Sombras de mi tierra

Copi aprendió sobre España en los libros.

Sobre una época donde las palabras podían significar la muerte, donde la gente susurraba en lugar de hablar, donde mirar a alguien de la forma equivocada podía hacerte desaparecer.

Franco.

Un nombre que pesaba como una losa sobre la historia. Un hombre que gobernó con miedo, con censura, con fusiles apuntando a quienes pensaban diferente.

Y Copi se pregunta, si hubiera nacido en esa época, ¿qué habría sido de él?

No hace falta pensarlo mucho.

Su familia no existiría.

Sus padres no existirían. O al menos, no juntos.

Dos hombres que se aman, que caminan por la calle tomados de la mano, que lo adoptaron con amor, que le enseñaron que la familia no es la sangre, sino quienes eligen quedarse a tu lado.

Esa familia sería destruida en una España que no los quería.

Y él…

Él, un niño con el cabello de fuego, que toca el arpa, que cree en la magia, que sigue un camino diferente al de las iglesias de piedra y los rezos que llenan el aire de incienso…

No habría tenido lugar en ese mundo.

Pero entonces, recuerda algo.

Su sangre no es española.

Su apellido, su piel, sus raíces no están aquí.

Vienen de lejos.

De Irlanda.

Y allí, la historia tampoco es más amable.

Católicos contra protestantes. La misma fe, la misma cruz, pero una guerra interminable.

Copi no lo entiende.

¿Cómo pueden pelear entre ellos? ¿Cómo pueden alzar la voz en nombre de Dios y al mismo tiempo empuñar un arma contra su propio hermano?

Los cristianos siempre han peleado entre sí.

No importa la época, no importa la tierra.

Siempre hay alguien que toma una cruz y la convierte en espada.