Alguien le vio una noche, saliendo de su pequeña casita al final de la calle. Desde entonces, nada.

Nadie más vio una simple sombra suya, nadie escuchó sonidos provenientes de la casita y era evidente que nadie recogía el correo, que no hacía sino acumularse en el suelo, sobre el felpudo, pues el buzón estaba completamente lleno. Era evidente que allí no había nadie, pero la gran incógnita era a dónde habría ido sin decir nada. Sus vecinos no habían hablado con él desde el día anterior a su desaparición de aquella diminuta urbanización de clase media con casas prefabricadas, una pequeña escuela con escasos alumnos y una panadería que hacía las veces de restaurante durante los mediodías. No había mucho más además de aquello. Cuatro vecinos chismosos, como en cualquier otro lugar residencial, que se enteraban absolutamente de todo pero, en esta ocasión, no habían sido capaces de descubrir nada.

El misterio, por lo tanto, seguía ahí. Si él no se había despedido, si no había llegado a aquellos integrantes de radio patio la razón de su partida, significaba que algo había sucedido. O esa, al menos, era su teoría. Necesitaban algo con lo que alimentar sus cuchicheos, así que elucubraban al respecto haciendo mil y una teorías sobre aquella inquietante desaparición. 

Quizá, pensaban, se había metido en problemas con los mafiosos de la ciudad y había tenido que abandonar el área para mantenerse con vida. Aquellas personas eran de todo excepto amigables, así que aquella opción les parecía viable.

Podría ser, por otro lado, que hubiese conseguido empleo en otro lugar y se hubiese mudado, pero eso no justificaba que, desde aquella noche en que salió a tirar la basura y dar un paseo, de aquellos que solía dar de tanto en tanto rodeado de oscuridad, no hubiese sabido nadie nada de él. Mínimo hubiese dicho adiós, eso sería lo correcto. 

Al igual, en medio de aquel paseo, un animal salvaje lo habría atacado y había terminado por devorarlo en pleno bosquecillo. Eso sonaba descabellado, sobre todo teniendo en cuenta que lo más peligroso que había en aquella zona era unas pocas zarigüeyas que no se acercaban a la zona más que a volcarles los cubos de basura y espantar a los pobres gatos domésticos. Por eso, aquello de que se lo hubiesen comido no acababa de encajarles, pero la teoría estaba ahí.

Otra opción era que se hubiese despeñado por una ladera y estuviese tirado por ahí, ya muerto tras tanto tiempo pues hacía, tranquilamente, mes y medio que nadie sabía de él. Mes y medio desde aquella noche, y nadie se había tomado el esfuerzo de realizar una búsqueda. Obviamente, su desaparición no había sido denunciada pues era un hombre adulto y ninguno de ellos tenía razones ni cercanía suficiente como para interponer una denuncia al respecto.

Y así, un sinfín de posibilidades eran mencionadas cada vez que salía el tema. Ya no le llamaban por su nombre, ahora era "el desaparecido". Su casita era la casita del desaparecido. Su coche, todavía aparcado al frente del minúsculo jardincito, era el coche del desaparecido. El cubo de basura, vacío desde el día siguiente de aquella extraña desaparición, era el cubo de basura del desaparecido. La cuestión era que la pequeña edificación y el coche seguían allí —también el cubo, pero eso no le interesaba a nadie—, como esperando que regresase. 

¿Dónde estaría el desaparecido? ¿Qué habría sido de él? 

Nadie lo sabía, nadie tenía información, pero todos tenían una inmensa curiosidad.

Yo, que te cuento esto, tampoco sé nada al respecto y también soy víctima de la curiosidad. ¿Y tú? Si tienes alguna teoría sobre el desaparecido, no dudes decirme, para poder compartirla con sus chismosos vecinos cuando se reúnan y miren hacia la casita, el coche y el irrelevante cubo.