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Al Acecho


Carla se dirigía a la biblioteca atravesando el césped del campus. Miraba a todos lados. Sentía como si no entrase suficiente aire en sus pulmones, le costaba respirar. Enfrente estaba la universidad, una gran mole de granito, y dos edificios más pequeños a su lado. Caminaba rápido; con la mano derecha agarraba con fuerza el móvil. No esperaba ninguna llamada y tampoco es que revisara constantemente las redes sociales, pero el tacto frío en la palma de su mano era agradable y tenerlo cerca le otorgaba cierta seguridad.

Hacía dos días que acudió con sus padres a comisaría y había interpuesto una denuncia a un joven. Un chico se obsesionó con ella. Todavía recordaba con amargura y rabia el momento en que uno de sus compañeros de clase le presentó a ese sujeto en una fiesta. Al principio le resultó un chico agradable y educado. Sin embargo, con los días esa cordialidad se convertiría en una pesadilla. Los encuentros fortuitos fueron cada vez más frecuentes. Encontraba a su acosador apareciendo de la nada. En el cine, en una discoteca, en el parque, incluso llegó a encontrarlo en el pasillo de una pequeña librería. También la abordaba a mensajes por wasap e Instagram (llegando a recibir más de cincuenta comentarios al día) sin responderle ninguno, y multitud de llamadas cuando estaba en clase y a altas horas de la madrugada. Carla habló con su compañero de clase y le comentó que su amigo no paraba de acosarla. Siguió igual, o incluso peor. El acosador comenzó a esperarla a la salida de la universidad. Un día se cansó y habló con él.

-Mateo, no quiero que me vengas a buscar -dijo Carla mirando directamente a sus ojos.

Mateo bajó la cabeza.

-Solo quiero verte -respondió mientras clavaba su mirada en los pechos de Carla-. Este vestido te sienta muy bien.

Carla respiró profundamente y se acercó a él. Estaban a menos de un metro. Carla oía la fuerte respiración de Mateo.

-Esta es la última vez que te aviso. No quiero volver a verte, no me gustas y tampoco quiero ser tu amiga. -Cogió de nuevo aire-. Olvídame.

Carla pasó delante suyo y caminó hacia un grupo de compañeras. Mateo se quedó paralizado.

Al final, el ultimátum de Carla no tuvo el efecto deseado por ella, y al día siguiente que hablara y le dejara las cosas claras, él siguió mandando mensajes, llamando y siguiéndola a algunos de los sitios que ella frecuentaba, como la cafetería donde acudía a diario, la biblioteca, e incluso merodeando cerca de su casa.

Entró por la puerta de la universidad. Varios grupos de alumnos se concentraban en el vestíbulo. De repente, sintió una mano en su hombro izquierdo. Notó una fuerte sacudida en el corazón, tragó saliva y se dio la vuelta con lentitud.

-¿Qué tal el examen? -preguntó una chica que llevaba una carpeta amarilla y una camiseta con flores.

Carla se sujetó al brazo de su amiga Aitana. Las paredes del vestíbulo giraban y el suelo se movía como la atracción del barco pirata.

-¿Estás bien, Carla? -Aitana miró a la cara de su amiga. Su rostro estaba palido, parecía como si hubiese visto un fantasma-. Salgamos afuera, necesitas un poco de aire.

Carla negó con la cabeza.

-Estoy bien, solo necesito apoyarme unos segundos. Ha sido una bajada de azúcar -murmuró Carla-. El examen bien, aunque tendré que esperar a ver las notas.

-¡Qué suerte! A mí me ha salido fatal, no tendré que esperar a saber mi nota -dijo Aitana con una leve sonrisa-. Tengo que irme. Cuídate.

Carla enfiló un largo pasillo. Abrió una puerta a su izquierda, pasó y cerró la puerta. La sala estaba en silencio. Justo cuando pasaba delante de la recepción, la bibliotecaria, una mujer de unos sesenta años, con el pelo blanco y unas gafas que colgaban en una amarillenta cuerda en el cuello, hizo gestos con su mano para que se acercara.

-Carla, tienes una carta para ti. -La bibliotecaria alargó el brazo y puso un sobre blanco en su mano-.

Carla miró ambos lados de la carta. No venía remitente ni destinatario. Quien quiera que hubiese escrito la carta la había llevado allí expresamente. Acarició el sobre con el pulgar y el índice notando algo en su interior. Se dirigió a la mesa más alejada del pasillo. No había nadie. Se sentó, cogió la carta con ambas manos y la abrió. Dentro estaba una hoja doblada. Desdobló el folio. Había escritas tres líneas con un bolígrafo negro.

Se que estamos hechos el uno para el otro. Tal vez ahora no te des cuenta, pero te aseguro que será así en un futuro.

Juntos para siempre

Carla gritó y el papel se deslizó entre las manos.

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