Mi nombre es María
Mi nombre es María
María.
Ese es mi nombre.
El que elegí, el que me pertenece, el que me hace sentir real.
Pero no siempre fue así.
Nací con un nombre que no era mío, un nombre que no encajaba conmigo, un nombre que me pesaba como una cruz sobre los hombros. Desde niña supe quién era, pero el mundo insistía en decirme que estaba equivocada.
En México, ser una niña trans es como caminar sobre brasas. Cada paso duele, cada mirada quema.
Desde que tengo memoria, la gente ha intentado corregirme, moldearme, encajarme en una caja donde no quepo. “Eso es una fase”, decían. “Cuando crezcas, se te pasará”. Pero no se pasó. Crecí, y seguí siendo yo.
Pero ser yo en este país no es fácil.
México no es un lugar amable para las niñas como yo. Es un país de colores, de cultura, de fe… pero también de prejuicio, de violencia, de miedo. Aquí, si eres diferente, te enseñan a esconderlo, a callarlo. Y si no lo haces, te lo arrancan de las manos, a la fuerza.
A veces, en la calle, escucho los murmullos. A veces, son susurros, como si la gente tuviera miedo de decirlo en voz alta. Otras veces, son risas, burlas que me atraviesan como espinas. Y otras… otras son gritos. Palabras que escupen como si fueran balas.
Pero lo peor no es la calle.
Lo peor es la iglesia.
Dicen que la casa de Dios es para todos, que Él ama a todos por igual. Pero cuando entro, cuando mi mamá me toma de la mano y nos sentamos en las bancas de madera, siento las miradas.
No nos ven como hermanas en la fe. Nos ven como algo fuera de lugar, como si nuestra presencia ensuciara el altar.
Mis dos mamás, una familia que construimos con amor, con fe, con esperanza… y aún así, nos miran como si estuviéramos en el sitio equivocado. Como si el amor que compartimos no fuera digno de ser bendecido.
A veces, me pregunto si Dios me escucha.
Si de verdad hay un lugar para mí en su plan.
Pero luego miro arriba, y veo tu imagen, Virgencita.
La Morenita.
La que abraza a los que el mundo rechaza, la que entiende el dolor de no ser bienvenida en tu propia tierra.
Y me pregunto… ¿me ves? ¿Me aceptas?
Quiero creer que sí.
Quiero creer que cuando digo mi nombre, cuando rezo en silencio, cuando camino con orgullo a pesar de todo, Tú estás ahí.
Porque Dios no se equivoca.
Y yo soy María.
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