Solo quiero un lugar al que llamar hogar
Solo quiero un lugar al que llamar hogar
Amina
El suelo tiembla. No por un terremoto, sino por la explosión que acaba de sacudir las calles. Otra bomba. Otro edificio que ya no existe.
Amina se cubre los oídos con ambas manos, pero el estruendo es demasiado fuerte. La tierra bajo sus pies se siente frágil, como si en cualquier momento pudiera abrirse y tragarla.
—¡Corre, Amina! —grita su madre, jalándola del brazo.
Las dos corren entre los escombros de lo que alguna vez fue su barrio. Pisotean trozos de piedra, pedazos de juguetes que ya no tendrán dueño, fragmentos de vidas rotas. El aire huele a humo, a pólvora, a algo más que Amina no quiere nombrar porque la asusta demasiado.
Cuando llegan a un refugio improvisado, su madre la abraza con fuerza. Es un abrazo desesperado, como si con solo sostenerla pudiera mantenerla con vida. Amina quiere llorar, pero sabe que su madre ya ha derramado demasiadas lágrimas por las dos.
—¿Y Ahmed? —pregunta Amina con un hilo de voz.
Su madre no responde de inmediato. Respira hondo antes de hablar.
—Se fue, hija. Se fue a pelear.
Amina siente que algo se rompe dentro de ella.
Ahmed, su hermano mayor, el que solía cargarla en sus hombros y contarle historias antes de dormir, ahora sostiene un rifle en las manos.
—No… —susurra.
—Dijo que es su deber. Que Dios lo quiere así.
Amina cierra los ojos con fuerza. Recuerda cómo Ahmed hablaba de aquel programa de televisión que veía de niño, Los pioneros del mañana. Ahí le decían que los verdaderos creyentes deben sacrificarse por su país. Que ser un mártir es el destino más noble.
—¿Crees que volverá? —pregunta Amina, con la voz quebrada.
Su madre no responde.
Amina no necesita una respuesta. Ya la conoce.
Mira el cielo. A veces le han dicho que Dios está ahí arriba, que los cuida. Pero todo lo que ve son aviones y drones. Todo lo que oye son explosiones.
—Dios… —susurra—. Solo quiero un hogar. Un hogar donde no maten a nadie.
Sus palabras se pierden en el ruido de otra explosión.
Yael
Yael ve el noticiero con el corazón en un puño.
En la pantalla, la periodista habla de los rehenes. Muestran imágenes borrosas, distorsionadas. Dicen que aún no saben el paradero de muchos. Que algunos fueron llevados a túneles. Que otros… Ya ni siquiera están vivos.
El estómago de Yael se revuelve.
La abuela.
Su abuela estaba en casa cuando todo ocurrió. La última vez que hablaron, le había prometido que la visitaría el fin de semana.
Pero el fin de semana nunca llegó para ella.
Nadie sabe dónde está. No hay llamadas, no hay mensajes. Solo una incertidumbre pesada como el plomo.
—Tal vez la liberen… —dice papá, pero su voz no suena convencida.
Yael aprieta los puños. Se obliga a respirar hondo.
Pero entonces, el noticiero cambia de imagen. Y ahora aparece otra escena.
Un concierto. Un mar de gente cantando. Luego, el caos. Gritos. Disparos. Personas corriendo desesperadas.
Entre la multitud, Yael cree ver a su hermana.
Es un video antiguo, de hace días, pero el terror en su rostro sigue congelado en la pantalla.
Yael recuerda la última conversación que tuvo con ella.
—¡Voy al concierto! ¡Va a ser increíble!
—Ten cuidado —le dijo Yael.
—No te preocupes, pequeñe . Nos vemos luego.
Luego nunca llegó.
La noticia dice que muchos murieron allí. Que algunos fueron secuestrados. Yael sabe en cuál de esas categorías está su hermana.
Pero lo que más duele es escuchar a la gente decir que Israel no debería existir. Que todo es su culpa. Que son los malos de la historia.
Yael solo quiere gritar.
¿Acaso su hermana merecía morir? ¿Merece su abuela desaparecer?
Mira el cielo, aunque sabe que no hallará respuestas allí.
—Dios… —murmura—. Solo quiero un hogar. Un hogar donde no duden si mi vida vale menos.
Dos voces. Dos almas. La misma herida.
Amina: Mi casa ya no existe.
Yael: Mi familia se ha ido.
Amina: Mi hermano nunca regresará.
Yael: Mi hermana se quedó en el pasado.
Amina: Dios, ¿me escuchas?
Yael: Dios, ¿me ves?
Amina: Dame un hogar donde no haya guerra.
Yael: Dame un hogar donde la gente no odie.
Amina y Yael: Dame un hogar… Dame un hogar…
Uno donde vivir no sea un pecado.
(El sonido de las bombas aún retumba en el aire, pero en algún lugar, en algún rincón del mundo, aún queda una chispa de esperanza.)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro