartir en esas fechas. Y eso lo ponía de mal humor.
Tampoco es que no tuviera amigos con quiénes pasar Navidad, justamente en esos momentos, dos de ellos fueron a visitarlo a su trabajo.

Pero comenzaba a arrepentirse de tenerlos allí.

— ¡Ya! Dime qué me compraste para Navidad. No puedo seguir esperando.

Se quejaba la joven haciendo un puchero con sus labios para poder convencer a su novio. Éste negó.

— No, Ari. Debemos respetar las reglas de Navidad. —Entonces la chica comenzó un berrinche.— Bebé, por favor. Solo tienes que aguantar hasta mañana.

— ¡Pero amor! —Volvió a quejarse Ari, cruzándose de brazos y pateando el suelo.— ¡Eres muy malo!

Juan rodó los ojos pero con una ligera sonrisa en sus labios, porque ñno podía evitar que esa situación le causara ternura. Se trataba de su pareja después de todo.

— Está bien. Te daré una pista. —Se rindió el chico de gafas, provocando que su novia diera pequeños saltos en su lugar.— Pero… a cambio de un besito.

Ari dejó escapar una risita, saliendo un poco de su personaje, y se acercó lista para dejar un beso en la mejilla de su pareja cuando un tercero comenzó a aclararse la garganta entre ambos.

A Spreen no le incomodaban las muestras de afecto de sus amigos, pero precisamente, en Estas fechas, no quería tener que aguantarlos.

— ¿Vinieron a verme o a coquetear como dos adolescentes?

Preguntó con una mueca de asco, mientras se movía fuera del mostrador para caminar hacia los pasillos con una pila de películas en sus manos.

Ari volvió a reírse, entendiendo perfectamente su situación. Mientras que Juan suspiró con molestia.

— Tranquilo, tampoco tienes que ponerte así, pendejo.

— ¿“Así”? Yo no me puse de ninguna manera. —Se defendió el argentino, acomodando cada película en el estante correspondiente.— Pero si quieren seguir de melosos lo pueden hacer afuera.

— ¿Qué es lo que te molesta tanto?

Spreen le dió una mala mirada para luego seguir acomodando las películas acompañado de murmullos no muy respetuosos.

Juan estaba a punto de explotar y comenzar una pelea con el contrario pero su pareja lo detuvo.

Sin que su amigo lo dijera, Ari sabía perfectamente cuál era la razón de su molestia.

— Spreen, ¿Pasarás Navidad con nosotros?

La joven decidió que lo mejor era cambiar de tema. Y funcionó cuando el nombrado relajó su actitud para poder responderle.

— Todavía no sé. Rob también me invitó a su casa.

La verdad era que sus amigos siempre lo invitaban a sus hogares y Spreen normalmente aceptaba pero, a veces se sentía algo fuera de lugar. Porque todos siempre estaban junto a sus familias.

Y él no podía estar con la suya porque era un viaje de muchas horas, además al otro día debería volver a su trabajo. La Navidad siempre era así.

Por lo menos en año nuevo ya podría viajar hasta allí y quedarse unos días sin problemas.

— Está bien. —Habló la chica sacándolo de sus pensamientos. La cual en algún momento se había acercado a él para poder tomarlo por los hombros.— Pero recuerda que nuestras puertas siempre están abiertas para ti. ¿Sí?

Ari le regaló una sonrisa amable y está fue devuelta por el contrario, quien estuvo a punto de responder cuando fue interrumpido por su amigo.

— Siempre y cuando no te comportes como un idiota.

— ¿Por qué no cerras el orto? Colombiano vende patria.

— Oblígame.

— Juan, te estás ganando una-

— Suficiente. —Exclamó la voz femenina, alejándose de su amigo para tomar la mano de su pareja y arrastrarlo a la salida.— ¡Nos vemos, Spreen! ¡Suerte con el trabajo!

Ari levantó su mano libre en un saludo que ni siquiera fue correspondido por la rapidez en la que la pareja salió del lugar.

Bien, al menos al fin tendría un poco de paz.

“¡Mamá, quiero ir con Santa Claus Ahora!”

O no.

El grito del pequeño niño había llegado hasta sus sensibles oídos llamando su atención. Y con un resoplido se acercó hasta la puerta para observar el revuelo que había en el parque por el querido hombre barbudo.

Un niño no dejaba de llorar, gritar y patalear porque quería acercarse al hombre de una vez por todas, pero tenía a casi cinco niños más en frente suyo.

Spreen no lo aguantaba más. En cualquier momento cruzaría la calle solo para amarrar al pobre niño a un árbol. Pero antes de que pudiera cometer una ilegalidad, algo sucedió.

Santa Claus se levantó de su silla y se acercó al pequeño infante arrodillándose en frente suyo. El niño parecía no querer escuchar hasta que, el hombre dijo algo que llamó completamente su atención. No sabía qué porque obviamente no podía oírlo desde el otro lado de la calle pero ese hecho fue suficiente para que el pequeño se callara, asintiera y se lanzara a los brazos del hombre barbudo en un gesto cariñoso.

Hm, interesante. El tipo parecía tener muy buena química con los niños. Bueno, después de todo se había ganado ese empleo ¿O no?

Y por alguna razón, Spreen observó por unos minutos más como el hombre entretenía a los niños cada vez que los recibía. A veces estos tenían cartas en sus manos, que Santa Claus no dudaba en leer. Y seguramente decía alguna que otra ocurrencia porque todos esos niños luego se iban felices y risueños a los brazos de sus padres.

Spreen no lo admitiría, pero eso era algo bonito. Ese hombre debía tener mucha paciencia. Más que él.

Y ahora tenía la pequeña curiosidad de saber quién estaba debajo de todo el disfraz.

Bueno, no era de mucha importancia, así que pronto volvió a ocuparse de su trabajo.

~ • ~

Faltaba una hora de salida.

Y para Spreen, cada minuto se sentía interminable. Además, ya casi nadie entraba al Videoclub. Todos estaban más preocupados en buscar regalos de último momento. Por suerte él ya se había ocupado de esa parte con anticipación.

Así que, una vez más, no esperaba a nadie en ese horario.

Y una vez más se equivocó cuando la campanilla resonó en todo el lugar.

— Bienvenido, ¿En qué puedo ayudarle?

Preguntó sin ver al frente, más ocupado en la partida de Solitario que estaba jugando que en el nuevo cliente.

— Hola.

No tardó mucho en reconocer la voz. Y cuando lo hizo, enfocó la mirada directamente del otro lado del mostrador. Encontrándose con el mismo cliente de siempre.

El chico castaño de sonrisa bonita.

— Oh, hola. Perdón. —Se disculpó, pausando su partida (porque obviamente no iba a perder) y poniendo toda su atención en el chico.— ¿Qué necesitas?

El joven sonrió risueño y puta madre, esa sonrisa definitivamente iba a ser su muerte.

— Las películas…

Apenas escuchó lo que dijo el castaño, quién levantaba entre sus manos el par de películas que se había llevado el día anterior.

— Ah, s-sí. —El empleado las aceptó y volvió a registrarlas en su computadora.— Perdón, estoy un poco distraído.

— No te preocupes. —Respondió el contrario para luego señalar hacia su cabeza. Spreen no entendió por qué lo hacía hasta que cayó en cuenta de algo.— Por cierto, lindo gorro.

Cómo de costumbre, el rostro del pelinegro se tiñó de rojo y rápidamente se quitó el gorro lanzándolo bajo el mostrador. Sí, luego sería regañado pero era mejor que volver a hacer el ridículo frente a su cliente favorito.

— Jaja, sí, eh. Mi jefe me obliga a usarlo. Piensa que me falta espíritu navideño.

Sabía que no le debía ninguna explicación al chico pero necesitaba limpiar su imagen.

El joven solo se rió y asintió.

— Lo entiendo perfectamente. —Respondió apoyándose en el mostrador.— Mi jefe también es así.

Spreen también asintió y luego analizó mejor sus palabras. Quizás podría usar esa información para sacar un poco más de charla.

— Mm… ¿Vos trabajas por acá? —Cuando el castaño pestañeó hacia él y tardó en responder, el empleado automáticamente se arrepintió.— Perdón, lo entiendo. No es de mi incumbencia.

— No, no. Digo-, ehh… —Balbuceó el más bajo, intentando no volver incómodo el ambiente.— Solo me tomaste por sorpresa. Y sí, yo trabajo por aquí. En realidad, mi trabajo está bastante cerca.

— ¿Ah, sí? —Preguntó Spreen con interés de más.— ¿Dónde?

— Oh, bueno, yo-

— No me digas que trabajas con el Papá Noel del parque porque eso sería muy gracioso.

Bromeó el argentino comenzando a reír.

El chico en frente suyo guardó silencio por unos segundos antes de contagiarse de su risa.

— No, no. Claro que no.

— Genial porque, dios, no puedo creer como algún idiota aceptó un trabajo como ese.

Agregó Spreen, señalando hacia el lugar donde los “Duendes” estaban acomodando los adornos antes de irse.

— Jaja, sí. Qué pendejo. ¿No?

— ¿Y dónde trabajas?

Volvió a preguntar el pelinegro, apoyándose también en el mostrador. Provocando que el castaño se alejara nervioso.

¿Lo ponía nervioso? Eso era algo nuevo.

— Pues, yo, eh… —Volvió a balbucear mientras acomodaba algunos cabellos rebeldes detrás de la bandana azul en su frente.— Trabajo en la cafetería detrás del parque.

Spreen frunció el ceño.

— ¿En serio? Nunca te había visto por ahí.

— ¿A-ah, no? —La voz del más bajo había sonado mucho más aguda de lo normal así que rápidamente se aclaró la voz.— Es que tengo horarios rotativos.

— ¿Horarios rotativos?

— Sí, ehh, bueno-

— ¡Feliz Navidad! —Repentinamente, un tipo vestido de duende entró al lugar con una bolsa de tela roja.— Disculpen la interrupción.

Spreen miró al chico de gafas, traje verde y orejas falsas con confusión.

Mientras que su acompañante lo observó con miedo.

De pronto, el duende levantó la bolsa colocándola sobre el mostrador con poca (nula) delicadeza, y de ella sacó un gran cuadrado envuelto en papel de regalo rojo.

El empleado seguía presenciando toda la situación más que confundido, sin prestar atención en su cliente.

— Esto es para usted.

Dijo el duende, entregando el regalo al pelinegro.

— ¿Para mí?

Preguntó perdido. Pero cuando el duende empujó el objeto hacia él no tuvo de otra que aceptarlo entre sus manos. Y sí, el paquete definitivamente era para él ya que tenía su nombre grabado en el papel.

Spreen tenía muchas preguntas.

— Esto no puede ser para mí…

— ¿Cómo que no? —El duende habló de mala manera. Quizás era un tipo de poca paciencia como él.— ¿Tú eres Spreen o no?

— Sí.

— Entonces, ¿Para quién más va a ser?

Spreen entrecerró sus ojos y abrió la boca listo para soltar algún insulto al estúpido duende que tenía delante suyo pero, mentalmente contó hasta diez y se contuvo. No iba a armar un escándalo en lo que le quedaba de jornada laboral, y menos frente al chico bonito.

— ¿Y esto a qué se debe?

Esa cuestión parecía hacerle gracia al hombre vestido de verde.

— Un admirador secreto le dejó esto a Santa.

Admirador secreto. Se repitieron las palabras en su mente mientras observaba el regalo entre sus manos. No tenía sentido tener un admirador en Navidad.

Tenía que tratarse de una broma. Aunque sentía que se estaba olvidando de algo…

Y mientras Spreen se cuestionaba eso, el duende volvió a hablar.

— Oye, Ro… —Las palabras del hombre quedaron en el aire al ver cómo su amigo le hacía señas para que se callara la boca desde atrás del empleado del Videoclub.— Ro… Ro… ¡-DOLFO, EL RENO! Acabo de recordar que perdimos a Rodolfo. Disculpen, tengo que irme. Disfruta de tu regalo, Sprite.

— Spreen.

— Sí, como sea.

Y el duende abandonó el lugar tal y como había llegado, dejándolos en un pesado silencio.

Spreen aún observaba el regalo sin poder creerlo. Y en parte, debía admitir que estaba algo ilusionado. Nunca antes había recibido un regalo de un admirador.

Y mucho menos en Navidad, lo cual lo seguía confundiendo.

Cuando alguien tosió a su lado, recordó que no estaba solo.

— Oh, wow. Un admirador, ¿Eh?

Comentó el chico castaño para terminar con ese silencio incómodo.

— Sí… Esto es muy raro. ¿Podés creer lo que acaba de pasar?

— Sí, super raro. —Contestó junto a una pequeña risa antes de mirar el reloj en su muñeca y fingir sorpresa.— Oh, es demasiado tarde. Ya tengo que irme.

— Ehh-

— ¡Nos vemos luego!

Exclamó el chico abandonando el lugar tal y como lo hizo el duende minutos atrás. Sin permitir que Spreen pudiera decir algo antes de que se fuera.

Muy bien.

Ese día había sido muy raro.

Y Spreen ya no tenía neuronas despiertas como para ponerse a analizar toda la situación y quien pudiera ser su “admirador secreto”. Pero sí para querer descubrir cuál era su regalo.

Así que sin importarle nada más comenzó a rasgar el papel de color rojo con decoraciones de arañitas para finalmente mostrar lo que se escondía debajo del mismo:

A Night At The Opera.

Un vinilo de uno de los mejores álbumes de Queen.

El cual tenía canciones memorables como: You’re my Best Friend, Love of my Life y…

Bohemian Rhapsody.




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