Confesión
Ese día me enojé con mi compañero de curso.
No estaba siendo la mejor de mis semanas y esa mañana en particular había sido en especial dura. Se acumularon demasiadas cosas, demasiados eventos desafortunados, la alarma, el desayuno, el transporte, las personas... Todo conspirando contra mí con el objetivo de hacerme enojar. No podía soportarlo más, había hecho mi máximo esfuerzo para contenerme, pero era en vano, estaba a una gota de desbordar, y esa gota fue él. Ni bien entre al aula, mi no tan querido compañero empezó con sus preguntas desesperantes, nada que no hubiera pasado antes, pero como ya dije, no estaba de humor. Todo lo que se acumulaba dentro de mí explotó en el momento en que me pidió un resumen de la clase previa, clase a la que sí asistió y que, para colmo, no era complicada o compleja.
Llegué a mi límite y alcé la voz... le grité... Segundos eternos en los que liberé todas mis opiniones y críticas hacia él, la mayoría pensamientos míos es verdad, pero nada que hubiera dicho estando calmada, y algunas exageraciones que buscaban únicamente el lastimarlo.
Lo que hice estuvo mal. La mirada que puso en ese momento todavía me persigue. El chico nunca volvió a hablarme. Mis otros compañeros se pusieron de mi lado, parece ser que todos estaban cansados de él. Aún así, se siente mal, ahora soy la villana de su historia, la persona que cambió la dinámica de su día a día, la que hizo sus días más miserables... Y no me arrepiento, el tipo era un idiota.
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