22 de Diciembre
Spreen odia la Navidad.
Bueno, no tan así. Solo algunas partes de la navidad.
Porque, por ejemplo: Disfruta mucho de las comidas, de reunirse con sus seres queridos (a veces), de las bebidas y los regalos.
Pero siendo un joven empleado de veintitrés años, también hay muchas cosas que no tolera.
Cómo los villancicos. Ugh, como odia los villancicos.
¿Qué hay de divertido que ponerse a cantar a cualquier hora del día canciones con temática navideña y religiosa?
Tampoco aguanta a las personas que se disfrazan de renos, duendes, o el mismo Santa Claus. Okay, es entendible que se quieran disfrazar en Navidad, ¿Pero en pleno Verano? Esas personas se mueren de calor. Además de que la ropa es ridícula.
Por favor, estamos en Latinoamérica, no en Yankilandia.
Y esos horrorosos gorros rojos con pompones blancos son odiosos.
Pero lo que más detestaba de todo eso, eran las películas con temática navideña.
Sí, muchos las disfrutan. Es lindo ver algo como “Mi Pobre Angelito” en vísperas de navidad. Con la familia o acurrucado en pareja. Incluso hay películas que no son Taaan malas.
Pero, si eres el empleado de un Videoclub, días antes de Navidad. Esto se vuelve tedioso.
Y Spreen ya no podía soportarlo.
Porque la próxima persona que le preguntara sobre la película del “Grinch” no viviría para contarlo.
— Ho, ho, jo-der. Quita esa cara. —Su Jefe apareció en la puerta principal con sus manos ocupadas en varias bolsas y en su cabeza ese distintivo gorro rojo con pompón blanco.— Parece como si estuvieras en un velorio. ¿Dónde está tu espíritu navideño?
— Enterrado. Con la persona del velorio.
Respondió sin ánimos.
Generalmente, los empleados suelen tener una actitud más respetuosa con su Jefe. Pero Spreen llevaba años trabajando para Rubius así que tenían más que confianza.
— Pues hazle RCP porque con esa cara espantas a todos los clientes.
Regañó caminando hacia su despacho. Pero antes de hacerlo, se giró como si hubiese olvidado algo. Entonces, metió la mano en una de sus tantas bolsas y de ella extrajo un objeto.
De tela roja.
Con un maldito pompón blanco.
Y sin temerle a lo que pudiera pasarle (por la mirada asesina que le estaba dando el más joven), se acercó hasta él y le colocó el gorro con una sonrisa burlona.
— Y recuerda, quiero una gran sonrisa para todos los clientes.
Agregó señalando sus propios dientes blanquecinos. Así que, de mala manera, Spreen mostró sus pequeños colmillos en una sonrisa forzada hacia él.
Rubius hizo una mueca.
— Ehh… Sí, mejor no. Déjalo así.
Y abandonó el lugar tarareando “Jiggle Bell Rock”.
Spreen suspiró aliviado cuando la cabellera rubia desapareció detrás de la puerta del último pasillo. Y sin esperar un segundo más, tomó el ridículo gorro y lo lanzó al basurero más cercano.
De ninguna manera iba a usar esa porquería.
~ • ~
Unas horas después, Spreen parecía de mejor humor.
Pues no solo era porque faltaba casi media hora para cerrar, sino porque decidió deshacerse de esa nube negra que lo seguía por todas partes a base de dejar sonar a su banda favorita en su par de auriculares.
Algo negligente de su parte, pero las cámaras ya no funcionaban y nadie iba a ser tan estúpido de robarse una película.
Así que, allí estaba Spreen. Detrás de su computadora cantando “Bohemian Rhapsody” en un tono que dejaría sordo al mismísimo Freddie Mercury.
— So you think you can stone me and spit in my eye? —Cantó sin percatarse de que tan alta sonaba su voz. Poco le importaba.— So you think you can love me and leave me to die?
El pelinegro tomó dos bolígrafos y los convirtió en baquetas para su diversión. El mostrador se volvió una batería y el vaso vacío de la cafetería de repente era un platillo.
— ¡Ohhhh, baby! —El sonido en los auriculares era tan fuerte que nunca hubiera escuchado la pequeña campanilla de la puerta, indicando la entrada de una persona.— ¡Can't do this to me, baby!
Dió unos cuantos golpes en la mesa antes de voltear en la silla giratoria y encontrarse con una persona delante suyo. Quien mantenía una sonrisa divertida al presenciar tal concierto.
Y al darse cuenta de eso, el rostro de Spreen paso de paz a una mueca de sorpresa y mortificación. Porque un completo desconocido lo había escuchado cantar desafinadamente y tocar una batería imaginaria como si se tratara de un esquizofrénico.
Por si fuera poco, en su intento de quitarse los auriculares para poder atender al chico como una persona normal y no un loco con complejo de estrella de Rock. Una de las ruedas de la silla se enredó en un cable del ordenador, provocando que el movimiento se detuviera de golpe y el pobre empleado cayera de espaldas al suelo.
— Puta madre…
Murmuró por el dolor en su columna y por la vergüenza que sentía. Si antes ya estaba haciendo el ridículo, ahora no quería saber qué imagen le había dado al cliente.
Y eso no podía empeorar ¿Verdad?
— ¿Estás bien?
Una cabellera castaña acompañada de un par de pupilas color avellana con miel se asomaron desde el otro lado del mostrador. Fue ahí cuando Spreen reconoció a la persona.
Se trataba de un cliente recurrente, que solía venir los fines de semana a buscar una o dos películas. El empleado lo conocía muy bien porque más de una vez se le había quedado mirando embobado.
Para su mala suerte el tipo era muy atractivo.
Y eso empeoraba toda la situación.
No conocía su nombre, ni edad, ni prácticamente nada de él más que solía llevarse películas de comedia romántica. Algo que Spreen adjudicaba como que el tipo tenía muchas citas los fines de semana. Por favor, no lo culpaba. Viéndose así, cualquiera aceptaría ver una tonta película romántica en su casa.
Algo que Spreen nunca podría disfrutar luego de haber hecho el ridículo en frente suyo.
— Sí, sí, disculpa. —Como pudo se puso de pie y dejó los auriculares a un costado. Aún sentía sus mejillas calientes por la situación bochornosa así que carraspeó sin poder mirar hacia los ojos ajenos.— ¿Necesitás ayuda en algo?
Claramente escuchó como el contrario ahogaba una sutil risa y quiso hacer un agujero en el suelo para enterrarse allí. Ahora él quería ser el muerto del velorio.
— Lo siento. No quería interrumpir tu momento.
Contestó el joven con una sonrisa que derretiría a cualquiera.
Spreen no era la excepción.
Y dejó un par de películas sobre la mesa. El argentino las observó por unos segundos.
¡Debía cobrarle! ¡Sí, eso! Casi lo olvidaba.
Tomó ambas películas y se acercó a la computadora para poder registrarlas. Obviamente, comedias románticas. ¡Qué sorpresa!
Cuando terminó de anotar el nombre de la segunda, cayó en cuenta de cuál se trataba.
— “Como si fuera la primera vez” —Leyó en voz alta, finalmente olvidando su vergonzosa situación.— Buena elección.
Al joven cliente le sorprendió escucharlo pero lo disimuló bastante bien.
— ¿La has visto?
— ¿Que si la he visto? Por favor, es un clásico.
El pelinegro no lo vió, pero el chico volvió a sonreír con su respuesta y se atrevió a seguir con la conversación antes de que esta decayera.
— Oye, lo que estabas escuchando… —Y de repente obtuvo toda la atención del encargado del Videoclub. Realmente parecía gustarle esa música.— Era “Queen” ¿Verdad?
Spreen soltó una risa nerviosa y volvió su vista a las películas para entregárselas de nuevo al castaño.
— Eh, sí… —Respondió apenado. ¿Cuando se acabaría esa tortura?— Perdón por eso. No pensé que llegaría alguien a esta hora.
— No, no. No te preocupes. —El chico levantó sus manos hacia él y luego aceptó las películas generando un ligero roce con los dedos ajenos.— En realidad, creo que Bohemian Rhapsody es una gran canción.
La mirada color amatista se elevó al escuchar aquellas palabras, aceptando el contacto visual con las perlas avellana. Entonces una pequeña sonrisa se le escapó.
“Buen gusto, eso es otro punto a favor” pensó.
Además, nunca había tenido un diálogo tan largo con el chico de las comedias románticas. Siempre lo miraba disimuladamente desde el mostrador mientras éste se paseaba por los pasillos observando las estanterías, y luego solo lo atendía. Debía aprovechar el momento.
— Espero que vos y esa persona especial disfruten de su noche de películas.
Soltó luego de haber entregado las mismas. Un comentario amable, sutil pero con una intención oculta.
— Ahh, eh, sí. Eso espero.
Respondió el contrario, dudoso de sus propias palabras. Pero fue suficiente para derribar las ilusiones del argentino que quiso golpearse ahí mismo.
Es que estaba claro. Un chico así de atractivo no podía estar soltero.
Así que se limitó a cobrarle por el alquiler de las películas, intentando ocultar su decepción, y cuando el chico estuvo a punto de abandonar el lugar. Se giró nuevamente hacia el mostrador.
— Perdona, ¿Puedo preguntarte algo?
Spreen volvió su mirada discretamente ilusionada a él.
— ¿Sí?
El castaño pareció pensarlo por un momento antes de soltar:
— ¿Tienes la película de “El Grinch”?
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