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Miedo


Leo sintió un fuerte golpe en la espalda, y cayó al suelo. Amortiguó la caída con sus manos. El sudor le resbalaba por la frente, y un poco de tierra entró por su boca.

-Arriba depravado -ordenó Bruno.

Se levantó, escupió los restos de arena, limpió sus manos en el pantalón vaquero, y miró a su agresor. Este le sacaba una cabeza, sus antebrazos estaban cubiertos de tatuajes tribales, y tenía el cuello como un bulldog inglés.

-Así que eres tú -dijo Bruno; apretaba tan fuerte la mandíbula que podían oírse sus dientes rechinar.

-¿Yo?

Antes de soltar otra palabra, Bruno descargó su puño derecho en la cara de Leo. Soltó un grito, dio dos pasos hacia atrás, y se llevó la mano a la mejilla. Tenía la frente cubierta de sudor. En el cielo el sol resplandecía.

-Tú eres el compañero de clase que le tocó las tetas a mi hermana pequeña -dijo Bruno mientras cerraba con fuerza sus manos, y sus ojos ardían con rabia.

Leo miró alrededor del camino de tierra, no vio a nadie. A estas horas de la tarde sería difícil ver a alguien caminando o corriendo.

-No sé de que me...

Bruno le propinó un puñetazo al hígado. Leo soltó el aire de los pulmones, apoyó las rodillas al suelo mientras un hilo de saliva escapaba por su boca. La alargada sombra de Bruno eclipsaba el cuerpo más pequeño de Leo.

-Levántate maricón -gritó Bruno-. Sé que fúiste tú. Me enseñó una foto tuya. Solo quiero que admitas lo que hiciste, y me jures que no volverás a poner una mano encima a mi hermana.

Leo inhaló profundamente, y se irguió. Estaba a menos de un metro de su agresor. Su corazón iba a mil por hora. Necesitaba pronto encontrar una salida, si no...estaba perdido.

-Estás equivocado, te equivocas de persona -murmuró Leo temblándole la voz-. Nunca haría algo así.

-Comienzo a aburrirme de tantas mentiras -buscó en el interior del bolsillo de su pantalón, y sacó un cúter amarillo -. ¿Ves esto? Voy a rajarte de arriba a abajo. Como a un puto cerdo -dijo Bruno mientras deslizaba su pulgar derecho por el mango del cúter y abría la cuchilla.

La cuchilla de unos ocho centímetros de longitud, y dos de ancho emitía destellos en la cara de una asustado Leo. Bruno dio un paso adelante. Con su mano derecha agarrando el cúter. Se encontraban a escasos centímetros.

-Por favor, no he sido yo, tienes que creerme -suplicó Leo. Su boca percibía el amargo sabor de sus lágrimas.

Bruno presionó la cuchilla sobre el abdomen de Leo. Un pequeño círculo de sangre del tamaño de una moneda de dos euros emergió por su camiseta blanca. El sudor comenzó a meterse en sus ojos, y su garganta parecía un bloque de hormigón sin restos de saliva.

-Es tu última oportunidad para decirme la verdad -presionó más adentro la cuchilla rasgando la camiseta-. No quiero convertirme en un improvisado cirujano.

Bruno estalló en carcajadas.

Leo estaba petrificado. Unas gotas de sangre salpicaban el camino de tierra. Sintió como un líquido caliente mojaba sus calzoncillos, y resbalaba por su pierna izquierda. Ambos escucharon un ruido de pisadas. Las pisadas sonaban con estruendo en la tierra. Leo vio a unos metros aproximarse a dos policías montados a caballo. Bruno guardó rápidamente el cúter, giró la cabeza, y también atisbó a los dos policías acercándose. Salió corriendo adentrándose en una explanada de césped con arbustos.

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