Cambio de aires
Querubín se sentó frente al escritorio, la pluma lista, la determinación ardiendo en su interior, lo tenía claro, su nueva historia los pondría a llorar.
Se frotaba las manos, una sonrisa enorme dibujada en su rostro mientras su mente imaginaba a todos aquellos que lo ridiculizaron al fin tragándose sus palabras. Esos tipejos lo llamaron payaso, le hicieron de menos por escribir comedias, por considerarlo incapaz de incursionar en otros géneros más cultos. Les probaría a esos tipejos que se equivocaban.
Una vez enfocado las ideas llegaron una a una a su mente, y una a una las golpeó con fuerza sobre el papel, seis horas sin parar, escribiendo como nunca antes, con el pecho inflado y todavía con la sonrisa en los labios, todavía la idea de venganza. Llegando al climax la trama se complicaba, los personajes entraban en desdicha y un fondo trágico se vislumbraba en el horizonte.
Y fue en ese momento, justo antes de colocar el punto que cerraría su obra, ahí, en su rostro una gran sonrisa todavía marcada. La historia sería un frascaso, era incapaz de arrancarle una lágrima a nadie. Querubín se sacudió de ira, una mueca desplazó cualquier expresión de su rostro y el nuevo escrito terminó en la basura. Le era imposible escribir dramas, ahora lo tenía claro, sin embargo, ahora tenía la idea para su próxima comedia, "un dramaturgo incapaz de hacer reír a sus críticos".
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