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Promesa en la lluvia

Al llegar a casa por fin pudo desatar la corbata, sacudirse el cabello y soltar la mochila. Estaba cansado. Tan cansado como un estudiante de colegio podía estar. Cansado de los maestros, de sus ignorantes compañeros de clase, de la tarea de matemáticas, de la mochila casi vacía que se hacía más pesada con cada día que se acercaba la graduación. Nunca le gustó el estudio, y nunca tuvo más responsabilidad que la de estudiar.

Arrojó los zapatos, el saco, la camisa. Se acostó en la cama. Cerró los ojos. Se sentía como si pudiera dormir toda la tarde. ¿Quién lo iba a detener? De seguro no sus padres, estaban muy lejos para ello. Siempre lo estaban. Cerró los ojos. Soñó

El mismo sueño de siempre. La oscuridad. El viejo parque. La chica empapada bajo la espesa lluvia, él con lágrimas en los ojos, "lo siento" gritaba, "de verdad lo siento", pero su voz no lograba alcanzarla, la lluvia era bulliciosa. Y él la abrazaba, y ella no respondía el abrazo, no respondía las palabras, y él le pedía perdón, no podía hacer más que eso. Y la lluvia los consumía a ambos. Y el golpeteo de millones de gotas se hacía más y más fuerte, y él despertaba. El techo sobre su cabeza, su torso aún descubierto, frío, pero seco, igual que su ropa. Lágrimas en sus ojos, al menos eso siempre era igual a su sueño.

Todavía limpiándose el rostro, se levantó, tembló un poco por el frío y miró por la ventana. Lluvia. Las primeras gotas de una lluvia que prometía ser extensa y pesada. Y no podía pensar sino en aquella chica. Ella debía estar allá afuera, debía estar esperándo por él en el viejo parque.

Apretó los puños, maldijo su suerte. Se puso una camiseta, una chompa. Corrió a la calle. Sin más. No necesitaba un paraguas, en el sueño no llevaba ninguno. Y corrió. Y la brisa se transformó en lluvia. Y el agua cubrió su cuerpo en segundos. Y él corrió. Porque ella lo estaba esperando. Porque era necesario verla. Porque nunca habría tormenta más perfecta para su encuentro. Y no había una corbata, un saco, una mochila, ni ninguna tarea de matemáticas que lo amarrara, ni ningún padre que lo detuviera. Él podía hacer lo que quería, siempre pudo.

Y llegó al viejo parque, y la lluvia lo abrazó y lo empapó. Pero ella no estaba ahí, y ningún "lo siento" salió de su boca. Y la lluvia no dejaba ver sus lágrimas.

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